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  • Discusiones climáticas familiares – navidad 2019

    Discusiones climáticas familiares – navidad 2019

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    Estamos a punto de alcanzar el momento más temido del año: la cena de Nochebuena. Aunque Cataluña parte como el tema favorito de conversación de tu tío, la experiencia nos demuestra que hará lo posible para no dejar un charquito sin pisar, así que hazte a la idea de que vas a tener que poner los ojos en blanco con el tema del cambio climático, que este año ha ganado posiciones como campo de batalla opinológico. Desde Contra el diluvio queremos que vayas bien preparada a la cena, porque es una oportunidad fantástica para hablar del tema sin que puedan decir que “ya está otra vez la pesada ésta con la matraca”, así que nos hemos querido adelantar (con la ayuda de SkepticalScience) y comentar los que creemos que serán algunos de los comentarios más sonados. Este texto es una actualización del que ya publicamos en nuestro Kit de Emergencia para Cenas Navideñas de 2017, y está también disponible en forma de comodísimo pdf.

    1. Aquí la gente está perdiendo la cabeza, como si no hubiese cambiado el clima antes.

    El clima ha cambiado antes, efectivamente. Detrás de la mayoría de esos cambios se encontraban también los gases de efecto invernadero (principalmente el CO2 y, en menor medida, el metano): a mayor concentración de dichos gases mayor temperatura, y viceversa. Que el clima haya cambiado antes por causas ajenas al ser humano no implica que el cambio actual no lo estemos causando nosotros: nuestras emisiones de gases de efecto invernadero son el principal motor del cambio climático que estamos viviendo. Los seres humanos estamos emitiendo grandes cantidades de gases de efecto invernadero y a un ritmo mucho más rápido que el de cualquiera de los cambios climáticos destructivos que ha experimentado el planeta en el pasado.

    La situación actual de la humanidad no tiene precedentes en la historia porque los cambios climáticos más importantes que se han dado desde el origen del planeta fueron ciclos glaciales que ocurrieron mucho antes de que se desarrollasen la civilizaciones humanas. Desde hace unos 12.000 años la humanidad no ha experimentado un clima global tan cálido como el actual (fenómenos como el período cálido medieval, por ejemplo, afectaron sólo a ciertas regiones del planeta, mientras que la temperatura global se mantuvo consistentemente por debajo de la actual). Los cambios bruscos de temperatura con los que podemos compararnos (causados por emisiones inmensas de gases de efecto invernadero como consecuencia principalmente de erupciones masivas de volcanes que no se han vuelto a producir desde hace 16 millones de años, cambios en la órbita del planeta o fluctuaciones solares) fueron increíblemente destructivos para la vida, causando extinciones masivas como las del final del Pérmico, el Triásico (hace 251 y 201 millones de años, respectivamente). Los síntomas de dichos cambios (aumento brusco de las emisiones de carbono y de las temperaturas globales, aumento del nivel del mar, acidificación de los océanos…) son idénticos a los actuales, y supusieron en algunos casos la desaparición del 90% de las especies y la inhabitabilidad de grandes partes del planeta.

    2. Sí, bueno, a saber cómo mide esta gente la temperatura, que lo mismo te planta los termómetros rodeados de asfalto.

    La medida correcta de las temperaturas en la superficie del planeta a nivel global es fundamental para el estudio del clima. En la actualidad hay más de 30.000 estaciones a lo largo del mundo, y 7.000 de ellas disponen de un registro continuado que se extiende durante años. Además, dichas estaciones se van actualizando a medida que la tecnología avanza, y se comprueba que las medidas con el nuevo equipo son consistentes con las medidas anteriores. Esta comprobación se hace también cuando una estación cambia de sitio.

    En 2009, el National Climatic Data Center de EEUU decidió asegurarse de que no hubiese estaciones en malas condiciones (técnicas o geógraficas) que estuviesen sesgando las medidas. La conclusión de la investigación fue, sorprendentemente, que las estaciones que los críticos señalaban como ejemplos de estaciones mal situadas daban temperaturas máximas ligeramente inferiores a la media. En 2009, el grupo Berkeley Earth decidió investigar críticamente si la gráfica del “palo de hockey”, que refleja el aumento global de la temperatura media mostrando un ascenso pronunciado en el siglo XX, se encontraba contaminada por efectos similares (mala calidad de las estaciones, homogeneidad en la posición de las estaciones y el efecto urbano de la isla de calor), y llegó a la conclusión de que no era así.

    Además, las medidas de la temperatura en tierra son sólo una parte del estudio del clima. Hay muchos más indicadores del cambio climático, y todos apuntan a la misma conclusión: un aumento global de la temperatura.

    3. Hace cuarenta años nos vendían la moto de que la Tierra se estaba enfriando, ¿por qué me tengo que creer esto ahora?

    Eso es mentira. La mayoría de los artículos científicos entre 1965 y 1979 predecían un aumento de las temperaturas globales, unos cuantos menos no se atrevían a hacer predicciones, y sólo un 10% predijo un descenso de las temperaturas.

    Es cierto que las medidas de temperatura disponibles a mediados del siglo XX parecían sugerir que el planeta se estaba enfriando, y algunos científicos plantearon que podíamos ir de camino a una nueva edad de hielo. Sin embargo, muchos más científicos ya planteaban que las crecientes emisiones de gases de efecto invernadero contrarrestarían esa tendencia. Eso se hizo evidente a finales de la década de los 70. Además, las mejoras recientes en la cobertura de los registros de temperatura muestran que la tendencia al enfriamiento que se observó eran características del hemisferio norte, y que la temperatura se mantuvo relativamente estable a nivel global durante ese período.

    Lo cierto es que hace 50 años ya había seis veces más científicos que apoyaban una tendencia al calentamiento del planeta que científicos que no. A día de hoy, tras varias décadas de nuevos datos, el consenso científico es abrumador: el 97% de los climatólogos defiende que los seres humanos son la causa del calentamiento global.

    4. Lo que no te cuentan los del lobby del cambio climático es que los volcanes emiten mucho más CO2 que los humanos.

    Eso es mentira. Se estima que la tierra emite de forma natural (a través de los volcanes y de las fuentes termales) entre 65 y 319 millones de toneladas de CO2 al año. En comparación, las actividades humanas emitieron a la atmósfera 35.800 millones de toneladas de  CO2 en el año 2016, cien veces más.

    Sí es cierto que los fenómenos naturales en su totalidad liberan mucho más CO2 que los humanos: el océano libera anualmente unos 332.000 millones de toneladas, y la respiración vegetal unos 220.000 millones. Sin embargo, estas emisiones forman parte del ciclo natural del carbono: las plantas absorben mediante la fotosíntesis unos 450.000 millones de toneladas de CO2 al año, y el océano otros 338.000 millones, es decir, más del que liberan. Por nuestra parte, los humanos añadimos CO2 constantemente sin absorber nada, alterando el equilibrio natural. Esto hace que incluso con la tendencia natural a la disminución de la concentración de CO2 atmosférico, éste esté aumentando unas 15.000 millones de toneladas al año: nos encontramos en el momento con mayor concentración de CO2 en la atmósfera de los últimos 800.000 años.

    5. El primo de Rajoy lo clavó: aquí nadie sabe si llueve pasado mañana pero me quieren hacer creer que saben la temperatura que va a hacer en cien años.

    La predicción del tiempo en un momento determinado y en una zona concreta es muy diferente al estudio de la tendencia del clima en regiones amplias a lo largo del tiempo. Esto es algo que todos sabemos intuitivamente: si nos encontramos con un amigo una noche de enero y nos dice que nos invita a pasar dos semanas en su casa de Córdoba en julio, sabemos perfectamente qué meteríamos en la maleta. Nadie dice: “Como no sé si la semana que viene lloverá, no tengo forma de saber si en julio en Córdoba voy a necesitar un forro polar o unas bermudas”.

    El motivo por el que la predicción del tiempo a corto plazo (que es cada vez más precisa) se vuelve casi imposible a partir de las dos semanas es que depende fuertemente de condiciones iniciales que no podemos conocer con suficiente precisión. Esto no es un problema que afecte al estudio del clima a largo plazo, puesto que éste trata con medias a lo largo de grandes períodos de tiempo.

    6. Cuando les interesa insisten en que el tiempo y el clima son dos cosas diferentes, pero luego cuando viene una sequía o una ola de calor bien que te dicen que son cosas del cambio climático.

    Es imposible afirmar que un fenómeno meteorológico concreto se debe al cambio climático, puesto que siempre ha habido sequías, olas de calor, inundaciones, etc. Quienes señalan la relación entre estos fenómenos y el cambio climático no dicen que cada fenómeno individual esté inequívocamente causado por éste, sino que la subida global de la temperatura produce una tendencia al aumento de la frecuencia e intensidad de estos fenómenos extremos: si antes se producían dos olas de calor al año con temperaturas 5 ºC por encima de la media y ahora se producen cuatro con temperaturas 7 ºC por encima de la media, es innegable que hay un aumento en la frecuencia e intensidad de éstas, incluso si no somos capaces de señalar individualmente cuáles se deben al cambio climático y cuáles “habrían ocurrido de todas formas”.

    Hay diversas formas en las que el cambio climático afecta a los fenómenos meteorológicos extremos. Por ejemplo, el aumento de las temperaturas aumenta el ritmo de evaporación del agua contenida en la tierra, los mares y las plantas, causando un impacto directo en la frecuencia e intensidad de las sequías. Esto a su vez aumenta la cantidad de vapor de agua en la atmósfera (la concentración de vapor de agua en la atmósfera en la actualidad es 4% mayor que hace cuarenta años) y por tanto el riesgo de precipitaciones torrenciales. Las precipitaciones torrenciales están ligadas a las inundaciones, y tienen efectos catastróficos sobre el suelo cultivable. (En caso de que te lo estés preguntando, sí: el cambio climático se encuentra ligado a un aumento de la sequía en algunos lugares a la vez que a un aumento de las precipitaciones torrenciales en otros; esto no es contradictorio teniendo en cuenta que es un fenómeno a nivel global).

    7. Los modelos lo mismo te dicen que la temperatura va a subir 1 ºC que 5ºC, eso es como si yo digo que Podemos va a sacar entre 40 y 200 diputados.

    Este amplio rango de temperaturas viene dado por los distintos escenarios que se plantean de cara al futuro, dependiendo de si vamos a continuar emitiendo gases de efecto invernadero al ritmo actual, si planteamos medidas que conlleven una reducción, o si, incluso, aumentaremos las emisiones. En base a estos escenarios se proyectan los distintos aumentos de temperatura, que  pueden ir de 1º -en un caso extremadamente favorable, pero tan improbable que nadie se lo plantea ya-, hasta 6.5º si seguimos emitiendo CO2 como hasta ahora.

    Además, dentro de cada escenario hay un cierto margen de error, que se debe a que hay muchos modelos climáticos y cada uno funciona de forma ligeramente diferente; lo importante, sin embargo, es que todos coinciden en que el aumento de la temperatura va a ser considerable. Por tanto, si nos empeñamos en la analogía de la predicción de escaños, sería más bien como predecir que Podemos va a sacar entre 250 y 325 escaños: la mayoría absoluta no estaría en cuestión. La analogía es regular de todas formas porque, a diferencia de las predicciones electorales, los modelos se comparan entre ellos y con información del pasado para asegurar su fiabilidad.

    8. ¿Y qué problema hay? Más calorcito durante más tiempo es más turismo, que nos hace mucha falta s̶o̶b̶r̶e̶ ̶t̶o̶d̶o̶ ̶d̶e̶s̶p̶u̶é̶s̶ ̶d̶e̶ ̶l̶a̶ ̶d̶e̶s̶a̶s̶t̶r̶o̶s̶a̶ ̶g̶e̶s̶t̶i̶ó̶n̶ ̶d̶e̶ ̶Z̶a̶p̶a̶t̶e̶r̶o̶, y anda que no se está bien en las terracitas.

    El impacto económico y social del cambio climático supera con creces los efectos positivos que uno quiera verle. España es además el país europeo más vulnerable al cambio climático.

    El aumento de la frecuencia y duración de las olas de calor, por ejemplo, harían que ciertas áreas de España sean lugares a evitar durante ciertos períodos del año (por no hablar de los efectos de las temperaturas extremas en población vulnerable que viva en sitios no preparados para el calor: niños desmayándose en clase en Asturias todos los veranos, aumento de las muertes de ancianos…); las sequías tienen un efecto devastador en el sector agrario, y pondrían en riesgo el acceso libre al agua y a los alimentos, además de amenazar el abastecimiento suficiente de agua en las zonas turísticas; los gastos ocasionados por los destrozos de las inundaciones y los incendios forestales, cada vez más frecuentes, son muy elevados; el aumento del nivel del mar acabaría por destruir infraestructuras costeras e incluso podría sumergir ciudades costeras enteras; por no hablar de los efectos sobre el turismo de nieve que también es muy relevante a nivel económico. Todo esto además sin mencionar los destrozos que produciría en las zonas más pobres (y por tanto más vulnerables) del planeta, donde la falta de recursos les impediría adaptarse eficazmente a la nueva situación.

    9. Y la niña esa Greta, no hace más que dar vueltas por ahí, ¿es que no tiene que ir al colegio? 

    Desde que empezó su huelga escolar hace más de un año, Greta Thunberg se ha convertido en una de las personas más famosas del mundo, y quizá en la más eficaz divulgadora de la necesidad de hacer frente al cambio climático. Esto ha dado lugar, entre los adultos, a las lógicas suspicacias fruto de ver que una adolescente es mucho más coherente y decidida que tú. Desde que debería estar en el colegio (ahí se ve la nostalgia de cuando podías mandar impunemente a las mujeres a la cocina) hasta que no todo el mundo puede permitirse viajar en catamarán. Este berrinche adulto es la muestra más tangible de que Greta ha tocado una fibra sensible: la primera fase del duelo es la negación. El papel que juega Thunberg no es el de salvadora ni mesías, como algunos de sus críticos quieren atribuirle: es el de alarma, de gritar que hay fuego y que las cosas no pueden, no van a seguir como hasta ahora. Es normal sentirse violento ante esta constatación, pero lo que no es tan normal es dedicar gran parte de tu día de hombre adulto a insultar groseramente a una menor que te pone una verdad molesta ante la cara. Los argumentos son lo de menos, claro: cuando han visto que a todo el mundo le parece razonable dejar de ir al colegio cuando EL PLANETA ESTÁ EN LLAMAS, han empezado a inventarse cosas. Oscuros intereses, fotos manipuladas, un poco de todo. Ella ha seguido a lo suyo, sofisticando su mensaje y evitando las trampas: si parecía que todo se centraba en ella, cedía la palabra a sus compañeros de militancia; si su discurso empezaba a repetirse, o veía que no se hacía caso a sus llamamientos a seguir las alertas de los científicos, añadía más referencias científicas en sus alocuciones. Incluso la aparente extravagancia de viajar en catamarán por el Atlántico le sirvió para, primero, dejar claro que no va a flexibilizar su postura respecto a la aviación y segundo, para denunciar que ahora mismo es imposible para una persona corriente llevar una vida libre de emisiones de gases de efecto invernadero.

    En resumidas cuentas, Greta manda y no tu panda.

    10. Lo que toca ahora es esperar a que se extienda el uso del coche eléctrico. El mercado se está moviendo hacia eso, y entre eso y las renovables ya está solucionado. Y si no, ya se inventará algo cuando la situación lo requiera, los que mandan tienen que tener un plan B.

    Aunque es cierto que los vehículos eléctricos presentan ventajas respecto a los vehículos con motor de combustión (principalmente menor contaminación en la ciudad por no emitir hollín o monóxido de carbono), no se ataca a la raíz de uno de los problemas: la construcción de las baterías depende de elementos no renovables (como el litio) y, en general, de tierras raras (como el neodimio). Intentar sustituir el parque automovilístico mundial por coches eléctricos acabaría con las reservas planetarias de litio, metal que es muy necesario para llevar a cabo la transición a las energías renovables. Además, las emisiones de CO2 dependerán de la fuente energética utilizada para su carga, así como de la eficiencia del vehículo y de las emisiones generadas durante su fabricación. Si el aumento en la demanda de electricidad a raíz de una proliferación de los vehículos eléctricos se suple con centrales térmicas, por ejemplo, estamos donde empezamos.

    Por su parte, la transición hacia energías limpias y renovables es necesaria, pero éstas únicamente no serían capaces de satisfacer la demanda energética actual. A día de hoy aún presentan problemas de eficiencia, disponibilidad y almacenamiento. Requieren además mayor redundancia para minimizar el riesgo de caída de la red, especialmente ante la perspectiva de un clima global cada vez más difícil de predecir. Si a esto le sumamos el aumento en la demanda que cabe esperar de una transición hacia motores eléctricos, como en el caso de los coches, se ve claramente que una solución puramente tecnológica al cambio climático es una ilusión.

    Las estimaciones de que sería posible una transición a energías renovables que pudiese mantener el consumo actual se basan en predicciones de aumentos de la eficiencia nunca vistos antes en la historia, o en el desarrollo de tecnologías (como la fusión nuclear) que a día de hoy son ciencia ficción. La visión de que “ya se inventará algo si hace falta, que nunca hemos hecho nada y aquí seguimos” es parecida a la de alguien que está leyendo un libro y ve que el protagonista se encuentra en peligro de muerte cuando quedan todavía 200 páginas para acabar: no hay que ponerse nerviosos porque está claro que no va a pasarle nada. Sin embargo, no estamos leyendo ningún libro, no hay nada que garantice que el futuro no va a ser mucho peor que el presente, salvo nuestro esfuerzo y trabajo conjunto

    El nivel actual es ya insostenible; aumentarlo y extenderlo al resto del mundo es directamente imposible. El sueño de un futuro en el que las energías verdes mantienen indefinidamente el derroche actual del Primer Mundo es sólo eso, un sueño. Por el contrario, un mundo donde una redistribución del consumo de energía se utiliza para mejorar las vidas de las personas más pobres a la vez que se reducen drásticamente las emisiones de carbono para garantizar la habitabilidad del planeta es algo no sólo deseable sino posible. Pero para eso es indispensable un cambio hacia una nueva forma de entender el progreso, en la que no caben ideas como el mantener una flota de cientos de millones de vehículos privados (cuya producción supone un fuerte impacto ambiental) para que estén aparcados el 95% del tiempo.

    11. Al final todo esto da igual, porque no podemos hacer nada.

    Precisamente porque las causas son humanas, también lo es la solución. Podemos actuar sobre el cambio climático reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero. Esto no detendrá el aumento de las temperaturas inmediatamente, puesto que el clima depende de procesos lentos que requieren de años para detener su inercia, pero sí conseguirá estabilizarlas a la larga para evitar las consecuencias catastróficas de un aumento incontrolado de las mismas. La prueba más obvia de que se puede actuar sobre ello son los diferentes escenarios que comentábamos al hablar de los intervalos de confianza de los modelos climáticos.

    Hay muchas cosas que podemos hacer tanto a nivel individual como colectivo. Es importante que reduzcamos o eliminemos nuestro consumo de carne, pues la ganadería es uno de los principales motores del cambio climático; que reduzcamos al mínimo el uso del coche, en favor del transporte público, la bici o caminar; que abandonemos los viajes en avión: los de corta distancia son poco eficientes en el uso de combustible y los transoceánicos depositan gran cantidad de CO2 a gran altura, donde es más perjudicial; que nos centremos en el reducir de “reducir-reutilizar-reciclar”… Estos cambios en el estilo de vida personal son necesarios pero no son suficientes: hay que conseguir urgentemente cambios estructurales que busquen dos fines muy claros: hacer más cómoda una vida sostenible (mejorando el transporte público, aumentando el uso de las energías renovables y en general asegurando que la transformación de la sociedad se lleva a cabo para satisfacer las necesidades de la mayoría), e imposibilitar las prácticas nocivas (las consecuencias del cambio climático y de la contaminación las sufrimos todas, especialmente las personas más vulnerables, así que no se puede entender su mitigación como una decisión personal: nadie debe tener la potestad para hacer que el planeta sea inhabitable para los demás).

    La única forma de asegurar que estos cambios se llevan a cabo es organizarnos políticamente en torno a ellos. No, no, no hace falta que tu tío se venga a las asambleas de Contra el diluvio, tampoco es eso, él de momento puede ir dándole vueltas a la conversación y echarle un ojo al blog. Pero hay que hablar del tema, crear conciencia climática y contribuir con los movimientos que surjan al respecto. No es demasiado tarde para hacer algo, y el cambio climático no es una cuestión binaria de todo o nada: cada esfuerzo que hagamos y cada victoria tendrán un impacto en nuestra vida.

    La ilustración de cabecera es «Het vrolijke huisgezin [La familia alegre]» (1668) de Jan Havicksz Steen.

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  • Entrevista a Extinction Rebellion: «Intentamos generar una estética de la extinción para apelar a los sentimientos»

    Entrevista a Extinction Rebellion: «Intentamos generar una estética de la extinción para apelar a los sentimientos»

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    Hablamos con Saúl y Andrea, dos miembros de Extinction Rebellion (XR) de Madrid. XR es una organización de activistas movilizados contra la amenaza del cambio climático y el colapso ecológico que utiliza como principal medio de lucha la desobediencia civil no violenta. Nace en Reino Unido en 2018 y desde entonces han ido surgiendo núcleos en distintos lugares del mundo. Los diferentes grupos, en cualquier país, comparten una serie de principios matrices y unas reivindicaciones comunes, entre las que destacaremos que los gobiernos de cada país deben decir la verdad sobre la crisis climática; que deben también implementar medidas de obligado cumplimiento para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a 0 en 2025; y la puesta en marcha de una asamblea ciudadana que supervise este proceso.

    Esta entrevista forma parte de una serie que hemos realizado a participantes en los recientes colectivos que en nuestro entorno están movilizando a miles de personas, especialmente jóvenes, en la lucha por el clima. 

    P: Yendo a los orígenes de XR en nuestro país, ¿por qué creéis que aparece ahora? Entendemos que surge primero en Reino Unido, pero ¿cómo es ese proceso de traslado a España?

    R: Saúl (S): Más que porque haya un motivo o una razón de peso yo creo que el nacimiento de XR en Reino Unido y la aparición de las primeras grandes acciones de los puentes en noviembre, allí en Londres, yo creo que lo que hace en nuestro caso es canalizar la frustración de mucha gente que llevaba tiempo esperando un movimiento así, que fuese capaz de conjugar una acción más o menos coordinada a nivel internacional, sobre todo, y que pudiera poner en el foco de la agenda mediática nacional la cuestión de la crisis climática. Y, aterrizándolo aquí, hay un proceso muy orgánico de personas que ya estaban militando en otros grupos u organizaciones ecologistas, personas que tenían conocidos o que venían de Reino Unido, que tenían contacto directo con esta semilla, que se pusieron en contacto a ver de qué modo se podía empezar a andar en diferentes ciudades de la Península y de una forma bastante instintiva, toqueteando por diferentes círculos universitarios y de activismo previo que ya estaban militando en estas áreas pues el grupo fue creciendo y creciendo hasta lo que es ahora.

    R: Andrea (A): Yo creo que fue un proceso paralelo en muchas partes del mundo, sobre todo en ciudades europeas, en las que la admiración que provocó lo que consiguieron en Londres generó la ilusión de hacer algo similar que fuera proliferando.

    P: Y, actualmente, ¿cuál es la relación que hay entre XR España y Reino Unido? ¿Existe dependencia?

    R: (S): No, el modelo de XR es descentralización y autonomización. ¿Esto qué quiere decir? Que si tú vives en Alpedrete y tienes 3 colegas que comparten las demandas y principios de XR y quieren empezar a actuar en base a ello, tú puedes montar un grupo que, siempre y cuando respete estos principios y valores de XR, tienen autonomía propia. Ahora, sí que es cierto que estamos hablando de un movimiento internacional que se pone como objetivo generar acciones coordinadas en todo el mundo que pongan un poco en jaque a las élites políticas y financieras, y eso requiere coordinación. No es tanto una supeditación sino una coordinación constante con el resto de países y ciudades, sobre todo porque cuanto más coordinados estamos, más trabajo nos ahorramos porque lo que se hace en un sitio se comparte con otro lugar y se van generando flujos de información y de trabajo que van ayudando. Sí que es cierto, y esto hay que reconocerlo, que en Reino Unido hubo un trabajo de campo y de investigación muy grande pensando en cómo generar respuestas a todos los problemas que pudiera tener la organización allí, lo que nos facilita mucho

    R: (A): Agilizó todo el trabajo de crecimiento. Parece que hayan crecido como setas por todo el mapa del mundo, pero todo eso es gracias a ese trabajo de coordinación y gestión previa que se importó. Desde estrategias de coordinación y de trabajo hasta gráficas y de diseño, porque todos los manuales de cartelería, todo lo que es la imagen de XR tanto las pancartas como las banderas, todo eso está sistematizado y tienen paletas de colores con los que construir rápidamente toda la imagen. Es súper visual y llamativo.

    P: Habéis comentado que hay estrategias comunes, materiales comunes,  ¿pero diríais que hay diferencias a la hora de implantar ese programa o esas estrategias en España o entre Reino Unido y algún otro país? Algo que digáis que ha funcionado en otros sitios y aquí no termina de encajar o al contrario.

    R: (A): Yo diría que claro que hay diferencias pero que surgen a raíz de características locales, tanto desde la legalidad, que puede ser importante a la hora de planear acciones en cada sitio hasta el conocimiento general sobre el cambio climático. Aquí las multas a las que estás expuesto en una acción son de 600€ para arriba y en Reino Unido son 20 libras, con lo que el planeamiento de la acción cambia totalmente. Y si te detienen te expones a cosas que en Reino Unido jamás pasarían, como que realmente vayas a la cárcel con una multa de 70.000€ o más. Entonces esas imágenes empáticas que se tratan de construir a través de la desobediencia civil, de ese riesgo que asumes en pos de un bien común, aquí no las podemos generar. La ley mordaza está pensada para eso. La capacidad de captación que tienes depende de quien sea capaz de exponerse.

    R: (S): Aquí yo creo que la principal diferencia está en que las acciones de desobediencia civil pacífica no podemos tener el objetivo como en Reino Unido de generar cientos o miles de detenidos lo primero porque para que te detengan aquí, la imagen de entrar en el furgón, la tienes que estar liando muchísimo, lo normal es que te multen con la Ley Mordaza y ya está. En ese sentido, más allá de las diferencias en cuanto a formas de actuar de la policía y lo restrictiva que sea sobre la desobediencia civil, creo que es mucho más trascendente, y la principal barrera con la que ha chocado XR, que cuando ha conseguido que haya grupos en todos los continentes sigue habiendo un problema que es que en el Sur Global la desobediencia civil pacífica puede costar la vida. Este verano, hablando con compañeros de la India nos decían «nosotros, de momento, no nos podemos permitir llevar a cabo acciones de este tipo porque somos muy pocos y el coste igual es la cárcel durante mucho tiempo». Es lo que decía Andrea, no hay una concienciación suficiente como para que esto sea efectivo. Entonces yo creo que ahí el contexto es lo que va a obligar a que cada grupo vea esos límites.

    P: Vale, o sea que sí que hay ciertas dificultades para buscar esa performatividad, ¿no?

    R (S): Sobre todo el tratar de empatizar a raíz de la detención. Aquí la detención te sale muy cara aparte de que normalmente (veremos a partir de ahora) la policía solo te va a multar. Tienes que estar molestando mucho o que el signo político del gobierno de turno sea particularmente duro para que se planteen llevarte a un juicio por delito penal.

    P: Precisamente en esa relación con la policía ha habido un claro conflicto con el tema de un comunicado que salió de XR y que creó cierto revuelo con la convocatoria del 7O. ¿Cómo ha afectado eso a XR? ¿Realmente reflejaba una postura consensuada del grupo?

    R (S): Estaba consensuado dentro de XR Madrid hacerle ver a la policía que somos un movimiento pacífico. Esto es algo que han hecho también movimientos antinucleares, antimilitares o anti-OTAN. Presentarse en la comisaría, incluso, y decir «mira vamos a hacer una acción mañana y la vamos a hacer pacíficamente os guste o no». El consenso era transmitir esta praxis pacífica. Y el punto de conflicto fue que sale una carta en un tono que no compartimos todo el grupo de XR, pidiendo perdón y elogiando a la policía, que no entraba dentro del consenso. De todos modos 2020 WRU se desmarcó del contenido de la carta, posteriormente XR pidió disculpas alegando que la carta no reflejaba un consenso y que era un fallo de comunicación y que uno de los principios es la reflexión y aprendizaje. Somos un movimiento joven y la gente que estaba ahí cometió un error con su mejor intención y, en cualquier caso, lo que sí que creo que la carta quería subrayar es que nosotros asumimos que estamos haciendo una acción de desobediencia civil pacífica que comporta una infracción de la legalidad y que la policía va a tener que actuar. Entonces, dejar claro que no somos un grupo terrorista, que no buscamos el generar violencia o daño alguno, sino que estamos defendiendo un derecho a la manifestación, también es una presentación en sociedad. Yo creo que también es un fallo que nos da mucho que aprender.

    P: Bueno, hemos hecho ya el bloque que podríamos llamar de presentación y cómo ha sido el traslado de XR a España. Ahora queremos hablar del programa en sí y de las ideas de XR. Lo primero que llega al conocer XR son las 3 exigencias que lleváis y la pregunta era, una vez que esas premisas se aceptasen, ¿qué supondría? ¿Qué significa y qué implicaría realmente ese «decir la verdad»?

    R: (A) Pues más allá de lo obvio, que es explicitar la gravedad de la situación, implica que hay muchos datos, realidades y consecuencias de los que no se está hablando y que no generan alertas; y escenarios futuros que no tienen una transcripción en medidas prácticas que permitan solucionarlos o atenuarlos. Es eso, cómo puede haber un sector tan minoritario preocupado por un problema que entiendes como real y que no sea una alarma compartida por toda la sociedad. Hay un problema de comunicación que consiste en que se diga la verdad.

    R: (S): Yo creo que cada medida intenta salvar una brecha. La brecha que comentaba Andrea es cómo puede ser que ante un problema de tales dimensiones y de tal gravedad que afecta al común de los mortales solo haya una minoría que sea consciente de esto. Creo que decir la verdad implica que los gobiernos y los medios de comunicación se hagan cargo de las causas y de las consecuencias de la crisis climática, y esto es tanto como decir, por ejemplo, cosas muy sencillas pero que tienen unas consecuencias muy grandes: que nuestro planeta es finito, tiene unos límites biofísicos y unas economías en crecimiento exponencial que son insostenibles y que en tanto que seres interdependientes, la pérdida de biodiversidad en aumento que vivimos cada día, cada mes y cada año por la acción de los gobiernos es parte del problema que vamos a enfrentar como especie. También ahí la diana comunicativa de XR es que la extinción ya no es solo del oso polar, de esta flor, no es de las abejas, es tuya. Parece una cosa banal, pero significa asumir que ellos son parte del problema en tanto que han tenido una inactividad política y decir la verdad es qué es lo que deberían hacer realmente para enfrentar el problema y qué es lo que no están haciendo. Para mí decir la verdad es que la ministra le diga a todo el mundo «esto es lo que hay que hacer, pero no lo vamos a hacer». Eso sería decir la verdad. Que las personas entiendan cómo les puede afectar y qué es lo que se está haciendo y lo que no se está haciendo.

    P: Como habéis comentado, imaginemos que la ministra te dice «esto es lo que hay que hacer, pero no lo vamos a hacer». ¿Ese decir la verdad sería suficiente para movilizar a la gente? O sea, el conocimiento de los datos expuesto ya por parte del Gobierno y por los medios, ¿movilizaría a la gente de manera que forzase al Gobierno a tomar esas medidas?

    R: (S): Creo que ahí, evidentemente, los datos puestos en frío no generan una movilización. Pero creo que aquí hay una labor complementaria. Decir la verdad implica sensibilizar. Sensibilizar, como la propia palabra indica, no es únicamente colgar tablas de Excel donde te pongan el número de especies que se extinguen al mes, sino aceptar personalmente, de forma un poco más emocional, lo que supone ese cambio. Y ahí no le podemos dejar todo el trabajo al Gobierno. Indiscutiblemente. Ahí XR en Reino Unido tiene éxito porque antes de su primera acción de desobediencia se dedican a dar 500 charlas por todo Reino Unido. Las charlas que nosotros damos son parte de decir la verdad. Las acciones que hacemos en la calle, en las cuales ponemos a la gente frente a todo lo que supone este drama, intentamos generar una estética de lo que es una extinción, con performances y canciones, también apelamos un poco a los sentimientos. No somos robots.

    P: Otra cuestión característica que ha ido saliendo son las llamadas a cierto sacrificio personal en el sentido de exponerte a una detención o a una multa, poner tu bienestar al servicio de esta causa, y que quizás se cristaliza un poco en esta consigna de «rebel for life», que también forma parte de la estética. ¿Pensáis que consignas de este tipo ayudan a movilizar o es parte de la búsqueda de la tecla acertada?

    R: (A) Yo creo que esa es la tecla que plantea XR, también como característica diferenciadora frente a otros movimientos con ambiciones compartidas. Todo esto viene desde la pregunta de cómo genero empatía intentando hacer entender a alguien que yo asumo un riesgo bastante alto para continuar con la normalidad de mi vida, pero que no lo hago de manera egoísta por mí, sino que es también por ti. Y hacerlo entender mediante esta imagen de la detención, de exponerse a multas con cuantías indecibles en algunos casos, de transmitir «hay alguien que se está exponiendo a una situación de riesgo por salvar algo que es también para mí». Creo que esa es la tecla que toca la desobediencia civil y que ha sido ensayada en otros momentos de la Historia con resultados positivos. Hay estudios como el de Erica Chenoweth, en el que hace un estudio a través de los movimientos que hay desde la década de los 50 hasta ahora en el que estudia cuáles han sido los de más éxito. Aquellos que han generado algún tipo de violencia a lo largo de su desarrollo o aquellos que han sido estrictamente pacíficos. Y determina que son aquellos estrictamente pacíficos a través de esa exposición a que te pase lo que sea por el bien común, que si conseguían movilizar a un 3.5% de una sociedad concreta conseguían el éxito y la empatía del resto de la comunidad.

    P: El tono que se asume en ciertas de vuestras posturas es un tanto catastrofista en tanto que habla de cosas como la extinción humana. ¿Creéis que puede ser contraproducente llegado cierto punto?

