Por John Bellamy Foster.
Este texto fue publicado originalmente en la revista Monthly Review con el título «On Fire This Time».
Actualmente estamos presenciando lo que parecen ser los comienzos de una revolución ecológica, un nuevo momento histórico que no se parece a ningún otro que la humanidad haya experimentado.[1] Tal y como sugiere Naomi Klein en su nuevo libro On Fire [En llamas], no es solo que el planeta esté ardiendo, sino que para responder a ello se está alzando un nuevo movimiento revolucionario climático que ya ha prendido.[2] He aquí una breve cronología del último año centrada en las acciones por el clima que ha habido en Europa y Norteamérica, aunque se debe insistir en que ahora el mundo entero está objetivamente (y subjetivamente) esta vez en llamas:[3]
- Agosto de 2018: Greta Thunberg, de quince años, da comienzo a una huelga estudiantil frente al Parlamento de Suecia.
- 8 de octubre de 2018: el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC) publica el Informe especial sobre el calentamiento global de 1,5 °C y señala la necesidad de «transiciones en los sistemas [que] no tienen precedentes en lo que a escala se refiere».[4]
- 17 de octubre de 2018: activistas de Extinction Rebellion ocupan la sede de Greenpeace en Reino Unido exigiendo que se lleve a cabo una desobediencia civil masiva para afrontar la emergencia climática.
- 6 de noviembre de 2018: Alexandria Ocasio-Cortez (del Partido Demócrata) es elegida como miembro del Congreso con un programa que incluye un Green New Deal.[5]
- 13 de noviembre de 2018: miembros del Sunrise Movement ocupan el despacho de la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi; se les une la congresista Ocasio-Cortez, recién elegida.
- 17 de noviembre de 2018: activistas de Extinction Rebellion cortan cinco puentes sobre el río Támesis, en Londres.
- 10 de diciembre de 2018: activistas del Sunrise Movement irrumpen en los principales despachos del Partido Demócrata en el Congreso exigiendo la creación de un Comité Selecto para el Green New Deal.
- 19 de diciembre de 2018: se eleva a cuarenta el número de miembros del Congreso que apoyan la creación de un Comité Selecto para el Green New Deal.
- 25 de enero de 2019: Thunberg se dirige al Foro Económico Mundial: «Nuestra casa está en llamas […]. Quiero que actuéis como si nuestra casa estuviera en llamas. Porque lo está».[6]
- 7 de febrero de 2019: la congresista Ocasio-Cortez y el senador Edward Markey presentan la resolución del Green New Deal en el Congreso.[7]
- 15 de marzo de 2019: tienen lugar cerca de 2.100 huelgas por el clima lideradas por la juventud en 125 países, con 1.600.000 participantes (100.000 en Milán, 40.000 en París, 150.000 en Montreal).[8]
- 15-19 de abril de 2019: Extinction Rebellion corta el acceso a muchas partes del centro de Londres.
- 23 de abril de 2019: al dirigirse a ambas cámaras parlamentarias, Thunberg afirma: «¿Habéis oído lo que os acabo de decir? ¿Mi inglés es correcto? ¿Está encendido el micrófono? Porque estoy empezando a dudar».[9]
- 25 de abril de 2019: manifestantes de Extinction Rebellion bloquean la Bolsa de Londres, adhiriéndose a la entrada con pegamento.
- 1 de mayo de 2019: el Parlamento de Reino Unido declara la emergencia climática poco después de que haya habido declaraciones similares en Escocia y Gales.
- 22 de agosto de 2019: el senador y candidato a la presidencia Bernie Sanders lanza el proyecto de Green New Deal más completo hasta la fecha, en el que se propone una inversión de 16,3 billones de dólares en diez años.[10]
- 12 de septiembre de 2019: el número de apoyos a la resolución del Green New Deal en el Congreso llega a 107.[11]
- 20 de septiembre de 2019: cuatro millones de personas participan en la huelga mundial por el clima y tienen lugar más 2.500 acciones en 150 países. Solo en Alemania participan en la protesta 1.400.000 personas.[12]
- 23 de septiembre de 2019: Thunberg se dirige a las Naciones Unidas: «Hay gente que está sufriendo. Hay gente que está muriendo. Hay ecosistemas enteros colapsando. Estamos al comienzo de una extinción masiva y solo sois capaces de hablar de dinero y de cuentos de hadas acerca del crecimiento económico. ¡Cómo os atrevéis!».[13]
- 25 de septiembre de 2019: el IPCC publica el Informe especial sobre el océano y la criósfera, que indica que para el año 2050 muchas megaciudades de poca altitud e islas pequeñas, especialmente las de las regiones tropicales, van a experimentar cada año «fenómenos extremos relacionados con el nivel del mar».[14]
La eclosión de las protestas contra el cambio climático durante el último año ha sido, en buena medida, una respuesta al informe del IPCC de octubre de 2018, el cual declara que las emisiones de dióxido de carbono tienen que alcanzar su tope en 2020, haber caído un 45% en 2030 y alcanzar un impacto neto de cero emisiones en 2050 para que el mundo tenga alguna posibilidad razonable de evitar un catastrófico aumento de 1,5 ºC en la temperatura media global.[15] Un ingente número de personas se ha percatado de que, para dar marcha atrás y alejarnos del borde del precipicio, es necesario iniciar una transformación socioeconómica de una escala equiparable a la crisis del sistema Tierra a la que se enfrenta la humanidad. El resultado es que «System Change Not Climate Change» [cambiar el sistema, no el clima], que es como se llama el movimiento ecosocialista más importante de Estados Unidos, se ha convertido en el mantra del movimiento popular por el clima en el mundo entero.[16]
El ascenso meteórico de Thunberg y del movimiento de las huelgas estudiantiles por el clima, el Sunrise Movement, Extinction Rebellion y el Green New Deal, todo ello en el breve periodo de un año, unido a las protestas y huelgas actuales de millones de activistas contra el cambio climático, la mayor parte de ellos jóvenes, ha traído una transformación masiva de la lucha medioambiental en los países capitalistas avanzados. Prácticamente de la noche a la mañana, la lucha ha abandonado su anterior marco de acción por el clima, más genérico, y se ha desplazado hacia el ala más radical del movimiento, por la justicia climática y el ecosocialismo.[17] El movimiento de acción por el clima ha sido en buena medida reformista y simplemente ha intentado darle un empujoncito al statu quo para que avanzara en una dirección con cierta conciencia climática. La marcha de 400.000 personas que tuvo lugar en Nueva York en 2014, organizada por el People’s Climate Movement, se dirigió a la calle 34 con la Undécima Avenida, un destino banal, en lugar de a las Naciones Unidas, donde estaba teniendo lugar el encuentro entre los negociadores por el clima, con el resultado de que aquello tuvo un carácter más de desfile que de protesta.[18]
Por el contrario, a las organizaciones por la justicia climática, como Extinction Rebellion, el Sunrise Movement y la Climate Justice Alliance, se las reconoce por la acción directa. El nuevo movimiento es más joven, más valiente, más diverso y con una actitud más revolucionaria.[19] En la actual lucha por el planeta, tiene lugar un reconocimiento cada vez mayor de que las relaciones sociales y ecológicas de producción deben ser transformadas. Únicamente una transformación revolucionaria en cuanto a su escala y su velocidad puede sacar a la humanidad de la trampa en la que el capitalismo la ha metido. Como le dijo Thunberg a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático el 15 de diciembre de 2018: «Si tan difícil es encontrar las soluciones dentro de este sistema, quizá deberíamos cambiar el sistema mismo».[20]
El Green New Deal: ¿reforma o revolución?
