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  • El coronavirus va a exigir que transformemos completamente la economía

    El coronavirus va a exigir que transformemos completamente la economía

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    Por James Meadway.

    Este texto fue publicado originalmente en Novara Media con el título «Coronavirus Will Require Us to Completely Reshape the Economy». Aunque se centra en los efectos de la pandemia en Reino Unido (que ha adoptado una política frente al virus muy diferente a la de la mayoría de los países) hemos considerado que la mayor parte del análisis es perfectamente válido para cualquier sitio.

    La pandemia del Covid-19 es un acontecimiento mucho más profundo para la economía global de lo que fue la gran crisis financiera de 2008-2009. Va a tener consecuencias más importantes por la sencilla razón de que está afectando a nuestras relaciones económicas a un nivel más fundamental de lo que jamás lo hizo la crisis de 2008-2009.

    Va a provocar una recesión, pero también va a transformar de forma fundamental el modo en que funciona nuestra economía. Podemos pensar en las recesiones habituales (las que tenían lugar antes de 2008) como el resultado de una caída en la demanda por cualquier motivo, lo cual a su vez provoca que caigan las ventasde bienes y servicios. El efecto en cadena es que el desempleo sube conforme las empresas despiden trabajadores porque aquellas no están ganando dinero suficiente.

    Desde por lo menos la década de los treinta ha habido un manual bien conocido sobre cómo lidiar con esto: gasto en forma de déficit por parte de los gobiernos, mediante el cual un gobierno interviene con su propia capacidad de gasto —tal vez construyendo más carreteras, o contratando más profesores, o lo que fuera— para compensar la caída en la demanda en el resto de la economía.

    La crisis de 2008-2009 operó a un nivel más profundo, porque fue una crisis de las instituciones del propio capitalismo, específicamente de los bancos más grandes, que eran los pilares del sistema global.

    La crisis, que tuvo su origen en el sistema bancario, también causó una recesión, pero amenazó la viabilidad del propio sistema, o al menos la forma que tenía en ese momento. Tan solo una acción coordinada por parte de los gobiernos, con rescates masivos y apoyo para el sistema financiero, así como una intervención novedosa e inusual por parte de los bancos centrales (de las cuales la más notable fue el quantitative easing, o expansión cuantitativa) evitó en ese momento una reestructuración de más alcance. Pero debido a esas acciones de los gobiernos a lo largo de todo el mundo la transformación de la economía global fue, en última instancia, menos radical de lo que podría haber sido.

    El Covid-19 es de nuevo diferente porque no presenta tan solo la amenaza de una recesión. No solo amenaza la estabilidad de instituciones importantes (de hecho, los 700.000 millones de dólares de intervención por parte del banco central de Estados Unidos, la Reserva Federal, son de una escala similar a la ayuda ofrecida en 2008-2009). En este caso amenaza la institución más fundamental de toda para el capitalismo: el mismísimo mercado de trabajo.

    En el momento en que la gente está demasiado enferma para trabajar, o se encuentra en autoaislamiento obligatorio, las operaciones convencionales del mercado laboral comienzan a descomponerse. La división del trabajo en sí misma (el secreto detrás del inmenso aumento de la productividad del capitalismo, tal y como Adam Smith señaló hace doscientos cincuenta años) queda en entredicho: la distribución actual de trabajo entre distintas partes de la economía se ve alterada por una cuestión de necesidad de un modo repentino y forzado.

    El número de epidemias ya está aumentando como resultado de la presión que nuestras economías aplican sobre el medioambiente a través de una combinación de urbanización, aumento de los viajes, intensificación de la agricultura y la ganadería y, cada vez más, el cambio climático. La del coronavirus es y será más grande y más disruptiva que las epidemias del pasado más reciente, pero, si no reducimos esa presión medioambiental, no será la última.

    Dadas las predicciones de los epidemiólogos de que esta crisis llegará a su máximo y desaparecerá tan solo cuando hayan pasado doce meses meses —saturando nuestros servicios de salud y de paso forzando a millones de personas a una forma de aislamiento social extraña y novedosa— y que una vacuna efectiva todavía puede que tarde en llegar dieciocho meses, conocemos el periodo de tiempo durante el cual el desajuste va a alcanzar su punto álgido.

    Las herramientas económicas que están utilizando los gobiernos para lidiar con esto, como por ejemplo el patético paquete fiscal del gobierno británico (mil millones de libras para apoyar a trabajadores enfermos que estén de baja, pero un recorte en las pensiones de un total de 2.100 milones de libras), no van a ser suficientes, pero tampoco lo va a ser la intervención de la noche del 15 de marzo por parte de la Reserva Federal al estilo de las de 2008.

    Esta crisis va a necesitar algo más que dinero para resolverla: va a exigir la transformación y la reestructuración de nuestra economía. O esto tiene lugar en beneficio de la gente y el planeta o no tendrá lugar. Así que lo que exigimos ahora debería ser: en primer lugar, que se lidie con la inmensa crisis sanitaria y que ello incluya la garantía de que todo el mundo pueda aislarse; en segundo lugar, que se apoye la actividad económica existente; y, en tercer lugar, que empiece a labrarse el camino hacia el futuro.

    Hay cinco exigencias simples pero necesarias que ya han emergido en los espacios online que todos estamos usando para organizarnos.

    • Los sindicatos y las organizaciones sociales han exigido un subsidio de baja por enfermedad para todo el mundo (trabajadores a tiempo completo, a media jornada, eventuales, todos) como la única manera de garantizar que el aislamiento y el distanciamiento social puedan funcionar. (Si el Banco de Inglaterra está considerando otra ronda de quantitative easing, debería tomar en consideración acciones similares a las emprendidas en Hong Kong, que ha hecho pagos directamente disponibles para los ciudadanos).
    • Las hipotecas, los alquileres y el pago de suministros deben ser suspendidos inmediatamente.
    • Tanto el Servicio Nacional de Salud (NHS) como las ayudas sociales y la sanidad pública deben conseguir la financiación que necesiten, incluyendo todos los fondos necesarios para la investigación médica.
    • Las camas de los hospitales privados y las habitaciones de los hoteles y edificios vacíos deberían ponerse bajo control del sector público y adaptadas a la situación.
    • El gobierno «instará» a los fabricantes a que empiecen a producir respiradores: este cambio debe producirse esta semana como tarde, dado que el NHS está catastróficamente infrafinanciado.

    Superaremos esto, pero va a ser profundamente doloroso. Al tiempo que intentamos mirar hacia delante, debemos empezar a pensar en nuevas maneras de vivir y trabajar, reconstruyendo nuestros espacios y servicios públicos y no tan solo mitigando el daño que estamos infligiendo a la naturaleza (de la emergencia climática a la pérdida de biodiversidad) sino aprendiendo a adaptarnos, de un modo justo y humano, a un planeta cambiante.

    JAMES MEADWAY es economista y columnista en Novara Media.

    La ilustración de cabecera es una reinterpretación del clásico «Nighthawks» (Edward Hopper, 1942), realizada por el usuario de Reddit damnburglar en 2014.

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  • «Necesitamos el poder estatal si queremos hacer algo con el clima» – Entrevista con Kate Aronoff

    «Necesitamos el poder estatal si queremos hacer algo con el clima» – Entrevista con Kate Aronoff

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    En la pasada COP25, celebrada en Madrid, hablamos con Kate Aronoff periodista de The Intercept y de New Republic, y parte de Data Progress. Es co-autora de «A Planet To Win: Why we need a Green New Deal», publicado en Verso Books. En sus propias palabras, estaba en la COP porque no hay mejor lugar para ver la extraña intersección entre el capital, los movimientos sociales y la política institucional.

    Pregunta. ¿Cómo pasaste de cubrir e informar sobre cambio climático a ser activa en la defensa del Green New Deal?

    Respuesta. Empecé a interesarme por el clima en la universidad. Trabajé en la campaña de desinversión de combustibles fósiles durante toda la carrera y al salir me di cuenta de que no era muy buena organizando, era mejor escribiendo, así que empecé a escribir más profesionalmente. Escribí para blogs, cubrí cumbres climáticas y sociales y cosas así. Me gradué en 2014, y por aquel entonces la izquierda en los EEUU no estaba muy involucrada en la política electoral de una manera significativa, y yo tampoco. Eso cambió para mí, y supongo que para mucha gente de la izquierda de EE.UU., con la candidatura de Bernie Sanders para las primarias demócratas a finales de 2015 y en 2016. A partir de entonces me interesé más en la intersección entre los movimientos sociales, el clima y la política electoral en los estados. Poco después me di cuenta de que necesitamos el poder estatal si queremos hacer algo con el clima. Y eso es lo que he creído desde entonces: que el verdadero proyecto para la política climática es tomar el gobierno, democratizar el gobierno y liderar el tipo de cambios económicos generalizados que necesitamos para abandonar los combustibles fósiles.

    P. ¿Cuál es el objetivo principal del libro, «A planet to win»? ¿A quién intentáis llegar?

    R. Creo que hay un par de audiencias diferentes para este libro. Por un lado está la gente de izquierdas; esto está cambiando, pero tradicionalmente la izquierda no ha considerado la política climática como algo de su interés. Hay mucha gente que son socialistas o activistas en movimientos sociales o lo que sea, que durante mucho tiempo y en base a buenas razones no habían considerado hasta ahora que esto pudiese ir realmente con ellos. Por otro lado están los activistas ecologistas y la gente del movimiento climático que no han tenido en cuenta a los grupos más a la izquierda dentro del ecologismo mismo, durante mucho tiempo, así que estamos tratando de unir esas dos cosas. En cierto modo, la conversación sobre el Green New Deal ya ha hecho mucho de ese trabajo. Aparte de esto, sobre todo estamos tratando de presentar una visión para el Green New Deal tan radical como sea necesario. Nuestra posición en este debate es que el único Green New Deal que vale la pena es un Green New Deal radical. Con radical no nos referimos a ser de izquierdas solo por serlo, sino a tomarnos la ciencia muy en serio. Tomarnos en serio la escala de la transformación necesaria, y la gravedad de las proyecciones. Por lo tanto no somos más radicales de lo que es la ciencia.

    Lo que estamos diciendo es que el clima está cambiando, que estamos ante una crisis. No sabemos cómo se va a desarrollar pero, sea cual sea el futuro al final, ahora mismo éste puede ser realmente radical en un sentido violento y horroroso, la barbarie climática, o puede ser radical en un sentido igualitario (y se podría argumentar que socialista). Esto mejoraría claramente la vida de la mayoría de la gente. Tenemos que ver la crisis climática como una oportunidad para repensar muchas de las cosas que hacen de nuestro mundo un lugar terrible hasta sin cambios en el clima.

    P. ¿De dónde viene la oposición?

    R. Bueno, la oposición viene de muchos lugares, siendo el principal la derecha. El Partido Republicano en los Estados Unidos es funcionalmente el ala política de la industria de los combustibles fósiles, recibe una increíble cantidad de dinero de dichas empresas, y tiene un imperio mediático a su disposición a través de Fox News, que ataca directamente a la reputación del GND con mentiras y desinformación total.

    Hay muchas campañas de negación del cambio climático en los EE.UU. y aunque están debilitándose algo, siguen presentes tanto en los medios de comunicación como en la política de la derecha. Muchos republicanos niegan el cambio climático, y el presidente es un negacionista climático. Esto es algo fundamental, pero resulta casi tan difícil lidiar con la oposición de la gente que normalmente ha estado de nuestro lado. Hay algunas personas, gente que ha estado aquí en la COP25, muchos miembros del Partido Demócrata, que piensan que el GND es demasiado grande, que es una pérdida de tiempo que se incluyan cosas como la asistencia sanitaria o el empleo garantizado. Durante mucho tiempo la estrategia de esta gente ha sido no posicionarse y meterse en resquicios dentro de hacer políticas climáticas donde fuese que encajasen, e intentar ocultar todo lo demás con la construcción de algunos paneles solares más, aprobando deducciones o créditos fiscales como incentivos. Pero estamos haciendo las cosas a tal escala que es imposible ocultar lo que planeamos hacer. Es por ello que defendemos que para asegurarnos de que esto realmente suceda es necesario presentarlo como una oportunidad de hacer la vida de la gente mejor a corto plazo.

    P. Parte del éxito de la inclusión del GND en el discurso en los EE.UU. es que muchas cosas funcionan muy mal para la mayoría de la gente: no hay un sistema de salud pública, las ciudades son dispersas y tienen un mal transporte público… Esto es parcialmente diferente en Europa, donde la atención sanitaria es supuestamente gratuita y universal, las ciudades son más densas y aunque el sistema de transporte público no se considera muy bueno, probablemente no sea tan malo como en los EE.UU. La gente no se endeuda para ir a la universidad… Entonces, ¿cómo se puede meter la GND en el discurso aquí cuando esos otros temas no son una preocupación para la gente en la actualidad? Creo que te estoy pidiendo un poco que hagas nuestro trabajo.

    R. [risas] No me atrevería a sugerir políticas para Europa. Creo que los americanos realmente idealizan Europa por muchas razones que realmente son erróneas, pero ya sabes, la gente en Europa todavía sufre los problemas de vivir en una sociedad capitalista, y por lo tanto tienes cosas como los contratos de cero horas (bueno, en el Reino Unido, que justamente no estaría ahora en Europa). Los salarios en España tampoco son muy buenos, hay una privatización desenfrenada en marcha en todas partes, un intento constante de vender los sistemas de salud para atacar la red de seguridad que existe. Más allá de todas las mejoras que claramente conllevaría evitar la crisis climática, simplemente seguir el contenido de la propuesta que estamos haciendo nos pondría en marcha para remediar muchas de las cosas definitorias del capitalismo y nos llevaría hacia, si no el socialismo, un sistema muy muy diferente al que conocemos ahora. Así que la gente trabajadora de aquí podría verse muy beneficiada por un GND, ya sea por la creación masiva de puestos de trabajo, puestos de trabajo con buenas condiciones de sindicación, semanas de trabajo más cortas. Creo que, excepto por la prestación de servicios de salud, todos los aspectos sociales del Green New Deal también son de necesaria aplicación aquí.

    P. Una de las ideas que presentáis en el libro, y creo que eres tú personalmente quien plantea esto, porque he leído que hablas de ello en otros lugares, es la posibilidad de juzgar a ejecutivos de las grandes empresas fósiles en La Haya. ¿Podrías desarrollar un poco más ésta u otras medidas para que el Green New Deal se extienda a todo el mundo? El libro está muy centrado en los EE.UU. y el GND tendría que ser global para que funcione.

    R. Creo que este ha sido uno de los aspectos menos explorados del Green New Deal, al menos en EE.UU. Hay que tener en cuenta todo lo que va a hacer falta para que sea global. Sabemos que el carbono no conoce fronteras, por lo que debe haber una dimensión internacional, en particular desde la perspectiva de los EE.UU., que es el mayor emisor histórico de combustibles fósiles de la Tierra. Los países europeos también son grandes emisores históricos -en particular el Reino Unido, Alemania, etc.- y por lo tanto a todos nosotros, a los EE.UU en particular, nunca se nos ha dado mal situarnos en un contexto mundial. Por eso creo que una gran parte del trabajo es repensar el orden internacional. Tenemos un sistema mundial que se establece para proteger eficazmente a los mercados de cosas que parecen inconvenientes como la democracia o la regulación. Parte de la naturaleza de los EE.UU. como imperio, como un país súper poderoso, se ve en que tenemos poder de veto efectivo en muchos de estos temas. No sabemos realmente cómo sería un EE.UU. que se comprometiera de buena fe en la política exterior, porque siempre empezamos las guerras, y fastidiamos a todos los demás. Por lo tanto creo que eso es lo que tiene que hacer un GND, repensar cómo será un nuevo orden mundial que tenga como objetivo principal un sentido realmente amplio de la sostenibilidad. Considerar esa descarbonización como la tarea central de la política: llegar a una descarbonización equitativa.

    En ese sentido, creo que una cosa que hay que mencionar relacionada con que  EE.UU. sea un emisor histórico de combustibles fósil. Nos hemos enriquecido enormemente de la extracción, particularmente en el sur global, de tierra y trabajadores, recursos, combustibles fósiles, y un largo etcétera. Los EE.UU. y otros países del norte global tienen una tremenda deuda con estos países, y estamos viendo aquí en la COP25 enormes peleas sobre la financiación del clima. Al mismo tiempo que EE.UU. trata de salir del acuerdo de París, está tratando de asegurarse de que no se le vaya a pagar nada a nadie, para que no se cree precedente de algún estado cumpliendo con su responsabilidad histórica. Creo que hay mucho que se puede hacer en el contexto de una institución como la UNFCCC (la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático) para remediar estas relaciones. Creo que los EE.UU. tienen un largo camino por recorrer para reconstruir la confianza con el resto del mundo, apoyar políticas climáticas de financiación que sean equitativas, apoyar acuerdos comerciales que no arrojen a los trabajadores y al medio ambiente y a los pueblos indígenas a las vías del tren. Eso podría ser un buen comienzo.

    Una de las mejores cosas que los EE.UU. pueden hacer para reducir su huella material es transformar realmente la forma en que América consume -esto es cierto, pienso, en el Norte también-, porque tenemos estilos de vida muy consumistas que tienen cadenas de suministro enormemente destructivas. No necesitamos sacrificar calidad de vida, pero creo que debemos repensar la forma en que consumimos de manera sistemática, no quedarnos en decirle a la gente que renuncie a sus hamburguesas y cosas así.

    P. Esto también es cierto para nosotros, sí. Estamos de acuerdo en que es importante transmitir que la gente no va a tener que sufrir sino que la vida de la mayoría de la gente puede mejorar. Ahora estamos en la COP25, en la Zona Verde, que parece diseñada para antagonizar incluso a personas como nosotros que están de acuerdo con el objetivo general de reducir las emisiones, es una mezcla de cortinas de humo, empresas de combustibles fósiles con unos anuncios gigantescos y un olor a comida omnipresente. Sigues yendo a las COP, así que debes estar de acuerdo en que son importantes de alguna manera. ¿Qué crees que va a pasar este año?

    R. Este año hemos visto lo mismo que todos los años. EE.UU. y muchos países del Norte Global siguen obstaculizando cualquier tipo de acción ambiciosa y realmente salen de una gran parte del mundo, que es como el G77 + China. Creo que este proceso se está moviendo demasiado lento, no podemos esperar a que el acuerdo de París nos dé lo que necesitamos; ya sabemos que incluso si se cumpliera cada una de las contribuciones determinadas a nivel nacional, seguiríamos aumentando las emisiones en 3.2 grados, lo cual es simplemente inaceptable. Creo que hay mucho que se puede hacer dentro de la Convención para impedir que esto termine siendo así, pero también tenemos que pensar en otras instituciones. Es genial ver el movimiento desde dentro, desde arriba, y también fuera, lugares como la Cumbre Social por el Clima los que se juntan y tienen la oportunidad de reunirse. Esa es siempre la mejor parte de la COP, es un espacio real de internacionalismo y para que los movimientos se conecten y desafíen al poder, en cierto modo. Por eso vuelvo, hay gente muy interesante con la que hablar. Pero por desgracia es un espacio muy corporativo y ves a las compañías petroleras moviéndose con impunidad.

    P. Una de las cosas de las que hablas es de una nueva cooperación internacional, y claramente lo que sigue faltando ahora mismo es una forma de obligar a los países a cumplir con los objetivos de emisiones. Así que si, como propones, la Corte Penal Internacional es capaz de juzgar a ejecutivos de petroleras, y además de esto se habilita un mecanismo desde el que se pueda forzar a los países a cumplir con los objetivos de emisiones, terminas algo muy similar a un gobierno global. Estamos de acuerdo en que esto podría ser necesario para que sobrevivamos, pero podría volvérsenos en contra muy fácilmente. ¿Qué probabilidad crees que hay de que esto ocurra, de que aparezca un gobierno global neoliberal que mantenga las emisiones bajas, y cómo podríamos evitar esto y en su lugar obtener algún tipo de resultado socialista?

    R. Necesitamos imperiosamente una manera de hacer responsables a los países, pero en el contexto de un sistema global en el que el capital es lo que ejerce el control eso podría salir terriblemente mal. Cómo llegar en un sistema vinculante es muy complicado, y la razón por la que no tenemos uno en este momento, por ejemplo, es porque, ¿le pides a EEUU, siguiendo la política exterior que ha llevado hasta ahora y que tiene un poder de veto activo, que establezca esos mecanismos para demandar responsabilidades? Inmediatamente lo rechaza, no hay posibilidades de que eso suceda realmente de momento. Creo que hay tremendas oportunidades, creo que necesitamos democratizar nuestras instituciones internacionales, y creo que esa es una de las únicas maneras de asegurar que no terminemos bajo una especie de poderosa entidad forzándonos a reducir emisiones. Tampoco creo necesariamente que un sistema mundial que reproduzca el tipo de desequilibrios de poder que tenemos ahora pueda llegar a ser uno donde se reduzcan eficientemente las emisiones. No confío realmente en el FMI y el Banco Mundial, o en la OMC tal como están constituidos actualmente, la idea de que haya alguna fuerza supranacional que esté en su totalidad interesada en reducir las emisiones al nivel necesario. No creo necesariamente que ese sea el caso, en parte porque la gente que dirige estas instituciones, como las élites del reino, estarán bien durante mucho tiempo. Ya sea porque son viejos o porque son realmente ricos, creo que es muy difícil para ellos concebirlo como una amenaza a su propio bienestar. Tal vez en algún momento lo vean como algo necesario, pero soy menos optimista con respecto a cómo están las cosas ahora, no creo que vayan a cambiar el chip lo suficientemente rápido. No creo que eso sea una amenaza. Realmente creo que la gran amenaza es cómo se van a poder imponer medidas de consumo en el resto del mundo. Existe toda una lista de países del mundo gobernados por Donald Trumps, Jair Bolsonaros, Modis y Dutertes, etc., dónde todavía están mandando quemar todo lo posible, jodiendonos a todos. Creo que el peligro es esta clase de barbarie.

    P. Has mencionado a Trump, y están a punto de empezar las primarias del Partido Demócrata. Así que, ¿cuál es el mejor y el peor de los escenarios dentro de un año?

    R. Eso es bastante fácil (risas): el mejor escenario es Bernie Sanders como presidente de los EE.UU., el único candidato que ha demostrado ser muy serio sobre el cambio climático hasta ahora. El peor escenario es que Donald Trump sea reelegido.

    P. Así que hay un viejo rico bueno y un viejo rico malo. ¡Es difícil! En el mundo occidental hay una creciente correlación entre la edad y la riqueza (y las preferencias de voto), pero aquí hay dos viejos ricos y son muy diferentes.

    R. Creo que realmente nos confunde el «ok boomer», ¡algunos «boomers» están bien!

    La ilustración de cabecera es una de las muestras de arte textil de Fiona Robertson.

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  • «El feminismo y el ecologismo tenemos un enemigo común: el patriarcado capitalista» – Entrevista a Red Ecofeminista

    «El feminismo y el ecologismo tenemos un enemigo común: el patriarcado capitalista» – Entrevista a Red Ecofeminista

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    Hablamos con Vanessa, de Red Ecofeminista, dentro de nuestra serie de entrevistas con colectivos ecologistas. Podéis encontrar aquí la que hicimos a Extinction Rebellion, y aquí la de Fridays for Future. La conversación ha sido editada por motivos de longitud y claridad.

    Pregunta. Empezando por lo básico: ¿qué es y cómo surge Red Ecofeminista?

    Respuesta. Aunque la Red oficialmente nace como asociación en el 2012, ya desde hacía unos años un grupo de mujeres de diferentes territorios del estado español, que se habían conocido en el activismo ecologista, feminista y de la ecología política, habían identificado la necesidad de estructurar un espacio independiente, no partidista, de convivencia, elaboración y aprendizaje teórico ecofeminista.

    La aparición del libro Ecofeminismo para otro mundo posible (Cátedra, 2011), de Alicia Puleo, proporcionó el marco teórico de un ecofeminismo constructivista que permitió la incorporación de muchas mujeres feministas que hasta ese momento recelaban del ecofeminismo por considerarlo cercano al esencialismo.

    Desde los inicios de la Red, y a lo largo de todos estos años, la sororidad y los planteamientos slow, así como las relaciones horizontales no patriarcales, sin más jerarquías que las del conocimiento, los méritos y el trabajo, han sido la esencia del grupo.

    P. ¿Cómo definiríais el ecofeminismo como teoría y como movimiento político?

    R. El ecofeminismo que nosotras representamos es un ecofeminismo ilustrado que bebe de Alicia Puleo y de la confluencia entre el ecologismo y el feminismo. Nosotras tenemos claro que no es un batiburrillo, pero ¿cómo lo percibe la gente? Os cuento una anécdota: recuerdo que el 8 de marzo de 2018 llevábamos la pancarta de Red Ecofeminista y se nos acercaba la gente a preguntar: «¿Red qué? ¿economi-qué? ¿economista?». Y estamos hablando de hace dos años. Ahora estamos viviendo una explosión y se habla mucho de feminismo y de ecofeminismo, pero a veces también pasa ―haciendo un paralelismo― como con el veganismo, que mucha gente no entiende de dónde surge, el recorrido que hay detrás, y parece que es algo de nueva creación, cuando, en el caso del veganismo, es un movimiento político que tiene sesenta años. En el caso del ecofeminismo, el término como tal nace en el año 1974, pero se inspira en la genealogía feminista de décadas anteriores.

