Por Richard Seymour

Este texto fue publicado originalmente en el Patreon de Richard Seymour con el título «What’s the Deal with the Green New Deal?».

El texto que publicamos hoy tiene menos de un año. Aún así, a finales de marzo de 2020, puede dar la sensación de pertenecer a otro siglo. Algunas de sus preocupaciones fundamentales, centradas en los puntos débiles de un proyecto de Green New Deal para luchar contra los peores efectos del cambio climático, siguen estando vigentes. Otras, como la reacción de resistencia del capital internacional ante estímulos fiscales sustantivos, la necesidad de la nacionalización de sectores estrátegicos para evitar un colapso económico o la complicada interrelación entre políticas expansivas de empleos verdes públicos y decrecimiento, por mencionar algunas, parecen menores ante la enormidad de la crisis a la que se enfrenta el mundo a causa del virus COVID-19. Pese a ello, pensamos que algunas de sus reflexiones de fondo sobre a qué fuerzas se podría enfrentar un país que intentase ir contracorriente del capital internacional pueden ser relevantes en los meses y años futuros, y merecen publicarse y ser leídas. Si no fuese así, que el texto sirva al menos para reflexionar sobre lo rápido que pueden quedar obsoletos problemas y preocupaciones que hasta hace muy poco nos parecían centrales. (Contra el diluvio, 23 de marzo de 2020)

 

Uno de los desarrollos políticos más prometedores en la actualidad en Estados Unidos y Reino Unido, dos de los estados más contaminantes del mundo, es el impulso creciente de algo llamado «Green New Deal». Quiero plantear algunas dudas sobre el tema, pero antes de nada merece la pena reconocer lo alto que ha conseguido llegar en la agenda política.

En Estados Unidos, Alexandria Ocasio-Cortez ha demostrado una habilidad considerable a la hora de recabar apoyos para el Green New Deal con la resolución H. Res.0109. Entre sus apoyos en el Senado se puede encontrar una mezcla de liberales americanos tradicionales como Elizabeth Warren y oportunistas como Kamala Harris, Kirsten Gillibrand, Amy Klobuchar y Cory Booker. Una prueba de que Ocasio-Cortez es una defensora muy efectiva del proyecto.

En Reino Unido existe desde hace años el Green New Deal Group, apoyado por un amplio abanico de economistas, miembros de Los Verdes y más gente, cuyo trabajo ha sido reconocido por el grupo Labour for a Green New Deal. Es probable que en el próximo manifiesto electoral del Partido Laborista aparezca una versión del Green New Deal. Algunos de sus elementos, en especial la idea de utilizar la inversión pública para potenciar la industria verde, ya han sido adoptados. Estas son únicamente dos versiones del Green New Deal, y no las más radicales. Sin embargo, me centro en ellas porque parecen tener trás de sí cierta autoridad e impulso.

Hay algunas diferencias importantes entre los planes de Estados Unidos y Reino Unido. Ambos contienen un llamamiento a realizar grandes inversiones que transformen la red eléctrica y generen «trabajos verdes». Ambos hacen hincapié en la expansión de la red de transporte público y el uso de incentivos y garantías fiscales que promuevan el «reverdecimiento». Sin embargo, la diferencia fundamental es que el grupo británico pide una serie de controles económicos, sobre todo controles de capitales, restricciones de los mecanismos financieros, la división de los grandes bancos y la reducción en el papel de la City de Londres, mientras que la resolución H.Res.0109 no menciona ni la reducción en el poder de Wall Street ni el control de capitales.