Lo que ha hecho que en el último año la lucha por una revolución ecológica se convierta en una fuerza aparentemente imparable es el impulso del Green New Deal, un proyecto que encarna la unidad del movimiento por detener el cambio climático, que lucha por la justicia económica y social y se centra en los trabajadores y en las poblaciones situadas en primera línea.[21] No obstante, en origen el Green New Deal no fue una estrategia radical de transformación, sino más bien moderada y reformista. El término Green New Deal quedó establecido en 2007 en un encuentro entre Colin Hines, antiguo jefe de la sección de economía internacional de Greenpeace, y el editor de la sección de economía de The Guardian, Larry Elliott. A la vista del crecimiento económico y de los problemas medioambientales, Hines propuso aplicar cierta dosis de gasto y de keynesianismo verde y lo denominó Green New Deal por el New Deal que había puesto en marcha Franklin Roosevelt durante la gran depresión en Estados Unidos. Elliott, Hines y más gente, como el emprendedor británico Jeremy Leggett, lanzaron el Grupo por el Green New Deal de Reino Unido ese mismo año.[22]
La idea fue recogida rápidamente por los círculos políticos. El columnista proempresarial de The New York Times Thomas Friedman comenzó a promover el término en Estados Unidos prácticamente al mismo tiempo que hacía lo mismo con una nueva estrategia capitalista ecomodernista.[23] Barack Obama avanzó un proyecto de Green New Deal en la campaña de 2008. Sin embargo, abandonó la terminología del Green New Deal junto a lo que quedaba de su contenido después de las elecciones de mitad de mandato de 2010.[24] En septiembre de 2009, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente publicó un informe titulado Global Green New Deal que contenía un plan de crecimiento sostenible.[25] Ese mismo mes, la Green European Foundation publicó A Green New Deal for Europe, una estrategia keynesiana de capitalismo verde, hoy conocida como Green New Deal europeo.[26]
Todas estas propuestas, presentadas bajo el paraguas del Green New Deal, fueron hechas de arriba hacia abajo, combinaban keynesianismo verde, ecomodernismo y una planificación tecnocrática y corporativista, e incluían una preocupación apenas testimonial por la promoción del empleo y la erradicación de la pobreza, así que era la encarnación de un capitalismo verde tibiamente reformista. A este respecto, los primeros proyectos de Green New Deal tenían más en común con el primer New Deal de Franklin Roosevelt, el de 1933 a 1935 en Estados Unidos, que tenía un carácter corporativista y fuertemente proempresarial, que con el segundo New Deal, el de 1935 a 1940, alentado por las grandes revueltas de mediados de la década de los treinta por parte de los trabajadores industriales.[27]
La versión radical del Green New Deal que ha ido ganando terreno el último año en Estados Unidos contrasta de un modo tajante con estas primeras propuestas corporativistas y obtiene su inspiración histórica de la gran revuelta de base que tuvo lugar durante el segundo New Deal. Una fuerza clave en esta metamorfosis fue la Climate Justice Alliance, que surgió en 2013 de la unión de varias organizaciones centradas principalmente en la justicia medioambiental. Hoy día, la Climate Justice Alliance reúne a sesenta y ocho organizaciones diferentes situadas en primera línea y que representan a comunidades con rentas bajas y comunidades racializadas, involucradas en luchas inmediatas por la justicia medioambiental y que apoyan una transición justa.[28]
El concepto fundamental de transición justa tiene su origen en la década de los ochenta y el trabajo del ecosocialista Tony Mazzocchi en la Oil, Chemical and Atomic Workers Union por construir un movimiento radical por la justicia laboral y medioambiental, que más tarde fue difundido por la United Steel Workers.[29] La transición justa, destinada a superar el abismo que hay entre las luchas económica y ecológica, es ahora reconocida como el principio fundamental en la lucha por un Green New Deal popular, aparte de la salvaguarda del clima en sí mismo.
El Green New Deal mutó por primera vez en una estrategia radical de base ―o en un Green New Deal popular, según Science for the People― durante las dos campañas presidenciales sucesivas de Jill Stein por el Partido Verde, en 2012 y 2016.[30] El Green New Deal del Partido Verde tenía cuatro pilares: (1) una carta de derechos económicos que incluía el derecho al trabajo, derechos para los trabajadores, el derecho a atención sanitaria (Medicare for All[31]) y el derecho a una educación superior gratuita y financiada estatalmente; (2) una transición verde que promovía la inversión en pequeñas empresas, la investigación verde y trabajos sostenibles; (3) una reforma financiera real que incluía el alivio de las deudas hipotecarias y estudiantiles, la democratización de la política monetaria, la ruptura con las compañías financieras, el fin de los rescates bancarios gubernamentales y la regulación de los de derivados financieros; (4) una democracia real que acabara con la figura de persona jurídica para las empresas, incorporase una carta de derechos del votante, derogase la Ley Patriótica[32] y redujese un cincuenta por ciento el gasto militar.[33]
No cabe duda acerca del carácter radical (y antiimperialista) del programa original del Green New Deal del Partido Verde. La reducción a la mitad el gasto en el ejército estadounidense era la clave del proyecto para incrementar el gasto estatal en otras esferas. En el corazón del Green New Deal del Partido Verde se hallaba por tanto un ataque a la estructura económica, financiera y militar del imperio estadounidense, al tiempo que centraba sus propuestas económicas en una transición verde que generase hasta veinte millones de empleos nuevos.[34] La parte sobre la transición verde era, irónicamente, el elemento más débil del proyecto. No obstante, en lo que innovó el Partido Verde fue en vincular un cambio medioambiental vital a lo que se concebía como un cambio social igualmente necesario.
Sin embargo, fue en noviembre de 2018 cuando una versión radical del Green New Deal irrumpió en el Congreso de mano de la congresista Ocasio-Cortez ―recién elegida durante las elecciones de mitad de mandato―, cuando este programa se convirtió de repente en un factor crucial dentro del panorama político de Estados Unidos. Ocasio-Cortez había decidido presentarse al cargo después de unirse a las duras protestas encabezadas por indígenas que habían tenido el objetivo de bloquear el oleoducto llamado Dakota Access Pipeline, en Standing Rock (Dakota del Norte), entre 2016 y 2017. Durante la campaña por el Decimocuarto Distrito Congresual de Nueva York, el que representa al Bronx y a la parte centro-norte de Queens, Ocasio-Cortez firmó con el Sunrise Movement un compromiso para no aceptar dinero de las industrias de combustibles fósiles, por lo que el Sunrise Movement hizo campaña a su favor y contribuyó a su sorprendente victoria electoral sobre el congresista Joe Crowley, que había ocupado el cargo durante diez mandatos.[35] Ocasio-Cortez se unió a la sentada del Sunrise Movement en favor de un Green New Deal que tuvo lugar una semana después de las elecciones en el despacho de Pelosi y fue ella quien, junto a Markey, presentó en el Congreso la resolución del Green New Deal.
La campaña de Ocasio-Cortez se inspiró en buena medida en la campaña presidencial de Sanders de 2016, que se definía a como socialista democrática y que llevó al resurgir de Democratic Socialists of America (DSA), a quienes se había afiliado Ocasio-Cortez antes de su elección. Desde el principio, la resolución por un Green New Deal popular adquirió lo que, en muchos sentidos, era un carácter ecosocialista.[36]
En la página catorce de la resolución del Green New Deal presentada por Ocasio-Cortez y Markey en febrero de 2019 se hace referencia a la realidad de la emergencia climática, así como al nivel de responsabilidad de Estados Unidos. Ello se yuxtapone a las «crisis vinculadas a ella», que se manifiestan en el declive de la esperanza de vida, el estancamiento de los salarios, una menguante movilidad de clase, una desigualdad desorbitada, la división racial de la riqueza y la brecha salarial de género. La solución que se ofrece es un Green New Deal que lograría reducir a cero neto las emisiones de gases de efecto invernadero mediante una «transición justa», creando «millones de puestos de trabajo buenos y bien remunerados» dentro de un proceso con el que garantizar un medioambiente sostenible. Está diseñado para «promover la justicia y la igualdad al detener la opresión actual, prevenir la opresión futura y reparar la opresión histórica sobre las poblaciones indígenas, las comunidades racializadas, las comunidades migrantes, las comunidades desindustrializadas, las comunidades rurales despobladas, las personas pobres, los trabajadores con bajos ingresos, las mujeres, los mayores, los sintecho, gente con discapacidad y gente joven (esta resolución se refiere a todos ellos como “comunidades situadas en primera línea y vulnerables”)».