    Yo creo que a veces falta formación y también hace falta no pensar que cuando llegamos a un movimiento tenemos que reinventarlo y repensarlo todo y que todo lo anterior ya no nos vale, algo que también vemos mucho dentro del ecologismo. Parece que ahora todo suena viejuno y hay que ser repensar absolutamente todo, pero eso viejuno ha conseguido grandes victorias.

    P. Entonces sí creéis que hay una visión generalizada muy simple del ecofeminismo.

    R. Lo que pasa es que existen diferentes ecofeminismos. En nuestro caso es un feminismo crítico ilustrado, algo que a la gente le choca, y es más fácil que conecten con ese ecofeminismo esencialista que ve a la mujer como a la madre tierra y que, por eso, hay que salvar el planeta y a los animales, algo que está muy ligado al cuerpo y al concepto de feminidad, todo lo que desde el feminismo se intenta deconstruir. Entonces nos encontramos con barreras por parte del feminismo, también del feminismo radical, que pregunta: «Oye, ¿dónde estáis situando el concepto vida?, ¿qué significa esto?», pero también por parte del ecologismo, y de la población en general, que no tiene muy claro de qué estamos hablando.

    Por ejemplo, nosotras no nos solemos hablar nunca de vida en términos absolutos, siempre le ponemos apellidos, porque «poner la vida en el centro» es una frase muy bonita que es un gran eslogan publicitario y todo el mundo está de acuerdo, ¿pero qué significa eso si andamos un poco más? Nosotras tenemos muy claro en nuestra base teórica que los derechos sexuales y reproductivos son una máxima dentro del ecofeminismo que defendemos. Pero, cuando hablamos de «poner la vida en el centro», podemos encontrarnos con que pueden venir hordas de los provida contra el aborto y decir: «Ah, pues yo también estoy aquí». Alicia Puleo siempre dice que hay que tener cuidado con esto y que hay que tener cuidado con el cuidado. Hay que cuidar cómo utilizamos el lenguaje y pensar qué versión retorcida se puede dar a determinadas palabras o conceptos. Por eso respecto a los conflictos capital-vida y capital-trabajo no me gusta hablar de vida sin matizar.

    P. Ahora el ecofeminismo que está ocupando el centro del discurso es muy «político». Plantea contradicciones entre una vida buena ―una sociedad en la que se ponga por delante el bienestar de la gente― y el capital, pero es verdad que hasta ahora, cuando se hablaba de ecofeminismo, la imagen era la de chicas yéndose a convivencias de mujeres a encontrarse con su cuerpo, donde pudiera parecer que las potencialidades políticas fuesen menores. Ese esencialismo vosotras lo dejáis de lado.

    R. El ecofeminismo esencialista tampoco es una cosa de ayer, dentro de él hay referentes como Vandana Shiva. Creo que el principal problema es que no recoge todas las reivindicaciones feministas radicales en su identidad. Sí que pone en el centro ―Shiva lo hace― el conflicto contra el capital y sobre todo pone en el centro que existen otros pueblos; nos permiten alejarnos de esa visión hegemónica eurocéntrica del feminismo que teníamos hasta el momento. Pero se olvida de otras cosas y creo que aquí es donde radica el problema. Volvamos al tema de los cuidados: ellas consideran que nosotras las mujeres nacemos con un don, que es el de cuidar. Tenemos los cuidados en nuestros genes: llegamos al mundo y sabemos cuidar. Es curioso, porque el feminismo ha luchado tantísimo por deconstruir los roles de género y por deshacerse de esa dualidad entre hombres y mujeres, y llega de repente un ecofeminismo que se lo apropia. Sí que le da un giro, y hay que reconocérselo, y es que pone en valor todas aquellas características que se han atribuido a las mujeres, el problema es que no se las atribuyen a los hombres; considera que nosotras estamos más capacitadas para cuidar, para empatizar, y se están olvidando de que todo esto es una construcción social e histórica y que es difícil que cambie de la noche a la mañana, pero que necesitamos que cambie, porque los cuidados tienen que ser una corresponsabilidad de todas las personas que habitamos el planeta. De esa parte esencialista nosotras nos alejamos de manera tajante. Nosotras recogemos muchas de las reivindicaciones de las feministas radicales y por eso nos declaramos abiertamente abolicionistas respecto a la prostitución, a los vientres de alquiler, etcétera. Defendemos los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Ahí sí que tenemos cosas que se diferencian del ecofeminismo esencialista, que no se posiciona con respecto a los derechos sexuales y reproductivos o, cuando lo hace, es en contra, pues considera por ejemplo que no se debe poder interrumpir un embarazo.

    P. Uno de los puntos más fuertes del ecofeminismo, que nos interesa mucho, es que señala un conflicto de manera clarísima, que es el conflicto capital/vida. Por un lado, es interesante que el «enemigo» al que se señala sea el capital ―no las emisiones, no el extractivismo, no el modo de vida occidental y consumista, quizá porque el capital ya asume todo esto―; por otro, parece un paso nuevo frente al conflicto clásico capital/trabajo. ¿Podrías explicar cómo concebís el conflicto capital/vida y qué lo diferenciaría del conflicto capital/trabajo? ¿Cuál es el papel del patriarcado dentro de este conflicto capital/vida?

    R. Creo que lo que tenemos en común desde el feminismo y desde el ecologismo ―y, por tanto, en el ecofeminismo― es nuestro enemigo, y nuestro enemigo es el patriarcado, al que le pongo el apellido capitalista. Lo pongo en este orden porque creo que el principal problema es el patriarcado y es verdad que luego tenemos un problema añadido con el capitalismo, pero da igual que venzamos al capitalismo si seguimos teniendo una sociedad patriarcal. ¿Que a la inversa también puede generar muchísimos problemas? También, pero creo que una sociedad no patriarcal es difícil que sea capitalista, aunque podría serlo si no es ecofeminista. Pero creo que el principal problema que tenemos ahora mismo precisamente es con estos dos enemigos comunes y unidos en el patriarcado capitalista. Existen un montón de factores que hacen que vivamos en una sociedad tremendamente desigual, en el que las víctimas siempre son las personas empobrecidas por el sistema, pero es que la ONU nos dice que el 70% de las personas pobres en el mundo son mujeres; el empobrecimiento o la pobreza tiene rostro de mujer. Pero sí que creo que, a pesar de que es verdad que el sistema nos empuja y nos victimiza, y por eso vivimos en una sociedad muy desigual y muy injusta, también somos nosotras las que nos hemos convertido en los últimos en agentes activas del cambio. Y eso es así porque esta cuarta ola feminista tiene un rasgo característico en todos los lugares del mundo que nos ha permitido que nos identifiquemos con las otras, que es este concepto maravilloso de sororidad. Y vemos que el ecofeminismo puede dar respuesta a lo que no han dado respuesta otros muchos movimientos.

    P. Vinculado con todo lo anterior: ¿creéis que los espacios ecologistas y feministas han hecho por encontrarse y coordinarse o todavía queda mucho camino por recorrer?, ¿qué obstáculos y potencialidades veis o habéis experimentado en vuestro día a día?

    R. Ha sido difícil. Ahora es mucho más «fácil», así, entre comillas, pero hace unos años era muy complicado porque se dan muchas circunstancias. Es muy difícil hablar de ecologismo y de ecofeminismo en movimientos feministas más radicales porque se tiene rechazo o el miedo a ver mermados los derechos sexuales y reproductivos que tanto han costado conseguir. Creo que por ahí surge un problema en ese espacio. Y en el ecologismo es difícil hablar de ecofeminismo, y ya no hablemos de feminismo, porque normalmente han sido estructuras muy patriarcales, tremendamente machistas. Si pensamos en el movimiento ecologista en el estado español, aunque en la base hubiera muchísimas mujeres ―como en casi todas las organizaciones, sean del tipo que sean―, la parte más alta y la representativa solo ha sido copada por hombres. Esto está cambiando, pero hasta hace unos años solo eran hombres quienes tomaban las decisiones y, además, las prioridades han sido diferentes a las que podíamos reclamar desde otro tipo de espacios. En los últimos años está cambiando, pero no porque el movimiento ecologista haya hecho un esfuerzo consciente por cambiar, sino porque han llegado personas nuevas a los movimientos, y muchas veces han sido mujeres jóvenes, bastante deconstruidas, que han dicho: «Oye, esto no puede seguir así»; no ha sido porque el movimiento ecologista se haya repensado y deconstruido.

    Ha habido excepciones; por ejemplo, se me ocurre que en Ecologistas en Acción, de la que formo parte, se lanzó el Patriarcalitest, un test para pasar en las organizaciones y autoevaluar si estaba habiendo actitudes machistas y patriarcales. Pero en general no se ha producido un cambio. Y luego se da otra situación, y es que, en nuestro caso, por ejemplo, somos feministas animalistas; en mi caso concreto antiespecista, pero hemos llegado al acuerdo de definirnos como animalistas, que es más fácil de entender. Imaginaos cómo es llegar a los movimientos animalistas, que también están tremendamente patriarcalizados. En España faltaba mucho recorrido en este ámbito y por eso yo separo mucho lo que es el antiespecismo del animalismo. Había un momento animalista potente, pero muy orientado a acabar con la tauromaquia, a cuidar de especies domésticas que conviven con las personas en sus hogares, y era curioso porque, a pesar de ser movimientos animalistas, no tenían que ser veganos, eran movimientos que tenían otras prioridades. Y mucho menos se planteaban introducir el feminismo, y menos aún el ecologismo. De hecho, hay una «guerra» entre el ecologismo y el animalismo desde hace décadas y a veces tengo la sensación de que actuamos como mediadoras entre todas las partes. Yo, por ejemplo, estoy en diferentes grupos ecologistas, feministas, antiespecistas y ecofeministas, y desde un espacio no se entiende lo que haces en otro espacio. Eso sí que está cambiando, sí que creo que ha ayudado globalizar cosas. Hay un problema de base teórica conceptual, y aquí no se entiende qué es el veganismo, que es un movimiento político. Cuando no se entiende esto te encuentras con el greenwashing, o con sustitutos veganos ―que en realidad son vegetarianos― y punto, pero sin ir más allá viendo las connotaciones sociales, o respecto a la soberanía alimentaria, o las implicaciones energéticas. Creo que eso sí está cambiando desde hace muy poco con la llegada de grupos diferentes, no sé si podríamos llamarlos la «primavera climática» o básicamente grupos climáticos de gente muy joven. Con otros movimientos también puede que esté cambiando. Por ejemplo, a raíz del 8 de marzo del 2017, en el 2018 se hace la huelga de consumo y la Comisión 8 de Marzo tiene el asesoramiento de Ecologistas en Acción, del área de ecofeminismo, y eso le da un respaldo. Hay cosas que empiezan a tener eco y comenzamos a relacionar el capitalismo con el patriarcado. Así, parece que lo que no se había hecho en España en décadas se ha hecho en tres años. Mi preocupación es que cuando los cambios se producen tan rápido a veces no nos dé tiempo a meditar qué hay detrás, tenemos una falta de memoria de la genealogía feminista histórica que a veces es preocupante.

    P. ¿En qué medida crees que el feminismo se está dejando notar en el movimiento ecologista? Han surgido nuevas organizaciones como Feministas por el Clima, ¿a qué crees que se debe esto?

    R. Aquí sí que diferenciaría lo que es el Estado español de otros lugares. Por ejemplo, aquí creo que se debe a que hay mucha gente joven con nuevas inquietudes y que entienden las relaciones personales de otra manera; igual que entienden los movimientos sociales y las asambleas de otra maner. Incluso creo que perciben todo el marco teórico de estos movimientos de otra manera. Creo que ha llegado este relevo generacional que siempre se ha reclamado tanto desde el feminismo como desde el ecologismo y que a lo mejor, aunque siempre ha estado cerca, no se había sabido incorporar a la gente con estas nuevas inquietudes o estas nuevas formas de hacer las cosas. Creo que aquí en general los movimientos se han visto desbordados y eso se puede ver si vas a una asamblea de una organización más clásica o si vas a una asamblea de una de estas nuevas organizaciones: se han incorporado los cuidados, la asertividad de los más jóvenes, la escucha activa, se respetan los tiempos, a las personas y sus necesidades; es muy diferente. Nosotras pensamos que eso ya es estar practicando el ecofeminismo sin que quizá sean perfectamente conscientes. Después de esto, la incorporación del ecofeminismo es mucho más fácil porque ya se estaba practicando de una manera activa aunque sin nombrarlo. Existe un grupo feminista en el pueblo en el que yo vivo. Me encantan esas mujeres porque un día hablando con ellas, de sus principios identitarios, de ecologismo, feminismo, abolicionismo y demás, de repente les dije: «¿Pero no os definís como ecofeministas?». Y me respondieron: «Ah, es verdad. Pues sí, claro que lo somos». Pero estaba tan interiorizado y tan metido en su práctica que ni siquiera habían pensado en nombrarse. En otros espacios por otro lado, nombrarse puede ser increíblemente necesario porque a lo mejor no lo son de una forma tan natural, pero de esta forma sirve como recordatorio y como meta a la que aspirar.

    Fuera, en otros territorios, todo esto funciona diferente. Por ejemplo, en América Latina muchas no se consideran a lo mejor directamente ecofeministas pero por otras razones, y tras un poco de indagación te das cuenta de que en muchas luchas que se están librando allí son ejemplos claros de lo que es una lucha ecofeminista. Ahora es relativamente fácil considerarse abiertamente feminista o ecologistaantiespecista ya es otro nivel―, pero hace unos años recuerdo que era muy, muy complicado. Enseguida te encontrabas en discusiones en las que te acusaban de hembrista, de exagerada y todo eso. También creo que los movimientos han madurado gracias a este apoyo mutuo y a la solidaridad para seguir acompañándonos en red.

    P. De entrada parece intuitivo pensar que en un grupo ecologista automáticamente todo el mundo va a ser majo, feminista, va a estar deconstruido, todo el mundo es estupendo, y este tipo de cosas no suelen ser así. Y además, volviendo a lo que comentabas antes de las asambleas que me parece interesante, hay una cosa un tanto alucinante y es que se extienden de manera interminable, porque parece que la gente no tiene casa. Si, en el peor de los casos, no tuvieran casa sería comprensible, pero el problema es que sí que la tienen y no quieren volver; por no insistir en lo que has dicho del trato en las asambleas, el respeto de los tiempos, y demás. ¿La división del trabajo también es algo que se da en todos los colectivos, con hombres que dan charlas, hacen presentaciones, se encargan del trabajo intelectual, y mujeres que pasan acta, colocan las sillas, organizan el trabajo? En todo caso, hay una cosa especialmente preocupante: las estructuras de poder informales, que las cosas se decidan en las cervezas de después de las asambleas. Quizás puedas hablar sobre las organizaciones en las que estás, sobre las diferencias que ves entre las organizaciones mixtas y no mixtas en las que colaboras.

    R. Clarísimamente, el patriarcado está prácticamente en todas las organizaciones. Normalmente, ¿quién se quedaba en las asambleas? Ellos. ¿Porque nosotras dónde estábamos? Haciendo las tareas de cuidados, y tú lo has dicho, la división sexual del trabajo: ellos en trabajos productivos, nosotras en los trabajos reproductivos, invisibles e invisibilizados. En cuanto a la duración de las asambleas, eso se complica. Yo tengo mi propia teoría, y es que, al igual que estoy en el bar con el fútbol, pues estoy aquí en la asamblea con mis colegas, con los que además comparto todo lo que digo, me escuchan y, además, tengo la sensación de que ―y esto lo ves mucho cuando vas a reuniones así― hay determinados hombres a los que les encanta escucharse. Creo que en esta parte de la división sexual del trabajo no hacen lo que les tocaría hacer en casa porque «es que están salvando el mundo». Siempre hemos estado en los movimientos de manera informal, porque para que los hombres estén, nosotras tenemos que estar sustentando ese activismo, pero cuando entramos de manera más formal en los movimientos, nunca llegamos arriba y, por tanto, las cosas no cambian, y además si hablas dicen que «ya está la pesada». Tienes que tener hecho un trabajo personal muy grande para que eso no te afecte, para que no digas: «Pues yo aquí no vuelvo».

    Yo, personalmente, soy muy feliz en los colectivos no mixtos. En Feministas por el Clima el primer día se preguntó si queríamos ser un grupo mixto o no mixto y fuimos tres la que dijimos que queríamos ser no mixto, y se respetó. Y con esto no digo que no tengan que existir los grupos mixtos, pero de hecho creo que es necesario que existan grupos de tíos que se reúnan y que se deconstruyan ellos, creo que es vital. Porque también pasa que, en una asamblea, no solo tengo que estar pendiente de lo mío sino que también tengo que estar pendiente de si lo que estás siendo machista o reproduciendo un comportamiento patriarcal… Haceoslo mirar.

    Y no debemos quedarnos en lo meramente anecdótico ―los tiempos, los turnos de palabra, que también es importante―, sino que debemos acudir a la base: cómo distribuimos la carga mental y la visibilidad que le damos a las mujeres y a los hombres en los actos públicos, cómo trabajamos su representatividad. Yo no quiero estar ahí por una cuota, lo que yo quiero es estar ahí por lo que yo valgo, pero para ello hace falta que no me pongan la zancadilla por ser una mujer y que entonces no pueda estar ahí. ¿Que ahora mismo necesitamos cuotas para avanzar en la desigualdad que sufrimos? Claro que sí, pero no quiero vivir en una sociedad de cuotas. Lo que quiero es que no se me discrimine por ser mujer, que es algo que en los movimientos se ve bastante. Cuando montas una cosa muy gorda, ¿quiénes estamos en comunicación? Normalmente las tías; lo mismo en tareas administrativas y ese tipo cosas. ¿Pero quiénes ocupan las portavocías? Se está haciendo un trabajo muy importante ―a raíz de la Cumbre Social, de la huelga por el clima― de buscar la paridad, pero no una paridad «porque sí», sino porque tenemos que ir un paso más allá y preguntarnos por qué es necesaria esa paridad, que no es solo algo de cara a la galería. Porque además hay mucha gente y muchos colectivos que no se lo creen y que lo hacen efectivamente de cara a la galería, porque si no se les va a crucificar ―y con razón―. Pero es que ni siquiera se han planteado esto de verdad ni han introducido maneras de abordar posibles situaciones que se puedan dar, como por ejemplo el acoso sexual. ¿Cuántas organizaciones tienen un punto violeta?, ¿cómo abordamos que una compañera pueda sufrir acoso, o una agresión sexual o de algún otro tipo? Lo que suele pasar al final es que eso se lleva en petit comité (normalmente lo hace una misma) y se decide que «bueno, no hablemos de esto así en público, porque esto es algo que se tapa siempre, ya lo sabemos», y al final la chica acaba yéndose del movimiento o de la lucha o de lo que sea, y eso no puede ser. No somos tantas como para encima ir perdiéndonos por el camino. A lo mejor los que tenéis que estar en un segundo plano sois vosotros. Creo que para que cambie todo eso, para que cambien las locuras de asambleas de dieciocho horas lo que tiene que pasar es que vosotros os quedéis en casa haciendo la cena.

    P. En la organización de la Cumbre Social por el Clima hubo alguna discusión organizativa respecto al consumo de carne. En Contra el diluvio tenemos la postura política de reducir al máximo el consumo de productos de origen animal, que luego a nivel personal cada uno es más o menos coherente con esto (la mitad son veganos, hay gente que viene del antiespecismo, hay gente vegetariana). Y nos pareció un poco surrealista lo que pasó con el asunto de los ganaderos que querían preparar una caldereta en la Contracumbre. Eso me hace pensar, por un lado, en los conflictos que pueden surgir al estar, por ejemplo, en Ecologistas en Acción, que es una organización que defiende la ganadería extensiva como algo positivo, ni siquiera como un mal menor; y, por otro lado, estaba pensando también en Ganaderas en Red. El feminismo dentro del mundo la ganadería no existía antes porque no había mujeres o estaban invisibilizadas, y ahora el feminismo está en muchísimos sitios y eso causa muchas contradicciones. A lo mejor estoy pidiéndote otra vez que medies entre diferentes facciones, pero, como persona que está en varios colectivos, ¿cómo ves este tipo de contradicciones que a veces, sobre todo en redes, hacen que los debates que surgen son francamente fratricidas o sororicidas, y en mi opinión relativamente menores porque el enemigo claramente es otro? ¿Cómo ves lo de gastar energía en estas cosas?

    R. Aquello me pilló muy de cerca. Primero te respondo como Red Ecofeminista: tenemos muy claro es que no todas tenemos que tener las mismas luchas, hay que buscar entre todas las organizaciones y colectivos los puntos de unión, tenemos que intentar encontrarnos y hacer activismo desde ahí. Nosotras, como Red Ecofeminista, no intentamos que solo exista el ecofeminismo, porque no tendría ningún sentido. Creo que debemos confluir en lugares de encuentro, que cada movimiento tiene que luchar por lo que cree que son sus reivindicaciones y además no va a estar más legitimada esa lucha que si está representada por quienes lo están impulsando; no debemos caer en la tentación de pensar que el ecofeminismo tiene que ocuparse de todo, porque es muy injusto y me parece además muy esencialista.

    Y ahora te contesto a nivel personal: me invitaron en septiembre a una mesa en las jornadas de Garaldea e iba temerosa por lo que me pudiera encontrar. Estábamos invitadas una compañera de PACMA, otra del área de agroecología de Ecologistas en Acción y otra de Ganaderas en Red. Mucha gente acabó llorando. Hubo gente que se acercó y nos dio las gracias por el debate abierto, sin insultos. Para mí es difícil, yo tengo muy claro que el enemigo es el patriarcado capitalista, pero también es verdad que para mí es muy difícil hablar de animales no humanos, que parece que no le importan a nadie, y hablar de ganadería extensiva sin tener en cuenta que hay un ser sintiente que va a acabar asesinado y que no quiere ser asesinado. Me resulta muy difícil a nivel emocional. Si hablamos de estrategia, creo que no tiene ningún sentido que nos estemos matando entre nosotras, que es lo que quieren precisamente el patriarcado y el capitalismo, pero sí que creo que todas estamos en el mismo proceso de deconstrucción. Yo no nací vegana, pero me costó muchos años, muchas lágrimas y mucho sufrimiento que me dejaran hacer lo que me diera la gana. No soy nadie para juzgar, pero es verdad que en ese proceso de deconstrucción hay muchas vidas que están siendo asesinadas, y esto tampoco lo podemos olvidar. El acto fue muy interesante y muy bonito, pero yo ―y lo dije en ese momento, así que no tengo ningún inconveniente en repetirlo― no estoy de acuerdo con que se definan como ganadería feminista. Me parece estupendo que sean mujeres ganaderas y feministas, pero no ganaderas feministas. Para mí eso a nivel conceptual, a nivel teórico, a nivel práctico y a nivel empático no tiene sentido, porque considero que una de las máximas dentro del feminismo es la sororidad, y hay animales no humanos con los que no se está siendo nada sorora. No sé qué beneficio hay, no entiendo el fin de hablar de ganadería feminista. Es como hablar de feminismo liberal.

    P. O de «ejército feminista».

    R. Claro, cuando dentro de los principios del ecofeminismo por ejemplo está el pacifismo, no puedo entender por ejemplo que hablemos de un ejército ecofeminista, no tiene sentido, es un absurdo en sí mismo. A mí el asunto de la caldereta me resultó muy duro, me mandaron muchos mensajes de que la iban a hacer. A mí ese día además me invitaron a participar en el debate que hubo sobre agroecología, antiespecismo y demás; yo estaba muy mala y «me libré». Creo que fue bastante mal, pero no todo el mundo dentro del movimiento antiespecista es antes ecofeminista, ni todo el mundo el mundo dentro del movimiento antiespecista está preparado para abordar este debate desde la escucha activa, porque consideran que está mal y punto; para ellos se están asesinando vidas inocentes y punto. No hay más, no hay debate. Igual que consideramos que el Holocausto fue algo malo, qué debate hay ahí. Yo entendí que no era necesaria una caldereta porque, y esto también me preocupa, hemos llegado a un absurdo reduccionista, y es que, en el mundo rural, en la «España vacía», en la «España vaciada», parece que solo te puedes dedicar a la agricultura y a la ganadería. No puedes hacer nada más. Me preocupa que esa sea la única forma de reactivar esos territorios. Además es que no estoy de acuerdo con el concepto de «España vaciada». ¿Vacía o vaciada de qué? ¿De animales humanos? ¿Y los que no son humanos y pueden recuperar ese territorio que le habíamos usurpado? Tenemos además una visión muy idealizada de lo que es el mundo rural, cuando la realidad es que en España «el mundo rural» lo controlan unos ricachones que tienen casi todo el territorio y que reciben ayudas millonarias de la PAC, y en su mayoría están vinculados a grandes compañías, como pueden ser Mercadona, Nestlé, o a una casa nobiliaria. Lo que nosotros defendemos es la renaturalización, que viene del concepto de rewildering.

    P. De cara al 8 de marzo, pero también mirando hacia el futuro en general, ¿dónde creeis que es importante poner el foco para que las movilizaciones y las batallas futuras sean cada vez más acordes al ecofeminismo? ¿Qué ejes creéis que van a impulsar las medidas ecofeministas?