    R: (S): Mira, creo que lo bueno que tiene XR es que no pretende hacer una hipérbole de la realidad donde todo sea negro oscuro y te den ganas de pegarte un tiro, sino que está tomando los datos del IPCC y haciendo un uso político de las advertencias que la comunidad científica ha venido haciendo a los líderes políticos, y esto lo subrayo, porque quienes han redactado en Reino Unido el discurso de XR son investigadores y son científicos. Saben de qué están hablando. Y cuando llega un momento en el que tú eres consciente de que la gravedad de los hechos es demasiado profunda como para seguir descafeinándola… porque la realidad es que, en el ecologismo, al menos hasta ahora, la premisa era «mira, no vamos a asustar mucho a la gente, que se nos quedan en casa». Es complicado lo que se pretende, pero es una jugada de doble punto: por un lado, estoy poniendo tu extinción frente al espejo y tienes que mirarlo a los ojos; pero por otro lado te estoy dando una herramienta, un camino para generar una alternativa.

    R: (A): Yo creo que lo que dice XR basándonos en todos los informes científicos sobre el tema es que la extinción es posible. No es que estemos encaminados a ella y no haya solución. Si no, seríamos de los extincionistas, que existen y solo planean cómo extinguirse y ya está, pero igual que ante cualquier operación económica de riesgo tienes que evaluar todas las consecuencias, saber cuáles son todos los escenarios posibles y tomar medidas frente a todos ellos. No estamos diciendo que estemos abocados a ello, sino que es una de las posibilidades frente a la cual hay que hacer ciertas acciones para no llegar a ella. Evidentemente todo se trata un poco desde el miedo. El miedo también es un mecanismo que te lleva a actuar drásticamente. No se trata de meter miedo, sino de saber que existe y de que hay alternativas. XR tiene esta y no sé si hay muchas más.

    P: En este sentido, ¿cómo valoráis y cómo trabajáis la colaboración con otros colectivos climáticos que pueden compartir o no ese tono?, entendiendo que el objetivo es más o menos el mismo pero que las líneas de acción pueden diferir.

    R: (S): Yo creo que, en el movimiento de lucha contra la crisis climática y ecológica, en sentido amplio, hay diferentes organizaciones o asociaciones que tienen un papel complementario. Y hasta ahora hemos sabido entender esto como en una orquesta, que son importantes todos mientras curran a la vez y se saben complementar. Pues esto es igual. Por ejemplo, XR nace en la Alianza Climática, que ya tiene decenas y decenas de organizaciones y esto da señas de que es importante. Porque es importante que sepamos tejer alianzas a la hora de coordinarnos y organizar. Ahora, que la estrategia de Greenpeace, de Ecologistas en Acción, la de XR o la de Fridays for Future (FFF) puedan diferir para acciones concretas, pues puede ser. Entonces lo que tendremos que hacer es aprender a apoyarnos. Y que cuando haya una manifestación de FFF nosotros vayamos detrás y apoyemos la manifestación; cuando haya una acción de XR los demás podamos ir; cuando haya una campaña de Greenpeace,  si te parece bien, firmas. Al final son diferentes frentes donde tenemos que estar apoyándonos.

    P: Vamos a volver a cómo extendéis vuestras acciones o el tipo de acciones que realizáis al Sur Global, pero queríamos asentarlo un poco en nuestro entorno con personas racializadas que se exponen a un castigo mayor que el que comportan ya de por sí las acciones. ¿Hay algún protocolo o se ha presentado esta cuestión?

    R: (A): Es cierto que se manifiesta por parte de la crítica que XR en general es un movimiento de gente con ciertos privilegios, del Norte Global, blanca, etc., y que puede permitirse hacer desobediencia civil. Es cierto que también hemos visto en las acciones a gente que no era española pero que estaba participando en estas acciones. Con el riesgo que esto conlleva cada uno personalmente tomó unas decisiones. Es cierto que el riesgo es mayor, pero creo que en otras luchas también ha habido riesgos que se han asumido. Por ejemplo, en la lucha por los derechos civiles o contra la segregación racial, la gente que se oponía a ceder un asiento o hacía una sentada tenía unos riesgos extremos y aún así se hizo. Entonces no sé hasta qué punto es un problema de inclusión en el movimiento o de voluntad.

    (S): Yo creo que, desde todo el movimiento, toda la bibliografía interna que da consejos de cómo hacer de XR un grupo mucho más inclusivo y más ágil, una de las cuestiones sobre las que se pone especial hincapié es que se facilite a personas racializadas, de minorías sociales o a mujeres que tengan un rol importante. Eso es algo que siempre internamente nos tendremos que criticar si es algo que hacemos mal o hacemos bien. También tenemos la limitación de que somos jóvenes y estamos generando una estructura, pero querría dejar claro que en las acciones intentamos que haya siempre una asesoría y un apoyo legal, lo cual hace que la persona no tenga que afrontar individualmente los riesgos que pueda acaparar la acción. Esta asesoría implica hacerle entender a cada persona los riesgos de cada nivel de implicación que quiere tomar. Pero, sobre todo, hacer ver que, en una acción, aunque sea muy vistoso ver a una persona que está así, siempre hay muchísimos roles invisibles que no tienen un riesgo legal pero que son fundamentales. Entonces, en ese sentido, las acciones en sí son inclusivas. No hace falta ser racializada. Con tener alguna cuestión del tipo «pues yo es que estoy opositando y no quiero». Hay muchas personas que dicen «yo lo que quiero es hablar con la prensa en un piso mientras que los demás están allí, y es mi papel, y es importante». De todos modos, intentamos por lo menos que toda persona que quiera participar en una acción conozca cuáles son los riesgos y coberturas que tiene para que no se enfrente a una situación desconocida. Y en ese sentido, toda crítica será bien recibida para mejorar.

    P: Saliendo ya del tema del programa, una de las cuestiones que queríamos preguntaros es, imaginando que se consigue alguna de vuestras propuestas como puede ser la de la emergencia climática, que ha sido bastante asumida incluso por ciudades, universidades y otras entidades, ¿cuáles diríais que han sido vuestras victorias más importantes? ¿Qué apuntáis con triunfo?

    R: (A) Valoro como triunfo que saliera el 7O. Con todo el trabajo que había detrás, toda la problemática que surgió según se nos acercaba esa fecha. El día de antes yo recuerdo que en mi grupo preparando la acción era como «¿a qué viene ese miedo?» La gente tenía miedo a que, después de todo el trabajo, no saliera. O sea, para mí, que saliera, durásemos lo que durásemos allí, ya es un logro en sí mismo.

    R: (S): Yo lo suscribo y haría hincapié en varias cosas. Primera victoria: que en menos de un año haya más de 30 grupos de XR en todo el territorio español creciendo exponencialmente y que en esta gran acción a nivel estatal nuestra utopía fuese conseguir una participación de mil personas y conseguimos que 1.500 participaran. En un Estado donde la desobediencia civil pacífica no es algo inserto en nuestra cultura política, conseguir en dos meses movilizar a 1.500 personas por la crisis climática, no una cuestión de pensiones o de nacionalismos, es especialmente complicado. Conseguir que desde las anteriores elecciones y campañas que no se escuchaba por ningún lado «crisis climática, colapso ecológico, transición, GND…» con todo lo debatible que pueda tener cada una de las palabras, que todos los líderes políticos se hayan referido a una u otra y lo hayan querido asumir dentro de su discurso político es un cambio que muestra que se nos ha querido incluir como interlocutor válido. Para acabar, medios de comunicación escritos, radiofónicos y televisivos abriendo sus telediarios y sus primeras planas hablando de nuestra movilización, hablando de XR, hablando de FFF, cuando somos movimientos muy jóvenes. Hablo con gente de otros movimientos sociales que me dice «hemos estado 20 años y no han hablado de nosotros ni en el diario del barrio».

    R: (A): Yo creo que se ha conseguido también abrir muchos debates también no solo en esos ámbitos, sino en las sobremesas de muchos hogares, y creo que eso es el ámbito al que queremos llegar. A que esto sea un problema de hablar con tu familia, en tu casa o con tus amigos, que lo tienes en casi todo lo que haces.

    P: Otra de las cuestiones que nos apetecía matizar es el tema de no reconocer la lucha climática, o de vuestra lucha climática, como lucha política. En cierta manera, un rechazo de identificar que se está haciendo política. ¿Es así?

    R: (A): Yo creo que no, que está bastante claro que la lucha abarca muchos sentidos. Uno de los principales es el ámbito político porque esto se aborda haciendo medidas políticas. Otra cosa es el posicionamiento apartidista, es decir, que tú no perteneces o no te posicionas al lado de ninguno de los partidos políticos existentes.

    P: Vale, ¿entendemos esa como la línea del colectivo?

    R: (S): Sí, en todos los países.

    P: Quizá sea por verlo desde fuera, pero da la impresión de que las acciones que realiza XR se dirigen más hacia políticos que hacia empresas que, de alguna manera, son las responsables últimas de ejecutar esas políticas.

    R: (S): Poniendo ejemplos concretos la primera acción estatal de XR en España se hace en la sede de Repsol y se denuncia no solo el papel que tiene Repsol como una de las 100 empresas más contaminantes del mundo sino todo el sector de las petroleras. Se han hecho acciones en Primark, en otros países en H&M, denunciando el papel de la industria textil porque el sector del textil es otro de los grandes causantes de la crisis climática. Digamos que hay acciones simbólicas que señalan la responsabilidad de las empresas. Ahora, lo que XR tiene claro es que tú no le puedes pedir a Amancio Ortega que, caritativamente, deje de formar parte de una cadena de producción insostenible y que viola los derechos humanos. A quien se lo tienes que exigir es al Gobierno que es el que tiene las medidas y las herramientas para hacer eso. Entonces, presión hacia los gobiernos y señalar y visibilizar la responsabilidad que tienen las empresas.

    P: ¿Creéis que las movilizaciones actuales pueden tener relación con el ciclo post-15M que, de alguna manera, ha marcado al resto de movimientos sociales y al movimiento ecologista?

    R: (S): Directamente. XR nace de una red de activistas en Reino Unido que aprenden y reaccionan al ver lo que ocurre en España en el 15M. Nace allí una mecha de despertar social en todo el mundo que desemboca de muy distintas maneras y la raíz está ahí. XR dentro de WeRiseUp toman como referencia el 15M, sus aciertos y sus errores para aprender a ser más efectivos.

    P: Ya para terminar: estrategias a corto y medio plazo que queráis adelantar.

    R: (S): Desde XR por lo menos, y seguro que desde otros movimientos también, la estrategia a corto, medio y largo plazo es acción de desobediencia civil pacífica incansablemente, hasta que se consiga que los gobiernos nos escuchen y, sobre todo, que implementen las 3 demandas.

    La ilustración de cabecera es de Matt Dorfman para el reportaje «The insect apocalypse is here», en The New York Times Magazine del 2 de diciembre de 2018.

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  • Los 10 pilares del Green New Deal para Europa

    Los 10 pilares del Green New Deal para Europa

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    Este texto es una traducción del documento 10 pillars of the Green New Deal for Europe, publicado en julio por el grupo Green New Deal for Europe, en el que participan desde DIEM25 al colectivo Autonomy, pasando por la New Economics Foundation y Common Wealth. Hemos decidido traducirlo como introducción a lo que es el documento de trabajo completo del grupo. Pese a que esta introducción no hace justicia a la ambición y complejidad del plan completo, e incluso contiene apreciaciones con las que no estamos en absoluto de acuerdo, consideramos que es una aportación interesante al debate en curso sobre el Green New Deal, y el primer intento serio de un plan de transición ecológica europeo no basado en la primacía del mercado.

    Las elecciones al Parlamento Europeo otorgaron un mandato claro a los eurodiputados entrantes: hacer frente a las emergencias climáticas y ecológicas. Millones de personas salieron a las calles de Europa para exigir una transición justa, y millones más votaron a favor. Los líderes europeos tienen ahora una oportunidad histórica de presentar un plan ambicioso y pragmático para transformar Europa mediante una transición a las energías renovables, y la obligación histórica de hacer esto realidad.

    En Europa, al igual que en los Estados Unidos, este plan se conoce con el nombre de «Green New Deal». Y en vísperas de las elecciones al Parlamento Europeo, varios partidos europeos expresaron su apoyo a su implementación. Pero, como AOC señala, no todas las políticas ambientales cuentan como un «Green New Deal». Para merecerse este nombre, las políticas ambientales deben consistir en algo más que impuestos y retoques: deben ser transformadoras, y crear la economía más próspera, más justa y más sostenible que hayamos visto.

    Ahora que el nuevo Parlamento Europeo se prepara para tomar posesión de su escaño, una advertencia: un Green New Deal debe estar a la altura de los siguientes 10 pilares básicos, o en absoluto será un Green New Deal.

    1) HACER FRENTE A LA MAGNITUD DEL DESAFÍO

    La ciencia es clara: debemos limitar el aumento de la temperatura global a 1.5 grados y revertir el colapso de nuestros sistemas naturales, o nos arriesgamos a perderlo todo.

    El Green New Deal para Europa responde a la magnitud de este desafío, invirtiendo al menos el 5% del PIB de Europa cada año en la transición hacia las energías renovables, la reversión de la pérdida de biodiversidad y otros problemas medioambientales, y la prosperidad compartida de todos los residentes europeos.

    Construirá una economía que permita a Europa florecer respetando los límites planetarios, restaurando los hábitats naturales, la limpieza del aire y la salud del suelo en todo nuestro continente.

    En respuesta a la Gran Depresión de 1933, Franklin D. Roosevelt reconoció la necesidad de ir más allá de las reformas a pequeña escala para iniciar una transformación radical del sistema económico estadounidense.

    El Green New Deal para Europa trae esta ambición al otro lado del Atlántico y al siglo XXI. No solo  pide una reducción de las emisiones de carbono. Exige una transformación a gran escala de nuestros sistemas de producción, consumo y relaciones sociales: la reconfiguración de nuestros sistemas de producción de materiales: reciclaje, reutilización, reparación y cuidado. Nada menos ambicioso que este plan merecerá el nombre de Green New Deal.

    2) PONER LOS RECURSOS INACTIVOS AL SERVICIO DE LO PÚBLICO

    El Green New Deal hace un llamamiento a las instituciones públicas para que impulsen la transformación económica y social con el fin de hacer frente a las crisis climática y medioambiental.

    Al igual que los Estados Unidos hace un siglo, Europa está atrapada en un largo período de inestabilidad económica. Incluso en economías prósperas como Alemania, la precariedad está aumentando y los hogares están luchando por encontrar un lugar productivo para invertir sus ahorros.

    El Green New Deal da una respuesta a esto.

    Al igual que para el New Deal original, su premisa proviene del trabajo del economista John Maynard Keynes, quien demostró que un estímulo fiscal puede guiar la recuperación económica.

    La propuesta pide al Banco Europeo de Inversiones que proporcione este estímulo mediante la emisión de bonos verdes que puedan proporcionar un rendimiento a los ahorradores europeos en dificultades.

    En otras palabras, el Green New Deal pone los recursos inactivos de Europa hacia el servicio público, sin poner la carga de la transición sobre las espaldas de los europeos de a pie.

    3) EMPODERAR A LOS CIUDADANOS Y A SUS COMUNIDADES

    La transición verde de Europa no hará de arriba hacia abajo. Debe empoderar a los ciudadanos y a sus comunidades para que tomen las decisiones que conformarán su futuro.

    El Green New Deal tiene la democracia en sus cimientos. Proporciona mecanismos claros para que las asambleas de ciudadanos y los gobiernos locales tomen decisiones significativas sobre el desarrollo de sus comunidades, municipios y regiones. Y garantiza que, siempre que sea posible, los nuevos sistemas energéticos de Europa sean de propiedad pública y estén controlados democráticamente.

    Al igual que la Works Progress Administration de Roosevelt, el Green New Deal para Europa creará un nuevo organismo público que pondrá a los ciudadanos al volante de la transición verde de Europa.

    En particular, las comunidades de primera línea más afectadas por la crisis climática deben contar con recursos suficientes para corregir la degradación de sus condiciones de vida.

    El principio democrático del Green New Deal también se aplica en el lugar de trabajo. Los empleos creados por la inversión verde deben proteger los derechos de los trabajadores y construir un mayor control sobre las empresas para que los trabajadores compartan el valor que crean.

    4) GARANTIZAR EL EMPLEO DECENTE

    El Green New Deal para Europa proporcionará un trabajo decente a todos aquellos que lo buscan.

    Hoy en día, Europa está sumida en una mezcla de desempleo y subempleo. Los empleos precarios van en aumento, y millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus comunidades en busca de empleos que satisfagan sus necesidades básicas.

    El Green New Deal invertirá en comunidades de toda Europa para garantizar que la inversión verde cree puestos de trabajo de alta calidad, cualificados y estables que permitan a todos los ciudadanos mantener a sus familias, sin dejar atrás a ninguna comunidad.

    Además, asegurará una transición justa para todos los trabajadores de las industrias de altas emisiones, prometiendo empleo seguro, oportunidades de capacitación bien remuneradas y hogares para todos los que los necesiten.

    Y el Green New Deal debe reconocer por fin el papel de los cuidados en nuestra economía, garantizando no sólo que se reconozcan y recompensen las tareas domésticas, el cuidado de los niños y el cuidado de las personas mayores, sino también que las actividades que contribuyen a la regeneración de nuestros sistemas naturales desempeñan un papel central en nuestra economía.

    5) AUMENTAR EL NIVEL DE VIDA

    El Green New Deal para Europa crea prosperidad pública en lugar de riqueza privada, sustituyendo el consumo por lo que realmente importa para las comunidades europeas.

    El Green New Deal va mucho más allá de una garantía de empleo. Aumenta el nivel de vida en nuestro continente de muchas maneras, desde inversiones en salud y educación hasta inversiones en arte y cultura.

    Mediante la recuperación de las viviendas no utilizadas para uso público, el Green New Deal abordará la crisis de inseguridad en la vivienda que ha dejado a tantas personas sin hogar o en riesgo de desalojo.

    Al rediseñar las redes de energía de Europa, modernizar los hogares con un buen aislamiento y proporcionar un transporte público limpio para todos, el Green New Deal reducirá el coste de la vida para todos los hogares. Al revertir la pérdida de biodiversidad y eliminar la contaminación, el Green New Deal permitirá a todas las comunidades disfrutar de aire limpio, agua dulce y reservas naturales locales.

    Y al invertir en una economía más sostenible, el Green New Deal reducirá el número de horas que trabajamos cada semana y proporcionará más espacio para la participación de la comunidad.

    En el proceso, ayudará a aumentar la resiliencia para las comunidades que se encuentran en la primera línea de las crisis climática y ecológica.

    6) REFORZAR LA IGUALDAD

    El Green New Deal combate la financiarización y afianza la igualdad en el corazón de Europa.

    La desigualdad social y económica sigue siendo demasiado alta, tanto dentro de los países como entre ellos. En las últimas cuatro décadas, la desigualdad de la riqueza ha aumentado drásticamente en los países europeos: el 1% superior captó tanto crecimiento económico como el 50% inferior.

    También entre países, el nivel de vida sigue siendo extremadamente desigual, con importantes variaciones en los ingresos, las tasas de desempleo y la contaminación.

    Mientras tanto, nuestras sociedades permanecen estratificadas por raza, sexualidad, género, edad y capacidad, creando barreras duraderas para la justicia social y el bienestar colect

    El Green New Deal ataca las fuerzas de la desigualdad y construye una nueva sociedad solidaria. Al igual que el New Deal de Roosevelt, el programa revisará el sistema financiero. En lugar de privatizar los beneficios de la transición verde -como ha hecho el Plan Juncker de 2015-, el Green New Deal garantizará que las inversiones públicas generen riqueza pública. Pero a diferencia del New Deal original, el programa se centrará en las barreras sociales, erradicará la discriminación contra las minorías y garantizará que la transición ecológica sea inclusiva para todos.

    7) INVERTIR EN EL FUTURO

    El Green New Deal es más que un programa de ajuste ambiental. Es una inversión en el futuro de nuestras sociedades y una oportunidad para reimaginarlo.

    Reparar nuestro medio ambiente significa desarrollar herramientas radicalmente nuevas: a partir de nuevos modos de transporte público y un almacenamiento en baterías más eficiente, así como prácticas agrícolas que revitalicen nuestro suelo y la silvicultura que reabastezca nuestros bosques.

    Por ello, el Green New Deal para Europa incluye una iniciativa de investigación y desarrollo que puede animar a la comunidad científica a desarrollar nuevas e interesantes soluciones para el cambio climático y la degradación del medio ambiente.

    Muchos de nuestros mayores avances en tecnología han ocurrido con investigación y financiación del gobierno: desde Internet a las pantallas táctiles, desde los motores de reacción a los cohetes, desde el GPS a los algoritmos de los motores de búsqueda. Pero la forma en que está estructurada nuestra economía significa que mientras el Estado invierte en investigación y asume todo el riesgo, el sector privado cosecha todas las recompensas y casi no paga impuestos sobre sus ganancias.

    El Green New Deal debe garantizar que la sociedad se beneficie directamente de las inversiones que realiza en nuevas herramientas, utilizando los ingresos para invertir en más innovación y cumplir con la promesa de disminuir la dependencia social de la semana laboral.

    8) ACABAR CON EL DOGMA DEL CRECIMIENTO SIN FIN

    Debemos abandonar el crecimiento del PIB como la principal medida de progreso. En su lugar, tenemos que centrarnos en lo que importa.

    La obsesión por el crecimiento económico, medido como el aumento del Producto Interno Bruto (PIB), no sólo es un factor principal de las crisis climática y ambiental, que alienta a los países a aplicar políticas económicas temerarias sin tener en cuenta sus costos ambientales y sociales. También es una medida equivocada de nuestro bienestar colectivo.

    El Green New Deal debe ir más allá del dogma del crecimiento infinito del PIB y adoptar medidas más holísticas del progreso humano. Igualdad, medio ambiente, felicidad y salud: hay decenas de indicadores que debemos incorporar a nuestra evaluación del progreso de Europa.

    El Green New Deal encamina a las instituciones europeas a estimular áreas de mejora social, moral y educativa, a la vez que diseña una economía que privilegia la reproducción social por encima de la producción material. Esto no solo quita presión a nuestro planeta vivo, sino que también hace posible lograr la rápida transición de energía que necesitamos.

    9) APOYAR LA JUSTICIA CLIMÁTICA EN TODO EL MUNDO

    La crisis ambiental es de alcance mundial y el Green New Deal también debe serlo.

    Europa tiene la responsabilidad histórica de liderar este esfuerzo mundial. Durante más de dos siglos, los países europeos han fomentado la contaminación agresiva y la extracción de recursos que han perjudicado directamente a otros países de todo el mundo. El Green New Deal para Europa debe corregir este legado colonial.

    Debe redistribuir los recursos para rehabilitar las regiones sobreexplotadas, protegerlas contra el aumento del nivel del mar y garantizar un nivel de vida decente a todos los refugiados climáticos. Y debe garantizar que la transición verde de Europa no se limite a exportar la contaminación a otras partes del mundo, o a confiar en la extracción continua de recursos del Sur Global. La cadena de suministro para la transición energética de Europa debe estar comprometida con los principios de justicia social y medioambiental.

    Aun cuando nos enorgullecemos de ayudar al Sur Global, las corporaciones europeas extraen mucho más en pagos de intereses, robo de recursos y arbitraje salarial. Para apoyar una transición verde global, el Green New Deal debe poner fin a estas prácticas económicas explotadoras y, por fin, respetar los derechos de las comunidades de todo el mundo, allanando el camino para la justicia ambiental a nivel global.

    10) EL COMPROMISO DE ACTUAR HOY

    El Green New Deal no es un marco, un tratado, o un acuerdo. Es un conjunto de acciones concretas que nos llevan rápidamente hacia nuestras metas climáticas y ecológicas.

    Incluso si todos los países del mundo cumplieran su compromiso con el Acuerdo de París de 2016, estaríamos en el camino de un calentamiento de tres grados en este siglo y un sufrimiento incalculable como resultado.

    Pero ningún país está ni siquiera cerca de cumplir sus promesas. Esto es lo que tenemos después de casi 30 años de negociaciones mundiales en el marco de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

    El Green New Deal nos lleva de las negociaciones a la acción. No es un compromiso político blando para el cambio. No se trata de un trozo de papel firmado por los Estados participantes. No se trata de una reunión multilateral o de la foto de grupo que inevitablemente viene a continuación.

    El Green New Deal es un conjunto de medidas específicas y creíbles dirigidas a todos los ámbitos de la sociedad. Se trata de un paquete de medidas específicas que: nos transiciona rápidamente a una economía sostenible, empuja a nuestras democracias a nuevas fronteras, crea prosperidad compartida y construye un mundo más justo más allá de nuestras fronteras.

    Nada menos que eso servirá.

    La ilustración de cabecera es «Piazza d’Italia» (1913), de Giorgio de Chirico.

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  • Un Green New Deal entre quiénes y para qué

    Un Green New Deal entre quiénes y para qué

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    Por Nicolas Beuret.

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Viewpoint Magazine con el título «A Green New Deal Between Whom and For What?».

    ¿Que conllevaría la implementación de un Green New Deal? La pregunta no es qué correlación de fuerzas necesitamos para ello ―como si estuviéramos jugando a un juego de mesa o algo así― ni qué medidas legales harían falta ―ya tenemos un montonazo de planes y propuestas―, sino a qué conduciría un Green New Deal. Para responder a esta cuestión debemos analizar este proyecto en tanto que paquete de medidas y como una corriente en sentido más amplio. Tenemos que dejar atrás preguntas como «qué podemos hacer con el estado» y elaborar un análisis material más profundo, que se centre de hecho en el mundo material: flujos de energía, materias primas y explotaciones mineras, océanos, motores, carreteras, vidas. Ello no implica un posicionamiento «a favor» o «en contra» del Green New Deal, sino más bien un análisis que tenga claras las transformaciones tan radicales que nos hacen falta al tiempo que cortamos el paso o mostramos resistencia a sus peores rasgos y consecuencias. Ya no estamos en la época de «resolver» el cambio climático ni tenemos muchas respuestas adecuadas para las preguntas a las que nos enfrentamos. Estamos en un periodo dominado por la política de la opción menos mala.

    Han corrido ríos de tinta acerca del Green New Deal, casi siempre haciendo hincapié en dos aspectos: qué debería incorporar y si es viable o no. El debate se ha centrado en la cuestión de la financiación, la reforma sobre la propiedad de la tierra y el poder sindical; en cómo incluir los océanos, la agricultura, cómo llevar a un primer plano los cuidados y la reproducción social; en los esfuerzos por constreñir a las grandes empresas y por impulsar impuestos tanto a estas como a los ricos en general con los que sufragar el acuerdo. Este debate ha alcanzado su punto álgido en Europa, y toda la atención política en torno a este proyecto está puesta sobre Reino Unido, particularmente sobre el Partido Laborista, que hace poco ha adoptado el Green New Deal ―o más bien la «Green Industrial Revolution» o «revolución industrial verde», que es como lo llaman― como uno de sus proyectos principales.

    En el debate también se ha planteado si esto es de hecho factible; si es viable o no el crecimiento económico y material que requiere un sistema capitalista mundial, si lo permitirá la clase dominante (o si lo harán las empresas de los combustibles fósiles), si se posicionarán en contra las fuerzas sociales reaccionarias (o incluso simplemente los sindicatos actuales), si hay algún actor social capaz de sacarlo adelante y, por último, si disponemos del tiempo y de las materias primas para hacerlo posible.

     

    La corriente del Green New Deal

    A menudo ambas cuestiones son concebidas del mismo modo, como si lo que se estuviera debatiendo fuera algo que aún debiera adoptarse; como si el Green New Deal fuera una propuesta a la que todavía hubiera que dar cuerpo o que hubiese que desarrollar en tanto que estrategia. Sin embargo, pese a que las discusiones en torno al proyecto hayan resurgido ahora, como corriente ha estado en desarrollo durante al menos una década. El Green New Deal no es una opción que uno pueda escoger, sino que ya está teniendo aplicaciones concretas aquí y allá por parte de diversas instituciones de gobierno alrededor del mundo. Hay dos razones por las que es útil distinguir entre el nombre por el que se lo conoce y la corriente. La primera es que ser claros acerca de lo que define a esta corriente permite que podamos diferenciar más fácilmente las verdaderas propuestas del Green New Deal de las medidas políticas neoliberales de greenwashing. La segunda es que podemos examinar la trayectoria que ha tenido esta idea y cómo se ha aplicado, y definir qué es, entre quiénes se supone que es ese acuerdo y qué implica políticamente.

    Parece raro presentar el Green New Deal no solo como una corriente, sino también como algo que ya está siendo aplicado, pero eso es exactamente lo que es. Es una forma de llevar a cabo medidas y concebir la política que pretende solucionar los problemas aún evidentes de la crisis financiera de 2008, de los efectos sociales perjudiciales del neoliberalismo y del cambio climático y es uno de los elementos centrales del resurgir político neokeynesiano que está teniendo lugar actualmente. Lo que promete esta corriente tan amplia ―que todavía es, sobre todo, un terreno en disputa aún por definir de manera consistente― es que el cambio climático pueda ser utilizado para producir un futuro socialmente justo, construido dentro de un marco social y democrático en el que haya trabajo y seguridad para todo el mundo.

    La idea de impulsar un «keynesianismo verde» con el fin de hacer frente a los problemas medioambientales y producir trabajos sostenibles se remonta a mediados de los años noventa, cuando en círculos de producción política varios think tanks, economistas y ONG se dedicaron a elaborar documentos detallados en los que se exponía cómo se podían reconciliar los límites medioambientales con la creación de empleo y con otras medidas sociales. Esta idea llegó al público general tras la crisis financiera de 2008, cuando su énfasis en la creación de una nueva infraestructura «verde» fue ensalzado como la solución a la gran recesión. Del Deutsche Bank a Lawrence Summers, el keynesianismo verde ha pasado a formar parte del amplio debate acerca de las políticas económicas. En Reino Unido se ha conformado un grupo a favor del Green New Deal para hacer campaña a favor de la adopción de medidas similares; por su parte, el economista Lord Stern ha firmado un análisis clave acerca de la economía del cambio climático para el gobierno del país ―justo antes de que el gobierno adoptase de manera formal las leyes para reducir un 80% las emisiones de carbono para el año 2050― que defendía que la mejor manera de hacer frente al cambio climático era la puesta en marcha de un inmenso proyecto de keynesianismo verde. Podemos encontrar otras manifestaciones del Green New Deal en tanto que corriente más amplia en documentos del gobierno de Reino Unido, en documentos políticos del Partido Conservador durante su etapa en la oposición, en documentos del Congreso de Sindicatos británico acerca de la necesidad de una «transición justa», y en otros ejemplos, como el plan de «crecimiento verde» de Corea del Sur y el plan de Obama popularmente conocido como cash for clunkers, o ‘pasta por tu tartana’, en el plan de transición ecológica del PSOE y con mucho detalle en el programa de DIEM 25, el partido paneuropeo de Yanis Varoufakis.

    El modo en que se siga desarrollando el Green New Deal como corriente va a ser consecuencia de luchas, alianzas, accidentes y crisis y de cómo los sujetos humanos y no humanos resistan o se enfrenten a ello. También va a ser cuestión de cómo evolucione dentro del contexto de una economía global que aún debe recuperarse de la recesión de 2008 (algo que, según muchos informes, parece improbable que suceda dentro de poco) y de los efectos de un cambio climático que ya ha llegado. Es importante comprender que incluso dentro de los programas y las medidas más ambiciosos para lograr un Green New Deal y reducir las emisiones de carbono a cero, la legislación se plantea ese objetivo para el año 2030. Aunque parezca radical ―que en términos institucionales lo es―, esto aún implicaría un cambio climático de 1,5 ºC. Si con lo que nos encontramos al final es con una mezcla de todo lo anterior y con que por entonces hay buena parte de la economía del planeta que no es de «emisiones cero», es bastante más probable que tengamos un calentamiento global de 2 ºC, dado que contener el cambio climático a 1,5 ºC requiere que el mundo entero haya reducido sus emisiones de carbono a cero en 2030, esto es, que se desconecte la mayor parte de la actual infraestructura de carbono ―coches, centrales de energía y demás― y que se abandone sin más. Esta posibilidad es tremendamente improbable, por no decir que es casi inalcanzable.

    No olvidemos que 1,5 ºC es el umbral de «peligrosidad» del cambio climático fijado por el IPCC y la ONU y que se trata de un nivel de calentamiento global que daría como resultado huracanes, tormentas y fenómenos meteorológicos más intensos y frecuentes, más inundaciones y sequías, una reducción en el rendimiento de los cultivos, reducciones en las reservas de pescado y marisco (esto es, menos alimento en general), aumentos en el nivel del mar que obligarían a que hubiera migraciones desde regiones de baja altitud y desde países insulares, un crecimiento en las tasas de extinción y una mayor desertificación. El cambio climático está causando ya decenas de miles de muertes al año, así como muchos de los efectos aquí descritos, y se ha señalado que un calentamiento de 1,5 ºC sería una sentencia de muerte para muchas poblaciones indígenas y de países insulares. Un cambio climático de 1,5 ºC es una catástrofe, no un nivel de calentamiento global «aceptable».

    Dado que el Green New Deal ya existe en tanto que corriente, deberíamos verlo como un terreno de lucha, de hecho más favorable a programas radicales que otras tendencias políticas contemporáneas que también se enfrentan a la crisis ecológica, como es el caso de varios «planes de emisiones cero de carbono» o del surgimiento de regímenes de apartheid climático.[1] Con ello no quiero decir que debamos entregarnos incondicionalmente al Green New Deal. Tal y como se nos presenta ahora mismo, el plan promete combinar trabajos para todo el mundo con reducciones masivas en las emisiones de carbono, pero no puede reconciliar estos dos puntos dado que el «crecimiento verde» en el que se basa es imposible. En última instancia, es muy probable que profundice en el grado de explotación del sur global, intensifique la industria extractiva mundial y fracase en su promesa de crear trabajos o de recortar las emisiones de carbono. En lo que sigue, analizaré las contradicciones del Green New Deal para así poder navegarlas y distinguir entre los elementos que empujan en la dirección del establecimiento de un nuevo y ―según defenderé― imposible régimen de «crecimiento verde» y aquellos que son compatibles con un futuro próximo que sea justo y no demasiado catastrófico.

     

    La revolución industrial verde del laborismo

    Si vamos a abordar todas las implicaciones del Green New Deal en tanto que paquete de medidas, entonces deberíamos hacerlo empezando por las propuestas más radicales que tengamos a nuestra disposición, con las más ambiciosas en lugar de con las perspectivas que más concesiones hacen. Hoy en día eso nos lleva al plan para un Green New Deal del Partido Laborista de Reino Unido.