Se trata de una diferencia muy importante. Lo que uno pueda opinar sobre ella dependerá de la opinión que tenga acerca de la ideología win-win implícita en parte de la literatura sobre el Green New Deal; esta ideología sostiene que es posible contar con un crecimiento capitalista, salarios más altos, muchos trabajos sindicados y una esplendorosa y renovada economía verde sin que nadie salga perdiendo. Si crees, por el contrario, que una política restrictiva respecto al carbono sería costosa para el capital, entonces asumirás de modo sensato que el capital va a oponer resistencia ante una política de ese estilo. Dicho de forma más cruda: si cae la rentabilidad de las inversiones ―en una economía que ya parte de una situación de acaparamiento de capitales―, podría tener lugar una huelga de inversiones; el capital podría huir del país. Cualquier gobierno que carezca de herramientas para el control de capitales se va a encontrar en una situación imposible. Va a soportar una presión enorme para reducir de manera rápida el precio de la contaminación, la extracción y la explotación. Esto es lo que ocurrió con el esquema de comercio de emisiones de carbono de la Unión Europea.

Sin embargo, esta diferencia puede no tener efectos prácticos. A día de hoy no está en los planes del laborismo la ruptura con las instituciones del capitalismo liberal global. Y todas esas instituciones, desde la Unión Europea hasta la Organización Mundial del Comercio, se oponen esencialmente al control de capitales. Este no es un consenso irreversible y podríamos imaginar cierta aceptación del control de capitales con unos objetivos «pragmáticos» y conservadores, pero un gobierno de izquierdas estaría sometido a más presión de la habitual. Por lo tanto, es posible que el laborismo no se sienta capaz de defender el control de capitales, o de dividir los grandes bancos, o básicamente de hacer nada que suponga un ataque frontal al poder de la City de Londres.

En cualquier caso, todos los defensores del Green New Deal, ya sean radicales o progresistas, coinciden en la idea de utilizar el estado para llevar a cabo inversiones verdes financiadas con impuestos a la riqueza y al capital, la construcción de un nuevo sistema energético, la creación de puestos de trabajo, y el aumento de los salarios; modernización ecológica, y justicia social. Y aquí llegamos a mis preguntas; deben ser preguntas, obviamente, porque no soy un científico que estudie la tierra, así que quien pueda responderlas será más que bienvenido. Las preguntas son: ¿depende el Green New Deal, a pesar de su ambición admirable, del pensamiento mágico en lo que respecta a la tecnología y el capitalismo?; ¿son las herramientas legales que pretende utilizar las adecuadas?; ¿es o puede ser un plan internacionalista?; ¿corre el riesgo de mercantilizar todavía más la naturaleza?

Empezaré explicando el motivo de mi primera pregunta. Si ―siendo conservadores― quisiéramos seguir las recomendaciones del Quinto Informe del IPCC (2013) para mantener las temperaturas por debajo de 2 ºC sobre los niveles preindustriales, nuestro presupuesto de carbono sería de 800.000 millones de toneladas. Este es nuestro límite absoluto. Lo que es peor: incluso este límite presupone un modelo lineal de cambio climático, algo que es absolutamente incompatible con la evidencia empírica de los últimos años y que muy probablemente subestima variables como las emisiones de metano. Además, 2 ºC adicionales ya traerán consigo muchos males. En cualquier caso, y basándonos en ese objetivo, en 2013 se estimaba que todavía teníamos 270.000 millones de toneladas en el presupuesto de carbón. Puede que el cálculo fuese erróneo. Puede que ya hayamos gastado todo nuestro presupuesto. Puede que las emisiones que ya se han producido valgan para subir las temperaturas globales más de 2 ºC. Pero aceptemos esa estimación por un momento. Si emitimos unos 10.000 millones de toneladas al año, nos quedan poco más de veinticinco años; es decir, la fecha límite se sitúa en torno al año 2040. Por supuesto, aunque tenemos que tener en cuenta la tendencia decreciente de la «intensidad global del carbono» (la cantidad de carbono emitido por cada dólar de crecimiento), las emisiones de carbono tienden a acelerarse con el crecimiento económico. Como señala George Monbiot, el desacoplamiento del crecimiento y la utilización de recursos se ha revertido en los últimos tiempos. Pero aunque esto no fuese así, las emisiones absolutas de carbono todavía seguirían creciendo. Si el año pasado emitimos 11.000 millones de toneladas, en 2023, con diez billones de dólares adicionales de PIB mundial, podríamos emitir ―hago los cálculos por encima― unos 12.500 millones de toneladas al año. Incluso si las emisiones permaneciesen estáticas en 11.000 millones, y es seguro que no lo van a hacer, nuestro presupuesto de carbono se agotaría como muy tarde en 2038.