    R. Es fundamental estar donde haya capacidad de estar y donde sepas que vas a tener un feedback. Existe un foco mediático y social muy evidente, que se encuentra en un lugar específico. Hace veinte o treinta años el foco estaba claro: el agujero de la capa de ozono. Posteriormente, se empezó a hablar de calentamiento global, luego cambio climático y ahora es la emergencia climática o la crisis climática. Tanto para mí como para la Red, uno de los focos que no debemos perder nunca de vista es el de la defensa de la biodiversidad. Me gusta repetir esto a quien me quiera escuchar: Podemos tener un planeta en el que haya emisiones cero y en el que de todas maneras no haya vida. No perdamos esto de vista. No toda la lucha tiene que ser contra las emisiones, aunque no estoy diciendo que se deje de lado, pero no tiene sentido si esto no va a unido en esfuerzos por respetar los ríos, las aguas tanto subterráneas como superficiales, los océanos, los bosques, no importa que sea la Pampa Argentina o un desierto, un bosque de ribera o unos matorrales mediterráneos. Tenemos que preservar la naturaleza, sanar la naturaleza. Yo hablo de naturaleza y no de medioambiente porque estudié Ciencias Ambientales y no me gusta nada. Es una forma de antropizar de nuevo la naturaleza. Ahí es donde tenemos que poner el foco claramente.

    Creo que estamos viviendo un momento de sinergias muy bonito. Como decía antes esto se debe a esta cuarta ola del feminismo que se está viviendo globalmente y desde la que es más fácil conversar, dialogar y llegar a puntos de encuentro con otros movimientos, otros colectivos y otras mujeres. Desde este lado creo que se ven muchos avances desde hace unos años y tenemos que darnos cuenta de que venimos de ellos. Creo que se ha pasado de tener una visión que parecía que obligaba a estar sacrificando la lucha principal, como podía ser la de la defensa de los intereses de la clase obrera, a de repente ver claro que se está llegando a puntos de encuentro y a sinergias fundamentales tanto para la lucha obrera como para la de las mujeres, que al final es una misma lucha.

    También encontramos un montón de sinergias en el movimiento climático, con todos los jóvenes, con Fridays, Extinction, con vosotras; en movimientos estudiantiles y desde los institutos o universidades. Intentamos no olvidarnos tampoco de los movimientos de base «no formales», como pueden ser las vecinas que se juntan en la puerta de su casa los jueves para hablar de cómo va el barrio y que también se organizan para acompañar a la compra, a acompañar a quien necesite acompañamiento. Esta gente que parece organizada de forma «residual» ha sido la que en parte ha permitido que el azote de la crisis económica en España, aunque horrible, no llegase a lo peor. Precisamente este apoyo mutuo entre un montón de personas, fundamentalmente mujeres, ha sido lo que ha sustentado a muchas comunidades.

    La ilustración de cabecera es «Bilbao» (1998), de Helen Frankenthaler.

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  • Utopía y crisis climática, charla con Layla Martínez

    Utopía y crisis climática, charla con Layla Martínez

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    Hace unos días tuvimos la ocasión de hablar un rato con Layla Martínez, licenciada en ciencias políticas, editora de Antipersona y articulista en El Salto y otros medios. Discutimos la necesidad de elaborar utopías que apelen a la mayoría social, y los motivos de su casi total ausencia en la ficción contemporánea.

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  • El control de la población no es la respuesta a la crisis climática

    El control de la población no es la respuesta a la crisis climática

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    Por Yifat Susskind.

    Este texto fue publicado originalmente en Ms. en 2017 con el título «Population Control Isn’t the Answer to Our Climate Crisis».

    «Si podemos deshacernos de suficiente genteescribió aquel terrorista de El Paso en su grotesco manifiesto—, entonces nuestro estilo de vida puede ser más sostenible». Su masacre racista dejó pocas dudas acerca de a quién se refería con «nosotros» y «nuestro estilo de vida». El ecofascismo de la extrema derecha disfraza su intención racista de preocupación por el medio ambiente, demoniza a las mujeres de color debido a la «superpoblación» y aviva los temores de que se vaya a acabar con la «pureza» y el poder de la raza blanca. Utiliza el fantasma de un inminente colapso ecológico para reavivar un impulso genocida tan antiguo como los Estados Unidos con el que eliminar a los que se considere no aptos para sobrevivir.

    Solo unas pocas personas defienden la expresión más horrible de estas creencias. Pero, hoy en día, la defensa del control de la población está resurgiendo en los debates mainstream —e incluso en entornos progresistas— acerca de la limitación de la fecundidad de las mujeres en pos de la sostenibilidad medioambiental.

    No es esta la primera vez que el cuerpo de las mujeres es tratado como un medio para un fin demográfico. Recordemos iniciativas tan horrendas (todas ellas de sentido común en su época) como la esterilización forzosa de mujeres negras, latinas e indígenas, el trato a las mujeres puertorriqueñas propio de ratas de laboratorio en los ensayos de anticonceptivos para mantener una baja población en la isla y la financiación de los campamentos de esterilización en la India.

    De manera invariable incluso los proyectos de control de la población más nefastos pretenden servir a algún bien social incuestionable, como la reducción de la pobreza o la paz. Después del huracán Katrina, un diputado de Luisiana propuso pagar mil dólares a las personas que reciben asistencia estatal a cambio de ser esterilizadas. Explicó los beneficios de reducir el número de personas pobres e hizo referencia a la posibilidad de que los huracanes sean cada vez más frecuentes y a la necesidad de conservar los recursos.

    El movimiento por la justicia reproductiva se manifestó entonces para denunciar estas políticas como un abuso contra los derechos humanos. Pero hoy el monstruo del control de la población ha sido resucitado y estos logros se ven  amenazados de nuevo.

    Ahora mismo la mayoría de la gente tiene claro que no debe usar el desacreditado concepto de «control poblacional». Tampoco vais a escuchar a los voceros del sentido común hablar de «superpoblación de negros». Estad atentos, eso sí, al lenguaje que parte de los derechos y de la justicia sociales que sitúa la anticoncepción y la planificación familiar como estrategias centrales para reducir las emisiones de carbono.

    Por ejemplo, una entrada en el blog de la USAID [Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional] en el Día Mundial de la Población vincula la planificación familiar con la protección de «la gente, el planeta, la prosperidad, la paz y las relaciones sociales» y pasa a decir que «al frenar el rápido crecimiento demográfico, la planificación familiar puede ayudar a reducir la cantidad de personas pobres».

    Los principales defensores del control de la población de hoy en día ofrecen un apoyo total a los derechos reproductivos y subrayan la feliz coincidencia de que la libertad de las mujeres de poner límites a la maternidad sea también una solución clave para el cambio climático. Estas propuestas en las que todo el mundo sale ganando son intrínsecamente atractivas, pero debemos mostrarnos escépticas ante las soluciones que exigen poca cosa a los causantes del problema.

    Las mujeres de todo el mundo coincidirán en que el acceso a la atención médica, la planificación familiar, los métodos anticonceptivos y el aborto siguen siendo necesidades críticas insatisfechas. La verdadera justicia reproductiva, tal y como la conciben las mujeres que durante tanto tiempo han sido el objetivo del control de la población, incluye la opción de elegir cuántos hijos tener y criarlos en un entorno seguro y saludable, pero los que tratan de instrumentalizar estos derechos básicos como soluciones frente al cambio climático pasan demasiado rápidamente a hacer hincapié en los beneficios para la reducción de emisiones que hay en que las mujeres tengan menos hijos: no cualquier mujer, sino las mujeres pobres negras y latinas a las que siempre se ha culpado de «tener demasiados hijos».

    Cualesquiera que sean sus fundamentos políticos, los enfoques frente al cambio climático basados en lo poblacional están impregnados de tres falsedades.

    Una es que la población mundial se ha disparado. En realidad, el ritmo de crecimiento ha ido disminuyendo desde los años sesenta; de 1990 a 2019, la tasa de fecundidad mundial se redujo de 3,2 nacimientos por mujer a 2,5.

    Otra es que la principal amenaza a la que nos enfrentamos es la escasez de recursos, cuando en realidad el problema no son los números en sí mismos, sino la distribución desigual de las necesidades básicas. El planeta no puede albergar a 7.500 millones de personas que se dediquen a explotar los recursos al ritmo de los más ricos, pero podría albergar a muchas más si los más ricos se quedaran con una parte  más justa y las políticas públicas permitieran a las comunidades más pobres poner fin a su excesiva dependencia respecto de los ecosistemas frágiles.

    Por último, existe el mito de que las poblaciones más grandes aceleran el cambio climático, cuando no pueden extrapolarse las emisiones de carbono de un país solo a partir del tamaño de su población. Estados Unidos tiene menos del 5% de la población mundial, pero es responsables del 15% de las emisiones. Mientras tanto, los países de África subsahariana, a los que a menudo se señala como los principales candidatos para las políticas de control demográfico, se encuentran entre los que menos emiten carbono.

    Eso resulta obvio cuando se recuerda que el caos climático es una consecuencia directa de la política industrial, pero reconocer esa verdad conduce a un conjunto de estrategias muy diferente que al de animar a las mujeres pobres a tener menos hijos. El uso de mujeres como chivos expiatorios desvía la atención respecto a los verdaderos culpables de nuestra catástrofe climática: las empresas de combustibles fósiles y de energía y el escandaloso éxito que tienen al evitar la regulación gubernamental con subsidios y vericuetos fiscales. Ello desvía la atención respecto a la necesidad de cambiar un sistema económico que exige la explotación ilimitada de los recursos y la búsqueda de beneficios.

    Los políticos deben aprovechar el cambio para rechazar la idea de que el control poblacional es una solución al colapso climático. Además, podrían aprender de las mujeres que están en la primera línea del cambio climático a lo largo de todo el mundo, cuyas innovadoras soluciones y sus llamamientos en pos de la justicia económica mundial son la verdadera respuesta al colapso del clima.

    YIFAT SUSSKIND dirige MADRE, una organización internacional de derechos humanos de la mujer que colabora con comunidades de mujeres de todo el mundo que están haciendo frente a guerras y desastres de diverso tipo. Ha escrito para The New York Times, The Washington Post, Foreign Policy in Focus, The Guardian y The Huffington Post

    La ilustración que encabeza el texto es «Cavalos vermelhos», de María Helena Vieira da Silva.

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  • Cinco razones por las que el cambio climático es una cuestión feminista

    Cinco razones por las que el cambio climático es una cuestión feminista

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    Con este artículo empezamos un mes dedicado explícita y totalmente al ecofeminismo y a la intersección de la lucha contra el cambio climático con las luchas feministas. Abrimos con este texto introductorio, y cada semana añadiremos entrevistas, textos invitados y reediciones de textos clásicos.

    Por Clare Hymer y Maddy Hodgson.

    Este texto fue publicado originalmente en Novara Media en 2017 con el título «5 Reasons Climate Change is a Feminist Issue».

    El cambio climático no es simplemente un problema de exceso de dióxido de carbono en un sistema por lo demás progresista. No es un problema del que todos somos igualmente responsables, ni sus impactos son indiscriminados. Más bien, el cambio climático está ligado a la dinámica de poder, y afecta a algunos mucho más que a otros. He aquí cinco razones por las que el cambio climático es una cuestión feminista.

     

    1. El cambio climático afecta de manera desproporcionada a las personas pobres del mundo, de las cuales el 70% son mujeres.

    El cambio climático afecta de manera desproporcionada a quienes ya están en la pobreza. Es mucho más probable que las naciones del sur global se vean afectadas por sequías, inundaciones, reducción del rendimiento de las cosechas y aumento del nivel del mar, ya que sus historias de colonización y expropiación de la riqueza implican que carecen de recursos para reconstruir la infraestructura después de estos desastres. También son las personas de menores ingresos las que se ven más afectadas por los desastres naturales en el Norte Global. Sin embargo, dado que el 70% de los pobres del mundo son mujeres, el cambio climático también es un problema que está fundamentalmente relacionado con el género.

    Las secuelas de los desastres climáticos presentan una serie de problemas específicos para las mujeres que se encuentran en situación de pobreza. A menudo no se permite a las mujeres el acceso directo a la ayuda humanitaria porque no son «cabezas de familia» y, como cuidadoras primarias en el hogar, son las mujeres las que deben seguir alimentando y cuidando a sus familias ante los desplazamientos y el saneamiento deficiente. Las mujeres también están sobrerrepresentadas en las ocupaciones vulnerables, las cuales a menudo no son tenidas en consideración por los programas de recuperación.

     

    2. Cuando se produce un desastre climático, aumenta la violencia de género.

    En los lugares en los que los desastres provocan la pérdida de hogares y de sistemas de protección y apoyo, las mujeres, los niños, el colectivo queer y las personas con discapacidad corren un riesgo mayor de sufrir violencia.

    Fiji tiene una de las tasas más altas del mundo de violencia de género y los desastres climáticos están sobrecargando las estadísticas. El año pasado, los cambios en las temperaturas alimentaron el ciclón más fuerte que jamás haya azotado el hemisferio sur, dejando a la isla devastada y a más de 150.000 personas desplazadas. La incidencia de la violencia de género empeoró en la zona del desastre y en los centros de evacuación. Shamina Ali, del Centro de Crisis para Mujeres de Fiji, informó: «Hubo mucho acoso sexual a las mujeres. Hubo algunas violaciones, algunas denunciadas, muchas no denunciadas. […] También hubo casos de mujeres que pidieron refugio y de hombres que exigieron sexo a cambio».

    Fiji está en vías de ser azotada por múltiples catástrofes climáticas, especialmente por el aumento del nivel del mar y por tormentas cada vez más intensas. Cuando esto ocurra, inevitablemente se va a producir un aumento de la violencia de género.

     

    3. Las mujeres indígenas que luchan contra la extracción de recursos están siendo asesinadas y están desapareciendo.

    Las mujeres indígenas suelen hallarse en la primera línea del cambio climático y son las líderes en la lucha por la protección de sus tierras frente a los intereses de las empresas internacionales y la extracción de recursos. También corren un riesgo elevado de ser asesinadas y de desaparecer.

    El año pasado, Berta Cáceres, líder del Consejo de Pueblos Indígenas de Honduras y una destacada activista contra las presas, las plantaciones y la tala ilegal en Centroamérica, fue asesinada a tiros en su casa y posteriormente se afirmó que su nombre figuraba en una lista negra del ejército hondureño. Entre 2010 y 2014 murieron en Honduras 101 activistas, un número desproporcionadamente elevado de los cuales procedían de comunidades indígenas que se oponían a los proyectos de desarrollo o a la apropiación de tierras.

    En Canadá, las muertes de mujeres activistas indígenas constituyen una epidemia: las mujeres indígenas tienen una probabilidad cinco veces mayor de morir de forma violenta que sus homólogas no indígenas, y en las últimas décadas han desaparecido o han sido asesinadas hasta 4.000 mujeres indígenas. Como señaló Melina Laboucan-Massimo, activista indígena y medioambiental de los lubicon, de la nación cree de nativos norteamericanos, cuya hermana Bella murió sin explicación en 2013:

    No es una coincidencia que nuestra tierra esté muriendo y que nuestras mujeres estén muriendo. El colonialismo hace de la tierra explotada una mercancía […], del mismo modo en que nuestras mujeres no tienen el mismo valor que las mujeres no indígenas. […] La lucha por proteger nuestra tierra es la lucha por proteger a nuestras mujeres.

     

    4. La responsabilidad de la reducción de las emisiones recae en los individuos en tanto que actores domésticos y, por lo tanto, especialmente en las mujeres.

    Los discursos liberales sobre el clima están dominados por un énfasis en la acción individual. Las iniciativas para reducir la huella de carbono se centran en gran medida en la esfera doméstica, donde el trabajo no remunerado e invisible de reproducir el hogar y la unidad familiar sigue siendo realizado de manera abrumadora por las mujeres, especialmente por las mujeres de color. Por consiguiente, son los comportamientos de consumo privado de las mujeres los que se examinan más a fondo en los discursos dominantes acerca del clima y, según cierta lógica, se llega incluso a la conclusión de que la manera más eficaz de combatir el cambio climático es abstenerse de tener hijos.

    Pero la ironía es que no solo los esfuerzos individuales por frenar las emisiones no son comparables a los de los bancos internacionales, los gobiernos y las empresas de combustibles fósiles, que siguen extrayendo y contaminando con impunidad, sino que en el hogar las mujeres a menudo tienen una libertad financiera limitada con la que poder tomar estas decisiones. En general, las mujeres no tienen la capacidad de poder tomar decisiones con las que hacer más sostenibles sus hogares mediante la inversión en aparatos ecológicos, la compra de alimentos orgánicos y de proximidad más caros, o la instalación de aislamiento o de paneles solares.

     

    5. La migración inducida por el cambio climático es un proceso con género.

    Cuando los repetidos fenómenos meteorológicos extremos o de lenta evolución abocan a las familias rurales a la pobreza extrema, prevalece la migración de las mujeres más jóvenes, incluso menores de edad. Las mujeres de Nepal y Bangladesh que migran a la India (así como las migrantes internas de las zonas rurales que se trasladan a las ciudades) a menudo se ven obligadas a trabajar en empleos con largas jornadas y baja remuneración, como en talleres esclavos y como empleadas domésticas, debido a su falta de formación y preparación. Las mujeres jóvenes y los menores de edad también son cada vez más vulnerables a los abusos y a la trata.

    Las vulnerabilidades de género no solo determinan quiénes emigran, sino también quiénes pueden regresar a sus comunidades después de un desastre. Después del Katrina, Nueva Orleans vio una disminución del 60% en el número de hogares encabezados por mujeres  (sobre todo de aquellos que eran afroamericanos y tenían hijos menores de dieciocho años) debido al precio de la vivienda y de la atención médica y a la falta de oportunidades laborales.

    Si bien la migración climática es un proceso con género, existen pocas respuestas dentro de la formulación de políticas y de la esfera pública que establezcan los vínculos necesarios entre la migración, el medio ambiente y el género. De hecho, a medida que el cambio climático lleva cada vez más migrantes a Europa, las acciones y el discurso en torno a la migración climática inevitablemente se van a centrar cada vez más en la «seguridad» del norte global frente a lo que es percibido como una «amenaza», incluidos el aumento de la autoridad estatal, la represión de la disidencia y los controles fronterizos más estrictos. Lo que podemos esperar de todo ello es un trato más duro a los migrantes climáticos, también a las mujeres migrantes.

    * * *

    Entonces, ¿qué podemos hacer? Para enfrentarnos a las desigualdades de género provocadas por los impactos climáticos, no solo debemos luchar por la educación, la salud, el conocimiento agrícola y los derechos de las mujeres. Las feministas también deben enfrentarse a la industria de los combustibles fósiles y construir movimientos de base para trabajar con las mujeres que luchan en primera línea contra la extracción y responder ante ellas. Solo podemos ganar conectando las luchas por la liberación de las mujeres y la justicia ambiental.

    La ilustración que encabeza el texto es The Risen Lord (1864), de Georgiana Houghton.

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  • «Las instituciones usan la ciencia para que las comunidades de las zonas mineras no ejerzan sus derechos» – Entrevista a Rishi Sugla, del CIEJ

    «Las instituciones usan la ciencia para que las comunidades de las zonas mineras no ejerzan sus derechos» – Entrevista a Rishi Sugla, del CIEJ

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    A finales de diciembre y en el marco de la Cumbre Social por el Clima, organizada como alternativa de los movimientos sociales a la COP25, nos sentamos a hablar con Rishi Sugla, miembro del Centro Interdisciplinar de Justicia Ambiental. CIEJ, por sus siglas en inglés, es una organización basada en San Diego, California, que reúne a investigadores, científicos y expertos en estudios etnográficos. A parte de dedicarse a la academia, sus integrantes centran los esfuerzos de la organización en promover solidaridad internacional y trabajar en el apoyo de luchas decoloniales y antiextractivistas con sus investigaciones. Esta entrevista se centra sobre todo en el trabajo que hacen con comunidades del pueblo Lickan Antay en Chile y Argentina, que se enfrentan a empresas multinacionales en la defensa de su territorio contra la extracción de litio, un recurso clave para la manufactura de baterías y central en procesos de descarbonizacion. 

    P: Formas parte de una organización llamada CIEJ, ¿podrías decirnos cómo surgió y cuáles son vuestras líneas de trabajo principales?  

    R: CIEJ son las siglas para Centro Interdisciplinar de Justicia Ambiental (Center of Interdisciplinary Environmental Justice) y empezamos hace cuatro años, después de una serie de incidentes racistas en el campus de nuestra universidad, Universidad de California San Diego. El último consistió en que se acusó de robo, de forma ilegítima y completamente sin pruebas, a una persona negra. Una serie de correos electrónicos empezaron a circular cuestionando quién era esta persona y por qué estaba en el campus, etc. Mientras tanto, los demás miembros y yo estábamos sentados viendo cómo se desarrollaba todo y pensando: «En serio, otra vez esto no». Ocurrió en una facultad de ciencias, fue en el Instituto Scripps de Oceanografía, una división de nuestra universidad, donde estoy obteniendo mi diploma de investigación y donde han estudiado también otras personas de nuestra organización. Hablando de esto entre un grupo de futuros miembros, estudiantes de nuestra facultad además de estudiantes de la facultad de Estudios Étnicos, llegamos a la conclusión de que los científicos no suelen tener ninguna noción de clase, raza, género, orientación sexual, de nada de esto. Por eso decidimos empezar a impartir una clase llamada «El análisis crítico de la ciencia y la justicia ambiental». Empezó como un curso multidisciplinar y transversal, involucrando a nuestras dos facultades y con los Estudios Étnicos aportando el componente de análisis crítico, específicamente a través de una lente descolonial.

    La clase combinaba el uso de datos científicos para demostrar que las diferentes afirmaciones hechas desde los Estudios Étnicos eran de hecho ciertas: que existe discriminación en la calidad del aire en Estados Unidos, en el acceso al agua, en la distribución de las personas más afectadas por el cambio climático, etc. Luego, después de los dos primeros años de enseñar este curso recibimos un correo electrónico de un profesor marxista de literatura, Luis Martín-Cabrera, también de la Universidad de San Diego que había pasado un par de años en el Salar de Atacama trabajando con comunidades del pueblo Lickan Antay tanto en Chile como en Argentina. El correo electrónico era para todos los estudiantes del Instituto Scripps, en realidad, y en él contaba justo eso: que había estado viviendo con comunidades Lickan Antay y que estaban siendo muy impactados por la minería de litio. Querían saber si había científicos dispuestos a ayudarles a entender si lo que las compañías mineras les estaban diciendo era cierto, si había científicos dispuestos a ayudarles a aclarar si había otros datos que no estaban viendo o a los que no tenían acceso, este tipo de preguntas. Cuando vi este correo electrónico, inmediatamente lo reenvié a la gente de nuestro grupo y les dije que por lo menos debíamos hablar con él sobre el contenido de su correo electrónico y sobre qué tipo de colaboración buscaban.Pensamos: «Somos científicos y estamos impartiendo una clase sobre esto, sobre cómo usar la ciencia en pro de la justicia, pero si hay una oportunidad de hacer más que sólo hablar de ello, entonces deberíamos al menos considerarla». Eso es lo que pasó. Hablamos con Luis y terminamos haciendo nuestro primer viaje para conocer estas comunidades, a estas personas. Fui con otro par de miembros y lo que resultó de ese viaje fue una reafirmación de lo que ya sabíamos: que el acceso a la información científica es en sí mismo una barrera a la justicia. Teníamos razón en nuestra creencia de que la ciencia se usa comúnmente como herramienta para el capitalismo y el colonialismo y que los gobiernos van a las comunidades diciendo: «Ah, ustedes tienen este conocimiento tradicional, este conocimiento ancestral de esta tierra y han vivido aquí cinco mil años pero no tienen ningún dato. Si quieren apoyar sus exigencias necesitan datos. Las compañías mineras tienen datos, y estos son los que están disponibles, así que estos son los datos en los que vamos a confiar».

    P: Así que lo que dicen básicamente es que como históricamente no han recogido los datos científicos para respaldar sus saberes, esto se utiliza para justificar los límites de sus tierras históricas.

    R: Sí, justo. Esto también tiene que ver con jerarquías en la ciencia y el conocimiento puramente científico por encima de otros tipos de conocimiento. Así que después de reunirnos con ellos dijimos: «Bueno, vamos a hacerlo» y pensamos que lo menos que podíamos hacer para solidarizarnos con su lucha era leer estos informes que las compañías mineras estaban publicando, evaluar críticamente las declaraciones que las compañías estaban haciendo y contrastarlas con la investigación de otros científicos de la región y tratar de hacer una evaluación independiente de lo que está sucediendo en la región. Tratamos de ir más allá de la ciencia de todos modos, porque no está claro si, incluso si estas comunidades llegasen a obtener acceso y a manejar datos propios para respaldar sus demandas, llegarían a ser escuchadas y las instituciones y los tribunales reconocerían sus derechos. Las instituciones políticas están usando activamente la ciencia como una barrera para que estas comunidades ejerzan sus derechos.

    P: ¿Cómo empiezan normalmente estos proyectos? ¿Presentan los funcionarios del gobierno a las comunidades indígenas los datos y los planes de la empresa minera y tienen acceso a ellos o simplemente aprueban los proyectos sin siquiera informar a las comunidades?

    R: Esto es complejo porque los procesos en Chile y Argentina son diferentes. Aunque se trata de las mismas materias primas y las mismas prácticas mineras, en Chile hay una cantidad decente de acceso a los datos de las compañías mineras, aunque siempre sean los que ellas mismas han obtenido. Esto se debe a que hay una larga tradición de prácticas de resistencia pasadas, dado que sus sitios ancestrales iban a ser tomados por el gobierno y ellos protestaron, en parte bloqueando caminos y carreteras, y reclamaron la propiedad de sus tierras y cierto nivel de autonomía sobre la región. Por eso, el gobierno, al menos sobre el papel, está pasando por mociones de consulta y aunque en la práctica las comunidades ven que es bastante absurdo y limitado, en teoría tienen cierto nivel de acceso a los datos, a la información y recursos.