La resolución del Green New Deal se basa en una «movilización nacional de diez años». Durante este periodo, el objetivo es lograr «que el cien por cien de la demanda de energía en Estados Unidos sea satisfecha a través de fuentes de energía limpia, renovable y sin emisiones de carbono». Entre otras medidas se incluyen la oposición «a los monopolios propios e internacionales»; el apoyo a la agricultura familiar; la construcción de un sistema sostenible de alimentación; la creación de una infraestructura para vehículos que no produzca emisiones; la promoción del transporte público; la inversión en el tren de alta velocidad; la garantía de un intercambio tecnológico internacional vinculado al clima; la colaboración con comunidades situadas en primera línea, sindicatos del trabajo y cooperativas de trabajadores; proporcionar un trabajo garantizado, una preparación y una educación superior a la población trabajadora; asegurar un sistema de salud de calidad y universal a toda la población de Estados Unidos; la protección de las tierras y las aguas públicas.[37]
A diferencia del New Deal del Partido Verde, la resolución del Green New Deal del Partido Demócrata según fue presentada por Ocasio-Cortez y Markey no se opone directamente al capital financiero o al gasto militar e imperialista de Estados Unidos. Su carácter radical se reduce más bien al vínculo entre una movilización masiva para combatir el cambio climático y una transición justa para las comunidades en primera línea que incluya medidas económicas redistributivas. Y aun así no cabe duda acerca de la naturaleza radical de las exigencias expuestas, que si se aplicasen en su totalidad exigirían una movilización masiva de toda la sociedad que apuntase a una amplia transformación del capital estadounidense y a la expropiación de la industria de los combustibles fósiles.
El plan de treinta y cuatro páginas de Sanders para el Green New Deal va todavía más allá.[38] Exige un cien por cien de suministros con energías renovables para la electricidad y el transporte en 2030 (lo que conduce a una reducción del 71% en las emisiones de carbono en Estados Unidos) y una descarbonización completa como muy tarde en 2050. Plantea lograr todo esto gracias a una inversión pública de 16,3 billones de dólares en la movilización masiva de recursos con la que abandonar los combustibles fósiles; el énfasis en una transición justa tanto para los trabajadores como para las comunidades en primera línea; la declaración de una emergencia nacional por el cambio climático; la recuperación del Cuerpo Civil de Conservación,[39] y la prohibición de las perforaciones mar adentro, el fracking y la minería de carbón de remoción de cima. Además, ofrecería doscientos mil millones de dólares al Fondo Verde del Clima para apoyar las transformaciones necesarias en países pobres con la intención de ayudar a reducir un 36% las emisiones de carbono para 2030 en los países menos industrializados.
Para asegurar una transición justa para el conjunto de los trabajadores y trabajadoras, Sanders propone «hasta cinco años de salario garantizado, ayuda en la búsqueda de empleo, ayuda en el traslado, sanidad y una pensión basada en el salario anterior», además de ayuda para la vivienda, a todos los empleados desplazados debido al abandono de los combustibles fósiles. Los trabajadores recibirán formación en diferentes itinerarios profesionales, incluidos cuatro años de educación universitaria completamente pagados. El coste de la sanidad estaría cubierto por Medicare for All. A todo ello se le añadirían los principios de justicia medioambiental para así proteger a la población situada en primera línea. Se destinaría financiación a estas comunidades, incluidas las indígenas. La soberanía de las tribus sería respetada, pues en el plan de Sanders está incluido que se ofrecerían 1.120 millones de dólares para programas de acceso y extensión de los terrenos tribales. A ello hay que sumar que el gobierno «destinará 41.000 millones de dólares a ayudar a transformar las macrogranjas» en «prácticas ecológicamente regenerativas», además de apoyar a las granjas familiares.
La financiación llegaría de diversas fuentes, entre las que se incluyen: (1) «un aumento masivo de impuestos a los ingresos y la riqueza de las compañías contaminantes y de los inversores en combustibles fósiles», así como «un aumento de las sanciones a la contaminación que provenga de la generación de energía con combustibles fósiles» por parte de las empresas; (2) la eliminación de los subsidios a la industria de los combustibles fósiles; (3) «la generación de ingresos con la venta de energía producida por las Administraciones de Comercialización de Energía regionales», a lo que hay que añadir los ingresos utilizados para sostener el Green New Deal y que van a ser recaudados hasta 2035, tras lo cual la electricidad será suministrada prácticamente gratis a los consumidores, más allá de los costes de operaciones y mantenimiento; (4) un recorte en los gastos militares destinados a proteger los suministros globales de petróleo; (5) la recaudación de impuestos adicionales provenientes del aumento del empleo, y (6) haciendo que las empresas y los ricos paguen «lo que les corresponde».[40]
El Green New Deal de Sanders se diferencia por tanto de la resolución congresual de Ocasio-Cortez y Markey en: (1) el planteamiento de una línea temporal definida para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (más ambicioso para Estados Unidos, debido a su particular responsabilidad, de lo que de media y bajo el presupuesto global de carbono hace falta para el mundo); (2) su ataque directo al capital fósil; (3) que basa explícitamente la transición justa en las necesidades de la clase trabajadora en su conjunto, al tiempo que presta particular atención a las comunidades situadas en primera línea; (4) la especificación de que se van a crear veinte millones de puestos de trabajo nuevos, como en la anterior propuesta de New Deal del Partido Verde; (5) la prohibición de las perforaciones mar adentro, del fracking y de la minería de carbón de remoción de cima; (6) el enfrentamiento con el papel de las fuerzas armadas en la protección de la economía global de los combustibles fósiles; (7) la estipulación de un desembolso en el Green New Deal por parte del gobierno de 16,3 billones de dólares en diez años, y (8) que la financiación del propio Green New Deal dependa de impuestos a las compañías contaminantes.[41] El plan de Sanders, de todos modos, da un paso atrás respecto a la audaz propuesta del Partido Verde de reducir a la mitad el gasto militar.
Las estrategias del Green New Deal popular que están siendo promovidas en este momento constituyen lo que en la teoría socialista se denomina reformas revolucionarias, esto es, reformas que prometen una reestructuración fundamental del poder económico, político y ecológico y que señalan inequívocamente hacia la transición del capitalismo al socialismo. La escala de los cambios que se prevén es mucho mayor y representa una amenaza de más envergadura al poder del capital que la que planteó a finales de los años treinta el segundo New Deal. La desinversión completa en combustibles fósiles, incluidas las reservas de combustibles, da forma a una especie de abolicionismo impulsado por la pura necesidad y cuyo mayor parecido se encuentra, en cuanto a sus efectos generales a escala económica, en la abolición de la esclavitud en Estados Unidos. Se ha estimado que, en 1860, los esclavos conformaban «el mayor activo financiero de toda la economía estadounidense, con un valor mayor que toda la manufactura y los ferrocarriles juntos».[42] Hoy en día, plantar cara a la industria de los combustibles fósiles y a las industrias e infraestructuras relacionadas, incluida toda la estructura financiera, hace que surjan conflictos similares por la riqueza y el poder simplemente en cuanto a la escala que implica, y esto solo se puede concebir si forma parte de una transformación ecológica y social generalizada. Tanto es así que el Banco Interamericano de Desarrollo declaró en 2016 que las empresas de energía se enfrentaban a una pérdida potencial de veintiocho billones de dólares debido a la necesidad que tiene el planeta de dejar los combustibles fósiles bajo el suelo.[43]
Lo que el capital ha entendido desde el principio es que estos cambios amenazarían la totalidad del orden político-económico, dado que, una vez que la población se haya movilizado por el cambio, todo el metabolismo de la producción capitalista estaría en tela de juicio.[44] Klein escribe que las empresas energéticas «deberán dejar bajo el suelo lo que se ha demostrado que son reservas de combustibles fósiles [que ellas contabilizan como activos] valoradas en billones de dólares».[45] Para el movimiento por la justicia climática, enfrentarse de esta manera al capital fósil y al sistema capitalista imperante en su conjunto exige una movilización social y una lucha de clases de una escala enorme, pues la mayoría de las transformaciones en la producción energética se pondrán en marcha en apenas unos años.
