Autor: diluvio

  • Entrevista con Sonja Giese, de DIE LINKE: «No hay protección del clima sin justicia social y no hay justicia social sin protección del clima.»

    Entrevista con Sonja Giese, de DIE LINKE: «No hay protección del clima sin justicia social y no hay justicia social sin protección del clima.»

    P. Gracias por dedicar tu tiempo a hablar con nosotros, Sonja. Para empezar, ¿podrías presentarte y contarnos en qué estás trabajando hoy en día?

    Me llamo Sonja Giese, y las palabras de moda marxista-feminista, ecosocialista e hija de trabajadores resumen más o menos mi identidad política. Me ocupo de la comunicación de La Izquierda desde hace muchos años, tanto a nivel nacional como europeo. Como responsable de prensa del Grupo de la Izquierda en el Parlamento Europeo, actualmente me ocupo sobre todo de la política medioambiental, los asuntos económicos, las cuestiones fiscales y los temas relacionados con los derechos de la mujer.

    P. El próximo acontecimiento del que todo el mundo está hablando es, por supuesto, las elecciones alemanas del 26 de septiembre (2021). Las elecciones en EE.UU. siempre se sienten un poco como «elecciones imperiales», en el sentido de que tienen una profunda influencia en todos nosotros, pero sólo una pequeña minoría puede votar en ellas. Las elecciones alemanas podrían ser lo más parecido a eso en Europa. Merkel está fuera, y parece que los conservadores también estarán fuera del poder por primera vez en más de 15 años. ¿Cuáles son sus expectativas, tanto en general como para tu partido, DIE LINKE?

    El primer gobierno post-Merkel decidirá cómo será Alemania después de la pandemia: ¿seguirá creciendo la desigualdad social haciendo que la clase trabajadora vuelva a asumir los costes de la recuperación? ¿O se gravará por fin a los ricos como es debido y se renovará y reforzará el Estado del bienestar? DIE LINKE apoya sistemáticamente a los movimientos sociales y sabe que el cambio radical no viene necesariamente de los votos en el parlamento, sino de la presión de las calles. Y es un cambio radical lo que se necesita ahora.

     

    P. Tanto si acaban perdiendo el poder como si no, los conservadores parecen bastante más débiles que antes. ¿Crees que esto se debe principalmente al candidato que eligieron, o crees que es un reflejo de un cambio más profundo? ¿Cuál es tu sensación sobre el terreno, está Alemania entrando en un verdadero giro a la izquierda?

    Me temo que esto se debe a su candidato, que es visto como una copia mala de Merkel y no a un giro a la izquierda causado por la realidad demográfica. Sí que vemos, sin embargo, crecer a toda una generación muy preocupada por el cambio climático y la justicia social. Los próximos días serán decisivos, dado que el cuarenta por ciento de los votantes aún no saben a quién van a votar.

     

    P. Hablemos de perspectivas. A nivel nacional: ¿qué crees que es lo más urgente que hay que abordar?

    Gravar a los ricos. Subir el salario mínimo a 13 euros. Limitar el precio de los alquileres. Un fondo de pensiones común para todos. Acabar con el carbón: la última central eléctrica de carbón debe ser retirada de la red antes de 2030.

     

    P. En Alemania hay una tradición muy consolidada de gobiernos de coalición, en claro contraste con España, donde acabamos de tener el primero en casi 80 años. ¿Cuál es tu perspectiva sobre un posible gobierno de coalición de centro-izquierda? ¿Qué crees que podría conseguir de forma realista? ¿Y querría DIE LINKE estar en un gobierno así?

    Un gobierno de centro-izquierda con los socialdemócratas, los verdes y la izquierda podría aumentar inmediatamente el salario mínimo, reintroducir el impuesto sobre el patrimonio y detener los nuevos despliegues en el extranjero de las fuerzas armadas federales. DIE LINKE estará a bordo de cualquier gobierno que conduzca a mejoras reales para una gran mayoría de la población, así como para la protección del clima. Creo que las bases de los socialdemócratas y los verdes apoyarían un gobierno así, pero sus dirigentes no.

     

    P. Hace unos meses parecía que los Verdes podrían ganar las elecciones. Ahora eso parece muy lejano. Me dicen personas con experiencia en la política alemana que esto ocurre a menudo (una breve subida antes de las elecciones, seguida de una caída). En cualquier caso: ¿cuál crees que es su papel? ¿Hay áreas en las que crees que pueden cooperar con ellos?

    Las encuestas son muy manipulables, la fidelidad de los votantes ha disminuido. Los Verdes se benefician de una imagen positiva que hace que uno se sienta bien. ¿Quién no estaría a favor de una mayor protección del medio ambiente? Pero mientras Los Verdes no dejen claro si están del lado del capital o del lado del pueblo, seguirán siendo un factor de incertidumbre para los partidarios de un gobierno progresista. Estratégicamente es sencillo: si quieres que los conservadores se vayan del poder, tienes que votar a la izquierda. Es el único partido que garantiza no formar una coalición con los conservadores.

     

    P. Alemania tiene un papel crucial en Europa. Durante mucho tiempo han sido percibidos por muchos como uno de los principales garantes de una cierta ortodoxia económica, y de un cierto inmovilismo político. ¿Crees que algo podría cambiar con un nuevo gobierno? ¿Cuál debe ser el papel de la Unión Europea? ¿Es posible reorientarla hacia objetivos sociales y medioambientales ambiciosos?

    He vivido 13 años en Bélgica y, tras seis años en Alemania, estoy de nuevo en Bruselas. Durante este tiempo, el gobierno federal en Bélgica cambió once veces; en Alemania, estaba Angela Merkel. Mi impresión personal es que muchos alemanes tienen miedo al cambio, y después de una eternidad bajo el gobierno de Angela Merkel, mucha gente ha perdido la fe en que un cambio radical sea posible.

    El primer gobierno post-Merkel no debe repetir los errores del pasado. Los países llamados PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia, España) nunca olvidarán cómo el ministro de Finanzas alemán Schäuble destruyó sus estados de bienestar, hundió a la sociedad en la pobreza y vendió servicios y activos a inversores privados. La UE no puede ser transformada en una unión social progresista por un solo Estado. Pero el principio de unanimidad sigue prevaleciendo en la política exterior y de seguridad o en los asuntos económicos y monetarios. Europa corre el riesgo de romperse, pero Alemania sigue bloqueando acciones decisivas contra los especuladores de los mercados financieros que apuestan por la ruina de un país europeo. Se necesitan eurobonos, por ejemplo. Hay que cambiar el Acuerdo Verde Europeo para que sea social. No hay protección del clima sin justicia social y no hay justicia social sin protección del clima.

     

    P. Hablemos del cambio climático, más concretamente. Este verano varios países de Europa, entre ellos Alemania, han sufrido inundaciones devastadoras. También ha habido incendios forestales masivos, olas de calor, olas de frío, los huracanes en la costa atlántica son una realidad creciente… Por otro lado, en los últimos años se ha producido un aumento del interés y el activismo en torno a esta cuestión, y los movimientos sociales y los políticos electos se centran cada vez más en la búsqueda de soluciones. ¿Cómo influye el cambio climático en las próximas elecciones? ¿Ha sido un tema importante, o los debates se han centrado en otras cuestiones más habituales? ¿Es un tema que tu partido considera estratégico? ¿De qué manera crees que su perspectiva puede ofrecer soluciones al respecto que otros partidos de centro-izquierda (SPD, Los Verdes) no pueden?

    El cambio climático es uno de los temas más importantes para la gente en Alemania. Todos los partidos políticos lo abordan en sus programas y discursos. La izquierda (DIE LINKE) ha adoptado el programa más radical contra el calentamiento global. Nuestro enfoque es diferente al de los demás partidos. Sabemos que las grandes empresas tienen como objetivo el beneficio y no la protección del clima o los salarios dignos. Dos tercios de la contaminación mundial por CO2 son causados por sólo 100 grandes empresas. No pedimos que paguen los ciudadanos, sino los contaminadores. Queremos un cambio de sistema social y ecológico. Esto sólo puede lograrse con objetivos firmes para la industria y con inversiones en infraestructuras públicas y respetuosas con el clima, como la ampliación del ferrocarril. En lugar de utilizar el dinero de los impuestos para apoyar a las industrias que dañan el clima, los fondos deben fluir hacia puestos de trabajo respetuosos con el medio ambiente y preparados para el futuro.

     

    P. A nuestro colectivo le gusta centrarse en las posibilidades reales que tenemos de cambiar las cosas, de mejorarlas, sin olvidar nunca la gravedad de la situación. Hacer que la esperanza sea posible y no que la desesperación sea convincente, como decía Raymond Williams. Pero la esperanza no es algo que se tiene, es algo que se hace, más un hábito que una cosa. Entonces: ¿cómo se hace la esperanza? ¿Dónde ves las mejores oportunidades en los próximos años para cambiar las cosas en beneficio de la gran mayoría?

    Hum, la esperanza. Supongo que debo ser una persona esperanzada si sigo motivada después de más de 15 años en la política de izquierdas (risas). Es el sentimiento de impotencia lo que hace que la gente no tenga esperanza. Lo único que ayuda contra la impotencia es actuar, no solo, sino juntos. Por eso, lo que hace DIE LINKE cuando se centra en la organización es lo correcto. Actualmente tienen mucho éxito en Berlín, donde movilizan a la gente para que defienda sus derechos y luche por la socialización de las grandes empresas inmobiliarias. La iniciativa ciudadana «Deutsche Wohnen & Co enteignen» ha movilizado a decenas de miles de personas y DIE LINKE desempeña un papel vital en su activismo. Un partido de izquierdas debe ser igualitario, a todos los niveles. No debe hacer política para el pueblo, sino con él.

    La ilustración de cabecera es «Wavy Brushstrokes», de Sol LeWitt (1928-2007). 

  • Los Verdes: de momento ni sí ni no

    Los Verdes: de momento ni sí ni no

    Por Wolfgang Harich.

    Nota de Andreas Hayer, editor de las obras completas de Wolfgang Harich: Este artículo lo redactó Harich posiblemente durante el verano de 1980 (en el texto menciona el 10 de julio). A finales de ese año debía aparecer en un volumen sobre argumentos a favor y en contra de Los Verdes. No he podido encontrar esta publicación ni confirmar su existencia. El manuscrito comprende cinco páginas a máquina de escribir con algunas modificaciones a máquina, que, como es habitual, han sido tomadas como la última versión.

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    Este libro, al que se me ha invitado a contribuir con un artículo, será, pese a todas las afirmaciones de objetividad del editor, un libro en general contra el partido de Los Verdes. El esquema “a favor-en contra” sobre el que ha de construirse este libro garantiza en cualquiera de los casos ya un 50% de contrarios a Los Verdes. Pero como quiera que las voces a favor reflejarán posiciones tan diferentes (como la opinión del comunismo de Herbert Gruhl[1] y la mía, en el caso de que participe), se sugiere al lector que delante suyo tiene una multitud abigarrada y enfrentada entre sí que no puede tomarse seriamente.

    ¿Se espera realmente que contribuya a ello sin pensarlo? ¿Estoy contribuyendo a un patético esfuerzo de mi profundamente odiado pluralismo, que otorga las mismas oportunidades a la mentira y, en el mejor de los casos, al error que a la verdad?

    Estoy a favor de Los Verdes, en especial por quienes se organizan políticamente de manera autónoma. En su partido veo una necesidad que vinculo a grandes esperanzas. Si por mí fuese, por lo que a mí me gustaría, les ayudaría a aumentar su influencia y poder sobre la inmensa mayoría de los alemanes de la República Federal. Que partidarios de corrientes extraordinariamente diferentes, con frecuencia opuestas, acudan a él, es, me parece a mí, algo que habla a favor de este partido: por la importancia para la supervivencia de sus objetivos, y, por motivos similares, por su potencialmente amplia fuerza integradora, que, sin embargo, por esos mismos motivos también sólo pueden afianzarse bajo enormes dificultades, en un proceso repleto de reveses y conflictos, con recursos provisionales como “el consenso de mínimos” o la “unidad en la pluralidad”.

    Toda comparación con pequeños partidos anteriores, que allí vienen y van, está fuera de lugar. El GVP,[2] por ejemplo, pasó a ser irrelevante tan pronto como se hizo evidente que todos los esfuerzos por restaurar la unidad de Alemania no tenían ninguna perspectiva. El BHE[3] pasó a ser superfluo en la medida en que en se integró en la República Federal a los desplazados. En la historia pasada de la CDU, la prehistoria del DP[4] encontró finalmente un cómodo refugio. Los Verdes son algo completamente diferente: en vez de ocuparse de cuestiones y dificultades efímeras lo han hecho con los problemas del milenio. Se han presentado para protegernos de catástrofes mundiales como la historia nunca antes ha conocido. Y porque posiblemente posiblemente ya viven entre nosotros las últimas personas cuya existencia misma está amenazada por estas catástrofes, son sobre todo los jóvenes intelectuales quienes acuden en masa a Los Verdes. Esto no puede cambiarse.

    De continuar inexorable esta tendencia, aumentará constantemente hasta que la autodestrucción del homo sapiens sea detenida o se complete. Como el mayor peso de las tareas que Los Verdes se han impuesto se encuentra en el terreno extraparlamentario, apruebo de igual modo que participen en elecciones parlamentarias y no las utilicen solamente para hacer oír sus puntos de vista, sino que traten de irrumpir también en los parlamentos para, desde sus tribunas, llevar a cabo una tarea de pedagogía de masas ecológica, y, en la medida de las posibilidades, la aprobación de mejores leyes, como lobby especialmente de las generaciones futuras.

    Todo esto es algo que valoro mucho. Ahora bien: si tiene sentido en un caso concreto o no es algo que debe repensarse de nuevo a cada vez. El 7 de octubre en Bremen y el 16 de marzo en Baden-Württemberg tenía sentido. Tenía sentido también antes, en las elecciones directas al Parlamento Europeo, en la medida en que allí podía dejarse claro que los diputados, por ejemplo, de los radicales italianos, no podían apoyarse solamente en sus electores nacionales, sino en millones de franceses y alemanes de la República Federal, quienes, como consecuencia de los antidemocráticos umbrales electorales en vigor en sus respectivos países no pueden tener una representación directa en Estrasburgo.

    En las inminentes elecciones federales, el 5 de octubre de 1980, la candidatura de Los Verdes –opinan muchos– no tiene por el contrario ningún sentido. Es más, conjura el peligro de que la Unión Demócrata Cristiana / Unión Cristiana Social (CDU/CSU), como partido más enemigo de la ecología en el espacio germanoparlante, que además supone un peligroso riesgo para el mantenimiento de la paz, junto con sus indeciblemente odiosos candidatos a la cancillería, ayude  indirectamente a una violencia gubernamental.

    Así lo ven algunos, y tienen sus motivos. Otros aportan argumentos lúcidos de que la amenaza de [el candidato conservador] Franz Josef Strauß no es otra cosa que el garrote con el que los social-liberales fetichistas del crecimiento económico, en una obvia no menor dependencia de Estados Unidos por parte del flagelo de la ominosa decisión de Bruselas de instalar misiles, pensaron en aniquilar por ese precio al único partido con múltiples posibilidades para proteger la paz, la vida y el medio ambiente, y especialmente conducir a la joven generación políticamente a la apatía y la resignación. En consecuencia, al menos Los Verdes han dado un paso al frente, al riesgo incluso de no lograr superar el umbral del cinco por ciento.

    Que este umbral todavía exista es, conviene notarlo de paso, culpa del SPD y el FDP, que así demuestran que son quienes ante todo ven a Strauß como el mal menor, menor en comparación a la continuación de su propio gobierno, que sería necesariamente con toda seguridad tolerado por Los Verdes contra la CDU/CSU, y ello sin pretensiones a una cartera ministerial. Por mi parte, debo admitir que hoy –escribimos el 10 de julio de 1980– oscilo entre estos dos puntos de vista brevemente esbozados. El 11 de junio envié a la dirección de Los Verdes un escrito en el que los disuadía con urgencia de presentarse a las elecciones federales. Apenas una semana después me retracté, después de que Karl Kerschkins y Roland Vogt me convencieran de lo contrario en Maguncia. En el congreso en Dortmund renuncié a tomar la palabra, aunque de los invitados presentes hubiera tenido un poco más que decir del tema que, pongamos por caso, la comuna de indios de Núremberg.[5]

    Después de que la campaña, que una vez más, por desgracia, haya sido personalizada por los gobernantes de la República Federal siguiendo el patrón americano, me parece que el canciller federal Helmut Schmidt es más predecible, para lo bueno y para lo malo, que su contrincante, Strauß. Sin embargo, si este mérito de su personalidad tendrá algún tipo de efecto en una política que se distinga de manera apreciable en su esencia de la de la CDU/CSU, es para mí por ahora una cuestión abierta, y quizá esta cuestión aún no pueda responderse con claridad en agosto, con la publicación de este libro, supuestamente pseudobjetivo.

    Sea como fuere: el principal objetivo de la campaña de Los Verdes es en cualquier caso el programa nuclear en todos sus aspectos, tanto el civil como el militar. Y en el civil se remiten al informe final presentado el 26 de junio en el Bundestag por la comisión de investigación sobre “política energética futura”.