    El Partido Laborista adoptó el Green New Deal como parte de su programa en la conferencia anual de septiembre de 2019, junto a un montón de medidas progresistas y de planes de gobierno. Ello viene precedido de múltiples declaraciones de apoyo por parte de John McDonnell, ministro de Hacienda en la sombra, en favor de lo que él llama «revolución industrial verde». El plan de McDonnell se centra de manera específica en la combinación de justicia económica y justicia medioambiental y en no tratar «con frivolidad los miedos de la población de clase trabajadora, cuya experiencia con las transiciones económicas ha sido tremendamente angustiosa».[2] Defiende que la transición a un socialismo verde debe «rechazar el modelo de crecimiento que antepone el crecimiento económico a la sostenibilidad, [pero] también la aciaga creencia del maltusianismo de que la alternativa es poner límites a la gente o a sus estándares de vida […]. Los límites medioambientales existen, pero los límites que podemos alcanzar dentro de ellos son principalmente políticos, no naturales». Esta combinación contradictoria de medidas medioambientales y rechazo a los límites, articulada como una defensa de los estándares de vida actuales en el norte global, recorre de cabo a rabo toda la corriente del Green New Deal.

    Mientras que en Estados Unidos el Sunrise Movement ha sido fundamental para la popularización del Green New Deal, en Reino Unido y Europa el planteamiento de un Green New Deal como solución se remonta a la formación en 2008 del Green New Deal Group, que contaba con miembros de la New Economics Foundation (NEF) y del Partido Verde (que apoya el Green New Deal desde hace tiempo y que ha sido decisivo a la hora de difundir la propuesta por Europa y por el resto del mundo), activistas de organizaciones medioambientales como Greenpeace y Friends of the Earth y diversos economistas, entre quienes estaba Larry Elliott, editor jefe de la sección de economía de The Guardian. Las interconexiones entre este grupúsculo, el Partido Laborista y diversos sindicatos hace que las medidas y los planes del Green New Deal estén mucho mejor desarrollados en Reino Unido y en Europa de lo que lo están en Estados Unidos.[3]

    El acuerdo del Partido Laborista, si bien toma su nombre del debate estadounidense en torno al Green New Deal, forma parte de una tradición más larga de pensamiento político que ha querido hacer frente tanto a las preocupaciones medioambientales como al legado que el neoliberalismo y a la desindustrialización han dejado en Reino Unido, y hacerlo mediante la combinación de inversiones, una legislación sobre las emisiones de carbono y la creación de empleo. Los laboristas han defendido que se emprendieran acciones contra el cambio climático desde mediados de los años 2000, bastante antes de la etapa corbynista, como leyes que obligaban a reducir un 80% las emisiones para 2050, la creación de un banco de inversiones verdes y, ya desde la oposición, se asumieron posiciones institucionales contundentes. Desde que Jeremy Corbyn se convirtió en el líder del Partido Laborista, ha aumentado el flujo de propuestas políticas entre círculos de izquierdas y think tanks, muy especialmente la NEF, y ha habido una inyección de propuestas e ideas desde los movimientos sociales debido a la afluencia de miembros nuevos al laborismo y la polinización recíproca de ideas entre la conferencia anual oficial del Partido Laborista y la conferencia oficiosa de The World Transformed, que durante los últimos tres años ha tenido lugar al mismo tiempo. Durante el último año, la aparición de movimientos sociales como Extinction Rebellion y las huelgas estudiantiles por el clima, así como del movimiento Labour for a Green New Deal, ha conducido a que el Partido Laborista haya adoptado formalmente el Green New Deal como propuesta y a la cristalización de buena parte del trabajo ya existente de manera efectiva y en un marco legal único y reconocible.

    Pese a la ofensiva coordinada por parte de una sólida red de actores, los planes que tiene el laborismo respecto al clima han sacado a la luz unas tensiones internas considerables dentro del partido. Multitud de sindicatos y de miembros del partido intentaron bloquear con sus votos la adopción del Green New Deal en la conferencia del partido de 2019, y también con tácticas de intimidación física directa. Unas diferencias políticas tan importantes van a dar lugar a estrategias radicalmente diferentes en torno a la implementación ―o a la no implementación― del Green New Deal. No obstante, podemos aprender mucho si nos fijamos en la propuesta adoptada por el Partido Laborista para ver qué implica y para preguntar, de modo crítico, entre quiénes es el acuerdo del Green New Deal y qué es exactamente.

     

    ¿Quién paga?

    Ha habido una cantidad de trabajo importante dedicada a la financiación del Green New Deal y a qué tipo de instituciones haría falta crear para llevarlo a cabo. El plan será sufragado a través de una combinación de gastos en financiación e inversiones, e impuestos progresivos a los más ricos, incluidas las «cien empresa» que tienen mayor responsabilidad del cambio climático, y también conllevará la nacionalización de las compañías energéticas y de transporte. Aquí es igual de importante lo que no se dice: quién va a sustentar el acuerdo con su puesto de trabajo, con sus tierras ―debido a la descarbonización― y con su estilo de vida.

    Al tiempo que se apela a una «transición verde» de los trabajos ya existentes, hay muchos empleos que no se pueden convertir en puestos sin huella de carbono ni hacer que sean sostenibles y van a tener que ser suprimidos. Hay miles de empleos dentro de las industrias contaminantes que van a tener que ser eliminados gradualmente para que se puedan reducir las emisiones de carbono, lo que afectará tanto directamente a trabajadores como a poblaciones y regiones enteras que dependen de estos sectores. Estas industrias no son solamente las de la minería del carbón y la de la producción de energía, sino también las compañías de transportes y logística, los aeropuertos y las compañías aéreas, así como todas aquellas industrias y sectores que se basan mayoritariamente en lo que gastan los ricos, como el sector de los bienes de lujo, que emplea directamente a más de 150.000 personas. En Reino Unido, la industria de los combustibles fósiles da trabajo directamente a 40.000 personas, e indirectamente a 375.000. La industria de la aviación, que es otra que no puede llegar a ser sostenible y que en buena medida debe ir siendo eliminada, directa e indirectamente emplea a 500.000 personas. También haría falta una reducción masiva en el número de camiones que transportan bienes por las carreteras para dejar su sitio a los trenes y a un reducido número de vehículos eléctricos, lo que significa que algunos de los 60.000 puestos de camionero están en riesgo. La industria de la automoción da trabajo directamente a 180.000 personas y a otras 640.000 de manera indirecta. Añádase todo ello a los múltiples trabajos demenciales y los trabajos de mierda que no están entre los mencionados y que habría que ir eliminando y estaríamos hablando de cientos de miles de puestos de trabajo, si no de más de un millón, afectados directamente y muchos más afectados de modo indirecto. Una «transición justa dirigida por los trabajadores» implica que los trabajos actuales que hayan sido eliminados sean remplazados por otros empleos «verdes», cualificados y bien pagados, pues no está nada claro que sea posible hacerlo, especialmente dado el evidente número de trabajadores, poblaciones e industrias involucrados. Una lectura que se hace ello es la que sugiere que necesitamos sustituir los empleos con una alta huella de carbono por otros con una huella baja, especialmente por aquellos de los sectores reproductivo y de los cuidados. Si bien esto es crucial, también debemos señalar que tener una huella de carbono baja no es lo mismo que no tener huella de carbono, y que es ahí adonde nos debemos dirigir. Lo segundo que debemos señalar es que es improbable que podamos dar el cambiazo de unos puestos de trabajo industriales por unos puestos de trabajo de cuidados así sin más, y no simplemente porque sean formas de trabajo muy diferentes o debido a barreras culturales o sociales, sino porque dada la escala de las transformaciones requeridas, apenas hay suficientes puestos de trabajo verdes. De todas formas, el principal problema sigue siendo que incluso el intercambio de unos puestos de trabajo con una huella de carbono alta por otros con una huella baja implica todavía que las emisiones sigan creciendo año tras año.

    La manera en la que la mayor parte de las expresiones del Green New Deal, como corriente y como plan de medidas concretas, se enfrentan al problema del empleo es a través de la idea de crecimiento verde, esto es, una forma de crecimiento económico que no conlleva ni destrucción medioambiental ni produce emisiones de carbono. Esto es evidente gracias a la denominación que el laborismo ha escogido para su acuerdo, Green Industrial Revolution, y gracias al énfasis evidente en la creación de industrias y trabajos nuevos junto a programas de inversiones masivas tanto en nuevas infraestructuras como en servicios sociales más extensos. En las políticas del Partido Laborista ha existido desde hace tiempo un énfasis en el crecimiento verde como vehículo para alcanzar tanto protecciones medioambientales como la creación de empleo, desde las medidas de la Ley de Cambio Climático hasta los documentos actuales del partido acerca del medioambiente. Entre las propuestas que están circulando en Estados Unidos, el vínculo que se establece entre el plan y el crecimiento es habitualmente explícito, como sucede en las obras de sus defensores más reconocidos, como Mariana Mazzucato y Robert Pollin, o bien implícito, como en el Green New Deal que ha puesto sobre la mesa Alexandria Ocasio-Cortez.[4] En última instancia todos ellos plantean que podemos seguir haciendo que la economía crezca y crear empleos para todo el mundo al tiempo que se reduce su impacto medioambiental; producir crecimiento económico y reducir a la vez las emisiones de carbono.

    Cualquier programa que se base en el crecimiento se basa también en la idea de que se puede desvincular el crecimiento económico de las emisiones de carbono. Eso no es posible. El crecimiento verde no existe. Nunca ha sucedido a escala global y no existen indicios fiables de que pueda darse. Si bien se ha sugerido que la actividad económica en el norte global sí ha sido desvinculada de las emisiones de manera efectiva,[5] con ello se está ignorando el modo en que la economía global ha desplazado la producción al sur global, externalizando de esta manera el problema de las emisiones de carbono. Para reducir las emisiones y lidiar con otras cuestiones ecológicas acuciantes, debemos situar en el punto de mira el crecimiento económico como el principal problema.

    Pese a que una transición inmediata a una economía con bajas emisiones de carbono inevitablemente afectará de manera negativa a algunos trabajadores, es evidente quién va a pagar, según el acuerdo, la mayor parte de la transición: los ricos, a través de impuestos y de la nacionalización de activos de propiedad privada. También perderán el acceso a la mayoría de los lujos obscenos de un estilo de vida de altas emisiones, como coger aviones ―en Reino Unido, el uno por ciento más rico de la población realiza el veinte por ciento de los vuelos internacionales, el diez por ciento más rico realiza la mitad―. Hay una disparidad profunda en las emisiones del consumo entre los ricos y los pobres en países como Estados Unidos y Reino Unido, donde el diez por ciento de los hogares más ricos emite cinco veces más que el cincuenta por ciento más pobre, por lo que atacar a los ricos traerá reducciones enormes.

    Sin embargo, estamos ante dos cuestiones con unas ramificaciones notables. Incluso aunque hagamos hincapié en los ricos, es necesario hacer frente al consumo diario que tiene lugar en el norte global para alcanzar las reducciones necesarias en emisiones de carbono que permitan cumplir los compromisos internacionales respecto a la justicia climática. En segundo lugar, el desarrollo y la implantación de tecnologías de energías renovables exigen que continúen y se intensifiquen actividades mineras peligrosas y destructivas con el medioambiente a fin de que se puedan garantizar los recursos que hacen falta para llevar a cabo la descarbonización.

    ¿Por qué es necesario que descienda el consumo general y cotidiano en el norte global (y dentro de la franja demográfica más rica en algunas partes del sur global)? A fin de cuentas, ¿el problema no son los ricos y sus empresas? Es así en buena medida. Las personas más ricas del planeta, de las cuales una amplia mayoría vive en el norte global, consumen mucho más que cualquier otra. En torno a la mitad de las emisiones que provienen del consumo asociado al estilo de vida son producidas por el diez por ciento más rico de la población mundial, y el siguiente cuarenta por ciento es responsable de otro cuarenta por ciento de las emisiones. La mitad más pobre del planeta no emite nada a efectos prácticos. Esta desigualdad se repite en el interior de los diferentes países, donde el diez por ciento más rico a menudo consume entre tres y cinco veces más por hogar que el cincuenta por ciento más pobre. Poner el foco sobre los ricos y sus emisiones ―lo cual debería ser la piedra angular de cualquier Green New Deal― tendría un impacto enorme e inmediato. Una reducción a niveles de la media europea eliminaría en torno a un tercio de las emisiones de carbono procedentes del consumo, lo cual, si bien es relevante, queda muy lejos de lo que hace falta.

    Sin embargo, el problema no son solo los ricos. La reducción de las emisiones del cuarenta por ciento de la población que va a continuación ―esto es, la mayoría de la gente que vive en el norte global― implicaría hacer frente a todo lo que va de las emisiones del transporte a la industria de la moda (responsable de en torno al ocho por ciento de las emisiones globales), la agricultura, las dietas y los servicios. Esta última categoría de los «servicios», en la que cabe todo, desde apuntarse al gimnasio hasta salir a comer fuera, es responsable de alrededor de un cuarto de las emisiones por hogar. Alcanzar el objetivo de «emisiones cero» que plantea el Green New Deal exige que se hagan recortes de forma generalizada. Lograr que no haya emisiones y hacerlo a tiempo, algo crucial y que realmente no es negociable, y tener que hacerlo con los escasos recursos con los que contamos requiere que reduzcamos el consumo en el norte global.

    En este punto la discusión se convierte en la típica historia ecologista acerca del sobreconsumo: se consume demasiado, tanto directamente en los hogares como indirectamente a través de los procesos productivos. Sobre lo que hay que insistir es sobre que la mayoría de la gente está «atrapada» en una reproducción social de altas emisiones. El problema que hay con los relatos en torno al sobreconsumo es, además, que el consumo aparece como algo sobre lo que se pudiera elegir. La renta disponible ―la parte de dinero que te queda después de haber pagado por todo lo que necesitas― aumenta cuanto más rico te haces, pero la renta disponible de la mayoría de la gente es casi nula. La mayor parte de las personas en realidad no pueden hacer ninguna elección relevante acerca de lo que consumen y aquello entre lo que pueden escoger está profundamente determinado por enormes compañías transnacionales.

    Esto lo podemos denominar consumo estructural y hace que se ponga el foco sobre aquello que hace falta cambiar para que la gente pueda vivir de un modo distinto: esas «cien compañías» que menciona el Green New Deal del Partido Laborista son las empresas que de hecho determinan cómo se producen las cosas y qué impacto tienen en la biosfera de la Tierra. Si bien este aspecto es crucial a nivel político y debe servir para dar forma a nuestras estrategias, la realidad es que los niveles generales de consumo en el norte global aún deben verse reducidos, al tiempo que queda asegurado que estos cambios y reducciones no empobrecen aún más a aquellas personas del sur global que dependan de los trabajos que sostienen los modos de vida de alto consumo de las personas del norte.

    En las propuestas actuales sobre el Green New Deal, no obstante, hay muy poca información acerca de cómo abordar el consumo. Si nos fijamos en las múltiples declaraciones y documentos de medidas dentro de la amplia corriente por el Green New Deal, encontramos más discusiones sobre el consumo, aunque no hay nada mucho más concreto sobre cómo hacerle frente. La atención ha estado puesta casi unánimemente en la reducción de la demanda de energía gracias a programas de eficiencia y aislamiento para los hogares, en la electrificación de los transportes y ―esto es revelador― en los planes para incrementar la riqueza pública en lugar de la privada. Este último aspecto conlleva que probablemente vaya a haber una reducción en el consumo individual, pero compensada por unos servicios públicos gratuitos y de mejor calidad, como por ejemplo un transporte público sin coste.

    A menudo se resta importancia a la reducción del consumo individual y en ocasiones se intenta colar a través de una semana laboral reducida, que produciría menos emisiones gracias a un consumo menor tanto en el trabajo como en casa, o a través de un régimen impositivo progresivo, o mediante un cambio en las conductas que pasa por alto el consumo estructural. Dicho lo cual, con lo que nos encontramos es con una combinación de cambios no rupturistas vinculados a algo que solo puede ser calificado como ilusorio: que menos trabajo y más tiempo de ocio, junto a unos planes de cambios conductuales, den como resultado que haya menos emisiones porque la gente «escogerá» consumir menos. Pareciera que entre los defensores del Green New Deal (o entre los ecologistas en general) no hubiera ninguna fe en que un movimiento de masas o las victorias electorales ―y para que haya un Green New Deal se necesitan ambos― puedan cimentarse sobre la exigencia de una reducción del consumo obligada. En el mejor de los casos, se puede introducir de tapadillo un menor consumo y tiene que coordinarse con recompensas, como un mayor tiempo de ocio o la mejora de los servicios públicos. Siendo esto así, resulta del todo improbable que a la amplia mayoría de los consumidores del norte global se les vaya a pedir que hagan un gran esfuerzo en cuanto a la reducción del consumo, al menos a corto plazo.

     

    A escala global, ¿quién paga?

    La propuesta de Green New Deal del Partido Laborista exige un programa de electrificación total del sistema ferroviario y del parque de vehículos de carretera. Para que en el año 2050 Reino Unido haya cumplido únicamente sus objetivos respecto a los coches eléctricos (esto es, dejando a un lado la transformación de la producción energética, los sistemas logísticos y de transporte público y otros procesos de fabricación, y sin tener en cuenta los planes y esfuerzos de cualquier otro país del mundo que esté emprendiendo el mismo proceso), sería necesario que se duplicase la producción mundial de cobalto y requeriría de toda la producción mundial de neodimio, de tres cuartas partes de la producción mundial de litio y de la mitad de la producción mundial de cobre. También necesitaría un aumento del veinte por ciento en el suministro de electricidad únicamente para cargar los coches. Los parques eólicos y los paneles solares necesitan las mismas materias primas. La construcción de una cantidad suficiente de paneles solares como para proveer de electricidad a los coches eléctricos exigiría treinta años de la producción anual global actual de telurio. Si durante un momento tuviésemos en cuenta a otros países, sencillamente no hay suficientes materias primas como para lograrlo y ahora mismo no se están produciendo todo lo rápido que haría falta. Debido a una aceleración en la demanda, el suministro que hay en la actualidad se está volviendo más caro y está provocando tanto una avalancha de inversiones como nuevas formas de extractivismo y la intensificación de las modalidades de neocolonialismo.[6] Lo más probable es que no haya suficiente «margen para el carbono» como para permitir una transición para todo el mundo. Cualquier transición va exigir la construcción de unas cantidades inmensas de infraestructuras nuevas; los coches eléctricos, por ejemplo, tal y como pide el Green New Deal, necesitan no solo una producción mayor y más minería, que ya de por sí implican una alta intensidad de carbono, sino también enormes cantidades de acero y cemento, lo cual conlleva más emisiones. Llegados a cierto punto, estas nuevas emisiones socavan de manera efectiva los intentos por reducir el carbono.

    La respuesta a la pregunta «¿quién paga?» resulta aquí menos clara de lo que sugiere el relato de ricos contra trabajadores. El Green New Deal exigiría una expansión en las industrias primarias de la minería y, si los biocombustibles cobran relevancia, de la agricultura, dos sectores que se basan en la explotación de la tierra y de las personas por lo general en el sur global. No resulta complicado ver cómo se desarrollaría todo ello mientras se endurece la crisis climática. La apropiación masiva de tierra y de agua ya está en marcha y los conflictos que están teniendo lugar en torno al acceso a los recursos son innumerables. La producción de biocombustible y la sequía han tenido un papel fundamental en las crisis de los precios de los alimentos de 2007-2009 y 2010-2012, las cuales coadyuvaron a instigar los movimientos sociales, las rebeliones y las revoluciones de aquel periodo. Las limitaciones reales a las reservas de recursos existentes ya están conduciendo a nuevos procesos mineros más destructivos, incluida la minería en el fondo marino, redoblando el destructivo legado del extractivismo sobre el medioambiente. En otras palabras, además de las poblaciones y las naciones pobres, también la naturaleza va a tener que pagar por el Green New Deal. El hecho de que este proyecto esté diseñado para hacer sostenibles aquellos países que lo implementen no debería hacernos suponer que en el proceso vaya a hacerse sostenible el planeta.

    Aunque esté habiendo alguna discusión en los debates sobre el Green New Deal acerca de qué sucede con la gente de fuera de Reino Unido, en buena medida se las puede considerar ilusorias. Un incremento de las finanzas climáticas, de la transferencia tecnológica y del desarrollo de las capacidades (mediante la educación y el entrenamiento) solo resultan útiles si se dispone de los materiales para construir nuevos sistemas de energías renovables. Y eso no va a pasar. Bienvenido sea el apoyo a los refugiados climáticos, pero dadas las actuales posiciones del Partido Laborista respecto a la limitación de la libre circulación de los migrantes y al auge de las posturas políticas xenófobas de extrema derecha en Reino Unido y a escala global, deberíamos suponer que todo ello no se va a traducir en nada remotamente similar a una apertura de las fronteras del país, y mucho menos a un programa adecuado para tratar con las miles (si no millones) de personas, la mayoría del sur global, que ya se están viendo desplazadas debido al cambio climático. Si bien el Partido Laborista se ha comprometido a deshacerse de algunos de los peores aspectos del brutal régimen fronterizo actual, la inmigración y dicho régimen van a continuar.

     

    ¿Quién lo protagoniza?

    ¿Quién va a llevar a cabo el Green New Deal? El acuerdo lo promulgará el estado a través de un plan de inversiones y de regulaciones, así como de nacionalizaciones orientadas al sistema energético. También será el producto de la colaboración entre «sindicatos y la comunidad científica». En todo el documento se habla de la idea de una transición justa liderada por los trabajadores, que otorgue un papel central a los sindicatos actuales, como cabría esperar de un partido en el que estas organizaciones aún ejercen una influencia inmensa, pese al enorme empeño puesto en contra por parte de los elementos neoliberales dentro del partido. A ello se une que el proyecto del Green New Deal incluye una cláusula en la que se declara que el objetivo de que en 2030 no haya emisiones debería traducirse en una ley solo «si se logra una transición justa para los trabajadores», lo cual es resultado de la presión de algunos sindicatos, pues los sindicatos solo van a apoyar las medidas de este proyecto si supone la creación de empleo o la «transición sostenible» de los trabajos actuales.

    También es de esperar que haya organizaciones y think tanks que sigan teniendo un papel influyente a la hora de dar forma al Green New Deal, como hacen en general con las medidas del Partido Laborista. Lo que falla aquí es que hay pocos movimientos sociales e instituciones que no pertenezcan al estado con el poder suficiente como para actuar fuera y contra el estado y el capital y forzar cambios particulares o que se promulguen planes concretos. Esto define al Green New Deal como algo drásticamente diferente del New Deal original estadounidense y de otros proyectos socialdemócratas similares de otras partes del mundo, que contaban como actores como el IWW o el Partido Comunista para presionar al estado. Efectivamente, si bien el Green New Deal sin duda está haciendo que crezcan las expectativas, no queda claro si está ayudando a componer un electorado combativo y un poder social arraigado en los lugares de trabajo y en la población, o si por el contrario simplemente está devolviendo la fe en la política parlamentaria y en la efectividad del voto.

    Podemos transformar la pregunta de «quién protagoniza el acuerdo» en la de «quiénes forman parte de él». El Green New Deal será un pacto entre los estados y sus ciudadanos, un acuerdo negociado entre partidos políticos, organizaciones ecologistas, think tanks y sindicatos. Pese a la retórica internacionalista, no se trata de un acuerdo a escala global entre los estados ni entre el estado y la humanidad en un sentido amplio, sino entre el gobierno de Reino Unido y los ciudadanos de Reino Unido.

    Aquí resulta crucial saber quién está involucrado y quién no. No se trata de un pacto que provenga de un malestar masivo a nivel social, laboral o civil, así que de alguna manera debe contar con la participación del mundo de los negocios. Y aunque estén en posición de salir perdiendo con este acuerdo, algunos negocios potencialmente van a lograr enormes beneficios: las industrias de gestión de fronteras, de seguridad y de migraciones, las compañías mineras o las de transporte marítimo internacional van a salir beneficiadas de un modo sustancial. Lo mismo sucederá con las industrias que produzcan infraestructuras para las energías renovables y los coches eléctricos, o las que se ocupen de las plantas de desalinización y de la contención de las inundaciones, así hasta todo lo que va de la industria de los seguros hasta un sinnúmero de compañías de rehabilitación y gestión frente a las catástrofes. Dada la ausencia de una lucha de clases feroz, el capital puede afirmar sus intereses bajo la forma de una transición a un régimen de acumulación más sostenible. Pero si bien el capital puede ayudar a hacer posible un Green New Deal, no va a hacerlo con todos sus aspectos por igual. ¿Recuperar medidas de industrialización y vivienda pública? Quizá. ¿Una reducción radical del tiempo de trabajo, un amplio programa de impuestos y nacionalizaciones y una rebaja del consumo privado e industrial? Por desgracia, eso parece mucho menos probable.

    El Green New Deal no es un acuerdo con otras naciones o pueblos, así que deja fuera la cuestión de la justicia climática internacional por estar motivada únicamente por el voluntarismo, y no es tampoco un pacto con el mundo «más que humano». Es parte de un nuevo «ecologismo pero sin la naturaleza», una forma de ecologismo que se centra no en «salvar» el mundo natural sino en salvarnos a nosotros de la catástrofe ecológica producida por el capitalismo; una ruptura drástica con la historia de este movimiento.

     

    ¿Para hacer qué?

    ¿Qué aspira a hacer el Green New Deal? En la parte más importante del acuerdo encontramos una serie de propuestas que plantean un programa social en buena medida keynesiano de nacionalización de la producción de energía, desarrollo de planes de aislamiento de las viviendas, aumento de la producción de energía renovable y básicamente la electrificación de todo el transporte por carretera, todo lo cual está destinado a reducir las emisiones de carbono y crear puestos de trabajo. Habrá un aumento en la provisión de servicios universales que posiblemente incluya algún tipo de renta básica universal así como un aumento en los salarios sociales (mejora del sistema sanitario, vivienda pública, transporte público gratuito, etcétera). También habrá planes centrados en abordar ciertas prácticas ganaderas y agrícolas.

    La esencia del pacto se puede encontrar en el énfasis crucial que se hace en el empleo y el escaso compromiso que hay para hacer frente a las emisiones del consumo. El hincapié hecho en la electrificación del transporte en carretera es porque se trata del concepto básico en torno al cual se intenta hallar la cuadratura del círculo entre los trabajos y el medioambiente. La electrificación de ese tipo de transporte parece una fórmula para proteger (y crear) un número enorme de empleos, para que no haya que alterar de manera fundamental demasiados rasgos de la economía de Reino Unido (incluidos los sistemas logísticos, los patrones de consumo y por tanto de distribución, cómo va la gente al trabajo, etcétera) y, al mismo tiempo, reducir las emisiones del sector de los transportes ―un sector que es responsable de la cuota más amplia de las emisiones de carbono―. Aquí hay varios problemas. El primero es que los coches eléctricos aún traen consigo una inmensa cantidad de carbono, tanto a través del proceso de producción como debido a la extracción de los recursos que esta requiere. El segundo es que la electrificación de todo el transporte en carretera hará que aumente de manera masiva la demanda de electricidad en cifras que, de acuerdo a algunas estimaciones, superan el veinte por ciento, lo que a su vez hará que crezca la demanda de los recursos ya escasos que hacen falta para producir las fuentes de energía renovable. Tampoco trata la enorme cantidad de desperdicio generada por todos los procesos implicados en la producción de coches, baterías, etcétera. El tercero es que tampoco hace nada por abordar cómo la cultura del coche produce formas de vida insostenibles medioambientalmente: desde el crecimiento ubrano y una construcción de carreteras que no tiene fin hasta los modos de consumo particulares con una alta huella de carbono. Es este último punto el que resulta más perverso. La electrificación interpela a un deseo por cambiar todo lo que se pueda para cambiar lo menos posible. La razón para electrificar coches y camiones es por tanto la de preservar los sistemas social y económico que los permiten y los crean; mantener la fabricación como sector clave en el empleo ―o, más bien, aumentar su producción― para así conservar los puestos de trabajo a pesar de la necesidad de consumir y producir menos.

    El hecho de que se evite la cuestión del consumo y se haga tanto hincapié en la creación de empleo dentro de la sección «Empleos y medidas por el clima» ya nos dice todo lo que hay que saber acerca del acuerdo. Este pacto se basa en el mantenimiento, en la medida de lo posible, del sistema económico en el que estamos y de los modos de vida actuales al tiempo que se emprenden algunas acciones contra el cambio climático para minimizarlo todo lo que se pueda sin poner en riesgo nuestros estándares de vida. Consiste también en que las personas de fuera del norte global, las que viven en países que carecen del poder geopolítico o económico para competir por unos recursos que son escasos, se van a quedar fuera de la transición a una economía de bajas emisiones; de hecho, van a ser sacrificadas a cambio de nuevas minas o plantaciones de biocombustible, por ejemplo, las cuales permitirán la transición a las renovables por un nuevo sistema económico verde.

     

    Que las cosas sigan igual

    El trabajo con lo mejor que el Green New Deal tiene que ofrecer hace que nos quede claro que el objetivo último del acuerdo es el de intentar que las cosas sigan como están todo lo que sea posible, aunque con una observación: que cambie la distribución actual de la riqueza y que volvamos a algo que se pueda asemejar a la época dorada de la socialdemocracia (que resulta que también es la época dorada del capitalismo). Se trata de un programa de pleno empleo, de electrificación de los modos de vida existentes a través de las renovables, de pactos sólidos por la justicia climática internacional mientras aumenta de modo masivo la extracción de recursos y se mantienen unos controles fronterizos lo suficientemente fuertes. El pacto que ha propuesto el Partido Laborista viene a decir: «Tú vótanos y nosotros encontraremos la manera de generar mejores puestos de trabajo y seguridad en el ámbito social al tiempo que nos enfrentamos al cambio climático». Pero no van a ser capaces de hacer las dos cosas de manera efectiva, así que el acuerdo tácito es que se aprobarán medidas por el clima siempre y cuando se puedan reconciliar con la creación de empleo.

    En cuanto aumenten las contradicciones entre la reducción de emisiones de carbono y la creación de empleo, la tendencia va a ser a generar puestos de trabajo y proteger los modos de vida antes que a reducir emisiones. No nos queda otra más esperar que haya movimientos por el clima aún más grandes, aún más comprometidos, y organizarnos para ello, pero esto está lejos de ser así, y la tendencia política en la izquierda va a ser a tratar las injusticias sociales y económicas como una prioridad, por lo que es probable que el Green New Deal se convierta en un campo de batalla entre «los ecologistas» y «la izquierda» en lugar de un lugar donde encontrarse.

    A fin de cuentas lo que estamos viendo es la base del conflicto entre lo que es científicamente necesario y lo que es políticamente realista. Parte del peligro del Green New Deal radica en que sea visto como la solución en lugar de como un intento parcial por remodelar toda la política económica nacional. El problema aquí es que si es percibido como la solución, la izquierda va a verse atrapada en una lucha institucional en la que ceder y arrastrase por propuestas más «realistas» pasa a ser lo que lo domina todo, al tiempo que la pelea ya no es por la reducción de emisiones, sino por conservar la propuesta como tal del Green New Deal.

    Hay que dejar claro de todos modos que, si bien el Green New Deal no es la solución, tampoco es un trampolín con el que llegar a ella. La expansión y la intensificación del extractivismo, el aumento de la explotación del sur global y la implementación de nuevas formas de imperialismo «sostenible», seguir destrozando la biosfera y continuar con las emisiones contaminantes de carbono; ninguna de estas cosas puede ser asumida como un paso adelante hacia un futuro mejor. Más allá del brutal realismo político con el que se justifica un sacrificio aún mayor de vidas y de la propia vida por un modo más verde de consumismo sostenible, en el futuro que promete el Green New Deal no se habrá frenado el cambio climático antes de haber llegado a ser catastrófico.

    Pero aunque el Green New Deal no sea la solución, eso no justifica que lo ignoremos o que nos opongamos a él. Esta iniciativa es tanto una iniciativa institucional como una corriente. En tanto que iniciativa institucional, es un paquete de medidas con el que debemos tratar o contra el que podemos luchar con la intención de desplazarlo en una dirección más positiva. En tanto que corriente, necesitamos involucrarnos para dotarlo de forma pero también para generar algo más, algo con lo que ir más allá de los limitados esfuerzos por reformar el sistema en el que estamos y con lo que construir algo que nos asegure una vida rica y abundante a todos nosotros y a todo ser vivo en general.

    Hay dos tareas inmediatas. La primera es trabajar por ampliar aquellas partes del Green New Deal que dan pie o representan un programa de decrecimiento y justicia.[7] Entre ellas están la reducción del horario laboral, el aumento de los servicios sociales, la desmercantilización de los servicios básicos…; en definitiva, trabajar por que los ingresos estén desvinculados del trabajo y asegurarnos de que nuestra propia reproducción no se basa en un trabajo asalariado precario. También hace falta que, por encima de cualquier otra cosa, nos aseguremos de abolir a los ricos y sus privilegios, lo cual tendrá un impacto enorme e inmediato; y además cualquier ataque a los ricos tendrá también el efecto de debilitar su poder para enfrentarse a nosotros.

    Pero no va a ser suficiente con que intentemos llevar más lejos las exigencias actuales, también va a hacer falta un compromiso militante para oponernos y trabajar para detener el desarrollo de nuevas infraestructuras para los combustibles fósiles, o de las ya existentes, y de nuevos proyectos extractivos, especialmente aquellos que tienen lugar en el sur global. No puede haber una transición justa que dependa de un extractivismo neocolonial ampliado y no puede haber una descarbonización rápida sin clausurar la actual infraestructura de los combustibles fósiles. Al cerrar ambas vías, el estado, así como el capital, se verán forzados a buscar otras posibilidades para la generación, descarbonización y producción de la energía. Si las múltiples historias del capitalismo fósil nos han enseñado algo, es que los regímenes energético y económico son el producto tanto de nuestra resistencia y oposición como de las necesidades del capital y tienen lugar a través de la innovación tecnológica.

