Ya terminó el concurso, ya fueron establecidos los ganadores. Y nos gustó mucho la cantidad de gente que participó y la variedad de relatos que hubo, algo que creemos que quedó reflejado en la selección final. Sin embargo, también nos quedamos un poco preocupados. Uno de los principios básicos que guían nuestra acción como colectivo es que no es tarde para actuar, y que el pesimismo (el mundo está condenado, de aquí a cinco años estamos todos viviendo en un desierto, el mar cubrirá La Mancha antes de 2040) no es útil. Creemos que un discurso apocalíptico, aparte de no estar basado en la realidad, produce más parálisis que otra cosa. 

Imaginad, pues, nuestra cara cuando empezamos a leer los tristísimos relatos que recibimos. Para que se entienda mejor, hemos hecho un concienzudo análisis estadístico (¡datos!) de aquellos relatos que establecían un escenario claramente positivo o negativo (comparado con las proyecciones climáticas más recientes). Y el resultado es… descorazonador:

Los relatos que plantean situaciones exageradamente apocalípticas superan 3 a 1 a los “optimistas” (que en realidad se acercan bastante más a lo que se prevé que sea el año 2050 en la Península Ibérica). Entendemos que parte se deberá a que el drama funciona mejor narrativamente, pero aun así hay demasiada catástrofe, demasiada tragedia peliculera en los relatos. Vamos a ver con un poco más detalle qué cambios son los que aparecen mencionados en los relatos.

Hemos hecho tres grupos bastante laxos, que aparecen casi por igual en el conjunto de relatos. Llama la atención el de la dieta: efectivamente, muchos relatos hablan de cambios en las cenas de navidad (era el tema, al fin y al cabo), y lo hacen de forma bastante realista en cuanto a la comida (más vegetales, menos carne, el pescado como producto de ultralujo…). De hecho, muchos de estos relatos entran dentro de los “optimistas”: proponen cambios importantes, algunos sacrificios, pero no una catástrofe. Sin embargo, al hablar del agua la cosa se va de madre: abuelas que caminan cincuenta kilómetros para conseguir una garrafa, niñas de siete años que no han probado el agua dulce… Por suerte, en 2050, y por muy mal que vaya la cosa, no habremos llegado a ese punto. Pero sigamos con los otros dos tercios de la tarta: cambios sociales y políticos y cambios ambientales:

En cuanto a los cambios políticos (y aquí estamos solo en lo pesimista, que nos ha parecido más interesante), hemos hecho tres grupos parecidos en cuanto a tamaño. Están los que vaticinan algún tipo de ecofascismo (con interesantes variaciones: algunas veces estamos en el lado de los privilegiados y algunas en el de los que se quedan fuera del muro). Las menciones a estos cambios políticos son exageradas (son relatos muy muy cortos, al fin y al cabo, es difícil ir al detalle), pero nos tememos que en este caso sí que es algo más realista. No parece descabellado que, ante la exacerbación de los conflictos sociales y migratorios causados por el cambio climático haya un repliegue de las sociedades ricas, que endurezcan las fronteras y el control sobre los ciudadanos. En el otro extremo en cuanto a control social estaría el casi 40% de relatos que da a entender que habrá una práctica desaparición de la sociedad organizada: hay muchas menciones a grupos forrajeando en ciudades derruidas, fogatas de campamento… de nuevo, es poco probable que el cambio climático nos lleve a eso, no ya en 2050, sino en 2100. Sí que son más plausibles los relatos que hablan de restricciones al viajar, en algunos caso por la escasez de combustibles fósiles, en otros por el control de fronteras. Es importante recalcar que, aunque sea atractivo para algunos fantasear con el peak oil y el fin de la civilización, es algo que no podemos permitirnos: no podemos llegar a gastar ni el petróleo que ya se ha descubierto. Idealmente, no habrá restricciones: dejaremos de depender del petróleo antes. Si no es así, será un problema.

Pero vamos a los cambios ambientales, que es donde nos hemos llevado las manos a la cabeza. Algunos han hablado de especies desaparecidas, cosa que es probable que ocurra: a la crisis climática actual le está acompañando un ritmo de extinción de especies que no se veía desde hacía millones de años. Sin embargo, son mucho más comunes las referencias a la subida del nivel del mar y a la desertización. Esto último es plausible, si bien no a los extremos planteados por los relatistas. De hecho, es el principal riesgo ambiental en la Península Ibérica. Lo que no es para nada realista son los ascensos del nivel del mar de diez, quince o tres mil metros que se dan a entender en muchos relatos. Las proyecciones más pesimistas hablan de subidas de uno o dos metros para el final del siglo XXI, algo más en las islas.

¿Por qué este empeño en tranquilizaros y en no alarmar, queridos lectores? ¡Pues porque dos metros de subida del nivel del mar ya es gravísimo! ¡Ya son miles de personas desplazadas, ecosistemas destruidos y redes de suministro en peligro! ¡No hace falta plantear escenarios de fin del mundo -que en muchas ocasiones parecen casi deseables, como una vuelta a la supuesta simplicidad del pasado- para que quede claro el reto que tenemos entre manos! Es importante tener claro que los cambios de los que hablamos serán graduales, pero imparables si no hacemos nada. Y que podemos hacer algo. Un principio es centrarnos en cómo queremos que sea 2050, y qué podemos hacer ahora para acercarnos lo más posible a ese objetivo.

De momento, nosotros vamos a leernos este informe sobre cambio climático en España y a escribir un post al respecto.