Está claro que ninguna de las propuestas de Green New Deal está siquiera cerca de concebir ―y mucho menos de abordar― la inmensidad de la tarea que plantea la actual emergencia planetaria; pero están fundamentadas en lo que es necesario que suceda que podrían hacer saltar la chispa de una lucha revolucionaria global por la libertad y la sostenibilidad, pues los cambios que se contemplan van contra la lógica del capital en sí misma y no se pueden lograr sin una movilización de emergencia por parte de la población.
Aun así, hay contradicciones pendientes dentro de las propias estrategias del Green New Deal radical en cuanto al énfasis que se hace en el crecimiento económico y la acumulación de capital. Los límites que impone la necesidad de estabilizar el clima son severos y exigen cambios en la estructura de producción subyacente. No obstante, en gran parte todas las propuestas actuales de Green New Deal evitan mencionar la conservación directa de recursos o las reducciones en el consumo total, y mucho menos medidas de emergencia como el racionamiento en tanto que forma equitativa y desvinculada del precio con la que reasignar los escasos recursos sociales (una medida bastante popular en Estados Unidos durante la segunda guerra mundial).[46] Ninguna tiene en consideración el nivel de despilfarro integral para el actual sistema de acumulación ni cómo ello se podría convertir en algo ecológicamente de provecho. En su lugar, todos los planes parten de la base de promover un crecimiento económico o una acumulación de capital rápidos y exponenciales, pese al hecho de que ello agravaría la emergencia planetaria y a que los verdaderos éxitos del segundo New Deal tuvieron mucho menos que ver con el crecimiento que con la redistribución económica y social.[47] Tal y como avisa Klein, el plan para un Green New Deal fracasaría estrepitosamente tanto a la hora de proteger el planeta como en llevar a cabo una transición justa si tomase la senda de un «keynesianismo climático».[48]
El IPCC y las estrategias de mitigación
Con todo ello no se quiere negar que parezca estar en marcha un movimiento tectónico. Las estrategias que ahora mismo se están promoviendo para un Green New Deal radical amenazan con hacer saltar por los aires el proceso de iniciativas científico-políticas liderado por el IPCC en cuanto a lo que se puede y a lo que se debería hacer para combatir el cambio climático, pues hasta ahora este ha cortado el paso a todas las perspectivas sociales y de izquierda. El enfoque del IPCC respecto a las acciones sociales necesarias para mitigar la emergencia climática ha venido dictado en buena medida por la hegemonía política y económica actual, lo cual contrasta de manera nítida con su cuidadoso tratamiento científico de las causas y las consecuencias del cambio climático, que ha estado relativamente exento de intervenciones políticas. Las estrategias de mitigación para reducir las emisiones de dióxido de carbono en todo el mundo han sufrido hasta el momento el duro golpe de la dominación casi total de las relaciones capitalistas de acumulación y de la hegemonía de la economía neoclásica. Las líneas maestras que conforman estos escenarios de mitigación restringen de modo tajante los parámetros de cambio que se tienen en consideración y lo hacen a través de dispositivos como los modelos de evaluación integrada (IAM por sus siglas en inglés, enormes modelos informáticos que integran los mercados energéticos y los usos de la tierra junto a proyecciones de los gases de efecto invernadero) y las trayectorias socioeconómicas compartidas (SPP por sus siglas en inglés, que constan de cinco trayectorias diferentes dentro del actual statu quo, basadas por lo general en marcos tecnológicos, con un crecimiento económico sustancial y que en todos sus modelos deja formalmente a un lado las medidas políticas climáticas).
El resultado de unos modelos así de conservadores, que descartan cualquier alternativa al funcionamiento actual de las cosas, es la proliferación de afirmaciones nada realistas sobre qué se puede hacer y sobre qué se debe hacer.[49] Por lo general, los escenarios de mitigación incorporados al proceso del IPCC: (1) asumen de manera implícita la necesidad de perpetuar la actual hegemonía político-económica; (2) desdeñan los cambios en las relaciones sociales en favor de los cambios tecnocráticos, en buena medida basados en tecnologías que no existen o que no son viables; (3) hacen hincapié en la oferta ―que consta de factores principalmente tecnológicos y vinculados al precio― más que en la demanda, o en reducciones directas en el consumo ecológico, para reducir las emisiones; (4) confían en las así llamadas «emisiones negativas» (es decir, la captura y, de algún modo, el almacenamiento de dióxido de carbono presente en la atmósfera) para permitir alcanzar rápidamente los objetivos de emisiones; (5) dejan a las masas de población fuera de la ecuación y asumen que el cambio será gestionado por unas élites administradoras con una mínima participación pública, y (6) postulan respuestas lentas que dejan fuera la posibilidad (de hecho, la necesidad) de una revolución ecológica.[50]
Así pues, mientras que los modelos y las proyecciones del IPCC recogen de manera adecuada la escala del cambio climático y sus impactos socioecológicos, la escala del cambio social que se requiere para afrontar este desafío es minimizada de manera sistemática en los cientos de modelos de mitigación que utiliza. En su lugar, recurren a soluciones mágicas surgidas de intervenciones basadas en el precio de mercado (como el comercio de los derechos de emisión) y a tecnologías futuristas que parten de inventos que no son viables en la escala que se necesitaría y que están basados en las emisiones negativas.[51] Este tipo de modelos señalan resultados catastróficos para los cuales se supone que la única defensa está en la denominada «eficiencia del mercado» y en extravagantes tecnologías inexistentes y/o irracionales, pues se supone que estos enfoques permiten que la sociedad prosiga con su modelo productivo prácticamente intacto.
Por tanto, la mayor parte de los modelos de mitigación incorporan tecnología de bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (BECCS por sus siglas en inglés), la cual promueve el cultivo de plantas (árboles principalmente) a una escala masiva para luego quemarlas y producir energía, mientras, simultáneamente, capturan el dióxido de carbono liberado a la atmósfera y, de algún modo, lo aíslan y almacenan, como en el caso del aislamiento geológico y oceánico. Si esto se implementase, requeriría de una cantidad de tierra igual a una o dos veces la India y de una cantidad de agua que se acerca a la que actualmente se usa en la agricultura en todo el mundo, y ello pese a la escasez mundial de agua.[52] Tampoco es que la promoción de estos enfoques puramente mecánicos sea un accidente; están profundamente insertos en la forma en que se elaboran estos informes y en el orden capitalista subyacente al que sirven.
Según el destacado climatólogo Kevin Anderson, del Tyndall Centre for Climate Change Research de Reino Unido:
El problema es que cumplir con el compromiso de entre 1,5 y 2º C exige reducciones en las emisiones de los países ricos de más del 10% anual, mucho más de lo que habitualmente se considera posible dentro del actual sistema económico. Los IAM tienen un papel importante y peligroso en lo que parece que es un intento por salir de este impasse. Detrás de una fachada de objetividad, el uso de estos modelos informáticos leviatánicos ha profesionalizado el análisis de la mitigación del cambio climático mediante la sustitución de la política, enmarañada y coyuntural, por el formalismo matemático, que no es coyuntural. Dentro de estos límites profesionales, los IAM sintetizan modelos climáticos sencillos y confían en cómo funcionan las finanzas y en cómo cambian las tecnologías, todo ello apuntalado por una interpretación económica [ortodoxa] del comportamiento humano.