    En Argentina la situación es completamente diferente. Estas comunidades son deliberadamente y completamente excluidas de todos los niveles de participación en política institucional. No hay ninguna vía de consulta, teórica  o práctica, no tienen acceso a más información que la que las compañías mineras puedan poner en sus sitios web.

    P: Una de las bases de vuestro colectivo es la creencia compartida de que ciencia y política están y han de considerarse entrelazadas. Sin embargo, esto no siempre ha sido así hasta ahora, o no ha sido para bien. Tradicionalmente, la mayoría de los científicos se han declarado apolíticos y la ciencia ha sido utilizada, como has dicho, en contra de las formas de vida tradicionales y con horribles consecuencias para el planeta. ¿Crees que el cambio climático está impulsando cambios en estas tendencias pasadas, que los científicos están empezando a posicionarse políticamente debido a él?

    R: Creo que para muchos científicos está cambiando, sí, aunque sea solo un poco. Creo que muchos científicos están viendo datos que evidencian la catástrofe climática que está a punto de ocurrir y sienten la necesidad de interactuar con responsables políticos, o de hablar de ello, de hablar de cómo esto es un problema. Sin embargo, mucha gente todavía no siente la necesidad de comprometerse con soluciones específicas o de criticar el sistema actual de una manera realmente seria. Hay científicos que se comprometen un poco más políticamente. En nuestro grupo lo que hemos llegado a entender es que la ciencia es algo que está estructuralmente incrustado dentro de las instituciones políticas e incluso si se consigue dar con resultados, con un conjunto de datos que podría considerar completamente objetivo, lo que sea que eso signifique, las instituciones que deciden qué ciencia es financiada, para quién es, quién tiene acceso a los datos, etcétera, están tomando decisiones políticas. Lo que nos preguntamos entonces fue: «Bien, siendo esto cierto, ¿cómo integramos sistemáticamente la ciencia en la resistencia, en el trabajo anticapitalista y en el trabajo descolonial?». Queríamos cambiar el marco una vez que nos dimos cuenta de que siempre estará incrustado en instituciones no objetivas.

    P: Bueno, también hemos visto finalmente alguna reacción por parte de grandes instituciones científicas condenando las prácticas discriminatorias sistemáticas dentro de sus propios muros con el caso del Laboratorio del MIT (Instituto Tecnológico de Massachussets) y su relación con Jeffrey Epstein. Se reveló que tanto el laboratorio como su director habían recibido fondos directamente de él y esto solo demuestra cómo estas instituciones están incrustadas en la estructura patriarcal y capitalista. Muchas científicas se habían posicionado antes, con críticas que no se escucharon durante años y años hasta que la historia salió a la luz para el público general. Algunas personas renunciaron en protesta y otras fueron presionadas para renunciar por permitir esto, como el director, pero éste es único un caso y solo una institución.

    R: Está presente en todos los niveles, es completamente estructural y se manifiesta de muchas maneras. Otra forma es cómo los gobiernos se siguen dirigiendo a las comunidades diciendo que la ciencia es necesaria para su desarrollo, pero al final siguen financiando investigaciones, a veces extremadamente interesantes, cuyos encuadres siempre coinciden con los intereses del propio Estado. Entonces, ¿cómo se supone que estas comunidades van a confiar y ganar acceso a los datos e información que les requieren? El problema es completamente estructural.

    P: Una persona de nuestro colectivo se queja a veces de los geólogos, aunque no queremos generalizar, porque como la mayor parte de su trabajo normalmente es pagado por empresas de combustibles fósiles, aunque puedan empezar siendo algo idealistas, al final termina volviéndose muy feo. 

    R: Es muy complicado, y esta es una de las razones por las que en CIEJ hemos pensado tanto en cómo y por qué hemos terminado siendo científicos en Estados Unidos quienes trabajan con comunidades indígenas de Chile y Argentina. Es una pregunta muy interesante y que nos hemos hecho muchas veces. Surgió en el primer viaje, obviamente, y fue entonces cuando nos dijeron que habían contactado con científicos de Chile y Argentina, pero que ellos ya trabajaban o recibían financiación de empresas mineras chilenas. Por supuesto, vivimos en una sociedad neoliberal y globalizada y existe la posibilidad de que proyectos de investigación en California sean financiados por la misma empresa con explotaciones mineras en Chile, pero también pensamos que vale la pena tener un grado de separación y poder construir movimientos transnacionales de solidaridad, que es un componente fundamental de lo que hacemos. La minería también es impulsada por el consumismo transnacional y las empresas transnacionales. Así que el otro componente de nuestro trabajo es la construcción un movimiento, por ahora principalmente en California, de protesta y concienciación sobre los impactos de la minería de litio en estas áreas, sobre el consumismo verde, sobre las trampas de la energía renovable y las falsas soluciones climáticas. Esta es otra forma en la que podemos usar nuestro privilegio y nuestro acceso a los recursos para tratar de subvertir el estado.

    P: Entonces y para entrar un poco más en detalle, ¿podrías contarnos qué es el triángulo de litio, explicando el mapa actual y presentando las comunidades con las que trabajas que viven en esa zona? 

    R: Claro. El triángulo de litio es un área que abarca diferentes partes de Chile y Argentina y también la zona sur de Bolivia. Incluye el Salar de Atacama, zonas del Altiplano andino a esa altura, la provincia de Jujuy en Argentina y el Salar de Uyuni en Bolivia, del cual seguro que mucha gente ha visto hermosas fotos. Contiene, según diferentes estimaciones, entre el 50% y el 70% de las reservas planetarias de litio.

    P: La mayor parte del resto se encuentra en Australia, ¿no? Así que realmente hay dos centros principales para la extracción de litio, en grandes cantidades se encuentra principalmente en estos dos lugares, no hay muchas otras opciones. 

    R: Sí, justo, en esta región el litio se encuentra mayormente en aguas subterráneas ricas en minerales, en forma de salmuera. Aparece en aguas subterráneas y realmente está saturado en ellas. Ahora mismo estos acuíferos no están siendo reabastecidos por lo que ya ha alcanzado recargos negativos y su nivel está disminuyendo. Por el propio clima de la región, es el desierto más seco del planeta, el lugar más seco en el planeta exceptuando el centro de la Antártida.

    Las comunidades con las que trabajamos son parte del pueblo Lickay Antay y han estado viviendo en la región más de cuatro mil años. Por supuesto, ahora las comunidades están divididas por fronteras nacionales impuestas que restringen su acceso a todas sus tierras ancestrales. A pesar de, o especialmente debido al hecho de que éste es uno de los lugares más secos del planeta, el agua juega un papel central en su modo de vida y de relacionarse con el medioambiente. Hay lagunas preciosas por todos lados, existen estos lugares sagrados conocidos como «Ojos» que son pozas circulares. Todo el emplazamiento cósmico de estas comunidades se localiza en un lugar específico, de donde vienen sus ancestros. No hay forma de transferir esta cultura a otro sitio, o cualquier otra ocurrencia que se pueda tener. Este es el centro de su hogar.

    El problema es que el agua se depositó aquí mayormente en diferentes regímenes climáticos al final del último máximo glacial, hace once mil o doce mil años, y no está siendo reabastecida. Llegan a caer entre cuatro y siete milímetros de agua cada año. Relacionando esto con la extracción del litio, y al aparecer este metal en esta salmuera, se requiere una cantidad extrema de agua para conseguirlo. Tienes que bombear la salmuera hasta la superficie y dejar que se evapore todo el agua. Existen una serie de piscinas enormes, dentro de unas instalaciones de aproximadamente ocho kilómetros de longitud compuestas por piscinas y piscinas llenas de agua evaporándose sin parar. Ciertas sales que están en el agua se precipitan y se separan, lo mueves a otra poza, añades más agua, en la siguiente poza sigue la precipitación y finalmente, como es un elemento ligero, acabas con una especie de lodo de litio. Luego lo mandas fuera para que sea procesado químicamente, obtienes carbonato de litio y entonces lo mandas a China, con toda probabilidad, para hacer una batería. Lo interesante aquí es que aunque la mayoría de esto está etiquetado como «tecnología verde», se trata de un proceso que copia directamente la extracción de los combustibles fósiles. Tienes este combustible rico en energía debajo del agua, lo bombeas a la superficie, lo refinas químicamente y lo usas para que tu coche funcione. Gracias a un márketing absolutamente asombroso ahora es una especie de «tecnología verde», porque en algunas circunstancias reducirá los gases de efecto invernadero. En algunas circunstancias, que no siempre.

    P: ¿Podrías contarnos más sobre la lucha actual y las reivindicaciones de estas comunidades del pueblo Lickan Antay?

    R: En Chile, la minería del litio data aproximadamente de hace 50 años y, al menos por ahora, lo que piden es que no haya nuevos proyectos de extracción ni se amplíen los actuales. Ahora mismo, como la demanda de litio está aumentando también las empresas mineras quieren ocupar más y más. Así que por ahora lo que están pidiendo es que no se expanda la minería. Dicen: «De acuerdo, se acabó la minería. Podemos mantenerlo en los niveles actuales hasta que averigüemos lo que está pasando y podamos confiar en nuestros propios datos para averiguar lo que queremos hacer en el futuro, y cómo las prácticas actuales están afectando a nuestro ecosistema, pero por ahora no hay más minería». Múltiples comunidades en esta región están trabajando para definir su estrategia política hacia el futuro, pero por ahora quieren bloquear la expansión de la minería.

    En Argentina la demanda es que no se hagan proyectos, prospecciones, que no se lleve a cabo la extracción: «No queremos nada». Por supuesto, las prospecciones continúan, las empresas mineras tratan de acceder a la región, siguen tratando de penetrar en estas comunidades a través de sobornos, a través de abusos y tratando de fracturarlas. Estas son básicamente las demandas centrales de estas comunidades.

    P: Considerando estas demandas y la lucha de estas comunidades, ¿cómo imaginas tú o tu grupo que pueden ser respetadas y al mismo tiempo planificar una transición verde y justa, en Estados Unidos o en España? Esta transición tiene que ser una transición justa para el Sur Global y que no perpetúe las dinámicas colonialistas e imperialistas que normalmente definen la política exterior de nuestros gobiernos. No queremos que todo el mundo tenga coches eléctricos en el Norte mientras que el Sur global sigue sufriendo los impactos maximizados de la crisis climática.

    En relación a esto, recientemente leímos A Planet to Win el libro publicado por Verso que desarrolla el plan para un Green New Deal en Estados Unidos y contiene un capítulo sobre el internacionalismo. Aborda las necesidades previstas de litio y destaca las luchas de los trabajadores y pueblos indígenas, también en Argentina y Chile, además de celebrar sus victorias contra las empresas de energía extranjeras. También habla sobre la construcción de movimientos transnacionales y cómo la relación tanto de las instituciones gubernamentales como de las organizaciones de base en el Norte Global con la gente en el Sur, especialmente los pueblos indígenas en el Sur, tendrá que ser completamente reformada para abordar el cambio climático a nivel internacional de una manera justa. Como has dicho, la demanda en el Norte sigue aumentando mientras que a estas comunidades se les arrebata el acceso a la tierra que tienen bajo sus propios pies. Ellos deberían ser los primeros en beneficiarse de las tecnologías más sostenibles impulsadas por los materiales de sus tierras. Si queremos que la transición sea justa, tendrá que ser así. Se habla mucho del decrecimiento pero creemos que el Sur Global debería, justamente, aumentar los recursos gastados en sus propios territorios y disfrutar de la tecnología que funciona con estos recursos, en lugar de tener que enviarlos a algún lugar y luego tener que comprarlos en forma de costosos productos manufacturados.

    Tal vez nos hemos descarrilado un poco con la pregunta, lo siento. Básicamente, en el mejor escenario, el Green New Deal más ambicioso posible, ¿cómo crees que podría estructurarse? ¿Qué cambios consideras que son obligatorios y necesarios?

    R: Creo que un sitio por donde empezar, o lo que considero yo personalmente, es empezar con el reconocimiento de que ya sea para tecnología verde, para algún tipo de tecnología de reducción de carbono, o lo que sea, tomar recursos de las tierras de una comunidad que no quiere que se tomen estos recursos es colonialismo. Punto final. No he encontrado ninguna trampa mental que pueda usar para hacerme creer que no lo es. Si estas comunidades, la gente de estas tierras, no lo quieren, me importa muy poco si alguien en California quiere un vehículo eléctrico. Por lo que a mí respecta, yo le diría: «Bien, de acuerdo, pero ve a conseguir esos recursos de alguna otra gente». Si hablamos de no reproducir las estructuras colonialistas, tenemos que estar fundamentalmente de acuerdo en que esto es colonialismo. En esencia. Apenas se puede llamar neocolonialista, es una imitación casi exacta de los procesos coloniales de hace quinientos años. La otra parte de la pregunta era cómo asegurarnos de que esto esté bien integrado en un Green New Deal, ¿verdad?

    P: Sí, supongo que relacionado con lo que decías que las demandas de estas comunidades en Chile y Argentina eran diferentes y en Chile algunas comunidades no se oponían a la minería actual sino a la expansión de la misma, tiene que haber una forma de asegurar el respeto de los derechos y demandas de estas personas y al mismo tiempo cumplir los requisitos mínimos de los recursos necesarios para descarbonizar nuestras sociedades. Si las negociaciones para la asignación y distribución de estos recursos se hicieran en igualdad de condiciones, en vez de a través de violencia y políticas imperialistas, y se asegurara a los pueblos indígenas el control de sus tierras y el primer acceso a todos estos materiales, ¿crees que podríamos, desde el Norte Global, construir relaciones con ellos alejándonos del colonialismo pasado y hacia una transición justa?

    R: Me genera problemas responder a esta pregunta porque no formo parte de estas comunidades. No me gustaría especular sobre cuál sería su política si ese fuera el caso.

    P: Sí, por supuesto, lo entendemos completamente.

    R: No me gustaría especular sobre cuál sería su política si ése fuera el caso. Me encantaría poneros en contacto con ellos si quisierais.

    P: Nos encantaría, gracias. Vale, pues, volviendo a la visión de tu grupo sobre cómo os imagináis una transición justa y teniendo en cuenta que se necesitará una determinada cantidad de extracción, ¿qué partes de la estrategia consideráis necesarias para poder reducir las emisiones con el fin de cumplir los requisitos y predicciones del IPCC?

    R: Un planteamiento simple sería que nos alejemos de los planes que nos dicen que reemplacemos cada uno de los miles de millones de coches que hay en el planeta en este momento por uno eléctrico y nos centremos en propiciar otras soluciones colectivas y alcanzar metas claras como la de reducir el número de coches en un 60%.

    P: Sí, es verdad, realmente nadie dice: «Vamos a tener que deshacernos de todos estos coches».

    R: Elon Musk no puede hacer dinero si te deshaces de los coches.

    P: Esperemos que tenga que irse a Marte.

    R: Bien, lo que creemos que debemos hacer es replantear las soluciones posibles, que ahora son básicamente planteadas para el consumidor individual, a cambios colectivos. Uno de mis colegas del CIEJ siempre señala que los coches están aparcados el 90% del tiempo. ¿Cómo sería un programa de automóviles urbanos que abordara eficazmente el hecho de que la mayor parte del tiempo no estamos usando los coches? ¿Cómo sería un programa efectivo de coches urbanos? La tecnología para hacerlo seguro que ya existe. ¿Cómo articulamos programas de transporte público sofisticados y sostenibles? En Estados Unidos tenemos el problema de la expansión urbana y es un problema enorme. Este es un problema que fue creado en los años 50 cuando la gente en los EE.UU contrató a un grupo de urbanistas franceses. Se basaba en la idea de que la planificación urbana condensada había terminado y que todo el mundo iba a tener tierras, y también contemplaron e incorporaron enormes proyectos de carreteras ya que todo el mundo iba a tener, pero también necesitar, un coche. Tenían razón en esto último pero estaban completamente equivocados en casi todo lo demás. En lugar de agitar las manos y decir «Ah, bueno, aquí hay expansión urbana, así que todo el mundo necesita un coche», tenemos que considerar que esta fue una decisión tomada por personas y que tal como se planeó de una determinada manera, puede ser reorganizada y corregida. Fue una elección premeditada, no una fuerza inalterable que dictó: «¡Extended las ciudades! ¡Desplegaos por todas las tierras!». Tenemos la capacidad de tomar decisiones difíciles pero también completamente conscientes sobre cómo convertir estas grandes ciudades en diferentes nodos urbanos en los que la gente pueda trabajar y vivir, y sobre cómo conectar estos nodos utilizando el transporte público y así sucesivamente. Estas soluciones en realidad son más efectivas para la reducción de emisiones porque requieren menos manufactura neta de materiales y también son más justas, son más equitativas. Nadie necesitará comprar un Tesla de cuarenta mil dólares para ser ecológico.

    Creo que eso debe ser parte de la solución. Por otro lado, y en cuanto a las formas en que debemos abordar las necesidades de extraer el cobalto, de extraer el litio, creo que la gente está tan acostumbrada a vivir en una sociedad globalizada que tenemos estos procesos integrados en nosotros. La idea es: «Bien, necesitamos estos recursos y no los tenemos, así que tenemos que ir a buscarlos a otro sitio. Allí es donde está. Allí tendremos que encontrar nuestra manera de introducirlo en el mercado». Una de las preguntas que más a menudo me hacen es si podríamos extraer y obtener litio de las profundidades del mar, a lo que también me opongo completamente, claro. Lo que me parece interesante es que al hacer la comparación entre minar las profundidades marinas y robar a los pueblos indígenas, a menudo la gente elige robar a los pueblos indígenas. Soy oceanógrafo, soy científico y amo las profundidades del mar más que nadie, pero creo que esto es un reflejo de la visión que se tiene de los pueblos indígenas, implícita en las decisiones que se está dispuesto a tomar. Decir que grandes franjas deshabitadas del fondo del océano son de alguna manera más valiosas que las tierras y los medios de vida de los pueblos indígenas es también increíblemente problemático. Entonces, ¿de dónde van a provenir estos recursos? No lo sé, pero es necesario centrarse en la recuperación de la tierra y la defensa de la tierra por las comunidades que han sido las mejores protectoras de la tierra y el agua durante milenios.

    P: En realidad, preparando la entrevista, nos enteramos de que un proyecto para abrir una mina de litio en San José Valdeflórez, un pueblo de Cáceres, está avanzando. Supongo que parte de asumir nuestras responsabilidades consiste en hacer campaña para asegurar que los recursos que podamos extraer en nuestros propios territorios sean bien utilizados. Aquí también tenemos debates en torno a la extracción, pero al mismo tiempo no tenemos los mismos vínculos con la tierra que pueden tener las comunidades indígenas, aunque por principio algunas personas pueden estar en contra del extractivismo. ¿Conoces alguna lucha en el Norte Global contra la minería del litio?

    R: Sí, en realidad hay un caso en California. Quieren abrir minas de litio en el Desierto de Mojave, lo que también es un error porque el lugar también forma parte de las tierras ancestrales de los indígenas que viven allí.  Por supuesto hay muchos ricos californianos preocupados por el Desierto de Mojave y que ahora están participando activamente en una lucha para evitar la minería de litio en estas áreas.

    P: Entonces es como: «Quiero que mi Tesla venga de otro lado».

    R: Absolutamente, al 100%. Entonces están dispuestos a proteger no sus tierras, porque estas son las tierras de los indígenas, sino las tierras a las que van a jugar, a hacer senderismo, etc. Piensan que son muy bonitas y quieren hacerles fotos, todo eso. Creo que parte del problema es que todo este extractivismo, incluso cuando ocurre en el Norte, especialmente en Estados Unidos, sigue centrado en comunidades indígenas. También trabajamos localmente con personas Kumiai en temas de minería de arena en la región de San Diego. Nada de esto parece ocurrir en las tierras de gente realmente rica.

    Cuando se trata de posicionarse sobre si apoyar estas prácticas extractivistas, intentamos razonar basándonos en elementos de la epistemología occidental y parte de la lucha decolonial es averiguar cómo se desaprenden realmente muchas de estas cosas y como se escucha a la gente que puede contribuir con sus propias epistemologías indígenas. Nos pasa a todas nosotras. Yo también he respondido a esta pregunta de una manera muy racionalizada y occidentalizada, pero probablemente no vamos a poder apoyar las luchas y las demandas de estas comunidades correctamente hasta que también hagamos esfuerzos para entender su visión del mundo.

    P: Una de las cosas que me fue difícil comprender o desbloquear, personalmente y viniendo de leer teoría marxista, fue esta barrera en mi cabeza entre las demandas de las comunidades indígenas de «poseer» tierras en oposición a la cuestión de la propiedad que yo entendía desde la teoría. Cuando vi el documental que pusiste en la Cumbre y a través de testimonios aprendí más sobre las formas de vida de los pueblos indígenas, me quedó claro que estas tierras siempre han sido comunales, que sus prácticas se basan en la vida comunal y en la gestión y las prácticas compartidas. No es la concepción liberal de «Esta es mi propiedad y puedo hacer lo que me dé la gana con ella». En este aspecto estaba un poco confundida hasta que me di cuenta de que solo se trata de que merecen que sus derechos como habitantes de estos lugares sean reconocidos y respetados y que dejen de ser considerados prescindibles por los gobiernos y las empresas. 

    R: De nuevo, no soy indígena y solo puedo hablar desde mi comprensión personal, pero creo que para muchas de estas comunidades, al menos en Chile y Argentina, es importante reconocer que no se trata realmente de cómo tienen una propiedad colectiva de la tierra, sino de cómo, en su visión del mundo y en sus creencias, ellos son la tierra. Así que va más allá de lo que decías en realidad, porque ellos son en una gran medida ese lugar específico. En el Salar de Atacama hay microbios y plancton extremófilos y un montón de pequeñas criaturas en el agua que estas comunidades creen firmemente que son nuestros antepasados. Su sentido del tiempo está orientado a través de donde sale y cae el sol en la cima de una montaña específica. La barrera de sus cuerpos físicos no es donde termina su sentido del yo, está muy visceralmente conectado al agua, al aire, al suelo, a la flora y a la fauna. Al menos personalmente, esto fue algo que me llevó un tiempo entender pero que intuitivamente tiene sentido, que esta línea de dónde empieza y dónde acaba nuestro cuerpo es en muchos sentidos un límite arbitrario. Sería un buen tema de reflexión el hecho de que no debería limitarse a donde acaba tu piel, y ésta es mi forma de pensar como científico también. Para mí, la nuestra es solo una forma de pensar sobre la concepción de dónde empieza y dónde acaba tu cuerpo, pero para estas comunidades no se acaba ahí y probablemente es un reflejo más exacto de cómo funciona la salud humana y cómo las cosas se incorporan a tu cuerpo y cómo experimentas tu día a día.

    P: Esto tiene que ver con lo que decías sobre las diferentes epistemologías y pienso en cómo, por ejemplo, los cuerpos no parecen contar en Internet, y sin embargo, mucha gente considera Internet una parte de ellos. Si tratamos de racionalizarlo de una manera más «occidentalizada», esto podría parecernos que tiene sentido mientras que la otra concepción nos parece completamente ajena. Una comprensión más a fondo de diferentes epistemologías es difícil de alcanzar al principio, pero no es tan difícil de entender que las demandas de los pueblos indígenas abarcan mucho más que «dame mi propiedad» y esto sería mucho más fácil simplemente a través del contacto directo y el diálogo dentro de movimientos internacionales. 

    R: Sí, creo que fundamentalmente se trata de una cuestión de autonomía de la tierra, de si estas comunidades podrán conseguir suficiente poder popular para contrarrestar las instituciones gubernamentales y empresas multinacionales sin tener ahora mismo autonomía sobre su propio territorio. Esto se tiene que lograr a través de luchas anticoloniales básicamente y se tiene que impulsar internacionalmente también.

    P: Un buen ejemplo de apoyos pasados sería cómo en 1974, después del golpe de estado de Pinochet, los trabajadores escoceses se negaron a trabajar para los aviones de caza chilenos, en protesta contra la dictadura.

    R: No sabía que esto hubiese pasado, me parece brillante. Es parte de la razón por la que hacemos ciencia feminista anticolonial, ciencia que se centra en la construcción de relaciones, en la construcción de comunidad, en las luchas decoloniales por la autonomía y la dignidad de la tierra. La parte de la construcción del movimiento abarca cosas como conectar estas luchas con el norte global, con instituciones en el norte global, con gente en el norte global, usando el cine, usando grandes plataformas de redes sociales, artículos, columnas de opinión, lo que sea, para amplificar las demandas de este pueblo y construir la solidaridad internacional en torno a sus luchas.

    La ilustración de cabecera es «Ciel de Vaucluse» (1953), de Nicolas de Staël.

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  • El coste de ser verde

    El coste de ser verde

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    Por Thea Riofrancos.

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Logic con el título «What Green Costs».

    Quienes abogan por la energía limpia se imaginan una casa electrificada con energía cien por cien renovable, un Tesla en el garaje, placas solares en el tejado y un contador inteligente que acumule cumplidamente los datos de uso para después subirlos a la nube. Pero si rascamos un poco más nos acabamos topando con los límites extractivos de la transición energética a las renovables.

