[Esta es una de las entrevistas que realizamos en el marco del libro colectivo La conquista del espacio, que puedes descargar íntegro en pdf aquí, o ver poco a poco aquí].
Siempre he vivido en Móstoles (207.000 habitantes), salvo cinco años que viví en Madrid. Mi familia vive allí, y yo también, por motivos económicos. Trabajo en el Bibliometro, en una ciudad limítrofe, a la que me desplazo en metro. Nunca he vivido en un entorno rural, aunque de pequeña veraneaba varias semanas al año en el pueblo de mi familia.
Cerca de mi casa hay zonas verdes, y el municipio dispone de todos los servicios: teatro, bibliotecas, colegios, instituto, universidad, pequeño y gran comercio… Todo a menos de media hora andando, por lo que resultan completamente accesibles a pie, y solo en escasas ocasiones necesito usar el transporte público. Sí que hay ciertas carencias, sobre todo tendencias recientes, como es la falta de arbolado en las plazas del centro, y la progresiva desaparición del pequeño comercio. El cine se ha ido desplazando a grandes centros comerciales en la periferia, aunque queda alguna pequeña sala o centro cultural que pone películas fuera del circuito comercial. Valoro especialmente, y lo echaría de menos si tuviera que mudarme a otro sitio, el poder ir andando a comprar, al médico, a hacer recados varios…
En lo referente a amigos y conocidos, la mayoría se ha tenido que ir fuera de Móstoles a vivir y trabajar. Además, los horarios y el ritmo de trabajo hacen que, pese a que conozco a mis vecinos de bloque, sea difícil establecer nuevas relaciones.
El espacio público disponible en mi entorno es amplio: aunque gran parte de las calles están ocupadas por las terrazas de bares y restaurantes, hay parques en los que se hace deporte, se merienda y cena, se pasea a los perros… incluso los alumnos de los colegios e institutos de la zona los utilizan para sus actividades. Sin embargo, la tendencia va hacia una disminución del espacio verde disponible, sobre todo en relación a la población: cada vez hay más viviendas y comercios, y ha aumentado el ruido y la contaminación.
En los últimos tiempos han surgido conflictos derivados de la urbanización de la zona donde vivo: al ruido se le añade la disminución de los árboles, las plantas, los setos, que repercute negativamente en la fauna urbana (conejos, codornices, erizos, murciélagos…), que cada vez escasean más. Además, los nuevos habitantes de viviendas de lujo han denunciado la existencia de huertos urbanos que llevaban décadas en la zona por estropear el paisaje.
Hay algunas cosas que podrían beneficiarnos a la mayoría y disminuir el impacto del cambio climático en nuestro entorno: plantar árboles y evitar la degradación de las zonas verdes existentes, proteger a sus habitantes no humanos, y potenciar el uso de la bicicleta y el transporte público como medios de transporte prioritarios, en detrimento del coche
La ilustración es obra de Adara Sánchez Anguiano.