    También debemos ser conscientes de que no todos los decrecimientos son equivalentes entre sí. Hace falta un decrecimiento igualitario y comunista. En los últimos años han salido muchos artículos científicos que básicamente han exigido el fin del capitalismo. En cierto sentido, la ciencia reclama nada menos que el comunismo pleno, pero no el comunismo de esta parte de la izquierda que solo están interesada en comunizar el consumismo en lugar de acabar con él y en la redistribución del botín y de los beneficios del extractivismo sin cambiar el sistema económico que de él depende. Y si bien debemos cuestionarnos y transformar políticamente el deseo y los valores que van unidos al consumismo como forma de vida, en última instancia los pilares del consumismo son estructurales y no hay cambio posible hacia una forma de vida sostenible sin buscar la manera de construir nuevas infraestructuras y entornos que nos permitan ser autónomos respecto al mercado capitalista.

    El decrecimiento como modo de producir una abundancia radical debe convertirse en un elemento nuclear de las políticas de izquierdas. Podemos empezar por recuperar la crítica al capitalismo de consumo que surgió durante las décadas de los sesenta y de los setenta y reconocer que el consumismo beneficia sobre todo a la minoría rica. Para la amplia mayoría de la población mundial, el decrecimiento puede implicar y únicamente traerá consigo una vida mejor. No es suficiente con intentar reducir las emisiones al tiempo que hacemos que todo siga igual. La única vía que tenemos para continuar es hacer que todo cambie de manera radical. En este momento es la única propuesta realista.

     

     

    NICHOLAS BEURET es activista, investigador y actualmente da clases en la Universidad de Essex, en Reino Unido. Su investigación ahora mismo se centra en el cambio climático y su logística, las migraciones climáticas y las políticas contra la catástrofe.

    La ilustración de cabecera es «Downs in winter» (1934), de Eric Ravilious.

    [1] En este punto, véanse Christian Parenti, Tropic of Chaos: Climate Change and the New Geography of Violence, Nueva York, Hachette Book Group, 2011, y Todd Miller, Storming the Wall: Climate Change Migration, and Homeland Security, San Francisco: City Lights, 2017.

    [2] John McDonnell, «A Green New Deal for the UK», Jacobin Magazine, 30 de mayo de 2019.

    [3] Este desarrollo se ha visto acelerado gracias a los últimos trabajos del think tank relativamente nuevo Common Wealth, que ha reunido un paquete de medidas para el Green New Deal.

    [4] Véase, por ejemplo, «McDonnell Pledges Green Revolution Jobs», BBC News, 10 de marzo de 2019, y McDonnell, óp. cit.

    [5] Véase, por ejemplo, Nate Aden, «The Roads to Decoupling: 21 Countries Are Reducing Carbon Emissions While Growing GDP», World Resources Institute, 5 de abril de 2016.

    [6] Véanse, entre otros, Asad Rehman, «A Green New Deal Must Deliver Global Justice»,” Red Pepper, 29 de abril de 2019, y «The ‘Green New Deal’ Supported By Ocasio-Cortez and Corbyn Is Just a New Form of Colonialism», The Independent, 4 de mayo de 2019.

    [7] Acerca de este punto y del debate entre decrecimiento y Green New Deal, véase Mark Burton y Peter Somerville, «Degrowth: A Defence»New Left Review, II/155, enero-febrero de 2019 [trad. cast.: «Decrecimiento: una defensa», New Left Review, 115, marzo-abril de 2019]. Para una discusión más fina acerca del decrecimiento, véase Chertkovskaya, Paulsson, Kallis, Barca y D’Alisa, «The Vocabulary of Degrowth: A Roundtable Debate», Ephemera, 17, n.º 1, 2017, pp. 189-208

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  • He aquí las distopías

    He aquí las distopías

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    Por Kim Stanley Robinson

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Commune con el título «Dystopias Now».

    Las distopías son la otra cara de las utopías. Ambas expresan sentimientos en torno al futuro que tenemos en común: las utopías expresan nuestras esperanzas sociales; las distopías, nuestros temores. Hoy en día las distopías son muy populares, y no es de extrañar, pues tenemos muchos miedos acerca del futuro.

    Ambos géneros poseen linajes antiguos. La utopía se remonta al menos hasta Platón y desde el principio tuvo relación con la sátira, un género aún más antiguo. La distopía es claramente un tipo de sátira. Se decía que Arquíloco, el primer satírico, era capaz de matar a la gente con sus improperios. Posiblemente las distopías tengan la esperanza de matar a las sociedades que retratan.

    Desde hace tiempo vengo diciendo que la ciencia ficción funciona mediante una especie de acción doble, como las gafas que se usan para ver películas en tres dimensiones. Una de las lentes, la de la maquinaria estética de la ciencia ficción, retrata un futuro que puede llegar a suceder; es una especie de realismo proléptico. La otra lente presenta una visión metafórica de nuestro momento actual, como un símbolo dentro de un poema. Juntos, los dos puntos de vista se combinan y se convierten en una revelación de la Historia, extendiéndose de manera mágica hacia el futuro.

    Según esta definición, dentro de la doble acción de la ciencia ficción las distopías actuales se asemejan sobre todo a la lente de la metáfora. Existen para expresar cómo nos sentimos en este momento y se centran en el miedo en tanto que sentimiento culturalmente dominante. La búsqueda de un retrato realista de un futuro que efectivamente pudiera tener lugar no forma parte del proyecto; le falta esa lente de la maquinaria de ciencia ficción. La trilogía de Los juegos del hambre es un buen ejemplo de ello; el futuro que muestra no es plausible, ni siquiera es logísticamente posible. No es eso lo que se está buscando. Lo que hace muy bien es retratar cómo perciben los jóvenes el presente, elevado, a través de la exageración, a una especie de sueño o de pesadilla. Dado que esto es lo típico, las distopías pueden ser consideradas como una clase de surrealismo.

    Últimamente tiendo a pensar en las distopías como algo que está de moda, algo quizá perezoso, tal vez incluso complaciente, porque uno de los placeres de leerlas es la sensación de que, por muy malo que sea el momento actual, ni mucho menos es tan malo como los que padecen esos pobres personajes. Una emoción vicaria de consuelo mientras presenciamos/imaginamos/experimentamos las luchas heroicas de nuestros afligidos protagonistas. Enjuague y repita. ¿Esto es catarsis? Puede que más bien sea indulgencia y la creación de una sensación de seguridad por comparación. Una especie de Schadenfreude tardocapitalista y de nación avanzada por esos desafortunados ciudadanos ficticios cuyas vidas han sido destrozadas por nuestra propia inacción política. Si esto es cierto, la distopía es parte de nuestra más absoluta desesperanza.

    Por otro lado, en ellas se expresa un sentimiento real, una verdadera sensación de miedo. Algunos hablan de una «crisis de representación» en el mundo actual, que tiene que ver con los gobiernos: que nadie en ninguna parte se siente adecuadamente representado por su gobierno, sin que importe el tipo de gobierno de que se trate. La distopía seguramente sea una expresión de ese sentimiento de desapego e impotencia. Ya que nada parece funcionar en el presente, ¿por qué no hacer saltar las cosas por los aires y empezar de nuevo? Esto implicaría que la distopía es una especie de llamada al cambio revolucionario. Puede que haya algo de eso. Por lo menos con la distopía se dice, aunque sea de manera repetitiva y sin imaginación, y tal vez de manera salaz: «Algo va mal. Las cosas no están bien».

    Puede que sea importante recordar la presencia amenazadora del cambio climático como un desastre tecnosocial que ya ha comenzado y en la que van a estar sumidos los próximos dos siglos como una especie de factor sobredeterminante, sin importar lo que hagamos. Este periodo en el que estamos entrando podría convertirse en la sexta extinción masiva en la historia de la Tierra y en la primera causada por la acción humana. En ese sentido, el antropoceno es una especie de distopía biosférica generada diariamente, en parte debido a la actividad cotidiana de los consumidores burgueses de literatura y cine distópicos, de modo que existe un realismo repetitivo y de pesadilla en el proyecto: no solo es que las cosas estén mal, sino que además somos nosotros los responsables de hacer que estén mal. Y es difícil no darse cuenta de que no estamos haciendo lo suficiente por hacer que las cosas vayan a mejor, así que las cosas además van a ir a peor. La acción política colectiva es necesaria para mejorar; la solución a los problemas va a requerir algo más que virtud o renuncia personales. La colectividad tiene que cambiar y, sin embargo, hay fuerzas que impiden que la colectividad lo vea: así pues, ¡he aquí la distopía!

    Es importante recordar que aquí utopía y distopía no son los únicos términos relevantes. Hay que usar el cuadro de Greimas y ver que la utopía tiene un opuesto, la distopía, y también un contrario, la antiutopía. Para cada concepto hay un no-concepto y un anticoncepto. Así que la utopía es la idea de que el orden político podría funcionar mejor. La distopía es el no: la idea de que el orden político podría empeorar. Las antiutopías son el anti: la idea de la utopía en sí misma es errónea y mala, y cualquier intento por mejorar las cosas terminará empeorándolas y creando intencionadamente o no un estado totalitario o algún otro desastre político del estilo. 1984 y Un mundo feliz son ejemplos recurrentes de estas posiciones. En 1984, el gobierno trata de manera activa de hacer infelices a los ciudadanos; en Un mundo feliz, el gobierno intentó hacer felices a sus ciudadanos, pero salió mal. Como señala Jameson, es importante hacer frente a los ataques políticos a la idea de la utopía, ya que suelen ser declaraciones reaccionarias en nombre de quienes en este momento tienen el poder, de aquellos que disfrutan de una utopía para unos pocos apenas disimulada a la vez que existe una distopía para la mayoría. Esta observación nos proporciona el cuarto término del cuadro de Greimas, que a menudo es misterioso pero que en este caso es perfectamente claro: hay que ser anti-antiutopista.

    Una forma de ser anti-antiutopista es ser utopista. Es crucial seguir imaginando que las cosas podrían ir a mejor y, además, imaginar cómo podrían hacerlo. Aquí no hay duda de que hay que evitar el «cruel optimismo» de Berlant, que quizá consista en pensar y decir que las cosas van a mejorar sin hacer el esfuerzo de imaginar cómo. Para evitarlo, tal vez sea mejor recordar la cita de Romain Rolland que tan a menudo se atribuye a Gramsci: «Pesimismo del intelecto, optimismo de la voluntad». O tal vez deberíamos renunciar por completo al optimismo o al pesimismo: tenemos que hacer este trabajo sin que importe cómo nos sintamos al respecto. Así que, ya sea por fuerza de voluntad o meramente por la situación de emergencia, nos obligamos a tener pensamientos e ideas utópicas. Este es el siguiente paso necesario después del momento distópico, sin el cual la distopía queda atrapada en un nivel de inmovilismo político que puede convertirla en una herramienta más de control y de que las cosas sigan como están. La situación es mala, sí, vale, ya basta; eso ya lo sabemos. La distopía ha hecho su trabajo, eso ya es pasado, quizá sea algo autocomplaciente quedarse atrapado en ese punto. Siguiente pensamiento: la utopía ―sea realista o no, y quizás sobre todo si no lo es―.

    Además, sí que lo es: las cosas podrían ir mejor. Los flujos de energía en este planeta y la experiencia tecnológica actual de la humanidad son tales que físicamente es posible construir una civilización mundial ―es decir, un orden político― que proporcione alimento, agua, cobijo, ropa, educación y atención sanitaria adecuadas para los ocho mil millones de seres humanos al tiempo que asegura el sustento de todos los demás mamíferos, pájaros, reptiles, insectos, plantas y otras formas de vida con las que compartimos y cocreamos esta biosfera. Claro que hay dificultades, pero solo son eso, dificultades. No son limitaciones físicas que no podamos superar. Así que, dadas las complicaciones y dificultades, la tarea que tenemos por delante es la de imaginar formas de avanzar hacia ese lugar mejor.

    Mucha gente se va a poner a replicar inmediatamente que esto es demasiado difícil, demasiado inverosímil, contradictorio con la naturaleza humana, políticamente imposible, antieconómico y demás. Que sí, que sí. Aquí está el cambio del cruel optimismo al pesimismo estúpido, o llamémoslo pesimismo cool, o simplemente cinismo. Es muy fácil oponerse al giro utópico evocando algún principio de realidad mal definido pero aparentemente omnipresente. A quienes les van mejor las cosas hacen esto todo el rato.

    Evidentemente estamos entrando en el reino de lo ideológico, pero es que es donde hemos estado todo el tiempo. La definición de Althusser, que define la ideología como la relación imaginaria con nuestras condiciones reales de existencia, resulta muy útil aquí, como en todas partes. Todos tenemos ideologías, son una parte necesaria de la cognición, sin ellas estaríamos desvalidos. Así que la pregunta es: ¿qué ideología? Las personas eligen, incluso aunque no lo hagan bajo condiciones generadas por ellas mismas. Aquí, teniendo en mente que la ciencia también es una ideología, yo sugeriría que la ciencia es la ideología más potente para estimar lo que físicamente es posible hacer o no hacer. La ciencia es IA, por así decirlo, en el sentido de que la vasta inteligencia artificial que es la ciencia sabe más de lo que cualquier individuo puede saber ―Marx llamó a este saber distribuido «el intelecto general»― y continuamente reitera y perfecciona aquello que afirma, en un proyecto recurrente y continuo de automejora; una ideología muy poderosa. Para mi propósito aquí, solo apelo a la ciencia para afirmar que, si los distribuyéramos adecuadamente, los flujos de energía de nuestra biosfera proveerían de modo suficiente a todas las criaturas vivientes del planeta hoy en día. Esa distribución apropiada implicaría no únicamente tecnologías más limpias y, en última instancia, descarbonizadas, que son necesarias, pero no bastan. También tendríamos que redefinir el trabajo para incluir todas las actividades ahora llamadas de reproducción social, tratándolas como actos lo suficientemente valiosos como para ser incluidos de una manera u otra en nuestros cálculos económicos.

    Una vida apta para todos los seres vivos es algo que el planeta todavía está en condiciones de proporcionar; tiene los recursos adecuados y el sol proporciona suficiente energía. En otras palabras, hay una cantidad adecuada; que haya suficiente para todos no es físicamente imposible. No será fácil de organizar, obviamente, porque se trataría de un proyecto civilizatorio total, que conllevaría tecnologías, sistemas y dinámicas de poder; pero es posible hacerlo. Esta descripción de la situación puede que no siga siendo cierta durante muchos años más, pero mientras lo sea, dado que podemos crear una civilización sostenible, deberíamos hacerlo. Si la distopía ayuda a asustarnos para que trabajemos más duro en ese proyecto, y quizás lo haga, entonces bien: distopía. Pero siempre al servicio del proyecto principal, que es la utopía.

    KIM STANLEY ROBINSON es un célebre autor de obras de ciencia ficción que han sido traducidas a más de veinticinco idiomas. Entre sus novelas más conocidas se encuentran 2312, Aurora, la trilogía compuesta por Marte rojo, Marte verde y Marte azul, o su obra más reciente, Luna roja.

    La ilustración de cabecera es «Dystopias», de Michael Kerbow.

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  • «El Green New Deal ofrece un mensaje positivo, pero también nombra claramente a los culpables de la crisis» – Entrevista con Anthony Torres

    «El Green New Deal ofrece un mensaje positivo, pero también nombra claramente a los culpables de la crisis» – Entrevista con Anthony Torres

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    Esta entrevista es el resultado, traducido y editado, de una conversación de dos horas con Anthony Torres, activista neoyorkino contra el cambio climático. Anthony nació en Long Island y ha estado muy involucrado en el movimiento por el Green New Deal en Estados Unidos. Su implicación en este movimiento viene después de haber participado en el movimiento juvenil por el clima y luego, en general, en el movimiento por la justicia climática y en los espacios políticos progresistas durante sus años de estudiante. Después de haber estado haciendo durante dos años campañas nacionales con y para varias organizaciones, considera el Green New Deal la culminación de este esfuerzo, una propuesta audaz para la crisis climática, algo que resonara con el público general y que tuviera la ambición y la igualdad en su centro, con el objetivo de ser realmente transformador para todos los estadounidenses.

    En primer lugar, ¿cuál dirías que es la gran diferencia entre el movimiento del Green New Deal y los movimientos tradicionales, es decir, ecologistas y por el medioambiente? 

    Buena pregunta. Podríamos estar hablando de esto todo el día. Lo realmente poderoso del Green New Deal es que ofrece un programa de gobierno para el movimiento. No sólo para el movimiento, sino para cualquier persona, cualquier miembro progresista de la izquierda, cualquier estadounidense que crea que tenemos que transformar una economía amañada y un sistema político que no funciona en nuestro favor, y que tenga miedo de los impactos actuales y futuros del desastre climático. El Green New Deal ofrece una nueva forma de hacer política y muestra un camino, una visión y una estrategia para conseguir grandes cambios materiales en nuestra sociedad, así como para distribuir el poder y los recursos de manera diferente en Estados Unidos. En el pasado, creo que muchas de las luchas de los movimientos climáticos estaban muy enfocadas en diferentes partes de la receta. Era como si dijeran «de acuerdo, necesitamos centrarnos en la desinversión de estas instituciones o en el cierre de estas plantas de carbón específicas y en el avance de estas plantas de energía renovable específicas». Era un poco fragmentario. Era muy parecido a: «Hey, aquí están las diferentes partes y aquí los diferentes componentes». No es que esas cosas no fueran importantes, había un espectro de eficacia, y también había una amplia gama de diferentes grados de éxito. Pero lo que el Green New Deal ofrece es una forma de que cualquiera pueda conectarse e involucrarse. Crea una demanda audaz a nuestros políticos: tienen que comprometerse con un cambio sistémico, no sólo con las diferentes partes del problema. Es ambicioso y lo es de forma intencional; es ambicioso porque su ADN permite que la gente continúe mejorándolo. Así que si estás trabajando para deshacerte de la contaminación en tu comunidad, puedes pensar qué forma debería tener un Green New Deal en tu comunidad. Mientras que con otros esfuerzos anteriores fue muy difícil conseguir un apoyo público masivo porque no siempre fue algo que pareciera resonar o estar ligado a las necesidades de cada estadounidense. Mientras que el Green New Deal ha llegado en un momento perfecto en el que también nos encontramos en medio de una crisis de legitimidad en Estados Unidos, nos estamos preguntando cuáles son las instituciones y sistemas que van a funcionar para todos. Un Green New Deal ofrece una plataforma a nivel nacional para lograr un cambio en un menú completo de soluciones.

    ¿Por qué crees que está funcionando ahora y no lo hizo antes? 

    Es una combinación de varios factores. Tiene que ver con lo anterior. Históricamente, muchos ecologistas en los EE.UU. no dejaron claro quiénes eran los verdaderos culpables. Aunque un Green New Deal ofrece una gran plataforma de soluciones y un mensaje muy proactivo, también nombra claramente quiénes son los culpables de la crisis, los ejecutivos de compañías de combustibles fósiles y los políticos corruptos que trabajan juntos como un cuerpo de élite para sacar provecho de un planeta en llamas, a expensas de la gente trabajadora, las comunidades de color y, en este caso, los estadounidenses y la gente de todo el mundo, de muchas comunidades. La crisis climática se ceba en estas comunidades y tenemos que dejar muy claro al público quién es el culpable, porque si no se deja claro quién es el culpable, la gente rellenará el hueco por sí misma con lo que la cultura dominante suele decir y, sea cierto o no, en este caso, puede ser explotado por medios muy peligrosos. Volviendo a la pregunta, tenemos que: uno) somos capaces de nombrar a los culpables y dos) somos capaces de nombrar a quién va a liderar el cambio y esto permite a todo el mundo a ser parte de la conducción de ese cambio.

    Hay otro par de factores que explican por qué no ha funcionado antes y ahora sí. Uno es que en Estados Unidos hemos estado en una situación muy particular en los últimos años. Hemos visto una variedad de crisis, incluyendo la crisis climática en general. Pero si se mira desde el huracán Katrina hasta las guerras sin fin en Irak, Afganistán, etcétera, la crisis financiera, los asesinatos policiales, los asesinatos sin culpable de negros por parte de la policía y la detención masiva y la deportación de inmigrantes, todas estas crisis que afectaron a los estadounidenses que quedaron sin resolver y nadie tuvo que rendir cuentas por ellas. Esto ha dado lugar a este momento en el que estamos, en el que existe un profundo deseo de una revisión completa de la forma en que estamos haciendo las cosas. Así que el momento era el adecuado para un mensaje radical y ambicioso que genere un camino para que la gente sepa cómo vamos a pasar de donde estamos hoy a un futuro más habitable. El segundo factor también tiene que ver con estas crisis, y con el hecho de que ha habido una falta de liderazgo real en nuestro sistema político, se ha visto un renacimiento de los movimientos sociales en Estados Unidos en la última década, desde el movimiento contra la guerra hasta Occupy, pasando por el nuevo movimiento por la justicia climática y de Black Lives Matters a los Dreamers. Todos estos movimientos han estado construyendo poder y activando a millones de estadounidenses alrededor de la organización social, y realmente han confrontado y desafiado el sentido común de cómo estamos haciendo las cosas. Así que este momento ha sido perfecto, han sido esos dos factores juntos y el hecho de que, a diferencia de lo que ocurrió en el pasado, en los últimos años de esfuerzos climáticos, el Green New Deal fue organizado, impulsado desde abajo, por el movimiento Sunrise, que ha sido uno de esos movimientos que tuvieron la estrategia de enfocarse en «¿cómo construir el apoyo público?» ¿Cómo creamos apoyo público? ¿Cómo conseguimos que las masas formen parte de este movimiento? Y cómo podemos hablar directamente con ellos como nuestro objetivo y hacer que los que están siendo atacados sean los mismos que toman las decisiones que realmente tienen la influencia para hacer lo que hay que hacer. La última parte del éxito del Green New Deal es cómo ha utilizado la táctica del movimiento Sunrise de entrar en la oficina de Nancy Pelosi después de una serie de elecciones híperpolarizadoras y decisivas con Alexandria Ocasio Cortez, una nueva líder de los progresistas. Una nueva figura progresista que ocupa el centro del escenario y ofrece un lugar al que la cámara puede enfocar, y es capaz de contar una historia: que esta es la nueva América que se está levantando, que va a construir un país que sea justo para todos nosotros por primera vez. Ese mensaje, conectado con la profundización de las crisis, especialmente la climática, y con el creciente activismo político entre los estadounidenses, ha conducido a la tormenta perfecta que era el Green New Deal irrumpiendo en la escena y tomando el control del discurso público.

    ¿Crees que el Green New Deal está tratando de movilizar a un grupo social que ya existe, con sus necesidades y ambiciones, y que puede tratar de crear un mensaje ante el que ellos digan: «esto es lo que yo quería y a lo mejor no lo sabía antes, pero esto es lo que yo quería». ¿O piensas que al poner el mensaje ahí afuera estás creando un nuevo grupo de personas que se están organizando alrededor de este mensaje? ¿Uno de los dos tiene prioridad sobre el otro?

    Creo que las dos cosas forman parte de una misma estrategia. Hay un espectro de apoyo y lo que ya sabemos es que la inmensa mayoría del público estadounidense apoya una acción significativa sobre el cambio climático. Sabemos que para muchas de las soluciones políticas radicales contamos con el respaldo del público, pero muchos de esos millones de personas son pasivas en su apoyo y hay muchas otras que son más neutrales o simplemente no han escuchado un mensaje lo bastante potente, que resuene y que realmente hable de aquello a lo que están enfrentando en sus propias vidas y comunidades. También está la base de nuestro movimiento, que a menudo ha estado fracturado en muchas facciones distintas, centrándose en muchos esfuerzos diferentes. Hay muchos roles diferentes para diferentes organizaciones y grupos. No todo lo van a hacer los únicos que luchan por un Green New Deal, pero creo que lo que es realmente crítico es que con un Green New Deal tenemos la capacidad de ampliar y aumentar la participación de nuestros partidarios activos y llevarlos al liderazgo de nuestro movimiento en todo el país. Avanzar en un Green New Deal y avanzar en un objetivo muy ambicioso pero muy directo y claro. En segundo lugar, también tenemos la capacidad, tanto con el mensaje de un Green New Deal como con la visión, pero también con partes de las políticas y soluciones que están dentro de él, de construir y atraer a más indecisos hacia el apoyo pasivo, a más partidarios pasivos hacia los partidarios activos. Con eso podemos hablar de cómo podemos tener un Green New Deal para la agricultura y la América rural que proporcione medios de vida prósperos y comunidades saludables para los agricultores y los trabajadores agrícolas. O bien, ¿cómo podemos lograr un Green New Deal para las comunidades costeras en el que seamos capaces de desmantelar la contaminación tóxica que está destruyendo nuestros ecosistemas marinos y, además, construir la resiliencia y la protección de las comunidades que van a estar a la vanguardia de los desastres? ¿Cómo podemos tener un Green New Deal que funcione como una política industrial que realmente tenga economías localizadas de manufactura limpia y que refuerce la forma en que somos capaces de mantener y crear buenos empleos sindicados de alta calidad en comunidades que han sido abandonadas por las empresas, que iban a dondequiera que pudieran explotarnos lo más posible? El Green New Deal puede hablar de todos estos temas y permite construir su base de apoyo sobre muchos de aquellos que no se han visto a sí mismos como parte del movimiento en el pasado. Creo que ya lo estamos viendo. En Estados Unidos, antes de que apareciera el Green New Deal, el cambio climático era entre los votantes e incluso entre los votantes del Partido Demócrata una especie de asunto menor, de segundo orden. No era una prioridad en absoluto. Ahora, es una de las principales prioridades para los votantes, y entre los votantes demócratas que opinan sobre las elecciones de 2020, está sistemática considerado como la principal preocupación. Más del 80 por ciento de los votantes demócratas quieren elegir y apoyar a candidatos que promuevan un conjunto ambicioso y equitativo de políticas climáticas. La gente está realmente hambrienta por un Green New Deal y ahora, a medida que estamos viendo el daño a nuestro clima dar lugar a más y más consecuencias sobre nuestra gente, se ha convertido en una prioridad absoluta. Creo que ya estamos viendo cómo estamos movilizando a la gente de este espectro de apoyo con nuestro mensaje y nuestra organización para que se vuelvan más y más activos y asuman más liderazgo en nuestro movimiento.

    En relación con esto, mencionaste que para ti parte del Green New Deal era poder identificar al enemigo. Dijiste que eran esencialmente los multimillonarios de la industria fósil. En realidad, si sólo fueran esos tipos los que causaran el problema, sólo serían unas cien personas y no habría conflicto social. Así que, aparte de ellos, ¿se identifica a más personas que puedan unirse en torno a ellos o resistirse a algo que suene a Green New Deal? ¿Tenéis estrategias para amoldar vuestro mensaje a ellos? Es decir, ¿cómo tratas con esa gente y a otra gente por el estilo?

    Eso es algo a lo que le estamos dando muchas vueltas ahora mismo. Hemos hablado de cómo en los últimos meses el Green New Deal entró en la conversación política y se volvió ampliamente popular. Tenemos supermayorías en todos los sectores demográficos. Los estadounidenses desean apoyar un Green New Deal, especialmente si saben en qué consistiría. Y hemos visto cómo la derecha, financiada por los multimillonarios de los combustibles fósiles, se lanzaba en una embestida total contra el proyecto. Tenían el dinero para difundir sus mentiras sobre cómo se iban a hacer cosas que no tenían nada que ver con la idea que estamos proponiendo, y también para avivar el miedo entre el público e intentar buscar a los falsos culpables. Esto, por supuesto, puede ser un desafío, y ha habido consecuencias de ese ataque, pero todavía tenemos una gran mayoría de estadounidenses que están a favor de nuestra visión. En realidad, creo que este es el momento en que tenemos que duplicar los esfuerzos por un Green New Deal y no retroceder, y eso se debe en parte a que ahora tienen que luchar en nuestro terreno. Les hemos obligado a posicionarse claramente en contra del Green New Deal. Ahora somos capaces de fijar los términos de la conversación y es una buena señal cuando tienes a tu oposición política aumentando la intensidad de su respuesta y movilizándose de tal manera en tu contra. Es cuando sabes que estás ganando. Ahí es cuando sabes que estás empezando a ganar la disputa del sentido común. Si nos retiramos de un Green New Deal, tendremos que encontrar nuevos mensajes o hablar sobre las soluciones y las crisis que enfrentamos con un lenguaje que no necesariamente conecta con la gente, que no es cercano. Acabas en la situación inversa, en la que tienes que luchar en su territorio, tienes que decir que no a sus falsas soluciones. Es mucho menos efectivo decir no a sus falsas soluciones, a las demandas de los multimillonarios de los combustibles fósiles que decir: «No, tú tienes que decir que no, son nuestras soluciones, nuestra plataforma». Más allá de eso, hay muchos estadounidenses que se han sentido abandonados o descuidados por los movimientos sociales del pasado y para quienes la economía de los combustibles fósiles ha sido una parte intrínseca de su vida, su sustento y sus comunidades. Especialmente en algunas áreas donde la comunidad depende de la industria de los combustibles fósiles, creo que ahí es donde tenemos que decir claramente cómo un Green New Deal va a apoyar una transición justa para que todos los trabajadores y las comunidades se muevan hacia una economía más saludable y próspera que no deje a nadie atrás.

    Esto recuerda a cuando el socialismo era popular, en el sentido de que nunca fue algo totalmente detallado. ¿Qué es una sociedad socialista? Gente en muchas situaciones identificaba sus aspiraciones con esa causa. Era una idea vaga pero ambiciosa. Fue capaz de identificar a un enemigo y movilizar a mucha gente. Por supuesto, esto no está exento de problemas, que se han visto perfectamente bien en la historia. Pero parece que no se puede crear un movimiento de masas escribiendo una programa enormemente aburrido y detallado. Cuando decías que esos eran los tres aspectos del Green New Deal que considerabas fundamentales, la forma en que las explicas hace que parezcan algo que puede tener un apoyo masivo, porque en cierto modo podría parecer que se está modernizando una economía capitalista. Ninguno de estos fundamentos debería asustar a las personas más ricas, solo estáis diciendo: «Vamos a contaminar menos, vamos a crear buenos empleos, etc». Sin embargo, si sólo hacemos eso, no estamos abordando completamente la amenaza climática. Así que, ¿os preocupa o no que se puedan aplicar realmente estas reformas, pero que de todos modos podríamos seguir sin resolver el problema?

    El Green New Deal es grande a propósito. Se dejó a un nivel muy alto y abierto porque necesitamos que esta plataforma y esta agenda de gobernanza sean elaboradas por y para la gente, por gente de todas las comunidades diferentes. Acordamos ser específicos en tres objetivos. En realidad, la resolución del Green New Deal que ahora ha sido presentada por Alexandria Ocasio Cortez y Ed Markey a los miembros de la Cámara de Representantes y del Senado, y que cuenta con más de cien miembros del Congreso como copatrocinadores, establece 15 metas específicas de un Green New Deal. Por supuesto, debemos y podemos ser mucho más detallados. Pero este Green New Deal ofrece una agenda, un marco y una visión, que es algo que puede ser aplicado y moldeado de muchas formas diferentes. Las tres áreas principales en las que me gusta pensar, y que son nombradas muy específicamente, son que el Green New Deal está tratando de reducir de forma ambiciosa la contaminación, está tratando de crear millones de buenos empleos sindicados y está tratando de transformar la economía en una que funcione para todos los estadounidenses y, por último, de abordar directamente la crisis de desigualdad basada en el racismo y la desigualdad económica en nuestro país. Y esos son tres objetivos críticos que deben cumplirse para que cualquier solución sea considerada parte de un Green New Deal, debe abordar esas tres áreas. Y creo que hay una cosa que me gustaría decir, creo que es justo exigir siempre «bueno, queremos el plan completo», pero eso vendrá y eso se va a construir sobre la base de todas las diferentes políticas del Green New Deal a nivel local, estatal e internacional mientras nos preparamos para tomar el poder a nivel nacional en los Estados Unidos. Donde más a menudo oigo la crítica es por supuesto en Twitter, pero también de gente que viene del mundo de la política y no necesariamente entiende que no podemos construir poder y conseguir el cambio que queremos simplemente vendiéndolo a todo el mundo y haciéndole saber a todo el mundo que tenemos cada detalle resuelto. Lo siento. No funciona así. Lo que tenemos que vender es la visión. Tenemos que vender el resultado, a dónde vamos. Tenemos que construir poder y apoyo en torno a los objetivos finales y, en muchos casos, en torno a algunos de los medios creativos y ambiciosos con los que vamos a conseguirlo. Necesitamos crear el espacio y organizarnos para que millones de estadounidenses puedan dar su opinión sobre cuáles serán estas políticas y soluciones. Ahora mismo, y cuando el Green New Deal se concibió, es el momento de exponer nuestra visión, a dónde tenemos que ir. Hemos intentado en el pasado vender todos los detalles, algo así como: «escuchad, ¿queréis apoyar este mecanismo de financiación realmente complejo para que reduzcamos la contaminación de este lugar? ¿Queréis reducir el poder de las empresas en esta área y luego obtener parte de ese dinero para crear algunos puestos de trabajo en este pueblo?» Así no es como se consigue el apoyo masivo de la sociedad, esos son los pasos que vienen después de transmitir la visión amplia.

    Esta es una de las críticas que se hace habitualmente al Green New Deal: no está muy claro qué medidas se van a tomar. Y, como has dicho, estas medidas pueden ser diferentes según la necesidad de cada población. ¿Crees que esto ha sido un problema en la campaña hasta ahora? ¿Cuáles han sido algunos otros problemas que has encontrado a lo largo del camino?

    Bueno, todo esto es en parte una apuesta. Volviendo a la otra pregunta y luego entrando en esto, con el Green New Deal queríamos hablar en términos bien articulados y de frente sobre los valores que vamos a estar asumiendo y que van a impulsar el cambio y cómo se materializa esta visión. La ocupación del despacho de Nancy Pelosi provocó agitación y dio publicidad al Green New Deal, y los valores, el mensaje y la visión que se percibió en todo el país sobre el Green New Deal creó el espacio político para que instituciones, políticos, candidatos, organizaciones, comunidades tuvieran el apoyo y el impulso para poner en marcha sus planes muy detallados sobre cómo llevarlo a cabo. Después de unos cuantos años en el movimiento climático, no ha habido un momento en el que, como ahora, casi todos los candidatos presidenciales estuvieran presentando planes detallados sobre cómo su plan de Green New Deal afectaría a todos y cada uno de los sectores de la economía. Esto es lo que queremos decir con que «iba a ocurrir». Los detalles ya vendrán, gracias a que antes hemos creado el espacio político para que la gente pueda debatir y luchar por lo que esto va a ser. La pregunta ha pasado de si íbamos a actuar sobre el clima o no, o si el cambio climático es real o no, a «¿qué tipo de Green New Deal vas a apoyar e impulsar? ¿Cómo vas a luchar contra la crisis climática?» Eso ya ha cambiado. Ahora es cuando hay que definir los detalles.

