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  • Hacia un Nuevo Acuerdo Territorial para la España rural y campesina

    Hacia un Nuevo Acuerdo Territorial para la España rural y campesina

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    Por Jónatham F. Moriche. 

    [Este artículo es parte de los contenidos del libro La conquista del espacio, que podéis descargar aquí o leer por partes aquí].

    Madrid, 31 de marzo de 2019: convocadas por un centenar de plataformas cívicas lideradas por las veteranas Teruel Existe y Soria Ya, y tras reiteradas actividades reivindicativas en sus territorios de origen, entre 50.000 y 100.000 personas protestan en la capital bajo el lema «Revuelta de la España vaciada» contra el proceso de despoblación que sufre la mitad de las provincias del país, provocado por un modelo de muy desigual desarrollo territorial que se traduce en graves carencias en los servicios públicos y ausencia de inversiones productivas. La marcha, a la que se suman ministros del Gobierno y líderes de casi todos los partidos del arco opositor, coloca la cuestión de la España despoblada en el centro del debate político y dispara la actividad y el interés por los colectivos que la defienden. Unos meses después, Teruel Existe concurre a las urnas como agrupación de electores y envía a las Cortes a dos senadores y un diputado, cuyo voto resultará crucial en la ajustadísima investidura del Gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos.

    Madrid, 5 de junio de 2016: entre 80.000 y 150.000 personas se manifiestan contra la inclusión, a instancias de un recurso presentado por Ecologistas en Acción ante el Tribunal Supremo, de varias especies de peces y moluscos fluviales, entre ellas algunas muy apreciadas por los aficionados a la pesca, en el catálogo de especies invasoras. Con las asociaciones de pescadores recreativos se solidarizan las de cazadores y el sector de las piscifactorías. Es el arranque de una revitalización del tejido asociativo del ramo, al que se suman otros sectores, desde la tauromaquia a los circos con animales y parte del asociacionismo agrario, y que se volverá a movilizar masivamente el 30 de septiembre de 2017 en Córdoba y el 3 de marzo de 2019 en Madrid, en ambos casos bajo el lema «En defensa del medio rural y sus tradiciones». Desde 2017, esta red informal cristaliza en la llamada Alianza Rural, entre cuyos socios fundadores están la organización profesional agraria ASAJA, la Real Federación Española de Caza, la asociación de propietarios de terrenos de caza APROCA, la Unión de Criadores de Toros de Lidia o la asociación de mujeres y familias rurales AMFAR.

    Cartagena, 30 de octubre de 2019: entre 40.000 y 60.000 personas se manifiestan bajo el lema «Por un Mar Menor con futuro», convocados por la plataforma SOS Mar Menor, asociaciones ecologistas, vecinales, sindicatos y partidos políticos, contra la galopante destrucción de la albufera murciana, la mayor del país y una de las mayores del continente, solo unos días después de que un brusco descenso en la oxigenación de sus aguas provocase la muerte a millones de peces. Tras otra mortandad similar el pasado agosto, SOS Mar Menor vuelve a convocar a las calles el 7 de octubre de 2021, con entre 50.000 y 70.000 participantes. Progresivamente degradada desde las primeras grandes inversiones turísticas de la década de 1970, la albufera ha sufrido después el impacto de la modernización del regadío intensivo, que vierte directa o indirectamente a ella cantidades ingentes de nitratos y otros residuos, acusadamente agravado por el de las macrogranjas de la ganadería industrial, cuya instalación viene siendo en los últimos años objeto de protestas por todo el país.

    Don Benito, 29 de enero de 2020: unas 10.000 personas se manifiestan a las puertas de la institución ferial FEVAL de la capital de las fértiles Vegas Altas pacenses, convocadas por las organizaciones profesionales agrarias y ganaderas, en una protesta que concluye con una severa represión policial –la primera de cierta magnitud tras la investidura del Gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos– que deja decenas de heridos entre los manifestantes, pero lleva a todas las portadas sus demandas de alivio de los costes de producción y precios justos para el producto agrario y detona una oleada de protestas que, bajo el lema «Agricultores al límite», moviliza a cientos de miles de personas por todo el país durante las siguientes semanas, hasta ser abruptamente detenida, a las puertas de su marcha central en Madrid, por la emergencia de la pandemia del coronavirus. Estas movilizaciones se solapan con un enfrentamiento durísimo entre ASAJA y el Gobierno, del que otras organizaciones profesionales agrarias participan o se distancian según la ocasión, por la aplicación de las subidas del salario mínimo al trabajo jornalero y la intensificación de las inspecciones laborales en las explotaciones agrarias.

    Santiago de Compostela, 5 de junio de 2021: ya superada la fase crítica de la pandemia pero todavía bajo los efectos de su última gran oleada, más de un centenar de asociaciones ecologistas, vecinales, sindicatos y partidos convocan a varios miles de personas bajo el lema «Renovables sí, pero no así» frente a la proliferación de campos eólicos en Galicia, que se extiende al resto de la cornisa cantábrica y en menor medida a otros lugares del país, como Andalucía o Castilla y León, donde la preocupación se desplaza hacia la proliferación de campos solares, en ambos casos con creciente afectación del patrimonio natural y los usos económicos tradicionales del territorio. Con la creación de la plataforma ALIENTE y la manifestación del 16 de octubre en Madrid, de nuevo con miles de participantes, este tejido heterogéneo de iniciativas frente a los macroproyectos de energías renovables comienza a coordinarse a escala estatal. No es la única faceta de la transición energética en curso sometida a fuerte contestación, como demuestran las importantes movilizaciones de la plataforma Salvemos la Montaña de Cáceres contra el proyecto de minería de litio a cielo abierto a las afueras de la ciudad.

    Ya atendamos a sus plataformas reivindicativas, a sus repertorios de acción, a su composición social o a su ámbito geográfico, cada una de las protestas citadas y los procesos de organización social que les subyacen mantiene entre sí zonas más o menos extensas de intersección con las demás, pero también marcadas especificidades y oposiciones irreductibles. Observadas en conjunto, nos permiten balizar todo un vasto y complejo campo de sujetos y relaciones sociales, hoy en agitada recomposición, en torno a la ecuación que componen población, producción, cultura y territorio en la España rural y campesina, definición ya en sí misma cargada de problematicidad, en tanto, como veremos, ruralidad y economía campesina son realidades que se superponen en un amplio segmento de la vida social a la vez que en otros –el mundo rural no campesino y el campesinado urbanizado– caminan por separado. Ningún rasgo concreto que queramos destacar de sus participantes, como su posición de clase, su orientación política, su distribución territorial u otros, nos permitiría ordenar los sujetos que habitan este campo y los procesos que estos desencadenan en un mapa estático de complicidades y oposiciones sin, a la vez, revelar tensiones irresolubles con otros clivajes que con mayor o menor intensidad se expresan también al interior de cada uno de ellos. Y por supuesto, ese campo no se despliega en un espacio hermético y autosuficiente, sino como subconjunto siempre imprecisamente perimetrado de una inabarcable maraña de campos, sujetos y procesos a escala local, regional y planetaria y en constante evolución. Todo ello representa un formidable desafío no solo analítico, para quien solo aspire a describirlos, sino también estratégico, para quien pretenda además intervenir políticamente sobre ellos.

    Si este campo de sujetos y relaciones de la España rural y campesina puede balizarse en positivo, como hemos hecho al comienzo, a partir de sus demandas y movilizaciones y las alianzas sociales que las sustentan, también puede balizarse en negativo, a partir de las diferencias y contradicciones que anidan dentro de cada una de ellas. Así, el mismo concepto de España vaciada necesita de algunas precisiones descriptivas importantes, de inevitables repercusiones estratégicas. Hay una España que gana población y una España que la pierde[1], pero no se trata de dos bloques homogéneos sino de un complejo mosaico de situaciones muy irregularmente distribuidas sobre el territorio. Dentro de la España vaciada existen una España vaciada relativa y una España vaciada absoluta: en las comunidades autónomas que pierden habitantes o mantienen estancada su población hay provincias que la ganan a costa del resto, normalmente las que albergan núcleos urbanos intermedios, que en algunas ocasiones reciben además un contingente extra de población por la expulsión residencial de grandes ciudades cercanas. Estas asimetrías se proyectan políticamente en una dualidad de demandas entre, por un lado, los territorios rurales netamente más despoblados, que exigen los servicios elementales para sostener su mínima habitabilidad –urgencias médicas, unidades escolares, oficinas bancarias, acuartelamientos policiales, autobuses comarcales e intercomarcales, trenes de media distancia o cobertura de telefonía e internet, entre otros–, y por otro, los núcleos de población intermedios –cabeceras de comarcas muy extensas, capitales de provincia y algunas capitales autonómicas, con sectores agroganaderos, industriales, de servicios o administrativos de mayor o menor entidad–, que demandan reforzar su inserción en las redes estatales, regionales y globales de transporte de personas y mercancías mediante autovías, trenes de alta velocidad, plataformas logísticas o aeropuertos[2]. Y afinando aún más la mirada, pueden percibirse las diferencias entre comarcas y poblaciones dentro de la España vaciada absoluta, a veces inmediatamente vecinas, que debido a sus distintos atractivos naturales o patrimoniales han conseguido o no compensar la erosión de sus actividades económicas tradicionales y el consiguiente declive poblacional con el auge del turismo de interior[3].

    Es también preciso problematizar la identificación mecánica entre España vaciada, mundo rural y economía agraria, así como la representación de los agricultores al límite como un espacio social e ideológicamente homogéneo. Si bien la economía agraria es casi siempre fundamental para el mundo rural, una buena parte de aquella transcurre ya fuera de esta, en agrociudades de población estable o creciente que, en la España vaciada o en territorios de saldo demográfico positivo, centralizan la actividad económica y absorben la población de las comarcas circundantes y además reciben el grueso del aporte demográfico de la inmigración que no capturan las grandes ciudades. Estas agrociudades concentran ya una parte muy significativa de la mano de obra del sector, en un proceso de desruralización del campesinado que desde hace décadas corre en paralelo, aunque mucho menos atendido, que el de descampesinización por emigración a grandes ciudades o al extranjero. Por otra parte, la articulación social que se movilizó a gran escala durante las protestas de las primeras semanas de 2020 es en términos de clase social y orientación política muy diversa, con la conservadora ASAJA, vinculada corporativamente a la CEOE y políticamente al PP y ahora también a Vox, como fuerza hegemónica entre grandes y medianos propietarios –los agricultores al límite relativo, para quienes los bajos precios del producto agrario y las alzas de costes suponen menores beneficios pero no una amenaza existencial–, aunque con también una muy sólida base entre los pequeños –los agricultores al límite absoluto, que cada vez más a menudo pugnan denodadamente entre la supervivencia y la extinción[4]–. ASAJA compite en esta última y más modesta franja del campesinado con UPA, vinculada al PSOE, y COAG, en origen vinculada al PCE e IU, así como con otras organizaciones menores como La Unión, de más imprecisa orientación ideológica, nacida de la protesta contra la cartelización de la representación del sector entre las tres grandes y de muy desigual implantación territorial, u otras de ámbito territorial, algunas de gran tradición, como el Sindicato Labrego gallego, y otras de más reciente creación, como la extremeña ASEPREX[5]. Y, en paralelo a todas ellas, las asociaciones y redes propias de la agricultura ecológica, a menudo aunque no siempre de base predominantemente neorrural, todavía de muy escaso peso económico frente a las grandes cifras de la agricultura tradicional y el gran agronegocio, pero de implantación creciente y que opera de manera doblemente contrahegemónica, por su orientación ideológica casi siempre progresista, frente a la hegemonía conservadora de ASAJA, y por su mayor integración en el territorio rural, frente a la tendencia a la desruralización del sector[6].

    Las movilizaciones «Por un Mar Menor con futuro», «En defensa del medio rural y sus tradiciones» y «Renovables sí, pero no así» introducen en la ecuación del mundo rural y campesino español dos variables de vital importancia en el panorama social contemporáneo, a escala planetaria: la crisis medioambiental y la transición energética y el auge de la extrema derecha y los procesos de desdemocratización. En el caso de «Por un Mar Menor con futuro», Murcia es a la vez ejemplo, uno de los más extremos del país y de todo el continente europeo, del auge económico de la agricultura y la ganadería industriales y de sus ingentes costes medioambientales. Con una aportación del sector primario de en torno a un quinto de su economía, la región no forma parte ni de la España vaciada, absoluta ni relativa –es una de las regiones que gana habitantes, su densidad poblacional está cómodamente por encima de la media del país y casi ninguno de sus municipios corre riesgo de despoblación–, ni de la predominantemente rural –sobre un total de millón y medio de habitantes, solo las ciudades de Murcia, Cartagena y Lorca concentran respectivamente 450.000, 215.000 y 95.000 habitantes. La crisis del Mar Menor ha provocado la cristalización de dos bloques sociopolíticos duramente enfrentados en las instituciones, los medios, los tribunales y las calles, formados por quienes recogen los beneficios económicos de la agricultura y la ganadería industrial y quienes repudian sus costes ecológicos. A la vez que estos últimos reiteran sus movilizaciones multitudinarias por la situación de la albufera, Vox –el partido más indiferente a las cuestiones medioambientales del arco parlamentario, a menudo cercano al negacionismo del cambio climático y abiertamente hostil al movimiento ecologista– se convirtió en las elecciones generales de noviembre de 2019 en primera fuerza política de la región, con casi un 30% de los votos, lo que sumado al porcentaje levemente inferior del PP arroja el mapa político autonómico más escorado a la derecha de todo el país, en lo que resulta razonablemente interpretable como un movimiento de tajante defensa, masivamente respaldado por su base social, del modelo económico regional frente a la amenaza de regulaciones medioambientales más estrictas[7].

    La articulación social subyacente a la movilización en defensa del medio rural y sus tradiciones resulta aún más compleja. Además del papel jugado por el ala derecha del sector agrario a través de ASAJA, tanto el taurino como el cinegético son sectores económicos de cierta importancia, con potentes estructuras empresariales específicas y auxiliares y una modesta pero significativa capacidad de generación de empleo en el mundo rural, pero también y sobre todo movilizan una amplia comunidad humana de costumbres y afectos, de base tanto rural como urbana, ideológicamente escorada a la derecha o muy a la derecha en la mayoría de sus expresiones organizadas y su publicística, pero cuya composición social dista mucho de ser homogénea, abarcando entre cazadores sociales, mixtos y privados a personas de muy distinta posición social[8]. La caza es objeto de un complejo y casi siempre áspero debate social[9], cuya virulencia se ve constantemente incentivada por los aparatos ideológicos del negocio cinegético con declaraciones incendiarias (por poner un solo ejemplo entre cientos: «Unidos Podemos propone prohibir la caza y la pesca en España», Jara y Sedal, 26/01/2018), que en poco o nada reflejan la realidad de las posiciones de los actores políticos concernidos[10], a fin de recrudecer la reacción de su base social contra estos. El debate social sobre la caza se utiliza como sinécdoque de toda una imaginaria ofensiva de la izquierda contra el medio rural y sus pobladores, consiguiendo así parapetar los intereses económicos de la caza comercial y los intereses políticos de la derecha tras la suspicacia y el enfado de la base de extracción social más humilde de la práctica cinegética, los cazadores sociales. Una práctica de hecho antiquísima en la disputa por el poder, que la contemporaneidad ha rebautizado –que no inventado– como guerras culturales, y que ha sufrido una intensificación exponencial con la aparición en todo el mundo de potentes alternativas por la derecha a la crisis del capitalismo neoliberal, como la que en España encarna Vox[11].

    Las movilizaciones de «Renovables sí, pero no así» añaden una nueva variable al conflicto por los usos del territorio: la proliferación de macroinstalaciones de generación energética solar y eólica y la extracción de minerales como el litio, imprescindibles para cualquier transición energética y objeto de una cada vez más intensa puja comercial y geopolítica. La generación energética tradicional mediante saltos de agua, centrales térmicas o nucleares, así como las actividades mineras fuera de sus territorios tradicionales, siempre han provocado conflictos sociales de mayor o menor intensidad, pero una vez asentado el parque nuclear con la moratoria de 1982, ante la ausencia de nuevas grandes obras hidroeléctricas[12] o grandes explotaciones mineras, este tipo de conflictos, al menos en sus expresiones masivas, parecía en retroceso, con pocas excepciones, como las protagonizadas por los fallidos proyectos de refinería petrolera en la comarca pacense de Tierra de Barros, de minería de uranio en el Campo Charro salmantino o de cementerio de residuos nucleares en la Mancha Alta conquense. Inicialmente, la multiplicación de proyectos eólicos y solares a partir de 2004 fue en general recibida con alborozo en los territorios receptores, que veían en ellos una fuente de ingresos y empleos de mínimo impacto ambiental y compatible con unos usos económicos tradicionales en retroceso que dejaban disponibles importantes cantidades de terreno improductivo. Pero la urgencia cada vez más patente de la diversificación energética y el desembarco masivo del capital inversor en el sector de las renovables ha generado un incremento explosivo de la demanda de suelo y con ello una oleada de conflictos sin precedentes desde hace cuarenta años[13], en los que al tejido ecologista se están sumando sectores amplios de población habitualmente no movilizada y, cada vez más a menudo, el sector agrario y ganadero[14]. Paralelamente, la vertiginosa escalada del sector ganadero ultraintensivo en forma de macrogranjas y macromataderos está animando una novedosa tipología adicional de conflicto socioambiental, tan intensa como habitualmente lo son los conflictos relacionados con macroproyectos energéticos, pero ahora asociados a un desacostumbradamente brusco recambio modal en los usos tradicionales del territorio[15].

    Con esta ya extensa y aún así muy lejos de ser exhaustiva enumeración de sujetos, demandas, alianzas y fracturas, hemos pretendido poner de manifiesto la extraordinaria complejidad que encierran expresiones de uso habitual en el debate público como la España vaciada, la España interior, el mundo rural o el campo y afirmar la necesidad de tomar seriamente esa complejidad como punto de partida a la hora de plantear el diseño de proyectos de transformación social. Proyectos que, tanto más ambiciosos sean en su desafío al orden neoliberal vigente y a las alternativas neofascistas que surgen por doquier a su derecha, mayor asiento social requerirán. Es fácil predicar, con el último informe del IPCC o las mismísimas leyes fundamentales de la termodinámica en la mano, la necesidad de un inmediato y masivo recorte en el consumo de energía, agua, minerales o carne, el abandono de la agricultura y ganadería intensivas, la resilvestración de grandes masas de territorio humanizado o cualquier otra medida de impacto ambiental sin duda benéfico para la malherida salud del planeta. Y también es fácil que esa prédica tenga escaso o nulo efecto práctico si no se tiene en cuenta la necesidad de articular amplias coaliciones sociales que las respalden, que difícilmente nacerán en exclusiva de la mera reiteración salmódica de los datos científicos –como si estos, en virtud de su veracidad, gozasen ya de suyo del poder de remover drásticamente la conciencia y voluntad de individuos y sociedades–, sino que deberán retramarse, al menos provisionalmente, a partir de la pluralidad de intereses, necesidades, experiencias, identidades y horizontes hoy existentes. A partir, en síntesis, de la política.

    No es necesario insistir en la posición de partida muy desfavorable desde la que se plantea esta hipótesis, cuando la disputa por la hegemonía en el mundo rural y campesino se dilucida entre dos bloques: de un lado, el compacto bando reaccionario, dotado de grandes organizaciones de masas y firmemente asentado en las formas productivas dominantes. Del otro, una emergente pero aún muy difusa y frágil alianza entre grupos de afectados por unos u otros desmanes sociales y medioambientes, basada sobre todo en referentes locales, ideológicamente muy dispar y en la que los sectores nítidamente transformadores, aunque algo más visibles e influyentes en momentos de movilización, son minoría numérica, tienen una presencia escasa en los espacios de poder institucional y dirigen un volumen ínfimo de la actividad productiva. La posibilidad de promover con éxito un Nuevo Acuerdo Territorial que maximice las oportunidades de transformación de signo ecosocialista que abre la crisis orgánica territorial española en el mundo rural y campesino dependen de un arriesgado y exigente doble movimiento estratégico. Este debería reforzar la posición de esos sectores más transformadores en las articulaciones amplias de sentido política, socioeconómica y medioambientalmente más progresista, radicalizando su identidad y sus demandas, a la vez que perfore las articulaciones adversarias, explotando minuciosamente cada una de sus contradicciones expresas o latentes, atrayendo siquiera tácticamente a aquellos segmentos de sus bases sociales por una u otra causa peor acomodadas en su plataforma reivindicativa o en su construcción identitaria, sin al mismo tiempo ser víctima de las contradicciones que inevitablemente incentivará en el campo propio esta política de alianzas amplias y el ensanchamiento programático e identitario que esta necesariamente conlleva, calculando los costes y beneficios de cada una de estas operaciones en el corto, medio y largo plazo, no con el baremo de lo ideal, a menudo ni siquiera de lo necesario, sino de lo estrictamente posible, mediante una estrategia que potencie en cada territorio y momento dados las opciones políticas, productivas, medioambientales o culturales mejores –o menos malas– frente a las peores, buscando un promedio global positivo entre todos esos epígrafes. Cada centésima de grado importa, cada concejal o diputado voxista, negacionista del cambio climático y entusiasta del fosilismo, el extractivismo y la agroindustralización, importa también, y existe sobrada evidencia de que el incremento de los unos y de los otros está íntimamente interrelacionado, como en consecuencia debe estarlo también el empeño por contenerlos, en un antagonismo estructurante capaz de generar su propio sistema de coordenadas políticas. Como escribe el sabio Bruno Latour,

    estamos demasiado desorientados para clasificar las posiciones a lo largo del eje que iba de lo antiguo a lo nuevo, de lo Local a lo Global, y somos incapaces de darle nombre, de fijar una posición […]. Y, sin embargo, toda la orientación política depende de ese paso a un lado: hay que decidir quiénes nos ayudan y quiénes nos traicionan, quién es nuestro amigo y quién es nuestro enemigo, con quién aliarse y con quién enfrentarse, pero según una dirección que ya no está trazada […]. Es necesario cartografiar todo de nuevo y, además, urgentemente, antes de que los sonámbulos aplasten en su ciega huida todo lo que más apreciamos[16].