    Eran las 8:45 del primer día de la 11.ª Conferencia de Mercados de Litio, que tenía lugar en la planta sótano del Hotel W de Santiago de Chile. No había forma de pasar desapercibida. El nombre en mi etiqueta, «Providence College», hacía de mí un caso singular. Aun así, menos mal que me acordé de pintarme los labios y que las asas de mi mochila permitían convertirla en un bolso.

    Encontré un sitio vacío entre un mar de trajes, casi todos ellos hombres pero de distintas edades. Venían de muchas partes: China, Australia, Chile, Estados Unidos, Reino Unido, Argentina. Analistas de mercados y contratistas; comerciales de equipamiento y reguladores; ejecutivos, consultores y mercaderes de información dentro del tristemente opaco mundo del litio, un «espacio», según la jerga de Silicon Valley, que no se merece demasiado el nombre de mercado.

    Cuando me acomodé en mi asiento, salió al escenario el presidente de una de las compañías de litio más grandes del mundo, un hombre con un pasado sórdido marcado por un proceso corrupto de privatización bajo la brutal dictadura de Augusto Pinochet. «La minería es la médula espinal de Chile; la minería corre por nuestras venas». Puede que fuera la única persona en la sala a la que inmediatamente le vino a la mente el fascinante libro de temática anticolonial de Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina, que, por cierto, resulta que fue escrito el mismo año en que Pinochet derrocó brutalmente el sueño de un socialismo democrático en Chile. Pero no creo que este señor se refiriera a la iconografía vampírica del capital global; los muertos succionándoles a los vivos la sangre y el sudor y los paisajes torturados de la extracción, especialmente en su variante colonial.

    Pulso en Atacama

    El litio es el tercer elemento de la tabla periódica. Es altamente reactivo y se puede encontrar junto a otros minerales en formaciones rocosas, en depósitos de arcilla, o en forma de ion disuelto en salmuera. También es el ingrediente activo de las baterías recargables ligeras de los vehículos eléctricos y de las que almacenan energía en las redes de las renovables, por lo que es esencial para la futura transición energética.

    En Estados Unidos, el transporte es la mayor fuente de contaminación de carbono, con alrededor del 30% de las emisiones. Lograr algo que podamos calificar como clima seguro implica un cambio en los vehículos con motor de combustión interna por vehículos eléctricos y conectar esos coches, camiones y autobuses a una red eléctrica alimentada por el viento o el sol. (La transición desde un modelo de vehículos individuales a uno de transporte público facilitaría este proceso y tendría otros efectos medioambientales positivos). El litio interviene dos veces en esta ecuación. En primer lugar, es una materia prima de las baterías de los coches eléctricos. En segundo lugar, las baterías son una tecnología de almacenamiento de energía y las redes que operan con ráfagas intermitentes de viento y rayos de sol necesitan un mecanismo para suavizar los picos de oferta y ajustarla a la demanda. (Reducir de manera drástica nuestro consumo general de energía también ayudaría).

    Las salmueras del salar de Atacama, en Chile, se encuentran a unos 2.300 metros sobre el nivel del mar, en un altiplano andino, y proveen en torno al treinta por ciento del litio mundial. Estas reservas subterráneas de litio están en el fondo de una depresión rodeada por la cordillera andina. Una tormenta perfecta de factores climáticos, geológicos y químicos ha concentrado litio en las aguas que hay bajo la dura superficie de esta vasta llanura salina, que en total ocupa un área equivalente a unos dos tercios del estado del que yo vengo, Rhode Island.

    Pero la extracción de recursos está conduciendo al desastre a este vulnerable humedal desértico. Obtener el litio implica extraer la salmuera a un ritmo altísimo. SQM, la compañía a cuyo presidente escuché hablar en aquella conferencia, bombea salmuera a un ritmo de 1.700 litros por segundo, de los cuales se evapora el 95%. En otras palabras, extraer litio implica extraer una gran cantidad de agua para que luego la mayor parte se evapore.

    Casi cualquier representante de una compañía te dirá que extraer salmuera y dejar que se evapore no tiene efecto alguno en el agua dulce, pero si hablas con cualquier científico o regulador que conozca la cuenca del Atacama te dirá que estos dos tipos de agua interactúan y que extraer la salmuera reduce el nivel freático, lo que supone una amenaza para los suministros de agua potable y para riegos.

    Se puede plantear esto como un pulso. El agua con salmuera se encuentra bajo el salar, en cuyo perímetro se hallan los sistemas de agua dulce. A los dos tipos de agua los separa una interfaz dinámica: una tensión en la superficie generada por las distintas densidades de los fluidos. La salmuera es mucho más densa que el agua dulce debido a la carga de elementos disueltos que contiene, como el litio. Pero si bien la salmuera tiene de su parte la fuerza de la masa, el agua dulce ―fruto del deshielo en los picos de los Andes y de los acuíferos a los que alimentan― tiene a su favor la fuerza de la gravedad. Ambas están atrapadas en esta pugna: la de la masa contra la gravedad. Cuando se absorbe la salmuera, la interfaz que las separa se desplaza hacia el centro del salar, llevándose consigo el agua dulce y alejándola de las comunidades indígenas que habitan en el perímetro del salar.

    Flamencos y membrillos

    Vi por primera vez el salar de Atacama después de conducir en torno a las montañas de la frontera con Bolivia. Frente a nosotros se erigía el volcán Licancabur. Condujimos a través de una tormenta de arena, la primera que veía en mi vida, fácil de recordar por su fuerza y por el ruido que hacía, así como por la forma en que la arena suspendida reflejaba el baile del rápido movimiento del aire, y aún más extraña porque vino acompañada de una tormenta de lluvia. Atravesamos multitud de microclimas. La vegetación cambió completamente a medida que ascendíamos. Al ganar altitud, el aire más fresco y húmedo daba cobijo a una vida más densa; los arbustos salteados daban paso a praderas frondosas.

      

    Una puerta en Toconao. Foto de la autora.

    Al bajar de nuevo, entramos en el desierto. Había oasis diseminados por el paisaje: árboles y matorrales se aglomeraban alrededor de corrientes que fluían por gargantas montañosas. Estas quebradas son la base del ambiente construido y de la vida social de las dieciocho comunidades indígenas que habitan en el salar. Las quebradas viajan por canales y filtros de piedra y proporcionan agua a pequeñas granjas. Las parcelas están cercadas por vallas rudimentarias de madera y árboles plantados estratégicamente para que den sombra. Su producción es increíblemente variada. En una visita que hice a la comunidad de Toconao pude ver higos, granadas y membrillos, además del maíz típico.

    Membrillos en Toconao. Foto de la autora.

    Nos dirigimos más hacia el este y llegamos a la Reserva Nacional Los Flamencos, una inmensa extensión de tierra blanca y gris totalmente rodeada de montañas. A nuestra izquierda había una corteza de sal pura; a nuestra derecha, la misma corteza salpicada de esteros en los que los flamencos se alimentaban de pequeñas artemias. Los lagos tenían manchas rojas, fruto de la interacción de las algas, el sol y el viento. Parecía tan extenso que a mí se me asemejaba al océano. El suelo estaba lleno de protuberancias y crujía bajo mis botas de montaña.

    Un arroyo bajando inusualmente rápido tras una gran tormenta. Foto de la autora.

    Las áreas de extracción estaban fuera del alcance de la vista. Treinta kilómetros más allá, engullidas por el horizonte, se levantaban las grandes instalaciones de litio. Durante la conferencia de Santiago había escuchado a los ejecutivos decir que se deberían mejorar las medidas de protección medioambiental, pero también que no había de nada de lo que preocuparse. El rico ecosistema de estos humedales desérticos —los flamencos andinos del color del algodón de azúcar, los macás de cara blanca y las majestuosas vicuñas— no apareció demasiado en la conversación. Apenas se mencionó a las comunidades indígenas y tan solo una o dos veces a los trabajadores. Durante la mayor parte de la conferencia la textura humana y ecológica del salar brilló por su ausencia.

    La Reserva Nacional Los Flamencos. Foto de la autora.

    Sin embargo, comunidades como la de los Toconao ya están sintiendo los efectos de la extracción en su día a día. Las condiciones anormalmente áridas reducen el flujo de las corrientes, restringiendo el acceso al agua potable y de regadío y, debido al calentamiento global, las variaciones son cada vez menos predecibles: las largas sequías son interrumpidas por lluvias torrenciales que destruyen la infraestructura y las plantas y que al suelo le cuesta absorber. Estos cambios también amenazan el hábitat de la vegetación y de los animales; los biólogos han observado que el recuento de flamencos andinos está disminuyendo.

    Para los tipos trajeados del Hotel W, el salar de Atacama es un yacimiento extractivo, un lugar de operaciones, el comienzo de un largo camino logístico y de beneficios. ¿Pero qué ocurre con la vicuña y con el membrillo, con las comunidades que dependen del flujo de la escasa agua del desierto? ¿Qué veríamos si las incluyésemos en la imagen?

    Pulula, repta, flota y vuela

    El día después de mi primera visita a la llanura salina conocí a Ramón. Dejamos a un lado otros compromisos y estuvimos hablando durante tres horas acompañados de café y de medialunas de manjar de leche.

    A diferencia de muchos de los pequeñoburgueses venidos de fuera que viven en San Pedro ―el proliferante núcleo turístico de Atacama―, Ramón es de una familia trabajadora del entorno rural de las afueras de Santiago. Es cofundador del Observatorio Plurinacional de Salares Andinos, una red internacional de ecologistas, científicos preocupados por el tema, abogados activistas y miembros afectados de las comunidades indígenas y campesinas del altiplano andino conocido como triángulo del litio. Este triángulo abarca zonas de Argentina, de Bolivia y de Chile y contiene más de la mitad de las reservas conocidas de litio en el mundo. Hay miembros del Observatorio que prefieren no usar este término para referirse al altiplano porque lo reduce a los recursos que se extraen de él. (Por completar la información: yo misma soy miembro del Observatorio).

    El Observatorio rechaza el «extractivismo verde», esto es, la subordinación de los derechos humanos y de los ecosistemas a la extracción infinita a fin de «solucionar» el cambio climático. La plataforma defiende de un modo más amplio los valores culturales, naturales y científicos de los salares, no solo el valor económico de su litio.

    Se trata de un trabajo muy difícil. El Observatorio está intentando tejer una forma organizativa novedosa, con objetivos a la misma escala internacional del capital extractivo, pero es complicado organizarse cruzando tres fronteras nacionales y espacios rurales atravesados por carreteras sin asfaltar e infradotados en cuanto a transporte público y wifi. En la conferencia industrial de Santiago hubo tensiones entre los capitalistas y el estado, y entre los potenciales inversores y las compañías mineras. Pero en general estas alianzas entre las élites son relativamente fáciles: están engrasadas por el dinero y los aviones, por los teléfonos móviles y los cáterin interminables. Los obstáculos con que nos encontramos a la hora de construir un movimiento internacional son mucho mayores.

    Estos obstáculos se hicieron evidentes durante una reunión del Observatorio en la Universidad de Atacama en junio de 2019. La delegación argentina no consiguió llegar, la nieve había bloqueado la frontera. El presidente de la asociación de dieciocho comunidades indígenas atacameñas, Sergio Cubillos, también tuvo que ausentarse. Las comunidades a las que él representa, junto a grupos indígenas de todo el país, estaban involucradas en una movilización sin cuartel contra el presidente chileno Sebastián Piñera, cuyo gobierno estaba intentando fragmentar y privatizar aún más el territorio indígena.

    Pero quienes lograron llegar al encuentro contribuyeron a desarrollar una idea distinta de los hábitats y los humedales de la región, una alternativa a la de los tipos trajeados de Santiago. Esta idea queda claramente plasmada en la obra de la artista portuguesa Mafalda Paiva, expuesta durante el evento del Observatorio. En sus cuadros, las llanuras salinas rebosan de una energía sobrenatural, un efecto producido por la gran densidad de especies y una topografía con unos escorzos muy marcados. Esta vida que pulula, repta, flota y vuela fue invisible en la conferencia de Santiago, pero en este encuentro conformaba el núcleo emocional. Paiva ofrece una especie de hiperrealismo ecoutópico y nos conduce a un futuro muy diferente del imaginado por los capitalistas del litio.

    Mafalda Paiva, Salar de Atacama.

    Futuros comunes

    El Observatorio se opone al extractivismo verde por el daño real que inflige a los humanos, animales y ecosistemas, pero su postura plantea cuestiones espinosas sobre la transición a la energía renovable. Tal como dejan claro los perentorios informes de la ciencia climática, las emisiones de los combustibles fósiles están dejando un planeta cada vez menos habitable. Al mismo tiempo, construir un mundo bajo en emisiones de carbono trae consigo sus propios costes sociales y medioambientales: cada turbina eólica, cada panel solar y cada vehículo eléctrico necesita grandes cantidades de materiales extraídos de las minas, transportados en barco a largas distancias, manufacturados en fábricas cuya energía seguramente provenga todavía de la quema de carbón, y llevados de nuevo a los consumidores. Esta cadena de suministro, dispersa por todo el globo como ninguna otra en toda la historia del capitalismo, da pie a una carrera hacia el abismo, dado que el capital busca continuamente trabajo y recursos naturales más baratos.

    No todas las comunidades situadas a lo largo de esta cadena tienen voz a la hora de decidir quién carga con los costes sociales y medioambientales o cuánto esfuerzo debería emplearse en reducirlos, a no ser que lo fuercen. Cuanto más vasta y compleja sea la cadena, más difícil va a ser movilizarse a través de ella. Esta amplitud global no es nueva: la revolución industrial fue posible gracias a las materias primas extraídas y cosechadas lejos de los centros industriales. Pero en las últimas décadas han proliferado las tecnologías que dispersan la producción aún más, desde los barcos cargueros a los nuevos tratados de comercio, desde el método de producción «justo a tiempo» facilitado por el desarrollo informático a las zonas económicas especiales, lo que hace que el capitalismo global sea una red infinitamente más intricada e interdependiente de lo que jamás soñase Adam Smith.

    Cuando hablamos de la transición a las energías renovables, la forma en que funciona esta red es especialmente importante; se trata de quién controla nuestro futuro. Un mundo con el zumbido de cientos de millones de Teslas (o peor: Escalades eléctricos) fabricados con materiales rapiñados sin el consentimiento de las comunidades locales y bajo un régimen laboral represivo en fábricas contaminantes ―o, en otras palabras, un mundo no muy distinto del actual pero movido por la energía del viento y del sol― no es algo inevitable.

    También son posibles otros futuros. La transición energética que ya está en marcha ofrece una oportunidad histórica para desmantelar el estilo de vida estadounidense de opulencia privatizada y aislada en las zonas residenciales y para construir algo mejor en su lugar. Este estilo de vida siempre ha sido una pesadilla, tanto ecológica como políticamente. Cuanta menos energía consumamos, menos materias primas vamos a necesitar. Y esto no es una llamada a la ecoausteridad; actualmente, el consumo de energía es profundamente desigual e ineficiente. Podemos construir una sociedad que sea al mismo tiempo baja en emisiones y abundante en un sentido que nos resulte relevante a la mayoría.

    Para ello va a hacer falta que se reconozca que el sustrato material de nuestras vidas está íntima y a menudo violentamente conectado a los ecosistemas y a la gente que vive más allá de nuestras fronteras. En teoría, el comercio, la producción y el consumo podrían reorganizarse para priorizar la seguridad climática, la igualdad socioeconómica, los derechos de las y los indígenas y la integridad de sus hábitats.

    Pero para lograr un resultado como este se necesita poder político y utilizarlo de manera estratégica. Dada la abrumadora complejidad del capitalismo contemporáneo, es fácil olvidar que las cadenas de suministro no son el producto de una fatalidad geográfica. De hecho, un aspecto clave de la injusticia medioambiental es que los procesos contaminantes —en minas, centrales eléctricas o fábricas— están situados allí donde los ecosistemas y las vidas humanas son percibidos como prescindibles o donde se los considera carentes de influencia política.

    El resultado es que la fuerza desde abajo puede obstruir e incluso dar una forma nueva a los flujos globales. Esta fuerza es particularmente efectiva cuando se aplica en los «cuellos de botella», esto es, en puntos de paso obligatorios para personas y productos. Además de los propios espacios fabriles, la infraestructura logística (puertos, barcos, almacenes) y los pozos de extracción (minas, plataformas petrolíferas, refinerías) son «cuellos de botella» en potencia y, por tanto, nodos vulnerables para el sistema en su conjunto. En otras palabras, son puntos estratégicos de disrupción.

    Puede que yo no sepa exactamente qué forma tiene el mundo que quiero. El presente pesa mucho y pone trabas a la imaginación. Pero sí sé que ese mundo empieza por entender lo misterioso, vital y estimulante de la exuberancia que hay en este planeta; por concebir la abundancia como prosperidad compartida y por ampliar nuestra solidaridad para que incluya a personas que puede que nunca conozcamos y lugares que puede que nunca visitemos, pero cuyos futuros están unidos a los nuestros. El salar nos lo agradecerá.

    THEA RIOFRANCOS es profesora asistente de Ciencias Políticas en la Universidad de Providence. Su investigación se centra en la extracción de recursos, la democracia radical, los movimientos sociales y la izquierda latinoamericana. Ha publicado junto a otras autoras el libro A Planet to Win: Why We Need a Green New Deal (Verso), y próximamente publicará Resource Radicals: From Petro-Nationalism to Post-Extractivism in Ecuador (Duke University Press).

    La ilustración que encabeza el texto es Les Îles Éoliennes (ca. 1480), ilustración de Robinet Testard para Secrets de l’histoire naturelle. El texto ha sido traducido del inglés por Ramón Núñez Piñán.

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  • Esta vez en llamas

    Esta vez en llamas

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    Por John Bellamy Foster.

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Monthly Review con el título «On Fire This Time».

    Actualmente estamos presenciando lo que parecen ser los comienzos de una revolución ecológica, un nuevo momento histórico que no se parece a ningún otro que la humanidad haya experimentado.[1] Tal y como sugiere Naomi Klein en su nuevo libro On Fire [En llamas], no es solo que el planeta esté ardiendo, sino que para responder a ello se está alzando un nuevo movimiento revolucionario climático que ya ha prendido.[2] He aquí una breve cronología del último año centrada en las acciones por el clima que ha habido en Europa y Norteamérica, aunque se debe insistir en que ahora el mundo entero está objetivamente (y subjetivamente) esta vez en llamas:[3]

    • Agosto de 2018: Greta Thunberg, de quince años, da comienzo a una huelga estudiantil frente al Parlamento de Suecia.
    • 8 de octubre de 2018: el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC) publica el Informe especial sobre el calentamiento global de 1,5 °C y señala la necesidad de «transiciones en los sistemas [que] no tienen precedentes en lo que a escala se refiere».[4]
    • 17 de octubre de 2018: activistas de Extinction Rebellion ocupan la sede de Greenpeace en Reino Unido exigiendo que se lleve a cabo una desobediencia civil masiva para afrontar la emergencia climática.
    • 6 de noviembre de 2018: Alexandria Ocasio-Cortez (del Partido Demócrata) es elegida como miembro del Congreso con un programa que incluye un Green New Deal.[5]
    • 13 de noviembre de 2018: miembros del Sunrise Movement ocupan el despacho de la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi; se les une la congresista Ocasio-Cortez, recién elegida.
    • 17 de noviembre de 2018: activistas de Extinction Rebellion cortan cinco puentes sobre el río Támesis, en Londres.
    • 10 de diciembre de 2018: activistas del Sunrise Movement irrumpen en los principales despachos del Partido Demócrata en el Congreso exigiendo la creación de un Comité Selecto para el Green New Deal.
    • 19 de diciembre de 2018: se eleva a cuarenta el número de miembros del Congreso que apoyan la creación de un Comité Selecto para el Green New Deal.
    • 25 de enero de 2019: Thunberg se dirige al Foro Económico Mundial: «Nuestra casa está en llamas […]. Quiero que actuéis como si nuestra casa estuviera en llamas. Porque lo está».[6]
    • 7 de febrero de 2019: la congresista Ocasio-Cortez y el senador Edward Markey presentan la resolución del Green New Deal en el Congreso.[7]
    • 15 de marzo de 2019: tienen lugar cerca de 2.100 huelgas por el clima lideradas por la juventud en 125 países, con 1.600.000 participantes (100.000 en Milán, 40.000 en París, 150.000 en Montreal).[8]
    • 15-19 de abril de 2019: Extinction Rebellion corta el acceso a muchas partes del centro de Londres.
    • 23 de abril de 2019: al dirigirse a ambas cámaras parlamentarias, Thunberg afirma: «¿Habéis oído lo que os acabo de decir? ¿Mi inglés es correcto? ¿Está encendido el micrófono? Porque estoy empezando a dudar».[9]
    • 25 de abril de 2019: manifestantes de Extinction Rebellion bloquean la Bolsa de Londres, adhiriéndose a la entrada con pegamento.
    • 1 de mayo de 2019: el Parlamento de Reino Unido declara la emergencia climática poco después de que haya habido declaraciones similares en Escocia y Gales.
    • 22 de agosto de 2019: el senador y candidato a la presidencia Bernie Sanders lanza el proyecto de Green New Deal más completo hasta la fecha, en el que se propone una inversión de 16,3 billones de dólares en diez años.[10]
    • 12 de septiembre de 2019: el número de apoyos a la resolución del Green New Deal en el Congreso llega a 107.[11]
    • 20 de septiembre de 2019: cuatro millones de personas participan en la huelga mundial por el clima y tienen lugar más 2.500 acciones en 150 países. Solo en Alemania participan en la protesta 1.400.000 personas.[12]
    • 23 de septiembre de 2019: Thunberg se dirige a las Naciones Unidas: «Hay gente que está sufriendo. Hay gente que está muriendo. Hay ecosistemas enteros colapsando. Estamos al comienzo de una extinción masiva y solo sois capaces de hablar de dinero y de cuentos de hadas acerca del crecimiento económico. ¡Cómo os atrevéis!».[13]
    • 25 de septiembre de 2019: el IPCC publica el Informe especial sobre el océano y la criósfera, que indica que para el año 2050 muchas megaciudades de poca altitud e islas pequeñas, especialmente las de las regiones tropicales, van a experimentar cada año «fenómenos extremos relacionados con el nivel del mar».[14]

    La eclosión de las protestas contra el cambio climático durante el último año ha sido, en buena medida, una respuesta al informe del IPCC de octubre de 2018, el cual declara que las emisiones de dióxido de carbono tienen que alcanzar su tope en 2020, haber caído un 45% en 2030 y alcanzar un impacto neto de cero emisiones en 2050 para que el mundo tenga alguna posibilidad razonable de evitar un catastrófico aumento de 1,5 ºC en la temperatura media global.[15] Un ingente número de personas se ha percatado de que, para dar marcha atrás y alejarnos del borde del precipicio, es necesario iniciar una transformación socioeconómica de una escala equiparable a la crisis del sistema Tierra a la que se enfrenta la humanidad. El resultado es que «System Change Not Climate Change» [cambiar el sistema, no el clima], que es como se llama el movimiento ecosocialista más importante de Estados Unidos, se ha convertido en el mantra del movimiento popular por el clima en el mundo entero.[16]

    El ascenso meteórico de Thunberg y del movimiento de las huelgas estudiantiles por el clima, el Sunrise Movement, Extinction Rebellion y el Green New Deal, todo ello en el breve periodo de un año, unido a las protestas y huelgas actuales de millones de activistas contra el cambio climático, la mayor parte de ellos jóvenes, ha traído una transformación masiva de la lucha medioambiental en los países capitalistas avanzados. Prácticamente de la noche a la mañana, la lucha ha abandonado su anterior marco de acción por el clima, más genérico, y se ha desplazado hacia el ala más radical del movimiento, por la justicia climática y el ecosocialismo.[17] El movimiento de acción por el clima ha sido en buena medida reformista y simplemente ha intentado darle un empujoncito al statu quo para que avanzara en una dirección con cierta conciencia climática. La marcha de 400.000 personas que tuvo lugar en Nueva York en 2014, organizada por el People’s Climate Movement, se dirigió a la calle 34 con la Undécima Avenida, un destino banal, en lugar de a las Naciones Unidas, donde estaba teniendo lugar el encuentro entre los negociadores por el clima, con el resultado de que aquello tuvo un carácter más de desfile que de protesta.[18]

    Por el contrario, a las organizaciones por la justicia climática, como Extinction Rebellion, el Sunrise Movement y la Climate Justice Alliance, se las reconoce por la acción directa. El nuevo movimiento es más joven, más valiente, más diverso y con una actitud más revolucionaria.[19] En la actual lucha por el planeta, tiene lugar un reconocimiento cada vez mayor de que las relaciones sociales y ecológicas de producción deben ser transformadas. Únicamente una transformación revolucionaria en cuanto a su escala y su velocidad puede sacar a la humanidad de la trampa en la que el capitalismo la ha metido. Como le dijo Thunberg a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático el 15 de diciembre de 2018: «Si tan difícil es encontrar las soluciones dentro de este sistema, quizá deberíamos cambiar el sistema mismo».[20]

    El Green New Deal: ¿reforma o revolución?