    Volviendo a tu pregunta, siempre existe el peligro de que las demandas de nuestro movimiento puedan ser cooptadas para satisfacer los objetivos de las empresas, o por actores y políticos malintencionados que en realidad no quieren servir a las necesidades de la gente y realmente quieren usar este impulso político para su propia agenda y beneficio. La consecuencia de ello sería el no ser capaces de hacer lo necesario para frenar las crisis a las que nos enfrentamos, y eso es realmente culpa nuestra. Ahora que hemos creado este espacio político no solo tenemos que defenderlo, sino que es nuestro papel y el de muchos otros en nuestro movimiento impulsar el Green New Deal como un punto de apoyo para lo que realmente necesitamos en nuestra sociedad y en nuestro mundo. Por supuesto, existe la amenaza de que el Green New Deal y sus políticas puedan ser lanzadas o explotadas o redirigidas hacia un simple capitalismo pintado de verde. Nos corresponde a nosotros asegurarnos de que el Green New Deal está dirigido específicamente a eliminar a los culpables de la crisis y no solo a los multimillonarios específicos de los combustibles fósiles, sino también al sistema económico y político, así como a los sistemas sociales que han creado esta crisis en primer lugar. Por eso creemos que el Green New Deal es tan importante. No se puede abordar la crisis climática por sí sola, tenemos que enfrentarnos al sistema capitalista. Es el que ha hecho que la extracción por cualquier medio y a cualquier precio y el beneficio de unos pocos, y de cada vez menos sea más importante que la salud y la seguridad de todos los que viven en este planeta. Necesitamos un Green New Deal que también aborde el que crisis climática surge de un sistema que fue diseñado para crear una jerarquía de poder, para crear una jerarquía sobre quién recibe los beneficios y que también ha establecido una jerarquía del valor humano. Esa jerarquía de valor humano incluye la esclavitud de la población negra, la exterminación de los pueblos indígenas y la formación de una subclase de trabajadores que crean gran parte de la riqueza y el trabajo de los que depende la sociedad, pero que no reciben los beneficios. Ese sistema de extracción, de extinción, de explotación creó directamente el camino hacia donde estamos. En un momento en que la élite política y económica ha jodido tanto al planeta y a nuestra civilización humana que literalmente se está canibalizando a sí misma, no tiene sentido perseguir un Green New Deal que no conduzca a una economía, una democracia y un planeta que sirvan mejor a la mayoría y que restrinja y quite el poder y los privilegios que los pocos que nos trajeron aquí en primer lugar han mantenido durante demasiado tiempo.

    Respecto a lo que decíamos antes, que esto ya se intentó, ¿cómo crees que han cambiado las circunstancias? Hace 20 años, con Al Gore, la crisis ecológica estaba ahí ya, pero era otra época, era antes de la crisis financiera de 2008, y no había ningún movimiento que la respaldara, ni siquiera los grupos medioambientales, como el Sierra Club, se dedicaban mucho a esto, era un mensaje casi mesiánico de un solo tío. ¿Crees que el hecho de que Trump fuera elegido presidente es parte de lo que ha hecho esto posible? Si hubiera un presidente demócrata, Hillary Clinton u otra persona, la gente habría sentido que se les puede pedir cosas porque, ya sabes, son los buenos o los menos malos?

    Sobre si este empuje tiene que ver con Trump, y con el hecho de que tenemos a Trump y fascistas en el poder y que la industria de los combustibles fósiles está influyendo en las agencias reguladoras, en comparación a digamos una continuación de cómo los liberales dirigían el gobierno federal, creo que en cualquier caso era el momento del Green New Deal. El movimiento social, Sunrise y muchos de los esfuerzos de los que fui parte para tratar de crear una plataforma ambiciosa e igualitaria que luego se convirtió en el Green New Deal, todo eso comenzó antes de la elección de Trump. En parte porque, sí, sean o no demócratas y republicanos, los políticos no estaban haciendo lo necesario, a todos los niveles, a la escala que la ciencia y la justicia exigen, para detener la crisis del clima y de igualdad y democracia. Nadie nos iba a salvar y creo que parte del problema del ecologismo dominante en los últimos años había sido esta dependencia de pedir o mendigar a los políticos liberales y progresistas, que hicieran el mínimo o que hicieran cambios incrementales y apostar a que solo porque tenían buenas intenciones o porque ellos, los ecologistas, estaban allí, los políticos harían lo que era necesario. Eso resultó ser un fracaso. Quiero decir, sí, hubo progreso en la administración de Obama. Sí, algunas cosas fueron importantes, se lograron nuevos puntos de apoyo. Pero también tuvimos que luchar con uñas y dientes para que la administración rechazara el oleoducto Keystone XL. La administración comenzó con un mal proyecto de ley de cap&trade en el que la comunidad ambiental gastó millones y millones de dólares, en un esfuerzo que nunca fue a ninguna parte. Mientras, las cosas empeoraron, perdimos mucho tiempo y nuestra oposición se hizo más fuerte, creció su capacidad de marcar el discurso y para mantener nuestra dependencia de un sistema explotador. Así que el Green New Deal iba a llegar porque, independientemente de quién estuviera en el poder, necesitábamos una intervención audaz y provocadora para producir un cambio en nuestra política. Eso es lo que el Green New Deal y lo que los jóvenes que han estado liderando el movimiento en los Estados Unidos han sido capaces de lograr. Creo que el impacto de la elección de Trump fue obviamente la urgencia. La urgencia aumentó por el hecho de que incluso todas esas ganancias incrementales estaban siendo eliminadas por Trump y el partido republicano. Y la segunda razón por la que creo esto (no todo el mundo está de acuerdo en este punto), es que hubo una demostración clave después de 2016 de que el establishment nunca iba a hacer lo que se necesitaría para, al menos, protegernos e, idealmente, tomar medidas contundentes. Así que creo que muchos de los estadounidenses que ahora forman parte de este movimiento se dieron cuenta de que los que decían «tenemos que esperar el mejor momento o haremos las cosas despacio» eran los que tampoco lograron impedir que llegar al poder la gente que hará lo que sea para destruir el planeta en su propio beneficio.

    ¿Cuál crees que es el escenario en este momento en los EE.UU., siendo este el año anterior a las elecciones? ¿Cuáles crees que son algunos de los posibles resultados de las elecciones y algunos de los escenarios más probables? ¿Crees que va a haber grandes obstáculos? Si los demócratas ganan la Casa Blanca y el Congreso, ¿es posible que todo quede bloqueado en el Senado, o en la Corte Suprema?

    A partir de 2020 tenemos que movernos muy rápido. Los próximos 10 años tienen que ser la década del Green New Deal. Deben ser años en que aprobemos el conjunto de prescripciones políticas del Green New Deal a nivel nacional y en cada uno de los demás niveles de gobierno. Tenemos que seguir acelerando. Va a ser un proceso que tiene que ser cada vez más ambicioso para hacer frente a la magnitud de las crisis a las que nos enfrentamos. Especialmente cuando se pongan peor. Necesitaremos un movimiento que sea lo bastante fuerte como para enfrentarse a los que se benefician del caos climático, ya se trate del Senado Republicano o de jueces de la Corte Suprema (que para empezar no deberían estar allí) o de los fascistas y nacionalistas blancos que intentan amenazar e imponer la violencia a los estadounidenses. Creo que hay diferentes escenarios por delante. Este que planteo es uno de ellos. No creo a nadie que diga que esto es lo más probable. Hay muchos escenarios diferentes que pueden ocurrir. Y lo que tenemos que tener muy claro es dónde tenemos que estar. Es decir, después de las próximas elecciones, tenemos que exigir firmemente que cada día sea otro salto adelante hacia nuestra visión de un Green New Deal. Las cosas ya se han puesto en marcha, debido a la organización que se ha hecho desde una variedad de movimientos. Con la aparición de una mayoría progresista entre el público estadounidense, estamos viendo que los candidatos que quieren reemplazar a Trump tienen que presentar planes cada vez más detallados y ambiciosos sobre cómo llegar a un Green New Deal. Así que tendremos que exigir a quienquiera que gane que cumpla nuestro estándar de lo que debe ser un Green New Deal. Tendremos que asegurarnos de que se conviertan en su prioridad número uno cuando estén en el cargo. También tendremos que seguir ampliando el grupo de los partidarios del Green New Deal populista de la izquierda progresista y de los defensores del clima en todos los niveles de gobierno. Así que ahora mismo, por supuesto, tenemos líderes como Alexandria Ocasio Cortez, pero no puede hacerlo todo ella sola. No está sola ahora mismo, por supuesto, pero necesitamos un cuadro completo. Necesitamos algo más que un escuadrón. Necesitamos un ejército de partidarios del Green New Deal en el Congreso, en los estados y a nivel local. Y esas facciones de la gente, en conexión con los movimientos y en coordinación con los que luchan en las calles y organizan nuestras comunidades deben mantener, defender y avanzar a cada oportunidad nuestras ideas. Cuando digo que esta debe ser la década del Green New Deal es porque hay una falsa expectativa que algunos tienen de que el Green New Deal va a ser una sola Ley y ya está. No lo será y no debería serlo. Debe ser una lluvia constante de políticas tras políticas tras políticas, con cambio tras cambio tras cambio. Solución tras solución. Esto se debe a que las crisis a las que nos enfrentamos van a cambiar y la escala de lo que tenemos que hacer tendrá que ser cada vez mayor. Lo que estamos viendo ahora mismo es que también tenemos un número creciente de progresistas que se postulan para cargos públicos, muchos de ellos mujeres de color, candidatos de la clase obrera, inmigrantes y jóvenes. También quiero agradecer especialmente a las personas queer y trans que han estado en la vanguardia de este movimiento. Estas son las personas que se postulan y ejercen el poder del movimiento en las elecciones y en el proceso político, y eso debe continuar. Independientemente de lo que ocurra a nivel presidencial, hay mucha gente que está enfrentándose a políticos del establishment. Se están enfrentando a ellos y es increíble ver lo que el Green New Deal ya ha conseguido. Esto tiene que ser solo el principio. Tenemos que luchar por la hegemonía en los Estados Unidos. En cada nivel gubernamental tenemos que tener un grupo afín de líderes políticos que estén dispuestos a hacer lo que sea necesario para hacer su trabajo en nombre de la gente que se está organizando en números que nunca hemos visto para el clima.

    Respecto a predicciones específicas sobre esta elección, también estamos luchando por el impeachment de Donald Trump, y creo que ganaremos el juicio político y debemos tener una administración demócrata que, como mínimo, nos apoye. Idealmente debería estar a la vanguardia de la implementación de un Green New Deal que se tome en serio el cambio radical y sistémico. Va a ser una lucha muy dura. No sólo nos enfrentamos a Trump y a su régimen cuasifascista, sino que también tenemos un establishment demócrata al que también tenemos que presionar y a menudo apartar del camino para que la nueva generación de estadounidenses que están realmente dispuestos a usar su poder político y cumplan con su deber de servir al pueblo. En este caso eso significa hacer todo lo posible para conseguir un Green New Deal para todas las personas y para el bien de nuestro planeta.

    Respecto a la dimensión internacional del Green New Deal. ¿Qué grandes cambios crees que se necesitan en lo que Estados Unidos hace en el mundo? ¿Puede pasar de ser un obstáculo a ser una fuerza líder? También, en relación a esto, ¿qué formas de cooperación internacional con otros países ves como posibles en el futuro y con la gente de nuestros movimientos en otros países? ¿Estáis explorando nuevas formas? ¿Ya estáis haciendo algo? ¿Qué formas específicas crees que podríamos hacer para cooperar de manera material?

    Bueno, lo estamos explorando y lo estamos haciendo ahora mismo, ¿no? Quiero decir que va a ser necesario construir relaciones más profundas y compartir lecciones y estrategias de análisis político y colaborar en planes a través de las fronteras y en todo el mundo para hacer realmente lo que se necesita hacer por el bien de todos los seres vivos de este planeta. Creo que uno de los puntos clave es que la misma élite corrupta de Estados Unidos que está jodiendo a la mayoría de los estadounidenses, y que nos ha puesto en una situación en la que nos enfrentamos a la perdición ecológica, es la misma élite corrupta que ha posicionado a Estados Unidos como el principal contribuyente a la crisis climática. También son ellos los que han llevado a la política exterior de Estados Unidos a no reconocer el hecho de que muchos países, especialmente los del Sur global, han contribuido menos y tienen más en juego y son los más vulnerables a la crisis climática. Y luego, además, esa política exterior ha servido para beneficiar a las megaempresas y su interés es seguir saqueando los recursos de las comunidades de todo el mundo. Un claro ejemplo de esto es cómo la política comercial de Estados Unidos ha consistido en trasladar los puestos de trabajo y las industrias estadounidenses al extranjero en las últimas décadas, a países en los que pueden explotar a los trabajadores en mayor medida, envenenar a las comunidades con menos restricciones o verter allí las toxinas. Todo esto mientras venden sus productos a los estadounidenses, que ven cómo sus propias redes de seguridad social se marchitan. Este ciclo es insostenible. Y para que podamos hacer una intervención, lo que debe hacer internacionalmente un Green New Deal en los EE.UU. es establecer a los EE.UU. como uno de los principales contribuyentes a la transformación económica en todo el mundo. Esto no debería significar que las empresas estadounidenses o que los estadounidenses se beneficien por sí solos de la nueva jerarquía y se beneficien de las necesidades urgentes a las que se enfrenta el resto del mundo. Lo que eso significa es que realmente tenemos que compartir nuestra tecnología, compartir las estrategias y compartir la riqueza que se cree en la nueva economía basada en energías renovables. Esto quiere decir que necesitamos apoyar financiera y políticamente a todos aquellos que luchan por sus propios Green New Deals en países de todo el mundo, luchando por la dignidad, el respeto y la democracia en otros países. Y hacerlo de una forma que realmente vaya de abajo hacia arriba y que respete la forma en que las diferentes comunidades van a afrontar sus problemas. Mucho de lo que trata el Green New Deal se ejemplifica en cómo en los Estados Unidos se sabe que estamos tratando de crear economías más localizadas, fortalecer las comunidades y los servicios públicos. Esto también debe aplicarse a escala internacional. No podemos ser nosotros, como estadounidenses, los que ahora vamos a imponer nuestro Green New Deal a todos los demás. Deberíamos ser aliados y partidarios de todos ustedes como naciones del mundo y como movimientos. Nosotros, como movimiento estadounidense, queremos apoyar a los aliados de nuestro movimiento en otros países, que luchan por sus propias soluciones locales y por la propiedad de la tierra de sus propias soluciones. Por eso digo que hay mucho en el Green New Deal.

    En relación a esto, y este es un interesante ejemplo histórico que acabo de aprender en la gira de la Guerra Civil [un paseo guiado por lugares de la Guerra Civil española], la Internacional Comunista a principios de los años treinta se implicó en este frente popular que se creó en ese momento. Una alianza que incluyó no solo a los comunistas, sino también a los socialistas, anarquistas e incluso liberales. Puede que no todos estemos de acuerdo en hacia dónde queremos dirigir el próximo sistema, pero todos sabemos que necesitamos un nuevo sistema y teníamos que enfrentarnos a la amenaza urgente de esa época que era el creciente fascismo. También estamos viendo el resurgir del fascismo hoy en día y no es una coincidencia que esté sucediendo al mismo tiempo que crece el caos climático. Deberíamos estar explorando estas vías, y sé que ha habido llamadas a esto, llamadas a un Green New Deal internacional. Pero también, para apoyar un Green New Deal internacional, necesitamos un nuevo frente popular de fuerzas a través de las fronteras y de las naciones, un frente de movimientos. No tienen que estar completamente alineados, pero en algún momento estarán alineados para que podamos hacer lo que sea necesario para evitar que los fascistas ganen poder en el vacío existente. Para hacer avanzar nuestras políticas y planes audaces y necesarios, necesitábamos esfuerzos a todos los niveles nacionales y a nivel mundial para mantener el planeta por debajo de 1.5 grados y tener un futuro estable y habitable para todos los pueblos. Necesitamos un nuevo frente popular para hacer eso. Estoy realmente interesado en que continuemos construyendo nuestras relaciones y nuestra solidaridad, y alcanzando compromisos entre nosotros, a través de los océanos y a través de las fronteras, porque eso es lo que va a hacer falta. No va a ser «sí, necesitamos el Green New Deal en los Estados Unidos». Esa será una gran victoria en esta lucha, pero necesitamos ganar en muchos, muchos lugares diferentes del mundo muy rápidamente. También tenemos que enfrentarnos a esta amenaza compartida de la crisis climática, la crisis de desigualdad y el creciente autoritarismo, que conducen a su propia visión para el próximo sistema, al que todos tenemos interés en oponernos. Ojalá esto sea el comienzo de un nuevo movimiento de solidaridad en todo el mundo.

    Un posible escenario: hay un gran cambio político en Estados Unidos y otros países. Empezamos a aplicar el Green New Deal en varios lugares, mientras que otros países podrían no estar necesariamente de acuerdo con estos planes. Hay tensión con otros países que podrían resistirse a esto, como Rusia, como ahora Brasil. Países donde el fascismo podría estar creciendo.  El Green New Deal podría ser usado como un instrumento en un nuevo imperialismo verde. Algo así como decir: «No quieren hacer esto; si no lo hacen, todos vamos a morir. Debemos invadir Brasil». Así que se usaría el Green New Deal como excusa para el militarismo y el imperialismo. ¿Crees que este es un escenario posible?

    Sí, obviamente, hay una posible amenaza en este sentido, y con Brasil ya lo había pensado antes. Esta es exactamente la razón por la que nuestros movimientos, en América y en Brasil, necesitan estar en estrecha cooperación y colaboración. Ese va a ser el punto clave para alcanzar una comprensión de la situación real de la gente en el terreno. Necesitamos, primero, información, y luego continuar colaborando de diversas maneras. Cuando se trata del ejemplo de Brasil, me preguntaba cómo podemos asegurarnos de que los Estados Unidos no sean cómplices, al menos en este caso, de un régimen fascista que está contribuyendo a la crisis climática y al genocidio de los pueblos indígenas. Así que obviamente, debemos retirar nuestro apoyo, y esto también podría hacerse a través de la restricción del comercio de las mega-empresas americanas, que son algunos de los principales consumidores de lo que vende la élite aristocrática de terratenientes brasileños que están impulsando la deforestación de la Amazonía. Creo que esto se puede hacer de una manera que no sea imperialista. Hay maneras de hacerlo de una manera imperialista, como sancionar a Brasil e imponer sanciones a todos los brasileños o entrar y literalmente invadir el país.  O, por el contrario, podemos, y tenemos que hacerlo de forma que sea internacionalista y que abarque la solidaridad mundial. Va a ser difícil: habrá momentos en los que tendremos que averiguar qué hacer, especialmente a medida que las apuestas suban. Especialmente para mí, como estadounidense: desde mi punto de vista tenemos que averiguar cómo aprovechar el poder y posición de EEUU de una manera que sea cooperativa, a la vez que satisface la urgencia de lo que se necesita. Al mismo tiempo, tenemos que romper nuestra tradición imperialista, una tradición de imponer nuestra voluntad, a menudo improductiva, al resto del mundo.

    La imagen  de cabecera es de James McInvale, un ilustrador de Georgia, Estados Unidos.

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  • El hogar siempre vale la pena

    El hogar siempre vale la pena

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    Por Mary Annaïse Heglar.

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Medium con el título «Home is Always Worth It». [El artículo original en inglés ha ido teniendo mínimas modificaciones puntuales desde su publicación original.]

    La primera vez que me encontré con lo que ahora llamo, sin demasiado cariño, «machote catastrofista», fue en 2007. Trabajaba como voluntaria en un periódico de izquierdas de Nueva York y seguía intentando que me viesen como una «periodista de verdad» (si miro hacia atrás, me alegro de no haberlo conseguido). Las principales agencias de noticias seguían haciendo oídos sordos y sin decir palabra acerca del «calentamiento global», que es como se lo conocía entonces de forma despectiva, controvertida, dudosa. Pero el pequeño periódico en el que estaba, The Indypendent, decidió romper el silencio de manera valiente y dedicar el número de abril entero a la crisis que se avecinaba.

    Teníamos reuniones editoriales abiertas todos los meses y eso atrajo a un tipo de voluntario muy concreto y ciertamente peculiar. Me vi rodeada de hombres altos, blancos, con quemaduras de sol bastante evidentes, con el pelo revuelto y pantalones cortos, que se erigían sobre mí con historias desesperanzadas. «Ya nada tiene sentido. ¡Los seres humanos estamos condenados! ―decían con regocijo. Y añadían, quizás a modo de consuelo―: ¡Pero no os preocupéis! ¡Al planeta no le va a pasar nada! Lo único que necesita es deshacerse de nosotros».

    Sus anhelos me desconcertaban y me intimidaban a partes iguales.

    Yo tenía veintitrés años y acababa de llegar a Nueva York, era demasiado joven y demasiado del sur como para saber cómo salir de ese torbellino de mansplaining. No sabía cómo decirles que yo no era capaz de ilusionarme si en lo que pensaba era en mi propia destrucción. Asentí, sonreí y lloré durante todo el camino de vuelta a casa.

    Eran bastante mayores que yo y no parecían darse cuenta de cuántos de mis sueños estaban aplastando. O ser capaces de pensar en ello. Según ellos, yo no estaba entrando en la edad adulta, estaba entrando en un achicharradero. Casi por accidente, su alegre nihilismo se encargó de colocar el ecologismo en un estante tan alto que yo no podía llegar a él. Yo, por mi parte, me limité a tocar temas de las baldas que sí estaban a mi alcance: la violencia policial, la desigualdad de ingresos y educativa, la falta de vivienda, etcétera. Tenía que arreglar lo que pudiese mientras el mundo ardía.

    Por entonces yo no sabía cómo decir lo que pensaba. No sabía cómo hacer valer mi determinación a tener un futuro. Pero he crecido.

     

    Estamos recogiendo tempestades

    Desde que entré a formar parte en serio del movimiento por la justicia climática, me he encontrado con no pocos de estos nihilistas del clima: escriben libros, presentan charlas, tuitean con asiduidad. Son legión; en mi opinión, son un problema.

    Y casi siempre son hombres blancos, porque solo los hombres blancos pueden permitirse el lujo de ser lo suficientemente perezosos como para renunciar… a sí mismos.

    Hasta cierto punto lo entiendo. No se puede negar la gravedad de nuestra crisis, al menos ya no se puede. Ya no podemos posponerlo para las «generaciones futuras». Ya no podemos «detener» el calentamiento global. Ha llegado. Estamos recogiendo tempestades.

    Pero un aspecto particular del calentamiento, ya sea el del planeta o el de un horno, es que avanza gradualmente. Esto quiere decir que cada décima de grado importa. Y ahora mismo eso significa que todo lo que hacemos importa. Literalmente, no tenemos tiempo para el nihilismo.

     

    La esperanza no es eterna

    Por otro lado, y para ser justa, la comunidad climática tiene una tendencia desquiciante a la agresividad en su narrativa y en sus mensajes. ¡Debemos albergar esperanza! ¡No podemos ser tan alarmistas! ¡Debemos ser fieles a los pequeños matices científicos, incluso a expensas de la claridad y de la urgencia y de la belleza! ¡No debemos dejar ningún sendero por explorar! Matices, matices, matices.

    Este deseo por controlar el tono de la conversación acerca del clima hace que sea imposible que esta se dé con honestidad, al menos en un mundo en el que lo que antes conocíamos como «impactos potenciales del calentamiento global» ahora tiene nombres propios: Dorian, Yutu, Idai, Camp Fire, María. En el contexto actual, tener esperanza y verlo todo de color de rosa simplemente parece una sociopatía.

    A medida que estas tragedias se van desvaneciendo y se mezclan en un continuo, la insistencia de la comunidad climática en una esperanza eterna comienza a parecer de todo menos realista. Se convierte en inmadurez emocional, es en sí misma un obstáculo.

    Por no señalar que para tener una esperanza así hay que ser capaz de explicar las soluciones que la justifiquen. Y eso favorece cierto tipo de conocimientos avanzados y que sea muchísimo más difícil poder participar de la conversación sobre el clima. No nos podemos permitir poner más cercos ni tener porteros en la entrada. Repito: no tenemos tiempo.

    Es cierto que esta reflexividad es el producto de décadas de ataques implacables y a mala fe, tanto por parte de la industria como del gobierno, pero el resultado es el que es. Es agotador, es ineficaz y es alienante. Honestamente, no es muy diferente de la narrativa de los catastrofistas. Ambos son paraísos del mansplaining. Ambos apestan al tipo de privilegio surgido de la falsa creencia de que hasta ahora este mundo ha sido perfecto y que, por lo tanto, no merece la pena ni conservar una versión que sea imperfecta ni tampoco luchar por ella. Representan los extremos de un péndulo hasta arriba de privilegios y que ha oscilado demasiado.

     

    Hay espacio en el medio

    Toda esta oscilación es innecesaria dado el abundante espacio que hay en el medio; de hecho, hay espacio para todos y todas nosotras. Una comunidad que se enorgullece de sus matices científicos puede aprender a aceptar los matices emocionales.

    Es perfectamente posible prepararse para los desastres que se ciernen aterradoramente sobre nosotras al tiempo que hacemos todo lo posible por dejar de calentar más el horno. Podemos reconocer la tormenta de emociones que nos abruma al ver cómo se deshace nuestro mundo, podemos procesar esas emociones y podemos volver a levantarnos para proteger lo que seamos capaces.

    Porque vale la pena. Porque valemos la pena.

    No tenemos que ser ni unas ciegas optimistas ni unas fatalistas. Podemos ser humanas. Podemos ser desordenadas, imperfectas, contradictorias, frágiles. Podemos reconocer que desesperanza no significa impotencia.

     

    Qué mundo tan maravilloso e imperfecto

    Yo nunca he visto un mundo perfecto. Nunca lo haré. Pero sé que un mundo con dos grados más es mucho mejor que uno con tres o seis grados más. Y sé que estoy dispuesta a luchar por ello, con todo lo que tengo, porque es todo lo que tengo. No necesito una garantía de éxito antes de arriesgarlo todo para salvar las cosas, a la gente y los lugares que amo, antes de intentar salvarme a mí.

    Incluso si solo puedo salvar una parte de lo que a mí me resulta valioso, esa será mi parte y para mí no tendrá precio. Si solo puedo salvar una brizna de hierba, lo haré. De ella haré un mundo y en ella y para ella viviré.

    No sabemos cómo va a terminar esta película, porque ahora mismo estamos en la sala de guionistas. Estamos tomando las decisiones ahora mismo. Abandonar la sala no es una opción. No podemos rendirnos.

    Este planeta es el único hogar que vamos a tener. No hay otro lugar como este. Y un hogar siempre, siempre, siempre vale la pena.

    Mary Annaïse Heglar, en sus propias palabras, escribe sobre justicia climática, despotrica, desvaría. Vive en el Bronx, pero sus raíces están en Alabama y Mississippi. James Baldwin es su héroe personal.

    La ilustración del artículo es de David Lasky, y está tomada de la contraportada del libro «Yiddishkeit», de Harvey Pekar y Paul Buhle.

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  • Plan, estado de ánimo, campo de batalla – Reflexiones sobre el Green New Deal

    Plan, estado de ánimo, campo de batalla – Reflexiones sobre el Green New Deal

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    Por Thea Riofrancos.

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Viewpoint Magazine con el título «Plan, Mood, Battlefield – Reflections on the Green New Deal».

    Los científicos que estudian el clima están empezando a parecer unos radicales.

    El informe del IPCC de 2018 concluye que serían necesarios «cambios sin precedentes y en todos los aspectos de la sociedad» para limitar el calentamiento a 1,5 ºC. En un informe devastador sobre el terrible estado de los ecosistemas del planeta, la Plataforma de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos de la ONU también pide, en palabras textuales de su presidente, «una reorganización sistémica de los factores tecnológicos, económicos y sociales, incluyendo paradigmas, objetivos y valores».

    La primera y hasta ahora única iniciativa legal en Estados Unidos que aborda la severidad de la crisis a la que nos enfrentamos es el Green New Deal, presentado el pasado mes de febrero [de 2019] como una resolución conjunta del Congreso. La resolución propone, entre otros objetivos, la descarbonización de la economía, la inversión en infraestructuras y la creación de trabajos dignos para millones de personas. Y aunque, desde el punto de vista global, esta resolución resulta limitada dada su escala nacional, transformar Estados Unidos de acuerdo a esos parámetros tendría repercusiones en todo el planeta por al menos dos razones: Estados Unidos es un gran impedimento para la cooperación global respecto al clima y hay partidos políticos en todo el mundo (el Partido Laborista en Reino Unido y el PSOE en España) que han empezado a adoptar el Green New Deal como marco para su propias políticas a nivel nacional.

    Después de unos meses de idas y venidas en los discursos, podemos empezar a identificar una serie de posiciones emergentes dentro del debate en torno al Green New Deal. La derecha se ha limitado a meter miedo porque «vienen los rojos» y ha tachado la resolución no vinculante sobre el Green New Deal de «monstruosidad socialista» y de vía hacia la servidumbre de la planificación de estado, el racionamiento y el veganismo obligatorio. En las posiciones de centro, cada vez más menguantes, se agarran con fuerza a las políticas equidistantes: el Green New Deal es como un sueño infantil; los adultos de verdad saben que la única opción es seguir la senda del bipartidismo y del incrementalismo. La izquierda, por supuesto, sabe que en el contexto de una crisis climática que ya está en marcha, del resurgir de la xenofobia y del debilitamiento de la legitimidad del consenso neoliberal, lo verdaderamente engañoso son las soluciones «de mercado» y los alegatos nostálgicos en favor de las «normas e instituciones» americanas.

    Pero también en la izquierda hay críticas y rechazos frontales al Green New Deal (como esta, esta, esta y esta). Al Green New Deal, como al antiguo New Deal, se le achaca que se limite a que el estado, en tanto que comité ejecutivo de la burguesía, rescate al capitalismo de la crisis planetaria que él mismo ha provocado. Según este punto de vista, en lugar de dotar de poder a las comunidades «vulnerables que se encuentran en primera línea», tal y como dicta la resolución, este marco normativo concedería a las empresas oportunidades de inversión inesperadas y subvenciones que se beneficiarían de rebajas de impuestos, subsidios, colaboraciones público-privadas, desembolsos en infraestructura que estimularían el desarrollo inmobiliario y una garantía de trabajo que haría lo mismo con el consumo; todo un win-win para el estado y el capitalismo, pero que, al dejar intacto el modelo subyacente de acumulación de capital, adicto al crecimiento, supondría una derrota para el planeta y para las comunidades más vulnerables a la crisis climática y al apartheid ecológico. Y hay otra vuelta de tuerca más. Como apuntan a veces estos mismos análisis, este escenario, con sus vencedores y vencidas asegurados,  se basa en una comprensión errónea del capitalismo contemporáneo. En un mundo con un estancamiento económico secular ―márgenes de beneficio decrecientes, burbujas especulativas, financiarización, actitudes rentistas y acumulación de capital a través de la redistribución de abajo arriba―, las cualidades vampíricas del capital nunca han resultado tan obvias. La idea de que, con un pequeño estímulo, el capital podría superar de repente estas tendencias e invertir en actividades productivas no es más que una fantasía nostálgica sobre sí mismo.

    Para los escépticos del Green New Deal que hay en la izquierda, este keynesianismo verde tan anacrónico tiene su contrapartida ideológica en el nacionalismo económico que se deja ver a través del lenguaje de la resolución, el cual coloca a Estados Unidos como un «líder internacional» que, en general, realiza un contabilidad de las emisiones de carbono que llega solo hasta las fronteras americanas, invisibilizando así las grandes redes de extracción, producción y distribución que requeriría una transición masiva hacia las energías renovables. En palabras de Max Ajl, su plan político se resumiría en «socialdemocracia verde en casa; fronteras terrestres y marítimas militarizadas; y, más allá, la extracción de recursos para crear tecnologías limpias en casa». Esto podría darse, por ejemplo, mediante apropiaciones neocoloniales de tierras para la producción de energías renovables.

    En esa misma línea, una mirada algo miope acerca de las emisiones de carbono que no vea más allá de la red eléctrica nacional puede ignorar los límites extractivistas en el Green New Deal. Una visión global y holística revela que las energías renovables intensificará la minería, la cual aporta materias primas con las que rehacer el «ambiente construido»[1] para que funcione exclusivamente con electricidad. Y un mundo con una minería intensificada es, a su vez, un mundo de acumulación por desposesión y de contaminación. Uno de estos límites es el del litio: se trata de un componente extraído de la salmuera o de la roca sólida que es necesario para fabricar las baterías que hacen funcionar los vehículos eléctricos, o las que proporcionan almacenamiento de energía a las redes de las renovables. En Sudamérica, el litio está siendo extraído a un ritmo alarmante a partir de la salmuera almacenada bajo unos salares ubicados en una meseta que se halla a gran altitud y que está rodeada por la cordillera de los Andes. Los salares son sistemas hidrológicos vulnerables de los que la salmuera es una parte fundamental; es un tipo de humedal desértico que se superpone al territorio, a huertos y a pastos de comunidades campesinas indígenas y mestizas. En el supuesto de que en 2050 haya tenido lugar una transición energética total a las energías renovables y sin alteración de los patrones de consumo de energía, la demanda de litio habrá excedido el 280% de las reservas de litio conocidas (es decir, los depósitos cuya extracción resulta económicamente viable ahora mismo).

    Finalmente, está el asunto de que la resolución no habla en ningún momento del monstruo que todo el mundo se empeña en ignorar, la industria de la energía fósil, responsable de la mayor parte de las emisiones globales. Este sector es un obstáculo político descomunal a nivel interno: debido a la expansión del fracking, Estados Unidos está camino de convertirse en el mayor productor global de petróleo y de gas natural; de hecho, el mundo está tan anegado por el petróleo americano que las mayores barreras para el suministro —«sanciones, conflicto y guerra civil»— apenas afectan ya al precio del crudo. Es difícil imaginarse a este monstruo renunciando de manera voluntaria a sus enormes inversiones. En el caso de que viéramos unas regulaciones rigurosas de las emisiones y se impusiera una transición hacia las energías renovables, las inversiones en torres de perforación, oleoductos y plantas energéticas se convertirían de la noche a la mañana en billones de dólares en activos echados a perder y causarían una crisis financiera global.