    En él, la mayoría de los miembros de la comisión, compuesta de ocho expertos científicos así como de tres diputados del SPD y uno del FDP, reclama adoptar una decisión definitiva sobre un futuro con o sin centrales nucleares sólo en 1990.

    Esta recomendación queda muy por debajo de las reivindicaciones anti-nucleares de Los Verdes. Pero puesto que los tres miembros de la comisión pertenecientes a la CDU/CSU han emitido un voto en minoría a favor de la inmediata aceleración y extensión de la construcción de centrales nucleares y denunciado las drásticas medidas de ahorro energético recomendadas como un paso hacia “el abandono de la economía de mercado”, en verdad no podía dudar de ningún simpatizante de Los Verdes, donde hasta la fecha sólo se encuentran bien el mal menor, bien el mayor, a condición solamente que se satisficiese una condición adicional: que hasta el 5 de octubre, el tiempo aún restante para los políticos en campaña de la coalición social-liberal, con el canciller federal Schmidt a la cabeza, unánimemente, sin peros de ningún tipo, hagan suya la propuesta de la mayoría de la comisión y la eleven a promesa electoral vinculante. Con una acción controlable como ésta todavía podría limitarse el potencial electoral de Los Verdes, algo difícil de que ocurra con meras palabras. De otro modo el establecimiento de la comisión no habrá sido más que una forma de blanqueamiento.

    Y en cuanto al aspecto militar del programa nuclear, que en la tensa situación mundial aún considero más precario, vale a todos los efectos lo mismo. Durante la visita del canciller a Moscú el gobierno soviético ha mostrado su voluntad de obrar de buena voluntad. En este momento está dispuesto a entrar en negociaciones por el controvertido problema de los misiles nucleares balísticos de alcance medio entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, antes de que el Senado estadounidense ratifique el SALT II y se suspenda la instalación de misiles de la OTAN en Bruselas. Dos preguntas siguen abiertas. La primera: ¿Cómo reaccionará a ello el gobierno estadounidense? Y la segunda: de ser la reacción de Washington negativa o contemporizadora, ¿se llevará Helmut Schmidt durante la campaña electoral finalmente a una declaración, desde hace tiempo necesaria, asegurando que ha llegado el momento de poner fin a la llamada solidaridad atlántica ahora que los estadounidenses se han separado definitivamente de los intereses europeos occidentales, y especialmente de los de la República Federal, y que de ello se concluye que no habrá ahora ni nunca un estacionamiento de misiles Peshing-II y misiles de crucero en suelo de la República Federal?

    También esto queda muy lejos de lo que quieren Los Verdes, que defienden una noción de defensa social, no-militar, y a quienes intentan hacerles ver que conceptos alternativos de defensa como el del general austríaco Spannocchi o el genial investigador de conflictos alemán Horst Afheldt son posiblemente más realistas, los tratan pronto con sospecha. Piénsese al mismo tiempo en su mayoría, lo suficientemente flexible, para un Helmut Schmidt, que, en caso de un sabotaje estadounidense a las actuales oportunidades de desarme quisiese separarse de manera discernible de los belicistas al otro lado del Atlántico, viese en Strauß un mal menor, o mejor dicho: en una CDU/CSU, que con o sin Strauß como canciller hiciese ministro de Defensa a un militarista homicida por el señor [Manfred] Wörner,[6] suponiendo que llegase al gobierno. Pero quién sabe: quizá Schmidt acabe entendiéndose con los americanos, tanto da cómo se comporten, caiga quien caiga. Entonces el potencial electoral de una visita del verde Schmidt a Moscú se consideraría del mismo modo como un blanqueamiento, y con razón.

    En pocas palabras, recae sobre la socialdemocracia y el FDP, en quienes amplios sectores de la población ha depositado sus esperanzas, también en Los Verdes, hacerse relativamente elegibles en primer lugar. Si lo logran, y en qué grado, es algo que por ahora está por ver. Por el momento sólo puedo en consecuencia calificar como absolutamente inaceptable a la CDU/CSU. Por el momento, digo, al considerar incluso a partidos que no tienen ninguna posibilidad, sólo diría que sí a Los Verdes, y a los social-liberales, en el mejor de los casos, un sí condicional. Que así me niegue a prestar el deseado servicio a las verdaderas intenciones de este libro a favor y en contra es algo de lo que me disculpo. Cualquier afirmación más definitiva sería ahora mismo demasiado temprana. En el transcurso de septiembre me permitiré volver a expresarme sobre esta cuestión.

    Sin embargo, y al margen de cuál sea mi recomendación: el peso pesado de la política verde, lo digo de inmediato, descansa en cualquiera de los casos en el espacio extraparlamentario. Por ese motivo tengo la intención de participar, bajo cualquier circunstancia, en las grandes manifestaciones de este otoño una semana antes de las elecciones federales, protestas que van desde una instalación nuclear civil (por ejemplo, en Mühlheim-Kärlich) a una base militar con misiles nucleares (por ejemplo, en Coblenza y alrededores), protestas que comprenden todos los aspectos del programa nuclear contra el que luchan Los Verdes. Los iniciadores son la Unión Federal de Iniciativas Ciudadanas para la protección del medio ambiente (Bundesverband Bürgerinitiativen Umweltschutz – BBU), la Sociedad Alemana por la Paz (Deutsche Friedengesellschaft) y la Unión de insumisos al servicio militar (Vereinigten Kriegdienstgegner). A mediados de junio tuvo lugar en Maguncia su conferencia de coordinación, en la que se constituyó al mismo tiempo la comisión de trabajo y política de paz y no-violencia de Los Verdes. Para saber más puede contactarse a la coordinación Ecología y Paz, Hellbergstraße 6, 7500 Karlsruhe 21.

    ¿Convergerán estas manifestaciones con los diversos movimientos para frenar a Strauß? ¿O se verán obligadas a dirigirse contra todos los partidos representados en el Bundestag de Bonn? No es de Los Verdes de quien ello depende.

    La ilustración de cabecera es «Brushstrokes», de Sol LeWitt (1928-2007).  Traducción de Àngel Ferrero.

    [1]Herbert Gruhl (1921-1993): Miembro fundador de Los Verdes. Gruhl fue durante nueve años (1969-1978) diputado de la CDU, que abandonó con gran repercusión mediática por su oposición a la energía nuclear para fundar el partido Grüne Aktion Zukunft (GAZ), una de las formaciones que participó en enero de 1980 en el congreso fundacional de Los Verdes, representando al ala conservadora del movimiento. En marzo de ese mismo año GAZ abandonó Los Verdes. Gruhl fue un destacado crítico del crecimiento económico, pero sus controvertidas posiciones sobre la cuestión de la sobrepoblación, rayanas en la xenofobia, le valieron la repulsa del movimiento ecologista alemán, entonces mayoritariamente de izquierdas.

    [2]Gesamtdeutsche Volkspartei (GVP): El Partido Popular Panalemán fue un pequeño partido demócrata cristiano de posguerra (1952-1957) que se oponía a la integración de Alemania en la esfera atlántica y el anticomunismo de la CDU de Konrad Adenauer y defendía una agenda política de distensión entre campos que condujese a una Alemania unificada y neutral. Tras su disolución, la mayoría de sus militantes pasaron al SPD.

    [3]Bund der Heimatvertriebenen und Entrechten (BHE): La Liga de los Expulsados y Privados de derechos fue un partido que agrupaba a los alemanes étnicos expulsados de Europa oriental y los antiguos territorios alemanes orientales. Con una inclinación claramente nacionalista alemana, anticomunista y reaccionaria, formó coalición con el Bloque Pangermánico (1950-1961), y defendió la restauración de las fronteras alemanas de 1937. En 1961 se fusionó con el Partido Alemán (DP) para formar el Partido de toda Alemania (GVP). En 1969 el partido quedó fuera de las instituciones debido a la integración de los antiguos expulsados en la República Federal de Alemania.

    [4]Deutsche Partei (DP): El Partido Alemán fue un partido nacionalista y conservador. En 1961 se fusionó con la BHE para formar el Bloque Pangermánico. Tras su declive, la mayoría de sus militantes ingresaron en la CDU, mientras otros crear el Partido Nacional-Demócratico (NPD), de extrema derecha.

    [5]“Comuna de indios”: Fundada en 1971 en Heidelberg antes de trasladarse en 1977 a Núremberg, esta comuna creada por activistas de extrema izquierda –el nombre elegido hacía referencia a su carácter marginal y pretendiadmente antisistema– estaba influida por las teorías de la antipsiquiatría y antipedagógicas. Sus miembros participaron en el movimiento antinuclear o LGTB+. Próxima a Los Verdes en sus primeros años, una de sus demandas era la legalización de la pederastia, el rechazo de la cual llevó a una relación tensa con el partido y protestas de miembros de la comuna, que llegaron a ocupar algunas de sus sedes.

    [6]Manfred Wörner (1934-1994): Presidente de la Comisión de Defensa del Bundestag (1976-1980), posteriormente ministro de Defensa (1982-1988) y secretario general de la OTAN (1988-1994).

  • La vana esperanza verde

    La vana esperanza verde

    Por Àngel Ferrero.

    Si hay algo destacable de las elecciones generales de Alemania del próximo 26 de septiembre es la incertidumbre, algo poco habitual en un país tan poco inclinado a los cambios que ha tenido históricamente como una de sus personificaciones nacionales a un hombre soñoliento vestido con pijama, gorro de noche incluido. Puede que el ‘Michel alemán’ duerma, pero lo hace con cierta inquietud: en el momento de escribir estas líneas  la Unión Cristiano Demócrata (CDU) sigue liderando las encuestas de intención de voto, pero el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) ha recortado lo suficiente distancias –y ha llegado hasta empatar con la CDU/CSU– como para formar un gobierno de coalición alternativo al incontestable dominio conservador de estos últimos 15 años, lo que algunos han dado en llamar “la era Merkel”. Si no hay sorpresas, es probable que la CDU y su partido hermano bávaro, la Unión Social Cristiana (CSU), consigan no sólo mantener, sino ampliar la distancia con respecto al SPD. Quizá los socialdemócratas logren adelantar a una CDU cuyo candidato no ha conseguido encontrar todavía un perfil propio. Pero lo más probable es que el próximo gobierno de coalición en Alemania incluya a Los Verdes en cualquiera de sus combinaciones: bien en alianza con la CDU (‘coalición negriverde’), bien con la CDU y los liberales del FDP (‘coalición Jamaica’), con el SPD y el FDP (‘coalición semáforo’), o incluso con el SPD y La Izquierda en un tripartito roji-rojiverde (‘coalición R2G’), una opción esta última que, de llegar a ser matemáticamente posible, seguramente no tarde en ser desestimada por socialdemócratas y sobre todo verdes y por la que ahora mismo sólo apuesta La Izquierda, y ello con importantes tensiones internas por las cesiones programáticas que comportaría entrar en un gobierno de estas características. Sea como fuere, parece bastante seguro afirmar que Los Verdes serán clave en la formación del futuro gobierno alemán.

    Llegado ese momento, los medios de comunicación publicarán a buen seguro retratos del partido en la línea de lo que hemos visto en las semanas y meses anteriores, cuando Los Verdes despegaban en los sondeos. A estas alturas de poco sirve volver a recordar, por sabidos, los orígenes antisistema del partido y su evolución, que los grandes medios de comunicación destacan, una vez y otra, para celebrar su giro “pragmático” y “realista”. Lo cierto es que ya son muchos los años de ese giro “pragmático” y “realista”: durante la coalición federal rojiverde (1998-2005) –en la que se autorizó la primera intervención militar del Bundeswehr con el bombardeo de Yugusolavia en 1999 y se aprobó una criticada reforma del mercado laboral y las prestaciones de desempleo–, Los Verdes alcanzaron acuerdos con la CDU para gobernar en las ciudades de Saarbrücken (2011), Kiel (2003), Colonia (2003), Kassel (2003), Essen (2003) y Duisburgo (2004). En los años siguientes se sumaron otras ciudades –la más importante de ellas Frankfurt am Main (2006)–, lo que sentó las bases para coaliciones de gobierno a nivel de Land (Estado federado) en Hamburgo (2008-2010), Hessen (desde 2014) y Baden-Württemberg (desde 2016). Tras las elecciones federales de 2017, la CDU, Los Verdes y el FDP negociaron la formación de una ‘coalición Jamaica’, que después de cuatro semanas los liberales dieron por fracasadas. Enfrentados a la posibilidad de una convocatoria de nuevas elecciones que podía suponer un impulso a Alternativa para Alemania (AfD), convertida en tercera fuerza del Bundestag, la CDU y el SPD alcanzaron un compromiso para reeditar por tercera vez con Angela Merkel una Gran Coalición. Al sur de Alemania, el Partido Popular Austríaco (ÖVP) y Los Verdes alcanzaban un acuerdo de gobierno el 1 de enero de 2020. El entonces presidente saliente del Partido Popular Europeo (PPE), el bávaro Manfred Weber, describió en el congreso de la formación celebrado en Zagreb en noviembre de 2019 este tipo de coalición como un “modelo de futuro”. Las negociaciones fueron seguidas con interés por el nuevo presidente del PPE, Donald Tusk, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y, por supuesto, la canciller de Alemania, Angela Merkel. La fórmula “electriza a los cristiano-demócratas”, aseguraba el diario austríaco Die Presse

    La capacidad de Merkel para retener el centro político, la debilidad sin precedentes de la socialdemocracia, los problemas internos de La Izquierda y los liberales… A ojos de la dirección de Los Verdes, todo parecía apuntar a la idoneidad de una coalición con los conservadores. No se trataba sólo de una cuestión de Zeitgeist o de oportunidad política, sino del resultado de los cambios estructurales en su propia base social ocurridos en las últimas décadas: de acuerdo con el politólogo Wolfgang Merkel, Los Verdes son “el partido de las clases medias altas urbanas, si no residentes en metrópolis, con formación universitaria y muy presentes entre la población joven”, una generación que ha crecido y se ha formado políticamente entre los dos gobiernos de Schröder (1998-2002 y 2002-2005) y los cuatro de Merkel (2005-2009, 2009-2013, 2013-2017 y 2017-2021). En consecuencia, su ideología se ajusta bastante bien a lo que Nancy Fraser ha descrito como “neoliberalismo progresista”: “una amalgama de truncados ideales de emancipación y formas letales de financiarización”. Con la ya a todas luces irrelevante ala izquierda de la formación convertida en un eco lejano del pasado –a veces un pesado fardo que sus dirigentes preferirían enviar para siempre al baúl de los recuerdos, a veces un viejo y descolorido vestido que puede sacarse de ese mismo baúl a conveniencia–, Los Verdes aprobaron un programa encaminado a una coalición con los conservadores y, posiblemente, el FDP, en el que se rechazaron las enmiendas al programa planteadas por las juventudes del partido para expropiar a las grandes inmobiliarias y reducir los precios de los alquileres, aprobar un impuesto a las rentas más elevadas o aumentar el salario mínimo, pero también para elevar el precio por las emisiones de CO2 o acelerar la transición para poner fecha de caducidad al motor de combustión. La co-presidenta del partido, Annalena Baerbock, fue elegida candidata a la cancillería en ese mismo congreso.

    La fortuna parecía sonreír a Los Verdes, que a finales de abril lideraban las encuestas (28%), siete puntos por delante de la CDU/CSU, pero la ventaja se redujo a un punto en mayo, con un 25% y un 24% respectivamente, y antes de que terminase el mes los conservadores volvieron a ponerse en cabeza, una situación que no se ha modificado desde el mes de junio. Antes del verano Los Verdes habían desplegado las velas con el ánimo de recoger los vientos que soplaban en el país: la aparición de una nueva generación en el movimiento ecologista movilizada en torno a Juventud por el Clima – Fridays For Future, la importancia misma del ecologismo en el debate público al calor de los estudios más recientes sobre la evidencia del cambio climático, y el cambio de liderazgo en la CDU, una transición menos suave de la que hubieran deseado para sí los propios dirigentes democristianos y a la que vinieron a sumarse las críticas al nuevo presidente de la formación, Armin Laschet, por su gestión de las inundaciones de julio en el Land que gobierna, Renania del Norte-Westfalia, así como las propias inundaciones, relacionadas con el cambio climático. Baerbock había sido elegida como un reemplazo de Merkel, capaz de hacer suya “la alianza hegemónica entre las grandes corporaciones multinacionales (en oposición a los pequeños negocios familiares, más pequeños y conservadores), los conservadores moderados y los liberales urbanos”, como bien ha resumido Thomas Meany en las páginas de New Left Review. No por nada en una entrevista con el periódico Süddeutsche Zeitung el antiguo CEO de Siemens Joe Kaeser elogió la capacidad de la candidata verde para llegar a entenderse con las empresas. «En cuanto a comprensión de las cosas e intereses me recuerda mucho a nuestra canciller actual», afirmó Kaeser.