    Lo que ha hecho que en el último año la lucha por una revolución ecológica se convierta en una fuerza aparentemente imparable es el impulso del Green New Deal, un proyecto que encarna la unidad del movimiento por detener el cambio climático, que lucha por la justicia económica y social y se centra en los trabajadores y en las poblaciones situadas en primera línea.[21] No obstante, en origen el Green New Deal no fue una estrategia radical de transformación, sino más bien moderada y reformista. El término Green New Deal quedó establecido en 2007 en un encuentro entre Colin Hines, antiguo jefe de la sección de economía internacional de Greenpeace, y el editor de la sección de economía de The Guardian, Larry Elliott. A la vista del crecimiento económico y de los problemas medioambientales, Hines propuso aplicar cierta dosis de gasto y de keynesianismo verde y lo denominó Green New Deal por el New Deal que había puesto en marcha Franklin Roosevelt durante la gran depresión en Estados Unidos. Elliott, Hines y más gente, como el emprendedor británico Jeremy Leggett, lanzaron el Grupo por el Green New Deal de Reino Unido ese mismo año.[22]

    La idea fue recogida rápidamente por los círculos políticos. El columnista proempresarial de The New York Times Thomas Friedman comenzó a promover el término en Estados Unidos prácticamente al mismo tiempo que hacía lo mismo con una nueva estrategia capitalista ecomodernista.[23] Barack Obama avanzó un proyecto de Green New Deal en la campaña de 2008. Sin embargo, abandonó la terminología del Green New Deal junto a lo que quedaba de su contenido después de las elecciones de mitad de mandato de 2010.[24] En septiembre de 2009, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente publicó un informe titulado Global Green New Deal que contenía un plan de crecimiento sostenible.[25] Ese mismo mes, la Green European Foundation publicó A Green New Deal for Europe, una estrategia keynesiana de capitalismo verde, hoy conocida como Green New Deal europeo.[26]

    Todas estas propuestas, presentadas bajo el paraguas del Green New Deal, fueron hechas de arriba hacia abajo, combinaban keynesianismo verde, ecomodernismo y una planificación tecnocrática y corporativista, e incluían una preocupación apenas testimonial por la promoción del empleo y la erradicación de la pobreza, así que era la encarnación de un capitalismo verde tibiamente reformista. A este respecto, los primeros proyectos de Green New Deal tenían más en común con el primer New Deal de Franklin Roosevelt, el de 1933 a 1935 en Estados Unidos, que tenía un carácter corporativista y fuertemente proempresarial, que con el segundo New Deal, el de 1935 a 1940, alentado por las grandes revueltas de mediados de la década de los treinta por parte de los trabajadores industriales.[27]

    La versión radical del Green New Deal que ha ido ganando terreno el último año en Estados Unidos contrasta de un modo tajante con estas primeras propuestas corporativistas y obtiene su inspiración histórica de la gran revuelta de base que tuvo lugar durante el segundo New Deal. Una fuerza clave en esta metamorfosis fue la Climate Justice Alliance, que surgió en 2013 de la unión de varias organizaciones centradas principalmente en la justicia medioambiental. Hoy día, la Climate Justice Alliance reúne a sesenta y ocho organizaciones diferentes situadas en primera línea y que representan a comunidades con rentas bajas y comunidades racializadas, involucradas en luchas inmediatas por la justicia medioambiental y que apoyan una transición justa.[28]

    El concepto fundamental de transición justa tiene su origen en la década de los ochenta y el trabajo del ecosocialista Tony Mazzocchi en la Oil, Chemical and Atomic Workers Union por construir un movimiento radical por la justicia laboral y medioambiental, que más tarde fue difundido por la United Steel Workers.[29] La transición justa, destinada a superar el abismo que hay entre las luchas económica y ecológica, es ahora reconocida como el principio fundamental en la lucha por un Green New Deal popular, aparte de la salvaguarda del clima en sí mismo.

    El Green New Deal mutó por primera vez en una estrategia radical de base ―o en un Green New Deal popular, según Science for the People― durante las dos campañas presidenciales sucesivas de Jill Stein por el Partido Verde, en 2012 y 2016.[30] El Green New Deal del Partido Verde tenía cuatro pilares: (1) una carta de derechos económicos que incluía el derecho al trabajo, derechos para los trabajadores, el derecho a atención sanitaria (Medicare for All[31]) y el derecho a una educación superior gratuita y financiada estatalmente; (2) una transición verde que promovía la inversión en pequeñas empresas, la investigación verde y trabajos sostenibles; (3) una reforma financiera real que incluía el alivio de las deudas hipotecarias y estudiantiles, la democratización de la política monetaria, la ruptura con las compañías financieras, el fin de los rescates bancarios gubernamentales y la regulación de los de derivados financieros; (4) una democracia real que acabara con la figura de persona jurídica para las empresas, incorporase una carta de derechos del votante, derogase la Ley Patriótica[32] y redujese un cincuenta por ciento el gasto militar.[33]

    No cabe duda acerca del carácter radical (y antiimperialista) del programa original del Green New Deal del Partido Verde. La reducción a la mitad el gasto en el ejército estadounidense era la clave del proyecto para incrementar el gasto estatal en otras esferas. En el corazón del Green New Deal del Partido Verde se hallaba por tanto un ataque a la estructura económica, financiera y militar del imperio estadounidense, al tiempo que centraba sus propuestas económicas en una transición verde que generase hasta veinte millones de empleos nuevos.[34] La parte sobre la transición verde era, irónicamente, el elemento más débil del proyecto. No obstante, en lo que innovó el Partido Verde fue en vincular un cambio medioambiental vital a lo que se concebía como un cambio social igualmente necesario.

    Sin embargo, fue en noviembre de 2018 cuando una versión radical del Green New Deal irrumpió en el Congreso de mano de la congresista Ocasio-Cortez ―recién elegida durante las elecciones de mitad de mandato―, cuando este programa se convirtió de repente en un factor crucial dentro del panorama político de Estados Unidos. Ocasio-Cortez había decidido presentarse al cargo después de unirse a las duras protestas encabezadas por indígenas que habían tenido el objetivo de bloquear el oleoducto llamado Dakota Access Pipeline, en Standing Rock (Dakota del Norte), entre 2016 y 2017. Durante la campaña por el Decimocuarto Distrito Congresual de Nueva York, el que representa al Bronx y a la parte centro-norte de Queens, Ocasio-Cortez firmó con el Sunrise Movement un compromiso para no aceptar dinero de las industrias de combustibles fósiles, por lo que el Sunrise Movement hizo campaña a su favor y contribuyó a su sorprendente victoria electoral sobre el congresista Joe Crowley, que había ocupado el cargo durante diez mandatos.[35] Ocasio-Cortez se unió a la sentada del Sunrise Movement en favor de un Green New Deal que tuvo lugar una semana después de las elecciones en el despacho de Pelosi y fue ella quien, junto a Markey, presentó en el Congreso la resolución del Green New Deal.

    La campaña de Ocasio-Cortez se inspiró en buena medida en la campaña presidencial de Sanders de 2016, que se definía a como socialista democrática y que llevó al resurgir de Democratic Socialists of America (DSA), a quienes se había afiliado Ocasio-Cortez antes de su elección. Desde el principio, la resolución por un Green New Deal popular adquirió lo que, en muchos sentidos, era un carácter ecosocialista.[36]

    En la página catorce de la resolución del Green New Deal presentada por Ocasio-Cortez y Markey en febrero de 2019 se hace referencia a la realidad de la emergencia climática, así como al nivel de responsabilidad de Estados Unidos. Ello se yuxtapone a las «crisis vinculadas a ella», que se manifiestan en el declive de la esperanza de vida, el estancamiento de los salarios, una menguante movilidad de clase, una desigualdad desorbitada, la división racial de la riqueza y la brecha salarial de género. La solución que se ofrece es un Green New Deal que lograría reducir a cero neto las emisiones de gases de efecto invernadero mediante una «transición justa», creando «millones de puestos de trabajo buenos y bien remunerados» dentro de un proceso con el que garantizar un medioambiente sostenible. Está diseñado para «promover la justicia y la igualdad al detener la opresión actual, prevenir la opresión futura y reparar la opresión histórica sobre las poblaciones indígenas, las comunidades racializadas, las comunidades migrantes, las comunidades desindustrializadas, las comunidades rurales despobladas, las personas pobres, los trabajadores con bajos ingresos, las mujeres, los mayores, los sintecho, gente con discapacidad y gente joven (esta resolución se refiere a todos ellos como “comunidades situadas en primera línea y vulnerables”)».

    La resolución del Green New Deal se basa en una «movilización nacional de diez años». Durante este periodo, el objetivo es lograr «que el cien por cien de la demanda de energía en Estados Unidos sea satisfecha a través de fuentes de energía limpia, renovable y sin emisiones de carbono». Entre otras medidas se incluyen la oposición «a los monopolios propios e internacionales»; el apoyo a la agricultura familiar; la construcción de un sistema sostenible de alimentación; la creación de una infraestructura para vehículos que no produzca emisiones; la promoción del transporte público; la inversión en el tren de alta velocidad; la garantía de un intercambio tecnológico internacional vinculado al clima; la colaboración con comunidades situadas en primera línea, sindicatos del trabajo y cooperativas de trabajadores; proporcionar un trabajo garantizado, una preparación y una educación superior a la población trabajadora; asegurar un sistema de salud de calidad y universal a toda la población de Estados Unidos; la protección de las tierras y las aguas públicas.[37]

    A diferencia del New Deal del Partido Verde, la resolución del Green New Deal del Partido Demócrata según fue presentada por Ocasio-Cortez y Markey no se opone directamente al capital financiero o al gasto militar e imperialista de Estados Unidos. Su carácter radical se reduce más bien al vínculo entre una movilización masiva para combatir el cambio climático y una transición justa para las comunidades en primera línea que incluya medidas económicas redistributivas. Y aun así no cabe duda acerca de la naturaleza radical de las exigencias expuestas, que si se aplicasen en su totalidad exigirían una movilización masiva de toda la sociedad que apuntase a una amplia transformación del capital estadounidense y a la expropiación de la industria de los combustibles fósiles.

    El plan de treinta y cuatro páginas de Sanders para el Green New Deal va todavía más allá.[38] Exige un cien por cien de suministros con energías renovables para la electricidad y el transporte en 2030 (lo que conduce a una reducción del 71% en las emisiones de carbono en Estados Unidos) y una descarbonización completa como muy tarde en 2050. Plantea lograr todo esto gracias a una inversión pública de 16,3 billones de dólares en la movilización masiva de recursos con la que abandonar los combustibles fósiles; el énfasis en una transición justa tanto para los trabajadores como para las comunidades en primera línea; la declaración de una emergencia nacional por el cambio climático; la recuperación del Cuerpo Civil de Conservación,[39] y la prohibición de las perforaciones mar adentro, el fracking y la minería de carbón de remoción de cima. Además, ofrecería doscientos mil millones de dólares al Fondo Verde del Clima para apoyar las transformaciones necesarias en países pobres con la intención de ayudar a reducir un 36% las emisiones de carbono para 2030 en los países menos industrializados.

    Para asegurar una transición justa para el conjunto de los trabajadores y trabajadoras, Sanders propone «hasta cinco años de salario garantizado, ayuda en la búsqueda de empleo, ayuda en el traslado, sanidad y una pensión basada en el salario anterior», además de ayuda para la vivienda, a todos los empleados desplazados debido al abandono de los combustibles fósiles. Los trabajadores recibirán formación en diferentes itinerarios profesionales, incluidos cuatro años de educación universitaria completamente pagados. El coste de la sanidad estaría cubierto por Medicare for All. A todo ello se le añadirían los principios de justicia medioambiental para así proteger a la población situada en primera línea. Se destinaría financiación a estas comunidades, incluidas las indígenas. La soberanía de las tribus sería respetada, pues en el plan de Sanders está incluido que se ofrecerían 1.120 millones de dólares para programas de acceso y extensión de los terrenos tribales. A ello hay que sumar que el gobierno «destinará 41.000 millones de dólares a ayudar a transformar las macrogranjas» en «prácticas ecológicamente regenerativas», además de apoyar a las granjas familiares.

    La financiación llegaría de diversas fuentes, entre las que se incluyen: (1) «un aumento masivo de impuestos a los ingresos y la riqueza de las compañías contaminantes y de los inversores en combustibles fósiles», así como «un aumento de las sanciones a la contaminación que provenga de la generación de energía con combustibles fósiles» por parte de las empresas; (2) la eliminación de los subsidios a la industria de los combustibles fósiles; (3) «la generación de ingresos con la venta de energía producida por las Administraciones de Comercialización de Energía regionales», a lo que hay que añadir los ingresos utilizados para sostener el Green New Deal y que van a ser recaudados hasta 2035, tras lo cual la electricidad será suministrada prácticamente gratis a los consumidores, más allá de los costes de operaciones y mantenimiento; (4) un recorte en los gastos militares destinados a proteger los suministros globales de petróleo; (5) la recaudación de impuestos adicionales provenientes del aumento del empleo, y (6) haciendo que las empresas y los ricos paguen «lo que les corresponde».[40]

    El Green New Deal de Sanders se diferencia por tanto de la resolución congresual de Ocasio-Cortez y Markey en: (1) el planteamiento de una línea temporal definida para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (más ambicioso para Estados Unidos, debido a su particular responsabilidad, de lo que de media y bajo el presupuesto global de carbono hace falta para el mundo); (2) su ataque directo al capital fósil; (3) que basa explícitamente la transición justa en las necesidades de la clase trabajadora en su conjunto, al tiempo que presta particular atención a las comunidades situadas en primera línea; (4) la especificación de que se van a crear veinte millones de puestos de trabajo nuevos, como en la anterior propuesta de New Deal del Partido Verde; (5) la prohibición de las perforaciones mar adentro, del fracking y de la minería de carbón de remoción de cima; (6) el enfrentamiento con el papel de las fuerzas armadas en la protección de la economía global de los combustibles fósiles; (7) la estipulación de un desembolso en el Green New Deal por parte del gobierno de 16,3 billones de dólares en diez años, y (8) que la financiación del propio Green New Deal dependa de impuestos a las compañías contaminantes.[41] El plan de Sanders, de todos modos, da un paso atrás respecto a la audaz propuesta del Partido Verde de reducir a la mitad el gasto militar.

    Las estrategias del Green New Deal popular que están siendo promovidas en este momento constituyen lo que en la teoría socialista se denomina reformas revolucionarias, esto es, reformas que prometen una reestructuración fundamental del poder económico, político y ecológico y que señalan inequívocamente hacia la transición del capitalismo al socialismo. La escala de los cambios que se prevén es mucho mayor y representa una amenaza de más envergadura al poder del capital que la que planteó a finales de los años treinta el segundo New Deal. La desinversión completa en combustibles fósiles, incluidas las reservas de combustibles, da forma a una especie de abolicionismo impulsado por la pura necesidad y cuyo mayor parecido se encuentra, en cuanto a sus efectos generales a escala económica, en la abolición de la esclavitud en Estados Unidos. Se ha estimado que, en 1860, los esclavos conformaban «el mayor activo financiero de toda la economía estadounidense, con un valor mayor que toda la manufactura y los ferrocarriles juntos».[42] Hoy en día, plantar cara a la industria de los combustibles fósiles y a las industrias e infraestructuras relacionadas, incluida toda la estructura financiera, hace que surjan conflictos similares por la riqueza y el poder simplemente en cuanto a la escala que implica, y esto solo se puede concebir si forma parte de una transformación ecológica y social generalizada. Tanto es así que el Banco Interamericano de Desarrollo declaró en 2016 que las empresas de energía se enfrentaban a una pérdida potencial de veintiocho billones de dólares debido a la necesidad que tiene el planeta de dejar los combustibles fósiles bajo el suelo.[43]

    Lo que el capital ha entendido desde el principio es que estos cambios amenazarían la totalidad del orden político-económico, dado que, una vez que la población se haya movilizado por el cambio, todo el metabolismo de la producción capitalista estaría en tela de juicio.[44] Klein escribe que las empresas energéticas «deberán dejar bajo el suelo lo que se ha demostrado que son reservas de combustibles fósiles [que ellas contabilizan como activos] valoradas en billones de dólares».[45] Para el movimiento por la justicia climática, enfrentarse de esta manera al capital fósil y al sistema capitalista imperante en su conjunto exige una movilización social y una lucha de clases de una escala enorme, pues la mayoría de las transformaciones en la producción energética se pondrán en marcha en apenas unos años.

    Está claro que ninguna de las propuestas de Green New Deal está siquiera cerca de concebir ―y mucho menos de abordar― la inmensidad de la tarea que plantea la actual emergencia planetaria; pero están fundamentadas en lo que es necesario que suceda que podrían hacer saltar la chispa de una lucha revolucionaria global por la libertad y la sostenibilidad, pues los cambios que se contemplan van contra la lógica del capital en sí misma y no se pueden lograr sin una movilización de emergencia por parte de la población.

    Aun así, hay contradicciones pendientes dentro de las propias estrategias del Green New Deal radical en cuanto al énfasis que se hace en el crecimiento económico y la acumulación de capital. Los límites que impone la necesidad de estabilizar el clima son severos y exigen cambios en la estructura de producción subyacente. No obstante, en gran parte todas las propuestas actuales de Green New Deal evitan mencionar la conservación directa de recursos o las reducciones en el consumo total, y mucho menos medidas de emergencia como el racionamiento en tanto que forma equitativa y desvinculada del precio con la que reasignar los escasos recursos sociales (una medida bastante popular en Estados Unidos durante la segunda guerra mundial).[46] Ninguna tiene en consideración el nivel de despilfarro integral para el actual sistema de acumulación ni cómo ello se podría convertir en algo ecológicamente de provecho. En su lugar, todos los planes parten de la base de promover un crecimiento económico o una acumulación de capital rápidos y exponenciales, pese al hecho de que ello agravaría la emergencia planetaria y a que los verdaderos éxitos del segundo New Deal tuvieron mucho menos que ver con el crecimiento que con la redistribución económica y social.[47] Tal y como avisa Klein, el plan para un Green New Deal fracasaría estrepitosamente tanto a la hora de proteger el planeta como en llevar a cabo una transición justa si tomase la senda de un «keynesianismo climático».[48]

    El IPCC y las estrategias de mitigación

    Con todo ello no se quiere negar que parezca estar en marcha un movimiento tectónico. Las estrategias que ahora mismo se están promoviendo para un Green New Deal radical amenazan con hacer saltar por los aires el proceso de iniciativas científico-políticas liderado por el IPCC en cuanto a lo que se puede y a lo que se debería hacer para combatir el cambio climático, pues hasta ahora este ha cortado el paso a todas las perspectivas sociales y de izquierda. El enfoque del IPCC respecto a las acciones sociales necesarias para mitigar la emergencia climática ha venido dictado en buena medida por la hegemonía política y económica actual, lo cual contrasta de manera nítida con su cuidadoso tratamiento científico de las causas y las consecuencias del cambio climático, que ha estado relativamente exento de intervenciones políticas. Las estrategias de mitigación para reducir las emisiones de dióxido de carbono en todo el mundo han sufrido hasta el momento el duro golpe de la dominación casi total de las relaciones capitalistas de acumulación y de la hegemonía de la economía neoclásica. Las líneas maestras que conforman estos escenarios de mitigación restringen de modo tajante los parámetros de cambio que se tienen en consideración y lo hacen a través de dispositivos como los modelos de evaluación integrada (IAM por sus siglas en inglés, enormes modelos informáticos que integran los mercados energéticos y los usos de la tierra junto a proyecciones de los gases de efecto invernadero) y las trayectorias socioeconómicas compartidas (SPP por sus siglas en inglés, que constan de cinco trayectorias diferentes dentro del actual statu quo, basadas por lo general en marcos tecnológicos, con un crecimiento económico sustancial y que en todos sus modelos deja formalmente a un lado las medidas políticas climáticas).

    El resultado de unos modelos así de conservadores, que descartan cualquier alternativa al funcionamiento actual de las cosas, es la proliferación de afirmaciones nada realistas sobre qué se puede hacer y sobre qué se debe hacer.[49] Por lo general, los escenarios de mitigación incorporados al proceso del IPCC: (1) asumen de manera implícita la necesidad de perpetuar la actual hegemonía político-económica; (2) desdeñan los cambios en las relaciones sociales en favor de los cambios tecnocráticos, en buena medida basados en tecnologías que no existen o que no son viables; (3) hacen hincapié en la oferta ―que consta de factores principalmente tecnológicos y vinculados al precio― más que en la demanda, o en reducciones directas en el consumo ecológico, para reducir las emisiones; (4) confían en las así llamadas «emisiones negativas» (es decir, la captura y, de algún modo, el almacenamiento de dióxido de carbono presente en la atmósfera) para permitir alcanzar rápidamente los objetivos de emisiones; (5) dejan a las masas de población fuera de la ecuación y asumen que el cambio será gestionado por unas élites administradoras con una mínima participación pública, y (6) postulan respuestas lentas que dejan fuera la posibilidad (de hecho, la necesidad) de una revolución ecológica.[50]

    Así pues, mientras que los modelos y las proyecciones del IPCC recogen de manera adecuada la escala del cambio climático y sus impactos socioecológicos, la escala del cambio social que se requiere para afrontar este desafío es minimizada de manera sistemática en los cientos de modelos de mitigación que utiliza. En su lugar, recurren a soluciones mágicas surgidas de intervenciones basadas en el precio de mercado (como el comercio de los derechos de emisión) y a tecnologías futuristas que parten de inventos que no son viables en la escala que se necesitaría y que están basados en las emisiones negativas.[51] Este tipo de modelos señalan resultados catastróficos para los cuales se supone que la única defensa está en la denominada «eficiencia del mercado» y en extravagantes tecnologías inexistentes y/o irracionales, pues se supone que estos enfoques permiten que la sociedad prosiga con su modelo productivo prácticamente intacto.

    Por tanto, la mayor parte de los modelos de mitigación incorporan tecnología de bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (BECCS por sus siglas en inglés), la cual promueve el cultivo de plantas (árboles principalmente) a una escala masiva para luego quemarlas y producir energía, mientras, simultáneamente, capturan el dióxido de carbono liberado a la atmósfera y, de algún modo, lo aíslan y almacenan, como en el caso del aislamiento geológico y oceánico. Si esto se implementase, requeriría de una cantidad de tierra igual a una o dos veces la India y de una cantidad de agua que se acerca a la que actualmente se usa en la agricultura en todo el mundo, y ello pese a la escasez mundial de agua.[52] Tampoco es que la promoción de estos enfoques puramente mecánicos sea un accidente; están profundamente insertos en la forma en que se elaboran estos informes y en el orden capitalista subyacente al que sirven.

    Según el destacado climatólogo Kevin Anderson, del Tyndall Centre for Climate Change Research de Reino Unido:

    El problema es que cumplir con el compromiso de entre 1,5 y 2º C exige reducciones en las emisiones de los países ricos de más del 10% anual, mucho más de lo que habitualmente se considera posible dentro del actual sistema económico. Los IAM tienen un papel importante y peligroso en lo que parece que es un intento por salir de este impasse. Detrás de una fachada de objetividad, el uso de estos modelos informáticos leviatánicos ha profesionalizado el análisis de la mitigación del cambio climático mediante la sustitución de la política, enmarañada y coyuntural, por el formalismo matemático, que no es coyuntural. Dentro de estos límites profesionales, los IAM sintetizan modelos climáticos sencillos y confían en cómo funcionan las finanzas y en cómo cambian las tecnologías, todo ello apuntalado por una interpretación económica [ortodoxa] del comportamiento humano.

