[Esta entrevista es parte de los contenidos del libro La conquista del espacio, que podéis descargar aquí o leer por partes aquí].
Vivo desde hace ocho años en una pedanía de ocho habitantes en El Bierzo. Es un entorno de montaña, dentro de un municipio de dos mil habitantes. Me mudé aquí junto con mi pareja, pues ambos pretendíamos cultivar parte de lo que consumimos, con la idea de ser lo más sostenibles posible. Para trabajar, como peón forestal, me desplazo a otro pueblo. Antes de vivir en Vega de la Espinareda viví en Ponferrada, y luego en un pueblo que funcionaba de forma cooperativa. El proyecto se disolvió al cabo de un tiempo, pero todos hemos seguido viviendo en zonas rurales, cada uno por nuestra cuenta.
Las necesidades básicas (alimentación, médico) están cubiertas dentro del municipio, incluso en algunos casos en la propia pedanía, y la falta de opciones de ocio la aceptamos como parte de las renuncias inevitables que apareja el vivir en una localidad tan pequeña. Voy en coche al trabajo, a doce kilómetros de donde vivo. Tardo una media hora, pero aprovecho para los recados que tenga que hacer. Me he planteado utilizar la bicicleta, pero la cuesta lo hace poco recomendable, y el transporte público funciona bajo demanda y no es eficiente; suelen usarlo más personas mayores que nunca han aprendido a conducir o no tienen coche. Si tuviera que mudarme, me costaría renunciar a una de las mejores cosas que tiene vivir aquí, el poder acceder a grandes extensiones de espacio, independientemente de que sean tuyas o no.
Echo de menos tener más vida social, y la mayoría de mis seres queridos están en Ponferrada, a tres cuartos de hora. En el pueblo la población es más o menos estable, si acaso aumenta ligeramente con gente que se jubila y vuelve de localidades más grandes. Tenemos buena relación con los vecinos, nos conocemos todos y funcionamos como una comunidad estrecha, que se encarga de las cosas prácticas más eficientemente que el ayuntamiento. Los lazos son más de tipo práctico que político. Me gustaría que hubiera más politización, pero no lo veo probable.
Uno de los grandes atractivos de vivir aquí es la cantidad de espacio público disponible. Todo el espacio está abierto, incluyendo las fincas privadas, ya que casi ninguna está explotada. No hay ganadería en la zona, lo que facilita el acceso a todo el terreno y disminuye la cantidad de vallas. Siempre está el miedo de que esto cambie y se cierre parte del monte, pero de momento no ha ocurrido. No veo que haya muchas posibilidades de explotación comercial del entorno, más allá de que en algún momento se pudiera abrir alguna casa rural.
Debido a mi trabajo de peón forestal, he observado de primera mano un aumento de incendios fuera de temporada, que supongo que tienen que ver con el cambio climático. El aumento de las temperaturas y disminución de las precipitaciones podrían traer problemas a la ganadería de montaña, que depende de que el pasto crezca solo, y a los castaños, que es de los pocos frutales de la zona. Puede llegar a haber escasez de agua, tanto de riego como de consumo humano, en nuestra pedanía, y en zonas cercanas ya ha ocurrido. Esto, junto con los incendios, podrían ser los principales impactos del cambio climático en la región.
En cuanto a qué se hace contra el cambio climático, no me parece que las administraciones locales estén actuando de ninguna forma. Podrían, como mínimo, impulsar algo más el transporte público, que ahora mismo funciona bajo demanda. Respecto a cambios individuales, hay muchas cosas que ya hacemos muchos por aquí: las casas están aisladas, los circuitos de producción son cortos y el comercio es principalmente local, se aprovecha la biomasa para calentar las casas… incluso es relativamente habitual compartir coche en los viajes a las localidades más grandes. Hay margen para mejora, por ejemplo en el uso de la energía solar, pero en general creo que vivimos de forma bastante sostenible.
La ilustración es obra de Adara Sánchez Anguiano.