[…]
Habitualmente, los IAM utilizan modelos basados en axiomas del libre mercado. Los algoritmos que integran estos modelos presuponen cambios marginales, cercanos al equilibrio económico, y están fuertemente supeditados a pequeñas variaciones en la demanda como resultado de cambios marginales en los precios. El Acuerdo de París, por el contrario, establece un reto de mitigación que se aleja de los equilibrios de la economía de mercado actual y requiere de cambios inmediatos y radicales en todas las facetas de la sociedad.[53]
Anderson insiste en que la realidad es que los modelos y proyecciones de escenarios climáticos que proporciona el IPCC y que luego son incorporados a los planes nacionales están basados en suposiciones extraídas del análisis general del equilibrio hecho por la economía neoclásica y se elaboran a partir de ideas acerca de la gradualidad de los cambios, según las exigencias del sistema de beneficio. Este tipo de condiciones en los escenarios de mitigación carecen de sentido en el contexto de la actual emergencia climática y son peligrosos en la medida en que coartan la acción que resultaría necesaria, pues ven en una tecnología que no existe a la única salvadora. De los numerosos modelos que el IPCC tuvo en cuenta para su informe de 2018, todos exigían la reducción de dióxido de carbono (CDR por sus siglas en inglés) o las denominadas emisiones negativas, principalmente a través de medios tecnológicos, pero también estaba incluida la reforestación.[54] Lo cierto es que, según explica Anderson, todo el enfoque que tiene el IPCC respecto a la mitigación ha sido un «fracaso acelerado» que ha guiado un proceso radicalmente opuesto a sus propias proyecciones y cuyo resultado es que «las emisiones anuales de CO2 han aumentado en torno al 70% desde 1990». Dado que los efectos de estas emisiones son acumulativos y no lineales y, además, cuentan con todo tipo de retroalimentaciones positivas, el «fracaso actual en la mitigación de las emisiones ha transformado el reto de un cambio moderado en el sistema económico en el de una revisión revolucionaria del sistema. Esta no es una posición ideológica; surge directamente de una interpretación científica y matemática del Acuerdo de París por el clima».[55]
El IPCC reconoció en el informe de 2018 que se estaba acelerando la emergencia climática y dejó a un lado sus informes anteriores para animar tibiamente al desarrollo de enfoques respecto a la mitigación del cambio climático que tuviesen en cuenta también el factor demanda. Ello implica encontrar modos de reducir el consumo, por lo general a través del aumento de la eficiencia (aunque, como es habitual, se le resta importancia a la conocida paradoja de Jevons, según la cual en el capitalismo un aumento de la eficiencia lleva a un aumento de la acumulación y el consumo).[56] Se han presentado diversos escenarios de mitigación que demuestran que las intervenciones en la demanda constituyen la manera más rápida de abordar el cambio climático, e incluso en uno de los modelos se sugiere que se puede alcanzar el objetivo de permanecer por debajo de 1,5 ºC únicamente con un ligero margen de error y sin apoyarse en las denominadas tecnologías de emisiones negativas, sino que más bien ello dependería de mejoras en las prácticas agrícolas y forestales (consideradas una forma no tecnológica de reducción del dióxido de carbono).[57] Es más, estos resultados se alcanzan dentro de los supuestos extremadamente restrictivos de los modelos de mitigación del IPCC, los cuales incorporan formalmente (a través de los IAM y SSP) un crecimiento económico rápido y significativo al tiempo que se excluye toda intervención institucional (o política) respecto al clima. Por ello, algunos críticos radicales, como Jason Hickel y Giorgos Kallis, han sugerido que un enfoque sociopolítico sobre la demanda que haga hincapié en la abundancia y en las políticas redistributivas y que establezca límites al beneficio y al crecimiento (que hoy en día beneficia principalmente al 0,01%) ha demostrado ser mucho mejor en términos de mitigación y constituye la única solución realista.[58]
Una virtud fundamental del surgimiento de las estrategias del Green New Deal radical o popular es, por tanto, que abren el terreno de lo posible de acuerdo a necesidades reales, colocando la cuestión de un cambio transformador como la única base de la supervivencia humana y civilizatoria: la libertad de la necesidad.[59] Aquí resulta importante reconocer que una revolución ecológica y social probablemente atraviese dos etapas que podemos denominar ecodemocrática y ecosocialista.[60] La movilización de la población en un principio adquirirá una forma ecodemocrática que pondrá el énfasis en la construcción de alternativas energéticas y de una transición justa, pero en un contexto general que carecerá de una crítica sistemática a la producción o el consumo. Sin embargo, cabe esperar que llegue un punto en el que la presión del cambio climático y de la lucha por la justicia social y ecológica, espoleada por la movilización de comunidades diversas, lleve a una perspectiva ecorrevolucionaria más amplia que perfore el velo de la ideología recibida.
Aun así, el hecho es que el intento por construir un Green New Deal radical en un mundo aún dominado por el capital monopolista-financiero va a estar constantemente amenazado por una tendencia a virar hacia un keynesianismo verde, en el que la promesa de empleos ilimitados, rápido crecimiento económico y un consumo más elevado va a actuar contra cualquier solución a la crisis ecológica planetaria. Como señala Klein en On Fire:
Un Green New Deal que sea creíble necesita un plan concreto para garantizar que los salarios de todos los buenos trabajos verdes que cree no se despilfarran en unos modos de vida de alto consumo y que, sin darse cuenta, acaben haciendo que las emisiones aumenten; un escenario en el que todo el mundo tiene un buen empleo y un montón de ingresos a su disposición y todo se gaste en chorradas prescindibles […]. Lo que nos hace falta son transiciones que reconozcan los límites rígidos de la extracción y que, simultáneamente, creen nuevas oportunidades para que la gente mejore su calidad de vida y encuentre placer fuera del ciclo infinito del consumo.[61]
La senda hacia la libertad ecológica y social exige el abandono de un modo de producción cimentado sobre la explotación del trabajo humano y la expropiación de la naturaleza y de los pueblos, y que conduce a crisis económicas y ecológicas cada vez más frecuentes y severas. La sobreacumulación de capital bajo el régimen del capital monopolista-financiero ha conseguido que, a todos los niveles, el derroche sea fundamental para la preservación del sistema, creando una sociedad en la cual lo que es racional para el capital resulta irracional para las personas del mundo y para la Tierra.[62] Esto ha llevado a que se echen a perder vidas humanas en un trabajo innecesario dedicado a la producción de mercancías inútiles que requiere del despilfarro de los recursos naturales y materiales del planeta. En cambio, el alcance de este pródigo derroche de la producción y la riqueza humana, y de las de la Tierra misma, es una medida del enorme potencial que existe hoy en día para ampliar la libertad humana y satisfacer las necesidades individuales y colectivas al tiempo que se asegura un medioambiente sostenible.[63]
En la actual crisis climática, son los países imperialistas situados en el centro del sistema los que han producido el grueso de las emisiones de dióxido de carbono que en este momento se concentran en el medioambiente. Son estos países los que aún tienen las mayores emisiones per cápita. Es más, estos mismos estados monopolizan la riqueza y la tecnología necesaria para reducir drásticamente las emisiones globales de carbono. Por ello, es esencial que los países ricos asuman la mayor parte de la carga en la estabilización del clima del planeta y reduzcan sus emisiones de dióxido de carbono en una tasa de un 10% anual o más.[64] El reconocimiento de esta responsabilidad por parte de las naciones ricas, junto a la necesidad global subyacente, es lo que ha llevado al repentino crecimiento de movimientos transformadores como Extinction Rebellion.