    […]

    Habitualmente, los IAM utilizan modelos basados en axiomas del libre mercado. Los algoritmos que integran estos modelos presuponen cambios marginales, cercanos al equilibrio económico, y están fuertemente supeditados a pequeñas variaciones en la demanda como resultado de cambios marginales en los precios. El Acuerdo de París, por el contrario, establece un reto de mitigación que se aleja de los equilibrios de la economía de mercado actual y requiere de cambios inmediatos y radicales en todas las facetas de la sociedad.[53]

    Anderson insiste en que la realidad es que los modelos y proyecciones de escenarios climáticos que proporciona el IPCC y que luego son incorporados a los planes nacionales están basados en suposiciones extraídas del análisis general del equilibrio hecho por la economía neoclásica y se elaboran a partir de ideas acerca de la gradualidad de los cambios, según las exigencias del sistema de beneficio. Este tipo de condiciones en los escenarios de mitigación carecen de sentido en el contexto de la actual emergencia climática y son peligrosos en la medida en que coartan la acción que resultaría necesaria, pues ven en una tecnología que no existe a la única salvadora. De los numerosos modelos que el IPCC tuvo en cuenta para su informe de 2018, todos exigían la reducción de dióxido de carbono (CDR por sus siglas en inglés) o las denominadas emisiones negativas, principalmente a través de medios tecnológicos, pero también estaba incluida la reforestación.[54] Lo cierto es que, según explica Anderson, todo el enfoque que tiene el IPCC respecto a la mitigación ha sido un «fracaso acelerado» que ha guiado un proceso radicalmente opuesto a sus propias proyecciones y cuyo resultado es que «las emisiones anuales de CO2 han aumentado en torno al 70% desde 1990». Dado que los efectos de estas emisiones son acumulativos y no lineales y, además, cuentan con todo tipo de retroalimentaciones positivas, el «fracaso actual en la mitigación de las emisiones ha transformado el reto de un cambio moderado en el sistema económico en el de una revisión revolucionaria del sistema. Esta no es una posición ideológica; surge directamente de una interpretación científica y matemática del Acuerdo de París por el clima».[55]

    El IPCC reconoció en el informe de 2018 que se estaba acelerando la emergencia climática y dejó a un lado sus informes anteriores para animar tibiamente al desarrollo de enfoques respecto a la mitigación del cambio climático que tuviesen en cuenta también el factor demanda. Ello implica encontrar modos de reducir el consumo, por lo general a través del aumento de la eficiencia (aunque, como es habitual, se le resta importancia a la conocida paradoja de Jevons, según la cual en el capitalismo un aumento de la eficiencia lleva a un aumento de la acumulación y el consumo).[56] Se han presentado diversos escenarios de mitigación que demuestran que las intervenciones en la demanda constituyen la manera más rápida de abordar el cambio climático, e incluso en uno de los modelos se sugiere que se puede alcanzar el objetivo de permanecer por debajo de 1,5 ºC únicamente con un ligero margen de error y sin apoyarse en las denominadas tecnologías de emisiones negativas, sino que más bien ello dependería de mejoras en las prácticas agrícolas y forestales (consideradas una forma no tecnológica de reducción del dióxido de carbono).[57] Es más, estos resultados se alcanzan dentro de los supuestos extremadamente restrictivos de los modelos de mitigación del IPCC, los cuales incorporan formalmente (a través de los IAM y SSP) un crecimiento económico rápido y significativo al tiempo que se excluye toda intervención institucional (o política) respecto al clima. Por ello, algunos críticos radicales, como Jason Hickel y Giorgos Kallis, han sugerido que un enfoque sociopolítico sobre la demanda que haga hincapié en la abundancia y en las políticas redistributivas y que establezca límites al beneficio y al crecimiento (que hoy en día beneficia principalmente al 0,01%) ha demostrado ser mucho mejor en términos de mitigación y constituye la única solución realista.[58]

    Una virtud fundamental del surgimiento de las estrategias del Green New Deal radical o popular es, por tanto, que abren el terreno de lo posible de acuerdo a necesidades reales, colocando la cuestión de un cambio transformador como la única base de la supervivencia humana y civilizatoria: la libertad de la necesidad.[59] Aquí resulta importante reconocer que una revolución ecológica y social probablemente atraviese dos etapas que podemos denominar ecodemocrática y ecosocialista.[60] La movilización de la población en un principio adquirirá una forma ecodemocrática que pondrá el énfasis en la construcción de alternativas energéticas y de una transición justa, pero en un contexto general que carecerá de una crítica sistemática a la producción o el consumo. Sin embargo, cabe esperar que llegue un punto en el que la presión del cambio climático y de la lucha por la justicia social y ecológica, espoleada por la movilización de comunidades diversas, lleve a una perspectiva ecorrevolucionaria más amplia que perfore el velo de la ideología recibida.

    Aun así, el hecho es que el intento por construir un Green New Deal radical en un mundo aún dominado por el capital monopolista-financiero va a estar constantemente amenazado por una tendencia a virar hacia un keynesianismo verde, en el que la promesa de empleos ilimitados, rápido crecimiento económico y un consumo más elevado va a actuar contra cualquier solución a la crisis ecológica planetaria. Como señala Klein en On Fire:

    Un Green New Deal que sea creíble necesita un plan concreto para garantizar que los salarios de todos los buenos trabajos verdes que cree no se despilfarran en unos modos de vida de alto consumo y que, sin darse cuenta, acaben haciendo que las emisiones aumenten; un escenario en el que todo el mundo tiene un buen empleo y un montón de ingresos a su disposición y todo se gaste en chorradas prescindibles […]. Lo que nos hace falta son transiciones que reconozcan los límites rígidos de la extracción y que, simultáneamente, creen nuevas oportunidades para que la gente mejore su calidad de vida y encuentre placer fuera del ciclo infinito del consumo.[61]

    La senda hacia la libertad ecológica y social exige el abandono de un modo de producción cimentado sobre la explotación del trabajo humano y la expropiación de la naturaleza y de los pueblos, y que conduce a crisis económicas y ecológicas cada vez más frecuentes y severas. La sobreacumulación de capital bajo el régimen del capital monopolista-financiero ha conseguido que, a todos los niveles, el derroche sea fundamental para la preservación del sistema, creando una sociedad en la cual lo que es racional para el capital resulta irracional para las personas del mundo y para la Tierra.[62] Esto ha llevado a que se echen a perder vidas humanas en un trabajo innecesario dedicado a la producción de mercancías inútiles que requiere del despilfarro de los recursos naturales y materiales del planeta. En cambio, el alcance de este pródigo derroche de la producción y la riqueza humana, y de las de la Tierra misma, es una medida del enorme potencial que existe hoy en día para ampliar la libertad humana y satisfacer las necesidades individuales y colectivas al tiempo que se asegura un medioambiente sostenible.[63]

    En la actual crisis climática, son los países imperialistas situados en el centro del sistema los que han producido el grueso de las emisiones de dióxido de carbono que en este momento se concentran en el medioambiente. Son estos países los que aún tienen las mayores emisiones per cápita. Es más, estos mismos estados monopolizan la riqueza y la tecnología necesaria para reducir drásticamente las emisiones globales de carbono. Por ello, es esencial que los países ricos asuman la mayor parte de la carga en la estabilización del clima del planeta y reduzcan sus emisiones de dióxido de carbono en una tasa de un 10% anual o más.[64] El reconocimiento de esta responsabilidad por parte de las naciones ricas, junto a la necesidad global subyacente, es lo que ha llevado al repentino crecimiento de movimientos transformadores como Extinction Rebellion.

    Sin embargo, a largo plazo el principal impulso para una transformación ecológica en todo el mundo vendrá del sur global, donde la crisis planetaria está teniendo sus efectos más duros, además del sistema imperialista mundial y de una brecha cada vez mayor entre países ricos y pobres en su conjunto. Es en la periferia del mundo capitalista donde el legado de la revolución es más fuerte, y allí persisten las ideas más profundas acerca de cómo llevar a cabo este cambio tan necesario. Esto es especialmente evidente en países como Cuba, Venezuela y Bolivia, que han intentado revolucionar sus sociedades pese a los duros ataques del sistema imperialista mundial y pese a la dependencia histórica (en los casos de Venezuela y Bolivia) de la extracción energética, impuesta por las estructuras hegemónicas de la economía global. En general, es de esperar que el sur global sea el lugar donde crezca de un modo más rápido un proletariado medioambiental que surja de la degradación de las condiciones materiales de la población tanto a nivel ecológico como económico.[65]

    El papel de China en todo esto sigue siendo crucial y contradictorio. Es uno de los países más contaminados y que más recursos consume del mundo y sus emisiones de carbono son tan descomunales que por sí mismas constituyen un problema a escala global. No obstante, hasta el momento China ha hecho más que cualquier otro país por desarrollar tecnologías de energía alternativa destinadas a la creación de lo que oficialmente es denominado una civilización ecológica. Sorprendentemente, en buena medida sigue siendo autosuficiente en cuanto a los alimentos debido a su sistema agrícola, en el cual la tierra es una propiedad social y la producción agrícola depende principalmente de pequeños productores y de lo que queda de la responsabilidad colectivo-comunal. Lo que está claro es que las decisiones presentes y futuras del estado chino ―y, más aún, las del pueblo chino― respecto a la creación de una civilización ecológica probablemente serán claves a la hora de determinar el destino de la Tierra a largo plazo.[66]

    La revolución ecológica se enfrenta a la hostilidad de todo el sistema capitalista. Como mínimo, implica ir contra la lógica del capital. En su máximo desarrollo, implica trascender el sistema. Bajo estas condiciones, la respuesta reaccionaria de la clase capitalista, apoyada desde la retaguardia por la extrema derecha, será retrógrada, destructiva e incontrolada. Esto ya lo podemos ver en los numerosos intentos de la administración de Donald Trump por deshacerse incluso de la posibilidad de llevar a cabo los cambios necesarios para combatir el cambio climático (pareciera que para que con él el mundo quemase sus últimas naves), empezando con su retirada del Acuerdo de París por el clima y con la aceleración en la extracción de combustibles fósiles. La barbarie ecológica o el ecofascismo son amenazas evidentes en el actual contexto político global y forman parte de la realidad a la que cualquier revuelta ecológica de masas va a tener que enfrentarse.[67] En estas circunstancias, solo una lucha auténticamente revolucionaria, y no una reformista, va a ser capaz de salir adelante.

    Una era de cambio transformador

    Es un lugar común dentro de la literatura de las ciencias sociales, que son la encarnación del imperio de la ideología liberal, el contemplar la sociedad como si estuviese constituida por las acciones de los individuos que la conforman. Otros pensadores, más críticos, en ocasiones ofrecen la perspectiva opuesta, en la que los individuos son el producto de la estructura social en su conjunto. Un tercer modelo general observa cómo los individuos influyen en la sociedad y cómo la sociedad influye en los individuos en una especie de movimiento de ida y vuelta, percibido como una síntesis de estructura y agencia.[68]

    Frente a estas corrientes dominantes, las cuales son casi todas enfoques liberales que dejan escaso margen para una genuina transformación social, la teoría marxiana, con su perspectiva histórico-dialéctica, descansa sobre lo que el filósofo realista crítico Roy Bhaskar ha denominado «modelo transformador de la actividad social», en el que los individuos nacen en el interior de la historia y son socializados en una sociedad dada (en un modo de producción dado) que establece los parámetros iniciales de su existencia.[69] Sin embargo, estas condiciones y las relaciones productivas cambian de maneras impredecibles y contingentes durante el curso de sus vidas, lo que lleva a consecuencias, contradicciones y crisis involuntarias. Los seres humanos, atrapados en situaciones que no han escogido, actúan tanto espontáneamente como a través de movimientos sociales organizados, y en todo ello se refleja tanto la clase como otras identidades individuales y colectivas, y buscan cambiar las estructuras existentes de reproducción social y transformación social, dando lugar a momentos históricos críticos formados por rupturas y revoluciones radicales y por nuevas realidades emergentes. Como escribió Karl Marx: «Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado».[70]

    Este modelo transformador de la actividad social respalda una teoría de la autoemancipación del ser humano dentro de la historia. Las relaciones sociales existentes se convierten en grilletes para el desarrollo humano general, pero también dan lugar a las contradicciones fundamentales en el proceso de trabajo y producción ―o lo que Marx llamó «metabolismo social de la humanidad y la naturaleza»―, que llevan a un periodo de crisis y transformación que amenaza con la subversión revolucionaria de las relaciones sociales de producción o las relaciones de clase, de propiedad y de poder.[71] Hoy tenemos ante nosotros contradicciones así de agudas en el metabolismo de la naturaleza y la sociedad y en las relaciones sociales de producción, pero de un modo para el cual no existe ningún verdadero precedente histórico.

    En el Antropoceno, la emergencia ecológica planetaria se superpone a la sobreacumulación de capital y a una expropiación imperialista intensificada, creando una crisis económica y ecológica epocal.[72] Es la sobreacumulación de capital la que acelera la crisis ecológica global al llevar al capital a buscar formas nuevas de estimular el consumo para que los beneficios sigan circulando. El resultado de todo ello es un estado de Armagedón planetario que amenaza no solo la estabilidad socioeconómica, sino la supervivencia de la civilización y de la propia especie humana. Para Klein, la explicación central es sencilla: después de señalar que «Marx escribió acerca de la “fractura irreparable” del capitalismo con “las leyes naturales de la propia vida”», continúa y subraya que «en la izquierda mucha gente ha defendido que un sistema económico construido sobre la liberación de los apetitos voraces del capital arrasaría con los sistemas naturales de los que depende la vida».[73] Y esto es exactamente lo que ha ocurrido en el periodo que siguió a la segunda guerra mundial, a través de una gran aceleración de la actividad económica, el sobreconsumo por parte de los ricos y la consiguiente destrucción ecológica.

    Durante mucho tiempo la sociedad capitalista ha glorificado la dominación de la naturaleza. Es bien conocido que William James, el gran filósofo pragmático, se refirió en 1906 al «equivalente moral de la guerra». Aunque rara vez se menciona, el equivalente moral de James era una guerra contra la Tierra, para la que proponía «formar durante varios años a una parte del ejército para que fuera empleada contra la Naturaleza».[74] Hoy tenemos que revertir esto y tenemos que crear un nuevo equivalente moral de la guerra, más revolucionario, que no esté no destinado a utilizar un ejército para conquistar la Tierra, sino a que la población se movilice para salvar la Tierra y que este sea un lugar para que los seres humanos lo habiten. Esto solo se puede lograr a través de una lucha por la sostenibilidad ecológica y la igualdad real que tenga el objetivo de hacer resurgir los comunes globales. Según dijo Thunberg al dirigirse a las Naciones Unidas el 23 de septiembre de 2019: «Es aquí y ahora donde trazamos la línea. El mundo está despertando. Y el cambio se acerca, os guste o no». Esta vez el mundo está en llamas.

    JOHN BELLAMY FOSTER es profesor de sociología en la Universidad de Oregón y editor desde hace años de la revista Monthly Review. Su trabajo se ha centrado en la teoría de la fractura metabólica, en el estudio del imperialismo, en el legado teórico de Marx y en la necesidad de una revolución ecosocialista.

    La obra que ilustra este artículo es Hoguera de San Juan en la playa de Skagen (1906), de Peder Severin Krøyer.

    [1] Aquí la revolución es vista como un proceso complejo que abarca muchos actores y fases, a veces emergentes, a veces desarrollados, y que incluye una impugnación fundamental del estado además de la estructura social de propiedad, productiva y de clases. Puede implicar a actores cuyas intenciones no sean revolucionarias, pero que objetivamente son parte del desarrollo de una situación revolucionaria. Para una analogía histórica, ver George Lefebvre, The Coming of the French Revolution, Princeton, Princeton University Press, 1947 [trad. cast.: 1789: Revolución Francesa, Barcelona, Laia, 1981]. En torno al concepto en sí mismo de revolución ecológica, ver John Bellamy Foster, The Ecological Revolution, Nueva York, Monthly Review Press, 2009, pp. 11-35.

    [2] Naomi Klein, On Fire: The (Burning) Case for a Green New Deal, New York, Simon and Schuster, 2019.

    [3] James Baldwin, The Fire Next Time, Nueva York, Dial, 1963 [trad. cast.: La próxima vez el fuego, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1964].

    [4] IPCC, Calentamiento global de 1,5ºC, Ginebra, IPCC, 2018.

    [5] John Haltiwanger, «This Is the Platform That Launched Alexandria Ocasio-Cortez, a 29-Year-Old Democratic Socialist, to Become the Youngest Woman Ever Elected to Congress»Business Insider, 4 de enero de 2019.

    [6] Greta Thunberg, No One Is Too Small to Make a Difference, Londres, Penguin, 2019, pp. 19-24.

    [7] Congresista Alexandria Ocasio-Cortez, 116.º Congreso, Primera Sesión, resolución de la cámara 109, «Recognizing the Duty of the Federal Government to Create a Green New Deal» (en lo que sigue referida como Green New Deal Resolution), 7 de febrero 2019.

    [8] Klein, óp. cit., pp. 1-7.

    [9] Thunberg, óp. cit., p. 61.

    [10] Bernie Sanders, The Green New Deal, 22 de abril de 2019.

    [11] Res. 109, lista de apoyos; S. Res. 59, lista de apoyos.

    [12] Eliza Barclay y Brian Resnick, «How Big Was the Global Climate Strike? 4 Million People Activists Estimate»Vox, 20 de septiembre de 2019.

    [13] «Transcript: Greta Thunberg’s Speech to UN Climate Action Summit», NPR, 23 de septiembre de 2019.

    [14] IPCC, Special Report on the Ocean and Cryosphere in a Changing Climate (Summary for Policymakers), Ginebra, IPCC, 2019, pp. 22-24, 33.

    [15] Nicholas Stern, «We Must Reduce Greenhous Gas Emissions to Net Zero or Face More Floods»The Guardian, 7 de octubre de; NPR, óp. cit. Con frecuencia se asume que el mundo debe quedarse por debajo de los 2 ºC para evitar un punto de no retorno con respecto a la relación del ser humano con el planeta, pero cada vez más datos científicos señalan que la marca está en 1,5 ºC. La mayoría de los esquemas de mitigación climática que reconoce el IPCC asumen una superación temporal del límite de 1,5 ºC (si no del límite de 2 ºC) con emisiones negativas y luego la supresión de carbono de la atmósfera antes de que hayan tenido lugar los peores efectos. Pero cada vez está más asumido que una estrategia así es peor que una ruleta rusa en lo que se refiere a las posibilidades estadísticas y solo trae consigo aún más quimeras.

    [16] http://systemchangenotclimatechange.org. Ver también Martin Empson (ed.), System Change Not Climate Change, Londres, Bookmarks, 2019.

    [17] Para la diferencia entre acción por el clima y justicia climática, ver Klein, óp. cit., pp. 27-28.

    [18] A la marcha por el clima le siguió más tarde la acción Flood Wall Street, en la que los manifestantes pusieron en práctica la desobediencia civil, pero les faltó la fuerza de las masas.

    [19] Klein, óp. cit., pp. 27-28.

    [20] Thunberg, óp. cit., p. 16.

    [21] Poblaciones situadas en primera línea o comunidades en primera línea es una fórmula en inglés (frontline communities), aún no demasiado común en castellano, para hacer referencia a la población que, por diferentes condiciones sociales, políticas y económicas, es probable que sufra  las consecuencias del cambio climático antes y con menos recursos para hacerle frente. (N. de Contra el diluvio).

    [22] Partido Verde de Estados Unidos, Green New Deal Timeline; Green New Deal Policy Group, A Green New Deal, Londres, New Economics Foundation, 2008; Larry Elliott, «Climate Change Cannot Be Bargained With»The Guardian, 29 de octubre de 2007.

    [23] Thomas Friedman, «A Warning from the Garden»The New York Times, 19 de enero de 2007.

    [24] Alexander C. Kaufman, «What’s the “Green New Deal”?»Grist, 30 de junio de 2018.

    [25] UNEP, Global Green New Deal, Ginebra, UNEP, 2009.

    [26] Green European Foundation, A Green New Deal for Europe, Bruselas, Green European Foundation, 2009.

    [27] David Milton, The Politics of U.S. Labor, Nueva York, Monthly Review Press, 1982.

    [28] Climate Justice Alliance, «History of the Climate Justice Alliance».

    [29] John Bellamy Foster, «Ecosocialism and a Just Transition»Monthly Review, 22 de junio de 2019; Climate Justice Alliance, «Just Transition: A Framework for Change».

    [30] Science for the People ha sido el principal defensor de un Green New Deal popular que incorporase una transición para los trabajadores y las comunidades más vulnerables frente a los intentos por hacer retroceder el Green New Deal a su forma corporativista anterior. Ver Science for the People, «Peoples’ Green New Deal».

    [31] Proyecto para desarrollar un sistema de sanidad público, garantizado y gratuito en Estados Unidos. (N. de Contra el diluvio).

    [32] Ley aprobada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 por la que se dotó al gobierno federal de una mayor capacidad de control y vigilancia sobre la ciudadanía, supuestamente en aras de luchar contra el terrorismo. (N. de Contra el diluvio).

    [33] Jill Stein, «Solutions for a Country in Trouble: The Four Pillars of the Green New Deal»Green Pages, 25 de septiembre de 2012.

    [34] Partido Verde, «We Can Build a Better Tomorrow Today, It’s Time for a Green New Deal».

    [35] Tessa Stuart, «Sunrise Movement, the Force Behind the Green New Deal Ramps Up Plans for 2020»Rolling Stone, 1 de mayo de 2019. Los miembros fundadores del Sunrise Movement habían tenido su primera experiencia en el movimiento que luchaba por la desinversión en industrias fósiles, particularmente en las universidades, el cual, en diciembre de 2018, afirmaba haber logrado desinversiones por valor de ocho billones de dólares. Sin embargo, los activistas se dieron cuenta de que el siguiente paso consistía en intentar enfrentarse al estado y cambiar el sistema a través de un Green New Deal. Klein, óp. cit., p. 22.

    [36] El Partido Verde se ha movido de manera explícita hacia el ecosocialismo y ha patrocinado la conferencia sobre ecosocialismo de Chicago del 28 de septiembre de 2019. Ver Anita Rios, «Green Party Gears Up for Ecosocialism Conference»Black Agenda Report, 10 de septiembre de 2019.

    [37] Res. 109, «Recognizing the Duty of the Federal Government to Create a Green New Deal».

    [38] Sanders está completamente solo entre los principales candidatos demócratas para las elecciones de 2020 en cuanto a la promoción de un verdadero Green New Deal. El Plan para una Revolución de las Energías Limpias y la Justicia Medioambiental de Joe Biden, presentado en junio de 2019, deja completamente a un lado el énfasis que hace el IPCC en que las emisiones de dióxido de carbono deben reducirse en torno a un cincuenta por ciento en 2030 para permanecer por debajo de 1,5 ºC y, simplemente, promete promover políticas con las que lograr unas emisiones de cero neto en 2050 y un gasto de 1,7 billones de dólares durante diez años en la lucha contra el cambio climático. Elizabeth Warren ha suscrito la resolución del Green New Deal, pero en su Plan de Energías Limpias, presentado en septiembre de 2019, no va más allá de afirmar que apoya una movilización de diez años y hasta 2030 con el objetivo de alcanzar un cero neto de emisiones de gases de efecto invernadero «lo antes posible»; además, propone una inversión de tres billones de dólares durante diez años. Su plan evita mencionar una transición justa para los trabajadores y las poblaciones vulnerables.

    [39] El Cuerpo Civil de Conservación fue un programa muy popular que formó parte del New Deal original. Este organismo ofreció trabajo a cientos de miles de jóvenes desempleados en tareas de recuperación, cuidado y conservación de los recursos naturales. (N. de Contra el diluvio).

    [40] Sanders, óp. cit.

    [41] Pese a que en la resolución del Green New Deal presentada por Ocasio-Cortez y Markey no se aborda cómo sería financiado, el énfasis se puso en la creación de bancos públicos, en una expansión cuantitativa verde y en el gasto deficitario debido a la baja capacidad productiva actual ―una perspectiva apoyada por la teoría monetaria moderna―, y evita deliberadamente hablar de la financiación a través de impuestos a las empresas. Ver Ellen Brown, «The Secret to Funding a Green New Deal»Truthdig, 19 de marzo de 2019.

    [42] David Blight, citado en Ta-Nehisi Coates, «Slavery Made America»Atlantic, 24 de junio de 2014.

    [43] Ben Caldecott et al., Stranded Assets: A Climate Risk Challenge, Washington D.C., Banco Interamericano de Desarrollo, 2016.

    [44] Naomi Klein, This Changes Everything: Capitalism vs. the Climate, Nueva York, Simon and Schuster, 2014, pp. 31-63 [trad. cast.: Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima, Barcelona, Paidós, 2015].

    [45] Klein, On Fire, p. 261; J. F. Mercure et al., «Macroeconomic Impact of Stranded Fossil Fuel Assets»Nature Climate Change, 8, 2018, pp. 588-593.

    [46] Klein, This Changes Everything, pp. 115-116.

    [47] Nancy E. Rose, Put to Work, Nueva York, Monthly Review Press, 2009.

    [48] Klein, On Fire, p. 264.

    [49] Kevin Anderson, «Debating the Bedrock of Climate-Change Mitigation Scenarios»Nature, 16 de septiembre de 2019; Zeke Hausfather, «Explainer: How “Shared Socioeconomic Pathways” Explore Future Climate Change»Carbon Brief, 19 de abril de 2018.

    [50] Estos defectos forman parte de manera directa de los SPP y los IAM. Ver Oliver Fricko et al., «The Marker Quantification of the Shared Socioeconomic Pathway 2: A Middle-of-the-Road Scenario for the 21st Century»Global Environmental Change, 42, 2017, pp. 251-267. Para una evaluación crítica general, ver Jason Hickel y Giorgos Kallis, «Is Green Growth Possible?», New Political Economy, 17 de abril de 2019.

    [51] Kevin Anderson y Glen Peters, «The Trouble with Negative Emissions», Science, 354, n.º 6309, 2016, pp. 182-183; European Academies Science Advisory Council, Negative Emission Technologies: What Role in Meeting Paris Agreement Targets, EASAC Policy Report 35, Halle, Academia Alemana de Ciencias, 2018.

    [52] Ver John Bellamy Foster, «Making War on the Planet»Monthly Review, 70, n.º 4, septiembre de 2018, pp. 4-6.

    [53] Anderson, óp. cit.

    [54] IPCC, Calentamiento global de 1,5ºC, 16, 96.

    [55] Anderson, óp. cit.

    [56] Ver John Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York, The Ecological Rift, Nueva York, Monthly Review Press, 2010, pp. 169-182

    [57] IPCC, Calentamiento global de 1,5ºC, 15-16, 97; Jason Hickel, «The Hope at the Heart of the Apocalyptic Climate Change Report»Foreign Policy, 18 de octubre de 2018. Ver también Arnulf Grubler, «A Low Energy Demand Scenario for Meeting the 1.5ºC Target and Sustainable Development Goals Without Negative Emission Technologies», Nature Energy, 3, n.º 6, 2018, pp. 512-527; Joeri Rogelj et al., «Scenarios Towards Limiting Global Mean Temperature Increase Below 1.5ºC», Nature Climate Change, 8, 2018, pp. 325-332; Christopher Bertram et al. «Targeted Policies Can Compensate Most of the Increased Sustainability Risks in 1.5ºC Mitigation Scenarios»Environmental Research Letters, 13, n.º 6, 2018.

    [58] Hickel y Kallis, óp. cit.

    [59] J. D. Bernal, The Freedom of Necessity, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1949.