    Pero como quedó dicho más arriba, Los Verdes no tardaron en comprobar que el suyo era, una vez más, el vuelo de Ícaro. Los tabloides desempolvaron los argumentos tantas veces empleados para atemorizar a los votantes –“el partido de las prohibiciones”, “la implantación gradual de una ecodictadura”– junto con otros nuevos, de corte populista –“un partido que no piensa en el ciudadano de a pie”–, cuyo efecto ha sido, sin duda, mucho menor no sólo por los cambios ocurridos en Los Verdes, sino en la misma sociedad alemana. Sin embargo, una serie de errores de Baerbock, y su gestión a cargo del partido, insuflaron oxígeno a la mortecina campaña de los tabloides y restaron credibilidad a la candidata: en mayo hubo de reconocer que no había declarado al Bundestag que había percibido unos ingresos del partido, en junio admitió que había abultado su currículo y en julio tuvo que hacer frente a las críticas de plagio de su libro, Jetzt. Wie wir unser Land erneuern [Ahora: cómo renovamos nuestro país] (Ullstein, 2021). También en junio Baerbock planteó subir el precio del combustible 16 céntimos, una medida que recordaba a la que provocó en Francia la chispa de la protesta de los ‘chalecos amarillos’ y a la que inmediatamente se opusieron el SPD –su candidato, Olaf Scholz, la tachó de “contraproducente”– y La Izquierda. La copresidenta del SPD, Saskia Esken, pinchó nervio al declarar que este tipo de «maniobras pueden llevar a que los ciudadanos le den la espalda a un compromiso común por el clima.» En julio los medios se hicieron repercusión de voces del partido que reclamaban que el co-presidente del partido, Robert Habeck, sustituyese a Baerbock como candidato a la cancillería. Habeck declinó y Baerbock tiene ahora por delante la tarea de que su partido remonte en campaña todo lo que ha perdido en estos últimos meses. 

    Social-liberalismo, con fachada verde

    ¿Qué cabe esperar de un gobierno si no encabezado, sí al menos con la participación de Los Verdes? Andreas Malm pronosticaba en una entrevista reciente “una desilusión”, como ha ocurrido en Suecia. Pero huelga decir que para desilusionarse con algo primero hay que ilusionarse con ese algo y aquí es donde deberían analizarse tanto la composición social de la base electoral de Los Verdes y de la sociedad alemana en su conjunto como sus campañas electorales, y ello a lo largo de varias décadas, pues hablamos de casi 40 años participando en gobiernos a todos los niveles –municipal, regional y federal– con todos los partidos representados en el arco parlamentario a excepción de AfD. Jutta Ditfurth dio probablemente en la diana en 2011 en una entrevista con el semanario Der Spiegel al decir que “los votantes de Los Verdes quieren ser engañados y ellos mismos se engañan: Los Verdes son el partido de las clases medias altas y también de las brutales”. “Un hombre o mujer de mediana edad con una posición bien remunerada, dos hijos, casa propia, patrimonio, acciones y viajes en avión regulares que vota a Los Verdes porque son chic no se dejará convencer por mi de que Los Verdes no son un partido social porque eso no le interesa para nada”, apostillaba. En su personal ajuste de cuentas con el partido que ayudó a fundar, Krieg, Atom, Armut. Was Sie reden, was sie tun. Die Grünen [Guerra, energía nuclear, pobreza: lo que dicen y lo que hacen Los Verdes] (Rotbuch, 2011), Ditfurth atribuía su consolidación en el sistema de partidos alemán a que “cuanto menos claras son las propuestas, mayor es la superficie de proyección, incluso para propuestas diferentes y hasta opuestas”. Junto con una cuidada estética, Los Verdes consiguen de este modo transmitir la ilusión de ser un partido “medio de izquierdas, ecologista y de algún modo todavía social”, que mantiene, con ese mismo fin, a una pequeña corriente de izquierdas en su seno “mientras no molesten en las decisiones de gobierno”. Y lo mismo se aplicaba, de acuerdo con Ditfurth, a los movimientos sociales, que Los Verdes acostumbran a tener en cuenta tanto “como necesitan para llegar al Gobierno”.

    Con todo y con eso, han pasado diez años desde la crítica de Ditfurth, en los que la genética camaleónica Los Verdes ha sufrido algunos daños. El partido ha experimentado por ejemplo fricciones con Juventud por el Clima– Fridays For Future, que considera como poco ambiciosas sus propuestas medioambientales, o con los activistas que ocuparon el bosque de Dannenröder en octubre de 2019 en protesta por la ampliación de la autovía A69, autorizada por el gobierno de coalición entre la CDU y Los Verdes en Hessen y para la cual se talarán al menos 27 hectáreas de bosque. También en Hessen Los Verdes han votado en contra de publicar íntegramente los resultados de la investigación sobre la organización terrorista neonazi Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU) por contener información comprometedora sobre los errores de gestión de los conservadores en el gobierno de ese Land así como sobre el turbio papel de algunos agentes de los servicios secretos del interior, cuya agencia ostenta el burocrático nombre de Oficina Federal para la Protección de la Constitución (Bundesamt für Verfassungsschutz, BfV). El presidente de Baden-Württemberg, Winfried Kretschmann, se ha opuesto sistemáticamente a su propio partido en todas las propuestas para acelerar la puesta fuera de circulación de los vehículos con motor de combustión. Kretschmann ha sido criticado por propios y ajenos por su proximidad con el sector automovilístico, clave del Land que gobierna y uno de los pilares de la economía industrial de Alemania y contra el que, como es notorio, chocará cualquier programa de transformación ecológica que se precie de ese nombre. Según el portal de transparencia del Bundestag –que sólo contabiliza las donaciones superiores a 50.000 euros– Los Verdes han recibido desde 2017 cuantiosas donaciones de organizaciones de empresas del sector metalúrgico e industrial del Sur de Alemania como la Verband der Bayerischen Metall- und Elektroindustrie e.V. o la Südwestmetall Verband der Metall- und Elektroindustrie Baden-Württemberg e. V. En el año 2018 hubo cierta polémica al conocerse que Daimler-Benz donó 40.000 euros a Los Verdes.

    Por todo ello, Peter Nowak describió meses atrás en el digital Telepolis a Los Verdes como “el partido de la nueva fase de acumulación del capitalismo”. La argumentación de Nowak merece ser repetida aquí en su integridad. De acuerdo con este autor, “la relación del capitalismo post-fordista con el movimiento ecologista es de naturaleza táctica”, ya que “cuando se trata de la industria fósil”, éste “adopta los argumentos del movimiento ecologista”, pero “cuando se trata del equilibrio ecológico, la cosa cambia”. “Es sabido desde hace décadas que la valorización que el capitalismo hace del medio ambiente tiene consecuencias problemáticas”, por lo que, continúa Nowak, “la urgencia que ha adquirido la cuestión” ha de enmarcarse a la fuerza en una nueva fase de acumulación por desposesión: “De este modo puede desentenderse del movimiento obrero surgido del capitalismo fósil, y con él, de sus éxitos duramente conseguidos”. Como ejemplo, este autor citaba la buena acogida entre Los Verdes del anuncio de Tesla de construir una factoría en Brandeburgo, una localización geográfica que permite a la empresa de Elon Musk aprovechar tanto la elevada concentración industrial de Alemania como la disponibilidad de mano de obra cualificada y con bajos salarios en Europa oriental (en particular Polonia), manteniendo en el proceso la prestigiosa etiqueta de Made in Germany (para la construcción de la gigafactoría de Tesla también se precisa talar cientos de árboles). Una decisión que contrastaba con la conocida oposición de Tesla a los sindicatos en su empresa y con su prolongación del modelo de transporte individual –cuestionado por el ecologismo desde hace décadas– en unos vehículos, por lo demás, reservados por su precio de salida al mercado a compradores con ingresos muy elevados. Refiriéndose a la estrategia comunicativa del gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos (UP), David Rodríguez ha observado hace poco que “hay algo de paradójico en esta renovación del modelo productivo” que impulsan los gobiernos europeos. En opinión de Rodríguez, en estos discursos “aumentan las similitudes con el positivismo modernizador del pasado” y “el paño verde aparece como el argumento definitivo que expulsa al margen de lo ahistórico toda resistencia a la tecnocracia de la clorofila”. “Los dos enemigos ancestrales, el positivismo y el ambientalismo, se funden en uno y devalúan la vida de los seres humanos concretos que viven y sufren en lugares marcados como modernizables”, comentaba.

    En política exterior Los Verdes no son mucho mejores: el partido sigue siendo punta de lanza parlamentaria de las llamadas “intervenciones humanitarias” y el que reclama más dureza hacia Rusia y China a la CDU/CSU y el SPD, más acostumbradas a contemporizar por motivos económicos con ambos países. Significativamente, la opositora bielorrusa Svetlana Tijanóvskaya participó en el último congreso de Los Verdes en la jornada sobre cooperación internacional ante la aprobadora mirada de Baerbock y Habeck. No sólo se hace difícil saber cómo pueden hacerse frente a los grandes retos mundiales del siglo XXI, entre ellos claro está el ecológico, sin la participación de China –una de las mayores economías industriales del mundo– ni Rusia –uno de los países con mayores reservas naturales del mundo– y hasta con su oposición buscando en todo momento la confrontación y no la cooperación, sino que esta política pretendidamente guiada por la moral choca, como acostumbra a ocurrir con este partido, con una práctica muy alejada a la realidad. En una entrevista con Deutschlandfunk Habeck se pronunció a favor de suministrar armas “defensivas” a Ucrania, una medida a la que se oponen La Izquierda, el FDP e incluso un sector de su propio partido y que va en contra de las directivas de exportación de armas del gobierno alemán aprobadas por el gobierno rojiverde, que prohíben la exportación de equipos de defensa a zonas en conflicto o amenazadas por el estallido de uno. Lo hizo después de una visita al frente en Donbás que levantó no menos polvareda tras la publicación de una fotografía en la que el co-presidente de Los Verdes aparecía posando con chaleco antibalas y casco en el frente. También Habeck ha sido una de las voces más críticas con la construcción del gasoducto ruso Nord Stream 2. El problema es que el mismo Habeck fue ministro de Medio Ambiente del gobierno de coalición de Schleswig-Holstein con conservadores y liberales que autorizó la construcción de la terminal de gas licuado natural (LNG) en Brünsbuttel, la primera en Alemania. El objetivo de esta terminal –y de una segunda en Wilhelmshaven– es importar el gas natural obtenido por el método de fracturación hidráulica (fracking) en EEUU y transportado por vía marítima cruzando el Atlántico, un proceso que supone una huella de carbono mucho mayor que Nord Stream 2. El gobierno de Schleswig-Holstein con participación de Los Verdes subvencionará con 50 millones de euros la construcción de las terminales LNG en Brünsbuttel y Wilhelmshaven.

    La caída de Los Verdes en las encuestas estos últimos meses quizá no sea vista por sus dirigentes con el mismo dramatismo que sus simpatizantes: al fin y al cabo su objetivo era ser socios menores en una coalición con la CDU/CSU y sellar, en palabras del periodista del taz Ulrich Schulte, “un pacto entre la vieja y la nueva burguesía” que facilite la transición a esa nueva fase de acumulación por desposesión de la que hablaba Peter Nowak y que sería gestionada por los “tecnócratas de la clorofila” que mencionaba David Rodríguez. Por repetirlo una vez más, una política con la que no solamente persistirán y se agravarán las crisis medioambiental, social y política de Alemania y del continente, sino que proporcionará abundante munición a la derecha populista que presenta la batería de medidas urgentes planteada por los ecologistas como un mero capricho de las clases medias y altas a costa de las clases trabajadoras. Nada tan poco prometedor de cambios como el título del programa de Los Verdes para estas elecciones: “Alemania: todo está dentro” (Deutschland. Alles ist drin.).

     

    La ilustración de cabecera es «Emblemata, Plate 5», de Sol LeWitt (1928-2007). 

  • Cambio climático generalizado, rápido e intensificado – Resumen del último informe de IPCC sobre las bases físicas del cambio climático.

    Cambio climático generalizado, rápido e intensificado – Resumen del último informe de IPCC sobre las bases físicas del cambio climático.

    Se acaban de presentar los resultados de primer grupo de trabajo del informe del IPCC. Este primer informe (los dos restantes se esperan para el 2022) aborda la parte física del cambio climático y recoge el conocimiento más actualizado que se tiene del sistema climático.

    El punto de partida de este informe no muestra nada que no sepamos ya, es el mismo de hace algunos informes, pero que es necesario recordar. Los causantes del cambio climático que estamos viviendo somos los humanos (unos más que otros, como bien sabemos). O, como formula el informe del IPCC: “es inequívoco que la influencia humana es la causante del calentamiento del atmósfera, el océano y la tierra”. Es también obvio, por tanto, que solo nosotros podemos revertir el problema causado. Aunque la situación es cada vez más complicada, ya que en la últimas cuatro décadas cada década ha sido sucesivamente más cálida que la anterior. En la última década, desde 2011 y hasta el 2020, la temperatura global del planeta ha sido un 1ºC superior al periodo de referencia, 1850-1900. Además, dada la inercia propia del sistema climático, en los próximos 20 años se espera que la temperatura global alcance o supere el grado y medio de calentamiento. El informe también repasa los cambios que se han observado en los patrones de precipitación desde mediados del siglo pasado, como el aumento de la precipitación global y el desplazamiento hacía los polos de los ciclones que circulan en latitudes medias, entre otros posibles impactos. Así como los ya conocidos efectos en los glaciares (que disminuyen), las capas de hielo marino (que adelgazan y encogen), el aumento el nivel del mar y el desplazamiento de las zonas climáticas hacía latitudes más altas. Pero, por muy conocidos que sean ya estos impactos, debemos de tener en cuenta que el estado actual de muchos de estos aspectos y la escala de los cambios no han tenido precedentes en muchos siglos o miles de años.

    El cambio climático causado por los humanos está ya afectando a muchos extremos meteorológicos y climáticos en todas las regiones del planeta.

    El informe del IPCC también aborda los eventos meteorológicos extremos, tema que produce acalorados debates sobre la atribución cada vez que se produce una ola de calor de gran intensidad, precipitaciones abundantes u otro fenómeno adverso. Pero los resultados son concluyentes: los extremos de calor, incluidas las olas de calor, son más frecuentes y más intensos en la mayoría de las regiones, mientras que los extremos de frío son menos frecuentes y menos graves. Es más, como recoge el informe, algunos de los recientes extremos de calor observados en la última década habrían sido extremadamente improbables sin la influencia humana en el sistema climático. La frecuencia y la intensidad de las precipitaciones intensas también ha aumentado desde la década de 1950, al mismo tiempo han aumentado las sequías en algunas regiones del planeta.

     

    La pregunta ahora es cómo se presenta el futuro. El IPCC plantea cinco escenarios posibles, que dependen de los cambios que implementos en las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Los escenarios más optimistas (SSP1-1.9 y SSP1-2.6), consideran emisiones futuras de GEI bajas o muy bajas donde las emisiones de CO2 llegan a un neto cero en las próximas décadas. Los escenario más pesimistas (SSP3-7.0 y SSP5-8.5) consideran emisiones de GEI altas y muy altas y emisiones de CO2 que duplican los niveles actuales para 2100 y 2050, respectivamente. Se incluye un último escenario (SSP2-4.5) con emisiones de GEI intermedias y emisiones de CO2 que se mantienen en torno a los niveles actuales hasta mediados de siglo. Pero, independientemente del escenario, todos muestran que la temperatura global del planeta continuará subiendo hasta al menos la mitad de este siglo y en caso de no reducir notablemente las emisiones de CO2 el calentamiento global superará el umbral de 1.5 ºC y el de 2 ºC.

    Cuanto mayor sea el calentamiento mayores serán los cambios en el sistema climático. ¡Cada décima de grado cuenta!

    Es obvio que con cada incremento adicional del calentamiento global los cambios en los extremos serán mayores. Cada 0.5 °C adicionales de calentamiento global provoca aumentos claramente perceptibles en la intensidad y la frecuencia de los episodios extremos. Solo con el calentamiento de 1.5 ºC, que es ya casi inevitable, los episodios extremos de calor que antes sucedían una vez cada 10 años, se podrían cuadriplicar y producirse cada dos o tres años. Los aumentos en algunos fenómenos extremos no tendrán precedentes observados. Por ejemplo, con cada grado que sumemos los eventos extremos de precipitaciones diarias se incrementarán en un 7%. Del mismo modo se intensificarán las estaciones muy húmedas y muy secas, con graves implicaciones en inundaciones o sequías. Además, algunos de los cambios que se producirá serán irreversibles en los próximos siglos o milenios, como el cambio en el nivel del mar, que continuará aumentando durante todo este siglo. A escala regional los impactos pueden ser devastadores: se prevé que los fenómenos extremos de nivel del mar que hasta ahora se producían una vez al siglo, para 2100 pueden llegar a darse al menos cada año en varias zonas. El cambio al que nos enfrentamos es tan abrupto que tampoco se descarta que eventos más extremos, como el colapso de la capa de hielo o los cambios bruscos en las circulaciones de los océanos, se puedan producir.

    El peligro es demasiado real y en lo que a la física del clima respecta solo hay una solución: “para limitar el futuro del cambio climático se necesitan unas emisiones netas de CO2 cero”, ya que como muestra el informe del IPCC cada emisión de CO2 suma al cambio climático. Sin embargo, creemos que este informe no supone un cambio importante en nuestro trabajo. Lo que tenemos que hacer después de conocer este informe no dista nada de lo que ya teníamos que hacer ayer y de lo que debemos de hacer mañana: contribuir a que las emisiones de GEI disminuyan de forma rápida y justa. La ciencia es cada vez más clara, y quizá podamos esperar que esta nueva señal de alarma ayude a que más gente se sume a la lucha contra el cambio climático. Todas las manos son pocas, y cada poquito cuenta. ¡Tenemos tarea!