El Green New Deal reconoce el peligro inherente en este escenario. Tanto la versión de Ocasio-Cortez como la del Green New Deal Group proponen un objetivo de cero emisiones netas. Para conseguir esto en el marco del Green New Deal, el crecimiento económico tiene que desacoplarse radicalmente de las emisiones de carbono y metano. La industria, el transporte y la agricultura deben «reverdecerse». La propuesta más optimista para conseguirlo, dejando a un lado las fantasías nucleares, requiere un 100% de energías renovables y el desarrollo de tecnologías de captura y almacenamiento de carbono. En Estados Unidos, alrededor del 15% de la energía consumida en los mercados domésticos proviene de fuentes renovables. Para alcanzar un 100% de energías renovables que sean capaces de alimentar una economía en perpetua expansión deben darse una serie de requisitos. Primero, por supuesto, la industria de la energía fósil, con un valor mundial de unos 4,65 billones de dólares, debe desaparecer. Esto supondría un shock económico, además de una ruptura con los sistemas políticos que se han construido en torno a dicha industria. Segundo, y a no ser que tenga lugar un milagro tecnológico, la industria de la aviación va a tener que colapsar. Aunque se han hecho algunos vuelos experimentales con biocombustibles, la cantidad de producción agrícola necesaria para mantener todos los vuelos que se hacen hoy en día es simplemente insostenible. Tercero, la agricultura, que el año pasado supuso un 9% de las emisiones domésticas en Estados Unidos y Reino Unido (y más todavía si contamos las importaciones de carne, cereales y aceite de palma), tendría que menguar de forma muy severa. No hay alternativa: incluso con una mejora de las técnicas de cultivo, los hábitos alimentarios tendrían que cambiar de forma dramática, con un uso mucho más eficiente de los alimentos y una reducción en el consumo de carne. Otras industrias tradicionalmente dependientes de los combustibles fósiles y sus cadenas de distribución tendrían que adaptarse de manera muy rápida. La modificación de precios como incentivo para este cambio, asumiendo que funcionase, tendría que ser drástica. Para conseguir que el Green New Deal funcione va a ser necesario un golpe demoledor a la circulación de valores y beneficios.

Al enfrentarse a estos dilemas, uno puede refugiarse en las ideas de la economía de «estado estacionario» o en el «decrecimiento». A fin de cuentas, el PIB es una forma muy mala de medir el desarrollo humano o la verdadera naturaleza de la producción en una economía capitalista. Debería ser posible promover el bienestar sin tener que asociarlo al valor añadido en dólares a la producción cada año. El primer problema de esta forma de pensar es sistémico. El capitalismo no puede no crecer. No es una elección de la que se pueda persuadir a otros con argumentos morales, desvíos o reformas incrementales. Ser capitalista implica invertir para que, en competencia con otros, tenga lugar un retorno que sea mayor que la inversión original. ¿Podría una economía capitalista sin crecimiento tener un aspecto que no sea el de un sistema roto? El segundo problema es político, y nos lleva de nuevo a la pregunta sobre si las herramientas que el Green New Deal quiere utilizar son las adecuadas. Es sensato esperar, como ya he dicho, que los capitalistas opongan resistencia a medidas que busquen restringir, si no destruir, su capacidad de expandirse perpetuamente y de extraer nuevo valor. Incluso si un gobierno nacional empezase a utilizar una medida del desarrollo diferente a la del PIB, necesitaría algún tipo de estabilidad macroeconómica en la que operar. ¿Cómo podría resistir una huelga de inversiones o movimientos especulativos contra su moneda? ¿Cuánta inversión pública en una «revolución industrial verde» sería necesaria para hacerse cargo del desempleo resultante? ¿Cuántas empresas debería nacionalizar el gobierno para evitar un colapso generalizado? El Green New Deal Group habla de control de capitales, pero, a pesar de que se trata de una herramienta esencial, ¿sería suficiente ante el tipo de crisis que estamos contemplando?