    Por desgracia, hoy no existen los instrumentos de intervención sociopolítica suficientes para abordar una operación de este calado. En el plano político institucional, hubo un momento en que Podemos, desde su modesta pero prometedora implantación inicial en el mundo rural y campesino, comenzó a articular una plataforma reivindicativa al respecto y parte de sus elementos lograron cierta visibilidad dentro de su plataforma general –fue el caso del rechazo al tratado comercial TTIP, compartido con la práctica totalidad del asociacionismo agrario por sus desastrosas consecuencias para el sector–, que como tantos otros aspectos del desarrollo del partido quedó truncado con las alguna vez denominadas guerras civiles plebeyas entre sus diferentes familias, que terminarían por arrasarlo –empezando, como certifica un simple vistazo al reparto de escaños por circunscripciones de las últimas tres elecciones generales, por las provincias menos pobladas del país. Tampoco lograron sustraerse a este reflujo aquellas iniciativas municipalistas que, con la marea del cambio político a favor, lograron posiciones de representación significativa o gobierno en un buen puñado de medianos y pequeños municipios rurales de todo el país en 2015, pero que en la mayoría de los casos también encogieron o desaparecieron en 2019 con el desplome de sus pares de las grandes ciudades y de Podemos a escala estatal[17]. La anunciada transformación de parte de las plataformas de la España vaciada en agrupaciones electorales, siguiendo el ejemplo de Teruel Existe[18], abre una ventana de oportunidad para la recuperación de la iniciativa política en el mundo rural y campesino, no exenta también de riesgos, empezando por la misma composición social y plataforma reivindicativa que puedan estas plataformas adquirir en los distintos territorios, y también por las relaciones que puedan establecer con Unidas Podemos, con sus confluencias territoriales y con las fuerzas políticas nacidas de su descomposición, como Más País o Adelante Andalucía. Es probable que, si Podemos se hubiese tomado en serio su implantación en el medio rural y campesino y la defensa de sus demandas, el salto a la arena electoral de estas plataformas nunca hubiese llegado a producirse, pero este parece ya irreversible y todo indica que su impacto podría ser significativo en hasta una decena de circunscripciones electorales del país. La izquierda tendrá que baremar ahora muy cuidadosamente cuáles son sus mejores opciones a la hora de competir o cooperar con estas plataformas, primero en las urnas y luego en las instituciones, en la compleja lógica de partidos y bloques de partidos de la España del posbipartidismo, bajo el peligro claro y presente del acceso del neofascismo voxista a la cabina de mando de muchas administraciones locales, autonómicas y del mismo Gobierno central.

    En el campo político de la economía campesina el punto de partida es aún más pobre[19]. Idealmente, es imaginable un sujeto complejo que agrupase las redes de la agricultura y ganadería ecológica y alternativa, a los segmentos más politizados del trabajo agrario por cuenta ajena autóctono y migrante, hoy agrupado en las secciones del ramo de los grandes sindicatos o sin participación sindical, y a segmentos de la pequeña y mediana propiedad agraria asfixiados por el agronegocio y disconformes con la cartelización de su representación bajo la hegemonía de ASAJA, pero nada similar a ese sujeto existe hoy, ni siquiera en embrión. En general, prima la fractura rotunda entre trabajo asalariado y pequeña y mediana propiedad en la agricultura y la ganadería tradicionales, también entre esta y sus pares ecológicas. Y pervive la fractura sempiterna entre agricultura y ganadería y movimiento ecologista, capaces de confluir con éxito en movilizaciones puntuales, pero no de entablar más allá de estas un diálogo en profundidad resultante en alianzas políticas duraderas. El consuetudinario conflicto en torno a las formas productivas e impactos ambientales del sector se agudiza al solaparse, artificial pero eficazmente, con el de la caza, desde siempre polémico y hoy agravado por la intensificación de la sensibilidad animalista en el campo ecologista –o, cada vez menos infrecuentemente, al margen o incluso contra él–, que dificulta potenciales alianzas estratégicas con la caza social frente al gran negocio cinegético, con la ganadería tradicional frente a la ganadería industrial o con ambas frente a macroproyectos energéticos, agroindustriales o turísticos de alto impacto ambiental[20].

    No es, por último, un aspecto menor –de hecho, probablemente sea condición mínima de posibilidad para comenzar a abordar los anteriores– el absolutamente desequilibrado panorama cultural y comunicativo relacionado con el mundo rural y campesino, sólidamente hegemonizado por las posiciones beligerantemente conservadoras de espacios y medios especializados de gran difusión e influencia, como el programa radiofónico Agropopular o la revista Jara y Sedal, auténticos aparatos ideológicos de masas[21] sin competencia ni remotamente comparable al otro lado del espectro ideológico, cuyos posicionamientos se suelen expresar en publicaciones militantes, en general más focalizadas en profundizar en los debates internos del movimiento ecologista, el neorruralismo o la agroecología que en intervenir desde posiciones alternativas en los debates de interés general entre la población del mundo rural y campesino. Una población que es social y culturalmente mucho más diversa y su potencial político transformador es, en consecuencia, mucho mayor de lo que aparenta cuando es mirada solo a través del prisma deformante de aquellos aparatos ideológicos de masas conservadores[22]. Se cuelan a veces en la esfera pública generalista, de la mano de colectivos como Fundación EntretantosCampo Adentro o autores como Fernando Fernández o María Sánchez, visiones alternativas de gran interés y potencial como argamasa simbólica de nuevas articulaciones sociales en el mundo rural y campesino, pero faltan los altavoces que las hagan correr entre públicos masivos.

    En ausencia de todos estos actores colectivos que la elaboren y promuevan, toda propuesta concreta de Nuevo Acuerdo Territorial para el mundo rural y campesino que pueda hoy plantearse será una simple elucubración teórica, de mayor o menor interés intelectual, pero todavía alejadísima del umbral que separa la teoría de la praxis. Estamos, pese a la angustiosa premura que nos imponen las presentes condiciones políticas, sociales, económicas y ambientales, en un momento cultural y político muy anterior, en el que aún es preciso roturar los más básicos espacios y procedimientos de diálogo entre todas las partes potencialmente implicadas de esta rustica multitudine por construir. Una tarea previsiblemente ardua, que la urgencia no debería incitarnos a seguir sorteando sino, muy al contrario, a comenzar cuanto antes.

    [1] Para un balance general de la geografía poblacional del país, vid. Fundación BBVA, «Delimitación de áreas rurales y urbanas a nivel local. Demografía, coberturas del suelo y accesibilidad», informe, 2016; FUNCAS, «La despoblación de la España interior», informe, 2021; Banco de España, «La distribución espacial de la población en España y sus implicaciones económicas»; informe, 2021. Para datos actualizados vid. «La España vacía: despoblación en España, datos y estadísticas», EP Data.

    [2] Vid. Gonzalo Andrés López, «Geografía y ciudades medias en España, ¿a la búsqueda de una definición innecesaria?», Scripta Nova, 270/49, 8/2008 y «Las ciudades medias industriales en España: caracterización geográfica, clasificación y tipologías», Cuadernos geográficos, 59/1, 2020. Un ejemplo de cómo opera sociopolíticamente esta estratificación geodemográfica es el movimiento por el tren en Extremadura y su discusión en torno a la prioridad de sostener la movilidad interior entre sus pequeños y medianos municipios mediante tren convencional o ampliar la movilidad exterior de algunas de sus mayores ciudades mediante tren de alta velocidad, vid. María José Rodríguez Fernández, «La odisea de un tren digno en Extremadura», El Salto, 17/11/2017; Julio César Pintos Cubo, «Un nuevo modelo de ferrocarril es necesario en España», El Salto, 09/01/2019. Aunque se suele poner el foco mediático en las demandas de descentralización de servicios e inversiones de la España vaciada dirigidas a la administración general del Estado, estas demandas también se dirigen, como sucede en Castilla y León, a las administraciones y grandes ciudades de sus autonomías, vid. «La Zamora Vaciada propone una agenda de descentralización a todos los niveles», La Opinión de Zamora, 20/10/2021

    [3] El auge del turismo de interior ha llevado a sus territorios y poblaciones beneficiarias actividad económica y social, revalorización del patrimonio natural y cultural, retención y a veces aumento de la población y otras ventajas, pero también problemas de excesiva dependencia de las cambiantes tendencias del mercado turístico, insuficiencia de los servicios públicos, multiplicación de los desórdenes urbanísticos y fuertes impactos ambientales, entre otros. Aunque no constan episodios de turismofobia rural de amplia base popular, abusos flagrantes de dimensiones antaño solo imaginables en la España costera, como el proyecto de urbanización turística de la isla de Valdecañas en el nordeste extremeño, han provocado conflictos de importancia entre movimientos ecologistas, promotores y administraciones públicas, vid. Manuel Cañada, «Valdecañas: corrupción estructural», El Salto, 02/12/2019. Para una panorámica general de la cuestión, vid. Ecologistas en Acción, «Impacto del turismo en los espacios naturales y rurales», informe, 09/2020. Parte de estos problemas son comunes a los municipios que componen las microcoronas metropolitanas de las ciudades intermedias, vid. Víctor Jiménez y Antonio-José Campesino, «Deslocalización de lo urbano e impacto en el mundo rural: rururbanización en pueblos dormitorio de Cáceres capital», Cuadernos Geográficos, 57/3, 2018

    [4] Vid. «Estructura de la propiedad de la tierra en España. Concentración y acaparamiento», Mundubat y Revista Soberanía Alimentaria, estudio, 12/2015

    [5] Para un análisis más detallado del desarrollo y composición de esta última oleada de movilizaciones agrarias, centrado en su expresión extremeña, vid. Fernando Llorente, «La larga agonía del modelo agropecuario intensivo e industrial», El Salto, 06/02/2020; Jónatham F. Moriche, «Movilización campesina en Extremadura: anatomía de un complejo despertar», El Salto, 07/02/2020; Ángel Calle, «Un grito y dos protestas encontradas», El Salto, 20/02/2020

    [6] Un caso muy interesante de interacción entre tejidos agroecológicos y tradicionales es el valle del Jerte, en el contexto por distintas razones especialmente favorable de las comarcas del nordeste extremeño (predominio de la pequeña y mediana explotación familiar, persistencia del tejido cooperativo de base, nutrida población neorrural, coexistencia con un fuerte sector de turismo de naturaleza), y por ello de difícil exportación a otros territorios, pero que durante las movilizaciones del sector en Extremadura marcó un significativo contrapunto a la hegemonía de las organizaciones de tendencia más conservadora e impidió una completa captura de las protestas por parte de estas. Vid. Guillem Caballero, «Aproximación a la diversidad de agroecologías en el norte de Extremadura», TFM, Universidad Internacional de Andalucía, 2018; La piel del Jerte, documental, Bokeh Estudio, 2018

    [7] Aproximadamente un quinto de los regadíos del campo de Cartagena, unas 8.500 hectáreas, obtendrían su agua de riego de forma ilegal, cifra que aún palidece frente a las 24.000 hectáreas de Los Arenales (Zamora) y las 50.000 de Daimiel (Ciudad Real), vid. WWF, «El robo del agua», informe, 2021. De los vertidos de nitratos a la albufera, un 17% correspondería ya a las macrogranjas porcinas, vid. Dani Domínguez y Ana Rojas «El Gobierno de Murcia obvia la responsabilidad de las macrogranjas de cerdos en el desastre del Mar Menor», La Marea, 13/10/2021. Para un análisis exhaustivo de la estructura política, económica y social tras la catástrofe de la albufera murciana, vid. Pedro Costa Morata, «La muerte del Mar Menor: crimen, corresponsabilidad e impunidad», El Salto, 02/09/2021

    [8] Como botón de muestra, en Extremadura, cuyo extenso y diverso territorio acoge algunos de los cotos privados más exclusivos de España y de Europa, un 40% de los cazadores federados locales declara ingresos inferiores a 1.500 euros mensuales y un 46% realiza su actividad exclusivamente en cotos sociales, lo que en virtud de la muy diferente densidad de poblaciones cinegéticas en cotos sociales y privados implica una enorme desigualdad en el volumen de capturas. Vid. Luz María Martín Delgado, La actividad cinegética en Extremadura: el modelo de caza social y sus efectos sociales, económicos y ambientales, tesis doctoral, Universidad de Extremadura, 2021

    [9] Para una síntesis de las posiciones críticas sobre la práctica cinegética, vid. Ecologistas en Acción, «El impacto de la caza en España», informe, 12/2016

    [10] Vid. Área de Soberanía Alimentaria, Mundo Rural y Sostenibilidad de Podemos, «Marco para la posición de Podemos respecto a la caza y la pesca», informe, 01/2019

    [11] Vid. Fernando Fernández y Ariel Jerez, «Vox a la conquista del mundo rural», Público, 24/11/2018; Fernando Fernández, «Cómo frenar el avance de la ultraderecha en el medio rural», El Diario Rural, 13/11/2019; Ángel Calle, «Sobre agroecología y extrema derecha en el mundo rural», Soberanía Alimentaria, 12/2019. Aunque queda fuera del alcance de estas notas, es importante dejar constancia del carácter transnacional de este fenómeno de guerra cultural y avance político de las ultraderechas sobre el mundo rural y campesino, y la necesidad de poner en relación, tanto analítica como estratégicamente, las distintas expresiones locales de esta tendencia y de sus resistencias. Vid. VV.AA., Authoritarian Populism and the Rural World, Routledge, 2021

    [12] Entre 1950 y 2000 España experimentó una proliferación sostenida de grandes infraestructuras hidráulicas, que con la llegada de la democracia empezaron a ser contestadas por las poblaciones afectadas, con casos de gran participación popular e impacto mediático y político como los de Riaño, Itoiz o Yesa. A partir del 2000 esa proliferación de infraestructuras se refrena y la conflictividad se desplaza a los trasvases previstos por el Plan Hidrológico Nacional, contestados con movilizaciones que alcanzan una participación social histórica hasta 2004. Desde entonces los conflictos por el agua, sin desaparecer, se han asordinado, quedando política y mediáticamente circunscritos al ámbito local o autonómico. No por ello la cuestión del agua es medioambientalmente menos acuciante en España, y la aceleración del calentamiento global no hace sino agravarla, pero su expresión sociopolítica permanece, por ahora, latente. Vid. Fundación Nueva Cultura del Agua, «Retos de la planificación y gestión del agua en España», informe, 2020; Fernando Llorente «Y por fin, la lluvia», El Salto, 26/11/2019

    [13] Vid. Miguel Rodríguez, «Guerra del viento en Galicia: el rural gallego se levanta contra un nuevo ‘boom’ de la industria eólica», Eldiario, 14, 05/2021; Xosé Manuel Pereiro, «Toma el dinero y vuela. Los parques eólicos, la pantalla verde para el negocio del expolio de siempre», CTXT, 03/06/2021; Manuel Nogueras, «El negocio eólico: lo que se va a llevar el viento», El Salto, 10/08/2021

    [14] La presencia del campesinado ya es protagónica en movilizaciones como las del campo de Gibraltar, vid. Eldiario, 11/08/2021, Baza, vid. Eldiario, 22/04/2021, Méntrida, vid. Eldiario, 18/04/2021 o el Bierzo, vid. Eldiario, 03/10/2021. Sería posible establecer una taxonomía histórica de los conflictos de base energética a partir de la relación que en ellos se entabla entre tejido ecologista y sector agrario. Los conflictos en los que la proyectada actividad energética choca frontalmente con los usos productivos tradicionales del territorio se suelen traducir en movilizaciones más amplias, arraigadas, duraderas, radicales y de más probable éxito. Así, por ejemplo, los dos triunfos históricos capitales del ambientalismo en Extremadura, primero contra el proyecto de central nuclear de Valdecaballeros y tres décadas después contra el proyecto de refinería petrolera de Tierra de Barros, lo fueron en compleja pero eficaz alianza con el campesinado. Vid. José Manuel Naredo y otros, Extremadura saqueada, Ruedo Ibérico, 1978; VV.AA. Dominación y (Neo-)extractivismo. 40 años de Extremadura Saqueada, Campo Adentro, 2018

    [15] Para iluminar las dimensiones del impacto ambiental de la nueva ganadería industrial, baste un solo dato: más de un tercio del suelo de Aragón y Catalunya, las dos regiones de mayor concentración de macrogranjas del país, está en riesgo de contaminación por purines. Vid. Ecologistas en Acción, «Ganadería industrial y despoblación», informe, 13/10/2021; Greenpeace, «Macrogranjas, veneno para la España rural», informe, 14/10/2021; Antonio Delgado y Ana Tudela, «La fábrica industrial de cerdos», Eldiario, 30/10/2021

    [16] Bruno Latour, ¿Dónde aterrizar?, Taurus, 2019. También sobre la interrelación entre cambio climático y desdemocratización neofascista, vid. Kyle McGee, Heathen Earth: Trumpism and Political Ecology, Punctum Books, 2017

    [17] Inexplicablemente (o no tanto), en medio de la actual profusión de estudios, relatos y memorias de las experiencias del movimiento 15-M y de Podemos aún no existe un solo balance cuantitativo y cualitativo en profundidad del ciclo político 2011-2020 en el mundo rural y campesino. Para un estudio de caso, vid. Jónatham F. Moriche, «¿Hacia una Extremadura sin izquierda?», El Salto, 28/09/2020

    [18] Sobre la trayectoria de las plataformas contra la despoblación, vid. Inés Amézaga y Salvador Martí i Puig, «¿Existen los Yimbis? Las plataformas de reivindicación territorial en Soria, Teruel y Zamora», Reis, 138, 04/2012; Lucía Pérez García-Oliver, «Movimiento ciudadano ¡Teruel Existe!: «quiero vivir… precisamente aquí», Revista PH, 98, 2019. Sobre la transformación de Teruel Existe en agrupación de electores, vid. Carlos Rotger Roca. «La irrupción de Teruel Existe en las Cortes Generales: análisis electoral del 10-N», TFG, Universitat de Girona, 2020

    [19] Aunque no es posible aquí profundizar debidamente en el asunto, es importante dejar constancia de la complejidad del que podríamos llamar campo político-campesino, que tiene como aspecto más visible a las organizaciones formales de representación del trabajo y la propiedad agraria y su relación con los partidos políticos (y a través de ellos, con los ayuntamientos, diputaciones, comunidades autónomas o instituciones de la administración general del Estado), pero comprende también todo un denso y heterogéneo entramado de instituciones públicas y privadas como cámaras agrarias, cooperativas de distinto grado, juntas gestoras de montes comunales y cotos sociales, entidades de desarrollo territorial, escuelas de capacitación agraria, patronatos de ferias profesionales o consejos de administración de entidades financieras con especial asiento en el sector. Basta chequear las trayectorias a través de esos ámbitos de muchas de las personalidades públicas más representativas del sector para comprobar cómo este campo político-campesino constituye un escenario formalmente muy diverso pero funcionalmente unificado de disputa y ejercicio del poder político –escenario en el que la izquierda transformadora juega hoy, casi huelga decirlo, un papel absolutamente irrelevante.

    [20] La afectación de macroproyectos energéticos a cotos de caza ha impulsado la participación de asociaciones cinegéticas en protestas como las de la comarca granadina de Baza-Caniles, vid. El Independiente de Granada, 06/06/2021, la campiña de Toro zamorana, vid. La Opinión de Zamora, 17/08/21 o la Hoya y la Ribera Alta valencianas, vid. Levante-EMV, 17/12/2020 y Levante-EMV, 12/09/21

    [21] Procede reseñar también el boyante negocio editorial del neorruralismo reaccionario representado por autores de ensayo o narrativa como J. D. Vance en Estados Unidos, Christophe Guilluy en Francia o Sergio del Molino o Ana Iris Simón en España, de menor impacto directo sobre la opinión pública pero que estercola eficazmente los argumentarios de políticos y comunicadores derechistas en su guerra cultural sobre el mundo rural y campesino.