    La ilustración de cabecera es «Above the Clouds», de Georgia O’Keeffe (1887-1986).

  • La prisa por la electrificación conlleva un coste oculto: la destructiva minería de litio

    La prisa por la electrificación conlleva un coste oculto: la destructiva minería de litio

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    Por Thea Riofrancos.

    Este texto fue originalmente publicado bajo el título «The rush to ‘go electric’ comes with a hidden cost: destructive lithium mining» en The Guardian.

    El salar de Atacama es una majestuosa extensión, situada a gran altitud, de gradaciones de gris y blanco, moteada de lagos rojos y rodeada por enormes volcanes. Me llevó un momento orientarme en mi primera visita, de pie sobre este ventoso plateau de 3.000 km cuadrados. Había llegado allí junto con otros dos investigadores tras un vertiginoso trayecto atravesando tormentas de arena y de lluvia y los picos y valles de esta montañosa región del norte de Chile. El sol quemaba –el desierto de Atacama presume de los niveles más altos de radiación solar en la Tierra, y solo algunas partes de la Antártida son más secas.

    Había llegado al salar para investigar sobre un dilema medioambiental emergente. A fin de evitar lo peor de la creciente crisis climática, necesitamos reducir rápidamente las emisiones de carbono. Para ello, los sistemas energéticos de todo el mundo deben transicionar de los combustibles fósiles a la energía renovable. Las baterías de litio juegan aquí un papel clave: aportan energía a los vehículos eléctricos y la almacenan en redes renovables, ayudando a recortar las emisiones de los sectores del transporte y la energía. Bajo el salar de Atacama se encuentra la mayor parte de las reservas de litio del mundo; Chile proporciona actualmente casi un cuarto del mercado global. Pero la extracción del litio de este paisaje único tiene graves costes sociales y medioambientales.

    En las instalaciones mineras, que ocupan más de 78 kilómetros cuadrados y están explotadas por las multinacionales SQM y Albermarle, la salmuera se bombea a la superficie y se acumula en balsas de evaporación, con lo que se obtiene un concentrado rico en litio; visto desde arriba, las piscinas son tonos de chartreuse. Todo el proceso utiliza enormes cantidades de agua en un ecosistema que ya es de por sí árido. Como resultado, se limita el acceso al agua fresca a las 18 comunidades indígenas atacameñas que viven en el perímetro de la llanura, y se ha alterado el hábitat de  especies como los flamencos andinos. Esta situación se ha agravado por la sequía generada por el cambio climático y los efectos de la extracción y el procesado del cobre, del que Chile es uno de los  principales productores globales. A todos estos daños ecológicos se le suma el hecho de que el Estado chileno no siempre ha asegurado el derecho de los pueblos indígenas al consentimiento previo.

    Estos hechos suscitan una pregunta incómoda que resuena por todo el mundo: ¿luchar contra el cambio climático implica sacrificar las comunidades y los ecosistemas? Las cadenas de suministro que producen tecnologías verdes empiezan en las fronteras extractivas como el desierto de Atacama.  Y estamos al borde de un boom global en la minería relacionada con la transición energética. Un informe reciente publicado por la Agencia Internacional de la Energía indica que alcanzar los objetivos climáticos del acuerdo de París dispararía la demanda de «minerales críticos» utilizados para producir tecnologías de energía limpia. Los datos son especialmente dramáticos para las materias primas empleadas en la fabricación de vehículos eléctricos: para 2040, la AIE prevé que la demanda de litio se habrá multiplicado por 42 con respecto a los niveles dse 2020. Estos recursos se han convertido en un nuevo punto controvertido en las tensiones geopolíticas. En EE UU y Europa, los políticos hablan cada vez más de una «carrera» por asegurar los minerales relacionados con la transición energética y asegurar las reservas domésticas; se invoca a menudo la idea de una «nueva guerra fría» con China. Como resultado, se programan  nuevos proyectos de litio en el norte de Portugal y en Nevada. A través de la frontera global del litio, desde Chile al oeste de EE UU y Portugal, los ecologistas, las comunidades indígenas y los habitantes de estas regiones, preocupados por las amenazas a la subsistencia agrícola, protestan por lo que consideran un greenwashing de la minería destructora.

    De hecho, los sectores de los recursos naturales, que incluyen actividades extractivas como la minería, son responsables del 90% de la pérdida de biodiversidad y de más de la mitad de las emisiones de carbono. Un informe estima que el sector de la minería produce 100 billones de toneladas de residuos al año. Los procesos de extracción y procesado son intensivos en el uso de agua y energía, y contaminan los cursos de agua y el suelo. Junto con estos dramáticos cambios en el medioambiente natural, la minería está relacionada con vulneración de los derechos humanos, enfermedades respiratorias, desposesión de territorio indígena y explotación laboral. Una vez los minerales han sido arrebatados del suelo, las compañías mineras tienden a acumular beneficios y dejar atrás pobreza y contaminación. Estos beneficios se multiplican a lo largo de las vastas cadenas de suministro que producen vehículos eléctricos y paneles solares. El acceso a estas tecnologías es muy desigual, y los beneficios de la extracción a menudo se les niegan a las comunidades que sufren los perjuicios.

    La transición a un nuevo sistema energético a menudo se entiende como un conflicto entre las compañías de combustibles fósiles y los defensores de la acción climática. En tanto que se trata de un conflicto existencial, se intensifican las luchas entre las visiones en conflicto sobre un mundo bajo en emisiones, y serán cada vez más cruciales para la política en todo el mundo. Estas visiones en conflicto reflejan la realidad de que hay múltiples vías para la rápida descarbonización. La cuestión no es si descarbonizar o no, sino cómo.

    Un sistema de transporte basado en vehículos eléctricos individuales, por ejemplo, con paisajes dominados por autopistas y expansión suburbana, es mucho más intensivo en recursos y energía que otro que favorezca el transporte púbico y alternativas como caminar o montar en bicicleta. De igual manera, disminuir la demanda energética global reduciría la huella material de las tecnologías y la infraestructura que conecta los hogares y los lugares de trabajo a la red eléctrica. Y no toda la demanda de minerales para baterías debe ser satisfecha con nueva minería: el reciclaje y la recuperación de metales de baterías gastadas son un sustituto prometedor, especialmente si los Gobiernos invierten en infraestructura de reciclaje y obligan a los fabricantes a utilizar materiales reciclados.

    Además, las explotaciones mineras deberían respetar las leyes internacionales que protegen los derechos indígenas al consentimiento, y los gobiernos deberían considerar la moratoria sobre las minas en ecosistemas y cuencas sensibles. Los movimientos de base en Chile están articulando esta postura. El Observatorio Plurinacional de Salares Andinos, (OPSAL, del que formo parte) une a los activistas ecologistas e indígenas de todo el llamado «triángulo del litio» de Chile, Bolivia y Argentina y ha promovido una regulación holística para este vulnerable humedal desértico, priorizando su valor ecológico, científico y cultural intrínseco y respetando el derecho de las comunidades a participar en su gobernanza/gobierno.

    Este enfoque alternativo tiene ahora visos de convertirse en una realidad. En mayo, los progresistas arrollaron en las elecciones para una asamblea destinada a reescribir la constitución chilena heredera de la dictadura pinochetista, y para los gobiernos locales y regionales. Muchos de los delegados de la convención constitucional están relacionados con los movimientos estudiantil, feminista, ecologista e indígena; una de ellos es Cristina Dorador, una microbióloga y fuerte defensora de proteger el salar de la extracción desenfrenada. Mientras tanto, el OPSAL está trabajando con miembros del Congreso para redactar un borrador de ley que preservaría los salares y los humedales actualmente amenazados por la minería de litio y cobre, así como por las plantas hidroeléctricas.

    Los activistas chilenos lo tienen claro: no hay un conflicto de suma cero entre luchar contra la crisis climática y preservar el medioambiente y la forma de vida locales. Las comunidades indígenas en el desierto de Atacama también están en la primera línea de los impactos devastadores del calentamiento global. Más que una excusa para intensificar la minería, la cada vez más grave crisis climática debería suponer un impulso para la transformación de los patrones de producción y consumo, rapaces y dañinos para el medioambiente, que han causado esta crisis en primer lugar.

    La ilustración de cabecera es «Rust Red Hills», de Georgia O’Keeffe (1887-1986). El texto ha sido traducido del inglés por Ramón Núñez Piñán.

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  • Entrevista con Jeremy Corbyn: «Nuestros movimientos sufren reveses y derrotas, pero al final siempre llega el momento para que triunfe la justicia»

    Entrevista con Jeremy Corbyn: «Nuestros movimientos sufren reveses y derrotas, pero al final siempre llega el momento para que triunfe la justicia»

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    Jeremy Corbyn fue Líder del Partido Laborista del Reino Unido entre 2015 y 2020. Su aterrizaje como líder de la oposición supuso una revolución en su partido, atrayendo a centenares de miles de nuevos militantes y simpatizantes y poniendo en el centro del debate político mainstream cuestiones como el Green New Deal y la revalorización de políticas progresistas ambiciosas para una gran mayoría con su eslogan «For the Many, Not the Few». Antes de llegar a ser líder de la oposición Corbyn pasó décadas trabajando en los movimientos sociales de base, sobre todo en cuestiones relacionadas con la paz y la solidaridad internacional: el movimiento anti-apartheid en Sudáfrica, la campaña por el desarme nuclear, las campañas contra las guerras en Irak, y muchos otros. Hoy en día compagina su labor como miembro del parlamento por Islington North (circunscripción que representa desde 1983) con la dirección del Proyecto por la Paz y la Justicia, una organización que lucha por «el medioambiente, por la cooperación internacional pacífica, contra la pobreza la desigualdad social y el poder de las grandes empresas».

    En Contra el diluvio tuvimos la suerte de poder hacer unas breves preguntas a Jeremy Corbyn sobre su etapa como Líder de la Oposición y sobre sus perspectivas políticas para el futuro. Las reproducimos a continuación ligeramente editadas para mayor claridad y continuidad.

    Por Nacho Rubio. 

    P. Usted es uno de los mayores y más fieles aliados que los movimientos progresistas latinoamericanos han tenido en Reino Unido. ¿Qué le llevó a interesarse por América Latina en primer lugar?

    La primera vez que pisé Latinoamérica fue cuando visité Chile con 20 años, en 1969. Desde entonces la región ha conocido unos niveles de tragedia difíciles de describir, incluyendo la destrucción de los movimientos de base por la justicia social y el auge de dictaduras brutales como la de Augusto Pinochet en Chile precisamente, que pisoteó los derechos humanos y los de los trabajadores. Con demasiada frecuencia, esta brutalidad se produjo con el apoyo de países poderosos como Estados Unidos, con el objetivo de crear un entorno donde los recursos naturales y humanos de América Latina pudieran ser abiertos al capital occidental para su explotación y extracción.

    Pero aquellos movimientos, que habían sufrido innumerables castigos y represión autoritaria, nunca abandonaron la esperanza. Los gobiernos de la «marea rosa», liderados por activistas como Evo Morales y Rafael Correa, se enfrentaron a los poderosos y sacaron a millones de sus ciudadanos del umbral de la pobreza. Sin embargo, los progresistas latinoamericanos siguieron estando acechados por la violencia y el sabotaje, con técnicas como el lawfare ejemplificado en el impeachment de Dilma Rousseff y el encarcelamiento de su antecesor Lula Da Silva en Brasil, o golpes de Estado como el ocurrido en Bolivia en 2019 contra Morales. Y a pesar de todo nunca renunciaron a la esperanza.

    P. ¿Qué cosas cree que deberíamos aprender desde la izquierda europea de los movimientos progresistas del otro lado del Atlántico? ¿Hay alguna figura histórica del socialismo latinoamericano que usted admire especialmente?

    Tenemos mucho que aprender de la rica historia de la región. Si pudiera elegir sólo dos lecciones de los movimientos latinoamericanos, la primera sería que los progresistas tienen éxito cuando están unidos: cuando las comunidades indígenas, ecologistas, feministas, el movimiento obrero y los socialistas se ponen de acuerdo en el diseño de un programa común que beneficie a todos por igual. La segunda lección sería el poder de la esperanza. En Brasil, Jair Bolsonaro ha traído miseria a su país a través de una peligrosamente negligente gestión de la pandemia, de la represión de sus críticos, y del avance en la destrucción de la selva amazónica. Pero Lula es ahora libre y volverá a presentarse a la presidencia el próximo año. Nuestros movimientos sufren reveses y derrotas, pero al final siempre llega el momento para que triunfe la justicia y la decencia.

    P. La transición ecológica (Green New Deal, reindustrialización verde) requiere de gran cantidad de materiales (litio, cobalto), muchos de los cuales se encuentran principalmente en el sur global. ¿Cómo pueden llevarse a cabo estas iniciativas sin a la vez profundizar –e, idealmente, revirtiendo– las políticas de imperialismo colonial del norte respecto al sur global?

    La crisis climática está en el centro de todo. Ya se trate del sufrimiento de las personas desplazadas por inundaciones, sequías y conflictos por la posesión de los recursos naturales, de la destrucción de sus comunidades contaminadas y su medio de vida debida a la extracción de combustibles fósiles, o más cercanamente si sus hijos respiran aire tóxico en nuestras ciudades, los efectos están por todas partes. Y estos problemas están definidos por nuestro pasado, pues es donde se originan las relaciones de poder y opresión que siguen determinando cómo los que se benefician del cambio climático son nos explotan al resto. El cambio climático es ante todo una cuestión de clase, una cuestión de justicia global y una cuestión de derechos humanos.

    Es por esto que la justicia climática está en el centro de todo lo que tratamos de hacer y construir en el Proyecto por la Paz y la Justicia. En la COP 26 (la conferencia de la ONU sobre cambio climático que se celebrará en Glasgow este año) tenemos que poner sobre la mesa y defender con fruición las peticiones de los movimientos de base de los de abajo: desde los indígenas de la selva amazónica a los activistas anti-fracking de aquí en Inglaterra. Trabajaremos con aquellos que hagan campaña por empleos verdes que cuenten con una fuerte protección social y sindical, por una transición ecológica que sea justa para los trabajadores, por el fin de la extracción de combustibles fósiles y la explotación de poblaciones y ecosistemas que siempre lleva aparejada.

    P. ¿Ve posible conseguir objetivos climáticos ambiciosos desde la política parlamentaria? ¿Qué rol deberían tener las organizaciones de base?

    Es esencial que los gobiernos establezcan metas climáticas ambiciosas y lleven a cabo las acciones apropiadas para su realización, desde invertir en empleos verdes hasta frenar a las principales empresas contaminantes, para hacerlos realidad. Sólo los estados, trabajando juntos y respaldados por movimientos sociales masivos, pueden enfrentarse a los culpables y diseñar una nueva forma de economía política.

    Y para que cualquier solución funcione, el enfoque en el que se enmarque tiene que ser global, basado en la cooperación y la responsabilidad compartida, no en la competencia y el conflicto. Esto significa trabajar con sindicatos, gobiernos y comunidades para garantizar que se respeten los derechos de la tierra, los derechos de los trabajadores y los derechos humanos, y resolver la crisis climática sin contribuir a otras crisis ambientales.

    P. Si pudiera dejarle un mensaje a la siguiente generación de activistas, ¿cuál sería?

    La gente solía decir que los jóvenes no estaban interesados en la política, pero en realidad era la política la que no estaba interesada en ellos. Hay una enorme energía por explotar en ese segmento de la sociedad para cambiar el mundo, para que funcione para todos y no solo para unos pocos [NT: literalmente for the many, not the few, unos de los principales eslóganes de su etapa al frente del partido]. Estoy increíblemente orgulloso del enorme crecimiento que experimentó el partido bajo nuestro liderazgo y espero que la energía y el entusiasmo de ese período hagan avanzar y crecer el movimiento socialista, porque nadie cambiará el mundo por nosotros.

    P. ¿Cuál piensa que fue su mayor acierto en su etapa como líder de la oposición? ¿Y su mayor error?

    Las políticas incluidas en nuestro programa electoral eran populares, y el momento para implementarlas ya ha llegado. Las políticas laboristas dan a la gente lo que quiere y necesita, no sólo lo que permiten los poderosos. La pandemia ha demostrado cuán vitales y oportunas son. Estoy seguro de que algún día serán llevadas a cabo, conjuntamente con una transferencia dramática en la riqueza, el poder político y la igualdad de oportunidades de los poderosos a los de abajo.

    Nuestro mensaje resonó con aquellos que estaban hartos de la vieja política, de la austeridad, de las guerras, de criarse y crecer en la pobreza aun viviendo en uno de los países más ricos del mundo. Planteamos el argumento de que esta situación no es inevitable, sino que es consecuencia de una economía construida para servir a unos pocos y no a todos.