Esto tiene relación con otro problema: no el de la resistencia capitalista, sino el de la cooptación capitalista. Hemos visto cómo los esquemas de comercio de carbono, al tiempo que han sido especialmente incapaces de frenar el aumento en las emisiones, han llevado a la creación de vastos y lucrativos mercados financieros mundiales. Los países que más redujeron sus emisiones en el esquema de comercio de carbono de la Unión Europea fueron aquellos cuyas industrias se fueron a pique, que fueron los mismos capaces de vender sus derechos de polución a economías con una economía industrial más poderosa. El Green New Deal busca utilizar algún mecanismo de precios sobre la naturaleza y los recursos para desincentivar la explotación y extracción y al mismo tiempo continuar dentro de los mecanismos de mercado. Por supuesto, hay varias formas de hacer esto. Pero ¿existe el riesgo de que estos mecanismos sirvan simplemente para mercantilizar todavía más el mundo natural, creando nuevos mercados especulativos sobre los derechos a la contaminación, en los que las empresas más contaminantes fuesen capaces de comprar ese derecho? En otras palabras, ¿no pudiera ser que un sistema de precios dejase fuera de juego a los pequeños productores y beneficiase a los monopolios?

La siguiente pregunta nos alerta sobre un problema de una escala de otro tipo. El Green New Deal acepta el estado-nación como su terreno de acción natural. Por una parte, esto era de esperar, ya que ese es el nivel en el que puede tener lugar una intervención democrática en una economía capitalista. Y no sería mala cosa que fuesen los estados capitalistas ricos los que liderasen los trabajos de mitigación, ya que son ellos los mayores emisores y contaminadores. El problema, por supuesto, es que una ecología capitalista global requiere de una acción global. No serviría de nada hacer que el capital dejase de contaminar el agua en Detroit si dejamos que siga deforestando la Amazonia. No serviría de nada «reverdecer» la agricultura en Norfolk solo para dejar que el capital británico se beneficie del aceite de palma en Sumatra. El extractivismo es global y tiene una dimensión imperialista. Además, sin una acción coordinada en todo el planeta, el colapso de las industrias de extracción fósiles derivado de la desaparición de los mercados más grandes sería un golpe devastador a los trabajadores de las economías que dependen de dicha producción. En Oriente Medio, esto incluiría a muchos trabajadores migrantes cuyas condiciones son ya muy precarias. Todo esto solo para señalar algunos problemas de la justicia climática que trascienden a los estados nacionales. ¿Qué propuestas concretas tendría un Green New Deal para esta gente? ¿Sería un tipo de política con la que poner nuestra casa en orden, cerrar las puertas y desearles suerte a los demás? No parece que algo así sea compatible con las motivaciones detrás del proyecto.

Hago estas preguntas como un amateur interesado y, por aclararlo, favorable en términos generales al Green New Deal. No las hago para «desprestigiarlo», sino para tratar de encontrar los límites de su punto de vista. Y si resultase que sí se puede encontrar cierta cantidad de pensamiento mágico en el proyecto, y si sí hay cierta miopía «nacional», entonces hago estas preguntas para sugerir que entonces vamos a necesitar un Green New Deal y algo más.

RICHARD SEYMOUR es escritor y divulgador. Escribe habitualmente para The Guardian, Jacobin o The London Review of Books, entre otros medios. Es autor de ensayos como Against Austerity (2014), Corbyn (2017) y The Twittering Machine (2019).

La ilustración de cabecera es obra de Peter Ryan.