    [60] Ver John Bellamy Foster, «Ecology», en Marcelo Musto (ed.) The Marx Revival, Cambridge, Cambridge University Press, 2000, p. 193.

    [61] Klein, On Fire, p. 264.

    [62] Ver Paul A. Baran y Paul M. Sweezy, Monopoly Capital, Nueva York, Monthly Review Press, 1966.

    [63] John Bellamy Foster, «The Ecology of Marxian Political Economy»Monthly Review, 63, n.º 4, septiembre de 2011, pp. 1-16; Fred Magdoff y John Bellamy Foster, What Every Environmentalist Needs to Know About Capitalism, Nueva York, Monthly Review Press, 2011, pp. 123-144; William Morris, News from Nowhere and Selected Writings and Design, Londres, Penguin, 1962, pp. 121-122.

    [64] Kevin Anderson y Alice Bows, «Beyond “Dangerous” Climate Change: Emission Scenarios for a New World»Philosophical Transactions of the Royal Society, 369, 2011, pp. 20-44.

    [65] Para un debate sobre la actual situación ecológica del sur global y su relación el imperialismo, ver John Bellamy Foster, Hannah Holleman y Brett Clark, «Imperialism in the Anthropocene»Monthly Review, 71, n.º 3, julio-agosto de 2019, pp. 70-88. Acerca del concepto de proletariado medioambiental, ver Bellamy Foster, Clark y York, óp. cit. pp. 440-441.

    [66] El asunto de China y la ecología es complejo. Ver John B. Cobb (en conversación con Andre Vltchek), China and Ecological Civilization, Yakarta, Badak Merah, 2019; David Schwartzman, «China and the Prospects for a Global Ecological Civilization»Climate and Capitalism, 17 de septiembre de 2019; Lau Kin Chi, «A Subaltern Perspective on China’s Ecological Crisis», Monthly Review, 70, n.º 5, octubre de 2018, pp. 45-57. Sobre el concepto de civilización ecológica y su relación con China, ver John Bellamy Foster, «The Earth-System Crisis and Ecological Civilization»International Critical Thought, 7, n.º 4, 2017, pp. 439-458.

    [67] Naomi Klein, «Only a Green New Deal Can Douse the Fires of Eco-fascism»The Intercept, 16 de septiembre de 2019.

    [68] Roy Bhaskar, Reclaiming Reality: A Critical Introduction to Contemporary Philosophy, Londres, Routledge, 2010, pp. 74-76.

    [69] Ibíd., pp. 76-77, 92-94.

    [70] Karl Marx, Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte, 1852; Nueva York, International Publishers, 1963, p. 15 [trad. cast.: El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, en Karl Marx y Friedrich Engels, Obras escogidas, tomo I, Editorial Progreso, Moscú, 1981].

    [71] Karl Marx, Capital, vol. 1, Londres, Penguin, 1976, p. 283 [trad. cast.: El capital, vol. I, Madrid, Siglo XXI,, 2017].

    [72] Ver Ian Angus, Facing the Anthropocene: Fossil Capitalism and the Crisis of the Earth System, Nueva York, Monthly Review Press, 2016, pp. 175-191.

    [73] Klein, On Fire, pp. 90-91; Karl Marx, Capital, vol. 3, Londres, Penguin, 1981, p. 949 [trad. cast.: El capital, vol. III, Madrid, Siglo XXI, 2017].

    [74] William James, «Proposing the Moral Equivalent of War», discurso en la Universidad de Stanford, 1906.

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  • Entrevista a Fridays for Future: «Están implicándose en la lucha contra el cambio climático personas de dieciséis años que nunca antes había participado en algo parecido»

    Entrevista a Fridays for Future: «Están implicándose en la lucha contra el cambio climático personas de dieciséis años que nunca antes había participado en algo parecido»

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    Dentro de la serie de entrevistas a colectivos con creciente participación en las movilizaciones ecologistas, y tras hablar con integrantes de XR, entrevistamos a Marta y a Javier, parte del movimiento de Fridays for Future en Madrid. Fridays for Future es un movimiento internacional que nació en Agosto de 2018, siguiendo el modelo de protesta que comenzó la activista Greta Thunberg frente al parlamento sueco, para denunciar la inacción de los gobiernos en materia de cambio climático. En nuestro territorio convocan sentadas desde principios de 2019, delante del Congreso en Madrid y enfrente de instituciones gubernamentales de otras ciudades, en las que intervienen cada vez más jóvenes que quieren reclamar las medidas necesarias para combatir la crisis climática. Llaman específicamente a la movilización de los jóvenes porque van a ser quienes hereden las consecuencias de que se tomen ahora o no las medidas necesarias para evitar los peores efectos del cambio climático. 

    P: Lo primero que os queríamos pedir es si nos podríais explicar la historia de Fridays for Future, primero en un plano internacional y después cómo llega a España. 

    R: FFF a nivel internacional surge a raíz de la activista Greta Thunberg. Ya la conocemos, es una activista que  que comienza a manifestarse en la puerta del parlamento de su país alegando que su casa estaba en llamas relacionando esto con la cantidad de incendios forestales que había habido en su zona ese año. Empezó a través de saltarse clase todos los días para poner en el foco la gravedad de la situación y manifestarse contra el cambio climático. Cuando fue creciendo el movimiento se decidió que faltar a clase todos los días era demasiado complicado y se convirtió en una huelga estudiantil los viernes, de dónde sale el nombre Fridays for Future.

    El país en el que más fuerza inicial tuvo fue en Australia, después de unas declaraciones bastante insultantes del Primer Ministro respecto a los manifestantes que impulsaron a todavía más jóvenes a salir a la calle. El movimiento empezó a desarrollarse, todo esto fue durante la segunda mitad de 2018 y finalmente a Madrid llegó en febrero de 2019. Surgió a raíz de diferentes asambleas casi espontáneas, pero en el Estado Español ya se había organizado antes en ciudades de Cataluña, la primera Girona, y poco a poco fue expandiéndose por poblaciones más pequeñas y en general por todas las grandes ciudades. Esto fue como un mes antes de la primera movilización masiva que se hizo el 15 de marzo de 2019.

    P: ¿Por qué creéis que ha surgido ahora?

    R: Por una parte, ha sido esencial para la fuerza del movimiento la presencia de Greta como figura visible, sin ella el movimiento no hubiese tenido la potencia que ha tenido, pero también entran en juego otros factores. Fundamentalmente, la publicación del último informe del IPCC, que da datos todavía más evidentes que los publicados antes, que ya eran muy claros, de que estamos ante una crisis climática y que han acelerado mucho la movilización y la participación de la gente. Ha servido para convencer de que hay que tomar medidas muy importantes para mitigar y combatir los efectos del cambio climático. En este contexto y en coordinación con otros movimientos sociales, surge Fridays for Future.

    P: ¿Cómo se desarrolla la relación entre FFF España y el resto de grupos internacionales? ¿Os comunicáis directamente con los FFF de otros territorios, existe alguna organización supranacional?

    R: La estructura de Fridays for Future siempre se organiza en base a asambleas locales, desde las que se tiene control y potestad total para que se autogestionen. Los acuerdos de las asambleas de base se trasladan a un nudo de representantes a nivel estatal y desde ahí se adoptan las decisiones que hayan de tomarse a este nivel, siempre respetando los consensos adoptados en Asambleas de base. O sea, las decisiones a nivel estatal no van a contradecir ni modificar lo acordado por las Asambleas de base sino a organizar estas decisiones para la acción estatal. La gestión a nivel internacional también se articula en una coordinadora para la transmisión y difusión de las decisiones de niveles inferiores hacia arriba, pero ésta no participa en a la toma de decisiones vinculantes para el resto de las asambleas. La coordinadora internacional funciona para reunir los consensos de las organizaciones locales y para organizar la acción conjunta. Las decisiones tomadas a este nivel nos sirven de guía y para saber en qué dirección podríamos ir pero no son obligatorias para las asambleas inferiores.

    P: Esto nos parece interesante porque creemos que al final es necesario las estrategias de una organización local tienen siempre que tener en cuenta el contexto cercano en el que trabajan.

    R: Sí, es súper importante que el trabajo de cada organización local se haga teniendo en cuenta las particularidades y las circunstancias específicas de donde se sitúa. Así podemos medir mejor nuestras fuerzas y ver qué acciones pueden funcionar mejor según el país o la ciudad. Es por eso que desde dentro de Fridays For Future se han impulsado diferentes acciones internacionalmente, ya sean huelgas o manifestaciones u otro tipo de acciones, y que cada asamblea puede escoger qué tácticas aplicar. También por esto hemos podido impulsar movilizaciones distintas a las convocadas a nivel internacional. Esto pasó con la huelga estudiantil mundial del 20 de septiembre que aquí no se convocó para aunar fuerzas con el resto del movimiento ecologista. Decidimos no convocar la huelga el primer viernes para concentrar todos nuestros esfuerzos en las acciones convocadas a nivel nacional para el viernes siguiente, el 27, y también participar en una semana de acciones con más organizaciones ecologistas.

    P: ¿Habéis notado muchas diferencias, entonces, entre las organizaciones de Fridays for Future en cada país?

    R: Claro que hay muchísimas diferencias. Por una parte hay países que tienen más fuerza en cuanto a capacidad movilizatoria pero cuya fuerza en cuanto a discurso es mucho menor. Por otra parte, aquí hemos tenido la suerte de que existía ya una estructura asamblearia y un tejido de movimientos sociales muy fuerte sobre los que trabajar y eso internacionalmente nos lo han hecho notar. Se puso de manifiesto que aportamos un montón de herramientas para moderar asambleas o para llegar fácilmente a consensos, y se nos felicitó por ello. También existen por supuesto diferencias en nuestras posturas. En el plano ideológico, hemos encontrado cómo las organizaciones de la zona este son más reticentes al anticapitalismo que en países cercanos, a los que solemos ser más afines.

    P: Algunos de los comentarios que vimos al principio es que aquí, en comparación con otros países, Fridays for Future parece que no ha conseguido incluir a gente desde el colegio, sino a partir del instituto y sobre todo desde la universidad. ¿A qué creéis que se debe esto?

    R: También aquí entran en juego varios factores. El primero es la diferencia del horario en España comparado con otros países Europeos. O sea, aquí no te puedes saltar el instituto si tienes 14 o 15 años a las 12 de la mañana porque es imposible que te dejen, y si lo haces varias veces te van a expulsar. En cambio en otros países esa hora es realmente la hora de comer y los institutos casi han acabado las clases. Además, los horarios en los institutos no son nada flexibles, vas de clase en clase con descansos cortísimos entre medias y no sueles tener tiempo para hacer cosas con tus compañeros fuera de lo relacionado con estudiar. Tampoco te incentivan para nada a que participes en las decisiones que van a afectar al centro. Las asambleas de delegados realmente no suelen funcionar bien y muchas veces no tienes casi comunicación con gente de otros cursos.

    Es verdad que aquí nuestros integrantes vienen sobre todo de la universidad pero es porque hemos visto que los espacios de politización para los jóvenes están sobre todo en las universidades. Ahí es donde entras por primera vez en contacto con un tejido asociativo o con el sistema asambleario, y también donde encuentras muchos más espacios comunes o de reunión y esto potencia que se creen este tipo de movimientos. Lo que sí que estamos viendo es cómo gente cada vez más joven se politiza cada vez más rápido. Se nos están uniendo personas de 16 años, que nunca antes había participado en algo parecido, y que en pocos meses adquieren unos niveles súper altos de implicación y de formación política como activistas. En Fridays se nota un montón cómo influye que compartan espacios personas que acaban a empezar a hacer activismo político con otras más veteranas. Entrar con 16 años en una organización en la que vas a compartir responsabilidades con gente experimentada en otros movimientos sociales, que te puede aportar un montón, es súper enriquecedor. Estamos seguros de que por eso hay mucha gente muy joven en FFF que cuando tenga veintipocos años van a ser súper súper potentes.

    P: Es verdad que tradicionalmente la poca movilización que ha habido en institutos se ha llevado sobre todo desde las AMPAS o ya a nivel del profesorado. Aquí existen Madres x el Clima y Teachers for Future, ¿sabéis si estas organizaciones tienen también vertiente internacional o si existen análogos suyos en otros países?

    R: Creemos que Teachers for Future sí está en contacto con organizaciones similares a nivel internacional pero que sepamos, Madres x el Clima no.

    P: Tras las diferentes acciones que se han llevado a cabo desde septiembre y ya súper asentados, ¿cómo se articula vuestra relación y vuestra participación con otras organizaciones del movimiento ecologista?

    R: Lo que es la gestión de estas relaciones se hace a través de una Comisión de Relaciones Externas dentro de la organización, y tenemos contacto directo con todas. También creemos que desde el movimiento ecologista, la creación de FFF se ha recibido como un BOOM, como una revitalización del movimiento. El resto de las organizaciones ecologistas llevaban mucho tiempo intentando que se consiguiera lo que han conseguido las movilizaciones de los jóvenes, que es que se incluya la crisis climática en el centro del debate político. Esto es algo que se llevaba luchando desde hace tiempo y que parece que por fin se está dando. En parte por eso, nuestra colaboración está siendo muy cercana y muy fluida. Las últimas movilizaciones se han impulsado y organizado codo con codo con muchas otras organizaciones y desde plataformas muy grandes que incluían desde asociaciones ecologistas hasta sindicatos. Esta lucha, que es tan general y que tiene un impacto tan grande, no puede focalizarse sólo en los esfuerzos de los jóvenes. Aunque empezáramos nosotras y aunque fuese sobre todo la juventud la que se movilizó en 15 de marzo también queremos que quede claro que éste no es un problema que nos afecte solamente a la juventud. Al final tenemos que salir toda la sociedad. Esto forma parte de nuestro discurso y de lo que demandamos, y creemos que se consiguió con las acciones del 27 de septiembre y del 7 de octubre que se convocaron no solo desde Fridays sino junto con las plataformas de Alianza por el Clima, Alianza por la Emergencia Climática y 2020 Rebelión por el Clima. Consideramos que está muy bien que salgamos los jóvenes pero que al final tenemos que salir todas.

    P: Desde fuera nos parece que las llamadas a la acción de Fridays se hacen en general desde mensajes esperanzadores y no desde el auto-sacrificio o de alarmas catastrofistas. Aunque el movimiento funcione de manera cohesionada y organizada, obviamente existen diferencias entre cada organización, las hay que tienen visiones de futuro más optimistas o más colapsistas, ¿habéis notado mucho esto a la hora de llevar a cabo acciones conjuntas? 

    R: Obviamente existen diferencias en nuestros mensajes y estrategias de comunicación, y también a otros niveles. No todas las organizaciones tenemos las mismas demandas ni objetivos, por una parte XR demanda la descarbonización completa y emisiones cero netas para 2025, mientras que FFF las exige para 2035. A nivel organizativo, también encontramos diferencias porque nosotras somos tejido asambleario puro y duro mientras que ellos se organizan desde la oligocracia. Lo que pasa es que dentro del movimiento ecologista entendemos que nuestros objetivos finales son comunes y que colaborar siempre será positivo para juntar nuestras fuerzas. Puede haber muchas cosas en las que no estemos de acuerdo pero el consenso se encuentra a través de acuerdos de mínimos y lo importante es que las movilizaciones sean un éxito, y lo están siendo.

    P: Cada vez sois más conocidos, ¿habéis sentido que la atención que estáis recibiendo tiene parte condescendiente o infantilizadora? Nos referimos tanto a los medios como a gente de otras organizaciones o a integrantes de partidos políticos, con los que puede pasar que te den la razón públicamente, que te digan que sí a todo, mientras realmente trabajan en otras posturas.

    R: Creemos que este no ha sido el caso, y que justamente en Fridays hemos sido muy valientes tomando decisiones para que esto no pasase. Cuando la gran mayoría de las organizaciones ecologistas se reunieron con cargos del gobierno en una de las rondas de diálogo con representantes de movimientos sociales, Fridays decidió decir que no. No queríamos entrar a valorar si reunirse con el gobierno era una buena o mala idea pero sobre todo no queríamos que se instrumentalizase con posibles fines electoralistas una lucha tan grande, mucho más grande que personas y gobiernos, y que trasciende el posible gobierno de coalición que se discutía entonces.

    Al mismo tiempo, desde los medios de comunicación, nos suelen llegar peticiones muy específicas para que nos represente una chica joven, concienciada y comprometida que pueda emular la figura de Greta. Nos hemos encontrado con peticiones de aparición en medios que eran casi como una lista de la compra. Pedían: una chica, de dieciséis años, que pueda hablar de ciertos temas, etc. Buscan recrear el fenómeno mediático que se ha creado alrededor de Greta, pero aquí no hemos querido que nuestro movimiento tenga únicamente una cara visible. Queremos que sea plural, y para eso contamos con una Asamblea de portavoces que se organizan para rotar en las apariciones de prensa todo lo posible. Si alguna acaba de aparecer en un medio grande, la próxima vez irá otra, y así. Además, en parte creemos que nos ha podido beneficiar que, al contrario de lo que pudiesen esperar los medios de comunicación, nuestras integrantes más jóvenes, como hemos dicho antes, están adquiriendo una formación política enorme, que sobrepasa la media y que sobrepasa los niveles de madurez que se adquieren normalmente en unos pocos meses. Obviamente no se debería responsabilizar a niños de llevar estos discursos y de ponerlos en el foco del debate, pero nos están poniendo en una situación en la que es necesario que empecemos todas a movilizarnos por nuestro futuro porque si no, vemos que nadie lo hace. Entonces a lo mejor buscan a una niña inocente de 16 años que esperas que hable de la importancia de reciclar y termina explicando lo que significa una transición ecosocialista. Esto nos viene bien porque nos sirve para demostrar que aunque nos quieran tratar como a críos, no nos vamos a dejar porque ya no lo somos, porque nos han hecho crecer a base de leches.

    P: En cuanto a vuestra estrategia para elegir hacia quiénes dirigís estas demandas y a quién interpeláis en vuestras acciones, tanto a nivel nacional como internacional éstas suelen dirigirse hacia el gobierno y no tanto hacia empresas. Entendemos que esto es una decisión consciente ya que por ejemplo protestáis delante del Congreso, ¿por qué os concentráis ahí y en lugar de delante de determinadas empresas, ya sean Repsol, Cepsa, etc.?  Cuáles creéis que son los puntos fuertes de esta estrategia? 

    R: Obviamente creemos que es muy importante apelar a los gobiernos, porque al fin y al cabo son los que deberían estar tomando cartas en el asunto y promoviendo legislación y medidas para combatir el cambio climático. A través de apelar a los gobiernos y de forzarles a adoptar ciertas posiciones también conseguimos llamar la atención de la mayoría de la población, nuestras acciones pretenden llevar el mensaje de que estamos ante una emergencia climática, que esta no es una situación normal.

    De todas maneras estamos de acuerdo con que se lleven a cabo acciones en contra o para presionar a las empresas porque entendemos que los responsables de esta crisis son por una parte los gobiernos por su inacción política, pero por otra las empresas y los bancos por poner al capital frente a la vida, una y otra vez. De momento nos hemos centrado en acciones en instituciones políticas porque de alguna forma así es cómo nació nuestro movimiento, pero tenemos previsiones de llevarlas también ante empresas y avanzar también en nuestras estrategias y discurso. Además, también tenemos que diseñar nuestras estrategias para conseguir los objetivos que pretendemos y adaptarlas a lo que funciona aquí. Si creemos de verdad que por hacer sentadas delante de las oficinas de ciertas empresas, éstas van a cambiar realmente sus políticas de emisiones o residuos, ya ni hablemos de sus planes de negocio, vamos a tener que esperar sentados indefinidamente. No lo van a hacer porque lo que buscan es ganar dinero. Los que pueden llegar a cambiar cómo se hace ese dinero y dónde están los límites son los gobiernos, que en teoría nos representan a la sociedad. Ahí creemos que reside la fuerza de manifestarte delante del Parlamento de tu país, para presionar para que ahí dentro se legisle con mucha más fuerza para impedir que estas empresas no hagan lo que hacen.

    P: Dentro de estas formas de ejercer presión están, como nos habéis dicho antes, las sentadas delante del Congreso, y aunque en otros países han sido otras, ¿creéis que estas estrategias se adaptan bien a lo que queréis conseguir aquí?

    R: Las sentadas han sido una buena forma de lanzarnos y sobre todo de establecer un elemento de reivindicación que se identifique con Fridays pero obviamente pensamos que tenemos que evolucionar desde ahí. Planear las sentadas cada semana, sacar las convocatorias y los carteles, pedir los permisos, estar allí varias horas y trabajar en que participen cada semana más personas para que salgan bien conlleva mucho esfuerzo, que por supuesto desgasta a quiénes las organizamos. Por eso estamos sobre todo en FFF Madrid vamos a centrarnos en seguir sacando convocatorias todos los viernes, pero estas ya no van a ser siempre sentadas sino que queremos hacer también formaciones, a lo mejor asambleas temáticas, u otro tipo de acciones para seguir ejerciendo presión e impulsar nuestras demandas. Esto nos va a ayudar a tener otra perspectiva, ampliar miras y a seguir avanzando.

    P: Apelar al gobierno es uno de vuestras estrategias principales y tras todas las repeticiones de elecciones que ha habido últimamente, ¿cómo os planteáis vuestras estrategias según los posibles cambios en las instituciones a largo plazo? 

    R: Bueno, obviamente dependiendo de los partidos que lleguen al gobierno entenderemos que se pueden consolidar en algunas medidas o retroceder en ciertas políticas, pero al fin y al cabo nuestras demandas son claras y son las mismas para todos los partidos. Nosotras pedimos una serie de cosas y entendemos que según el partido, puede que sean más fáciles de seguir o menos, dependiendo de sus programas electorales o sus intereses. Al mismo tiempo, tampoco consideramos que el PSOE sea nuestro aliado ni en éste ni en ninguno de los escenarios conocidos. Han gobernado antes y no han hecho lo necesario. Ahora mismo, las políticas en materia medioambiental de todos los partidos en el Estado español son insuficientes y aún las cosas que se firman y acuerdan a nivel estatal muchas veces no se cumplen. De todas maneras, esto no pasa solo con las demandas ecologistas sino que parece que desde el gobierno a veces a muchos sectores de movimientos sociales se les dice que sí como a los tontos para luego no aplican las medidas que prometen, y ahí también tenemos que presionar.

    P: ¿Cuáles son vuestros objetivos a corto-largo plazo? En redes hemos visto que estáis impulsando la ECI, la Iniciativa Ciudadana Europea, ¿podéis contarnos un poco de en qué consiste?

    R: Nuestras próximas movilizaciones se estructuran sobre todo al rededor de la COP25 y nos queremos también centrar en la planificación para próximas acciones internacionales en 2020. Después de temporadas de movilizaciones muy grandes muy seguidas, tenemos que reorganizar nuestras fuerzas y ver cómo podemos seguir sumando a más gente. A largo plazo, cómo habéis dicho, y sobre todo a nivel internacional, estamos impulsando la Iniciativa Ciudadana Europea, una propuesta que aúna muchas de nuestras demandas de avances en política verde a nivel europeo, como la reducción del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 y la descarbonización total en 2035. Esta es una petición que tiene que recoger un millón de firmas antes de 2021 y así poder ser presentada y debatida en el Parlamento Europeo. Estamos haciendo campaña en todos los países en los que tenemos presencia así que animo a quienes lean esto a buscarla y firmarla ya que pensamos que llevarla al Parlamento puede ayudarnos a empezar a hacer avances necesarios para que se afronte también la crisis desde este nivel institucional.

    P: No sabemos hasta qué punto es un debate real, porque no han sido comentarios para nada oficiales y todas siguen siendo propuestas, pero hemos visto una supuesta oposición entre el Green New Deal y otras propuestas, como la ECI. ¿Tenéis alguna posición al respecto? 

    R: Desde Fridays impulsamos justamente la ECI porque la estamos apoyando a nivel internacional y también porque hemos participado desde que se ha ido formando y desde que se decidió presentar al Parlamento Europeo. Por supuesto, la apoyamos porque incluye muchas de las demandas que tenemos como organización pero también porque creemos que dentro de los actores internacionales grandes, la Unión Europea es uno de los más accesibles para ejercer nuestra influencia y que se cumpla lo que pedimos. El Green New Deal de momento es un proyecto para Estados Unidos y sobre el que, aunque sabemos que ha habido críticas, no tenemos una posición como organización. Nosotras creemos que los planes de transición que se vayan a adoptar deben cumplir como mínimo nuestras demandas, o ser más ambiciosos, y por eso apoyamos la ECI, pero no como un plan que se oponga a otro, sino que se trata de la propuesta que consideramos mejor ahora mismo.

    P: Bueno, para terminar, y esta es una pregunta que también le hicimos a Extinction Rebellion en su entrevista, ¿cuáles creéis que han sido vuestras victorias más importantes hasta ahora?

    R: Cuando vemos las fotos iniciales de Greta, sola delante del ayuntamiento de su ciudad, y las comparamos con imágenes de las movilizaciones del 27 de septiembre, ya sean de Madrid o de Nueva York, donde por todas partes podías ver a mareas de gente, consideramos que esa es una victoria. El 15 de marzo fuimos 30.000 personas aquí en Madrid, y unos meses más tarde fuimos 150.000, creemos que seguir sumando a tanta gente es súper necesario para ir ganando en la lucha.

    La ilustración de cabecera es «The classroom» (2016), de Catherine Lapointe Vollmer.

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