    Lamento que esto no fuera suficiente para superar la división en nuestro electorado causada por el Brexit y ganar en 2019, pero estas cuestiones subyacentes no han desaparecido. Y requerirán toda nuestra creatividad y energía, llegando a las comunidades de todo el país, para ganar. Muchas de las ideas que necesitamos para que la década de 2020 sea mejor que la de 2010 fueron desarrolladas en y alrededor del Partido Laborista en los últimos años por intelectuales y científicos sociales excepcionales en sus campos. Pero, lo que es más importante, fueron el fruto de las demandas del movimiento social que nos aupaba, y las habilidades, el conocimiento y las necesidades de las comunidades afectadas por los problemas que identificamos.

    Debemos basar nuestro proyecto en estas políticas, llevándolas más lejos y adaptándolas al mundo postpandémico para que nuestros movimientos sociales puedan pasar del conflicto y la desigualdad, y hacia la paz y la justicia.

    P. Su etapa al frente del Laborismo supuso un motivo de esperanza para mucha gente en todo el mundo, no solo en el Reino Unido. ¿De qué formas podemos reforzar la cooperación internacional y el aprendizaje mutuo entre movimientos y partidos de diferentes países?

    Actualmente en el Proyecto por la Paz y la Justicia tenemos cuatro proyectos clave en curso, algunos de los cuales son más específicos para el Reino Unido y otros que necesitarán apoyos de todo el mundo.

    Nuestra iniciativa por la seguridad económica está organizada en torno al apoyo directo a comunidades de todo el Reino Unido afectadas por la triple crisis resultante de la austeridad, la pandemia, y la nueva recesión. Nuestro proyecto de justicia global está haciendo campaña para que las vacunas contra la Covid-19 sean asequibles para todo el mundo, y estén disponibles en todas partes. Nuestro plan por la sociedad democrática trabajará para que los medios de comunicación sean más justos, libres y responsables, apoyando el periodismo de interés público y desafiando los monopolios corporativos. Y, finalmente, nuestro proyecto por la justicia climática luchará por un Nuevo Acuerdo Verde en el Reino Unido y en todo el mundo.

    Queremos reunirnos con socialistas y progresistas de múltiples naciones para discutir temas que van desde la protección de los refugiados hasta la igualdad en la distribución de vacunas en la India, Europa, los Estados Unidos y América Latina. Se trata de hablar y compartir experiencias, pero también de implementar acción práctica. Antes conversábamos sobre América Latina: el internacionalismo de los trabajadores escoceses que se negaron a producir armas para que el régimen de Pinochet las usara contra su propio pueblo es un ejemplo de lo importante que es la solidaridad entre comunidades de trabajadores allende las fronteras.

    Más allá de la izquierda de base necesitamos organizaciones internacionales sólidas donde los países puedan reunirse para encontrar soluciones a nuestros problemas compartidos. Pero es importante que estos foros no siempre terminen dominados por los elementos más poderosos de los países que los atienden. Debemos encontrar maneras de garantizar que la voz de las personas marginadas y sus reclamaciones políticas se exprese en estas conversaciones globales.

    P. Y para finalizar, de gunner a gunner, ¿cuál es en su opinión el mejor delantero centro de la historia del Arsenal?

    Henry, obviamente.

    La ilustración de cabecera «Ladrón de fresas», de William Morris (1834-1886). 

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  • Ecología y socialismo – Entrevista a Wolfgang Harich

    Ecología y socialismo – Entrevista a Wolfgang Harich

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    Publicamos una nueva traducción de un documento inédito de Wolfgang Harich de mano de Àngel Ferrero, en esta ocasión una entrevista del año 1976 en la que aborda la relación entre ecología y socialismo. A pesar de su brevedad encontramos materiales que pensamos pueden ser útiles hoy en día para pensar la crisis ecológica. Hay posicionamientos lúcidos contra el «optimismo científico-tecnológico» y contra el «pesimismo sin esperanza», el «otro extremo falso» de ese optimismo sin fundamento. Reflexiones tempranas sobre los Verdes alemanes (de los que pronto tendremos más que decir), la evolución del bloque socialista y su posible convergencia ideológica en ciertos aspectos con el bloque capitalista. La vigencia de una postura «comunista» en su día, que sigue siendo pertinente para el nuestro, y de qué raíces podría tomar sustento en la larga tradición del socialismo marxista. Hay, sin duda, algunas cosas que querríamos matizar, que querríamos debatir, como la insistencia en la superpoblación en tanto que problema fundamental a nivel político (del que ya hemos hablado en otros lugares). En cualquier caso, esperamos que este documento sirva para hacer más rico el repertorio de textos disponibles en español de un pensador del calibre de Harich, del que seguimos aprendiendo.

    Entre los documentos legados por Harich se encuentra una versión mecanografiada de una entrevista con la revista Positionen. Theoretisches Magazin (POCH).[i] El texto, de siete páginas, contiene diversas correcciones de Harich, que se han incluido y editado. El manuscrito no está fechado, pero procede posiblemente de la segunda mitad del año 1976. En éste Harich desarrolla y profundiza, en contenido y en argumentación, las tesis expuestas en una entrevista anterior con el diario Frankfurter Rundschau. El título procede del editor. (Nota del editor de las Obras Completas de Wolfgang Harich, Andreas Heyer)

    Pregunta: El resultado de los dos primeros estudios del Club de Roma, que son el punto de partida de sus propias reflexiones en el libro ¿Comunismo sin crecimiento?, sugieren que en lo tocante a la crisis ecológica nos encontramos a cinco minutos antes de la medianoche. ¿Sigue manteniendo esta apreciación? ¿Confirman los nuevos conocimientos científicos este posible Apocalipsis histórico?

    Harich: Sí, cuando escribí mi libro, en 1974-1975, aún no conocía, por ejemplo, los estudios sobre las consecuencias del uso de espráis en la destrucción de la capa de ozono de la estratosfera. Pero no se trata solamente de los nuevos conocimientos científicos, sino más todavía de las catástrofes reales, que, entre tanto, me han reafirmado en mis posiciones: hablamos de Seveso[ii], de la explosión en Stavanger[iii], de una serie de espantosas averías en barcos petroleros, de los terremotos cada vez más frecuentes en los últimos años, etcétera. Después de todo esto estoy más convencido que nunca que de mantenerse las actuales tendencias del desarrollo global la humanidad pronto encontrará su propia destrucción, y ello sin una guerra nuclear, un riesgo que, pese a todo, se ha agravado e incluso a corto plazo podría incluso ser el más amenazador. En cuanto al Club de Roma, recientemente, en su reunión en Filadelfia de abril de 1976, ha dado un giro de 180 grados bajo la presión de poderosos intereses capitalistas y la advertencia directa de nadie menos que del vicepresidente de Estados Unidos, el multimillonario Nelson D. Rockefeller. Con la desaprobación del informe Meadows del MIT de 1972, incómodo para ellos, el Club quiere olvidar que entonces cuestionó el sentido del crecimiento económico. Razón de más para la izquierda para mantener viva la conciencia de la crisis ecológica, que los gobernantes, con las condiciones del último boom económico, aún creían poder tolerar y manipular, y que ahora, en tiempos de recesión y creciente desempleo, quieren volver a marginar y eutanasiar.

    P.: Desde el shock de la crisis del petróleo de 1973-1974 se ha puesto en marcha una búsqueda a marchas forzadas de depósitos de materias primas por explorar, tecnologías de reciclaje y formas alternativas de energía. Por descontado, de este modo lo único que puede hacerse es posponer el agotamiento definitivo de las fuentes de energía fósiles. Tan sólo quedaría una volátil intensificación y expansión de la investigación científica. ¿O ve posible otra vía?

    Harich: No hay autoengaño más estúpido que el optimismo científico-tecnológico, como el que se expresa en la siguiente conclusión: «Hasta ahora la ciencia siempre ha encontrado una solución, así que también lo hará en el futuro.» Por la misma lógica, alguien a quien hasta ahora los médicos han logrado comprender cómo curar sus enfermedades puede llegar a la conclusión de su propia inmortalidad. A eso mismo se lo denomina una extrapolación inválida. De manera grotesca, se decantan por ella como supuesto argumento quienes acusan a los Meadows de haber extrapolado incorrectamente. Naturalmente, no quiero disputar la necesidad de impulsar investigaciones en las direcciones que usted ha mencionado. Pero de ello no se deriva que debamos confiar, con una credibilidad cuasi religiosa, que este tipo de investigaciones logrará los resultados deseados en cualquiera de los casos. Deberíamos mantener una prudente distancia y una constante posición crítica con las alternativas que la ciencia tiene que ofrecernos. Las formas de energía alternativas a la fisión del átomo son, por ejemplo, inaceptables, porque los riesgos asociados a éstas superan con creces los correctivos que prometen: aumentan la confianza en la capacidad de los hombres para poner límites a su proliferación, reducir su consumo y renunciar, al menos, a la simplificación del trabajo. Todo ello tiene efectos aún más perjudiciales para la salud con un enorme incremento de la energía fósil.

    P.: ¿Puede la toma de conciencia de los problemas ecológicos basarse en citas de Marx? Marx se encontraba en el siglo XIX en unas relaciones sociales y un contexto intelectual en el que la orientación al crecimiento era prácticamente equivalente al progreso humano. Desde entonces la situación se ha modificado radicalmente. ¿No deberíamos nosotros, los marxistas de hoy, destacar la condición del hombre de su dependencia de la naturaleza de manera mucho más marcada que Marx? ¿Ve usted la posibilidad de que el marxismo se apropie de manera crítica de otras tradiciones del pensamiento, también las no europeas, que han situado el elemento de la naturaleza en los hombres más bien en el centro de sus consideraciones?

    Harich: Debido justamente a que en el siglo XIX la contaminación medioambiental y el agotamiento de las materias primas eran todavía problemas relativamente sin importancia y lejanos, que, en correspondencia, la ciencia podía descuidar con una cierta justificación, puede atribuirse a Marx aún más el mérito de que ya entonces no sólo no ignoró la base natural de la sociedad humana, sino que ocasionalmente reflexionó de manera netamente ecológica, antes de que existiese una disciplina científica con ese nombre. Los pasajes sobre esta cuestión en su obra y en la de Engels tienen hoy, teniendo en cuenta la crisis ecológica, incluso mayor valor que en la época en que se formularon. Por otra parte, por las mismas razones puede que hoy ya no baste recurrir solamente a ellos. Lo que se requiere es, más aún, que el marxismo actual adopte críticamente los resultados de la ecología en toda su amplitud y el estado del conocimiento más actualizado, y que, al mismo tiempo, se ocupe de manera especial de la elaboración de su propia economía del valor de uso en los estudios económicos marxistas sobre la actualidad de la transición al comunismo. Esto último sería una suerte de retorno al peldaño más elevado de Aristóteles, que respaldó una “economía” en un sentido auténtico, que distinguió con claridad de su odiada “crematística” como enseñanza de las relaciones de intercambio contrarias a la naturaleza, de la circulación de mercancías y de dinero [iv].

    Más allá de eso, me parece que el análisis de las tradiciones filosóficas que usted ha mencionado, como lo que Lévy-Strauss ha llamado “pensamiento salvaje”, o con una religión de alcance mundial como es el budismo, son plenamente fructíferos. A este respecto, entre los comunistas de Laos está en marcha una evaluación sin prejuicios. Hablar de una “adopción crítica” es algo de lo que ciertamente dudo. Lo que yo, con modestia y precaución, inicialmente propondría, sería un diálogo entre marxistas y budistas. En el espacio lingüístico alemán posiblemente primero con Gottfried Gummerer, quien, como budista, es quien más se ha ocupado de las cuestiones de la futurología basadas en el ecologismo. En este diálogo habría que librar una lucha decidida contra el pesimismo sin esperanzas de Gummerer. Pues la gestión de la crisis ecológica sería una resignación pesimista que inevitablemente genera un sentimiento de “después de mí, el diluvio”, sin duda el extremo más perjudicial, al menos no menos perjudicial que el otro extremo falso opuesto, el optimismo tecnológico.

    P.: En su introducción al libro que hemos mencionado usted se ocupa de los esfuerzos de los científicos de los países socialistas por abordar seriamente las cuestiones ecológicas. ¿Se ha ampliado desde entonces esta discusión y se ha ido más allá del estrecho círculo del debate científico? Más concretamente: entre el transporte individual, destructor del medio ambiente, y el transporte público, favorable al mismo, ¿se ha decantado la República Democrática Alemana (RDA) a favor de este último? ¿Hay en los Estados socialistas voces críticas a la construcción de centrales nucleares? Y de haberlas, ¿podría hablar abiertamente de ellas?

    Harich: Por desgracia he de responder negativamente a todas las preguntas. En los países del socialismo realmente existente tiene lugar a este respecto el mismo desarrollo equivocado que en el resto del mundo. En la RDA he intentado luchar contra ello durante tres años a diferentes niveles con los modestos medios a mi alcance, en vano, excluido de la opinión pública, de acuerdo con las reglas del sistema político aquí establecido.

    P.: ¿Qué conclusiones extrae de esta experiencia suya?

    Harich: La solución a los problemas ecológicos globales la espero de un comunismo homeostático, sin crecimiento. No he cambiado en este punto. La cuestión de dónde se realizará por primera vez es algo que sin embargo he dejado abierta en mi libro (p. 134 y siguientes). Con todo, veo las condiciones estructurales más favorables en los países socialistas. Añado no obstante (ídem, p. 137) que esto puede que no sea decisivo. Factores como el grado de industrialización, de productividad laboral, los ingresos per cápita, el consumo per cápita de materias primas y energía, etcétera, pueden demostrarse bajo determinadas circunstancias como más importantes. Hoy estoy lejos de transformar la consideración hipotética de 1975-1975 en una afirmación apodíctica: la brecha en bienestar entre el Oeste y el Este, entre el Norte y el Sur, no deja ninguna otra esperanza que el comunismo sin crecimiento se abra paso en las metrópolis del capital, allí donde el despilfarro, el agotamiento de las materias primas y la destrucción medioambiental están más avanzados, donde la sociedad de consumo comienza a llevarse a sí misma ad absurdum y donde las crisis de crecimiento económico siguen agudizándose sin poder ser ya superadas.

    P.: En consecuencia, parece que se equivocó de lugar en sus esfuerzos.

    Harich: Quizá fue un prejuicio moral que creyese tener que “limpiar la propia casa” primero. A pesar de todo, no quisiera perder las experiencias adquiridas: me han ayudado a sondear lo que es posible e imposible en una política motivada ecológicamente en el socialismo realmente existente de hoy.

    P.: Nos preguntamos si no existe un riesgo en que el incremento del fetichismo del crecimiento, de hacer aumentar las cifras del Producto Interior Bruto de manera puramente cuantitativa, como también ocurre en los países socialistas con un elevado grado de industrialización, acabe derivando en una línea de convergencia con las ideologías de crecimiento del capital monopolista.

    Harich: Afirmar que la política económica en el Este está orientada todavía a un incremento de la producción “puramente cuantitativo” es, creo yo, injusto. Piense solamente en el tiempo que ha transcurrido desde que se ha abandonado la llamada ideología de toneladas [v]. Sin embargo, el riesgo de una convergencia en la práctica existe de hecho. Por ejemplo, representantes de Yugoslavia, Polonia, Rumanía y Hungría, no solamente científicos sino también, en parte, miembros del gobierno, incorporaron en su trabajo los resultados del informe del Club de Roma exactamente en el momento en que el Club, como quedó dicho, en abril de 1976 en Filadelfia, comenzó a apartarse de su crítica al crecimiento original. Esta cooperación se plasmó incluso en una de las primeras publicaciones conjuntas entre Este y Oeste, Global Goals for Global Societies, de Ervin László, entre otros. No conozco aún este trabajo. Posiblemente su lectura me induzca a una polémica. En cualquier caso, considero la lucha contra las teorías de convergencia todavía de suma actualidad, y ello hoy incluso más que desde que se alinease con ella un político llamado Zbigniew Brzeziński.

    P.: Las fuerzas antiimperialistas libran en todo el mundo una lucha por el desarme. En esta lucha el peso de la agitación se pone de manera casi exclusiva en la reducción cuantitativa del potencial militar, esto es, el número de tropas, sistemas de defensa, etcétera. ¿No podría este debate llevarse de una manera más decidida y activa políticamente si se llevase a un primer plano la dimensión ecológica de la cuestión armamentística?

    Harich: Sobre esta cuestión existen ya iniciativas prometedoras. No se olvide de la propuesta que en septiembre de 1974 Gromyko remitió a la Asamblea General de la ONU y que se ha convertido en un correspondiente tratado internacional después, con las negociaciones de desarme en Ginebra. También la lucha actual contra la construcción de la bomba de neutrones tiene un componente claramente ecológico. Naturalmente todo ello es insuficiente, en esa misma dirección debe emprenderse mucho, mucho más. A lo que me sigo resistiendo es al extendido mal hábito de oponerse a una regulación de la población mundial, a una protección medioambiental drástica, al ahorro de materias primas y energía y a las reivindicaciones de desarme, como si no fuesen justificadas y urgentes. ¡Como si una cosa excluyese a la otra! ¡Como si no se tratase de luchas contra todos los riesgos al mismo tiempo!

    P.: Desde su fundación, POCH se ha ocupado con frecuencia de cuestiones medioambientales. Al hacerlo nos encontramos ante el siguiente problema: ¿Cómo logramos que nuestras reivindicaciones no sirvan para hacer avanzar la agenda de recortes sociales impulsada por la burguesía? ¿En qué términos pueden unificarse la lucha ecologista y la lucha contra el desmantelamiento del Estado del bienestar?