    Esto son obstáculos reales, restricciones reales y preocupaciones reales. Opino, sin embargo, que una política de mera oposición, una política que, a la luz tanto del poder de nuestros enemigos como de las limitaciones del Green New Deal tal y como es concebido actualmente, se posiciona principalmente en contra de esta iniciativa no es ni empíricamente sensata ni políticamente estratégica.

    Empecemos por los hechos básicos. Nadie niega que sea deseable una descarbonización de los sistemas energéticos nacionales y globales. Los complejos mecanismos de retroalimentación que existen entre el calentamiento de la atmósfera y otras formas de desastres medioambientales, desde las sequías hasta la subida del nivel del mar, pasando por otros fenómenos meteorológicos extremos, son tales que cada grado de calentamiento que evitemos ―o, ya que estamos, cada décima de grado― supone que el mundo sea mucho más seguro para la población humana y no humana, especialmente para quienes sufren los daños de un desastre que ya está en marcha (mientras escribo esto, y en el lapso de dos meses, la costa este de África ha sido azotada por dos ciclones de una magnitud nunca vista; el primero, Idai, mató a más de mil personas y dejó millones de afectadas).

    Y nadie niega que la descarbonización sea tecnológicamente e incluso económicamente factible. Los estudiosos y los inversores del sector de las energías renovables están entusiasmados con la drástica reducción de los costes de las renovables y del almacenamiento de las baterías. Por supuesto, nos encontramos con la peliaguda cuestión de cuál sería la extensión de tierra que requeriría un sistema basado en las energías solar y eólica. No hay duda de que las renovables hacen un uso intensivo del territorio, tanto en la producción (aerogeneradores y paneles solares) como en líneas de transmisión, pero estas estimaciones varían muchísimo. Según los más optimistas, la producción de energía solar y eólica podría requerir de menos del uno por ciento del territorio estadounidense. Según los más pesimistas, como Jasper Bernes, podría ser de entre un veinticinco y un cincuenta por ciento, que es un margen bastante amplio. No obstante, incluso estos porcentajes simplifican demasiado la complejidad del asunto. A diferencia de lo que sucede con la biomasa y la agricultura, un aerogenerador y un huerto no son territorialmente excluyentes. Los paneles solares pueden instalarse en el tejado, de modo que no toda la energía solar compite directamente con la asignación de tierra del sector agropecuario o con el restablecimiento de ecosistemas. A su vez, hay muchos usos del territorio que son ecocidas y antisociales pero que podrían ser modificados para la producción de energías renovables o ser renaturalizados para la captura natural de carbono: jardines inmaculados, campos de golf, aparcamientos y miles de kilómetros cuadrados de terrenos públicos cedidos a compañías petrolíferas y de gas. Y las posibilidades para la descarbonización pueden (y deben) exceder al sector energético e incluir la propia infraestructura del comercio global: por ejemplo, reducir la velocidad de los cargueros un diez por ciento conllevaría una reducción de casi un veinte por ciento de sus emisiones.

    Como se puede ver, tecnológicamente factible es un concepto amplio que abarca todo un universo de escenarios diversos.

    A un lado del espectro, tenemos la transición energética que ya está en marcha, organizada bajo la lógica del capitalismo verde y la enorme industria de las «tecnologías limpias». Esta deposita sus esperanzas en soluciones técnicas como el control de la radiación solar, que tienen el objetivo de alterar lo menos posible el modelo de acumulación económica actual para no cuestionar cuánta energía se usa, ni para qué se utiliza, ni quién controla dicha energía. Al otro lado tendríamos una descarbonización que se alcanzaría mediante la mezcla de un cambio completo hacia las energías renovables, el diseños de redes que maximicen la resiliencia con una generación distribuida, ecosistemas que capturen carbono, eficiencia energética, una demanda energética reducida (que por supuesto asegure que dichas reducciones apunten sobre todo y ante todo al derroche y el sobreconsumo de los más ricos) y un cambio de paradigma del consumo privado a uno que valore el consumo colectivo regido por un empleo de los recursos social y ecológicamente sostenible. Esta última perspectiva reconoce que la raíz de la crisis climática (la competitividad de un mercado que solo busca el beneficio, el crecimiento descontrolado, la explotación de las personas y de la naturaleza y la expansión imperialista) no puede ser al mismo tiempo la solución a la crisis climática.

    Decidir entre el capitalismo verde o el ecosocialismo como vías hacia la descarbonización ―con el infinito número de versiones que hay entre ambos― es política; política no solo en Estados Unidos, sino a lo largo de la dispersa cadena de producción de la transición a las renovables, desde las fronteras extractivas hasta nuestras casas, pasando por fábricas, cargueros, almacenes y red de distribución. En Chile, cuyas exportaciones de litio representan el 40% respecto al total mundial y que es donde he estado llevando a cabo mis investigaciones, las comunidades indígenas y las y los ecologistas están empezando a organizarse contra la creación de nuevos proyectos en torno al litio, en parte gracias a unas alianzas nuevas que están atravesando la meseta andina y llegan a comunidades de Argentina y Bolivia.

    En cada uno de los nodos de esta cadena global, lo técnico y lo político están íntimamente vinculados. Decretar que la descarbonización es improbable o imposible equivale a evitar las complejas tareas históricas que tenemos por delante para crear un mundo nuevo.

    ¿Demasiado radical o no lo suficiente?

    La principal incertidumbre que recorre las críticas de la izquierda al Green New Deal es acerca de si es demasiado radical o si, por el contrario, no lo es lo suficiente («unas tibias reformas propuestas por socialdemócratas», según Joshua Clover).

    Por un lado, intentar alcanzar la descarbonización de la economía que el plan propone desencadenaría una respuesta implacable de parte de la clase dirigente (como avisa Bernes, «es de esperar que los propietarios de dicha riqueza se opongan con todo lo que tienen, que es más o menos todo lo que hay»). Por otro lado, lo que hace el Green New Deal es salvar al capitalismo de sí mismo y, así, «deja el crecimiento intacto» (Bernes) al tiempo que deja también intactas a «empresas que se rigen por el beneficio» (Clover). Las implicaciones políticas son igualmente inciertas. A primera vista, el estado, presa del capital, se asegurará de que la legislación nunca pase de su fase inicial o de que sea vetada o de que la diluyan las agencias dedicadas a su aplicación y que tenga una muerte lenta y burocrática. Si se analiza más en profundidad, es difícil de imaginar por qué el sistema político se iba a oponer a unas reformas tan leves, especialmente teniendo en cuenta el tremendo efecto legitimador que podría conseguirse si parece que se están llevando a cabo acciones serias contra el cambio climático.

    ¿Es el Green New Deal una guerra de clases sin cuartel o un win-win para el crecimiento verde? ¿Es demasiado radical para ser concebible ―no digamos aplicable― en la situación actual o es demasiado reformista dada la escala de la catástrofe climática?

    Por supuesto, cualquiera podría defender, como creo que en concreto hace Bernes, que esta incertidumbre no es inherente a su crítica del Green New Deal, sino a la perspectiva misma de la resolución, una perspectiva que puede gustarle a cualquiera, un espejo en el que tanto el anticapitalista como el emprendedor capitalista pueden ver reflejado el futuro que ambos anhelen.

    Aun así, existe otra lectura posible de esta indeterminación. El estado no es un monolito hecho de una sola pieza y tampoco lo es el capital, y estos dos hechos están relacionados. El capital no está formado solo por capitalistas, sino por sectores enteros que compiten entre sí, y la competencia es una de las primeras leyes del movimiento del capitalismo. Aparte de por la cuota de mercado y por la inversión, los capitalistas compiten entre sí por el estado: por sus políticas, su amplitud, su poder de legitimación. Podríamos imaginar sin mayores complicaciones cómo algunos sectores apoyan algunos puntos del Green New Deal (la «tecnología limpia»), mientras que otros maniobran con empeño en su contra (la industria del combustible fósil). Se podría analizar de manera aún más exhaustiva: algunas compañías petrolíferas están invirtiendo miles de millones en combustibles con una huella de carbono baja o nula; el sector inmobiliario podría resistirse a una costosa adaptación para aumentar la eficiencia energética, pero potencialmente podría verse beneficiado por las inversiones públicas en infraestructura de transportes, que harían aumentar el valor de las propiedades circundantes. Para que podamos desarrollar una perspectiva estratégica que plantee una amenaza creíble a la generación de beneficios, antes debemos comprender las posiciones de algunas empresas concretas y distinguir entre las diferentes fracciones dentro del capital; e incluso, dado el tremendo poder de los inversores privados para fijar los parámetros respecto a los cuales se desarrollan las distintas iniciativas legales ―un poder que está particularmente afianzado en el sistema estadounidense, donde ciudades y estados compiten por las inversiones―, no habría que descartar la posibilidad de que un cambio en la legislación pueda modificar sustancialmente las reglas del juego. Recientemente, en parte debido a la presión de una coalición de movimientos de base por unas políticas de vivienda justas, y pese a las protestas del lobby inmobiliario, el Ayuntamiento de Nueva York ha aprobado un ambicioso plan para limitar las emisiones de los edificios.

    Si el estado y el capital son heterogéneos y existe una competencia entre fracciones de la clase dirigente, lo que en ocasiones ofrece aperturas estratégicas para ejercer poder popular, también la clase trabajadora está dividida por sus diferencias y fragmentaciones. No se trata de un agente preconstituido ni puede esperarse de ella que se unifique de forma espontánea en un momento de ruptura revolucionaria. No hay nada que sustituya la lenta y a veces acelerada labor de composición de intereses de la clase trabajadora. Pero bajo el lema de una «transición justa», el Green New Deal presenta la posibilidad de que los y las trabajadoras de los propios sectores que están destruyendo el clima y los ecosistemas puedan formar parte de esa misma coalición. Mientras tanto, la renovada actividad huelguística entre profesores y profesoras, cuyo vital trabajo de reproducción social podría ser una parte central de una sociedad con bajas emisiones de carbono, nos invita a redefinir qué es un «trabajo verde» para que abarque el a menudo infravalorado e invisibilizado trabajo de cuidarnos las unas a las otras y de cuidar el planeta.

    De un modo más general, es precisamente la indeterminación del Green New Deal lo que ofrece una oportunidad histórica para la izquierda. Tal vez sin darse cuenta, Bernes hace referencia a este potencial: según él, para los defensores del Green New Deal «su valor es más que nada retórico; la cosa va de transformar el debate, de aunar voluntades políticas y de subrayar la urgencia de la crisis climática; se trata de un poderoso estado de ánimo más que de un gran plan». Hablaré sobre el contraste entre un «estado de ánimo» y un «plan» más adelante, pero por el momento querría hacer una pausa y repetir lo que ahí se dice: «Transformar el debate, aunar voluntades políticas y subrayar la urgencia de la crisis climática». Si con la herramienta de un Green New Deal amorfo las fuerzas de izquierdas consiguieran llevar a cabo estas tres tareas, a mí eso ya me parecería un avance de una importancia tremenda; no se trata de un fin en sí mismo, obviamente, pero no tengo muy claro que cualquier camino que conduzca hacia una transformación radical no deba atravesar estas tres pruebas tan cruciales a la capacidad política.

    ¿Demandas o engaños?

    En consonancia con la acusación de incertidumbre está la de vaguedad; según Bernes, «el Green New Deal propone descarbonizar la mayor parte de la economía en diez años; estupendo, pero nadie dice nada sobre cómo hacerlo». Esto, si nos fijamos bien, no es cierto. Actualmente proliferan las propuestas sobre cómo descarbonizar la economía, no solo de parte de los sabihondos de siempre con sus medidas para un capitalismo verde, sino también de defensores de la agroecología, de quienes defienden la banca pública y la vivienda pública, o de aquellas personas que se centran en la lógica de la obsolescencia programada y abogan por una producción y un consumo libres de residuos. Nunca he tenido tantas conversaciones como en los últimos meses acerca del diseño de las redes eléctricas, de la contribución relativa de los diferentes sectores al total de emisiones o de los dilemas que plantean los impuestos a las emisiones de carbono. Con esto no quiero sugerir que esta miríada de propuestas vaya a solucionar el problema, ni menosprecio los fuertes contrastes entre una propuesta de expropiación de la industria del combustible fósil y la fijación de un precio del carbono basado en una alta tasa de descuento; solo quiero señalar la cantidad de gente que de hecho está hablando sobre cómo descarbonizar la economía. Las batallas que se libren en estos frentes van a demostrarse vitales en los conflictos políticos y de clase de nuestros días.

    Sin embargo, el reproche que hace Bernes a su vaguedad se transforma rápidamente en otra acusación más seria: la de engañar. Las y los socialistas que, como yo, se movilizan por el Green New Deal saben muy bien que «es imposible mitigar el cambio climático en un sistema de producción orientado al beneficio, pero creen que un proyecto como el Green New Deal es lo que León Trotski llamaba un “programa de transición” dependiente de una “reivindicación transitoria”». Afirma que para cualquiera de estos socialistas es precisamente la combinación de una posibilidad tecnológica y de una imposibilidad sistémica lo que hace del Green New Deal una necesidad radical: si el capitalismo puede salvar a la humanidad y el planeta, pero no lo hace, las masas se alzarán frente al que es el auténtico obstáculo al progreso. Esta estrategia no es solo fundamentalmente condescendiente y tramposa, tal y como él señala, sino que es también contraproducente: «La reivindicación transitoria anima a crear instituciones y organizaciones alrededor de unos objetivos» y luego transforma dichas instituciones. En este caso, las organizaciones se crean para «resolver el cambio climático dentro del capitalismo» y, cuando eso falla, se espera que «[pasen] a expropiar a la clase capitalista y reorganizar el estado de acuerdo a líneas socialistas». Las instituciones, no obstante, «son estructuras con inercias muy fuertes»: una vez han sido diseñadas para un propósito, no pueden ser transformadas.

    Esta me parece una afirmación muy extraña. En el ámbito de las ciencias sociales, la «dependencia del camino» es más o menos el mantra de las principales teorías institucionales y funciona a nivel ideológico para impulsar la aceptación del statu quo. Una perspectiva crítica e histórica de las instituciones las percibe como cristalizaciones o resoluciones vivas y provisionales del conflicto de clases, necesitadas de una reproducción y una legitimación constantes. Son convenciones sociales a través de las cuales la dominación violenta se transforma en hegemonía.

    Esta es una lección que la derecha tiene muy bien aprendida y lo demuestra en los movimientos que hace en cada rincón del sistema institucional: juntas escolares, gobiernos estatales, juzgados locales, comisiones de servicios públicos. En otros lugares, los partidos y los movimientos de izquierdas han hecho sus experimentos con el cambio institucional, desde el Partido Comunista en Kerala hasta el movimiento municipalista radical en España. A través de una mezcla de innovación en las iniciativas legales, aprendizaje por ensayo y error y organización social, han ido socavando la exclusión y la dominación. En Kerala, de hecho, se movilizaron instituciones locales y redes solidarias en la impresionante respuesta que se dio a las inundaciones masivas del verano de 2018, un ejemplo con implicaciones evidentes para las tempestuosas condiciones que tenemos por delante.

    Más allá de la desesperación medioambiental y del cruel optimismo

    Resulta, no obstante, que los defensores del Green New Deal no solo son unos tramposos, sino que también se engañan a sí mismos. En sus delirios acerca de unos futuros perfectos, «el mundo del Green New Deal es este mundo solo que mejor; este mundo, solo que sin emisiones, con un sistema sanitario universal y universidad gratuita». Para estos ecosoñadores, la realidad va a ser un jarro de agua fría: «Su atractivo es obvio, pero la fórmula es imposible. No podemos continuar en este mundo». No va a funcionar nada que no sea «reorganizar completamente la sociedad».

    No solo fantasean los green new dealers; también Bernes se imagina «una sociedad emancipada, en la que nadie pueda forzar a nadie a trabajar por razones de propiedad, [que pueda] traer alegría, sentido, libertad, satisfacción e incluso cierta abundancia». Esto está muy cerca del horizonte radical que yo planteo, ¿pero cómo llegamos hasta allí? «Necesitamos una revolución»; pero la seriedad vuelve rápidamente: «No hay una revolución a la vista». Esta perspectiva tan serena coincide con el tono de su ensayo. Simplemente hace una enumeración de los hechos, en lugar de mentirnos nos cuenta la verdad («enunciemos entonces lo que sabemos que es cierto», «no nos mintamos las unas a las otras»; o, en el caso de Clover, «ahora llegamos a los temas serios»). Estas frases hacen que el autor se coloque por encima del debate, como alguien con entereza, objetivo, y presenta a sus oponentes como personas confundidas, poco fiables, engañadas y, retomando la cita anterior, seducidas por el poderoso estado de ánimo producido por un sueño verde. ¿Pero acaso no es también un estado de ánimo la «desesperación medioambiental» que Bernes define como el registro emocional inevitable de la realidad que él mismo ha constatado?

    Me parece curioso que algunas de las refutaciones que desde la izquierda se hacen al Green New Deal suenen parecidas al rechazo que muestran los enemigos conservadores que todos compartimos: ambas adoptan una posición serena y de seriedad y nos pintan la iniciativa como si fuera una fantasía o, peor, como un plan maligno bajo el aspecto de un mundo mejor. Mientras que la derecha tiende a fijarse en la viabilidad económica de la inversión pública que haría falta, lo que hace Bernes es señalar la imposibilidad de su objetivo («es la implementación lo que lo mata»). Paradójicamente, al hacer estas afirmaciones con la idea de llamar la atención sobre su viabilidad objetiva, lo que están haciendo los escépticos de izquierdas es perder la oportunidad de elaborar una reflexión que resulte más convincente. A diferencia de lo que opina Bernes, el mayor obstáculo que enfrenta el Green New Deal no es su «implementación», sino la política. Una crítica propiamente política pondría sobre la mesa que el Green New Deal defiende la ilusión de que un estado ilustrado va a poder salvarnos de la catástrofe climática, una ilusión que nos disuade de emprender acciones radicales, las cuales, de hecho, son un requisito para que el estado empiece a hacer algo; y la tentación de desmovilizarnos, de volcar toda nuestra capacidad colectiva de forma alienada en el estado, puede resultar atractiva en caso de una victoria de los demócratas en 2020. El Green New Deal, en este caso, sería un ejemplo de manual de la crueldad del optimismo: la esperanza que nos inspira la propuesta es precisamente lo que complica que se convierta en realidad.

    Sin duda el pesimismo nos protege del trauma psicológico que la decepción acarrea. Sin embargo, el riesgo del pesimismo es que tiende al fatalismo, el cual posee el mismo efecto desmovilizador que la ilusión de que nos vaya a salvar el estado. Pero existe otra opción. Lo opuesto al pesimismo no es un optimismo convencido, sino un compromiso militante con la acción colectiva frente a la incertidumbre y el peligro. Podemos seguir el ejemplo de los movimientos sociales que recogen el guante del Green New Deal al tiempo que se enfrentan a algunos elementos concretos, de manera que amplían los horizontes de lo políticamente posible. Indígenas y movimientos por la justicia medioambiental han emitido declaraciones detalladas en las que apoyan algunos aspectos de la resolución y otros no ―especialmente la terminología sobre la energía «limpia» y «net zero» [cero neto], que abre la puerta a tecnologías de geoingeniería y planes de compensación carbónica― y que, además, priorizan de manera sistemática las necesidades de las personas excluidas, explotadas y desposeídas frente a un enfoque tecnocrático de la política. El grupo de trabajo sobre ecosocialismo del DSA [Democratic Socialists of America] (aviso: formo parte de su comité directivo) ha desarrollado un conjunto de principios para apoyar el Green New Deal al tiempo que va sustancialmente más allá de su contenido actual, planteando «la lucha por el clima como una pugna contra el capitalismo y la multitud de formas de opresión que lo sustentan». En la misma línea, Kali Akuno, de Cooperation Jackson, ha criticado el productivismo y el nacionalismo del marco del Green New Deal y aboga por el desarrollo de alternativas de base, como cooperativas, huertos urbanos o restauración del ecosistema, y por la desobediencia civil masiva para luchar por una transición radical y justa al ecosocialismo.

    En lugar de refugiarse en la mera oposición, estos movimientos se enfrentan a un dilema estratégico complicado: el desafío de enfrentarse a las distintas fracciones del capital y a sus múltiples aliados en el estado, los cuales van a luchar de forma implacable para preservar el capital fósil, al tiempo que radicalizan las políticas del Green New Deal más allá sus limitaciones actuales.

    La pregunta insistente que se le plantea a cualquier proyecto de transformación radical es la de cómo hacer que el nuevo mundo nazca a partir del viejo. ¿Qué clase de demandas programáticas, formas de organización y modelos institucionales se pueden proponer, movilizar y aglutinar bajo las condiciones presentes, pero que una vez puestas en funcionamiento profanen la santidad del crecimiento, la propiedad o el beneficio? ¿De qué tácticas de ruptura disponemos? ¿Qué coaliciones emergentes pueden tejer redes de solidaridad que atraviesen las dispersas cadenas de producción de la transición energética? ¿Qué crisis financieras pueden aparecer en el horizonte? ¿Qué fracciones del capital están en ascenso o en descenso? ¿Cuáles son las debilidades del orden hegemónico?

    Vivimos en un momento de profundas turbulencias; predecir o anular el futuro parece menos riguroso analíticamente que participar de manera activa para así dotarlo de forma. No sabemos cómo van a evolucionar las políticas del Green New Deal; pese a todo, lo que podemos dar por seguro es que la resignación con aires de realismo es la mejor forma que tenemos para garantizarnos un resultado que sea el menos transformador de todos. Quedarse esperando el momento de ruptura revolucionaria, siempre postergado, es a efectos prácticos equivalente a la inacción. En un conflicto tan extremadamente desigual como el que nos enfrenta a los dirigentes de las empresas de energía fósil, a compañías privadas, a propietarios, a altos mandatarios y a los políticos que hacen lo que estos quieren, hace falta una acción rupturista y extraparlamentaria que surja desde abajo, que se inspire en Standing Rock, en la ola de huelgas de profesores, en Extinction Rebellion, en las huelgas de los jóvenes contra el cambio climático, así como una experimentación creativa con iniciativas legales e instituciones. Las batallas que están por venir tienen el potencial de dar rienda suelta a los deseos y de transformar las identidades. Vamos a aprender, vamos a cagarla y vamos a aprender de nuevo. El Green New Deal no nos ofrece una solución prefabricada, sino que abre un nuevo terreno político. Ocupémoslo.

    [1] Concepto utilizado para referirse a los espacios que han sido modificados por la intervención humana para habitar en ellos [N. de los E.].

    THEA RIOFRANCOS es profesora asistente de Ciencias Políticas en la Universidad de Providence. Su investigación se centra en la extracción de recursos, la democracia radical, los movimientos sociales y la izquierda latinoamericana. Ha publicado junto a otras autoras el libro A Planet to Win: Why We Need a Green New Deal (Verso), y próximamente publicará Resource Radicals: From Petro-Nationalism to Post-Extractivism in Ecuador (Duke University Press), así como diversos artículos en medios como n+1, The Guardian, The Los Angeles Review of Books, Dissent, Jacobin e In this Times.

    El cuadro que ilustra este artículo es «Puesta de sol» [«Coucher de soleil»], 1913, de Félix Vallotton. Agradecemos la ayuda de Íñigo Soldevilla Soroeta con la traducción.

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  • Entre la espada y el Green New Deal

    Entre la espada y el Green New Deal

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    Por Jasper Barnes

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Commune con el título «Between the Devil and the Green New Deal».

    Desde el espacio, las minas de Bayan Obo, en China, de donde se extrae y donde se refina el setenta por ciento de los minerales raros de la tierra, parecen un cuadro. En el kilométrico diseño de cachemira de las balsas de estériles radiactivos se concentran los colores ocultos de la tierra: los tonos aguamarina de origen mineral y los ocres que un pintor utilizaría para agasajar a los gobernantes de un imperio en declive.

    Para cumplir con las exigencias del Green New Deal, que propone convertir Estados Unidos en una potencia de las energías renovables y sin emisión alguna para el año 2030, en la corteza terrestre van a excavarse muchas minas como esta. Ello se debe a que casi todas las fuentes de energía renovable dependen de minerales que son no renovables y a menudo difíciles de conseguir. Los paneles solares usan indio, las turbinas usan neodimio, las baterías usan litio y todos ellos requieren de miles de toneladas de acero, estaño, plata y cobre. Las cadenas de suministro necesarias para proveer a las tecnologías de energías renovables van dando saltos por la tabla periódica y por el mapamundi como en la rayuela. Para fabricar un panel solar de alta capacidad se necesitan cobre (número atómico 29) de Chile, indio (49) de Australia, galio (31) de China y selenio (34) de Alemania. Muchos de los aerogeneradores de accionamiento directo más eficientes requieren de un kilo de neodimio, un metal perteneciente a las tierras raras, y cada modelo de Tesla contiene unos setenta kilogramos de litio.

    No sin motivo, durante buena parte de los siglos XIX y XX los mineros de carbón fueron la viva imagen de la miseria capitalista: se trata de un trabajo agotador, peligroso y desagradable. Le Voreux, «el voraz». Así se refería Émile Zola a la minería de carbón en Germinal, una novela sobre la lucha de clases en una colonia industrial francesa. Cubierta de humeantes chimeneas de carbón, la mina es a la vez el laberinto y el minotauro. «En el fondo de su agujero […], respiraba con un aliento más fuerte y prolongado, como si le irritase su penosa digestión de carne humana». En la mitología clásica los monstruos son productos de la tierra, hijos de Gaia, nacidos de cuevas y cazados por una cruel raza de divinidades civilizadoras celestiales. Pero en el capitalismo lo que es monstruoso es la tierra una vez animada por esas energías civilizadoras. A cambio de esos tesoros terrenales, utilizados para hacer funcionar trenes, barcos y fábricas, una nueva clase social acaba siendo arrojada a los pozos. La tierra se calienta y está repleta de esos monstruos que nosotros mismos hemos creado: el monstruo de la sequía, el de la migración, el de la hambruna, el de las tormentas. Y en realidad la energía renovable no es un refugio. El peor accidente industrial en la historia de Estados Unidos, el de Hawk’s Nest, en 1930, fue un desastre relacionado con las energías renovables. Mientras horadaban una entrada de casi cinco mil metros de largo para una central hidroeléctrica de Union Carbide, cinco mil trabajadores enfermaron después de dar con una gruesa veta de sílice y llenar el túnel con un polvo blanco cegador. Ochocientos trabajadores murieron de silicosis. La energía nunca es «limpia», y eso lo deja claro Muriel Rukeyser en el épico poema documental que escribió acerca de Hawk’s Nest, El libro de los muertos. «¿Quién fluye por los cables eléctricos? ―pregunta―, ¿quién habla bajo cada camino?». La infraestructura del mundo moderno ha sido moldeada con dolor fundido.

    Salpicada de «pueblos muertos» donde los cultivos ya no dan fruto, la región de Mongolia Interior, donde se encuentran las minas de Bayan Obo, muestra niveles de cáncer propios de Chernóbil. Pero resulta que estos pueblos ya están aquí, y habrá más si no hacemos algo respecto al cambio climático. ¿Qué importan un puñado de pueblos cuando la mitad de la Tierra podría volverse inhabitable? ¿Qué importan los cielos grises sobre Mongolia Interior si la alternativa es, según dicen los geoingenieros que va a ocurrir, que el cielo se vuelva blanco de manera permanente debido a los aerosoles sulfúricos? Los moralistas, los filósofos de sillón y los «abogados del mal menor» pueden intentar convencerte de que estas situaciones van a ir evolucionando como en el dilema del tranvía: si no haces nada, el tranvía avanza por la vía de la muerte en masa; si sí haces algo, el tranvía se cambia a la vía en que muere menos gente, pero eres parcial y activamente responsable de esas muertes. Cuando la supervivencia de millones o de miles de millones de personas pende de un hilo, como ocurre cuando hablamos de cambio climático, que el resultado sea el de unos cuantos pueblos muertos pueden parecer un buen pacto, un pacto verde [green deal], un pacto nuevo [new deal]. Sin embargo, el cambio climático no avanza como el sencillo dilema del tranvía. Más bien estamos ante un patio de maniobras enmarañado que se extiende por todo el planeta y que provoca muertes en masa en cada una de las vías.

    De todos modos, ni siquiera está claro si vamos a poder extraer del suelo la cantidad suficiente de estos materiales, dado el marco temporal que manejamos. Para que no hubiese emisiones en 2030, esas minas tendrían que estar funcionando ya, no dentro de cinco o diez años. Es muy probable que la carrera por poner a funcionar esos suministros vaya a ponerse fea y de maneras diferentes, pues, en medio de una explosión de precios, habrá productores sin escrúpulos que se peleen por cobrar cuanto antes, utilizando cualquier atajo y abriendo minas peligrosas, poco sanitarias y particularmente contaminantes. Las minas requieren de una inversión masiva por anticipado y, normalmente, la recuperación de dicha inversión es bastante lenta, excepto durante el boom de mercancías que podemos esperar que produzca el Green New Deal. Puede pasar una década, si no más, hasta que los recursos se hayan desarrollado y otros diez años antes de que puedan dar beneficios.

    Tampoco está claro en qué medida el fruto de estas minas va a ayudar a la descarbonización si el consumo de energía sigue subiendo. Que Estados Unidos esté hasta arriba de paneles solares que no emiten gases de efecto invernadero no significa que las tecnologías utilizadas no generen carbono. Se necesita energía para sacar esos minerales del suelo y para convertirlos en baterías y paneles solares fotovoltaicos y rotores gigantes para aerogeneradores, se necesita energía para reemplazarlos cuando se gastan. Las minas funcionan, principalmente, con vehículos con motor de combustión interna. Los cargueros que cruzan los mares del mundo y que llevan su buen cargamento de renovables utilizan tanto combustible que son responsables del tres por ciento de las emisiones del planeta. Los motores puramente eléctricos para equipos de construcción se encuentran todavía en las primeras etapas de desarrollo. ¿Qué tamaño tan descomunal tendría que tener una batería para que un carguero pudiese cruzar el Pacífico? ¿No sería mejor, tal vez, un pequeño reactor nuclear?

    En otras palabras, llevar la cuenta de las emisiones dentro de las divisiones nacionales es como llevar la cuenta de calorías solamente durante el desayuno y la comida. Si para ser un país más limpio Estados Unidos aumenta la contaminación en otros lugares, eso hay que añadirlo al libro de cuentas. Seguro que las sumas de carbono son menores de lo que lo serían de otro modo, pero entonces las reducciones podrían no ser tan fuertes como se pensaba, especialmente si los productores, desesperados por ingresar dinero gracias al pelotazo de las renovables, lo hacen de la forma más barata posible, lo que ahora mismo implica más combustibles fósiles. Por otro lado, una restauración medioambiental va a ser costosa en todos los sentidos: ¿quieres limpiar las balsas de estériles, enterrar residuos a gran profundidad y prevenir el envenenamiento del agua?, pues vas a necesitar motores y es posible que tengas que quemar combustible.

    El informe más reciente del IPCC [Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático] consolida la opinión científica y augura que los biocombustibles van a ser utilizados en los siguientes casos: construcción, industria pesada y transporte, áreas en las que los motores eléctricos no pueden usarse fácilmente. Los biocombustibles emiten carbono a la atmósfera, pero es carbono que ya ha sido absorbido por plantas, de modo que las emisiones netas son nulas. El problema es que la creación de biocombustibles requiere de tierra que podría estar dedicada a cultivos u ocupada por vegetación que pueda absorber carbono. Son una de las formas de producción de energía con menos densidad espacial; serían necesarias unas cinco hectáreas para llenar el depósito de un solo avión transatlántico. Las emisiones son solo el problema más evidente dentro de una crisis ecológica que abarca varios ámbitos. La población humana, los pastos y la industria ―que se expanden a través de lo que queda de naturaleza de la manera más irresponsable y destructiva posible― han tenido repercusiones que han llegado a los reinos animal y vegetal. La aniquilación de los insectos ―en algunas zonas se ha reducido su población a un quinto de la original― es una de las manifestaciones de esta situación. El mundo de los insectos es un gran incomprendido, pero algunos científicos sospechan que estos sucesos son solo parcialmente atribuibles al cambio climático; los mayores culpables son el uso que los humanos dan a la tierra y la utilización de pesticidas. De los dos mil millones de toneladas de masa animal que hay en el planeta, los insectos conforman la mitad. Si uno elimina los pilares que sostienen el mundo de los insectos, las cadenas tróficas se derrumban.

    De acuerdo con las estimaciones de Vaclav Smil, el gran pope de los estudios energéticos, para remplazar el gasto de energía de Estados Unidos con energías renovables sería necesario dedicar entre un veinticinco y un cincuenta por ciento del territorio estadounidense a plantas solares, eólicas y de biocombustible. ¿Disponemos de espacio para ello, aparte de para la expansión del hábitat humano? ¿Y para pastos y para la industria de la carne y de los lácteos? ¿Y para los bosques que se necesitarían para eliminar el carbono del aire? Si el capitalismo sigue haciendo lo que no puede dejar de hacer ―crecer―, la respuesta es no. La ley del capitalismo es la ley del más: más energía, más cosas, más materiales. Es eficiente  únicamente en lo que se refiere a expoliar el planeta. No hay solución en la que pueda seguir intacta la tendencia al crecimiento que tiene el capitalismo. Y esto es lo que no aborda el Green New Deal, un concepto acuñado por el untuoso neoliberal Thomas Friedman. Según el Green New Deal, se puede conservar el capitalismo, se puede mantener el crecimiento, pero eliminando sus consecuencias nocivas. Los pueblos muertos están aquí para decirnos que no es posible. Para ellos no hay vida después de la muerte.

    * * *

    Sin embargo, los mineros de Chile, de China y de Zambia van a excavar para algo más que para colocar cincuenta millones de paneles solares y aerogeneradores, ya que el Green New Deal también propone renovar la red eléctrica y así aumentar su eficiencia, incorporar mejoras en todos los edificios de acuerdo a los más altos estándares medioambientales y, por último, desarrollar un sistema de transporte con una baja huella de carbono basado en vehículos eléctricos y trenes de alta velocidad. Huelga decirlo, esto implica un despliegue monumental de materiales con una alta huella de carbono, como el cemento y el acero. Va a ser necesario enviar a Estados Unidos una cantidad de materias primas valorada en billones de dólares para que allí las transformen en vías de tren y en coches eléctricos. También en escuelas y hospitales, pues, junto a otras iniciativas, el Green New Deal propone una atención sanitaria universal y una educación gratuita, por no hablar de la garantía de empleo con un salario digno.