    [22] Vid. Luis A. Camarero Rioja, «Los patrimonios de la despoblación: la diversidad del vacío», Revista PH, 98, 2019; Pablo Batalla Cueto, «Entre Walden y Puerto Hurraco: los vicios del neorruralismo», La Marea, 18/06/2021

    La imagen de cabecera es obra de Marta Endrino

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  • «Si metes todos los costes, difícil sería que el kilo de carne costara menos de quince euros» – Entrevista con Daniel, Azuaga

    «Si metes todos los costes, difícil sería que el kilo de carne costara menos de quince euros» – Entrevista con Daniel, Azuaga

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    [Esta es una de las entrevistas que realizamos en el marco del libro colectivo La conquista del espacio, que puedes descargar íntegro en pdf aquí, o ver poco a poco aquí].

    Soy de Azuaga, un pueblo en el sureste de la provincia de Badajoz. No he vivido siempre en Azuaga, estuve estudiando en Sevilla, hice biología. Luego me tiré unos años con trabajos varios. Volví porque se presentó la oportunidad, con los fondos europeos de promoción de creación de empresas, etcétera. Una conocida del pueblo me recomendó que lo pidiera y monté un laboratorio de consultoría agrícola en el pueblo. Ahora no lo uso nada, porque entre que se montaba y no se montaba empecé a asesorar a agricultores con temas de cultivos leñosos y seguí en eso. El laboratorio ahora lo utilizo como apoyo. Trabajo en temas de ahorro y racionalización de fertilizantes, una cuestión más ambiental que de laboratorio.

    Azuaga no llegará a ocho mil habitantes, pero va en caída libre. Es muy difícil trabajar en el pueblo, sobre todo si has estudiado algo, y casi todo el mundo se acaba yendo fuera. Mi grupo de amigos está casi entero aquí, y somos la excepción. Yo soy el único que trabaja en tema agrícola, el resto en servicios: uno es chapista, otro aparejador, otro informático que teletrabaja, hay un opositor… casi todo sector servicios. El pueblo es cabecera de comarca y, aunque eso no lleva a que tenga más servicios, sí que hay más trabajo en la administración. El hospital, por ejemplo, está en Llerena, que está más céntrica en la comarca. Los juzgados y demás también están allí. Nosotros tenemos un centro de salud, dos institutos de tamaño medio (en vez de uno, porque viene gente de los pueblos de alrededor). Un colegio, una guardería… Lo estándar. La gente de fuera viene aquí a comprar, hay Mercadona grande y otros comercios.

    Las comunicaciones con el entorno no son buenas, para ir a otros pueblos tiene que ser en coche, no te puedes desplazar de otra forma. Hay autobús a Córdoba, Badajoz y poco más, con malos horarios y de forma muy puntual. Hay algunos autobuses rurales para el médico y demás, pero prácticamente no queda nada de lo que había hace diez años. Además, no coinciden los horarios: si quieres ir a Llerena al hospital tienes que ir a primera hora en autobús y volverte por la tarde. El tren lo reclamamos porque nos conecta con el resto de España, pero como sistema de transporte interno no vale, son los autobuses lo que hay.

    Yo, por puro azar, tengo a mi grupo de amigos aquí. Ahora como hemos tenido la vacunación, aquí nos vacunan en plan vacunódromo y nos llaman a todos los de dos o tres años para el mismo día, y te encuentras a toda la gente de tu edad. Y no queda prácticamente nadie, aquello era desolador, veías a la gente que estaba para vacunarse de nuestra edad y a lo mejor estaba una décima parte de la gente que estuvo conmigo en el instituto. La gente se va a Sevilla, Madrid, Barcelona… más que a otras ciudades de Extremadura. Las capitales extremeñas absorben algo de población rural, pero hay mucha más gente que se va que la que se queda. Los que se quedan en capitales de provincia normalmente son funcionarios, la gente que ha hecho carrera o módulo se va a sitios con más oportunidades laborales.

    En el pueblo conozco a todo el mundo de mi calle, de nombre al menos. Con algunos tengo mucha confianza, con otros no tanta, pero conocerlos, los conozco a todos. En cuestión de equipamientos públicos, nos apañamos: hay parques, plazas, polideportivos (que tienen un coste, aunque son públicos). Te apañas. Cuando era más joven y jugábamos al fútbol te saltabas la pista del instituto. Es precario, pero te apañas. Eso sí, todo se construyó el los ochenta y noventa, y desde entonces está estancado. Si está habiendo cambios, está siendo como en todas partes que conozco (Badajoz, Madrid, Sevilla…): las plazas cada vez son más planas, con menos obstáculos, más terrazas… más comercializables.

    Respecto a mi trabajo, es todo rural, me tengo que mover en coche, desde el centro de Portugal hasta el centro de Andalucía, y por toda Extremadura. En los últimos tiempos se están dando dos procesos simultáneos respecto a la concentración de la tierra: por un lado aumenta el minifundismo porque el acceso a la tierra es imposible. Es inviable que alguien se plantee comprar tierra para establecerse como agricultor, es una locura. Por ejemplo, yo tengo una explotación agraria que no daría para que comiera una familia, tendré unas cincuenta y pico hectáreas. Para que coma una familia, si es cereal, te tienes que meter en las ciento cincuenta o por ahí. Mis cincuenta hectáreas deben pasar de coste el medio millón de euros largo. Es absurdo. Yo tendría que tener millón y medio de euros en tierra para sacar un sueldo de dos mil euros al mes. Hablo de secano cerealista. En ese sentido, es inviable. Nadie accede a la tierra de cero, viene todo de herencias. Pero sucede que las herencias se van partiendo, lógicamente, y ninguno de los hijos compra su parte a los hermanos para aumentar la tierra. Por ahí se va al minifundismo. Yo llevo muchísimas pequeñas explotaciones de gente que, aunque querría, no se puede dedicar al campo, porque han heredado 20 hectáreas y de eso no se puede vivir. Lo tienen como segunda actividad, eso es lo mayoritario. Y luego está el caso opuesto: gente que venía con un bagaje de tierras muy grande de atrás, y tiene unos ingresos muy muy bestias, sobre todo en tema PAC, y si hablamos de cereales, PAC son los ingresos: ahora mismo y desde hace tiempo, al precio que está el cereal, los gastos por los ingresos de venta se compensan y la PAC es lo que te llevas de beneficio. Así que si acumulas… tengo clientes con mil, mil quinientas hectáreas de tierra. Estamos hablando de que si tienes una PAC de doscientos euros son 200.000 euros todos los años, que te permiten comprar a todos los vecinos e ir creciendo. Se dan estos dos extremos.

    En frutales el rendimiento económico es mucho mayor, pero el riesgo es muy alto. Alguien que quiera vivir de los frutales necesita unas cinco o seis hectáreas, no hace falta tanto. A 35.000 euros la hectárea, más otros 15.000 en plantarla y meterla en producción… con unos 250.000 euros de capital invertido puedes empezar a andar. Pero en cada campaña le vas a meter fácil a esa finca 15.000 o 20.000 euros, y estamos hablando de poca superficie, para vivir muy precario. Si pierdes esa cosecha y no tienes aval detrás, no tienes segunda campaña. Así que nadie se mete en ese tipo de negocios si no tiene ya bastante capital.

    Esto ha cambiado mucho, ahora es más difícil vivir del campo. La finca mía mi padre nunca llegó a trabajarla, era mi abuelo el que era agricultor. Cuando la llevaba mi abuelo de esa finca vivían cuatro familias y ahora no llegaría a media. Esto se debe a que ha subido el precio de los insumos y ha bajado el que se paga por el producto. Antes casi todo eran costes laborales (que era el trabajo de la familia), y ahora el coste de semillas, abono, fitosanitarios, maquinaria, que tiene un coste brutal… te hace imposible que sea mínimamente rentable. Los agricultores de mi zona (que es muy productiva) que mejor lo hacen están sacando cien o ciento cincuenta euros por hectárea, con explotaciones muy mecanizadas. Más que eso es inviable. Si tienes 100 hectáreas te da 10.000 euros al año. Aparte de que en algún momento vas a tener que renovar el tractor y gastarte 60.000 euros.

    La maquinaria se tiene en propiedad. El alquiler funcionaría bien, porque es cierto que la amortización de la maquinaria es mala, porque la usas muy pocos meses al año. Pero no hay una red de alquiler medio en condiciones ni parecido. Hay gente que lo hace con empresas de servicios, gente que no es agricultor como tal, que ha heredado la tierra o no tiene tiempo, disponibilidad o conocimientos para subirse al tractor y que lo contrata a una empresa. Se lleva mucho tiempo hablando de poner maquinaria en común, algo como tractores comunales, pero nunca ha salido adelante, porque todos hacemos la siembra a la vez, y necesitas muchos tractores que luego no usas durante varios meses. En la cooperativa en la que yo estoy, por ejemplo, tiene su propia empresa de servicios entre comillas. Tiene maquinaria grande y puedes pedir que te hagan labores, te ponen ellos el tractorista, etcétera, porque dejar un tractor es delicado, más barato que con una empresa privada. Pero es lo más parecido que conozco.

    El tema de los tractores tiene el problema adicional de que hay un parque de tractores muy viejos, que no tienen cabina ni tienen arco de seguridad, entonces vuelcas y te aplasta. El tractor vuelca muy fácil. Como ese parque es muy antiguo, sigue ahí el problema. Y en general el tema de la seguridad en el campo es nula. Si lo comparas con lo que existe en entornos industriales y en el campo no hay nada. Nos seguimos metiendo debajo de los arados, levantas el arado y te metes debajo a cambiar la reja, y si falla el gato hidráulico te caen encima dos mil kilos con pinchos. De todas formas, el mayor riesgo en la salud del tema agrícola es el manejo de fitosanitarios. No tenemos buenas costumbres en el manejo de fitosanitarios. Yo soy bastante crítico con la gente que es muy antifitosanitarios, creo que tienen su utilidad y no podemos producir sin ellos ahora mismo, es inviable. Es lo que tiene el monocultivo, las enfermedades y las plagas se extienden como una mecha. Y no va a acabar el monocultivo porque nuestra alimentación está centrada en muy pocos productos, y los piensos para los animales más todavía. Pero el manejo de fitosanitarios es muy precario, no se formó a los primeros agricultores en cómo usarlos con seguridad y eso se sigue arrastrando.

    El paisaje no ha cambiado mucho en los últimos cincuenta años, cambió antes, hace ochenta o cien. Mi zona, como casi toda Extremadura, era todo dehesa, que se deforestó con la primera maquinaria de vapor que llegó, que permitía ir arrancando encinas y las que arrancabas las echabas de combustible y seguías arrancando. Eran máquinas que venían de Sevilla y seguían haciendo la campaña de arranque hasta Castilla y León. Lo que quedaba se arrancó en los años de la posguerra para tener más tierra de cultivo en los años del hambre. Antes había mucha variedad. Mi finca era en torno a un tercio viña, un tercio olivo y un tercio cereal, y en la posguerra se arrancó todo lo que era olivo y viña, quedó un huertecillo para la familia como quien dice y se puso todo de cereal porque había que conseguir trigo y harina para que la gente comiera. Desde entonces todo sigue igual, la rotación de cultivos que pueda hacer yo y la que pudiera hacer mi abuelo es básicamente la misma.

    De todas formas, y aunque alguna vez me lo he planteado, no querría vivir en otro sitio. He vivido mucho tiempo en una ciudad, y la calidad de vida que tengo aquí no la tengo allí. El coste de los servicios siendo medianamente joven en una ciudad es inasumible. Me planteo cuánto tendría que ganar en una ciudad para tener lo que tengo aquí: para tener una casa igual, bueno, no igual porque eso no existe, sería una mansión, pero para pagarme una vivienda de sesenta metros cuadrados, coche, comida, ocio como tengo aquí… con menos de tres mil y pico euros al mes no puedes. Prefiero vivir en el pueblo. El ritmo de vida es mucho más razonable. Agradezco tremendamente que si empiezo a trabajar a las siete y media, me levanto a las siete y cuarto. Eso no tiene precio. Puedo salir con mis amigos a tomar una cerveza todos los días después de trabajar, charlar un rato, irnos a casa. Eso da calidad de vida. Y lo que a mí me falta en el pueblo, que habrá gente que le dé más igual, es un poco de agenda cultural, pero la tengo fuera. Voy un fin de semana a Sevilla, lo que sea. Tengo a la misma distancia, hora y media, Sevilla y Badajoz. Córdoba está más cerca, está a una hora, pero yo estudié en Sevilla y tengo más tirón por Sevilla.

    El cambio climático es una preocupación más aquí. Continuamente tenemos fenómenos atmosféricos un poco extraños: olas de calor, olas de frío… este verano estaba todo el mundo comentando que no había hecho nada de calor, y de repente tuvimos una semana de cuarenta y pico grados que no podíamos estar en la calle, una locura. Eso es la anécdota, claro, el cambio climático no lo percibes tan fácilmente. En el tema agrícola no tengo muy claro cómo va a evolucionar la cosa, probablemente haya cultivos que dejen de resembrarse porque dejen de ser rentables. Por ejemplo el girasol tolera muy mal los golpes de calor durante su ciclo, no aguanta golpes de calor de mayo a julio, y actualmente los estamos teniendo. Según se den cuenta los agricultores de que tienen años limitados de cosecha de determinados cultivos por un motivo u otro, irán abandonado esos cultivos e irá cambiando el paisaje. No es algo que vayamos a ver de un día a otro, pero sucede y está sucediendo.

    Se habla mucho de la PAC y de su influencia en los cultivos, pero la PAC funciona principalmente por superficie, no por cultivo. Hay unos complementos por tipo de cultivo y demás, pero no es lo principal. En general lo que se supone que valora la PAC es que tú haces custodia del territorio, entre comillas, y se da por hectárea, se dedique a lo que se dedique y produzca más o produzca menos. Sí que es cierto que hay cultivos que están bonificados, por ejemplo las oleaginosas, las plantas para producir aceite, principalmente la colza y el girasol. El cereal no está bonificado, y los guisantes, habines, garbanzos están todos bonificados, casi todo para consumo animal. Las leguminosas tienen un plus en la PAC que creo que eran cuarenta y cuatro euros. Esta subvención se les da porque tienen proteínas y se utilizan en pienso, para no depender de la soja americana, argentina y brasileña. En general, una cosa de la que la gente no se hace a la idea es que el 90% de la producción agrícola va para pienso, no va para alimentación humana. La gente ve los campos de trigo y dice, mira para pan, y la cebada para cerveza, y qué va qué va, esa cebada va para pienso, y ese trigo va para pienso, y para pan van cantidades mínimas. Mi zona es la de más producción de cereal de Extremadura, y yo no sé de nadie que entregue para consumo humano. Las cooperativas tienen todas molino de pienso y hacen pienso y lo reparten a los ganaderos. Yo siembro algunos garbanzos para consumo humano, pero eso lo hacemos cuatro.

    Los macromataderos son también una de las principales fuentes de trabajo del pueblo. En mi pueblo tenemos tres macromataderos, principalmente de porcino ibérico o mezcla, pero cada uno da entre cincuenta y ciento cincuenta puestos de trabajo, que son otras tantas familias, y eso en un pueblo se nota una barbaridad, son los centros de trabajo más grandes del pueblo.

    Luego están las renovables que se están implantando en toda la zona. Los precios que se mueven son surrealistas. Normalmente juegan con el alquiler, durante equis años se quedan la finca, luego te dejan la finca destrozada y tienes que meter una pasta para que vuelva a ser útil la finca. Pero no compran, alquilan a precios desorbitados. Pagan más de lo que les costaría comprar la finca, serán cosas contables, pero es así. Muchas veces esto se está haciendo en tierra de regadío, tierra que ya se ha transformado a regadío.

    Aquí no está pasando, en comarcas de alrededor sí, pero en el pueblo no. Lo que está pasando en toda Extremadura es increíble, la transformación de todo el paisaje por las placas solares está siendo brutal. Hay mucha gente trabajando en eso, son ETTs enormes, emplean a mucha gente montando placas solares. Pagan relativamente bien, mil quinientos, dos mil euros. Trabajo relativamente duro, pero no más que la obra, te tienen año y medio, cogen a cien del pueblo, prometen diez puestos de mantenimiento fijo, los cien del pueblo trabajan un año, se acaba la obra, nadie se queda de mantenimiento y a tomar por saco.

    Volviendo a la ganadería, una cosa más: casi todo esto es cuestión de qué modelo de sociedad queremos. Habría que pensar si tiene sentido, para pagar el cerdo a cinco euros el kilo en vez de cinco y medio, si tiene sentido montar granjas sin trabajadores. Probablemente el coste social sea mucho más alto que el beneficio que ofrece. La ganadería a pequeña escala es un sustento en pueblos pequeños brutal. En la zona a nuestro alrededor hay pueblos que viven de explotaciones porcinas, de ovejas, a nivel familiar, y es rentable, va bien. Eso se va a acabar en cuanto se permitan explotaciones muy bestias, que no tiene ningún sentido. Una persona que trabaja conmigo tiene su granja de cerdos, tiene sus inspecciones, va la veterinaria, es bastante estricta, eso con uno que saca 20.000 euros al año de la explotación. Pero ¿con una explotación que saca un millón de euros al año? ¿Cómo de fácil es que esos controles empiecen a fallar? Por una cuestión de escala y de mandar a alguien que cobra mil euros que acaba de salir de la carrera a una explotación de alguien que factura un millón de euros y a la que le puedes paralizar el negocio en cualquier momento, y de la que depende gente del pueblo, etcétera. Es complicado. Con empresas como El Pozo y demás, hay un modelo que se está imponiendo, que te dan los lechones y tú los engordas, te ponen ellos todos los veterinarios, todo. Es poco rentable, pero cada vez es más común.

    El tema de consumo de carne: es un problema, y va a serlo más cuando el resto del mundo, como tienen derecho, quieran comer como nosotros. Hay que plantearse que nivel de consumo es razonable, e ir a esos niveles, no con políticas restrictivas, que no van a funcionar ni va a aceptar nadie, pero sí pensar cómo. Se produce carne barata porque existe la PAC. El principal objetivo económico de la PAC es que produzcamos cereal a precio de coste y que el pienso valga dos duros. Habría que meter en el precio de la carne los costes reales que tiene. Igual no todos, porque podíamos llegar a una situación de pobreza alimentaria (si metes todos los costes, difícil sería que el kilo de carne costara menos de quince euros), pero habría que ir metiendo algunos costes, empezando por el precio de los cereales. La Unión Europea, poco a poco pero bien, se está centrando en que la PAC vaya a la protección medioambiental en vez de a la producción. Ahora mismo estamos produciendo productos agrícolas bastante caros porque el mercado los absorbe porque están subvencionados, pero el día que los vendiéramos a lo que vale no podríamos competir con la deforestación del Amazonas, ni con lo que se produce en las grandes llanuras de Argentina.

    La ilustración es de Adara Sánchez Anguiano.

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  • La conquista del espacio

    La conquista del espacio

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    [En diciembre de 2021 publicamos de un librito titulado La conquista del espacio, en el que intentamos dar unos apuntes sobre los problemas que rodean el reparto del espacio en nuestro entorno y algunas líneas sobre hacia dónde podría ser interesante mirar y qué luchas van a definir nuestra relación con los alrededores en los próximos años. Este texto es la introducción, a la que seguirán, en este enlace, el resto de artículos y entrevistas que componen el volumen. El conjunto puede descargarse libremente aquí].

    Llevamos ya un tiempo rondando a lo que, a falta de una forma de consenso, podemos llamar transición ecológica, o ecosocial si se quiere ampliar el foco. Entendamos esto como el conjunto de tareas necesarias para pasar de una sociedad basada en el consumo ingente de recursos, y en concreto de combustibles fósiles, y que convierte dicho consumo en desigualdad humana y degradación ecológica a una sociedad más justa, donde la mayoría de energía consumida provenga de fuentes renovables y cuyo impacto en la biosfera sea mucho menor. Luego los detalles ya los pone cada uno.

    No es que antes no se hablara de ello, pero está claro que el tema y el concepto pasaron al mainstream no más tarde de junio de 2018, con la creación de un ministerio supuestamente dedicado por completo a tal tarea. Luego vino la pandemia, y la oportunidad de salir mejores de ella que, de momento, se está concretando en la asignación de miles de millones de euros en fondos de recuperación y digitalización. Esta es, a nivel europeo y estatal, la primera manifestación del asunto.

    No ha tardado mucho en ser evidente que la transición ecológica es una tarea tan política como técnica, como mínimo. Salvo para los más fervorosos defensores de la tecnología como entidad independiente de la sociedad, es obvio para cualquiera que las decisiones de cómo, dónde y para qué y quiénes se producirá la energía que debe sustituir a la fósil es una decisión política. Esto mismo es válido para cuestiones centrales a nuestras vidas tales como qué vamos a comer, cuánto y en qué vamos a trabajar, dónde vamos a vivir, cómo nos vamos a mover de un sitio a otro. Las respuestas a estas preguntas son variadas e importantes, pero hay al menos una cosa –probablemente haya más–  que tienen en común: todas tienen que ver con el espacio, su uso y su reparto.