    Harich: Le planteo la pregunta opuesta: ¿Recortes sociales para qué y para quién? Cuando el presidente del USPD [vi], Arthur Crispien, en el II Congreso del Komintern, en verano de 1920 en Moscú, expresó que una revolución sólo podía llevarse a cabo si “no empeoraba demasiado las condiciones de vida del trabajador”, Lenin le respondió que este punto de vista era contrarrevolucionario por dos motivos: por una parte, la revolución exigía a los trabajadores sacrificios, y, por la otra, no había de olvidarse que la aristocracia obrera, como base social del oportunismo, se había llevado exactamente por ese motivo, para asegurarse mejores salarios, a apoyar a “su” burguesía en la conquista y explotación de todo el mundo.[vii] ¿Se prestaba con ello Lenin a un “recorte social” a favor de la burguesía? ¡Por descontado que no, todo lo contrario! Aplique esto análogamente a su problema y entonces se dará cuenta de que POCH hace bien, a la vista del síndrome político-ecológico, en convertirse en altavoz de la conciencia de la clase obrera suiza y aclarar en consecuencia: “Sí, estamos preparados, por la supervivencia de la humanidad, a cualquier sacrificio material necesario y a reclamárselo al trabajador, a condición que se haga con el principio de una estricta igualdad, esto es, que en primer lugar los ricos desaparezcan de la superficie terrestre.” De existir sobre esta cuestión desde un buen comienzo claridad, más adelante ocurrirá que POCH analizará el valor en el fondo cuestionable del actual bienestar de las masas y elevará su conciencia. El hecho de que la pauperización de las masas, considerada atentamente, no haya desaparecido, sino que meramente se hayan transformado sus manifestaciones, que las personas, a través de sus préstamos, de sus prisas y estrés en el trabajo, inseguridad existencial, enfermedades civilizatorias de todo tipo, paisaje arruinado, aire polucionado, accidentes de tráfico, creciente criminalidad, atrofia cultural, frustración sexual, etcétera, no en último lugar debido al permanente temor de una catástrofe nuclear civil o militar, que pende sobre ellos como una espada de Damocles, son más infelices que nunca. ¿Pues de qué sirve tener una casa propia en el campo cuando la naturaleza hasta entonces intacta se urbaniza? ¿De qué sirve reducir la jornada laboral, cuyas consecuencias perjudiciales y dolorosas para el corazón y la circulación sanguínea se curan en el hospital y han de compensarse después a través de un agotador entrenamiento de fitness? ¿De qué sirve elevar el nivel educativo si va de la mano de la anulación del espíritu mediante la televisión? Una pregunta tras otra. El material argumentativo que ofrece una agitación social y ecológica combinada es inconmesurablemente rico.

    P.: ¿Cómo se posiciona respecto al movimiento de los ecologistas en Francia y de Los Verdes en la República Federal Alemana (RFA)?

    Harich: Forma parte de uno de los acontecimientos más prometedores de nuestra época que la voluntad de luchar por la conservación de la vida en nuestro planeta y subordinar a esta tarea todo lo demás haya comenzado a formarse ahora también a nivel de partido político. Es a bien seguro obvio que también este movimiento, como los partidos tradicionales en sus comienzos, atraviese una fase de enfermedad infantil, que sobre todo ellos no consigan alcanzar una amplia y razonada posición común sobre todo el espectro de cuestiones políticas que hoy están pendientes de solución. Esto no va suceder tampoco en el estadio presente. La mera existencia de listas verdes, incluso partidos, es un logro que no se valorará nunca lo suficiente. Para poder expresarme con justicia sobre las diferencias que hay entre mí y Los Verdes primero debería conocerlos con exactitud y escrutado con detalle. Por ahora mis informaciones son demasiado escasas, aunque suficientes como para declararme en principio solidario con los iniciadores de este nuevo comienzo.

    P.: ¿Puede seguir manteniendo con una posición así su afirmación de que es comunista?

    Harich: El término “comunista” tiene diferentes significados. Yo defiendo el comunismo como un orden social que es más que sólo socialista, esto es, en el que no sólo los medios de producción son propiedad de todos, sino en el que también la distribución del consumo se rige por el principio de igualdad. En este sentido soy comunista. Ya no lo soy en el otro sentido, el de ser miembro de un partido surgido de la Tercera Internacional, la Internacional Comunista, el Komintern, por su acrónimo. Entre estos partidos existen, como es sabido, desde hace algún tiempo fuertes discrepancias de opinión, e incluso contradicciones, que pueden llegar a alcanzar la hostilidad. Pero, entre otras cosas, tienen en común que no consideran el comunismo algo para nada actual, que en el mejor de los casos han degradado el tema a un sermón dominical, no vinculante. Una posición “verde” realmente consecuente, por el contrario, incluye una concepción del comunismo como tarea presente, pues las limitaciones en la sociedad que demanda la ecología únicamente son realizables en la igualación de las condiciones materiales de todos, y aún más mediante una nivelación hacia abajo [viii].

    La ilustración de cabecera es «Work no. 307», de Emma Kunz (1892 – 1963).

     

     

    [i]POCH (Progressive Organisationen der Schweiz) fue un partido político suizo de orientación comunista nacido del movimiento estudiantil del 68. A partir de 1987 se distanció definitivamente del marxismo-leninismo y cambió su nombre a POCH-Grüne. En 1993 el partido fue disuelto, pasando la mayoría de sus militantes al Partido Verde de Suiza (GPS).

    [ii]El 10 de julio de 1976 ocurrió una de las peores catástrofes medioambientales en Europa cuando se produjo una fuga de seis toneladas de productos químicos en una planta cerca de Seveso, al norte de Milán, exponiendo a sustancias tóxicas a la población de los municipios circundantes, a la fauna y a la flora. Un estudio médico realizado por Andrea Baccarelli, Sara M. Giacomini, Carlo Corbetta y otros en 2008 reveló el impacto de la contaminación al revelar que las alteraciones hormonales neonatales en un grupo de estudio compuesto por miles de afectados eran 6’6 veces superiores a los del grupo de control.

    [iii]El 5 de junio de 1976 una parte de la plataforma petrolífera noruega Alexander L. Kielland, en el campo de Ekofisk, se desplomó debido a las condiciones climatológicas, acabando con la vida de 123 de los 212 trabajadores.

    [iv]Aristóteles distinguió la economía, el arte de la gestión del hogar o el arte de la adquisición natural, de la crematística, el arte de la adquisición desviado de su origen, que sirve exclusivamente a la acumulación de capital y, de ese modo, fomenta la ilusión de una riqueza ilimitada e independiente del bien común. Harich trató esta cuestión con detalle en Kommunismus heute. Sobre este tema puede consultarse también la conferencia de Harich sobre filosofía clásica en el sexto volumen de las Obras Completas. (Nota de Andreas Heyer)

    [v]“Ideología de toneladas” era uno de los términos utilizados para criticar a las economías planificadas de los Estados socialistas, particularmente durante el estalinismo, por primar la producción sin tener en cuenta la demanda, el uso o la calidad de lo producido.

    [vi]El Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD) fue una escisión del SPD posterior a la Primera Guerra Mundial que agrupó a los socialdemócratas de diferentes tendencias políticas unidos por su oposición común al conflicto.

    [vii]Entre corchetes, Harich incluye la referencia: Lenin, Werke, vol. 31, p. 236 y siguientes. (Nota de Andreas Heyer)

    [viii]Esta posición es una constante en la filosofía política de Harich, se la encuentra tanto en sus escritos de juventud como en el marco de su crítica al anarquismo. (Nota de Andreas Heyer)

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  • Entrevista con Kim Stanley Robinson: «Hay un nicho ecológico para las historias que cuentan cómo alcanzar un mundo mejor desde el presente»

    Entrevista con Kim Stanley Robinson: «Hay un nicho ecológico para las historias que cuentan cómo alcanzar un mundo mejor desde el presente»

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    Kim Stanley Robinson es uno de los autores de ciencia ficción más importantes de las últimas décadas. Tiene una voz particular, en la que se trenza la corriente fría de la ciencia ficción más científica o dura con la más cálida de la preocupación por las personas, presente en la fantasía utópica. Dos de los temas que vertebran su amplia obra (de la cual se puede destacar la trilogía de Marte, Aurora y Nueva York 2140) son la lucha por futuros mejores y más justos, y la amenaza del cambio climático. Recientemente ha publicado en inglés The Ministry for the Future, en el que aborda el paso del presente a un futuro mejor para la mayoría. Hablamos con él sobre el libro y el lugar que ocupa en su obra, sobre la inutilidad de los multimillonarios y sobre la relación y la distancia entre ficción y acción política.

    P. El ministerio para el futuro es el último de tus libros en el que tratas el cambio climático. Ya te habías peleado con este asunto en casi todos ellos, desde la serie Ciencia en la capital hasta la serie de Marte, Aurora y, por supuesto, Nueva York 2140 (todos en editorial Minotauro). Pero este es el primero –y, hasta donde sabemos, uno de los primeros de cualquier autor– que aborda el cómo llegamos al futuro desde el presente. ¿A qué se debe?

    R. Es muy común en la ciencia ficción y la ficción utópica presentar una sociedad futura, y que la historia que lleva al tiempo de esa sociedad desde nuestra propia época se cuente explícitamente en la historia, o que sea sugerida y el lector tenga que deducirlo a partir de pistas, como en una historia de detectives. Es uno de los juegos a los que puede jugar la ciencia ficción. En la ficción utópica esto sirve para dejar un espacio en el tiempo para que la sociedad buena nazca. En la Utopía de Tomás Moro este hueco incluso tiene un nombre, La Gran Fosa, que los habitantes de Utopía cavan en la península para convertir su tierra en una isla. El nombre representa ese hueco en el tiempo. 

    En la mayor parte de mis novelas he jugado a esto, y lo he disfrutado, pero me he ido convenciendo de que pensar en un orden social mejor es bastante fácil –la parte difícil es pensar en formas de llegar a él desde donde estamos, y este es un nicho que está más o menos vacío en la ecología de historias que nos contamos.

    Esta vez decidí contar la historia de una forma de llegar a una civilización mejor, a partir más o menos del presente, y hacerlo de forma que el lector pudiera, quizá, creérselo. 

    P. En realidad, el libro no va de ahora al futuro, sino que empieza en un futuro próximo en el que millones de personas han muerto a causa de una ola de calor en la India. El primer capítulo del libro, que podría funcionar como un panfleto político en sí mismo, es una de las lecturas que más hemos sufrido y disfrutado en mucho tiempo. ¿Fue difícil escribirlo? Ya has mencionado, en otras entrevistas y charlas, que los golpes de calor pueden ser uno de los peligros climáticos más inminentes para las personas. 

    R. Fue difícil de escribir, y pasé miedo. Normalmente escribo de modo cómico, y me centro en las posibilidades utópicas. No es que otras veces haya evitado tratar las partes oscuras de la historia, pero esta iba más allá de lo oscuro. El problema es que podría ocurrir, muy fácilmente. Estamos casi llegando a las temperaturas de bulbo húmedo que implican estos desastres, ya se han registrado brevemente, una vez a las afueras de Chicago, pero más a menudo en los trópicos, en particular alrededor del Golfo Pérsico y en la llanura del Ganges. Así que pensé que si lo escribía lo bastante vívidamente, podía ser una bofetada al lector, clavarle una aguja en el ojo, o incluso en el corazón, algo que dejara un poso. Y eso podría tener, quizá, un efecto positivo más tarde. 

    P. A partir de ese inicio, y con los inevitables reveses, la historia avanza siguiendo una línea que podríamos calificar de esperanzadora. ¿Cómo ves las acciones del Ministerio para el Futuro, comparadas con tus propias esperanzas en el futuro?

    R. Espero que lo hagamos aún mejor en el mundo real. Me explico: esto es sólo una esperanza, pero desde que comenzó la pandemia, creo que la gente ha mejorado su capacidad de imaginar lo mal que podrían ir las cosas si no lo hacemos mejor. Y las cosas que escribí en el libro como si fueran a ocurrir en la década de 2030 o 2040, ¡están empezando a hacerse ahora mismo en 2021! Algunos lectores incluso han comentado esto, diciendo que por qué soy tan pesimista, ¡ya estamos haciendo algunas de estas cosas buenas! Es cierto que también hay lectores que consideran el escenario de este libro como ridículamente optimista. Pero el caso es que es solo un escenario. El abanico de futuros posibles que se extienden desde ahora abarca toda la gama que va desde la catástrofe total hasta una civilización próspera, justa y sostenible para todas las criaturas. Lo que intenté fue hacer de esta novela una especie de mejor escenario posible, pero en el que todavía se pudiera creer, tal vez.

    P. En cuanto a las cosas que ya están mejor en nuestro presente que en el libro, hemos pensado en las protestas masivas de la India. También hay muchas cosas que parecen mucho más sombrías, como la negativa de los gobiernos a evitar la muerte masiva por COVID-19, utilizando la economía como excusa, incluso en un momento en el que la mayoría de los ciudadanos están de acuerdo en que la vida debe tener prioridad. ¿La respuesta a COVID-19 ha afectado de algún modo a sus posiciones?

    R. Ha sido un panorama muy variado. En algunos aspectos la respuesta ha sido sorprendentemente buena: el nivel general de consenso social, y la respuesta científica al coordinar un estudio tan grande del virus y la creación de vacunas. Luego ha habido partes malas, de mantener la presión económica sobre la gente en lugar de suspender la deuda, etc.  En el batiburrillo de respuestas ha sido difícil saber qué pensar. Creo que este año nos dirá mucho. Puede ser que aprendamos lo suficiente de la pandemia como para que hagamos la década de los 2020 mejor de lo que la habríamos hecho sin ella. Un pequeño resquicio de esperanza.

    P. En el libro hay una gran variedad de personajes, tanto en posiciones como en motivaciones. Y casi todos ellos se presentan como razonables, todos tienen algo de verdad. Es posible entender por qué los banqueros centrales tienen objetivos conservadores, por qué hay personas que deciden acabar con sus oponentes políticos, por qué los tecnócratas van más allá de su misión estricta para salvarlo todo. Sin embargo, creemos que es justo decir que, al final, las posiciones un poco más moderadas ganan frente a las directamente radicales, aunque estas últimas tengan una profunda influencia sobre las primeras. Un poco como el dilema entre rojos y verdes en la Trilogía de Marte. ¿Refleja esto la forma en la que piensas que se produce el cambio social?

    R. Puede que sí, me parece una descripción interesante, y seguramente correcta. Una cosa parece segura: hay gente que no lo ve como yo, y trabajará por causas que me parecen profundamente antivida. Eso me parece misterioso, pero la ideología es algo muy poderoso, y como dice mi libro, todos tenemos una ideología. La mayoría de las veces, la gente se las arregla para convencerse de que tiene razón. Pocos hacen cosas malas sabiendo que son malas; hay algunos así, pero los consideramos enfermos. En su mayor parte, la gente siempre tiene sus razones. Por eso, como novelista, me gusta tratar de imaginar lo que piensa el otro, y hablar en nombre de personajes con los que quizá no esté de acuerdo. Cuando las cosas van bien, mis personajes pueden darme algún susto.

    P. En el libro la violencia política de todo tipo tiene un papel destacado. Se presenta como una reacción a la «violencia lenta» que se ejerce a diario contra la gran mayoría de los habitantes del planeta, los más vulnerables. Una cosa que nos ha llamado la atención es que en muchos casos parece ser asombrosamente eficaz: las operaciones selectivas tienen efectos masivos en industrias enteras, en algunos casos básicamente destruyéndolas. No leemos casi nada sobre los posibles inconvenientes de esta táctica. ¿Por qué decidiste presentar las cosas de esta manera? ¿Para epatar? ¿Por alejarte un poco de la forma típica en que aparece la violencia política en la ficción?

    R. Es una buena pregunta. Entiendo lo que quieres decir, y supongo que estaba pensando que si la gente estaba lo suficientemente enfadada como para recurrir a la violencia política, como una especie de resistencia contra la injusticia, sería mejor que la violencia estuviera dirigida a tener un efecto final positivo, en lugar de simplemente hacer saltar por los aires las esperanzas de los inmisericordes mediante un intenso contragolpe de los poderosos. Probablemente debería haber distinguido mejor entre la violencia contra la propiedad y la violencia contra las personas, ya que personalmente creo que el sabotaje sería mucho más fácil de justificar que la violencia contra las personas. En cualquier caso, los personajes de esta novela no buscan mi aprobación. De nuevo, a menudo se trata de una expresión de miedo por mi parte: si no lo hacemos mejor que esta gente, nosotros también seremos objeto de este tipo de violencia selectiva, o incluso peor.

    P. En cuanto a la serie de soluciones propuestas, parece que has cogido un poco de casi todas partes: la geoingeniería de los «ecomodernistas”, el rewilding y el nuevo contrato con la vida animal de los ecologistas radicales, el carboncoin de los economistas heterodoxos y la comunidad del código abierto. Esta última idea nos interesa especialmente. En el libro, el Ministerio consigue convencer a los bancos centrales para que lo respalden, pero se insinúa que un camino alternativo podría ser que la gente de a pie lo hiciera sola, al menos al principio. ¿Ves esta última vía como una forma posible de tener algo así como una moneda de carbono?