    En política nada es nunca nuevo del todo en realidad y, por ello, no sorprende que el Green New Deal nos devuelva a los años treinta del mismo modo en que los gilets jaunes [chalecos amarillos] de Francia reviven el cadáver de la revolución francesa y lo ponen a bailar bajo el Arco del Triunfo. Entendemos el presente y futuro a través del pasado. Tal y como apunta Marx en El 18 de brumario de Luis Bonaparte, las personas «hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado». Para hacer entendibles nuevas formas de lucha de clases, sus defensores miran al pasado, «toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal». Lo «nuevo» del Green New Deal debe entonces mostrarse en un idioma antiguo, que sea atractivo para el desaparecido obrerismo de nuestros bisabuelos y con el estilo gráfico de los posters de la agencia encargada de gestionar el antiguo New Deal, la WPA [Works Progress Administration].

    Este juego de disfraces puede acabar siendo progresivo en vez de regresivo, siempre que sea para «glorificar las nuevas luchas y no para parodiar las antiguas, para exagerar en la fantasía la misión trazada y no para retroceder ante su cumplimiento en la realidad, para encontrar de nuevo el espíritu de la revolución y no para hacer vagar otra vez a su espectro». Al contrario, en los albores de la revolución de 1848, cuando Marx escribía esto, la simbología de la revolución francesa tenía el efecto de ahogar cualquier cosa que en aquel momento fuera revolucionaria. El sobrino de Napoleón Bonaparte, Napoleón III, era una parodia del libertador de Europa. Lo que Europa necesitaba era una ruptura radical, no continuidad:

    La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido. Allí, la frase desbordaba el contenido; aquí, el contenido desborda la frase.

    Haríamos bien en recordar estas palabras durante las próximas décadas, para evitar recular ante soluciones reales o insistir en soluciones fantasiosas. El proyecto del Green New Deal realmente no tiene nada que ver con el New Deal de los años treinta, más allá de lo superficial. El New Deal fue una respuesta ante una emergencia económica inmediata ―la gran depresión― y no ante una catástrofe climática futura; su objetivo principal era devolver el crecimiento a una economía que se había visto reducida en un cincuenta por ciento y en la que una de cada cuatro personas estaba sin trabajo. El objetivo del New Deal era conseguir que el capitalismo hiciera lo que ya deseaba hacer: poner a la gente a trabajar, explotarlos y venderles los productos de su propio trabajo. El estado era necesario como catalizador y mediador, para asegurar el equilibrio entre beneficios y salarios, principalmente dando fuerza a la mano de obra y quitándosela a los negocios. Aparte de que implicaría unos desembolsos de capital mucho mayores, el Green New Deal tiene una ambición más compleja: en lugar de hacer que el capitalismo haga lo que ya está deseando hacer, tiene que lograr que vaya por un camino que, a largo plazo, es sin lugar a dudas perjudicial para los dueños del capital.

    Mientras que el New Deal necesitaba solamente restaurar el crecimiento económico, el Green New Deal tiene que generar dicho crecimiento y reducir emisiones. El problema es que el crecimiento y las emisiones están, en casi cualquiera de sus formas, directa y profundamente relacionados. Por ello, el Green New Deal corre el riesgo de convertirse en algo parecido al mito de Sísifo, que cada día sube la colina empujando la roca de la reducción de emisiones para que, cada noche, una economía creciente y ávida de de energía la vuelva a hacer rodar hasta abajo.

    Los defensores del crecimiento ecológico prometen una «desacoplamiento absoluto» entre emisiones y crecimiento, en la que cada unidad adicional de energía no añade CO2 a la atmósfera. Incluso si tal cosa fuera tecnológicamente posible, incluso si fuera posible generar energía libre de emisiones para abastecer la demanda actual, tal separación requeriría de un control mucho mayor sobre el comportamiento de los propietarios del capital que el que tuvo el New Deal.

    Franklin Delano Roosevelt y su coalición en el congreso ejercieron un modesto control sobre las corporaciones mediante un proceso de «compensación de poderes», en palabras de John Kenneth Galbraith, que fue quien inclinó el terreno de juego para arrebatar poder a los capitalistas respecto a trabajadores y consumidores y quien hizo más atractivas las inversiones. Efectivamente, el estado llevó a cabo inversiones públicas —construyó carreteras, puentes, centrales energéticas y museos—, pero no lo hizo para sustituir a la inversión privada, sino para establecer «para siempre una vara de medir contra la extorsión», según la contundente formulación de Roosevelt. Las centrales energéticas gubernamentales podrían, por ejemplo, fijar el precio real ―más bajo― de la electricidad, impidiendo así que los monopolios energéticos inflasen los precios.

    Los defensores del Green New Deal ensalzan este aspecto del New Deal, ya que se acerca mucho a lo que ellos proponen. La Tennessee Valley Authority, una empresa pública de energía que sigue operando después de ochenta años, es la más famosa entre este tipo de proyectos. Infraestructura pública, energía limpia, desarrollo económico…; la TVA engloba muchos de los elementos esenciales para el Green New Deal. Mediante la construcción de presas y centrales hidroeléctricas a lo largo del río Tennessee, suministró energía limpia y barata a una de las regiones económicamente más deprimidas del país. Las centrales hidroeléctricas estaban, a su vez, vinculadas a fábricas que producían nitratos, una materia prima que requiere de un gran gasto energético y que se utiliza en fertilizantes y explosivos. Los salarios y la producción agraria subieron, el coste de la energía descendió. La TVA trajo energía barata, fertilizante barato y empleos dignos a un lugar previamente conocido por la malaria, la pobre calidad de sus tierras, unos sueldos por debajo de la mitad de la media nacional y una tasa de desempleo alarmantemente alta.

    El problema a la hora de plantear este escenario como marco para el Green New Deal es que las renovables no son muchísimo más baratas que los combustibles fósiles. El estado no puede abrir el camino de una energía barata y renovable que satisfaga a los consumidores gracias a sus bajos costes y a los productores con beneficios aceptables. Mucha gente pensó en su momento que nos iba a salvar el agotamiento de las reservas de petróleo y carbón, pues ello elevaría el precio de los combustibles fósiles por encima del de las renovables y forzaría un cambio como si se tratara de un asunto de necesidad económica. Desgraciadamente, ese mesiánico pico de los precios se ha ido alejando hacia el futuro desde el momento en que las nuevas tecnologías de perforación, introducidas en la última década, han hecho posible extraer petróleo del shale mediante el fracking y recuperar reservas de campos que anteriormente se pensaba que estaban agotados. El precio del petróleo se ha mantenido reiteradamente bajo y, para sorpresa de todo el mundo, Estados Unidos ahora mismo está produciendo más que nadie. Las apocalípticas previsiones en torno al «pico del petróleo» son hoy una curiosidad propia del cambio de milenio, como lo son el efecto 2000 o Al Gore. Sintiéndolo mucho, se han equivocado ustedes de apocalipsis.

    Algunos dirán que las energías renovables pueden competir en el mercado con los combustibles fósiles. Es cierto, la energía eólica, la hidroeléctrica y la geotérmica han bajado de precio en tanto que fuentes de electricidad y en algunos casos han alcanzado precios más bajos que el carbón y que el gas natural, pero siguen sin ser lo suficientemente baratas. Esto se debe a que, para hacer quebrar a las compañías petrolíferas capitalistas, las energías renovables deberían lograr algo más que sobrepasar marginalmente a los combustibles fósiles en uno o dos céntimos por kilovatio/hora. Hay billones de dólares invertidos en infraestructuras de energía fósil y los propietarios de dichas inversiones siempre van a preferir recuperar parte de sus inversiones antes que no recuperar nada. Para reducir el valor de esos activos a cero y obligar a los capitalistas de la energía a invertir en nuevas centrales, las energías renovables no solo deberían ser más baratas, sino muchísimo más baratas, más baratas en proporciones casi imposibles. Al menos esta es la conclusión a la que llegó el grupo de ingenieros que contrató Google para estudiar el problema. La tecnología existente nunca va a ser lo suficientemente barata como para desbancar a las centrales térmicas de carbón; necesitaríamos cosas que actualmente forman parte de la ciencia ficción, como la fusión fría. Y esto no es solo por un problema de costos hundidos, sino porque la energía solar y la eólica no pueden suministrarse bajo demanda: solo están disponibles cuando la luz del sol llega a la Tierra y cuando sopla el viento. Si alguien quiere disponer de estas fuentes de energía en todo momento, debe almacenarla o transportarla miles de kilómetros, y eso va a hacer que aumente el precio.

    La mayor parte de la gente dice que la respuesta a este problema son los impuestos a fuentes de energía contaminantes, o directamente su prohibición, junto a subvenciones a las energías limpias. Un impuesto al carbono, aplicado de manera inteligente, puede inclinar la balanza a favor de las energías renovables hasta que estas puedan desbancar por completo a las energías fósiles. Se pueden prohibir nuevas fuentes e infraestructuras de energía fósil y los ingresos de los impuestos pueden utilizarse para desarrollar nuevas tecnologías y para aplicar mejoras en la eficiencia y subsidios para las y los consumidores. Pero entonces estaríamos hablando de algo que no es un New Deal, sino de algo que abriría el camino a un capitalismo mucho más productivo en el que salarios y beneficios pudiesen aumentar de manera conjunta. Según algunas proyecciones, en las reservas planetarias existe un billón y medio de barriles de crudo, unos cincuenta billones de dólares si asumimos un precio bajo por cada barril. Básicamente este es el valor con el que las compañías petrolíferas ya cuentan de acuerdo con sus propios cálculos. Si el impuesto sobre el carbono y las prohibiciones llegaran a dividir por diez ese beneficio, los propietarios de la energía fósil harían lo que fuera posible para evitar, alterar o rechazar estas medidas. Surge aquí de nuevo el problema de los costos hundidos. Si cercenas el valor de esas reservas y te pones un poco retorcido, podrías reducir el coste de las energías fósiles, animando así al aumento del consumo y de las emisiones, ya que los productores de petróleo se movilizarán para vender sus suministros a países sin impuesto sobre el carbono. Por ejemplo, se estima que toda la riqueza del mundo es de unos trescientos billones de dólares, la mayoría en manos de la clase propietaria. El PIB global, el valor de todos los bienes y servicios producidos en el mundo a lo largo del año, está alrededor de los ochenta billones. Si proponemos deshacernos de cincuenta billones de dólares, un sexto de la riqueza de todo el planeta, es de esperar que los propietarios de dicha riqueza se opongan con todo lo que tienen, que es más o menos todo lo que hay.

    * * *

    Como si se tratara de una novela de mil páginas con un MacGuffin o con alguna otra atrocidad estilística en cada página, el Green New Deal presenta un desafío a sus críticos. Hay demasiados niveles en los que nunca podría funcionar. Hay una infinidad de mundos en los que el Green New Deal fracasa: un millón de Bernie Sanders o, con más urgencia aún, de Ocasio-Cortez comandando el desastre. Por ejemplo, uno puede escribir un artículo entero acerca de su imposibilidad política debido a que el gobierno de Estados Unidos se halla completamente cooptado por intereses corporativos y debido a un sistema de partidos y una división de poderes que se alinean con la derecha de manera rigurosa; un artículo sobre cómo, incluso si fuera políticamente posible, es muy probable que unos desembolsos que alcanzasen magnitudes de varios billones de dólares al año en energías renovables acabarían por tumbar el dólar y por sobrepasar los costes previstos; un artículo sobre cómo, incluso si se superasen estos obstáculos, las últimas intervenciones en la economía —cuatro billones y medio de dólares inyectados durante el mandato de Obama para la expansión cuantitativa del gobierno federal, un billón y medio en los recortes de Trump— indican que el Green New Deal debe luchar por animar a las corporaciones a gastarse el dinero según lo planeado: en inversiones en infraestructuras verdes en lugar de verterlo todo en bienes inmuebles y en acciones, como ha pasado en los casos anteriores.

    Es fácil irse por las ramas y perder de vista lo importante. En cada uno de estos escenarios, en cada uno de estos mundos tristes, cada vez más calientes, el Green New Deal fracasa por culpa del capitalismo; porque, en el capitalismo, existe una pequeña clase de propietarios y administradores que compite contra sí misma y que se ve obligada a tomar una serie de decisiones limitadas acerca de dónde y en qué invertir, fijando así precios, salarios y otros determinantes fundamentales de la economía. Incluso si estos propietarios quisieran evitar que hubiera ciudades anegadas y miles de millones de personas migrantes en el año 2070, no podrían hacerlo; el resto de la cuadrilla los enviaría a la bancarrota. Tienen las manos atadas, sus decisiones vienen dictadas por el hecho de que deben vender al ritmo establecido o desaparecer. Es el conjunto de esta clase la que decide, no los miembros que la componen. Es por esto por lo que a menudo los marxistas (y Marx) se refieren al capital como a un agente en lugar de como a un objeto. La voluntad de crecimiento desenfrenado y el incremento del uso de energía no son una decisión, son algo forzado, un requisito para la obtención de beneficios cuando la obtención de beneficios es un requisito para la existencia.

    Si se crean impuestos sobre el petróleo, el capital se va a ir a venderlo a otra parte. Si incrementas la demanda de materias primas, el capital va a aumentar el precio de los productos de primera necesidad y va a poner las materias primas en el mercado de la forma más ineficiente desde el punto de vista energético. Si te hacen falta millones de kilómetros cuadrados para colocar paneles solares, parques eólicos o granjas de biocombustible, el capital va a hacer que aumente el precio del metro cuadrado. Si pones aranceles a las importaciones, el capital se va a desplazar a otros mercados. Si intentas fijar un precio máximo que no permita el beneficio, el capital sencillamente va a dejar de invertir. Si a la Hidra le cortas una cabeza, otra la sustituirá. Si inviertes billones de dólares en infraestructuras, vas a tener que enfrentarte a la industria de la construcción, que es asombrosamente lenta, antieconómica e improductiva y con la que tender un kilómetro de vía de metro puede costar hasta veinte veces más tiempo y cuatro veces más dinero de lo que se había planificado. Vas a tener que enfrentarte a los monstruos de Bechtel y Fluor Corp., acostumbrados a vivir directamente del gobierno y a cobrarles cincuenta dólares por tornillo. Si esto no te asusta, ponte a pensar en la historia de ineficiencia del ejército de Estados Unidos, que es el mayor consumidor de petróleo del planeta y, a la vez, el principal cuerpo de policía del petróleo. La contabilidad del Pentágono es un agujero negro en el que se vierte la riqueza de la nación pero del que no emerge ninguna luz. Su libro de cuentas está en blanco.

    * * *

    Sospecho que muchos defensores del Green New Deal esto ya lo saben. No creen que vaya a poder cumplirse lo prometido y saben que, si se cumpliese, no iba a funcionar. Probablemente es por esto por lo que se ofrecen tan pocos detalles concretos. Hasta ahora las discusiones giran en torno al presupuesto: los defensores de la teoría monetaria moderna (TMM) defienden que la cantidad que puede gastar un gobierno como el de Estados Unidos no tiene techo, a lo que la gente de izquierdas que tanto defiende los impuestos y el gasto público opone escenarios de todo tipo. Lo que propone la TMM es técnicamente correcto, pero obvian el poder que tienen los acreedores de Estados Unidos para determinar el valor del dólar y, por lo tanto, los precios y los beneficios. Mientras tanto, los críticos del Green New Deal limitan su discusión a los aspectos menos problemáticos. Que no se me malinterprete, las partidas presupuestarias de decenas de billones de dólares no son poca cosa. Pero garantizarse el dinero no es ni mucho menos nuestro mayor problema. Es la puesta en marcha la que lo mata y hay pocos defensores del Green New Deal que tengan algo que decir acerca de estos detalles.

    El Green New Deal propone descarbonizar la mayor parte de la economía en diez años; estupendo, pero nadie dice nada sobre cómo hacerlo. Esto es así porque para mucha gente el valor del GND es más que nada retórico; la cosa va de transformar el debate, de aunar voluntades políticas y de subrayar la urgencia de la crisis climática; se trata de unas sensaciones poderosas más que de un gran plan. Hay muchos socialistas que reconocen que es imposible mitigar el cambio climático en un sistema de producción orientado al beneficio, pero creen que un proyecto como el Green New Deal es lo que León Trotski llamaba un «programa de transición» dependiente de una «reivindicación transitoria». A diferencia de una reivindicación mínima, que el capitalismo puede satisfacer, y de la reivindicación máxima, que evidentemente no puede satisfacer, la reivindicación transitoria es algo que el capitalismo podría satisfacer si se tratara de un sistema racional y humano, pero que, en un momento dado, no puede hacerlo. A base de hacer bandera de esta reivindicación transitoria, los socialistas harían ver que el capitalismo es un coordinador de la actividad humana extraordinariamente despilfarrador y destructivo, incapaz de explotar su propio potencial y, en este caso, responsable en el futuro de un número inimaginablemente de muertes. Tan expuesto quedaría que se podría proceder a la eliminación del capitalismo. Enfrentados a la resistencia de la clase capitalista y a una burocracia gubernamental atrincherada, aquellas personas elegidas para aplicar un Green New Deal, con el apoyo de las masas, podrían pasar a expropiar a la clase capitalista y reorganizar el estado de acuerdo a principios socialistas. O esa es la idea.

    Siempre he despreciado el concepto de programa de transición. Para empezar creo que es condescendiente asumir que hay que decirle a las «masas» una cosa para, finalmente, poder convencerlas de otra. También creo que es peligroso y que puede salir el tiro por la culata. Las revoluciones a menudo comienzan cuando fracasan las reformas, pero el problema es que la reivindicación transitoria anima a crear instituciones y organizaciones alrededor de unos objetivos con la esperanza de que, llegado el momento, puedan adoptar otros rápidamente. Sin embargo, las instituciones son estructuras con inercias muy fuertes: si construyes un partido y unas instituciones en torno a la idea de resolver el cambio climático dentro del capitalismo, que no te sorprenda cuando una gran parte del partido ofrezca resistencia a tus intentos de convertirlo en un órgano revolucionario. La historia de los partidos socialistas y comunistas da razones para ir con cautela. Incluso después de que los líderes de la Segunda Internacional traicionaran a sus miembros enviándolos a matarse entre ellos en la primera guerra mundial y después de que una buena parte se escindiera y formase organizaciones revolucionarias en las primeras etapas de la revolución rusa, mucha gente continuó apoyándola, por costumbre y porque había formado una densa red de estructuras culturales y sociales a la que estaban vinculada por mil y un lazos. Hay que tener cuidado para que, al ir buscando un programa de transición, no acabe uno fortaleciendo a su futuro enemigo.

    * * *

    Enunciemos entonces lo que sabemos que es cierto. El camino hacia la estabilización climática por debajo de los 2 ºC que ofrece el Green New Deal es una ilusión. Sin lugar a dudas, ahora mismo las únicas soluciones posibles dentro del paradigma del capitalismo son unas formas de geoingeniería horribles y arriesgadas que envenenarían químicamente el océano o el cielo para absorber carbono o limitar la luz solar, que preservarían el capitalismo y a su hueste, la humanidad, a cambio del cielo (pero sin clima) o del océano (pero sin vida). A diferencia de la reducción de emisiones, estos proyectos no requieren de ninguna colaboración internacional. En este momento cualquier país puede iniciar un proyecto de geoingeniería. ¿Por qué China o Estados Unidos no iban a decidir arrojar azufre a la atmósfera si la cosa se calienta o se tuerce demasiado?

    El problema del Green New Deal es que promete cambiarlo todo mientras hace que todo continúe como hasta ahora. Promete transformar las bases energéticas de la sociedad contemporánea como quien cambia la batería de un coche. Uno va a seguir pudiendo comprarse un iPhone nuevo cada dos años, solo que sin emisiones. El mundo del Green New Deal es este mundo solo que mejor; este mundo, solo que sin emisiones, con un sistema sanitario universal y universidad gratuita. Su atractivo es obvio, pero la fórmula es imposible. No podemos continuar en este mundo. Para conservar este nicho ecológico en el que nosotras, nosotros y toda nuestra legión de especies hemos vivido durante los últimos once mil años, vamos a tener que reorganizar completamente la sociedad y cambiar dónde, cómo y, sobre todo, por qué vivimos. Con la tecnología actual no es posible continuar usando más energía por persona, más tierra por persona, más más por persona. Esto no tiene por qué traducirse en un mundo austero y gris, pero es lo que se nos viene encima si la desigualdad y el robo continúan. Una sociedad emancipada, en la que nadie pueda forzar a nadie a trabajar por razones de propiedad, podría traer alegría, sentido, libertad, satisfacción e incluso cierta abundancia. Fácilmente podríamos tener suficiente de lo que sí que importa: conservar energía y otros recursos para alimento, refugio y medicina. Como le resultará obvio a cualquiera que dedique medio minuto a echar un vistazo a su alrededor, en un sistema capitalista la mitad de las cosas que nos rodean son innecesarias. Más allá de nuestras necesidades básicas, la abundancia más importante es la necesidad de tiempo y el tiempo tiene, demos gracias, emisiones nulas o, incluso, emisiones negativas. Si los y las revolucionarias de sociedades que usaban un cuarto de la energía de la que utilizamos nosotros pensaban que el comunismo estaba a la vuelta de la esquina, no hay necesidad alguna de encadenarse a los horribles imperativos de crecimiento. Una sociedad en la que cualquiera es libre para cultivarse, hacer deporte, entretenerse, hacerse compañía y viajar, es aquí donde vemos qué abundancia es la que importa.

    Tal vez el progreso en la descarbonización o las tecnologías libres de emisiones estén a punto de llegar. Estaríamos mal de la cabeza si eliminásemos esa posibilidad. Pero no se hace política esperando a que sucedan milagros. Han pasado casi setenta años desde que se inventó la última tecnología que causó un cambio de paradigma: los transistores, la energía nuclear, la genómica…, todos datan de mediados del siglo xx. A pesar de las perspectivas y del constante flujo de nuevas aplicaciones, el ritmo del cambio tecnológico se ha ido frenando más que acelerando. En cualquier caso, si el capitalismo de repente se ve capaz de mitigar el cambio climático, podemos centrarnos en cualquiera de las otras mil razones por las que deberíamos acabar con él.

    No podemos seguir igual y que todo cambie. Necesitamos una revolución, una ruptura con el capital y con sus impulsos asesinos, aunque el aspecto que ello pueda tener en el siglo XXI sea básicamente una pregunta sin respuesta. Una revolución que tiene sus miras puestas en el florecimiento de la vida humana implica una descarbonización inmediata, un rápido decrecimiento en el uso de energía para aquellas personas en el norte global industrializado, nada de cemento, muy poco acero, nada de viajes en avión, pueblos y ciudades peatonales, calefacción y aire acondicionado pasivos, una transformación total de la agricultura y una disminución de las tierras de pasto de por lo menos varios órdenes de magnitud. Todo esto es posible si no continuamos arrojando la mitad de la producción mundial a las fauces del capital, si dejamos de sacrificar a buena parte de cada generación enviándola a las minas, si no permitimos que aquellas personas cuyo objetivo es el beneficio decidan cómo debemos vivir.

    Por ahora no hay una revolución a la vista. Estamos atrapados entre la espada y el Green New Deal y no podemos culpar a nadie por comprometerse con la esperanza que tienen al alcance de la mano en lugar entregarse a la desesperación medioambiental. Tal vez el trabajo en torno a reformas legislativas marque la diferencia entre lo impensable y lo sencillamente insoportable, pero no nos mintamos los unos a los otros.

     

    JASPER BERNES es jefe de redacción de Commune. Es autor de The Work of Art in the Age of Deindustrialization (2017) y de dos libros de poesía: We Are Nothing and So Can You y Starsdown.

    El cuadro que ilustra este texto es «Sol moribundo» [«Kustuv päike»], 1968, de Ilmar Malin. Agradecemos la ayuda de Íñigo Soldevilla Soroeta con la traducción.

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  • Socialismo y ecología

    Socialismo y ecología

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    Por Raymond Williams

    Introducción

    Algunos llevamos los últimos años reflexionando sobre el socialismo ecológico, aunque el concepto sea un poco enrevesado. Sin embargo, en muchos países y a un ritmo cada vez mayor, se intenta unir dos formas de pensamiento que, evidentemente, son muy importantes en nuestro presente; pero no se trata de una tarea ni mucho menos fácil. Hay una serie de cuestiones que debemos abordar, tanto en términos prácticos para la actualidad como en la forma en la que se han desarrollado los diferentes corpus de ideas.

    Resulta irónico que el inventor del concepto de ecología fuera el biólogo alemán Haeckel, en la década de 1860, y que este tuviera una influencia significativa en el movimiento socialista en toda Europa a principios de este siglo [el siglo XX, N. del. T.]. De hecho, según Lenin su influencia había sido enorme, pero no en lo que hoy entendemos por ecología, por mucho que fuese invención de Haeckel; su obra fue influyente porque se trataba de un relato materialista del mundo natural y, entre otras cosas, de un relato fisiológico del alma que encontró su lugar en el encarnizado debate sobre la relación entre el socialismo y la religión y otros sistemas éticos, un debate primordial en el movimiento socialista de aquel entonces. De modo que, aunque en aquella época existía una relación entre cierta versión de la ecología y cierto problema del socialismo, actualmente no tiene mucha importancia. Sin embargo, si vamos más allá de dicho término en particular —ecología— y observamos el tipo de cuestiones que ahora representa de una manera amplia, podemos encontrar una relación muy complicada a principios del siglo XIX y, en particular, desde la revolución industrial. Las relaciones de ese tipo de pensamiento con el pensamiento socialista han sido y siguen siendo importantes, polémicas y complicadas.

    La revolución industrial

    La revolución industrial sacó a la luz los efectos de la intervención humana en el mundo natural de tal manera que, aunque al principio eran bastante aislados, saltaban a la vista de cualquier observador atento. Si digo que «sacó a la luz los efectos» es porque uno de los errores comunes de aquel periodo ―y de la actualidad― es el de creer que la interferencia sustancial en el medioambiente empezó entonces. Sin embargo, las principales industrias extractivas, las industrias siderúrgica y química y la concentración de la producción en fábricas ―que trajo consigo problemas de vivienda masificada y polución dado que hasta ese momento no se habían construido ciudades de esa manera― sí que tuvieron efectos extraordinarios que aún hoy son imposibles de exagerar. El mundo estaba cambiando físicamente allí donde hubiera bajo tierra cualquiera de estos preciados materiales. Como es comprensible, hubo una respuesta extraordinaria, planteada normalmente en términos de un orden natural que estaba siendo perturbado por la temeraria intervención humana. Este tipo de cosas las decían personas de las que no cabría esperar esta reacción, no solo la gente del campo o gente de la literatura que lo estuviera viendo a cierta distancia. Uno de los relatos más notables es el de James Nasmyth, el inventor del martillo pilón, quien se encontraba justo en el centro de los nuevos procesos industriales. Su descripción de las fundiciones de Coalbrookdale, hacia 1830, es un texto clásico sobre la devastación ambiental: «Los vapores de ácido sulfuroso arrojados por las chimeneas habían resecado y acabado con la hierba; cada objeto herbáceo era de un gris espantoso, el símbolo de la muerte vegetal en su apariencia más triste. Vulcano había expulsado a Ceres». Los efectos fueron así de dramáticos. Y los términos en los que se describían habitualmente se centraban en la idea de que este tipo de intervención industrial había perturbado y expulsado lo «natural».

    Ahora bien, esta forma de pensar, que aún es poco conocida, sigue siendo una parte crucial del pensamiento social moderno. Y digo que es poco conocida porque me sorprendió mucho un fragmento de un interesante artículo de Hans Magnus Enzensberger sobre las relaciones entre la ecología y el socialismo. Fue el número 84 de la New Left Review, en 1974. En él trataba de desarrollar un argumento contra el movimiento ecologista moderno al recordar que, especialmente «en las minas y fábricas inglesas», la industrialización «hizo que hace ciento cincuenta años ciudades y regiones rurales enteras fueran inhabitables», pero que «a nadie se le ocurrió extraer de estos hechos conclusiones pesimistas sobre el futuro de la industrialización».[1] «Solo hemos empezado a discutir sobre el medioambiente ―continuaba― cuando los efectos han llegado a los barrios en los que vivía la burguesía».

    Pues bien, esto es simplemente falso. Desde Blake, Southey y Cobbett, en las primeras décadas de la industrialización, hasta Dickens y William Morris, pasando por Carlyle y Ruskin, las observaciones y las argumentaciones de este tipo fueron constantes. En Cultura y sociedad reflexioné sobre muchas de estas aportaciones. Sigue siendo curioso que todas estas observaciones y debates sociales, que surgieron muy pronto en Reino Unido por la razón obvia de que era aquí donde estaba teniendo lugar la industrialización más espectacular, a menudo no sean conocidos por los socialistas continentales más formados, que se construyen entonces una historia de las ideas totalmente equívoca. Después de todo, fue un observador alemán, Engels, en el Mánchester de la década de 1840, quien proporcionó uno de los relatos más devastadores ―si bien no el primero― de las terribles condiciones de vida en las nuevas ciudades industriales, que estaban creciendo de manera explosiva.

     

    Reacciones diferentes

    Esa corriente de pensamiento tiene varias tendencias, desde quienes se oponían por completo a la industrialización, pasando por quienes pretendían mitigar sus efectos o humanizar sus condiciones, hasta quienes ―y estos eran muchos, algunos de ellos socialistas― querían modificar sus relaciones sociales y económicas, pues desde su punto de vista eran lo que más daño causaba. Sin embargo, hubo sin duda una tendencia muy general a ver la industrialización como la perturbación de un «orden natural». En las primeras etapas, el orden preindustrial estaba demasiado cerca en el tiempo como para cometer los errores de bulto que se cometieron más tarde, cuando sí se llegó a idealizar el orden preindustrial y se supuso, por ejemplo, que no había habido ninguna intervención significativa y destructiva en el entorno natural antes de la industrialización. De hecho, y esto probablemente se remonta al neolítico, ciertos métodos de cultivo, el pastoreo excesivo o la destrucción de los bosques han producido desastres físicos naturales a gran escala. Muchos de los grandes desiertos se crearon o crecieron en esos periodos y hubo muchas alteraciones climáticas locales. Nunca vamos a comprender estos problemas si pensamos que las formas específicas de la producción industrial moderna son las únicas que nos impiden vivir bien y de manera sensata en la Tierra.

    Sin embargo, este énfasis, esta deformación de la historia, tuvo importantes efectos intelectuales. En sus inicios, en gran parte del movimiento ecologista —utilizo ese concepto para referirme a todas esas tendencias incluso aunque aún no se emplease el término ecologista— hubo una propensión intrínseca a oponer el nocivo orden industrial al orden preindustrial, natural e inocuo.

    Ahora bien, aunque existen importantes diferencias de grado y aunque algunos de los nuevos procesos causaron un daño y una destrucción más graves que cualquiera de los procesos productivos previos, esa oposición es falsa. Es especialmente importante que los socialistas tengan esto presente, pues nos permite distinguir la historia real ―y, por lo tanto, un futuro posible― de una versión muy débil de la causa medioambiental, la cual defiende que deberíamos volver a salir de la sociedad industrial y dirigirnos al orden preindustrial, que no causaba este tipo de daño. Tanto en esta falsa oposición entre condiciones físicas como en su característica omisión de las condiciones sociales y económicas, este argumento, tan débil como popular, carece de sentido.

    Cuando digo esto debo aclarar que pienso que la economía rural ha sido estafada y marginada en muchos lugares, pero especialmente en este país [Reino Unido]. Yo nací y me crie en una economía rural y todavía encuentro en ella lo que más me importa, pero de nada sirve hablar históricamente como si se pudieran producir de manera tan simple esa oposición o ese retorno. Buena parte de los peores daños que se impusieron a la economía rural, tanto a la población como a la tierra, fueron provocados por la propia economía rural. Para saber acerca de uno de los casos mejor registrados de este tipo de daños podemos remontarnos a Tomás Moro y a la expansión del comercio de la lana en el siglo XVI, cuando, como él mismo decía, las ovejas se comían a los hombres. El pastoreo de ovejas puede ser hermoso, muy diferente de los «vapores sulfurosos», pero lo cierto es que en Reino Unido es tan poco natural lo uno como lo otro. Lo que importa es el efecto total y en lo que realmente debemos centrarnos es en la explotación comercial incontrolada de la tierra y los animales, que no tiene en cuenta sus efectos sobre otras personas. Si uno se queda solo con las apariencias físicas, es probable que pierda de vista las cuestiones sociales y económicas centrales, que es donde el pensamiento ecológico y el social convergen de manera necesaria.

    Por otra parte, a la inversa también puede caerse en la simplificación. A partir de mediados del siglo XIX, y a medida que el socialismo empezaba a distinguirse de todo un conjunto de movimientos asociados y superpuestos, se tendió a un enfoque muy distinto: se empezó a afirmar que el problema central de la sociedad moderna era la pobreza y que la solución a la pobreza consistía en aumentar la producción. Aunque habría costes relacionados a esta producción, incluyendo cambios y quizá hasta cierto punto daños al entorno natural más cercano, estos estaban justificados al ser la pobreza un mal mayor. El problema de la pobreza se solucionaría con una mayor producción, así como con una política más específica de transformación de las relaciones sociales y económicas. Así pues, durante tres o cuatro generaciones los socialistas plantearon, con contadas excepciones —y dentro del socialismo actual esta sigue siendo la principal tendencia—, que la producción es una prioridad humana absoluta y que quienes se oponen a sus efectos son en el mejor de los casos unos sentimentales, que hablan, además, con mala fe, desde una posición de comodidad y privilegio, sobre los efectos de la reducción de la pobreza en las vidas de los demás.