    España tiene la particularidad de ser un país poco densamente poblado (84 hab/km2 frente a los 106 de la UE) pero con algunas de las regiones más densas de Europa. Gran parte del territorio estatal es un desierto demográfico (menos de 12,5 hab/km2) y el precio de vivir (de alquiler o en propiedad) en las ciudades está cada vez más lejos de lo que un trabajador medio puede permitirse. La energía se produce, en general, en sitios alejados de donde se consume: comunidades autónomas como Extremadura producen un 400% de la energía que necesitan, mientras que en la Comunidad de Madrid el 97% de la electricidad es importada de otras regiones. Los problemas de propiedad y reparto de la tierra llevan siendo endémicos desde hace siglos y las soluciones intentadas por unos y otros actores han ido de las tecnocráticas y supuestamente modernizadoras de las sucesivas desamortizaciones decimonónicas, a la colectivización de tierras por parte de los trabajadores en los años treinta, sin olvidar el levantamiento armado fascista y la adhesión a la política agraria común.

    A finales de 2021, la importancia del espacio es más evidente que nunca: casi todos nos hemos visto obligados a estar metidos en casas que a duras penas son aptas para la vida en condiciones normales y se han mostrado insuficientes para estar casi dos meses entre sus paredes. Cuando por fin pudimos salir, disfrutamos de ciudades y pueblos casi sin coches, en las que de repente tardábamos menos en desplazarnos a los sitios porque podíamos ir por donde queríamos, no por donde nos dejaban los vehículos. Los parques se convirtieron en lugares de encuentro multitudinario –cuando nos dejaban; los más pequeños y sus acompañantes no olvidarán las exageradas restricciones al uso de los parques infantiles, improbable fuente de contagio, durante más tiempo del razonable– y, durante unas semanas y en medio de la tragedia, vislumbramos la posibilidad de vivir de otra forma. Poco después volvió la normalidad, y vimos que no era buena. Pero era.

    Mientras, otro cambio casi igual de rápido pero más profundo se estaba produciendo a kilómetros de las ciudades: a medida que se negociaban y liberaban fondos europeos para fomentar la recuperación de la economía, surgían como setas fuera de temporada campos de placas solares, bosques de turbinas eólicas. Agricultores que llevaban años peleando por sacar un sueldo de su terreno veían cómo les caía del cielo una cantidad de dinero con la que no habrían soñado meses antes, ayuntamientos eternamente cortos de fondos recibían una oportunidad de sanear las cuentas y construir nuevos equipamientos. Como si fuera Arizona en 1895, las grandes extensiones despobladas de la España interior se volvían valiosas, fundamentales para los planes de limpieza del sector energético.

    De repente, el espacio no es suficiente, ni en la ciudad ni en el campo. Aparecen indicios de que cualquier proceso de transición ecológica va a tener como uno de sus ejes centrales la disputa por el espacio. Este pequeño volumen tiene como objetivo contribuir en la medida de lo posible a enmarcar y hacer avanzar esta disputa hacia posiciones que, consideramos, son beneficiosas para la mayoría. Ayudar, dentro de nuestras posibilidades, a la conquista del espacio.

    En este momento tenemos más dudas que certezas sobre cómo puede y debe producirse esta conquista del espacio, así que hemos empezado por pedir a gente que sabe más que nosotros que contextualice el problema, atendiendo a tres ejes que nos parecen importantes y, en algunos casos, poco trabajados dentro del debate ecologista. Uno de ellos es el ya mencionado asunto de la recepción en los pueblos del boom de las renovables, a cargo de los periodistas Mª. Ángeles Fernández y Jairo Marcos. Otro, el de la caza y la inmensa cantidad de espacio que le está reservada en nuestra ordenación territorial. Daniel Cabezas, periodista especializado en derechos animales, traza una completísima panorámica sobre las diversas aristas de este problema. Por último, Jónatham Moriche aborda la disputa ideológica: dónde estamos políticamente y con qué mimbres contamos para establecer un frente común en la que la mayoría pueda ganar, frente a las diversas estrategias reaccionarias que nos encontramos día tras día.

    Además de estos tres textos, hemos entrevistado a una serie de personas, habitantes de zonas urbanas y rurales, para que cada una aporte su punto de vista sobre cómo es su vida, cómo podría mejorar en un contexto cambiante, cómo afecta a su trabajo y entorno el cambio climático… No se trata, ni mucho menos, de un trabajo exhaustivo ni sociológicamente riguroso, sino de una primera contribución –por nuestra parte, claro, hay otros grupos y estudiosos que llevan años trabajando en esto– al trazado de un mapa que pueda orientarnos en la búsqueda de un espacio en el que, idealmente, quepamos todos.

    No queremos acabar esta introducción sin mencionar algunas de las dudas que seguimos teniendo y de las líneas que nos parecen prometedoras de cara al futuro. Sin duda, el problema principal es uno que recorre todos los planes para hacer frente al cambio climático: cómo hacer que la mayoría –y esto no es la mayoría de los que viven en los centros de poder urbanos, ni siquiera la mayoría de los que vivimos en el estado español, sino la mayoría de los seres vivos del planeta o, al menos y en primera instancia, la mayoría de la humanidad– viva mejor, a la vez que renunciamos a cierta comodidad material.

    Porque de renuncia a la comodidad material hablamos cuando hablamos de usar menos el coche, e idealmente hacerlo desaparecer del centro de las ciudades –no así de territorios aislados en los que el transporte público no va a poder dar una respuesta completa a las necesidades de los habitantes–. O también cuando hablamos de reducir el consumo de carne, quizá empezando por reflejar en su precio el coste total de sus impactos ambientales. Pero no son los ciudadanos los que tienen que hacer la mayoría de las renuncias: empecemos, quizá, por impedir la operación de esas factorías de beneficio y sufrimiento que son las explotaciones ganaderas intensivas, espejismo de trabajo para zonas deprimidas, pese a que sus efectos negativos en la población estén más que demostrados y a que su viabilidad futura sea más que dudosa. También podemos hablar de la necesidad de adecuar la instalación de proyectos de energía renovable a las necesidades, si no de la zona, sí de la región en un sentido más amplio. Si esto implica que las grandes empresas eléctricas tengan que invertir en suelo más caro cerca (o encima) de las ciudades, en vez de en territorios en los que resulta irrisoriamente barato instalar campos de placas fotovoltaicas, sea.

    Pero estas renuncias no tienen por qué redundar en una vida peor, al revés. Si los enmarcamos en un proyecto más amplio en el que llevemos lo mejor de los pueblos a las ciudades, y lo mejor de las ciudades a los pueblos, puede redundar en vidas mejores para todos. Por ejemplo, la renuncia al coche en las ciudades debe ir acompañada de la recuperación para todos de gran parte de las inmensas avenidas que ahora mismo tienen un uso privativo. A todos beneficiaría la ganancia de espacio, donde la vegetación debería estar mucho más presente que ahora mismo, para pasear, vivir, jugar, plantear nuevos equipamientos –huertos públicos, talleres de reparación de bicicletas, cosotecas– y facilitar el acceso a los ya existentes. Tampoco tiene sentido, en un mundo que tendrá mejor transporte público pero en el que la mayoría no dispondremos de coche para movernos a nuestro antojo, la construcción de enormes urbanizaciones residenciales a kilómetros del centro de salud o colegio más cercano. Habrá que dotar de servicios a esas zonas, para que funcionen como pequeños pueblos, no como absurdos apéndices de grandes ciudades con las que apenas tienen relación. Pero no solo se trata de ganar espacio, también de transformarlo: aunque es cierto que hay ciudades que nunca podrán producir tanta energía como consumen, sí que es necesario hacer un esfuerzo por intentar cerrar esa brecha, de forma que la relación de los centros urbanos con la periferia rural deje de ser, hasta donde se pueda, extractivista. Esto tiene dos partes: descenso de la demanda –que, en las ciudades, podrá tomar la forma de reducción de la actividad industrial y comercial y de mejora de la eficiencia energética, principalmente mediante el mejor aislamiento de las viviendas– y aumento de la oferta: instalación de fuentes de energía renovable en todos los sitios en que sea posible. Placas solares en tejados, miniturbinas eólicas en puentes de la autopista, microcentrales hidroeléctricas en cada salto de agua donde se puedan poner. En cuanto a la alimentación, de nuevo nos encontramos con la imposibilidad de alimentar a grandes poblaciones con lo que se puede producir en su entorno, pero esta brecha también hay que cerrarla. La disminución del tráfico rodado hace más atractiva la posibilidad de huertos urbanos, que no estarían sometidos a la incesante exposición a metales pesados y demás contaminantes salidos de los tubos de escape; la introducción de dietas ricas en vegetales facilita que estas puedan satisfacerse en mayor medida con productos cultivados en el entorno urbano. Aquí las instituciones públicas tienen que dar ejemplo, fomentando la adopción de dietas bajas en carbono –tanto en producción como en transporte, es decir, verduras y legumbres de kilómetro cero– en todos los comedores sobre los que tengan influencia directa.

    Los problemas en los pueblos son otros: falta gente, motivos para quedarse, equipamientos que hagan la vida mejor… Muchas de las opciones laborales hemos visto que tienen los días contados –ganadería industrial, industrias fuertemente extractivas donde las hay–, y lo que se propone, la invasión de renovables, no da tanto trabajo como prometen las promotoras. Sin embargo, de aquí puede salir una oportunidad: además de que es imprescindible que la implantación de renovables se haga de forma ordenada y no invasiva, es de justicia que los inmensos beneficios que la electricidad de estas fuentes producen debido al funcionamiento de nuestro sistema eléctrico se queden, principalmente en los lugares que están sacrificando tierras, paisajes y en muchos casos, biodiversidad para producirla. Idealmente, esto podría hacerse mediante la titularidad pública o colectiva de los medios de producción de energía: turbinas eólicas o campos de fotovoltaica cuya gestión pase directamente por los vecinos de cada pueblo. O, si esto no fuera posible –y por posible queremos decir políticamente posible; a estas alturas debería quedar claro que las dificultades técnicas en este campo son muy inferiores a las políticas–, que las compañías eléctricas paguen un fuerte canon que revierta directamente en el territorio y sus habitantes. Esto para empezar a hablar. Este canon podría complementar las inversiones públicas dedicadas a mejorar el transporte público, el acceso a la educación y la sanidad, e incluso permitir la creación de empresas municipales o comarcales que crearan oportunidades laborales en el territorio y que disminuyeran la necesidad de emigrar a ciudades de mayor tamaño.

    Aparte del consumo de energía, hay otro asunto que liga directamente pueblos y ciudades: la propiedad de la tierra. En España hay una inmensa cantidad de hectáreas propiedad de terratenientes que no viven ni cerca de ellas. Fincas enormes, dedicadas al ganado, al cereal o la caza, de las que solo se extraen rentas y que suponen restricciones a la libertad de movimiento de los ciudadanos, pues en muchos casos ni siquiera se respeta el derecho de paso que por ley deben permitir los propietarios de la tierra. No descubrimos nada nuevo si hablamos de este problema de los propietarios ausentes que poseen más suelo del que nadie puede necesitar. Lleva siendo uno de los asuntos pendientes del campo español desde hace cientos de años, y la solución más justa y sencilla sigue siendo la que intentaron los jornaleros extremeños en 1936: arrancar la tierra de manos de sus multimillonarios dueños y ponerla al servicio de la mayoría. No es una idea nueva, pero sigue siendo una buena idea.

    En resumen: si queremos ser capaces de hacer frente a la crisis ecosocial de la forma más justa posible, urge cerrar la brecha entre campo y ciudad –urbanizar el campo y ruralizar la ciudad, si se quiere– tanto en lo referente a servicios y derechos como a conquistar el espacio necesario para vivir bien. El presente volumen es nuestro pequeño y muy preliminar aporte a este proceso.

    La ilustración que acompaña a esta imagen (y al librito) es obra de Virginia Argumosa de Póo.

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  • Entrevista con Sonja Giese, de DIE LINKE: «No hay protección del clima sin justicia social y no hay justicia social sin protección del clima.»

    Entrevista con Sonja Giese, de DIE LINKE: «No hay protección del clima sin justicia social y no hay justicia social sin protección del clima.»

    P. Gracias por dedicar tu tiempo a hablar con nosotros, Sonja. Para empezar, ¿podrías presentarte y contarnos en qué estás trabajando hoy en día?

    Me llamo Sonja Giese, y las palabras de moda marxista-feminista, ecosocialista e hija de trabajadores resumen más o menos mi identidad política. Me ocupo de la comunicación de La Izquierda desde hace muchos años, tanto a nivel nacional como europeo. Como responsable de prensa del Grupo de la Izquierda en el Parlamento Europeo, actualmente me ocupo sobre todo de la política medioambiental, los asuntos económicos, las cuestiones fiscales y los temas relacionados con los derechos de la mujer.

    P. El próximo acontecimiento del que todo el mundo está hablando es, por supuesto, las elecciones alemanas del 26 de septiembre (2021). Las elecciones en EE.UU. siempre se sienten un poco como «elecciones imperiales», en el sentido de que tienen una profunda influencia en todos nosotros, pero sólo una pequeña minoría puede votar en ellas. Las elecciones alemanas podrían ser lo más parecido a eso en Europa. Merkel está fuera, y parece que los conservadores también estarán fuera del poder por primera vez en más de 15 años. ¿Cuáles son sus expectativas, tanto en general como para tu partido, DIE LINKE?

    El primer gobierno post-Merkel decidirá cómo será Alemania después de la pandemia: ¿seguirá creciendo la desigualdad social haciendo que la clase trabajadora vuelva a asumir los costes de la recuperación? ¿O se gravará por fin a los ricos como es debido y se renovará y reforzará el Estado del bienestar? DIE LINKE apoya sistemáticamente a los movimientos sociales y sabe que el cambio radical no viene necesariamente de los votos en el parlamento, sino de la presión de las calles. Y es un cambio radical lo que se necesita ahora.

     

    P. Tanto si acaban perdiendo el poder como si no, los conservadores parecen bastante más débiles que antes. ¿Crees que esto se debe principalmente al candidato que eligieron, o crees que es un reflejo de un cambio más profundo? ¿Cuál es tu sensación sobre el terreno, está Alemania entrando en un verdadero giro a la izquierda?

    Me temo que esto se debe a su candidato, que es visto como una copia mala de Merkel y no a un giro a la izquierda causado por la realidad demográfica. Sí que vemos, sin embargo, crecer a toda una generación muy preocupada por el cambio climático y la justicia social. Los próximos días serán decisivos, dado que el cuarenta por ciento de los votantes aún no saben a quién van a votar.

     

    P. Hablemos de perspectivas. A nivel nacional: ¿qué crees que es lo más urgente que hay que abordar?

    Gravar a los ricos. Subir el salario mínimo a 13 euros. Limitar el precio de los alquileres. Un fondo de pensiones común para todos. Acabar con el carbón: la última central eléctrica de carbón debe ser retirada de la red antes de 2030.

     

    P. En Alemania hay una tradición muy consolidada de gobiernos de coalición, en claro contraste con España, donde acabamos de tener el primero en casi 80 años. ¿Cuál es tu perspectiva sobre un posible gobierno de coalición de centro-izquierda? ¿Qué crees que podría conseguir de forma realista? ¿Y querría DIE LINKE estar en un gobierno así?

    Un gobierno de centro-izquierda con los socialdemócratas, los verdes y la izquierda podría aumentar inmediatamente el salario mínimo, reintroducir el impuesto sobre el patrimonio y detener los nuevos despliegues en el extranjero de las fuerzas armadas federales. DIE LINKE estará a bordo de cualquier gobierno que conduzca a mejoras reales para una gran mayoría de la población, así como para la protección del clima. Creo que las bases de los socialdemócratas y los verdes apoyarían un gobierno así, pero sus dirigentes no.

     

    P. Hace unos meses parecía que los Verdes podrían ganar las elecciones. Ahora eso parece muy lejano. Me dicen personas con experiencia en la política alemana que esto ocurre a menudo (una breve subida antes de las elecciones, seguida de una caída). En cualquier caso: ¿cuál crees que es su papel? ¿Hay áreas en las que crees que pueden cooperar con ellos?

    Las encuestas son muy manipulables, la fidelidad de los votantes ha disminuido. Los Verdes se benefician de una imagen positiva que hace que uno se sienta bien. ¿Quién no estaría a favor de una mayor protección del medio ambiente? Pero mientras Los Verdes no dejen claro si están del lado del capital o del lado del pueblo, seguirán siendo un factor de incertidumbre para los partidarios de un gobierno progresista. Estratégicamente es sencillo: si quieres que los conservadores se vayan del poder, tienes que votar a la izquierda. Es el único partido que garantiza no formar una coalición con los conservadores.

     

    P. Alemania tiene un papel crucial en Europa. Durante mucho tiempo han sido percibidos por muchos como uno de los principales garantes de una cierta ortodoxia económica, y de un cierto inmovilismo político. ¿Crees que algo podría cambiar con un nuevo gobierno? ¿Cuál debe ser el papel de la Unión Europea? ¿Es posible reorientarla hacia objetivos sociales y medioambientales ambiciosos?

    He vivido 13 años en Bélgica y, tras seis años en Alemania, estoy de nuevo en Bruselas. Durante este tiempo, el gobierno federal en Bélgica cambió once veces; en Alemania, estaba Angela Merkel. Mi impresión personal es que muchos alemanes tienen miedo al cambio, y después de una eternidad bajo el gobierno de Angela Merkel, mucha gente ha perdido la fe en que un cambio radical sea posible.

    El primer gobierno post-Merkel no debe repetir los errores del pasado. Los países llamados PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia, España) nunca olvidarán cómo el ministro de Finanzas alemán Schäuble destruyó sus estados de bienestar, hundió a la sociedad en la pobreza y vendió servicios y activos a inversores privados. La UE no puede ser transformada en una unión social progresista por un solo Estado. Pero el principio de unanimidad sigue prevaleciendo en la política exterior y de seguridad o en los asuntos económicos y monetarios. Europa corre el riesgo de romperse, pero Alemania sigue bloqueando acciones decisivas contra los especuladores de los mercados financieros que apuestan por la ruina de un país europeo. Se necesitan eurobonos, por ejemplo. Hay que cambiar el Acuerdo Verde Europeo para que sea social. No hay protección del clima sin justicia social y no hay justicia social sin protección del clima.

     

    P. Hablemos del cambio climático, más concretamente. Este verano varios países de Europa, entre ellos Alemania, han sufrido inundaciones devastadoras. También ha habido incendios forestales masivos, olas de calor, olas de frío, los huracanes en la costa atlántica son una realidad creciente… Por otro lado, en los últimos años se ha producido un aumento del interés y el activismo en torno a esta cuestión, y los movimientos sociales y los políticos electos se centran cada vez más en la búsqueda de soluciones. ¿Cómo influye el cambio climático en las próximas elecciones? ¿Ha sido un tema importante, o los debates se han centrado en otras cuestiones más habituales? ¿Es un tema que tu partido considera estratégico? ¿De qué manera crees que su perspectiva puede ofrecer soluciones al respecto que otros partidos de centro-izquierda (SPD, Los Verdes) no pueden?

    El cambio climático es uno de los temas más importantes para la gente en Alemania. Todos los partidos políticos lo abordan en sus programas y discursos. La izquierda (DIE LINKE) ha adoptado el programa más radical contra el calentamiento global. Nuestro enfoque es diferente al de los demás partidos. Sabemos que las grandes empresas tienen como objetivo el beneficio y no la protección del clima o los salarios dignos. Dos tercios de la contaminación mundial por CO2 son causados por sólo 100 grandes empresas. No pedimos que paguen los ciudadanos, sino los contaminadores. Queremos un cambio de sistema social y ecológico. Esto sólo puede lograrse con objetivos firmes para la industria y con inversiones en infraestructuras públicas y respetuosas con el clima, como la ampliación del ferrocarril. En lugar de utilizar el dinero de los impuestos para apoyar a las industrias que dañan el clima, los fondos deben fluir hacia puestos de trabajo respetuosos con el medio ambiente y preparados para el futuro.

     

    P. A nuestro colectivo le gusta centrarse en las posibilidades reales que tenemos de cambiar las cosas, de mejorarlas, sin olvidar nunca la gravedad de la situación. Hacer que la esperanza sea posible y no que la desesperación sea convincente, como decía Raymond Williams. Pero la esperanza no es algo que se tiene, es algo que se hace, más un hábito que una cosa. Entonces: ¿cómo se hace la esperanza? ¿Dónde ves las mejores oportunidades en los próximos años para cambiar las cosas en beneficio de la gran mayoría?

    Hum, la esperanza. Supongo que debo ser una persona esperanzada si sigo motivada después de más de 15 años en la política de izquierdas (risas). Es el sentimiento de impotencia lo que hace que la gente no tenga esperanza. Lo único que ayuda contra la impotencia es actuar, no solo, sino juntos. Por eso, lo que hace DIE LINKE cuando se centra en la organización es lo correcto. Actualmente tienen mucho éxito en Berlín, donde movilizan a la gente para que defienda sus derechos y luche por la socialización de las grandes empresas inmobiliarias. La iniciativa ciudadana «Deutsche Wohnen & Co enteignen» ha movilizado a decenas de miles de personas y DIE LINKE desempeña un papel vital en su activismo. Un partido de izquierdas debe ser igualitario, a todos los niveles. No debe hacer política para el pueblo, sino con él.

    La ilustración de cabecera es «Wavy Brushstrokes», de Sol LeWitt (1928-2007). 

  • Los Verdes: de momento ni sí ni no

    Los Verdes: de momento ni sí ni no

    Por Wolfgang Harich.