Sin embargo, a largo plazo el principal impulso para una transformación ecológica en todo el mundo vendrá del sur global, donde la crisis planetaria está teniendo sus efectos más duros, además del sistema imperialista mundial y de una brecha cada vez mayor entre países ricos y pobres en su conjunto. Es en la periferia del mundo capitalista donde el legado de la revolución es más fuerte, y allí persisten las ideas más profundas acerca de cómo llevar a cabo este cambio tan necesario. Esto es especialmente evidente en países como Cuba, Venezuela y Bolivia, que han intentado revolucionar sus sociedades pese a los duros ataques del sistema imperialista mundial y pese a la dependencia histórica (en los casos de Venezuela y Bolivia) de la extracción energética, impuesta por las estructuras hegemónicas de la economía global. En general, es de esperar que el sur global sea el lugar donde crezca de un modo más rápido un proletariado medioambiental que surja de la degradación de las condiciones materiales de la población tanto a nivel ecológico como económico.[65]
El papel de China en todo esto sigue siendo crucial y contradictorio. Es uno de los países más contaminados y que más recursos consume del mundo y sus emisiones de carbono son tan descomunales que por sí mismas constituyen un problema a escala global. No obstante, hasta el momento China ha hecho más que cualquier otro país por desarrollar tecnologías de energía alternativa destinadas a la creación de lo que oficialmente es denominado una civilización ecológica. Sorprendentemente, en buena medida sigue siendo autosuficiente en cuanto a los alimentos debido a su sistema agrícola, en el cual la tierra es una propiedad social y la producción agrícola depende principalmente de pequeños productores y de lo que queda de la responsabilidad colectivo-comunal. Lo que está claro es que las decisiones presentes y futuras del estado chino ―y, más aún, las del pueblo chino― respecto a la creación de una civilización ecológica probablemente serán claves a la hora de determinar el destino de la Tierra a largo plazo.[66]
La revolución ecológica se enfrenta a la hostilidad de todo el sistema capitalista. Como mínimo, implica ir contra la lógica del capital. En su máximo desarrollo, implica trascender el sistema. Bajo estas condiciones, la respuesta reaccionaria de la clase capitalista, apoyada desde la retaguardia por la extrema derecha, será retrógrada, destructiva e incontrolada. Esto ya lo podemos ver en los numerosos intentos de la administración de Donald Trump por deshacerse incluso de la posibilidad de llevar a cabo los cambios necesarios para combatir el cambio climático (pareciera que para que con él el mundo quemase sus últimas naves), empezando con su retirada del Acuerdo de París por el clima y con la aceleración en la extracción de combustibles fósiles. La barbarie ecológica o el ecofascismo son amenazas evidentes en el actual contexto político global y forman parte de la realidad a la que cualquier revuelta ecológica de masas va a tener que enfrentarse.[67] En estas circunstancias, solo una lucha auténticamente revolucionaria, y no una reformista, va a ser capaz de salir adelante.
Una era de cambio transformador
Es un lugar común dentro de la literatura de las ciencias sociales, que son la encarnación del imperio de la ideología liberal, el contemplar la sociedad como si estuviese constituida por las acciones de los individuos que la conforman. Otros pensadores, más críticos, en ocasiones ofrecen la perspectiva opuesta, en la que los individuos son el producto de la estructura social en su conjunto. Un tercer modelo general observa cómo los individuos influyen en la sociedad y cómo la sociedad influye en los individuos en una especie de movimiento de ida y vuelta, percibido como una síntesis de estructura y agencia.[68]
Frente a estas corrientes dominantes, las cuales son casi todas enfoques liberales que dejan escaso margen para una genuina transformación social, la teoría marxiana, con su perspectiva histórico-dialéctica, descansa sobre lo que el filósofo realista crítico Roy Bhaskar ha denominado «modelo transformador de la actividad social», en el que los individuos nacen en el interior de la historia y son socializados en una sociedad dada (en un modo de producción dado) que establece los parámetros iniciales de su existencia.[69] Sin embargo, estas condiciones y las relaciones productivas cambian de maneras impredecibles y contingentes durante el curso de sus vidas, lo que lleva a consecuencias, contradicciones y crisis involuntarias. Los seres humanos, atrapados en situaciones que no han escogido, actúan tanto espontáneamente como a través de movimientos sociales organizados, y en todo ello se refleja tanto la clase como otras identidades individuales y colectivas, y buscan cambiar las estructuras existentes de reproducción social y transformación social, dando lugar a momentos históricos críticos formados por rupturas y revoluciones radicales y por nuevas realidades emergentes. Como escribió Karl Marx: «Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado».[70]
Este modelo transformador de la actividad social respalda una teoría de la autoemancipación del ser humano dentro de la historia. Las relaciones sociales existentes se convierten en grilletes para el desarrollo humano general, pero también dan lugar a las contradicciones fundamentales en el proceso de trabajo y producción ―o lo que Marx llamó «metabolismo social de la humanidad y la naturaleza»―, que llevan a un periodo de crisis y transformación que amenaza con la subversión revolucionaria de las relaciones sociales de producción o las relaciones de clase, de propiedad y de poder.[71] Hoy tenemos ante nosotros contradicciones así de agudas en el metabolismo de la naturaleza y la sociedad y en las relaciones sociales de producción, pero de un modo para el cual no existe ningún verdadero precedente histórico.
En el Antropoceno, la emergencia ecológica planetaria se superpone a la sobreacumulación de capital y a una expropiación imperialista intensificada, creando una crisis económica y ecológica epocal.[72] Es la sobreacumulación de capital la que acelera la crisis ecológica global al llevar al capital a buscar formas nuevas de estimular el consumo para que los beneficios sigan circulando. El resultado de todo ello es un estado de Armagedón planetario que amenaza no solo la estabilidad socioeconómica, sino la supervivencia de la civilización y de la propia especie humana. Para Klein, la explicación central es sencilla: después de señalar que «Marx escribió acerca de la “fractura irreparable” del capitalismo con “las leyes naturales de la propia vida”», continúa y subraya que «en la izquierda mucha gente ha defendido que un sistema económico construido sobre la liberación de los apetitos voraces del capital arrasaría con los sistemas naturales de los que depende la vida».[73] Y esto es exactamente lo que ha ocurrido en el periodo que siguió a la segunda guerra mundial, a través de una gran aceleración de la actividad económica, el sobreconsumo por parte de los ricos y la consiguiente destrucción ecológica.
Durante mucho tiempo la sociedad capitalista ha glorificado la dominación de la naturaleza. Es bien conocido que William James, el gran filósofo pragmático, se refirió en 1906 al «equivalente moral de la guerra». Aunque rara vez se menciona, el equivalente moral de James era una guerra contra la Tierra, para la que proponía «formar durante varios años a una parte del ejército para que fuera empleada contra la Naturaleza».[74] Hoy tenemos que revertir esto y tenemos que crear un nuevo equivalente moral de la guerra, más revolucionario, que no esté no destinado a utilizar un ejército para conquistar la Tierra, sino a que la población se movilice para salvar la Tierra y que este sea un lugar para que los seres humanos lo habiten. Esto solo se puede lograr a través de una lucha por la sostenibilidad ecológica y la igualdad real que tenga el objetivo de hacer resurgir los comunes globales. Según dijo Thunberg al dirigirse a las Naciones Unidas el 23 de septiembre de 2019: «Es aquí y ahora donde trazamos la línea. El mundo está despertando. Y el cambio se acerca, os guste o no». Esta vez el mundo está en llamas.
JOHN BELLAMY FOSTER es profesor de sociología en la Universidad de Oregón y editor desde hace años de la revista Monthly Review. Su trabajo se ha centrado en la teoría de la fractura metabólica, en el estudio del imperialismo, en el legado teórico de Marx y en la necesidad de una revolución ecosocialista.
La obra que ilustra este artículo es Hoguera de San Juan en la playa de Skagen (1906), de Peder Severin Krøyer.