    «La conquista de la naturaleza»

    Esto tuvo un efecto todavía mayor cuando se asoció con esa idea central de la sociedad del siglo XIX, concentrada en expresiones que aún se pueden escuchar, como «la conquista de la naturaleza» o «el dominio sobre la naturaleza»; actitudes que se pueden observar en obras tan antiguas como La Nueva Atlántida, de Bacon. De hecho, si comparamos la Utopía de Moro y La Nueva Atlántida, encontramos estas dos posturas opuestas en los comienzos del debate. La producción científica moderna era lo único que hacía falta para aumentar la riqueza, disminuir la pobreza y extender el dominio humano sobre la naturaleza. Estas expresiones las seguimos escuchando, y no solo en el pensamiento burgués dominante, sino también en la tradición socialista y marxista de la segunda mitad del siglo XIX. Son incluso ideas clave en la Dialéctica de la Naturaleza de Engels, aunque llegado a cierto punto él mismo se dio cuenta de lo que estaba diciendo, de lo que implicaba esta metáfora de conquista. Porque, por supuesto, estas actitudes de dominio y conquista se habían asociado desde el principio no solo con el dominio de la tierra o de las sustancias naturales o con hacer que el agua hiciera lo que uno quisiera, sino con mover a otras personas de un lado a otro, con ir a dondequiera que hubiera cosas que uno desease, mediante la subyugación y la conquista. Esa era la procedencia de las metáforas de la conquista y el dominio; son la justificación clásica del imperialismo durante esa fase expansiva y dan forma a toda la ética interna de un capitalismo en expansión: dominar la naturaleza, conquistarla, desplazarla para hacer con ella lo que uno quiera. Engels siguió ese camino hasta que repentinamente recordó de dónde venía la metáfora y dijo, con toda razón: nunca entenderemos este problema si no recordamos que nosotros mismos somos parte de la naturaleza y que lo que suponen el dominio y la conquista va a tener un efecto sobre nosotros; no podemos simplemente llegar y marcharnos, como un conquistador extranjero. Pero incluso a pesar de haberse dado cuenta de esto, acabó dando marcha atrás debido a la influencia de aquel fortísimo triunfalismo del siglo XIX sobre la naturaleza y volvió a utilizar esas metáforas. Todavía hoy se pueden leer razonamientos triunfalistas acerca de la producción. Quizá un poco menos seguros de sí mismos, pero si leemos una defensa típica del socialismo, en su forma habitual de entreguerras dentro de la tendencia dominante, todo se plantea en términos de dominio de la naturaleza, establecimiento de nuevos horizontes humanos, generación de abundancia como respuesta a la pobreza.

    Tenemos que tomarnos en serio esa postura. Es una postura con mucho peso y existe mucha hipocresía y muchas posiciones falsas que hay que erradicar si queremos un debate serio y honesto sobre el socialismo y la ecología en nuestros días. Pero bajo el hechizo de las nociones de conquista y dominio, con su mística en torno a la superación de todos los obstáculos, a que no existe nada tan grande que el ser humano no lo pueda abordar, el socialismo dejó de hecho de poner el foco sobre el asunto principal. No se fijó realmente en lo que estaba ocurriendo a la vista de todo el mundo en las sociedades más desarrolladas y civilizadas del planeta, en lo que estaba ocurriendo en Inglaterra, este país industrial avanzado y rico que todavía estaba lleno de pobreza y de un caos y una miseria increíbles. Porque decir que si se produce más estas cosas se van a arreglar por sí solas es una respuesta capitalista al problema. El argumento socialista fundamental es que la riqueza y la pobreza, el orden y el desorden, la producción y el daño, son partes del mismo proceso. En cualquier relato honesto se puede ver que están conectadas y que si se hace más de unas no significa necesariamente que se vaya a tener menos de las otras.

    Siempre se ha planteado esa reflexión fundamental dentro del socialismo; no ha habido ninguna generación en la que alguien no lo plantease de manera convencida. Sin embargo, bajo la influencia capitalista e imperialista, y especialmente desde 1945 y bajo la influencia estadounidense, la posición mayoritaria entre los socialistas ha sido la de que la respuesta a la pobreza, la única respuesta y con la cual bastaría, es la del aumento la producción. Esto ha sido así a pesar de que un siglo y medio de crecimiento dramático de la producción, aunque ha transformado y en general ha mejorado nuestras condiciones, no ha abolido la pobreza e incluso ha creado nuevos tipos de pobreza, de la misma manera que ciertos modos de desarrollo generan subdesarrollo en otras sociedades. Para los socialistas este es ahora el asunto principal.

    William Morris

    Fue William Morris quien comenzó a unir estas tradiciones distintas dentro del pensamiento social británico. Sobre todo al final de su vida, este escritor socialista —de hecho socialista revolucionario— fue profundamente consciente, desde la práctica directa, el uso de sus propias manos y la observación de los procesos naturales, de lo que realmente significa el trabajo con los objetos físicos. Sabía que se puede producir fealdad con la misma facilidad con la que se puede crear belleza. Y que se puede producir lo inútil o lo dañino con la misma facilidad que lo útil. Morris fue capaz de ver cuántos tipos de trabajo parecían específicamente diseñados para crear fealdad y hacer daño, tanto en su realización como en su uso y pensó en ello no solo de una manera general, sino también desde su propia práctica como artesano. Su crítica de la idea abstracta de producción fue una de las intervenciones más decisivas en el debate socialista. En lugar de seguir la simple contabilidad capitalista de la producción, empezó a hacer preguntas sobre el tipo de producción. En esto, de hecho, estaba siguiendo a Ruskin, quien defendió casi lo mismo e insistió en que la producción humana, si se guiaba por la ganancia o la conveniencia, en lugar de por estándares humanos generales, podría conducir a la «Miseria» [«Illth»] tan fácilmente como a la «Riqueza» [«Wealth»]. Pero Ruskin carecía de la orientación explícitamente socialista de Morris.

    Morris dijo: «No tengas en casa nada que no sepas que es útil o que no consideres bello». Parece una recomendación trivial, pero va al corazón del problema y si nos la tomásemos en serio, aún hoy, nos conduciría a hacer una limpieza bastante extraordinaria, y no solo en casa. Supongamos que decimos: «No tengan en sus tiendas nada más que lo que consideren bello o que sepan que es útil». Se trata de un criterio de producción que, en lugar de ser un simple cálculo cuantitativo, relaciona la producción con las necesidades humanas. Además, ve la necesidad humana como algo más que el consumo, una idea increíblemente popular en nuestro tiempo y a la cual, desde el dominio del marketing y la publicidad capitalistas, se trata de reducir toda necesidad y deseo humanos. Es una palabra extraordinaria: consumidor. Es una forma de ver a las personas como si fueran hornos o estómagos. «¿Y cómo afectará esto al consumidor?», se preguntan los políticos. El consumidor debe de ser entonces una variedad de ser humano muy particular: sin cerebro, sin ojos, sin sentidos, pero capaz de tragar. Además, si se tiene una noción de la producción que consiste en asegurar ese tipo de consumo, solo se va a poder pensar en términos cuantitativos, nunca va a haber un momento para preguntarse: «¿Tenemos que aceptar ciertos costes y daños locales porque necesitamos producir esto?». No cabe preguntarse si necesitamos producir esto o aquello por necesidad o por belleza. La producción se convierte así, de forma imperceptible, en un fin en sí mismo, como en el pensamiento capitalista ordinario, pero también dentro de esta corriente de pensamiento socialista —el pensamiento socialista débil— en la que se la considera valiosa por sí misma y, como tal, la respuesta a la pobreza.

    Así pues, cuando Morris reunió estas cuestiones e hizo campaña sobre tantos temas, estaba enlazando dos tradiciones de pensamiento diferentes y de la forma en que se debería haber hecho antes, de una manera en la que se debería haber seguido haciendo después de él y que debería ser aún más clara y más fuerte de lo que lo es hoy en día. Sin embargo, una de las razones por las que no se continuó reforzando ese vínculo inmediatamente después de la época de Morris es que él también fue víctima de esa ilusión que antes decía que estuvo tan extendida a principios de siglo; me refiero a la ilusión de que antes de la producción fabril, antes de la producción industrial y mecánica, había habido un orden natural, limpio y sencillo. Para Morris, igual que para muchos otros radicales y socialistas del siglo XIX, este orden se ubicaba en la Edad Media. Así, se estableció profundamente en su pensamiento la idea de que el futuro, un futuro socialista, sería una especie de reconstitución del mundo medieval, aunque ello le causase siempre cierta preocupación. Admitía que si una máquina nos podía evitar el trabajo tedioso para que pudiéramos dedicar nuestro tiempo a otras cosas, entonces deberíamos usarla. Pero la tendencia principal fue siempre la de reconstituir un orden social simple de campesinos y artesanos.

    Creo que no hace falta decir que este tipo de razonamiento aún está muy extendido dentro del movimiento ecologista. Todavía muchas personas honestas lo ven como la única forma de salvar el mundo; otras lo perciben como algo que ellas mismas preferirían hacer: salir de la sociedad industrial moderna y tomar un camino diferente que resulte más satisfactorio. Incluso es considerado —y esto es más difícil de defender, aunque moralmente puede que tenga más fuerza— como un futuro posible para los países aún densamente poblados.

    Sin embargo, para cualquier otra persona Morris parece fácil de despreciar, porque en ese mundo que imaginó para el siglo XXI tras la revolución socialista de 1952 (no hace falta que mencione que la predicción de la fecha no fue del todo acertada), en ese mundo del siglo XXI hay un Londres limpio y pequeño en el que más o menos todo transcurre de manera fácil y natural. Si te apetece hacer algo, lo haces, porque en cualquier caso hay suficiente para todo el mundo. Sin embargo, toda aquella abundancia proviene de algún lugar que misteriosamente permanece fuera de foco. Al volver a la orilla del río solo se ve belleza, la sensibilidad de la amistad y la camaradería. Una sensación de ocio, amplitud y paz lo impregna todo; parece que se pudieran desarrollar y fomentar todos los valores humanos. Pero eso es todo. Es un mundo pequeño, agradable, espacioso y limpio, donde los problemas de la producción no solo no se han planteado, como en aquella ineludible intervención previa —«no me digas que esto hace falta para la producción; dime producción para qué y quién la requiere»—, sino que ahora, en tanto que  problemas de producción, de sustento humano, han sido apartados de nuestra vista. En realidad, Morris acertó al señalar hacia el final de su vida que probablemente esa había sido su manera de pensar e imaginar porque él mismo había sido rico de nacimiento y porque siempre había podido ―dado que era un maravilloso artesano― ganarse la vida haciendo un trabajo gratificante que otras personas querían que hiciera. Los ricos eran, en fin, los únicos clientes que podían permitirse comprar artesanías de esa calidad. Morris afirmó que todo ello seguramente había influido en su punto de vista.

    Bueno, de hecho así fue, y se trata de una confesión honesta. Es uno de los enredos que tenemos que resolver. La asociación de esa noción de simplificación deliberada, incluso de retorno, con la idea de una solución socialista a la fealdad, la miseria y el derroche de la sociedad capitalista ha sido muy perjudicial. En realidad solo conduce a una serie de soluciones individuales y de pequeños grupos, como el movimiento de artes y oficios, o personas como Edward Carpenter, y a toda un conjunto de personas buenas, sencillas, honestas y respetables que han encontrado esta forma de lidiar con el siglo xx y de sobrevivir a él sin perjudicar a nadie y ayudando a mucha gente. Pero en general han fomentado la idea de que de alguna manera esto resolvería el problema de todo el orden social, cancelando de forma efectiva todas las demás cosas que habían sucedido. Y si se asocia eso con cierto tipo de socialismo, es esperable que la gente diga: «Bueno, mira, el mundo del siglo xx no es así. Hemos avanzado demasiado, somos demasiados. Los problemas que tenemos tienen que ser resueltos desde un punto de vista moderno o no se van a resolver nunca».

    Esa es mi postura, a pesar de todo el respeto que tengo por Morris y por el resto. Es desde este punto de vista desde el que reconozco la importancia del movimiento ecologista en nuestra propia época, que todavía hace avances necesarios, especialmente entre las personas jóvenes más inteligentes, y, sin embargo, también veo las reticencias del movimiento para reflexionar en toda su complejidad sobre su verdadera y compleja relación con el socialismo.

    Ecología apolítica

    Señalemos en primer lugar que buena parte de la ecología más generalizada es, por decirlo así, «apolítica». Se trata de una postura bastante común hoy en día entre muchas personas respetables: que la política es un asunto superficial, que no va más allá de las pugnas entre partidos rivales, la vieja balanza entre izquierda y derecha que, al fin y al cabo, tan solo reconstituye el mismo orden antiguo, nocivo y aburrido. «Tenemos que atacar ―dicen― desde otro ángulo y no queremos tener nada que ver con lo que ustedes llaman política; abordamos los problemas sociales a un nivel más profundo». Esta es una postura respetable. Pero no es apropiada, aunque solo sea porque, como todo el mundo sabe, la «no política» es también política y no tener una postura política es una forma de tenerla, a menudo muy efectiva. Lo que sucede en la práctica es que surge una especie de movimiento (esto es particularmente notable en algunos países, especialmente en Estados Unidos) que busca soluciones a través de pequeños grupos o soluciones individuales, a escala familiar, y que se basan en que la gente pueda empezar a vivir de una manera diferente de manera inmediata. Esta es, en mi opinión, la posición más sostenible desde un punto de vista intelectual.

    La cuestión cambia mucho cuando uno presta atención al ecologismo apolítico más extendido, en el que un grupo de personas, a menudo muy informadas, bien capacitadas para hablar de lo que están hablando —el problema de la alimentación en relación con el crecimiento de la población, los problemas energéticos, de la contaminación industrial o los de la energía nuclear—, que publican manifiestos y advertencias, normalmente dirigidos a los líderes mundiales y diciendo que se deben diseñar planes de choque de modo inmediato, que en los próximos cinco años tenemos que reducir el consumo de energía en un tanto por ciento, que se deben prohibir ciertos procesos de producción perjudiciales, etcétera. Estas son listas de objetivos que yo firmaría sin dudarlo y que firmaríamos la mayoría de nosotros. Pero el carácter especial de estos informes y comunicados se revela cuando uno se fija en a quién van dirigidos. Si se ha llegado a tales conclusiones, ¿a quién puede uno dirigirse? Es razonable que se dirijan a una opinión pública específica, porque así las personas que necesitan conocer los problemas y preocuparse por ellos reciben información y motivos para el cambio. Pero normalmente no se hace eso. Lo habitual es que este enfoque apolítico se dirija a la opinión pública general o al «mundo». Pero en este último caso, están pidiendo que reviertan sus propios procesos a los líderes de los mismos órdenes sociales que han producido esta devastación. Les piden que vayan en contra de los intereses y relaciones sociales que han construido su liderazgo. Además, en un momento dado, aunque los informes y comunicados sean realmente honestos e importantes, su posición política puede tener peores resultados que un error inocente, porque crea y sostiene la idea de que los líderes pueden resolver estos problemas por sí mismos. Por supuesto que los líderes pueden contestar inmediatamente: «Sí, bueno, nos encantaría haceros caso y reducir severamente ciertos tipos de producción nociva, pero entre el electorado eso no sería popular. Nos encantaría hacerlo, ¿pero quién iba a votar a favor de ello?». Esto es al menos lo que la clase dominante más ilustrada dice cuando está bajo presión: sería impopular, sería demasiado difícil de hacer. A la vez, mientras tanto, la clase con un dominio realmente efectivo desecha este problema como si fuera una bobería sentimental que simplemente limita o frena la producción y la pujanza nacionales.

    Llegados a este punto, no basta con seguir lanzando estas advertencias generales, que a medida que se multiplican (me preocupan las fechas, ya que algunos de los planes de choque a cinco años que han sido propuestos ya tienen por lo menos veinte años) enfocan el problema de forma bastante equivocada. No me estoy burlando de quienes han sido derrotados, porque todo el mundo en la izquierda ha sido derrotado, a todos nos han derrotado. No estoy criticando estos pronunciamientos porque no hayan tenido éxito. Solo digo que debemos mirar hasta dónde llega realmente el movimiento cuando hace esas interpelaciones a los líderes mundiales o a la opinión pública en general. Porque los hechos dicen, tal y como yo lo veo, que los cambios necesarios implican de hecho alteraciones sociales y económicas de gran importancia que irían más allá de unos meros cambios. En mi opinión, cualquier programa serio de ahorro y gestión de recursos y, sobre todo, de disminución radical de la pobreza en las partes más pobres del mundo provocaría grandes perturbaciones. Este no es un argumento en contra de dichos programas, pero, si estoy en lo cierto, esto lo debemos decir abiertamente y ver con qué fuerzas reales podemos contar para apoyarlos. Y aquí es donde volvemos a la relación con el socialismo, que considero crucial.

    Alternativas socialistas

    Miremos primero a los países industrializados, que, de alguna manera, ignorando las cuestiones sobre las que la ecología llama ahora la atención, se han enriquecido y, a pesar de las desigualdades que aún existen dentro de sus sociedades, han producido tipos de trabajo, niveles de vida y usos habituales de los recursos, que evidentemente las personas dan por hechos y esperan hoy en día. Todo esto solo puede desaparecer a través de una negociación socialmente justa. Nunca se puede eliminar con discusiones o conversiones, se trata de cambios que se han de negociar cuidadosamente. Es inútil decir simplemente a los mineros del sur de Gales que todo lo que les rodea es un desastre ecológico. Ya lo saben. Viven en él. Han vivido en él durante generaciones. Lo llevan en los pulmones. Ahora sucede que el carbón podría ser una de las alternativas energéticas más deseables,[2] aunque los costes de ese tipo de minería nunca puedan ser olvidados. Pero no se puede decir a quienes han dedicado sus vidas y sus comunidades a ciertos tipos de producción que todo esto tiene que cambiar. No se puede decir sin más: «Dejen esas industrias dañinas, salgan de esas industrias peligrosas, hagamos algo mejor». Todo tendrá que negociarse, negociarse de manera justa y equitativa, y tendrá que llevarse a cabo de manera constante durante un largo tiempo. De lo contrario, como en demasiados conflictos medioambientales y de planificación en este país —por ejemplo, en un nuevo aeropuerto o en un nuevo desarrollo industrial en una región que antes no era industrial—, se verá que hay un grupo medioambiental de clase media que protesta contra los daños y que hay un grupo sindical que apoya la llegada de nuevos trabajos. Para los socialistas, se trata un tipo de conflicto terrible en el que verse involucrado. Porque si cada grupo no escucha realmente lo que el otro dice, se dará un conflicto estéril que pospondrá cualquier solución real, en un momento en el que ni siquiera está claro que quede tiempo para cualquier tipo de solución.

    Creo que solo los socialistas pueden conseguir la unión necesaria. Porque no vamos a ser los que simplemente digan —al menos, eso espero— «mantén este lugar limpio, mantén esta especie amenazada viva, a toda costa». El caso de una especie amenazada es un buen ejemplo general. Se puede tener un tipo de animal que es perjudicial para el cultivo local, y entonces ocurre el tipo de problema que se produce una y otra vez en las cuestiones medioambientales. Las eminencias del mundo vendrán volando y dirán: «Debes salvar a esta hermosa criatura salvaje». Que pueda matar a los aldeanos de vez en cuando, que pisotee sus cosechas, es mala suerte. Pero es una criatura hermosa y debe ser salvada. Estas personas no son amigas de nadie, y pensar que son aliadas del movimiento ecologista es una alucinación extraordinaria. Es como el industrial o banquero con una casa de campo en Reino Unido, que a menudo apoya ocasionalmente el medioambiente o lo que él llama «nuestras tradiciones», que durante la semana gana dinero del derroche y la ruina, y luego —porque es algo típicamente inglés— se cambia de ropa y se va al campo el fin de semana; se siente renovado espiritualmente por este lugar, que está muy ansioso por mantener intacto, hasta que puede regresar, renovado, a volver a producir humo y suciedad, que son precisamente lo que permite sus escapadas de fin de semana. No creo que vaya a suceder, porque hay demasiada gente que viene del otro lado, pero si ese es el tipo de planteamiento que van a hacer los ecologistas, entonces espero que los socialistas estén en contra, porque es el tipo de situación en la que no tenemos nada que ganar.

    El hecho de los límites materiales

    Por otra parte, está perfectamente claro que a cierto nivel, en las principales cuestiones ecológicas no se trata realmente de una cuestión de elegir. Este es el argumento que los socialistas pueden empezar a poner sobre la mesa: el hecho de que podamos seguir con ciertos patrones y condiciones de producción existentes, con todo el saqueo de los recursos de la tierra y con todo el daño infligido a la vida y la salud, no es algo que podamos elegir. O incluso cuando su uso no sea perjudicial, sabemos con seguridad que muchos de los recursos se van a acabar agotando si se siguen empleando a los niveles actuales. Esta es la cuestión que cualquier socialista debería asumir: existen unos límites materiales reales para el modo de producción existente y a las condiciones sociales que produce.

    Uno de los inconvenientes de la ecología más difundida es que ha sido muy libre en las proyecciones sobre cuándo ocurrirán estos límites y fracasos. La realidad es —y todo trabajador honesto en el campo lo sabe— que la mayoría de las proyecciones son, en el mejor de los casos, hipótesis. Pero son hipótesis serias. La idea de que existe algún límite, al que llegaremos en algún momento, es, supongo, incuestionable. Y si esto es así, entonces, incluso en el nivel material más simple, la idea de una expansión indefinida de ciertos tipos de producción, pero incluso más de ciertos tipos de consumo, va a tener que ser abandonada. Es interesante recordar que apenas han pasado diez años desde que oíamos proyecciones sobre la familia con dos coches en 1982 y de la familia con tres coches en 1988. Dios sabe cuántos coches podría haber tenido una familia, siguiendo esas líneas de extrapolación, en el año 2000. ¡Ahora ya sabemos la respuesta! La idea de que el consumo de electricidad per cápita de la familia norteamericana típica podría convertirse en el estándar de nivel de vida para el mundo —o al menos para el mundo industrializado— ahora ya se ve que era una fantasía. Es este tipo de cálculo racional, a partir de la mejor información y teniendo en cuenta las tendencias, lo que evidencia el hecho de los límites materiales, y que ahora debería obligar a nuestras sociedades a reflexionar sobre sí mismas de forma más profunda que nunca.

    Es aquí donde el socialismo genuino puede hacer una conexión contemporánea con los cálculos racionales de la ecología. Tenemos que basarnos en el argumento socialista de que el crecimiento productivo, como tal, no implica la abolición de la pobreza. Lo que importa, siempre, es la forma en que se organiza la producción, la forma en que se distribuyen los productos. También importa, y ahora de forma crucial, la forma en que se deciden las prioridades entre las diferentes formas de producción. Y son entonces las relaciones sociales y económicas entre personas y entre clases, que surgen de tales decisiones, las que determinan si una mayor producción reducirá o eliminará la pobreza o simplemente creará nuevos tipos de pobreza, así como nuevos tipos de daños y destrucción.

    La pobreza y el «pastel nacional»

    En ese contexto, la cuestión trasciende lo nacional, aunque es un componente muy importante de una redefinición del socialismo dentro de países como el nuestro. Siempre ha sido un debate recurrente dentro del Partido Laborista, especialmente desde 1945: unos defienden que para conseguir la igualdad, y lo que normalmente se conoce como «las cosas que todos queremos» —las escuelas y los hospitales suelen ocupar los primeros puestos de la lista— primero hemos de tener una economía en condiciones, producir lo suficiente, ampliar el pastel nacional, etc.; otros defienden que la igualdad y priorizar la satisfacción de las necesidades humanas requieren, como primera y necesaria condición, cambios fundamentales en nuestras instituciones y relaciones sociales y económicas. Creo que hoy en día tenemos que considerar este debate zanjado. La postura habitual del «pastel nacional», la opción política blanda, se basa en la falacia, demostrada al resto del mundo por Estados Unidos —y ninguna sociedad va a ser nunca relativamente más rica en producción bruta indiscriminada—, de que al llegar a un cierto nivel de producción se resuelven automáticamente los problemas de pobreza y desigualdad. ¡Atrévase a decir eso en los barrios bajos y las zonas marginales de la América rica! Todos los socialistas se ven entonces obligados a reconocer que tenemos que intervenir a partir de unos principios muy diferentes. Tenemos que decir, como lo hizo Tawney hace sesenta años, que ninguna sociedad es demasiado pobre para permitirse un orden de vida adecuado. Y ninguna sociedad es tan rica que pueda permitirse el lujo de prescindir de un orden adecuado, o esperar conseguirlo simplemente haciéndose rica. Esta es, en mi opinión, la posición socialista básica. Nunca podremos aceptar las supuestas soluciones a nuestros problemas sociales y económicos que se basan en los habituales programas de choque de producción indiscriminada, después de los cuales obtendremos «las cosas que todos queremos». Debido a la forma en la que producimos, y la forma en que organizamos la producción y sus prioridades —incluyendo, sobre todo, la prioridad del beneficio, inherente al capitalismo— creamos relaciones sociales que después determinan cómo distribuimos la producción y cómo vive realmente la gente.

    Norte y Sur

    Esto ocurre a nivel nacional. Pero es todavía más cierto a nivel internacional. Porque no podemos evitar percibir —y los pueblos de las regiones más pobres del mundo lo hacen cada vez más— que la economía mundial está organizada y dominada por los intereses de los patrones de producción y consumo de los países altamente industrializados, que también son en un sentido estricto, en toda su diversidad de formas políticas, las potencias imperialistas. Esto se observa de forma más dramática actualmente en el caso del petróleo. Pero también en una amplia gama de metales necesarios, de ciertos minerales de importancia estratégica y, en algunos casos, incluso en los alimentos. Podría decirse, con mucha razón, que las cuestiones centrales de la historia mundial durante los próximos veinte o treinta años serán la distribución y el uso de estos recursos, que son a la vez necesarios para un modelo contemporáneo de vida humana, pero que también son desigualmente necesarios en la actual distribución del poder económico. Las luchas por la producción y el precio del petróleo y de otros productos básicos ya determinan no solo el funcionamiento de la economía mundial, sino también las relaciones políticas clave entre los Estados.

    Aquí es donde pueden entrelazarse el problema de un programa económico socialista reformulado y práctico en los viejos países industrializados como Reino Unido, y los problemas en rápido desarrollo de la economía mundial. Porque se puede esperar —aunque esta forma de expresarlo es dudosa, pues nadie que haya tomado verdadera conciencia del problema podría esperarlo [matiz difícil de traducir provocado por el doble sentido de la expresión «look forward to», N. del T.]— anticipar una situación en la que la escasez de ciertas materias primas y productos básicos clave, necesarios para mantener los patrones de producción y los altos niveles de consumo existentes, creará tales tensiones dentro de las sociedades acostumbradas a estos patrones que podrían en su mayoría estar dispuestas a recurrir a todo tipo de presiones —no solo políticas y submilitares, sino abiertamente militares— para asegurar lo que ven como los suministros necesarios para el mantenimiento de su estilo de vida. Esta ya es una corriente de opinión peligrosa en los Estados Unidos. Todos podemos ver, a medida que se producen escaseces o aumentan los costes, el peligro de que esto ocurra. Es posible también que sectores amplios de la opinión pública tomen como enemigos a los países pobres a los que se ha asignado el papel de suministrar las materias primas, el petróleo, toda la gama de productos básicos, a precios que sean convenientes para el funcionamiento, en sus formas establecidas, de las economías industriales más antiguas.

    Existen otras amenazas de guerra, en la rivalidad y la carrera armamentista entre las superpotencias y en la miseria del comercio internacional de armas. De hecho, incluso ahí, las cuestiones económicas están profundamente implicadas en las rivalidades políticas y militares. Pero, en términos más generales, existe la certeza casi absoluta de que el conflicto por los recursos escasos y sus precios se están convirtiendo en un intento de dominar la economía mundial por otras vías. Este proceso lo iniciarán las sociedades industriales avanzadas que, por la naturaleza de su desarrollo, disponen de las armas de guerra y sometimiento/dominación tecnológicamente desarrolladas, incluidas las armas nucleares, que es donde ahora confluyen todas las cuestiones. Así que esta es una respuesta cuando la gente pregunte: ¿cómo vamos a defender un uso sensato de los recursos dentro de nuestro tipo de sociedad y economía, cuando esto implicará cambios —en algunos casos reducciones— en los patrones de uso existentes? ¿Cómo vamos a persuadir a la gente para que acepte esto? Es algo que va tanto en contra de sus propios intereses que, como programa político, ni siquiera es capaz de arrancar. Bien, ya hemos examinado las otras maneras de enfrentarnos al hecho de que existen límites materiales a los tipos de producción y consumo en los que nos hemos especializado. También está el argumento, que está obteniendo un apoyo significativo, del desarrollo de otros tipos de producción, en particular el renovado interés en la agricultura y la silvicultura, nuevas formas de producción de energía y de transporte, y diversos tipos de trabajo más local, sin explotación, renovable y que produzca bienes duraderos, no obsolescentes. Pero está claro que por muy fuerte que se desarrolle esta corriente alternativa, no será suficiente, en lo inmediato, para resolver los problemas del conjunto de la economía. Y luego vendrá el momento de crisis, cuando haya un desafío profundo a los estilos de vida existentes. El problema de los recursos —el punto álgido sobre todo el modo de producción capitalista existente— se convertirá en la clave de la guerra o de la paz.

    Este problema se presentará, mediante todos los poderosos recursos de los medios de comunicación modernos, como un problema de extranjeros hostiles que se están interponiendo entre nosotros y los suministros que necesitamos. Se movilizará la opinión pública para lo que se llamará «mantenimiento de la paz»: guerras, redadas y agresivas intervenciones para asegurar los suministros o para mantener bajos los precios.

    La ecología y el movimiento por la paz

    Por lo tanto, que se mantengan los patrones existentes de consumo desigual de los recursos de la Tierra nos llevará inevitablemente a varios tipos de guerra, de diferentes escalas y magnitudes. Así, la necesidad de cambiar nuestro modo de vida actual debe argumentarse no solo en términos de daños locales o desechos o contaminación, sino planteándonos si tendremos la posibilidad de paz y relaciones internacionales amistosas, o la casi certeza de guerras destructivas, todo porque no estamos dispuestos a acabar con las desigualdades de la economía mundial actual.

    Si se plantea la cuestión de esta forma, si somos capaces de ver claramente lo que en realidad implica un estilo de vida, deberíamos poder llegar a más gente con el argumento de que un componente crucial de cualquier definición racional de un estilo de vida es el mantenimiento de la paz. De las muchas causas de la guerra, esta es la que me parece que será central en el próximo medio siglo. Por lo tanto, la relación con agendas políticas más amplias, que debe ser el objetivo de cualquiera que se preocupe seriamente por los problemas medioambientales, nos la da, en cierto sentido, la propia naturaleza del argumento. Podemos relacionar adecuadamente el argumento sobre los recursos, sobre su distribución equitativa y su renovación cuidadosa, con el argumento sobre la necesidad de evitar la guerra. Irónicamente, aquí, podríamos encontrar aliados insospechados entre los partidarios más ingenuos de la sociedad de consumo, ya que, por supuesto, ese consumo feliz e irreflexivo depende de la producción pacífica, sin grandes interrupciones, o sin que se dé prioridad al rearme y al estado militarizado. Incluso podría argumentarse a favor del mantenimiento de la paz basándonos en algunos de los hábitos y supuestos más profundos de una sociedad de consumo, porque nadie querría que estos se interrumpieran. Sin embargo, podría suceder, por una especie de inercia. Cuanto más se abstrae el consumo de todos los procesos reales del mundo, más probable es que nos encontremos en estas peligrosas situaciones de guerra y preguerra. Todos los atractivos del consumo deseable podrían empujarnos, de manera contradictoria, hacia la guerra, hacia un chovinismo de los viejos países ricos, hacia campañas contra los líderes de los movimientos y pueblos de los países pobres que se esfuerzan por corregir estas enormes e imperdonables desigualdades.

    Una nueva política

    Para cualquier ecologista esto es un reto especialmente complicado. Es demasiado fácil decir, en el rico norte industrial, que hemos tenido nuestra revolución industrial, nuestro desarrollo industrial y urbano avanzado, incluidos algunos de sus efectos indeseables, por lo que estamos en condiciones de advertir a los países pobres de que no sigan el mismo camino. En efecto, tenemos que intentar compartir toda nuestra experiencia de producción indiscriminada. Pero debemos hacerlo de buena fe, lo que no suele ocurrir. No debe convertirse en un argumento para mantener a los países pobres en un estado de subdesarrollo radical, con sus economías estructuradas para seguir abasteciendo a los países ricos que ya existen. No debe convertirse en un argumento contra el tipo de industrialización sensata que les permitirá, de manera más equilibrada, utilizar y desarrollar sus propios recursos y superar sus problemas, a menudo terribles, de pobreza. La argumentación, en fin, tiene que hacerse desde una intención genuina de compartir nuestra experiencia y desde una profunda creencia en la igualdad humana, y no desde los prejuicios explícitos o implícitos, que son más peligrosos, de las sociedades desarrolladas del norte.

    Uniendo estos temas, pues, podemos ver que en términos locales, nacionales e internacionales ya hay planteamientos que pueden convertirse en los elementos de un socialismo ecológicamente consciente. Podemos empezar a pensar en un nuevo tipo de análisis social en el que la ecología y la economía se conviertan, como siempre deberían haber sido, en una sola ciencia. Podemos bosquejar las orientaciones políticas que se puedan relacionar con las realidades materiales de maneras que aportan esperanza práctica de un futuro compartido.

    Pero nada de esto va a ser fácil. Serán necesarios cambios profundos en nuestros sistemas de valores. No solo entre las élites de poder existentes y las clases ricas del mundo, lo que sería una postura tan cómoda como imposible, sino en todos nosotros, que ya estamos inmersos en esto. Estamos condenados a enfrentarnos a la habitual reticencia humana al cambio, y debemos aceptar el hecho de que los cambios serán muy considerables y que tendrán que ser negociados en lugar de impuestos. Pero la causa por un nuevo tipo de socialismo internacional, ilustrado y consciente de los problemas materiales tiene mucho potencial, y creo que ahora estamos en el principio —el difícil principio de las negociaciones— de la construcción de un nuevo tipo de política a partir de ella.

    Este texto, que publicamos gracias a un acuerdo con Verso Books, apareció originalmente en la revista Socialist Environment and Resources Associated en 1982 y posteriormente fue incluido en el volumen recopilatorio de Raymond Williams, Resources of Hope. Culture, Democracy, Socialism, Londres, Verso Books, 1989.

    RAYMOND WILLIAMS (1921-1988) fue un pensador y ensayista galés reconocido por obras tan importantes como Cultura y sociedad, Marxismo y literatura o El campo y la ciudad.

    El cuadro que acompaña al texto es «Jonsokbål» (circa 1915), del pintor noruego Nikolai Astrup.


    [1] Hans Magnus Enzensberger, «Para una crítica de la ecología política», en New Left Review, 84, marzo-abril de 1974, pp. 3-31 [trad. en Para una crítica de la ecología política, Barcelona, Anagrama, 1974].

    [2] Es obvio que esta idea ha quedado desfasada con el paso del tiempo y actualmente resulta insostenible [N. de los E.].

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