    Nota de Andreas Hayer, editor de las obras completas de Wolfgang Harich: Este artículo lo redactó Harich posiblemente durante el verano de 1980 (en el texto menciona el 10 de julio). A finales de ese año debía aparecer en un volumen sobre argumentos a favor y en contra de Los Verdes. No he podido encontrar esta publicación ni confirmar su existencia. El manuscrito comprende cinco páginas a máquina de escribir con algunas modificaciones a máquina, que, como es habitual, han sido tomadas como la última versión.

    * * * * *

    Este libro, al que se me ha invitado a contribuir con un artículo, será, pese a todas las afirmaciones de objetividad del editor, un libro en general contra el partido de Los Verdes. El esquema “a favor-en contra” sobre el que ha de construirse este libro garantiza en cualquiera de los casos ya un 50% de contrarios a Los Verdes. Pero como quiera que las voces a favor reflejarán posiciones tan diferentes (como la opinión del comunismo de Herbert Gruhl[1] y la mía, en el caso de que participe), se sugiere al lector que delante suyo tiene una multitud abigarrada y enfrentada entre sí que no puede tomarse seriamente.

    ¿Se espera realmente que contribuya a ello sin pensarlo? ¿Estoy contribuyendo a un patético esfuerzo de mi profundamente odiado pluralismo, que otorga las mismas oportunidades a la mentira y, en el mejor de los casos, al error que a la verdad?

    Estoy a favor de Los Verdes, en especial por quienes se organizan políticamente de manera autónoma. En su partido veo una necesidad que vinculo a grandes esperanzas. Si por mí fuese, por lo que a mí me gustaría, les ayudaría a aumentar su influencia y poder sobre la inmensa mayoría de los alemanes de la República Federal. Que partidarios de corrientes extraordinariamente diferentes, con frecuencia opuestas, acudan a él, es, me parece a mí, algo que habla a favor de este partido: por la importancia para la supervivencia de sus objetivos, y, por motivos similares, por su potencialmente amplia fuerza integradora, que, sin embargo, por esos mismos motivos también sólo pueden afianzarse bajo enormes dificultades, en un proceso repleto de reveses y conflictos, con recursos provisionales como “el consenso de mínimos” o la “unidad en la pluralidad”.

    Toda comparación con pequeños partidos anteriores, que allí vienen y van, está fuera de lugar. El GVP,[2] por ejemplo, pasó a ser irrelevante tan pronto como se hizo evidente que todos los esfuerzos por restaurar la unidad de Alemania no tenían ninguna perspectiva. El BHE[3] pasó a ser superfluo en la medida en que en se integró en la República Federal a los desplazados. En la historia pasada de la CDU, la prehistoria del DP[4] encontró finalmente un cómodo refugio. Los Verdes son algo completamente diferente: en vez de ocuparse de cuestiones y dificultades efímeras lo han hecho con los problemas del milenio. Se han presentado para protegernos de catástrofes mundiales como la historia nunca antes ha conocido. Y porque posiblemente posiblemente ya viven entre nosotros las últimas personas cuya existencia misma está amenazada por estas catástrofes, son sobre todo los jóvenes intelectuales quienes acuden en masa a Los Verdes. Esto no puede cambiarse.

    De continuar inexorable esta tendencia, aumentará constantemente hasta que la autodestrucción del homo sapiens sea detenida o se complete. Como el mayor peso de las tareas que Los Verdes se han impuesto se encuentra en el terreno extraparlamentario, apruebo de igual modo que participen en elecciones parlamentarias y no las utilicen solamente para hacer oír sus puntos de vista, sino que traten de irrumpir también en los parlamentos para, desde sus tribunas, llevar a cabo una tarea de pedagogía de masas ecológica, y, en la medida de las posibilidades, la aprobación de mejores leyes, como lobby especialmente de las generaciones futuras.

    Todo esto es algo que valoro mucho. Ahora bien: si tiene sentido en un caso concreto o no es algo que debe repensarse de nuevo a cada vez. El 7 de octubre en Bremen y el 16 de marzo en Baden-Württemberg tenía sentido. Tenía sentido también antes, en las elecciones directas al Parlamento Europeo, en la medida en que allí podía dejarse claro que los diputados, por ejemplo, de los radicales italianos, no podían apoyarse solamente en sus electores nacionales, sino en millones de franceses y alemanes de la República Federal, quienes, como consecuencia de los antidemocráticos umbrales electorales en vigor en sus respectivos países no pueden tener una representación directa en Estrasburgo.

    En las inminentes elecciones federales, el 5 de octubre de 1980, la candidatura de Los Verdes –opinan muchos– no tiene por el contrario ningún sentido. Es más, conjura el peligro de que la Unión Demócrata Cristiana / Unión Cristiana Social (CDU/CSU), como partido más enemigo de la ecología en el espacio germanoparlante, que además supone un peligroso riesgo para el mantenimiento de la paz, junto con sus indeciblemente odiosos candidatos a la cancillería, ayude  indirectamente a una violencia gubernamental.

    Así lo ven algunos, y tienen sus motivos. Otros aportan argumentos lúcidos de que la amenaza de [el candidato conservador] Franz Josef Strauß no es otra cosa que el garrote con el que los social-liberales fetichistas del crecimiento económico, en una obvia no menor dependencia de Estados Unidos por parte del flagelo de la ominosa decisión de Bruselas de instalar misiles, pensaron en aniquilar por ese precio al único partido con múltiples posibilidades para proteger la paz, la vida y el medio ambiente, y especialmente conducir a la joven generación políticamente a la apatía y la resignación. En consecuencia, al menos Los Verdes han dado un paso al frente, al riesgo incluso de no lograr superar el umbral del cinco por ciento.

    Que este umbral todavía exista es, conviene notarlo de paso, culpa del SPD y el FDP, que así demuestran que son quienes ante todo ven a Strauß como el mal menor, menor en comparación a la continuación de su propio gobierno, que sería necesariamente con toda seguridad tolerado por Los Verdes contra la CDU/CSU, y ello sin pretensiones a una cartera ministerial. Por mi parte, debo admitir que hoy –escribimos el 10 de julio de 1980– oscilo entre estos dos puntos de vista brevemente esbozados. El 11 de junio envié a la dirección de Los Verdes un escrito en el que los disuadía con urgencia de presentarse a las elecciones federales. Apenas una semana después me retracté, después de que Karl Kerschkins y Roland Vogt me convencieran de lo contrario en Maguncia. En el congreso en Dortmund renuncié a tomar la palabra, aunque de los invitados presentes hubiera tenido un poco más que decir del tema que, pongamos por caso, la comuna de indios de Núremberg.[5]

    Después de que la campaña, que una vez más, por desgracia, haya sido personalizada por los gobernantes de la República Federal siguiendo el patrón americano, me parece que el canciller federal Helmut Schmidt es más predecible, para lo bueno y para lo malo, que su contrincante, Strauß. Sin embargo, si este mérito de su personalidad tendrá algún tipo de efecto en una política que se distinga de manera apreciable en su esencia de la de la CDU/CSU, es para mí por ahora una cuestión abierta, y quizá esta cuestión aún no pueda responderse con claridad en agosto, con la publicación de este libro, supuestamente pseudobjetivo.

    Sea como fuere: el principal objetivo de la campaña de Los Verdes es en cualquier caso el programa nuclear en todos sus aspectos, tanto el civil como el militar. Y en el civil se remiten al informe final presentado el 26 de junio en el Bundestag por la comisión de investigación sobre “política energética futura”.

    En él, la mayoría de los miembros de la comisión, compuesta de ocho expertos científicos así como de tres diputados del SPD y uno del FDP, reclama adoptar una decisión definitiva sobre un futuro con o sin centrales nucleares sólo en 1990.

    Esta recomendación queda muy por debajo de las reivindicaciones anti-nucleares de Los Verdes. Pero puesto que los tres miembros de la comisión pertenecientes a la CDU/CSU han emitido un voto en minoría a favor de la inmediata aceleración y extensión de la construcción de centrales nucleares y denunciado las drásticas medidas de ahorro energético recomendadas como un paso hacia “el abandono de la economía de mercado”, en verdad no podía dudar de ningún simpatizante de Los Verdes, donde hasta la fecha sólo se encuentran bien el mal menor, bien el mayor, a condición solamente que se satisficiese una condición adicional: que hasta el 5 de octubre, el tiempo aún restante para los políticos en campaña de la coalición social-liberal, con el canciller federal Schmidt a la cabeza, unánimemente, sin peros de ningún tipo, hagan suya la propuesta de la mayoría de la comisión y la eleven a promesa electoral vinculante. Con una acción controlable como ésta todavía podría limitarse el potencial electoral de Los Verdes, algo difícil de que ocurra con meras palabras. De otro modo el establecimiento de la comisión no habrá sido más que una forma de blanqueamiento.

    Y en cuanto al aspecto militar del programa nuclear, que en la tensa situación mundial aún considero más precario, vale a todos los efectos lo mismo. Durante la visita del canciller a Moscú el gobierno soviético ha mostrado su voluntad de obrar de buena voluntad. En este momento está dispuesto a entrar en negociaciones por el controvertido problema de los misiles nucleares balísticos de alcance medio entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, antes de que el Senado estadounidense ratifique el SALT II y se suspenda la instalación de misiles de la OTAN en Bruselas. Dos preguntas siguen abiertas. La primera: ¿Cómo reaccionará a ello el gobierno estadounidense? Y la segunda: de ser la reacción de Washington negativa o contemporizadora, ¿se llevará Helmut Schmidt durante la campaña electoral finalmente a una declaración, desde hace tiempo necesaria, asegurando que ha llegado el momento de poner fin a la llamada solidaridad atlántica ahora que los estadounidenses se han separado definitivamente de los intereses europeos occidentales, y especialmente de los de la República Federal, y que de ello se concluye que no habrá ahora ni nunca un estacionamiento de misiles Peshing-II y misiles de crucero en suelo de la República Federal?

    También esto queda muy lejos de lo que quieren Los Verdes, que defienden una noción de defensa social, no-militar, y a quienes intentan hacerles ver que conceptos alternativos de defensa como el del general austríaco Spannocchi o el genial investigador de conflictos alemán Horst Afheldt son posiblemente más realistas, los tratan pronto con sospecha. Piénsese al mismo tiempo en su mayoría, lo suficientemente flexible, para un Helmut Schmidt, que, en caso de un sabotaje estadounidense a las actuales oportunidades de desarme quisiese separarse de manera discernible de los belicistas al otro lado del Atlántico, viese en Strauß un mal menor, o mejor dicho: en una CDU/CSU, que con o sin Strauß como canciller hiciese ministro de Defensa a un militarista homicida por el señor [Manfred] Wörner,[6] suponiendo que llegase al gobierno. Pero quién sabe: quizá Schmidt acabe entendiéndose con los americanos, tanto da cómo se comporten, caiga quien caiga. Entonces el potencial electoral de una visita del verde Schmidt a Moscú se consideraría del mismo modo como un blanqueamiento, y con razón.

    En pocas palabras, recae sobre la socialdemocracia y el FDP, en quienes amplios sectores de la población ha depositado sus esperanzas, también en Los Verdes, hacerse relativamente elegibles en primer lugar. Si lo logran, y en qué grado, es algo que por ahora está por ver. Por el momento sólo puedo en consecuencia calificar como absolutamente inaceptable a la CDU/CSU. Por el momento, digo, al considerar incluso a partidos que no tienen ninguna posibilidad, sólo diría que sí a Los Verdes, y a los social-liberales, en el mejor de los casos, un sí condicional. Que así me niegue a prestar el deseado servicio a las verdaderas intenciones de este libro a favor y en contra es algo de lo que me disculpo. Cualquier afirmación más definitiva sería ahora mismo demasiado temprana. En el transcurso de septiembre me permitiré volver a expresarme sobre esta cuestión.

    Sin embargo, y al margen de cuál sea mi recomendación: el peso pesado de la política verde, lo digo de inmediato, descansa en cualquiera de los casos en el espacio extraparlamentario. Por ese motivo tengo la intención de participar, bajo cualquier circunstancia, en las grandes manifestaciones de este otoño una semana antes de las elecciones federales, protestas que van desde una instalación nuclear civil (por ejemplo, en Mühlheim-Kärlich) a una base militar con misiles nucleares (por ejemplo, en Coblenza y alrededores), protestas que comprenden todos los aspectos del programa nuclear contra el que luchan Los Verdes. Los iniciadores son la Unión Federal de Iniciativas Ciudadanas para la protección del medio ambiente (Bundesverband Bürgerinitiativen Umweltschutz – BBU), la Sociedad Alemana por la Paz (Deutsche Friedengesellschaft) y la Unión de insumisos al servicio militar (Vereinigten Kriegdienstgegner). A mediados de junio tuvo lugar en Maguncia su conferencia de coordinación, en la que se constituyó al mismo tiempo la comisión de trabajo y política de paz y no-violencia de Los Verdes. Para saber más puede contactarse a la coordinación Ecología y Paz, Hellbergstraße 6, 7500 Karlsruhe 21.

    ¿Convergerán estas manifestaciones con los diversos movimientos para frenar a Strauß? ¿O se verán obligadas a dirigirse contra todos los partidos representados en el Bundestag de Bonn? No es de Los Verdes de quien ello depende.

    La ilustración de cabecera es «Brushstrokes», de Sol LeWitt (1928-2007).  Traducción de Àngel Ferrero.

    [1]Herbert Gruhl (1921-1993): Miembro fundador de Los Verdes. Gruhl fue durante nueve años (1969-1978) diputado de la CDU, que abandonó con gran repercusión mediática por su oposición a la energía nuclear para fundar el partido Grüne Aktion Zukunft (GAZ), una de las formaciones que participó en enero de 1980 en el congreso fundacional de Los Verdes, representando al ala conservadora del movimiento. En marzo de ese mismo año GAZ abandonó Los Verdes. Gruhl fue un destacado crítico del crecimiento económico, pero sus controvertidas posiciones sobre la cuestión de la sobrepoblación, rayanas en la xenofobia, le valieron la repulsa del movimiento ecologista alemán, entonces mayoritariamente de izquierdas.

    [2]Gesamtdeutsche Volkspartei (GVP): El Partido Popular Panalemán fue un pequeño partido demócrata cristiano de posguerra (1952-1957) que se oponía a la integración de Alemania en la esfera atlántica y el anticomunismo de la CDU de Konrad Adenauer y defendía una agenda política de distensión entre campos que condujese a una Alemania unificada y neutral. Tras su disolución, la mayoría de sus militantes pasaron al SPD.

    [3]Bund der Heimatvertriebenen und Entrechten (BHE): La Liga de los Expulsados y Privados de derechos fue un partido que agrupaba a los alemanes étnicos expulsados de Europa oriental y los antiguos territorios alemanes orientales. Con una inclinación claramente nacionalista alemana, anticomunista y reaccionaria, formó coalición con el Bloque Pangermánico (1950-1961), y defendió la restauración de las fronteras alemanas de 1937. En 1961 se fusionó con el Partido Alemán (DP) para formar el Partido de toda Alemania (GVP). En 1969 el partido quedó fuera de las instituciones debido a la integración de los antiguos expulsados en la República Federal de Alemania.

    [4]Deutsche Partei (DP): El Partido Alemán fue un partido nacionalista y conservador. En 1961 se fusionó con la BHE para formar el Bloque Pangermánico. Tras su declive, la mayoría de sus militantes ingresaron en la CDU, mientras otros crear el Partido Nacional-Demócratico (NPD), de extrema derecha.

    [5]“Comuna de indios”: Fundada en 1971 en Heidelberg antes de trasladarse en 1977 a Núremberg, esta comuna creada por activistas de extrema izquierda –el nombre elegido hacía referencia a su carácter marginal y pretendiadmente antisistema– estaba influida por las teorías de la antipsiquiatría y antipedagógicas. Sus miembros participaron en el movimiento antinuclear o LGTB+. Próxima a Los Verdes en sus primeros años, una de sus demandas era la legalización de la pederastia, el rechazo de la cual llevó a una relación tensa con el partido y protestas de miembros de la comuna, que llegaron a ocupar algunas de sus sedes.

    [6]Manfred Wörner (1934-1994): Presidente de la Comisión de Defensa del Bundestag (1976-1980), posteriormente ministro de Defensa (1982-1988) y secretario general de la OTAN (1988-1994).

  • La vana esperanza verde

    La vana esperanza verde

    Por Àngel Ferrero.

    Si hay algo destacable de las elecciones generales de Alemania del próximo 26 de septiembre es la incertidumbre, algo poco habitual en un país tan poco inclinado a los cambios que ha tenido históricamente como una de sus personificaciones nacionales a un hombre soñoliento vestido con pijama, gorro de noche incluido. Puede que el ‘Michel alemán’ duerma, pero lo hace con cierta inquietud: en el momento de escribir estas líneas  la Unión Cristiano Demócrata (CDU) sigue liderando las encuestas de intención de voto, pero el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) ha recortado lo suficiente distancias –y ha llegado hasta empatar con la CDU/CSU– como para formar un gobierno de coalición alternativo al incontestable dominio conservador de estos últimos 15 años, lo que algunos han dado en llamar “la era Merkel”. Si no hay sorpresas, es probable que la CDU y su partido hermano bávaro, la Unión Social Cristiana (CSU), consigan no sólo mantener, sino ampliar la distancia con respecto al SPD. Quizá los socialdemócratas logren adelantar a una CDU cuyo candidato no ha conseguido encontrar todavía un perfil propio. Pero lo más probable es que el próximo gobierno de coalición en Alemania incluya a Los Verdes en cualquiera de sus combinaciones: bien en alianza con la CDU (‘coalición negriverde’), bien con la CDU y los liberales del FDP (‘coalición Jamaica’), con el SPD y el FDP (‘coalición semáforo’), o incluso con el SPD y La Izquierda en un tripartito roji-rojiverde (‘coalición R2G’), una opción esta última que, de llegar a ser matemáticamente posible, seguramente no tarde en ser desestimada por socialdemócratas y sobre todo verdes y por la que ahora mismo sólo apuesta La Izquierda, y ello con importantes tensiones internas por las cesiones programáticas que comportaría entrar en un gobierno de estas características. Sea como fuere, parece bastante seguro afirmar que Los Verdes serán clave en la formación del futuro gobierno alemán.

    Llegado ese momento, los medios de comunicación publicarán a buen seguro retratos del partido en la línea de lo que hemos visto en las semanas y meses anteriores, cuando Los Verdes despegaban en los sondeos. A estas alturas de poco sirve volver a recordar, por sabidos, los orígenes antisistema del partido y su evolución, que los grandes medios de comunicación destacan, una vez y otra, para celebrar su giro “pragmático” y “realista”. Lo cierto es que ya son muchos los años de ese giro “pragmático” y “realista”: durante la coalición federal rojiverde (1998-2005) –en la que se autorizó la primera intervención militar del Bundeswehr con el bombardeo de Yugusolavia en 1999 y se aprobó una criticada reforma del mercado laboral y las prestaciones de desempleo–, Los Verdes alcanzaron acuerdos con la CDU para gobernar en las ciudades de Saarbrücken (2011), Kiel (2003), Colonia (2003), Kassel (2003), Essen (2003) y Duisburgo (2004). En los años siguientes se sumaron otras ciudades –la más importante de ellas Frankfurt am Main (2006)–, lo que sentó las bases para coaliciones de gobierno a nivel de Land (Estado federado) en Hamburgo (2008-2010), Hessen (desde 2014) y Baden-Württemberg (desde 2016). Tras las elecciones federales de 2017, la CDU, Los Verdes y el FDP negociaron la formación de una ‘coalición Jamaica’, que después de cuatro semanas los liberales dieron por fracasadas. Enfrentados a la posibilidad de una convocatoria de nuevas elecciones que podía suponer un impulso a Alternativa para Alemania (AfD), convertida en tercera fuerza del Bundestag, la CDU y el SPD alcanzaron un compromiso para reeditar por tercera vez con Angela Merkel una Gran Coalición. Al sur de Alemania, el Partido Popular Austríaco (ÖVP) y Los Verdes alcanzaban un acuerdo de gobierno el 1 de enero de 2020. El entonces presidente saliente del Partido Popular Europeo (PPE), el bávaro Manfred Weber, describió en el congreso de la formación celebrado en Zagreb en noviembre de 2019 este tipo de coalición como un “modelo de futuro”. Las negociaciones fueron seguidas con interés por el nuevo presidente del PPE, Donald Tusk, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y, por supuesto, la canciller de Alemania, Angela Merkel. La fórmula “electriza a los cristiano-demócratas”, aseguraba el diario austríaco Die Presse

    La capacidad de Merkel para retener el centro político, la debilidad sin precedentes de la socialdemocracia, los problemas internos de La Izquierda y los liberales… A ojos de la dirección de Los Verdes, todo parecía apuntar a la idoneidad de una coalición con los conservadores. No se trataba sólo de una cuestión de Zeitgeist o de oportunidad política, sino del resultado de los cambios estructurales en su propia base social ocurridos en las últimas décadas: de acuerdo con el politólogo Wolfgang Merkel, Los Verdes son “el partido de las clases medias altas urbanas, si no residentes en metrópolis, con formación universitaria y muy presentes entre la población joven”, una generación que ha crecido y se ha formado políticamente entre los dos gobiernos de Schröder (1998-2002 y 2002-2005) y los cuatro de Merkel (2005-2009, 2009-2013, 2013-2017 y 2017-2021). En consecuencia, su ideología se ajusta bastante bien a lo que Nancy Fraser ha descrito como “neoliberalismo progresista”: “una amalgama de truncados ideales de emancipación y formas letales de financiarización”. Con la ya a todas luces irrelevante ala izquierda de la formación convertida en un eco lejano del pasado –a veces un pesado fardo que sus dirigentes preferirían enviar para siempre al baúl de los recuerdos, a veces un viejo y descolorido vestido que puede sacarse de ese mismo baúl a conveniencia–, Los Verdes aprobaron un programa encaminado a una coalición con los conservadores y, posiblemente, el FDP, en el que se rechazaron las enmiendas al programa planteadas por las juventudes del partido para expropiar a las grandes inmobiliarias y reducir los precios de los alquileres, aprobar un impuesto a las rentas más elevadas o aumentar el salario mínimo, pero también para elevar el precio por las emisiones de CO2 o acelerar la transición para poner fecha de caducidad al motor de combustión. La co-presidenta del partido, Annalena Baerbock, fue elegida candidata a la cancillería en ese mismo congreso.