[1] Aquí la revolución es vista como un proceso complejo que abarca muchos actores y fases, a veces emergentes, a veces desarrollados, y que incluye una impugnación fundamental del estado además de la estructura social de propiedad, productiva y de clases. Puede implicar a actores cuyas intenciones no sean revolucionarias, pero que objetivamente son parte del desarrollo de una situación revolucionaria. Para una analogía histórica, ver George Lefebvre, The Coming of the French Revolution, Princeton, Princeton University Press, 1947 [trad. cast.: 1789: Revolución Francesa, Barcelona, Laia, 1981]. En torno al concepto en sí mismo de revolución ecológica, ver John Bellamy Foster, The Ecological Revolution, Nueva York, Monthly Review Press, 2009, pp. 11-35.
[2] Naomi Klein, On Fire: The (Burning) Case for a Green New Deal, New York, Simon and Schuster, 2019.
[3] James Baldwin, The Fire Next Time, Nueva York, Dial, 1963 [trad. cast.: La próxima vez el fuego, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1964].
[4] IPCC, Calentamiento global de 1,5ºC, Ginebra, IPCC, 2018.
[5] John Haltiwanger, «This Is the Platform That Launched Alexandria Ocasio-Cortez, a 29-Year-Old Democratic Socialist, to Become the Youngest Woman Ever Elected to Congress», Business Insider, 4 de enero de 2019.
[6] Greta Thunberg, No One Is Too Small to Make a Difference, Londres, Penguin, 2019, pp. 19-24.
[7] Congresista Alexandria Ocasio-Cortez, 116.º Congreso, Primera Sesión, resolución de la cámara 109, «Recognizing the Duty of the Federal Government to Create a Green New Deal» (en lo que sigue referida como Green New Deal Resolution), 7 de febrero 2019.
[8] Klein, óp. cit., pp. 1-7.
[9] Thunberg, óp. cit., p. 61.
[10] Bernie Sanders, The Green New Deal, 22 de abril de 2019.
[11] Res. 109, lista de apoyos; S. Res. 59, lista de apoyos.
[12] Eliza Barclay y Brian Resnick, «How Big Was the Global Climate Strike? 4 Million People Activists Estimate», Vox, 20 de septiembre de 2019.
[13] «Transcript: Greta Thunberg’s Speech to UN Climate Action Summit», NPR, 23 de septiembre de 2019.
[14] IPCC, Special Report on the Ocean and Cryosphere in a Changing Climate (Summary for Policymakers), Ginebra, IPCC, 2019, pp. 22-24, 33.
[15] Nicholas Stern, «We Must Reduce Greenhous Gas Emissions to Net Zero or Face More Floods», The Guardian, 7 de octubre de; NPR, óp. cit. Con frecuencia se asume que el mundo debe quedarse por debajo de los 2 ºC para evitar un punto de no retorno con respecto a la relación del ser humano con el planeta, pero cada vez más datos científicos señalan que la marca está en 1,5 ºC. La mayoría de los esquemas de mitigación climática que reconoce el IPCC asumen una superación temporal del límite de 1,5 ºC (si no del límite de 2 ºC) con emisiones negativas y luego la supresión de carbono de la atmósfera antes de que hayan tenido lugar los peores efectos. Pero cada vez está más asumido que una estrategia así es peor que una ruleta rusa en lo que se refiere a las posibilidades estadísticas y solo trae consigo aún más quimeras.
[16] http://systemchangenotclimatechange.org. Ver también Martin Empson (ed.), System Change Not Climate Change, Londres, Bookmarks, 2019.
[17] Para la diferencia entre acción por el clima y justicia climática, ver Klein, óp. cit., pp. 27-28.
[18] A la marcha por el clima le siguió más tarde la acción Flood Wall Street, en la que los manifestantes pusieron en práctica la desobediencia civil, pero les faltó la fuerza de las masas.
[19] Klein, óp. cit., pp. 27-28.
[20] Thunberg, óp. cit., p. 16.
[21] Poblaciones situadas en primera línea o comunidades en primera línea es una fórmula en inglés (frontline communities), aún no demasiado común en castellano, para hacer referencia a la población que, por diferentes condiciones sociales, políticas y económicas, es probable que sufra las consecuencias del cambio climático antes y con menos recursos para hacerle frente. (N. de Contra el diluvio).
[22] Partido Verde de Estados Unidos, Green New Deal Timeline; Green New Deal Policy Group, A Green New Deal, Londres, New Economics Foundation, 2008; Larry Elliott, «Climate Change Cannot Be Bargained With», The Guardian, 29 de octubre de 2007.
[23] Thomas Friedman, «A Warning from the Garden», The New York Times, 19 de enero de 2007.
[24] Alexander C. Kaufman, «What’s the “Green New Deal”?», Grist, 30 de junio de 2018.
[25] UNEP, Global Green New Deal, Ginebra, UNEP, 2009.
[26] Green European Foundation, A Green New Deal for Europe, Bruselas, Green European Foundation, 2009.
[27] David Milton, The Politics of U.S. Labor, Nueva York, Monthly Review Press, 1982.
[28] Climate Justice Alliance, «History of the Climate Justice Alliance».
[29] John Bellamy Foster, «Ecosocialism and a Just Transition», Monthly Review, 22 de junio de 2019; Climate Justice Alliance, «Just Transition: A Framework for Change».
[30] Science for the People ha sido el principal defensor de un Green New Deal popular que incorporase una transición para los trabajadores y las comunidades más vulnerables frente a los intentos por hacer retroceder el Green New Deal a su forma corporativista anterior. Ver Science for the People, «Peoples’ Green New Deal».
[31] Proyecto para desarrollar un sistema de sanidad público, garantizado y gratuito en Estados Unidos. (N. de Contra el diluvio).
[32] Ley aprobada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 por la que se dotó al gobierno federal de una mayor capacidad de control y vigilancia sobre la ciudadanía, supuestamente en aras de luchar contra el terrorismo. (N. de Contra el diluvio).
[33] Jill Stein, «Solutions for a Country in Trouble: The Four Pillars of the Green New Deal», Green Pages, 25 de septiembre de 2012.
[34] Partido Verde, «We Can Build a Better Tomorrow Today, It’s Time for a Green New Deal».
[35] Tessa Stuart, «Sunrise Movement, the Force Behind the Green New Deal Ramps Up Plans for 2020», Rolling Stone, 1 de mayo de 2019. Los miembros fundadores del Sunrise Movement habían tenido su primera experiencia en el movimiento que luchaba por la desinversión en industrias fósiles, particularmente en las universidades, el cual, en diciembre de 2018, afirmaba haber logrado desinversiones por valor de ocho billones de dólares. Sin embargo, los activistas se dieron cuenta de que el siguiente paso consistía en intentar enfrentarse al estado y cambiar el sistema a través de un Green New Deal. Klein, óp. cit., p. 22.
[36] El Partido Verde se ha movido de manera explícita hacia el ecosocialismo y ha patrocinado la conferencia sobre ecosocialismo de Chicago del 28 de septiembre de 2019. Ver Anita Rios, «Green Party Gears Up for Ecosocialism Conference», Black Agenda Report, 10 de septiembre de 2019.
[37] Res. 109, «Recognizing the Duty of the Federal Government to Create a Green New Deal».
[38] Sanders está completamente solo entre los principales candidatos demócratas para las elecciones de 2020 en cuanto a la promoción de un verdadero Green New Deal. El Plan para una Revolución de las Energías Limpias y la Justicia Medioambiental de Joe Biden, presentado en junio de 2019, deja completamente a un lado el énfasis que hace el IPCC en que las emisiones de dióxido de carbono deben reducirse en torno a un cincuenta por ciento en 2030 para permanecer por debajo de 1,5 ºC y, simplemente, promete promover políticas con las que lograr unas emisiones de cero neto en 2050 y un gasto de 1,7 billones de dólares durante diez años en la lucha contra el cambio climático. Elizabeth Warren ha suscrito la resolución del Green New Deal, pero en su Plan de Energías Limpias, presentado en septiembre de 2019, no va más allá de afirmar que apoya una movilización de diez años y hasta 2030 con el objetivo de alcanzar un cero neto de emisiones de gases de efecto invernadero «lo antes posible»; además, propone una inversión de tres billones de dólares durante diez años. Su plan evita mencionar una transición justa para los trabajadores y las poblaciones vulnerables.