    R. Creo que es más probable que tenga éxito si los bancos centrales lo respaldan, y he observado que a día de hoy bastantes banqueros centrales de todo el mundo han mencionado el quantitative easing del carbono de forma más o menos positiva, principalmente diciendo que si sus gobiernos les dijeran que lo hicieran, creen que podrían hacerlo. Para la gente corriente, no estoy seguro de que comerciar con una criptodivisa de forma ajena al dinero fiduciario diera suficiente confianza. El dinero es un asunto muy serio, y la confianza entre extraños es difícil de generar y mantener. Me parece que toda la civilización tiene que estar detrás de ese esfuerzo, que esa confianza es justamente uno de los ingredientes principales en cualquier civilización exitosa. Lo damos por sentado, se convierte en algo hegemónico y no se examina, es como una alucinación con la que todos estamos de acuerdo, como en el hipnotismo. Si se mira con demasiada atención, puede parecer demasiado inverosímil para creer en él, por lo que la gente pasa de largo. Una innovación radical puede hacer que nos fijemos demasiado; quizá sea mejor utilizar las herramientas que ya tenemos a mano, como el dinero fiduciario y los bancos centrales.

    P. Hablar de grandes ideas lleva, por desgracia, a hablar de grandes hombres. En tu libro, los multimillonarios no desempeñan ningún papel importante, aparte de ser secuestrados en Davos. ¿Por qué? ¿Es esto representativo de cómo ves su papel en nuestro futuro?

    R. Sí, no tengo fe en ellos. No deberían existir, y no tienen suficiente dinero y poder para hacer algo importante a nivel sistémico. Las organizaciones benéficas suelen ser mecanismos de evasión fiscal en su mayor parte, y sería preferible tener una fiscalidad progresiva, y normas de propiedad diferentes, para empezar, que limitaran la riqueza personal y también el tamaño de las empresas. Además, y de forma aún más obvia, debería haber un suelo de ingresos por debajo del cual nadie pudiera caer. Este tema de la paridad salarial se discute en las cooperativas, y de hecho la lista de valores cooperativos que el movimiento ha generado es un llamamiento a un post-capitalismo que comienza dentro del sistema actual. Lo adecuado como base, y luego diez veces lo adecuado como techo, la llamada relación salarial de diez a uno. Esa es una buena meta para comenzar a trabajar.

    P. Cierto. No queríamos decir que tuviéramos fe en los millonarios, nos referíamos más bien a que fueran esas personas que en tu libro «lucharían contra la vida». El último presidente de EE.UU. era una persona muy rica, y en general creemos que los multimillonarios tienen más influencia social de lo que su riqueza, por extrema que sea, podría sugerir. Hoy en día, Elon Musk es lo más parecido a un villano del tipo de James Bond, y establece el estándar para todo tipo de comportamientos antisociales que la gente replica. Y, sin embargo, en el libro la mayoría de los grandes acontecimientos están determinados por los Estados, las grandes empresas y otros actores colectivos. Esto, de nuevo, es refrescante comparado con la mayoría de la ficción, pero probablemente no es la forma en que mucha gente experimenta la política.

    R. Estoy de acuerdo en que existe una especie de cultura de la celebridad en la que los multimillonarios aparecen como héroes y/o villanos, y es cierto que las historias, al estar basadas en los personajes, tenderán a centrarse en esas personas. Megafauna carismática y todo eso. Pero para mí esto no es más que una distracción de la política real. Me encantaría ver niveles impositivos realmente progresivos, tanto contra las personas como contra las corporaciones, de tal manera que se acabara con los multimillonarios.  Podríamos llamarlo «El gran corte de pelo». 

    P. Alejándonos del libro, has escrito bastante sobre las utopías… pero no parece que te interese describirlas en tus libros. La búsqueda de algo mejor y la constatación de que esa búsqueda no tiene fin parece ser uno de los motores de tus historias… Estamos pensando en Aurora, que es todo lo sombrío que puede ser un libro (y bastante original en su giro argumental, que rompe con la ciencia ficción tradicional)… pero tiene uno de los finales más bonitos que hemos leído. Además, haces algo que muy pocos autores hacen: retconear tus propias historias. Aurora borra un poco la trilogía de Marte, Luna Roja se basa en Nueva York 2140, pero corrige algunos de sus argumentos, y El Ministerio hace lo mismo con Luna Roja… ¿Siempre te lo has planteado así?

    R. Gracias por lo de Aurora. Desde Pacific Edge he intentado redefinir la utopía como un nombre para un proceso dinámico en la historia en el que las cosas mejoran. H.G. Wells inició esta redefinición, pero la connotación popular como un estado final perfecto, probablemente sacada de Platón o de Moro, mantiene su lugar central en el imaginario popular. Pero trabajar en esa redefinición me da historias que contar. Y sí, me gusta retomar los problemas de una novela y ver si puedo volver a plantearlos de otra manera, en una obra posterior.  Tanto 2312 como Aurora se burlan de la historia de mi trilogía de Marte de formas que me hacen gracia: en 2312 pasan por Marte sin detenerse, y lo maldicen o murmuran «he oído que es un lugar interesante», y así sucesivamente, es una especie de juego para los lectores que han estado conmigo desde antes. Y cuando escribí Aurora, las noticias de Marte habían cambiado la situación material en ese lugar de tal manera que se necesitaba una nueva historia terraformar el lugar, sí, sigue siendo un buen proyecto, pero es probable que lleve diez mil años–, pero ¿y qué?  Luego, en cuanto a las finanzas, para cuando escriba una nueva novela habré aprendido más y el mundo habrá cambiado. Sería horrible estar atrapado en mi propia historia del futuro tratando de hacerla coincidir con las otras historias –creo que Heinlein y Asimov estaban atrapados en ese tipo de proyecto, era quizá un signo de los años cincuenta americanos, el deseo de que las cosas no cambiasen nunca. Sigo encontrando nuevos puntos de vista. Ya me han señalado errores en El Ministerio para el Futuro que me gustaría arreglar en alguna historia posterior. Eso sí, en historias más cortas.

    P. Mencionas que te han señalado errores, y que hay cosas que ahora cambiarías, o que harías de manera diferente en continuaciones. Tenemos curiosidad, ¿podrías mencionar algunas de esas cosas?

    R. Bueno, prefiero no hacerlo. Pero puedo decir que la gente me ha enseñado que vender tus datos en internet no es una buena idea, independientemente de cómo se configure; y también me han dicho que la Captación Directa del Aire debería haber tenido más protagonismo, lo que creo que quizá sea correcto. Pero estas son sólo algunas de las cosas más pequeñas.  

    P. Volviendo al pensamiento utópico, parece que está renaciendo en la anglosfera, y también en España. Tanto con un rechazo militante de la desesperanza en la ficción (el hopepunk, la ficción climática optimista…) como con, al menos, la intención de plantear planes políticos ambiciosos, como el Green New Deal. ¿Cuál es tu punto de vista al respecto?

    R. Yo también lo veo así y creo que tiene sentido. La distopía puede ser un pesimismo de moda, un intento de parecer inteligente siendo cínico, etc. Tiene su propósito, pero la utopía es mucho más esperanzadora, y la gente quiere historias esperanzadoras. Así que veo todo el hopepunk, el solarpunk y la ficción climática positiva como una reacción instintiva a nuestra peligrosa situación. Soy mayor y mis grandes contemporáneos utópicos, Le Guin e Iain Banks, han muerto, así que me gusta ver a los escritores más jóvenes recoger la antorcha. En ese grupo, me gusta el trabajo de un colega joven, Andrew Hudson. Es un género pequeño, pero nunca desaparecerá. Cory Doctorow ha tenido una gran presencia y ahora hay nuevos escritores, más jóvenes que él. Espero que haya más de este tipo de ficción.

    P. El estilo del libro es fragmentario. Hay muchos capítulos cortos autocontenidos con historias aisladas, o mini ensayos. Algunos de ellos recuerdan a los pronunciamientos de Ubik en la novela de Philip K. Dick, en los que una entidad no humana habla de forma ominosa (a veces también divertida). Es un gran contraste con las novelas anteriores, que eran mucho más tradicionales en su estructura. ¿Se trata de un intento de hacerla más contemporánea a un mundo en el que las ráfagas cortas de información que dominan la forma en que nos relacionamos con la vida?

    R. Bueno, veo la naturaleza fragmentaria de la lectura y la vida social contemporáneas, pero como novelista me gusta asentarme en un texto y quedarme con él, profundizando en su mundo. Pero la forma de la novela puede acoger todo tipo de material dentro de sí, y el juego de formas es algo que me gusta mucho. Recuerdo esos pequeños anuncios de Ubik en la novela de PKD, que eran divertidos y arrojaban un tono ominoso sobre la novela. Eso encajaba con una tradición de la ciencia ficción de los años 50 en la que se sacaban entradas de la Enciclopedia Galáctica, etc., para dar antecedentes, contextualizar (algo que también ocurre en Dune). Luego Brunner utiliza el formato de la trilogía USA de Dos Passos, de hilos trenzados de diferentes tipos de historias, marcadas como tal. Yo utilicé ese mismo formato en 2312, y lo disfruté mucho.  En realidad, casi todas mis novelas tienen un hilo argumental secundario encajado en la línea principal; esto fue a propósito en Las tres Californias, y he vuelto a él en los prefacios en cursiva de cada capítulo de la trilogía de Marte, que también está en Tierra verde. Y en los capítulos del bardo en Años de arroz y sal. Rara vez he recurrido a una sola narración, pero cuando lo he hecho, como en Chamán, también se convierte en un recurso formal destacado, al menos para mí. En el caso de Ministerio, tenía mucha intención de hacer un juego de formas en el que cada capítulo, cuando comienza, no se sabe qué tipo de texto será, o de quién tratará, etc. Dado lo sombrío de gran parte del material, pensé que tener un juego así sería un alivio y un placer.

    La ilustración de cabecera es «Osos en Marte», de Damir Raufovich Muratov (1967).

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  • Entrevista con Ende Gelände: «Hay que asegurarse de que los medios utilizados para luchar contra la pandemia no nos hagan profundizar aún más en la emergencia climática»

    Entrevista con Ende Gelände: «Hay que asegurarse de que los medios utilizados para luchar contra la pandemia no nos hagan profundizar aún más en la emergencia climática»

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    Entrevistamos a Johanna Frei, de Ende Gelände, organización alemana dedicada que usa la desobediencia civil masiva para impedir el normal funcionamiento de las minas de carbón. 

    P: Ende Gelände sois una de las organizaciones contra los combustibles fósiles más importantes de Europa, pero quizá no sois demasiado conocidos fuera de Alemania, o al menos no en España. ¿Podrías describir cuáles son los principales rasgos de vuestro colectivo?

    R: Somos una organización de acción civil masiva de desobediencia contra las minas de lignito a cielo abierto. Lo que hacemos es irrumpir en las minas y en las infraestructuras que las rodean con miles de personas y bloquear las excavadoras gigantes y las instalaciones con nuestros propios cuerpos. Lo hacemos vestidos con un mono blanco y con máscara para protegernos del polvo de lignito y de la represión de la policía y de la seguridad privada. Lo que queremos es crear una sensación de empoderamiento en quienes participan en estas acciones, pero también en quienes nos vean a través de los medios. Nuestro mensaje se basa en que necesitamos dar pasos de manera inmediata hacia un escenario de justicia climática y que, si nadie más hace nada, del marrón de echar el cierre ya nos encargamos nosotros.

    Con todo, sí que hemos tenido repercusión internacional. Desde el principio, hemos tejido una sólida red internacional y compañeras y compañeros de toda Europa han participado todos los años en nuestras acciones. Hay muchos grupos que se han inspirado en Ende Gelände, como Code Rood en Países Bajes, Limity Jsme My en República Checa y RadiAction en Francia. En el estado español, Gipuzkoa Zukit llevó a cabo una acción en 2017 inspirada en Ende Gelände.

    P: Vuestro objetivo son las minas de carbón y en su infraestructura. ¿Por qué las minas y no, por ejemplo, las infraestructuras petrolíferas? ¿Son menos importantes para el sistema energético alemán?

    Las minas de lignito renanas son la mayor fuente de emisiones de CO2 de Europa y el carbón en general tiene un papel importante en el sistema de energía de Alemania. El modo de producir electricidad a partir del carbón es además un muy buen ejemplo a través del cual criticar el rol del capitalismo en la generación de la crisis climática.

    R: Ya hemos tenido éxito a la hora de reducir la importancia del carbón y ahora están entrando en el debate otros objetivos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en Alemania; tanto en el debate público como dentro de Ende Gelände como colectivo. En todo caso, cuando llevamos a cabo nuestra primera acción, en 2015, el carbón era la clave para que arrancase el debate sobre qué hacer contra el cambio climático.

    P: Asistimos a vuestra charla en Madrid en la contracumbre de 2019 y nos sorprendió mucho el sentido de «comunidad» que construís antes y durante vuestras acciones. ¿Podríais explicarnos cómo preparáis y organizáis estas acciones? ¿Existe algún contacto con los trabajadores de las minas o con sus sindicatos?

    R: Somos una organización de base y fundamentamos nuestras decisiones en un principio de consenso, lo hacemos así tanto en el proceso de preparación como durante las acciones. Tener voz ya es muy empoderante para la gente. Durante la acción se forman grupos de afinidad de unas pocas personas que cuidan unas de otras. Estos grupos de afinidad se unen en lo que llamamos «dedos». Estas unidades de en torno a cien personas participan juntas de las acciones y entran juntas en las zonas mineras para bloquear las grandes excavadoras y otras infraestructuras. A menudo tenemos que atravesar las líneas policiales, cosa que hacemos con una técnica especial que hemos aprendido del movimiento antinuclear alemán, pero que solo funciona si todo el dedo trabaja junto. Demostramos que juntos somos más fuertes que la represión del estado. Todos estos principios los explicamos y entrenamos antes de las acciones. Generalmente existe un gran sentido de comunidad y solidaridad durante las acciones, pero también después.

    Ende Gelände forma parte de un movimiento amplio de resistencia contra el lignito en Alemania. Ha habido distintos intentos de entablar un diálogo con los trabajadores y los sindicatos, pero nos ha resultado muy difícil. En todas nuestras declaraciones siempre dejamos claro que deseamos una transición justa para los trabajadores y para toda la región. El problema es que actualmente los trabajos en ámbitos destructivos climáticamente a menudo están mejor remunerados y tienen mejores condiciones laborales que los de espacios alternativos. No obstante, poco a poco se está iniciando un debate dentro de los sindicatos alemanes en torno a qué hacer acerca del cambio climático.

    P: El objetivo de Ende Gelände es cerrar las minas para siempre. Nos preguntamos si vuestras acciones aspiran a cerrarlas por sí mismas o si las veis más bien como «agitación» contra los combustibles fósiles. ¿Lleváis a cabo algún tipo de acción «destructiva» contra estas infraestructuras o la presión contra alguna de estas minas se prolonga en el tiempo? Además, ¿cómo se vuelca esta presión hacia las instituciones políticas, si es que os relacionáis con ellas de algún modo?

    R: En su momento decidimos bloquear las minas solo con el cuerpo y no llevar a cabo ningún tipo de sabotaje. Tenemos un «consenso de acción» que deja esto claro y a la gente que quiere poner en marcha otro tipo de acciones les pedimos que lo hagan en otro momento y no durante las acciones de Ende Gelände. Queremos que el mayor número de gente posible se sienta cómoda y se una a nosotros, también gente que nunca ha participado en ningún tipo de acción. Esto lo logramos llevando a cabo acciones a unos niveles más «bajos». Es más, esto nos permite comunicar nuestra actividad públicamente.

    Con algunas de nuestras acciones de hecho hemos logrado una caída en la producción de electricidad, pero por lo general a lo que aspiramos es iniciar un debate público. Por ello, estas acciones solo duran unas horas o unos días. Sencillamente, queremos que se preste atención a la justicia climática y a lo que Alemania puede hacer por ello. Ahora bien, la transición entre una acción exitosa y un cambio real en las políticas es un proceso complejo y siempre estamos debatiendo sobre cómo lograr un resultado lo más favorable posible para nuestros intereses. Ya hemos conseguido alguna reducción en la quema de carbón, pero, por supuesto, queremos más.

    P: Hace poco entrevistamos a Andreas Malm y proponía que debemos ser capaces de responder cuando golpeen las catástrofes climáticas y no solo llevar a cabo acciones sin relación con la situación climática coyuntural. Por ejemplo, sugería que, cuando llegue la próxima ola de calor a Europa, deberíamos atacar las infraestructuras de los combustibles fósiles para poner en relación ambos hechos y ganar cierto poder social y político. ¿Creéis que en este momento tenemos el suficiente poder de masas y organizativo para hacer este tipo de cosas? ¿Qué tendríamos que hacer para llegar hasta ahí?