    La fortuna parecía sonreír a Los Verdes, que a finales de abril lideraban las encuestas (28%), siete puntos por delante de la CDU/CSU, pero la ventaja se redujo a un punto en mayo, con un 25% y un 24% respectivamente, y antes de que terminase el mes los conservadores volvieron a ponerse en cabeza, una situación que no se ha modificado desde el mes de junio. Antes del verano Los Verdes habían desplegado las velas con el ánimo de recoger los vientos que soplaban en el país: la aparición de una nueva generación en el movimiento ecologista movilizada en torno a Juventud por el Clima – Fridays For Future, la importancia misma del ecologismo en el debate público al calor de los estudios más recientes sobre la evidencia del cambio climático, y el cambio de liderazgo en la CDU, una transición menos suave de la que hubieran deseado para sí los propios dirigentes democristianos y a la que vinieron a sumarse las críticas al nuevo presidente de la formación, Armin Laschet, por su gestión de las inundaciones de julio en el Land que gobierna, Renania del Norte-Westfalia, así como las propias inundaciones, relacionadas con el cambio climático. Baerbock había sido elegida como un reemplazo de Merkel, capaz de hacer suya “la alianza hegemónica entre las grandes corporaciones multinacionales (en oposición a los pequeños negocios familiares, más pequeños y conservadores), los conservadores moderados y los liberales urbanos”, como bien ha resumido Thomas Meany en las páginas de New Left Review. No por nada en una entrevista con el periódico Süddeutsche Zeitung el antiguo CEO de Siemens Joe Kaeser elogió la capacidad de la candidata verde para llegar a entenderse con las empresas. «En cuanto a comprensión de las cosas e intereses me recuerda mucho a nuestra canciller actual», afirmó Kaeser.

    Pero como quedó dicho más arriba, Los Verdes no tardaron en comprobar que el suyo era, una vez más, el vuelo de Ícaro. Los tabloides desempolvaron los argumentos tantas veces empleados para atemorizar a los votantes –“el partido de las prohibiciones”, “la implantación gradual de una ecodictadura”– junto con otros nuevos, de corte populista –“un partido que no piensa en el ciudadano de a pie”–, cuyo efecto ha sido, sin duda, mucho menor no sólo por los cambios ocurridos en Los Verdes, sino en la misma sociedad alemana. Sin embargo, una serie de errores de Baerbock, y su gestión a cargo del partido, insuflaron oxígeno a la mortecina campaña de los tabloides y restaron credibilidad a la candidata: en mayo hubo de reconocer que no había declarado al Bundestag que había percibido unos ingresos del partido, en junio admitió que había abultado su currículo y en julio tuvo que hacer frente a las críticas de plagio de su libro, Jetzt. Wie wir unser Land erneuern [Ahora: cómo renovamos nuestro país] (Ullstein, 2021). También en junio Baerbock planteó subir el precio del combustible 16 céntimos, una medida que recordaba a la que provocó en Francia la chispa de la protesta de los ‘chalecos amarillos’ y a la que inmediatamente se opusieron el SPD –su candidato, Olaf Scholz, la tachó de “contraproducente”– y La Izquierda. La copresidenta del SPD, Saskia Esken, pinchó nervio al declarar que este tipo de «maniobras pueden llevar a que los ciudadanos le den la espalda a un compromiso común por el clima.» En julio los medios se hicieron repercusión de voces del partido que reclamaban que el co-presidente del partido, Robert Habeck, sustituyese a Baerbock como candidato a la cancillería. Habeck declinó y Baerbock tiene ahora por delante la tarea de que su partido remonte en campaña todo lo que ha perdido en estos últimos meses. 

    Social-liberalismo, con fachada verde

    ¿Qué cabe esperar de un gobierno si no encabezado, sí al menos con la participación de Los Verdes? Andreas Malm pronosticaba en una entrevista reciente “una desilusión”, como ha ocurrido en Suecia. Pero huelga decir que para desilusionarse con algo primero hay que ilusionarse con ese algo y aquí es donde deberían analizarse tanto la composición social de la base electoral de Los Verdes y de la sociedad alemana en su conjunto como sus campañas electorales, y ello a lo largo de varias décadas, pues hablamos de casi 40 años participando en gobiernos a todos los niveles –municipal, regional y federal– con todos los partidos representados en el arco parlamentario a excepción de AfD. Jutta Ditfurth dio probablemente en la diana en 2011 en una entrevista con el semanario Der Spiegel al decir que “los votantes de Los Verdes quieren ser engañados y ellos mismos se engañan: Los Verdes son el partido de las clases medias altas y también de las brutales”. “Un hombre o mujer de mediana edad con una posición bien remunerada, dos hijos, casa propia, patrimonio, acciones y viajes en avión regulares que vota a Los Verdes porque son chic no se dejará convencer por mi de que Los Verdes no son un partido social porque eso no le interesa para nada”, apostillaba. En su personal ajuste de cuentas con el partido que ayudó a fundar, Krieg, Atom, Armut. Was Sie reden, was sie tun. Die Grünen [Guerra, energía nuclear, pobreza: lo que dicen y lo que hacen Los Verdes] (Rotbuch, 2011), Ditfurth atribuía su consolidación en el sistema de partidos alemán a que “cuanto menos claras son las propuestas, mayor es la superficie de proyección, incluso para propuestas diferentes y hasta opuestas”. Junto con una cuidada estética, Los Verdes consiguen de este modo transmitir la ilusión de ser un partido “medio de izquierdas, ecologista y de algún modo todavía social”, que mantiene, con ese mismo fin, a una pequeña corriente de izquierdas en su seno “mientras no molesten en las decisiones de gobierno”. Y lo mismo se aplicaba, de acuerdo con Ditfurth, a los movimientos sociales, que Los Verdes acostumbran a tener en cuenta tanto “como necesitan para llegar al Gobierno”.

    Con todo y con eso, han pasado diez años desde la crítica de Ditfurth, en los que la genética camaleónica Los Verdes ha sufrido algunos daños. El partido ha experimentado por ejemplo fricciones con Juventud por el Clima– Fridays For Future, que considera como poco ambiciosas sus propuestas medioambientales, o con los activistas que ocuparon el bosque de Dannenröder en octubre de 2019 en protesta por la ampliación de la autovía A69, autorizada por el gobierno de coalición entre la CDU y Los Verdes en Hessen y para la cual se talarán al menos 27 hectáreas de bosque. También en Hessen Los Verdes han votado en contra de publicar íntegramente los resultados de la investigación sobre la organización terrorista neonazi Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU) por contener información comprometedora sobre los errores de gestión de los conservadores en el gobierno de ese Land así como sobre el turbio papel de algunos agentes de los servicios secretos del interior, cuya agencia ostenta el burocrático nombre de Oficina Federal para la Protección de la Constitución (Bundesamt für Verfassungsschutz, BfV). El presidente de Baden-Württemberg, Winfried Kretschmann, se ha opuesto sistemáticamente a su propio partido en todas las propuestas para acelerar la puesta fuera de circulación de los vehículos con motor de combustión. Kretschmann ha sido criticado por propios y ajenos por su proximidad con el sector automovilístico, clave del Land que gobierna y uno de los pilares de la economía industrial de Alemania y contra el que, como es notorio, chocará cualquier programa de transformación ecológica que se precie de ese nombre. Según el portal de transparencia del Bundestag –que sólo contabiliza las donaciones superiores a 50.000 euros– Los Verdes han recibido desde 2017 cuantiosas donaciones de organizaciones de empresas del sector metalúrgico e industrial del Sur de Alemania como la Verband der Bayerischen Metall- und Elektroindustrie e.V. o la Südwestmetall Verband der Metall- und Elektroindustrie Baden-Württemberg e. V. En el año 2018 hubo cierta polémica al conocerse que Daimler-Benz donó 40.000 euros a Los Verdes.

    Por todo ello, Peter Nowak describió meses atrás en el digital Telepolis a Los Verdes como “el partido de la nueva fase de acumulación del capitalismo”. La argumentación de Nowak merece ser repetida aquí en su integridad. De acuerdo con este autor, “la relación del capitalismo post-fordista con el movimiento ecologista es de naturaleza táctica”, ya que “cuando se trata de la industria fósil”, éste “adopta los argumentos del movimiento ecologista”, pero “cuando se trata del equilibrio ecológico, la cosa cambia”. “Es sabido desde hace décadas que la valorización que el capitalismo hace del medio ambiente tiene consecuencias problemáticas”, por lo que, continúa Nowak, “la urgencia que ha adquirido la cuestión” ha de enmarcarse a la fuerza en una nueva fase de acumulación por desposesión: “De este modo puede desentenderse del movimiento obrero surgido del capitalismo fósil, y con él, de sus éxitos duramente conseguidos”. Como ejemplo, este autor citaba la buena acogida entre Los Verdes del anuncio de Tesla de construir una factoría en Brandeburgo, una localización geográfica que permite a la empresa de Elon Musk aprovechar tanto la elevada concentración industrial de Alemania como la disponibilidad de mano de obra cualificada y con bajos salarios en Europa oriental (en particular Polonia), manteniendo en el proceso la prestigiosa etiqueta de Made in Germany (para la construcción de la gigafactoría de Tesla también se precisa talar cientos de árboles). Una decisión que contrastaba con la conocida oposición de Tesla a los sindicatos en su empresa y con su prolongación del modelo de transporte individual –cuestionado por el ecologismo desde hace décadas– en unos vehículos, por lo demás, reservados por su precio de salida al mercado a compradores con ingresos muy elevados. Refiriéndose a la estrategia comunicativa del gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos (UP), David Rodríguez ha observado hace poco que “hay algo de paradójico en esta renovación del modelo productivo” que impulsan los gobiernos europeos. En opinión de Rodríguez, en estos discursos “aumentan las similitudes con el positivismo modernizador del pasado” y “el paño verde aparece como el argumento definitivo que expulsa al margen de lo ahistórico toda resistencia a la tecnocracia de la clorofila”. “Los dos enemigos ancestrales, el positivismo y el ambientalismo, se funden en uno y devalúan la vida de los seres humanos concretos que viven y sufren en lugares marcados como modernizables”, comentaba.

    En política exterior Los Verdes no son mucho mejores: el partido sigue siendo punta de lanza parlamentaria de las llamadas “intervenciones humanitarias” y el que reclama más dureza hacia Rusia y China a la CDU/CSU y el SPD, más acostumbradas a contemporizar por motivos económicos con ambos países. Significativamente, la opositora bielorrusa Svetlana Tijanóvskaya participó en el último congreso de Los Verdes en la jornada sobre cooperación internacional ante la aprobadora mirada de Baerbock y Habeck. No sólo se hace difícil saber cómo pueden hacerse frente a los grandes retos mundiales del siglo XXI, entre ellos claro está el ecológico, sin la participación de China –una de las mayores economías industriales del mundo– ni Rusia –uno de los países con mayores reservas naturales del mundo– y hasta con su oposición buscando en todo momento la confrontación y no la cooperación, sino que esta política pretendidamente guiada por la moral choca, como acostumbra a ocurrir con este partido, con una práctica muy alejada a la realidad. En una entrevista con Deutschlandfunk Habeck se pronunció a favor de suministrar armas “defensivas” a Ucrania, una medida a la que se oponen La Izquierda, el FDP e incluso un sector de su propio partido y que va en contra de las directivas de exportación de armas del gobierno alemán aprobadas por el gobierno rojiverde, que prohíben la exportación de equipos de defensa a zonas en conflicto o amenazadas por el estallido de uno. Lo hizo después de una visita al frente en Donbás que levantó no menos polvareda tras la publicación de una fotografía en la que el co-presidente de Los Verdes aparecía posando con chaleco antibalas y casco en el frente. También Habeck ha sido una de las voces más críticas con la construcción del gasoducto ruso Nord Stream 2. El problema es que el mismo Habeck fue ministro de Medio Ambiente del gobierno de coalición de Schleswig-Holstein con conservadores y liberales que autorizó la construcción de la terminal de gas licuado natural (LNG) en Brünsbuttel, la primera en Alemania. El objetivo de esta terminal –y de una segunda en Wilhelmshaven– es importar el gas natural obtenido por el método de fracturación hidráulica (fracking) en EEUU y transportado por vía marítima cruzando el Atlántico, un proceso que supone una huella de carbono mucho mayor que Nord Stream 2. El gobierno de Schleswig-Holstein con participación de Los Verdes subvencionará con 50 millones de euros la construcción de las terminales LNG en Brünsbuttel y Wilhelmshaven.

    La caída de Los Verdes en las encuestas estos últimos meses quizá no sea vista por sus dirigentes con el mismo dramatismo que sus simpatizantes: al fin y al cabo su objetivo era ser socios menores en una coalición con la CDU/CSU y sellar, en palabras del periodista del taz Ulrich Schulte, “un pacto entre la vieja y la nueva burguesía” que facilite la transición a esa nueva fase de acumulación por desposesión de la que hablaba Peter Nowak y que sería gestionada por los “tecnócratas de la clorofila” que mencionaba David Rodríguez. Por repetirlo una vez más, una política con la que no solamente persistirán y se agravarán las crisis medioambiental, social y política de Alemania y del continente, sino que proporcionará abundante munición a la derecha populista que presenta la batería de medidas urgentes planteada por los ecologistas como un mero capricho de las clases medias y altas a costa de las clases trabajadoras. Nada tan poco prometedor de cambios como el título del programa de Los Verdes para estas elecciones: “Alemania: todo está dentro” (Deutschland. Alles ist drin.).

     

    La ilustración de cabecera es «Emblemata, Plate 5», de Sol LeWitt (1928-2007). 

  • Cambio climático generalizado, rápido e intensificado – Resumen del último informe de IPCC sobre las bases físicas del cambio climático.

    Cambio climático generalizado, rápido e intensificado – Resumen del último informe de IPCC sobre las bases físicas del cambio climático.

    Se acaban de presentar los resultados de primer grupo de trabajo del informe del IPCC. Este primer informe (los dos restantes se esperan para el 2022) aborda la parte física del cambio climático y recoge el conocimiento más actualizado que se tiene del sistema climático.

    El punto de partida de este informe no muestra nada que no sepamos ya, es el mismo de hace algunos informes, pero que es necesario recordar. Los causantes del cambio climático que estamos viviendo somos los humanos (unos más que otros, como bien sabemos). O, como formula el informe del IPCC: “es inequívoco que la influencia humana es la causante del calentamiento del atmósfera, el océano y la tierra”. Es también obvio, por tanto, que solo nosotros podemos revertir el problema causado. Aunque la situación es cada vez más complicada, ya que en la últimas cuatro décadas cada década ha sido sucesivamente más cálida que la anterior. En la última década, desde 2011 y hasta el 2020, la temperatura global del planeta ha sido un 1ºC superior al periodo de referencia, 1850-1900. Además, dada la inercia propia del sistema climático, en los próximos 20 años se espera que la temperatura global alcance o supere el grado y medio de calentamiento. El informe también repasa los cambios que se han observado en los patrones de precipitación desde mediados del siglo pasado, como el aumento de la precipitación global y el desplazamiento hacía los polos de los ciclones que circulan en latitudes medias, entre otros posibles impactos. Así como los ya conocidos efectos en los glaciares (que disminuyen), las capas de hielo marino (que adelgazan y encogen), el aumento el nivel del mar y el desplazamiento de las zonas climáticas hacía latitudes más altas. Pero, por muy conocidos que sean ya estos impactos, debemos de tener en cuenta que el estado actual de muchos de estos aspectos y la escala de los cambios no han tenido precedentes en muchos siglos o miles de años.

    El cambio climático causado por los humanos está ya afectando a muchos extremos meteorológicos y climáticos en todas las regiones del planeta.

    El informe del IPCC también aborda los eventos meteorológicos extremos, tema que produce acalorados debates sobre la atribución cada vez que se produce una ola de calor de gran intensidad, precipitaciones abundantes u otro fenómeno adverso. Pero los resultados son concluyentes: los extremos de calor, incluidas las olas de calor, son más frecuentes y más intensos en la mayoría de las regiones, mientras que los extremos de frío son menos frecuentes y menos graves. Es más, como recoge el informe, algunos de los recientes extremos de calor observados en la última década habrían sido extremadamente improbables sin la influencia humana en el sistema climático. La frecuencia y la intensidad de las precipitaciones intensas también ha aumentado desde la década de 1950, al mismo tiempo han aumentado las sequías en algunas regiones del planeta.

     

    La pregunta ahora es cómo se presenta el futuro. El IPCC plantea cinco escenarios posibles, que dependen de los cambios que implementos en las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Los escenarios más optimistas (SSP1-1.9 y SSP1-2.6), consideran emisiones futuras de GEI bajas o muy bajas donde las emisiones de CO2 llegan a un neto cero en las próximas décadas. Los escenario más pesimistas (SSP3-7.0 y SSP5-8.5) consideran emisiones de GEI altas y muy altas y emisiones de CO2 que duplican los niveles actuales para 2100 y 2050, respectivamente. Se incluye un último escenario (SSP2-4.5) con emisiones de GEI intermedias y emisiones de CO2 que se mantienen en torno a los niveles actuales hasta mediados de siglo. Pero, independientemente del escenario, todos muestran que la temperatura global del planeta continuará subiendo hasta al menos la mitad de este siglo y en caso de no reducir notablemente las emisiones de CO2 el calentamiento global superará el umbral de 1.5 ºC y el de 2 ºC.

    Cuanto mayor sea el calentamiento mayores serán los cambios en el sistema climático. ¡Cada décima de grado cuenta!

    Es obvio que con cada incremento adicional del calentamiento global los cambios en los extremos serán mayores. Cada 0.5 °C adicionales de calentamiento global provoca aumentos claramente perceptibles en la intensidad y la frecuencia de los episodios extremos. Solo con el calentamiento de 1.5 ºC, que es ya casi inevitable, los episodios extremos de calor que antes sucedían una vez cada 10 años, se podrían cuadriplicar y producirse cada dos o tres años. Los aumentos en algunos fenómenos extremos no tendrán precedentes observados. Por ejemplo, con cada grado que sumemos los eventos extremos de precipitaciones diarias se incrementarán en un 7%. Del mismo modo se intensificarán las estaciones muy húmedas y muy secas, con graves implicaciones en inundaciones o sequías. Además, algunos de los cambios que se producirá serán irreversibles en los próximos siglos o milenios, como el cambio en el nivel del mar, que continuará aumentando durante todo este siglo. A escala regional los impactos pueden ser devastadores: se prevé que los fenómenos extremos de nivel del mar que hasta ahora se producían una vez al siglo, para 2100 pueden llegar a darse al menos cada año en varias zonas. El cambio al que nos enfrentamos es tan abrupto que tampoco se descarta que eventos más extremos, como el colapso de la capa de hielo o los cambios bruscos en las circulaciones de los océanos, se puedan producir.

    El peligro es demasiado real y en lo que a la física del clima respecta solo hay una solución: “para limitar el futuro del cambio climático se necesitan unas emisiones netas de CO2 cero”, ya que como muestra el informe del IPCC cada emisión de CO2 suma al cambio climático. Sin embargo, creemos que este informe no supone un cambio importante en nuestro trabajo. Lo que tenemos que hacer después de conocer este informe no dista nada de lo que ya teníamos que hacer ayer y de lo que debemos de hacer mañana: contribuir a que las emisiones de GEI disminuyan de forma rápida y justa. La ciencia es cada vez más clara, y quizá podamos esperar que esta nueva señal de alarma ayude a que más gente se sume a la lucha contra el cambio climático. Todas las manos son pocas, y cada poquito cuenta. ¡Tenemos tarea!

    La ilustración de cabecera es «Above the Clouds», de Georgia O’Keeffe (1887-1986).

