Por James Meadway.

Este texto fue publicado originalmente en Novara Media con el título «Coronavirus Will Require Us to Completely Reshape the Economy». Aunque se centra en los efectos de la pandemia en Reino Unido (que ha adoptado una política frente al virus muy diferente a la de la mayoría de los países) hemos considerado que la mayor parte del análisis es perfectamente válido para cualquier sitio.

La pandemia del Covid-19 es un acontecimiento mucho más profundo para la economía global de lo que fue la gran crisis financiera de 2008-2009. Va a tener consecuencias más importantes por la sencilla razón de que está afectando a nuestras relaciones económicas a un nivel más fundamental de lo que jamás lo hizo la crisis de 2008-2009.

Va a provocar una recesión, pero también va a transformar de forma fundamental el modo en que funciona nuestra economía. Podemos pensar en las recesiones habituales (las que tenían lugar antes de 2008) como el resultado de una caída en la demanda por cualquier motivo, lo cual a su vez provoca que caigan las ventasde bienes y servicios. El efecto en cadena es que el desempleo sube conforme las empresas despiden trabajadores porque aquellas no están ganando dinero suficiente.

Desde por lo menos la década de los treinta ha habido un manual bien conocido sobre cómo lidiar con esto: gasto en forma de déficit por parte de los gobiernos, mediante el cual un gobierno interviene con su propia capacidad de gasto —tal vez construyendo más carreteras, o contratando más profesores, o lo que fuera— para compensar la caída en la demanda en el resto de la economía.

La crisis de 2008-2009 operó a un nivel más profundo, porque fue una crisis de las instituciones del propio capitalismo, específicamente de los bancos más grandes, que eran los pilares del sistema global.

La crisis, que tuvo su origen en el sistema bancario, también causó una recesión, pero amenazó la viabilidad del propio sistema, o al menos la forma que tenía en ese momento. Tan solo una acción coordinada por parte de los gobiernos, con rescates masivos y apoyo para el sistema financiero, así como una intervención novedosa e inusual por parte de los bancos centrales (de las cuales la más notable fue el quantitative easing, o expansión cuantitativa) evitó en ese momento una reestructuración de más alcance. Pero debido a esas acciones de los gobiernos a lo largo de todo el mundo la transformación de la economía global fue, en última instancia, menos radical de lo que podría haber sido.

El Covid-19 es de nuevo diferente porque no presenta tan solo la amenaza de una recesión. No solo amenaza la estabilidad de instituciones importantes (de hecho, los 700.000 millones de dólares de intervención por parte del banco central de Estados Unidos, la Reserva Federal, son de una escala similar a la ayuda ofrecida en 2008-2009). En este caso amenaza la institución más fundamental de toda para el capitalismo: el mismísimo mercado de trabajo.

En el momento en que la gente está demasiado enferma para trabajar, o se encuentra en autoaislamiento obligatorio, las operaciones convencionales del mercado laboral comienzan a descomponerse. La división del trabajo en sí misma (el secreto detrás del inmenso aumento de la productividad del capitalismo, tal y como Adam Smith señaló hace doscientos cincuenta años) queda en entredicho: la distribución actual de trabajo entre distintas partes de la economía se ve alterada por una cuestión de necesidad de un modo repentino y forzado.

El número de epidemias ya está aumentando como resultado de la presión que nuestras economías aplican sobre el medioambiente a través de una combinación de urbanización, aumento de los viajes, intensificación de la agricultura y la ganadería y, cada vez más, el cambio climático. La del coronavirus es y será más grande y más disruptiva que las epidemias del pasado más reciente, pero, si no reducimos esa presión medioambiental, no será la última.

Dadas las predicciones de los epidemiólogos de que esta crisis llegará a su máximo y desaparecerá tan solo cuando hayan pasado doce meses meses —saturando nuestros servicios de salud y de paso forzando a millones de personas a una forma de aislamiento social extraña y novedosa— y que una vacuna efectiva todavía puede que tarde en llegar dieciocho meses, conocemos el periodo de tiempo durante el cual el desajuste va a alcanzar su punto álgido.

Las herramientas económicas que están utilizando los gobiernos para lidiar con esto, como por ejemplo el patético paquete fiscal del gobierno británico (mil millones de libras para apoyar a trabajadores enfermos que estén de baja, pero un recorte en las pensiones de un total de 2.100 milones de libras), no van a ser suficientes, pero tampoco lo va a ser la intervención de la noche del 15 de marzo por parte de la Reserva Federal al estilo de las de 2008.

Esta crisis va a necesitar algo más que dinero para resolverla: va a exigir la transformación y la reestructuración de nuestra economía. O esto tiene lugar en beneficio de la gente y el planeta o no tendrá lugar. Así que lo que exigimos ahora debería ser: en primer lugar, que se lidie con la inmensa crisis sanitaria y que ello incluya la garantía de que todo el mundo pueda aislarse; en segundo lugar, que se apoye la actividad económica existente; y, en tercer lugar, que empiece a labrarse el camino hacia el futuro.

Hay cinco exigencias simples pero necesarias que ya han emergido en los espacios online que todos estamos usando para organizarnos.

  • Los sindicatos y las organizaciones sociales han exigido un subsidio de baja por enfermedad para todo el mundo (trabajadores a tiempo completo, a media jornada, eventuales, todos) como la única manera de garantizar que el aislamiento y el distanciamiento social puedan funcionar. (Si el Banco de Inglaterra está considerando otra ronda de quantitative easing, debería tomar en consideración acciones similares a las emprendidas en Hong Kong, que ha hecho pagos directamente disponibles para los ciudadanos).
  • Las hipotecas, los alquileres y el pago de suministros deben ser suspendidos inmediatamente.
  • Tanto el Servicio Nacional de Salud (NHS) como las ayudas sociales y la sanidad pública deben conseguir la financiación que necesiten, incluyendo todos los fondos necesarios para la investigación médica.
  • Las camas de los hospitales privados y las habitaciones de los hoteles y edificios vacíos deberían ponerse bajo control del sector público y adaptadas a la situación.
  • El gobierno «instará» a los fabricantes a que empiecen a producir respiradores: este cambio debe producirse esta semana como tarde, dado que el NHS está catastróficamente infrafinanciado.

Superaremos esto, pero va a ser profundamente doloroso. Al tiempo que intentamos mirar hacia delante, debemos empezar a pensar en nuevas maneras de vivir y trabajar, reconstruyendo nuestros espacios y servicios públicos y no tan solo mitigando el daño que estamos infligiendo a la naturaleza (de la emergencia climática a la pérdida de biodiversidad) sino aprendiendo a adaptarnos, de un modo justo y humano, a un planeta cambiante.

JAMES MEADWAY es economista y columnista en Novara Media.

La ilustración de cabecera es una reinterpretación del clásico «Nighthawks» (Edward Hopper, 1942), realizada por el usuario de Reddit damnburglar en 2014.