    R: Ende Gelände ha acogido el surgimiento de muchos grupos locales y de varias acciones por la justicia climática dentro y fuera de Alemania. Sea lo que sea lo que queramos lo que necesitamos es una base fuerte. En este momento nuestras estructuras están debilitadas por la pandemia, pero el público no se ha olvidado totalmente del problema climático. Hay mucha gente que traza una frontera entre los problemas climático y medioambiental y el coronavirus, pero la lucha contra la catástrofe climática ya no está en los titulares como lo estaba en 2019. En este momento de lo que hay que asegurarse es de que los medios utilizados para lucha contra la pandemia y contra sus consecuencias no nos hagan profundizar aún más en la emergencia climática, sino que deben ser socialmente justos y ecológicamente sostenible. El reinicio de la economía europea determinará qué dirección tomamos como sociedades.

    P: Vuestro trabajo ha sido tremendamente importante para subrayar lo importantísimo que es dejar de que quemar combustibles fósiles, pero quizá estéis de acuerdo con que es necesario aumentar la escala de nuestras acciones e ir más lejos, y que esto tiene que pasar en todas partes. Aunque, desde luego, la pandemia ha supuesto un duro golpe para el movimiento climático, ¿tenéis algún plan para profundizar en vuestras acciones en el futuro próximo?

    R: En estos momentos estamos en proceso de planificar nuestros próximos pasos. Tenemos la sensación que únicamente aumentando la escala y haciendo que nuestras acciones sean cada vez más grandes no vamos a alcanzar nuestra meta de una sociedad climáticamente justa. Lo que estamos planteándonos es extender nuestros objetivos y hacer frente a otras formas de combustibles fósiles que sean fuente de gases de efecto invernadero, estamos pensando qué imágenes potentes podemos crear con nuestras acciones. Esto no tiene por qué ser a través de acciones con más gente o que sean más «radicales». Lo que se percibe como más radical a menudo es también muy exclusivo y difícil de explicar al público. Lo que queremos es ser más inclusivos y que la gente entienda por qué hacemos lo que hacemos.

    Ahora mismo estamos trabajando el asunto del racismo. Como sabemos, la crisis climática está fuertemente vinculada al colonialismo y al racismo. Por una parte, queremos hacer que estos vínculos sean evidentes; por otro, queremos combatir nuestro racismo internalizado. Hemos iniciado un proceso interno de reflexión sobre el modo que tenemos de organizarnos e intentamos trabajar con más grupos indígenas y racializados. Para nosotras y nosotros, el siguiente paso se basa en pensar cómo podemos ser un grupo y un movimiento más holístico. Sin luchar contra estructuras como el racismo o el patriarcado no vamos a ser capaces de frenar la crisis climática.

    La ilustración de cabecera es «Mina de carbón en el Borinage», de Vincent van Gogh (1853-1890).

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  • La muerte de la industria fósil puede resultar desastrosa para los trabajadores. Es el momento de nacionalizarla. 

    La muerte de la industria fósil puede resultar desastrosa para los trabajadores. Es el momento de nacionalizarla. 

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    Por Kate Aronoff.

    Este texto fue originalmente publicado bajo el título «The Death of the Fossil Fuel Industry Could Be Disastrous for Workers. Now’s the Time to Nationalise It» en Novara.

    En 2020 todo ha entrado en crisis, y la industria fósil no ha sido una excepción. La West Texas Intermediate, la referencia del petróleo en Estados Unidos, entró brevemente en números rojos la pasada primavera, algo que muchos observadores de la industria consideraban imposible. Esto parecía señalar el principio de algo que se veía venir hace muchos años. Ahora la pregunta no es si la industria fósil morirá, si no cuando lo hará. Lo que no está claro es quién saldrá ganando.

    La crisis se venía venir desde hace tiempo. Los bajos intereses tras la crisis del 2008 abarataron la deuda, y los contaminadores aprovecharon la ocasión. Los signos del desgaste se podían ver desde 2018, cuando los inversores empezaron a impacientarse con los productores de gas y petróleo, que de manera regular fracasaban a la hora de producir beneficios y gastaban dinero a un ritmo prodigioso. La crisis de la COVID-19 y las restricciones de movimiento impuestas para frenarlo han supuesto otro golpe, dejando a cientos de miles de personas sin trabajo y poniendo en grave riesgo los presupuestos de los estados dependientes de recursos naturales de todo el mundo.

    El paquete de medidas que la Reserva Federal de Estados Unidos ha presentado como respuesta a la crisis ha sido una bendición para los productores de petróleo en apuros. Las empresas privadas de gas y petróleo vendieron 100.000 millones de dólares en bonos entre abril y septiembre. No solo se les incluyó en la lista producida por BlackRock de compañías de las que el estado compraría bonos, sino que además los productores de energías fósiles han recibido ayudas en forma de préstamos del estado y generosos recortes en impuestos, además de los 20.000 millones de dólares que se estima reciben cada año desde el gobierno federal y diversos gobiernos locales de los Estados Unidos.

    Es difícil que el carbón repunte en Estados Unidos o Reino Unido. Pero con un generoso apoyo del estado no cuesta ver una recuperación, aunque sea temporal, de la industria del petróleo y el gas. Las compañías pequeñas quebrarán. Las empresas con mayores beneficios, que han invertido en automatización para aumentar los beneficios con menos trabajadores, absorberán a sus competidores menos afortunados. Cuando llegue la vacuna y la demanda de combustible reaparezca con el reinicio de la actividad, los intereses bajos pueden ser un incentivo para que los inversores abran la cartera. Los gobiernos que han prometido “reconstruir mejor” invertirán en expandir la producción de vehículos eléctricos, por ejemplo, con incentivos para los fabricantes, y en renovar viviendas financiando programas de formación. La energía limpia crea empleo y ahorra carbono, y ayuda a re-impulsar la economía. Pero cuando millones de personas tratan de recuperarse, despedidos de trabajos que ya no existen, la limitación de la industria que ayudó a apuntalar la última recuperación no será una medida muy popular. Especialmente en las zonas de Estados Unidos donde la recesión ha pegado más duro, y son políticamente sensibles para los demócratas a la hora de expandir y afianzar sus mayorías, desde Pensilvania a Texas.

     Incluso con una recuperación de la industria fósil, la inestabilidad acecha. Este verano ExxonMobil perdió su lugar en el índice SxP500, un puesto que había ocupado durante casi un siglo; las compañías de gas y petróleo han visto reducido el valor de sus acciones en varios miles de millones de dólares, y los productores europeos han empezado a hablar como ecologistas radicales, debatiendo si la era del petróleo finalmente ha llegado a su fin. La próxima década supondrá una gran cantidad de deuda para los extractores que están en números rojos, y no parece que muchos puedan recuperar los beneficios de antes de la pandemia. Deseosos de salvarse a sí mismos, los ejecutivos de la industria fósil asentados en países que no han tenido gobiernos negacionistas del cambio climático durante los últimos cuatro años han aumentado sus promesas al planeta: han anunciado inversiones verdes simbólicas en ahorro de carbono y almacenamiento de hidrógeno, las cuales se quedan cortas. La empresa BP ha ido más lejos con la promesa de reducir en un 40% su producción para 2040. Aunque todo esto está muy bien, y es prueba del trabajo de los activistas medioambientales durante los últimos años, no es suficiente ni de lejos.

    Alejar a la sociedad del consumo de energías fósiles requiere un equilibrio. El informe de Reducción de Producción 2020 de la ONU asegura que para evitar la catástrofe climática la producción de gas, carbón y petróleo debe descender cada año de aquí hasta 2030 un 3%, un 11% y un 4% respectivamente. En contraste, se espera que la producción de combustibles fósiles crezca un 2% cada año durante el mismo período. Con el paso del tiempo los pozos ya existentes producen menos combustible de manera natural, aunque los avances tecnológicos de los últimos años los mantienen productivos durante más tiempo. Esto significa que en las próximas décadas, mientras la industria se reduce de manera dramática, solo se necesitará una pequeña cantidad de producción de gas y petróleo para satisfacer la demanda de energía.

    Con tantas compañías pidiendo ayuda, los gobiernos podrían limitarse a exigir acciones a cambio de apoyo, utilizando las competencias que el gobierno de Obama abandonó alegremente cuando rescató la industria del automóvil en 2009. Comprar un 51% de los principales productores de carbón, gas y petróleo resultaría relativamente barato, especialmente en Estados Unidos, como sugieren los expertos de Democracy Collaborative; la última capitalización total de ExxoMobile resultó en solo 173.000 millones de dólares. BP solo valía 73.000 millones. Comprar y reunir estas compañías bajo el paraguas de una compañía nacional de energía sentaría unos objetivos claros desde el principio: comenzar un declive controlado de las industrias del carbón, el gas y el petróleo que satisfaga las necesidades energéticas del país mientras las energías limpias se consolidan, a la vez que se asegura la manutención de los trabajadores y las comunidades durante esta transición. Con un mandato tan claro, las nuevas compañías nacionales, dirigidas al menos en parte por los sindicatos de la industria extractiva, podrían funcionar como núcleos de coordinación para que los trabajadores siguieran cobrando y encontraran nuevos trabajos mientras la producción se reduce. No tiene sentido echar a los ingenieros y demás trabajadores de sus puestos de trabajo cuando podrían ayudar a construir una industria sin carbono. Por ejemplo, en Estados Unidos estos trabajadores podrían dedicarse a taponar los 3,2 millones de pozos abandonados que actualmente emiten sin control a la atmósfera gases de efecto invernadero.

    Más allá, los investigadores que ya se dedican a investigar combustibles bajos en carbono podrían asociarse con la Agencia de Investigación Avanzada de Proyectos Energéticos de Estados Unidos (ARPA-E en sus siglas en inglés) para desarrollar técnicas innovadoras de captura de carbono, que se pueden utilizar en el interés público, antes que ser secuestradas para el beneficio de los inversores de la industria de combustibles fósiles. La energía geotérmica, que podría cubrir el 20% de la demanda energética en Estados Unidos, también podría beneficiarse de la investigación del sector público. Consolidar estas energías requiere el material y la experiencia con las que los extractores de petróleo ya cuentan. No solo eso, las ingentes cantidades de dinero público invertidas en promocionar los combustibles fósiles podrían redirigirse al desarrollo de cualquier tipo de energías bajas en carbono.

    Esta transición no puede darse de manera aislada en uno o dos países. Estados Unidos y Reino Unido, junto a sus innovadoras compañías energéticas nacionales orientadas al futuro, podrían ir un paso más allá y unirse, o por lo menos colaborar de buena fe, con la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), abogando por una nueva era de multilateralismo energético capaz de enfrentar los retos del siglo XXI.

    Desde que surgió como un bastión frente al imperialismo, la OPEP se ha convertido en un instrumento ideológico en occidente. En concreto, décadas de fervor nacionalista por parte de los políticos estadounidenses han dado a la nacionalización de combustibles una imagen propia de la guerra contra el terror: dictadores brutales, conspiradores y corruptos que odian nuestra libertad. La única alternativa durante mi vida ha sido la ideología que Donald Trump caracterizó acertadamente como “dominación energética”: incentivar la producción americana dedicando grandes cantidades de dinero público y recursos diplomáticos a las empresas de combustibles fósiles. Los políticos han insistido durante años: si no lo hacemos, los terroristas ganan.

    Lo que es indiscutible es que la mayor parte de la producción de petróleo actual se da bajo el auspicio de compañías propiedad del estado. Estas empresas, por lo general, no suelen estar dispuestas a liderar la rápida transición desde los combustibles fósiles que según la ciencia necesitamos para evitar un calentamiento catastrófico. Desde luego los estados petroleros han establecido malas políticas, tanto interiores como exteriores, aunque la soberanía de recursos no puede entenderse como la principal causa de estas. Incluso en manos de gobiernos igualitaristas y de izquierdas, las riquezas petroleras no han supuesto un camino a un crecimiento amplio y sostenible. El hecho de que este año se espere que los ingresos por exportación de los miembros de la OPEP sean los más bajos desde 2002 no ayuda a promover las energías limpias entre sus sus miembros.

     No sería justo decir que los estados petroleros actuales, tan variados como son, no han hecho nada para ganarse su mala reputación. Pero la propiedad pública debería considerarse una tecnología como cualquier otra. Puede usarse para fines igualitarios y de carbono cero o para la cleptocracia y las altas emisiones. Reino Unido y Estados Unidos no tienen las limitaciones objetivas a las que se enfrentan los países en los que la riqueza petrolera han favorecido políticas internas dañinas, pues ninguno de los dos depende de las exportaciones de combustible para mantener su economía a flote. Y cualquier líder que considere convertir los recursos fósiles en propiedad pública seguramente no lo haga con la intención de crear un estado petrolero. Y lo que es más importante: EE.UU y Reino Unido seguramente no tendrán que enfrentarse a golpes de estado respaldados por ellos mismos si nacionalizan sus recursos naturales.

    La gestión pública y la nacionalización de los combustibles fósiles tienen una historia interesante en EE.UU y Reino Unido. El consorcio de la Comisión de Ferrocarril de Texas (TRC en sus siglas en inglés) junto a la compañía petrolera Seven Sisters, que incluía los restos del imperio de la Standard Oil, sirvió de modelo para la OPEP. La TRC estableció cuotas de producción restringidas en cada pozo para estabilizar los precios y conservar los recursos, y llegó a movilizar a la Guardia Nacional para parar la extracción. Y no fue hasta finales de los 80 que Margaret Thatcher privatizó British Petroleum y la industria carbonera de Reino Unido. El período desde mitad de los 80 ha sido testigo, por diferentes razones explicadas en profundidad por la historia reciente del petróleo, de un experimento radical con la gestión del carbono marcada por el libre mercado. Aunque la OPEP+ (que incluye a Rusia) puede golpear a los productores estadounidenses, como hizo la primavera pasada, no existe un “productor regulador” que pueda ocupar el lugar que los EE.UU y la OPEP han tenido durante el último siglo. En una era de caos climático, seguir adelante con la anarquía energética podría significar el caos, tanto a nivel nacional como global. No hay una alternativa fácil, pero si la OPEP actúa como una institución multilateral funcional con el objetivo de gestionar de manera equitativa el presupuesto de carbono mundial, conectando con sus raíces conservacionistas e internacionalistas, podría tener mucho poder a la hora de llevar a cabo una transición para alejar al mundo de los combustibles fósiles.

    Sin una transferencia de recursos significativa, los países más dependientes de los ingresos por petróleo, a menudo los más vulnerables al cambio climático, y los grandes perdedores de los paquetes de ajuste estructural predatorios, se moverán a la perforación sin límites para pagar rápidamente su deuda nacional y los destrozos climáticos. La respuesta financiada por el FMI en Mozambique, rico en gas y petróleo, al ciclón Idai, nos da una imagen terrorífica de lo que está por venir. En EE.UU y Reino Unido, décadas de abandono de las inversiones públicas han provocado que las comunidades cuyos sustentos dependían de los combustibles fósiles, desde el carbón inglés hasta el oeste de Virginia, hayan virado hacia la derecha, y que no encuentren razones para apoyar a partidos de centro izquierda que no  les ofrecen nada a cambio de sus votos. Un declive ordenado y controlado de la producción, la propiedad privada y la gestión global podrían evitar esta espiral de muerte que lleva hacia deudas trampa en el Sur y movimientos políticos revanchistas en el Norte. Con la llamada por parte de naciones con ideologías similares a un futuro económico y climático estable, la OPEP podría, si somos optimistas, ser un foro crítico para evitar que el mundo se hunda sin la economía del carbono.

    Un nuevo multilateralismo energético puede sentar las normas para la economía global con un bajo consumo de carbono. Como han escrito Thea Riofrancos y Harpreet Kay Paul, entre otros, el fin de la producción de combustibles fósiles no supondrá el fin de la extracción. Las prometedores tecno-utopías en las que cambiamos nuestros coches de combustión interna por Teslas esconden nuevos horizontes de extracción, que repiten la destrucción social y ecológica que han definido la era fósil. Mientras los países del norte global buscan reducir y descarbonizar su demanda de energía, las compañías energéticas nacionales pueden desarrollar energías verdes con los metales que se pueden extraer de manera local a través de la minería y el reciclaje. El respeto por la soberanía de recursos significa, por ejemplo, que las minas de litio de Bolivia no son asaltadas por Elon Musk, sino que apoyan el desarrollo de energías masivas de bajo consumo. Si se crea con cariño, y con humildad por parte de los países ricos, una sociedad más ecológica también puede ser más decente.

    Evidentemente, todo esto no puede pasar, ni pasará, en una burbuja. Cuando las bases energéticas de la economía global cambien, unas redes de seguridad fuertes serán la mejor protección para los trabajadores desplazados. Estas redes son imposibles de construir en los países que luchan por pagar sus deudas nacionales, que deberían ser canceladas. Las instituciones del acuerdo Bretton Woods que pueden llevar a cabo estos cambios deben de ser re-imaginadas junto a la dominación del dólar americano; no hay ni que decir que esto está a kilómetros del consenso actual en Londres y Washington. Dada la ubicuidad que tiene la gestión pública de la energía en todo el mundo, sin embargo, la nacionalización de BP o ExxonMobil podría ser más fácil de lo que parece. Si nacionalizar o renacionalizar las energías fósiles está a millas de distancia de las políticas actuales en Estados Unidos y Reino Unido, la alternativa es el infierno.

    Kate Aronoff escribe en The New Republic y es autora del libro Overheated: How Capitalism Broke the Planet – and How We Fight Back (2021).

    La ilustración de cabecera es una imagen de la patente del pozo de petróleo perforador inventado por Howard. R. Hughes en 1916. 

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