[39] El Cuerpo Civil de Conservación fue un programa muy popular que formó parte del New Deal original. Este organismo ofreció trabajo a cientos de miles de jóvenes desempleados en tareas de recuperación, cuidado y conservación de los recursos naturales. (N. de Contra el diluvio).
[40] Sanders, óp. cit.
[41] Pese a que en la resolución del Green New Deal presentada por Ocasio-Cortez y Markey no se aborda cómo sería financiado, el énfasis se puso en la creación de bancos públicos, en una expansión cuantitativa verde y en el gasto deficitario debido a la baja capacidad productiva actual ―una perspectiva apoyada por la teoría monetaria moderna―, y evita deliberadamente hablar de la financiación a través de impuestos a las empresas. Ver Ellen Brown, «The Secret to Funding a Green New Deal», Truthdig, 19 de marzo de 2019.
[42] David Blight, citado en Ta-Nehisi Coates, «Slavery Made America», Atlantic, 24 de junio de 2014.
[43] Ben Caldecott et al., Stranded Assets: A Climate Risk Challenge, Washington D.C., Banco Interamericano de Desarrollo, 2016.
[44] Naomi Klein, This Changes Everything: Capitalism vs. the Climate, Nueva York, Simon and Schuster, 2014, pp. 31-63 [trad. cast.: Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima, Barcelona, Paidós, 2015].
[45] Klein, On Fire, p. 261; J. F. Mercure et al., «Macroeconomic Impact of Stranded Fossil Fuel Assets», Nature Climate Change, 8, 2018, pp. 588-593.
[46] Klein, This Changes Everything, pp. 115-116.
[47] Nancy E. Rose, Put to Work, Nueva York, Monthly Review Press, 2009.
[48] Klein, On Fire, p. 264.
[49] Kevin Anderson, «Debating the Bedrock of Climate-Change Mitigation Scenarios», Nature, 16 de septiembre de 2019; Zeke Hausfather, «Explainer: How “Shared Socioeconomic Pathways” Explore Future Climate Change», Carbon Brief, 19 de abril de 2018.
[50] Estos defectos forman parte de manera directa de los SPP y los IAM. Ver Oliver Fricko et al., «The Marker Quantification of the Shared Socioeconomic Pathway 2: A Middle-of-the-Road Scenario for the 21st Century», Global Environmental Change, 42, 2017, pp. 251-267. Para una evaluación crítica general, ver Jason Hickel y Giorgos Kallis, «Is Green Growth Possible?», New Political Economy, 17 de abril de 2019.
[51] Kevin Anderson y Glen Peters, «The Trouble with Negative Emissions», Science, 354, n.º 6309, 2016, pp. 182-183; European Academies Science Advisory Council, Negative Emission Technologies: What Role in Meeting Paris Agreement Targets, EASAC Policy Report 35, Halle, Academia Alemana de Ciencias, 2018.
[52] Ver John Bellamy Foster, «Making War on the Planet», Monthly Review, 70, n.º 4, septiembre de 2018, pp. 4-6.
[53] Anderson, óp. cit.
[54] IPCC, Calentamiento global de 1,5ºC, 16, 96.
[55] Anderson, óp. cit.
[56] Ver John Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York, The Ecological Rift, Nueva York, Monthly Review Press, 2010, pp. 169-182
[57] IPCC, Calentamiento global de 1,5ºC, 15-16, 97; Jason Hickel, «The Hope at the Heart of the Apocalyptic Climate Change Report», Foreign Policy, 18 de octubre de 2018. Ver también Arnulf Grubler, «A Low Energy Demand Scenario for Meeting the 1.5ºC Target and Sustainable Development Goals Without Negative Emission Technologies», Nature Energy, 3, n.º 6, 2018, pp. 512-527; Joeri Rogelj et al., «Scenarios Towards Limiting Global Mean Temperature Increase Below 1.5ºC», Nature Climate Change, 8, 2018, pp. 325-332; Christopher Bertram et al. «Targeted Policies Can Compensate Most of the Increased Sustainability Risks in 1.5ºC Mitigation Scenarios», Environmental Research Letters, 13, n.º 6, 2018.
[58] Hickel y Kallis, óp. cit.
[59] J. D. Bernal, The Freedom of Necessity, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1949.
[60] Ver John Bellamy Foster, «Ecology», en Marcelo Musto (ed.) The Marx Revival, Cambridge, Cambridge University Press, 2000, p. 193.
[61] Klein, On Fire, p. 264.
[62] Ver Paul A. Baran y Paul M. Sweezy, Monopoly Capital, Nueva York, Monthly Review Press, 1966.
[63] John Bellamy Foster, «The Ecology of Marxian Political Economy», Monthly Review, 63, n.º 4, septiembre de 2011, pp. 1-16; Fred Magdoff y John Bellamy Foster, What Every Environmentalist Needs to Know About Capitalism, Nueva York, Monthly Review Press, 2011, pp. 123-144; William Morris, News from Nowhere and Selected Writings and Design, Londres, Penguin, 1962, pp. 121-122.
[64] Kevin Anderson y Alice Bows, «Beyond “Dangerous” Climate Change: Emission Scenarios for a New World», Philosophical Transactions of the Royal Society, 369, 2011, pp. 20-44.
[65] Para un debate sobre la actual situación ecológica del sur global y su relación el imperialismo, ver John Bellamy Foster, Hannah Holleman y Brett Clark, «Imperialism in the Anthropocene», Monthly Review, 71, n.º 3, julio-agosto de 2019, pp. 70-88. Acerca del concepto de proletariado medioambiental, ver Bellamy Foster, Clark y York, óp. cit. pp. 440-441.
[66] El asunto de China y la ecología es complejo. Ver John B. Cobb (en conversación con Andre Vltchek), China and Ecological Civilization, Yakarta, Badak Merah, 2019; David Schwartzman, «China and the Prospects for a Global Ecological Civilization», Climate and Capitalism, 17 de septiembre de 2019; Lau Kin Chi, «A Subaltern Perspective on China’s Ecological Crisis», Monthly Review, 70, n.º 5, octubre de 2018, pp. 45-57. Sobre el concepto de civilización ecológica y su relación con China, ver John Bellamy Foster, «The Earth-System Crisis and Ecological Civilization», International Critical Thought, 7, n.º 4, 2017, pp. 439-458.
[67] Naomi Klein, «Only a Green New Deal Can Douse the Fires of Eco-fascism», The Intercept, 16 de septiembre de 2019.
[68] Roy Bhaskar, Reclaiming Reality: A Critical Introduction to Contemporary Philosophy, Londres, Routledge, 2010, pp. 74-76.
[69] Ibíd., pp. 76-77, 92-94.
[70] Karl Marx, Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte, 1852; Nueva York, International Publishers, 1963, p. 15 [trad. cast.: El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, en Karl Marx y Friedrich Engels, Obras escogidas, tomo I, Editorial Progreso, Moscú, 1981].
[71] Karl Marx, Capital, vol. 1, Londres, Penguin, 1976, p. 283 [trad. cast.: El capital, vol. I, Madrid, Siglo XXI,, 2017].
[72] Ver Ian Angus, Facing the Anthropocene: Fossil Capitalism and the Crisis of the Earth System, Nueva York, Monthly Review Press, 2016, pp. 175-191.
[73] Klein, On Fire, pp. 90-91; Karl Marx, Capital, vol. 3, Londres, Penguin, 1981, p. 949 [trad. cast.: El capital, vol. III, Madrid, Siglo XXI, 2017].
[74] William James, «Proposing the Moral Equivalent of War», discurso en la Universidad de Stanford, 1906.