  • La prisa por la electrificación conlleva un coste oculto: la destructiva minería de litio

    La prisa por la electrificación conlleva un coste oculto: la destructiva minería de litio

    [fusion_builder_container hundred_percent=»no» equal_height_columns=»no» menu_anchor=»» hide_on_mobile=»small-visibility,medium-visibility,large-visibility» class=»» id=»» background_color=»» background_image=»» background_position=»center center» background_repeat=»no-repeat» fade=»no» background_parallax=»none» parallax_speed=»0.3″ video_mp4=»» video_webm=»» video_ogv=»» video_url=»» video_aspect_ratio=»16:9″ video_loop=»yes» video_mute=»yes» overlay_color=»» video_preview_image=»» border_color=»» border_style=»solid» padding_top=»» padding_bottom=»» padding_left=»» padding_right=»» type=»legacy»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ layout=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_color=»» border_style=»solid» border_position=»all» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding_top=»» padding_right=»» padding_bottom=»» padding_left=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»small-visibility,medium-visibility,large-visibility» center_content=»no» last=»true» min_height=»» hover_type=»none» link=»» border_sizes_top=»» border_sizes_bottom=»» border_sizes_left=»» border_sizes_right=»» type=»1_1″ first=»true»][fusion_text]

    Por Thea Riofrancos.

    Este texto fue originalmente publicado bajo el título «The rush to ‘go electric’ comes with a hidden cost: destructive lithium mining» en The Guardian.

    El salar de Atacama es una majestuosa extensión, situada a gran altitud, de gradaciones de gris y blanco, moteada de lagos rojos y rodeada por enormes volcanes. Me llevó un momento orientarme en mi primera visita, de pie sobre este ventoso plateau de 3.000 km cuadrados. Había llegado allí junto con otros dos investigadores tras un vertiginoso trayecto atravesando tormentas de arena y de lluvia y los picos y valles de esta montañosa región del norte de Chile. El sol quemaba –el desierto de Atacama presume de los niveles más altos de radiación solar en la Tierra, y solo algunas partes de la Antártida son más secas.

    Había llegado al salar para investigar sobre un dilema medioambiental emergente. A fin de evitar lo peor de la creciente crisis climática, necesitamos reducir rápidamente las emisiones de carbono. Para ello, los sistemas energéticos de todo el mundo deben transicionar de los combustibles fósiles a la energía renovable. Las baterías de litio juegan aquí un papel clave: aportan energía a los vehículos eléctricos y la almacenan en redes renovables, ayudando a recortar las emisiones de los sectores del transporte y la energía. Bajo el salar de Atacama se encuentra la mayor parte de las reservas de litio del mundo; Chile proporciona actualmente casi un cuarto del mercado global. Pero la extracción del litio de este paisaje único tiene graves costes sociales y medioambientales.

    En las instalaciones mineras, que ocupan más de 78 kilómetros cuadrados y están explotadas por las multinacionales SQM y Albermarle, la salmuera se bombea a la superficie y se acumula en balsas de evaporación, con lo que se obtiene un concentrado rico en litio; visto desde arriba, las piscinas son tonos de chartreuse. Todo el proceso utiliza enormes cantidades de agua en un ecosistema que ya es de por sí árido. Como resultado, se limita el acceso al agua fresca a las 18 comunidades indígenas atacameñas que viven en el perímetro de la llanura, y se ha alterado el hábitat de  especies como los flamencos andinos. Esta situación se ha agravado por la sequía generada por el cambio climático y los efectos de la extracción y el procesado del cobre, del que Chile es uno de los  principales productores globales. A todos estos daños ecológicos se le suma el hecho de que el Estado chileno no siempre ha asegurado el derecho de los pueblos indígenas al consentimiento previo.

    Estos hechos suscitan una pregunta incómoda que resuena por todo el mundo: ¿luchar contra el cambio climático implica sacrificar las comunidades y los ecosistemas? Las cadenas de suministro que producen tecnologías verdes empiezan en las fronteras extractivas como el desierto de Atacama.  Y estamos al borde de un boom global en la minería relacionada con la transición energética. Un informe reciente publicado por la Agencia Internacional de la Energía indica que alcanzar los objetivos climáticos del acuerdo de París dispararía la demanda de «minerales críticos» utilizados para producir tecnologías de energía limpia. Los datos son especialmente dramáticos para las materias primas empleadas en la fabricación de vehículos eléctricos: para 2040, la AIE prevé que la demanda de litio se habrá multiplicado por 42 con respecto a los niveles dse 2020. Estos recursos se han convertido en un nuevo punto controvertido en las tensiones geopolíticas. En EE UU y Europa, los políticos hablan cada vez más de una «carrera» por asegurar los minerales relacionados con la transición energética y asegurar las reservas domésticas; se invoca a menudo la idea de una «nueva guerra fría» con China. Como resultado, se programan  nuevos proyectos de litio en el norte de Portugal y en Nevada. A través de la frontera global del litio, desde Chile al oeste de EE UU y Portugal, los ecologistas, las comunidades indígenas y los habitantes de estas regiones, preocupados por las amenazas a la subsistencia agrícola, protestan por lo que consideran un greenwashing de la minería destructora.

    De hecho, los sectores de los recursos naturales, que incluyen actividades extractivas como la minería, son responsables del 90% de la pérdida de biodiversidad y de más de la mitad de las emisiones de carbono. Un informe estima que el sector de la minería produce 100 billones de toneladas de residuos al año. Los procesos de extracción y procesado son intensivos en el uso de agua y energía, y contaminan los cursos de agua y el suelo. Junto con estos dramáticos cambios en el medioambiente natural, la minería está relacionada con vulneración de los derechos humanos, enfermedades respiratorias, desposesión de territorio indígena y explotación laboral. Una vez los minerales han sido arrebatados del suelo, las compañías mineras tienden a acumular beneficios y dejar atrás pobreza y contaminación. Estos beneficios se multiplican a lo largo de las vastas cadenas de suministro que producen vehículos eléctricos y paneles solares. El acceso a estas tecnologías es muy desigual, y los beneficios de la extracción a menudo se les niegan a las comunidades que sufren los perjuicios.

    La transición a un nuevo sistema energético a menudo se entiende como un conflicto entre las compañías de combustibles fósiles y los defensores de la acción climática. En tanto que se trata de un conflicto existencial, se intensifican las luchas entre las visiones en conflicto sobre un mundo bajo en emisiones, y serán cada vez más cruciales para la política en todo el mundo. Estas visiones en conflicto reflejan la realidad de que hay múltiples vías para la rápida descarbonización. La cuestión no es si descarbonizar o no, sino cómo.

    Un sistema de transporte basado en vehículos eléctricos individuales, por ejemplo, con paisajes dominados por autopistas y expansión suburbana, es mucho más intensivo en recursos y energía que otro que favorezca el transporte púbico y alternativas como caminar o montar en bicicleta. De igual manera, disminuir la demanda energética global reduciría la huella material de las tecnologías y la infraestructura que conecta los hogares y los lugares de trabajo a la red eléctrica. Y no toda la demanda de minerales para baterías debe ser satisfecha con nueva minería: el reciclaje y la recuperación de metales de baterías gastadas son un sustituto prometedor, especialmente si los Gobiernos invierten en infraestructura de reciclaje y obligan a los fabricantes a utilizar materiales reciclados.

    Además, las explotaciones mineras deberían respetar las leyes internacionales que protegen los derechos indígenas al consentimiento, y los gobiernos deberían considerar la moratoria sobre las minas en ecosistemas y cuencas sensibles. Los movimientos de base en Chile están articulando esta postura. El Observatorio Plurinacional de Salares Andinos, (OPSAL, del que formo parte) une a los activistas ecologistas e indígenas de todo el llamado «triángulo del litio» de Chile, Bolivia y Argentina y ha promovido una regulación holística para este vulnerable humedal desértico, priorizando su valor ecológico, científico y cultural intrínseco y respetando el derecho de las comunidades a participar en su gobernanza/gobierno.

    Este enfoque alternativo tiene ahora visos de convertirse en una realidad. En mayo, los progresistas arrollaron en las elecciones para una asamblea destinada a reescribir la constitución chilena heredera de la dictadura pinochetista, y para los gobiernos locales y regionales. Muchos de los delegados de la convención constitucional están relacionados con los movimientos estudiantil, feminista, ecologista e indígena; una de ellos es Cristina Dorador, una microbióloga y fuerte defensora de proteger el salar de la extracción desenfrenada. Mientras tanto, el OPSAL está trabajando con miembros del Congreso para redactar un borrador de ley que preservaría los salares y los humedales actualmente amenazados por la minería de litio y cobre, así como por las plantas hidroeléctricas.

    Los activistas chilenos lo tienen claro: no hay un conflicto de suma cero entre luchar contra la crisis climática y preservar el medioambiente y la forma de vida locales. Las comunidades indígenas en el desierto de Atacama también están en la primera línea de los impactos devastadores del calentamiento global. Más que una excusa para intensificar la minería, la cada vez más grave crisis climática debería suponer un impulso para la transformación de los patrones de producción y consumo, rapaces y dañinos para el medioambiente, que han causado esta crisis en primer lugar.

    La ilustración de cabecera es «Rust Red Hills», de Georgia O’Keeffe (1887-1986). El texto ha sido traducido del inglés por Ramón Núñez Piñán.

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  • Entrevista con Jeremy Corbyn: «Nuestros movimientos sufren reveses y derrotas, pero al final siempre llega el momento para que triunfe la justicia»

    Entrevista con Jeremy Corbyn: «Nuestros movimientos sufren reveses y derrotas, pero al final siempre llega el momento para que triunfe la justicia»

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    Jeremy Corbyn fue Líder del Partido Laborista del Reino Unido entre 2015 y 2020. Su aterrizaje como líder de la oposición supuso una revolución en su partido, atrayendo a centenares de miles de nuevos militantes y simpatizantes y poniendo en el centro del debate político mainstream cuestiones como el Green New Deal y la revalorización de políticas progresistas ambiciosas para una gran mayoría con su eslogan «For the Many, Not the Few». Antes de llegar a ser líder de la oposición Corbyn pasó décadas trabajando en los movimientos sociales de base, sobre todo en cuestiones relacionadas con la paz y la solidaridad internacional: el movimiento anti-apartheid en Sudáfrica, la campaña por el desarme nuclear, las campañas contra las guerras en Irak, y muchos otros. Hoy en día compagina su labor como miembro del parlamento por Islington North (circunscripción que representa desde 1983) con la dirección del Proyecto por la Paz y la Justicia, una organización que lucha por «el medioambiente, por la cooperación internacional pacífica, contra la pobreza la desigualdad social y el poder de las grandes empresas».

    En Contra el diluvio tuvimos la suerte de poder hacer unas breves preguntas a Jeremy Corbyn sobre su etapa como Líder de la Oposición y sobre sus perspectivas políticas para el futuro. Las reproducimos a continuación ligeramente editadas para mayor claridad y continuidad.

    Por Nacho Rubio. 

    P. Usted es uno de los mayores y más fieles aliados que los movimientos progresistas latinoamericanos han tenido en Reino Unido. ¿Qué le llevó a interesarse por América Latina en primer lugar?

    La primera vez que pisé Latinoamérica fue cuando visité Chile con 20 años, en 1969. Desde entonces la región ha conocido unos niveles de tragedia difíciles de describir, incluyendo la destrucción de los movimientos de base por la justicia social y el auge de dictaduras brutales como la de Augusto Pinochet en Chile precisamente, que pisoteó los derechos humanos y los de los trabajadores. Con demasiada frecuencia, esta brutalidad se produjo con el apoyo de países poderosos como Estados Unidos, con el objetivo de crear un entorno donde los recursos naturales y humanos de América Latina pudieran ser abiertos al capital occidental para su explotación y extracción.

    Pero aquellos movimientos, que habían sufrido innumerables castigos y represión autoritaria, nunca abandonaron la esperanza. Los gobiernos de la «marea rosa», liderados por activistas como Evo Morales y Rafael Correa, se enfrentaron a los poderosos y sacaron a millones de sus ciudadanos del umbral de la pobreza. Sin embargo, los progresistas latinoamericanos siguieron estando acechados por la violencia y el sabotaje, con técnicas como el lawfare ejemplificado en el impeachment de Dilma Rousseff y el encarcelamiento de su antecesor Lula Da Silva en Brasil, o golpes de Estado como el ocurrido en Bolivia en 2019 contra Morales. Y a pesar de todo nunca renunciaron a la esperanza.

    P. ¿Qué cosas cree que deberíamos aprender desde la izquierda europea de los movimientos progresistas del otro lado del Atlántico? ¿Hay alguna figura histórica del socialismo latinoamericano que usted admire especialmente?

    Tenemos mucho que aprender de la rica historia de la región. Si pudiera elegir sólo dos lecciones de los movimientos latinoamericanos, la primera sería que los progresistas tienen éxito cuando están unidos: cuando las comunidades indígenas, ecologistas, feministas, el movimiento obrero y los socialistas se ponen de acuerdo en el diseño de un programa común que beneficie a todos por igual. La segunda lección sería el poder de la esperanza. En Brasil, Jair Bolsonaro ha traído miseria a su país a través de una peligrosamente negligente gestión de la pandemia, de la represión de sus críticos, y del avance en la destrucción de la selva amazónica. Pero Lula es ahora libre y volverá a presentarse a la presidencia el próximo año. Nuestros movimientos sufren reveses y derrotas, pero al final siempre llega el momento para que triunfe la justicia y la decencia.

    P. La transición ecológica (Green New Deal, reindustrialización verde) requiere de gran cantidad de materiales (litio, cobalto), muchos de los cuales se encuentran principalmente en el sur global. ¿Cómo pueden llevarse a cabo estas iniciativas sin a la vez profundizar –e, idealmente, revirtiendo– las políticas de imperialismo colonial del norte respecto al sur global?

    La crisis climática está en el centro de todo. Ya se trate del sufrimiento de las personas desplazadas por inundaciones, sequías y conflictos por la posesión de los recursos naturales, de la destrucción de sus comunidades contaminadas y su medio de vida debida a la extracción de combustibles fósiles, o más cercanamente si sus hijos respiran aire tóxico en nuestras ciudades, los efectos están por todas partes. Y estos problemas están definidos por nuestro pasado, pues es donde se originan las relaciones de poder y opresión que siguen determinando cómo los que se benefician del cambio climático son nos explotan al resto. El cambio climático es ante todo una cuestión de clase, una cuestión de justicia global y una cuestión de derechos humanos.

    Es por esto que la justicia climática está en el centro de todo lo que tratamos de hacer y construir en el Proyecto por la Paz y la Justicia. En la COP 26 (la conferencia de la ONU sobre cambio climático que se celebrará en Glasgow este año) tenemos que poner sobre la mesa y defender con fruición las peticiones de los movimientos de base de los de abajo: desde los indígenas de la selva amazónica a los activistas anti-fracking de aquí en Inglaterra. Trabajaremos con aquellos que hagan campaña por empleos verdes que cuenten con una fuerte protección social y sindical, por una transición ecológica que sea justa para los trabajadores, por el fin de la extracción de combustibles fósiles y la explotación de poblaciones y ecosistemas que siempre lleva aparejada.

    P. ¿Ve posible conseguir objetivos climáticos ambiciosos desde la política parlamentaria? ¿Qué rol deberían tener las organizaciones de base?

    Es esencial que los gobiernos establezcan metas climáticas ambiciosas y lleven a cabo las acciones apropiadas para su realización, desde invertir en empleos verdes hasta frenar a las principales empresas contaminantes, para hacerlos realidad. Sólo los estados, trabajando juntos y respaldados por movimientos sociales masivos, pueden enfrentarse a los culpables y diseñar una nueva forma de economía política.

    Y para que cualquier solución funcione, el enfoque en el que se enmarque tiene que ser global, basado en la cooperación y la responsabilidad compartida, no en la competencia y el conflicto. Esto significa trabajar con sindicatos, gobiernos y comunidades para garantizar que se respeten los derechos de la tierra, los derechos de los trabajadores y los derechos humanos, y resolver la crisis climática sin contribuir a otras crisis ambientales.

    P. Si pudiera dejarle un mensaje a la siguiente generación de activistas, ¿cuál sería?

    La gente solía decir que los jóvenes no estaban interesados en la política, pero en realidad era la política la que no estaba interesada en ellos. Hay una enorme energía por explotar en ese segmento de la sociedad para cambiar el mundo, para que funcione para todos y no solo para unos pocos [NT: literalmente for the many, not the few, unos de los principales eslóganes de su etapa al frente del partido]. Estoy increíblemente orgulloso del enorme crecimiento que experimentó el partido bajo nuestro liderazgo y espero que la energía y el entusiasmo de ese período hagan avanzar y crecer el movimiento socialista, porque nadie cambiará el mundo por nosotros.

    P. ¿Cuál piensa que fue su mayor acierto en su etapa como líder de la oposición? ¿Y su mayor error?

    Las políticas incluidas en nuestro programa electoral eran populares, y el momento para implementarlas ya ha llegado. Las políticas laboristas dan a la gente lo que quiere y necesita, no sólo lo que permiten los poderosos. La pandemia ha demostrado cuán vitales y oportunas son. Estoy seguro de que algún día serán llevadas a cabo, conjuntamente con una transferencia dramática en la riqueza, el poder político y la igualdad de oportunidades de los poderosos a los de abajo.

    Nuestro mensaje resonó con aquellos que estaban hartos de la vieja política, de la austeridad, de las guerras, de criarse y crecer en la pobreza aun viviendo en uno de los países más ricos del mundo. Planteamos el argumento de que esta situación no es inevitable, sino que es consecuencia de una economía construida para servir a unos pocos y no a todos.

    Lamento que esto no fuera suficiente para superar la división en nuestro electorado causada por el Brexit y ganar en 2019, pero estas cuestiones subyacentes no han desaparecido. Y requerirán toda nuestra creatividad y energía, llegando a las comunidades de todo el país, para ganar. Muchas de las ideas que necesitamos para que la década de 2020 sea mejor que la de 2010 fueron desarrolladas en y alrededor del Partido Laborista en los últimos años por intelectuales y científicos sociales excepcionales en sus campos. Pero, lo que es más importante, fueron el fruto de las demandas del movimiento social que nos aupaba, y las habilidades, el conocimiento y las necesidades de las comunidades afectadas por los problemas que identificamos.

    Debemos basar nuestro proyecto en estas políticas, llevándolas más lejos y adaptándolas al mundo postpandémico para que nuestros movimientos sociales puedan pasar del conflicto y la desigualdad, y hacia la paz y la justicia.

    P. Su etapa al frente del Laborismo supuso un motivo de esperanza para mucha gente en todo el mundo, no solo en el Reino Unido. ¿De qué formas podemos reforzar la cooperación internacional y el aprendizaje mutuo entre movimientos y partidos de diferentes países?

    Actualmente en el Proyecto por la Paz y la Justicia tenemos cuatro proyectos clave en curso, algunos de los cuales son más específicos para el Reino Unido y otros que necesitarán apoyos de todo el mundo.

    Nuestra iniciativa por la seguridad económica está organizada en torno al apoyo directo a comunidades de todo el Reino Unido afectadas por la triple crisis resultante de la austeridad, la pandemia, y la nueva recesión. Nuestro proyecto de justicia global está haciendo campaña para que las vacunas contra la Covid-19 sean asequibles para todo el mundo, y estén disponibles en todas partes. Nuestro plan por la sociedad democrática trabajará para que los medios de comunicación sean más justos, libres y responsables, apoyando el periodismo de interés público y desafiando los monopolios corporativos. Y, finalmente, nuestro proyecto por la justicia climática luchará por un Nuevo Acuerdo Verde en el Reino Unido y en todo el mundo.

    Queremos reunirnos con socialistas y progresistas de múltiples naciones para discutir temas que van desde la protección de los refugiados hasta la igualdad en la distribución de vacunas en la India, Europa, los Estados Unidos y América Latina. Se trata de hablar y compartir experiencias, pero también de implementar acción práctica. Antes conversábamos sobre América Latina: el internacionalismo de los trabajadores escoceses que se negaron a producir armas para que el régimen de Pinochet las usara contra su propio pueblo es un ejemplo de lo importante que es la solidaridad entre comunidades de trabajadores allende las fronteras.

    Más allá de la izquierda de base necesitamos organizaciones internacionales sólidas donde los países puedan reunirse para encontrar soluciones a nuestros problemas compartidos. Pero es importante que estos foros no siempre terminen dominados por los elementos más poderosos de los países que los atienden. Debemos encontrar maneras de garantizar que la voz de las personas marginadas y sus reclamaciones políticas se exprese en estas conversaciones globales.

    P. Y para finalizar, de gunner a gunner, ¿cuál es en su opinión el mejor delantero centro de la historia del Arsenal?

    Henry, obviamente.

    La ilustración de cabecera «Ladrón de fresas», de William Morris (1834-1886). 

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  • Ecología y socialismo – Entrevista a Wolfgang Harich

    Ecología y socialismo – Entrevista a Wolfgang Harich

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    Publicamos una nueva traducción de un documento inédito de Wolfgang Harich de mano de Àngel Ferrero, en esta ocasión una entrevista del año 1976 en la que aborda la relación entre ecología y socialismo. A pesar de su brevedad encontramos materiales que pensamos pueden ser útiles hoy en día para pensar la crisis ecológica. Hay posicionamientos lúcidos contra el «optimismo científico-tecnológico» y contra el «pesimismo sin esperanza», el «otro extremo falso» de ese optimismo sin fundamento. Reflexiones tempranas sobre los Verdes alemanes (de los que pronto tendremos más que decir), la evolución del bloque socialista y su posible convergencia ideológica en ciertos aspectos con el bloque capitalista. La vigencia de una postura «comunista» en su día, que sigue siendo pertinente para el nuestro, y de qué raíces podría tomar sustento en la larga tradición del socialismo marxista. Hay, sin duda, algunas cosas que querríamos matizar, que querríamos debatir, como la insistencia en la superpoblación en tanto que problema fundamental a nivel político (del que ya hemos hablado en otros lugares). En cualquier caso, esperamos que este documento sirva para hacer más rico el repertorio de textos disponibles en español de un pensador del calibre de Harich, del que seguimos aprendiendo.

    Entre los documentos legados por Harich se encuentra una versión mecanografiada de una entrevista con la revista Positionen. Theoretisches Magazin (POCH).[i] El texto, de siete páginas, contiene diversas correcciones de Harich, que se han incluido y editado. El manuscrito no está fechado, pero procede posiblemente de la segunda mitad del año 1976. En éste Harich desarrolla y profundiza, en contenido y en argumentación, las tesis expuestas en una entrevista anterior con el diario Frankfurter Rundschau. El título procede del editor. (Nota del editor de las Obras Completas de Wolfgang Harich, Andreas Heyer)

    Pregunta: El resultado de los dos primeros estudios del Club de Roma, que son el punto de partida de sus propias reflexiones en el libro ¿Comunismo sin crecimiento?, sugieren que en lo tocante a la crisis ecológica nos encontramos a cinco minutos antes de la medianoche. ¿Sigue manteniendo esta apreciación? ¿Confirman los nuevos conocimientos científicos este posible Apocalipsis histórico?

    Harich: Sí, cuando escribí mi libro, en 1974-1975, aún no conocía, por ejemplo, los estudios sobre las consecuencias del uso de espráis en la destrucción de la capa de ozono de la estratosfera. Pero no se trata solamente de los nuevos conocimientos científicos, sino más todavía de las catástrofes reales, que, entre tanto, me han reafirmado en mis posiciones: hablamos de Seveso[ii], de la explosión en Stavanger[iii], de una serie de espantosas averías en barcos petroleros, de los terremotos cada vez más frecuentes en los últimos años, etcétera. Después de todo esto estoy más convencido que nunca que de mantenerse las actuales tendencias del desarrollo global la humanidad pronto encontrará su propia destrucción, y ello sin una guerra nuclear, un riesgo que, pese a todo, se ha agravado e incluso a corto plazo podría incluso ser el más amenazador. En cuanto al Club de Roma, recientemente, en su reunión en Filadelfia de abril de 1976, ha dado un giro de 180 grados bajo la presión de poderosos intereses capitalistas y la advertencia directa de nadie menos que del vicepresidente de Estados Unidos, el multimillonario Nelson D. Rockefeller. Con la desaprobación del informe Meadows del MIT de 1972, incómodo para ellos, el Club quiere olvidar que entonces cuestionó el sentido del crecimiento económico. Razón de más para la izquierda para mantener viva la conciencia de la crisis ecológica, que los gobernantes, con las condiciones del último boom económico, aún creían poder tolerar y manipular, y que ahora, en tiempos de recesión y creciente desempleo, quieren volver a marginar y eutanasiar.

    P.: Desde el shock de la crisis del petróleo de 1973-1974 se ha puesto en marcha una búsqueda a marchas forzadas de depósitos de materias primas por explorar, tecnologías de reciclaje y formas alternativas de energía. Por descontado, de este modo lo único que puede hacerse es posponer el agotamiento definitivo de las fuentes de energía fósiles. Tan sólo quedaría una volátil intensificación y expansión de la investigación científica. ¿O ve posible otra vía?

    Harich: No hay autoengaño más estúpido que el optimismo científico-tecnológico, como el que se expresa en la siguiente conclusión: «Hasta ahora la ciencia siempre ha encontrado una solución, así que también lo hará en el futuro.» Por la misma lógica, alguien a quien hasta ahora los médicos han logrado comprender cómo curar sus enfermedades puede llegar a la conclusión de su propia inmortalidad. A eso mismo se lo denomina una extrapolación inválida. De manera grotesca, se decantan por ella como supuesto argumento quienes acusan a los Meadows de haber extrapolado incorrectamente. Naturalmente, no quiero disputar la necesidad de impulsar investigaciones en las direcciones que usted ha mencionado. Pero de ello no se deriva que debamos confiar, con una credibilidad cuasi religiosa, que este tipo de investigaciones logrará los resultados deseados en cualquiera de los casos. Deberíamos mantener una prudente distancia y una constante posición crítica con las alternativas que la ciencia tiene que ofrecernos. Las formas de energía alternativas a la fisión del átomo son, por ejemplo, inaceptables, porque los riesgos asociados a éstas superan con creces los correctivos que prometen: aumentan la confianza en la capacidad de los hombres para poner límites a su proliferación, reducir su consumo y renunciar, al menos, a la simplificación del trabajo. Todo ello tiene efectos aún más perjudiciales para la salud con un enorme incremento de la energía fósil.

    P.: ¿Puede la toma de conciencia de los problemas ecológicos basarse en citas de Marx? Marx se encontraba en el siglo XIX en unas relaciones sociales y un contexto intelectual en el que la orientación al crecimiento era prácticamente equivalente al progreso humano. Desde entonces la situación se ha modificado radicalmente. ¿No deberíamos nosotros, los marxistas de hoy, destacar la condición del hombre de su dependencia de la naturaleza de manera mucho más marcada que Marx? ¿Ve usted la posibilidad de que el marxismo se apropie de manera crítica de otras tradiciones del pensamiento, también las no europeas, que han situado el elemento de la naturaleza en los hombres más bien en el centro de sus consideraciones?

    Harich: Debido justamente a que en el siglo XIX la contaminación medioambiental y el agotamiento de las materias primas eran todavía problemas relativamente sin importancia y lejanos, que, en correspondencia, la ciencia podía descuidar con una cierta justificación, puede atribuirse a Marx aún más el mérito de que ya entonces no sólo no ignoró la base natural de la sociedad humana, sino que ocasionalmente reflexionó de manera netamente ecológica, antes de que existiese una disciplina científica con ese nombre. Los pasajes sobre esta cuestión en su obra y en la de Engels tienen hoy, teniendo en cuenta la crisis ecológica, incluso mayor valor que en la época en que se formularon. Por otra parte, por las mismas razones puede que hoy ya no baste recurrir solamente a ellos. Lo que se requiere es, más aún, que el marxismo actual adopte críticamente los resultados de la ecología en toda su amplitud y el estado del conocimiento más actualizado, y que, al mismo tiempo, se ocupe de manera especial de la elaboración de su propia economía del valor de uso en los estudios económicos marxistas sobre la actualidad de la transición al comunismo. Esto último sería una suerte de retorno al peldaño más elevado de Aristóteles, que respaldó una “economía” en un sentido auténtico, que distinguió con claridad de su odiada “crematística” como enseñanza de las relaciones de intercambio contrarias a la naturaleza, de la circulación de mercancías y de dinero [iv].

    Más allá de eso, me parece que el análisis de las tradiciones filosóficas que usted ha mencionado, como lo que Lévy-Strauss ha llamado “pensamiento salvaje”, o con una religión de alcance mundial como es el budismo, son plenamente fructíferos. A este respecto, entre los comunistas de Laos está en marcha una evaluación sin prejuicios. Hablar de una “adopción crítica” es algo de lo que ciertamente dudo. Lo que yo, con modestia y precaución, inicialmente propondría, sería un diálogo entre marxistas y budistas. En el espacio lingüístico alemán posiblemente primero con Gottfried Gummerer, quien, como budista, es quien más se ha ocupado de las cuestiones de la futurología basadas en el ecologismo. En este diálogo habría que librar una lucha decidida contra el pesimismo sin esperanzas de Gummerer. Pues la gestión de la crisis ecológica sería una resignación pesimista que inevitablemente genera un sentimiento de “después de mí, el diluvio”, sin duda el extremo más perjudicial, al menos no menos perjudicial que el otro extremo falso opuesto, el optimismo tecnológico.

    P.: En su introducción al libro que hemos mencionado usted se ocupa de los esfuerzos de los científicos de los países socialistas por abordar seriamente las cuestiones ecológicas. ¿Se ha ampliado desde entonces esta discusión y se ha ido más allá del estrecho círculo del debate científico? Más concretamente: entre el transporte individual, destructor del medio ambiente, y el transporte público, favorable al mismo, ¿se ha decantado la República Democrática Alemana (RDA) a favor de este último? ¿Hay en los Estados socialistas voces críticas a la construcción de centrales nucleares? Y de haberlas, ¿podría hablar abiertamente de ellas?

    Harich: Por desgracia he de responder negativamente a todas las preguntas. En los países del socialismo realmente existente tiene lugar a este respecto el mismo desarrollo equivocado que en el resto del mundo. En la RDA he intentado luchar contra ello durante tres años a diferentes niveles con los modestos medios a mi alcance, en vano, excluido de la opinión pública, de acuerdo con las reglas del sistema político aquí establecido.

    P.: ¿Qué conclusiones extrae de esta experiencia suya?

    Harich: La solución a los problemas ecológicos globales la espero de un comunismo homeostático, sin crecimiento. No he cambiado en este punto. La cuestión de dónde se realizará por primera vez es algo que sin embargo he dejado abierta en mi libro (p. 134 y siguientes). Con todo, veo las condiciones estructurales más favorables en los países socialistas. Añado no obstante (ídem, p. 137) que esto puede que no sea decisivo. Factores como el grado de industrialización, de productividad laboral, los ingresos per cápita, el consumo per cápita de materias primas y energía, etcétera, pueden demostrarse bajo determinadas circunstancias como más importantes. Hoy estoy lejos de transformar la consideración hipotética de 1975-1975 en una afirmación apodíctica: la brecha en bienestar entre el Oeste y el Este, entre el Norte y el Sur, no deja ninguna otra esperanza que el comunismo sin crecimiento se abra paso en las metrópolis del capital, allí donde el despilfarro, el agotamiento de las materias primas y la destrucción medioambiental están más avanzados, donde la sociedad de consumo comienza a llevarse a sí misma ad absurdum y donde las crisis de crecimiento económico siguen agudizándose sin poder ser ya superadas.

    P.: En consecuencia, parece que se equivocó de lugar en sus esfuerzos.

    Harich: Quizá fue un prejuicio moral que creyese tener que “limpiar la propia casa” primero. A pesar de todo, no quisiera perder las experiencias adquiridas: me han ayudado a sondear lo que es posible e imposible en una política motivada ecológicamente en el socialismo realmente existente de hoy.

    P.: Nos preguntamos si no existe un riesgo en que el incremento del fetichismo del crecimiento, de hacer aumentar las cifras del Producto Interior Bruto de manera puramente cuantitativa, como también ocurre en los países socialistas con un elevado grado de industrialización, acabe derivando en una línea de convergencia con las ideologías de crecimiento del capital monopolista.

    Harich: Afirmar que la política económica en el Este está orientada todavía a un incremento de la producción “puramente cuantitativo” es, creo yo, injusto. Piense solamente en el tiempo que ha transcurrido desde que se ha abandonado la llamada ideología de toneladas [v]. Sin embargo, el riesgo de una convergencia en la práctica existe de hecho. Por ejemplo, representantes de Yugoslavia, Polonia, Rumanía y Hungría, no solamente científicos sino también, en parte, miembros del gobierno, incorporaron en su trabajo los resultados del informe del Club de Roma exactamente en el momento en que el Club, como quedó dicho, en abril de 1976 en Filadelfia, comenzó a apartarse de su crítica al crecimiento original. Esta cooperación se plasmó incluso en una de las primeras publicaciones conjuntas entre Este y Oeste, Global Goals for Global Societies, de Ervin László, entre otros. No conozco aún este trabajo. Posiblemente su lectura me induzca a una polémica. En cualquier caso, considero la lucha contra las teorías de convergencia todavía de suma actualidad, y ello hoy incluso más que desde que se alinease con ella un político llamado Zbigniew Brzeziński.

    P.: Las fuerzas antiimperialistas libran en todo el mundo una lucha por el desarme. En esta lucha el peso de la agitación se pone de manera casi exclusiva en la reducción cuantitativa del potencial militar, esto es, el número de tropas, sistemas de defensa, etcétera. ¿No podría este debate llevarse de una manera más decidida y activa políticamente si se llevase a un primer plano la dimensión ecológica de la cuestión armamentística?

    Harich: Sobre esta cuestión existen ya iniciativas prometedoras. No se olvide de la propuesta que en septiembre de 1974 Gromyko remitió a la Asamblea General de la ONU y que se ha convertido en un correspondiente tratado internacional después, con las negociaciones de desarme en Ginebra. También la lucha actual contra la construcción de la bomba de neutrones tiene un componente claramente ecológico. Naturalmente todo ello es insuficiente, en esa misma dirección debe emprenderse mucho, mucho más. A lo que me sigo resistiendo es al extendido mal hábito de oponerse a una regulación de la población mundial, a una protección medioambiental drástica, al ahorro de materias primas y energía y a las reivindicaciones de desarme, como si no fuesen justificadas y urgentes. ¡Como si una cosa excluyese a la otra! ¡Como si no se tratase de luchas contra todos los riesgos al mismo tiempo!

    P.: Desde su fundación, POCH se ha ocupado con frecuencia de cuestiones medioambientales. Al hacerlo nos encontramos ante el siguiente problema: ¿Cómo logramos que nuestras reivindicaciones no sirvan para hacer avanzar la agenda de recortes sociales impulsada por la burguesía? ¿En qué términos pueden unificarse la lucha ecologista y la lucha contra el desmantelamiento del Estado del bienestar?

    Harich: Le planteo la pregunta opuesta: ¿Recortes sociales para qué y para quién? Cuando el presidente del USPD [vi], Arthur Crispien, en el II Congreso del Komintern, en verano de 1920 en Moscú, expresó que una revolución sólo podía llevarse a cabo si “no empeoraba demasiado las condiciones de vida del trabajador”, Lenin le respondió que este punto de vista era contrarrevolucionario por dos motivos: por una parte, la revolución exigía a los trabajadores sacrificios, y, por la otra, no había de olvidarse que la aristocracia obrera, como base social del oportunismo, se había llevado exactamente por ese motivo, para asegurarse mejores salarios, a apoyar a “su” burguesía en la conquista y explotación de todo el mundo.[vii] ¿Se prestaba con ello Lenin a un “recorte social” a favor de la burguesía? ¡Por descontado que no, todo lo contrario! Aplique esto análogamente a su problema y entonces se dará cuenta de que POCH hace bien, a la vista del síndrome político-ecológico, en convertirse en altavoz de la conciencia de la clase obrera suiza y aclarar en consecuencia: “Sí, estamos preparados, por la supervivencia de la humanidad, a cualquier sacrificio material necesario y a reclamárselo al trabajador, a condición que se haga con el principio de una estricta igualdad, esto es, que en primer lugar los ricos desaparezcan de la superficie terrestre.” De existir sobre esta cuestión desde un buen comienzo claridad, más adelante ocurrirá que POCH analizará el valor en el fondo cuestionable del actual bienestar de las masas y elevará su conciencia. El hecho de que la pauperización de las masas, considerada atentamente, no haya desaparecido, sino que meramente se hayan transformado sus manifestaciones, que las personas, a través de sus préstamos, de sus prisas y estrés en el trabajo, inseguridad existencial, enfermedades civilizatorias de todo tipo, paisaje arruinado, aire polucionado, accidentes de tráfico, creciente criminalidad, atrofia cultural, frustración sexual, etcétera, no en último lugar debido al permanente temor de una catástrofe nuclear civil o militar, que pende sobre ellos como una espada de Damocles, son más infelices que nunca. ¿Pues de qué sirve tener una casa propia en el campo cuando la naturaleza hasta entonces intacta se urbaniza? ¿De qué sirve reducir la jornada laboral, cuyas consecuencias perjudiciales y dolorosas para el corazón y la circulación sanguínea se curan en el hospital y han de compensarse después a través de un agotador entrenamiento de fitness? ¿De qué sirve elevar el nivel educativo si va de la mano de la anulación del espíritu mediante la televisión? Una pregunta tras otra. El material argumentativo que ofrece una agitación social y ecológica combinada es inconmesurablemente rico.

    P.: ¿Cómo se posiciona respecto al movimiento de los ecologistas en Francia y de Los Verdes en la República Federal Alemana (RFA)?

    Harich: Forma parte de uno de los acontecimientos más prometedores de nuestra época que la voluntad de luchar por la conservación de la vida en nuestro planeta y subordinar a esta tarea todo lo demás haya comenzado a formarse ahora también a nivel de partido político. Es a bien seguro obvio que también este movimiento, como los partidos tradicionales en sus comienzos, atraviese una fase de enfermedad infantil, que sobre todo ellos no consigan alcanzar una amplia y razonada posición común sobre todo el espectro de cuestiones políticas que hoy están pendientes de solución. Esto no va suceder tampoco en el estadio presente. La mera existencia de listas verdes, incluso partidos, es un logro que no se valorará nunca lo suficiente. Para poder expresarme con justicia sobre las diferencias que hay entre mí y Los Verdes primero debería conocerlos con exactitud y escrutado con detalle. Por ahora mis informaciones son demasiado escasas, aunque suficientes como para declararme en principio solidario con los iniciadores de este nuevo comienzo.

    P.: ¿Puede seguir manteniendo con una posición así su afirmación de que es comunista?

    Harich: El término “comunista” tiene diferentes significados. Yo defiendo el comunismo como un orden social que es más que sólo socialista, esto es, en el que no sólo los medios de producción son propiedad de todos, sino en el que también la distribución del consumo se rige por el principio de igualdad. En este sentido soy comunista. Ya no lo soy en el otro sentido, el de ser miembro de un partido surgido de la Tercera Internacional, la Internacional Comunista, el Komintern, por su acrónimo. Entre estos partidos existen, como es sabido, desde hace algún tiempo fuertes discrepancias de opinión, e incluso contradicciones, que pueden llegar a alcanzar la hostilidad. Pero, entre otras cosas, tienen en común que no consideran el comunismo algo para nada actual, que en el mejor de los casos han degradado el tema a un sermón dominical, no vinculante. Una posición “verde” realmente consecuente, por el contrario, incluye una concepción del comunismo como tarea presente, pues las limitaciones en la sociedad que demanda la ecología únicamente son realizables en la igualación de las condiciones materiales de todos, y aún más mediante una nivelación hacia abajo [viii].

    La ilustración de cabecera es «Work no. 307», de Emma Kunz (1892 – 1963).

     

     

    [i]POCH (Progressive Organisationen der Schweiz) fue un partido político suizo de orientación comunista nacido del movimiento estudiantil del 68. A partir de 1987 se distanció definitivamente del marxismo-leninismo y cambió su nombre a POCH-Grüne. En 1993 el partido fue disuelto, pasando la mayoría de sus militantes al Partido Verde de Suiza (GPS).

    [ii]El 10 de julio de 1976 ocurrió una de las peores catástrofes medioambientales en Europa cuando se produjo una fuga de seis toneladas de productos químicos en una planta cerca de Seveso, al norte de Milán, exponiendo a sustancias tóxicas a la población de los municipios circundantes, a la fauna y a la flora. Un estudio médico realizado por Andrea Baccarelli, Sara M. Giacomini, Carlo Corbetta y otros en 2008 reveló el impacto de la contaminación al revelar que las alteraciones hormonales neonatales en un grupo de estudio compuesto por miles de afectados eran 6’6 veces superiores a los del grupo de control.

    [iii]El 5 de junio de 1976 una parte de la plataforma petrolífera noruega Alexander L. Kielland, en el campo de Ekofisk, se desplomó debido a las condiciones climatológicas, acabando con la vida de 123 de los 212 trabajadores.

    [iv]Aristóteles distinguió la economía, el arte de la gestión del hogar o el arte de la adquisición natural, de la crematística, el arte de la adquisición desviado de su origen, que sirve exclusivamente a la acumulación de capital y, de ese modo, fomenta la ilusión de una riqueza ilimitada e independiente del bien común. Harich trató esta cuestión con detalle en Kommunismus heute. Sobre este tema puede consultarse también la conferencia de Harich sobre filosofía clásica en el sexto volumen de las Obras Completas. (Nota de Andreas Heyer)

    [v]“Ideología de toneladas” era uno de los términos utilizados para criticar a las economías planificadas de los Estados socialistas, particularmente durante el estalinismo, por primar la producción sin tener en cuenta la demanda, el uso o la calidad de lo producido.

    [vi]El Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD) fue una escisión del SPD posterior a la Primera Guerra Mundial que agrupó a los socialdemócratas de diferentes tendencias políticas unidos por su oposición común al conflicto.

    [vii]Entre corchetes, Harich incluye la referencia: Lenin, Werke, vol. 31, p. 236 y siguientes. (Nota de Andreas Heyer)

    [viii]Esta posición es una constante en la filosofía política de Harich, se la encuentra tanto en sus escritos de juventud como en el marco de su crítica al anarquismo. (Nota de Andreas Heyer)

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