Categoría: ecosocialismo

  • El descenso energético (y la necesidad de decrecimiento): implicaciones para las transiciones ecosociales. Continuación del debate con Emilio Santiago Muíño

    El descenso energético (y la necesidad de decrecimiento): implicaciones para las transiciones ecosociales. Continuación del debate con Emilio Santiago Muíño

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    Por Jorge Riechmann.

    Este artículo es una réplica a los artículos publicados aquí y aquí por Emilio Santiago Muíño.

    “No es el flujo finito de energía solar lo que pone un límite al tiempo

    durante el cual puede sobrevivir la especie humana.

    Por el contrario, es el exiguo stock de los recursos terrestres

    lo que constituye la escasez crucial”.[2]

    Nicholas Georgescu-Roegen

    “La economía trata del trabajo, y un barril de petróleo hace el trabajo

    que un ser humano vigoroso puede realizar en cuatro años y medio.”[3]

    Alice J. Friedemann

    El “colapsismo”, afirma mi amigo Emilio Santiago Muíño, “se basa en un diagnóstico distorsionado” sobre todo en lo que a crisis energética se refiere. Escribe, en efecto, que “el colapsismo, tanto en España como a nivel global, tiene inclinación a los análisis en clave de crisis energética. Si hay un asunto candidato a talón de Aquiles de la sociedad industrial por el que se puede imaginar un quiebre sistémico relativamente rápido e irreversible es una súbita disfunción energética”. Vale la pena, entonces, dedicar una mínima reflexión a nuestra situación energética y las perspectivas sobre lo que viene. Entiéndase el texto que sigue como una respuesta a su artículo “No tenemos derecho al colapsismo. Una conversación con Jorge Riechmann (II)”, publicado en Contra el Diluvio el 3 de noviembre de 2022.[4]

    ¿Qué está pasando y con qué perspectivas cabe contar?

    Para hacer frente a la crisis económica agravada por la pandemia de covid-19, y a medida que va enconándose la doble crisis climática y energética, las elites euro-norteamericanas han puesto en marcha algo que tiene algunos elementos de cambio estructural:[5] se nos dice que vamos hacia una transición “verde y digital”. Escuchamos cómo se repite machaconamente este sintagma. Como se vuelve cada vez más difícil seguir defendiendo el capitalismo sin más, parecen abrirse horizontes de “capitalismo verde”, y se invoca un cambio de modelo en el Pacto Verde Europeo y el Plan de Recuperación.[6]

    Para la Unión Europea, la invasión de Ucrania por Rusia en febrero de 2022 complica aún más las cosas. Por una parte, la necesidad de disminuir la dependencia energética de Rusia (carbón, petróleo y sobre todo gas) se supone que debería estimular la transición energética hacia las fuentes renovables, desactivando cualquier oposición social a macroproyectos de eólica y fotovoltaica.[7] Y desde el centro del sistema se deplora que la guerra “está empobreciendo a los hogares por el encarecimiento de la energía y los alimentos”:[8] en 2022, la renta disponible para los hogares españoles cayó más de un 6% (comparando el primer semestre de este año con el primer semestre de 2019, año pre-pandemia de covid-19).

    Por otra parte, el “regreso de la geopolítica” militarista (que en realidad nunca se había ido) implica que los combustibles fósiles se seguirán empleando hasta su completo agotamiento económico (pues nada puede sustituirlos para mover la maquinaria pesada de los ejércitos y de las sociedades que quieren ser superpotencias); y que la energía nuclear continuará su camino, pero no porque resulte ventajosa para producir electricidad (es ruinosa en ese sentido), sino por su íntima asociación con la fabricación de bombas atómicas.[9] Finalmente, hay que recordar que el retorno del muy contaminante carbón a lo largo de 2021 (motivado en Europa por los altos precios del gas natural) es anterior a la guerra en Ucrania;[10] y que la crisis del gasóleo evidenciada en 2022 también lleva unos años gestándose.[11]

    De manera un tanto enternecedora (si no fuese trágica), los portavoces del Gran Poder advierten que “las medidas anunciadas para reducir la dependencia rusa no aceleran la transición energética necesaria [hacia las fuentes renovables], sino que, al contrario, nos alejan de ella. (…) Urge diferenciar el corto plazo, dominado por la necesidad de dar respuestas inmediatas [quemando más carbón], del medio y largo”.[12] Pero señores míos ¿cuándo se hizo otra cosa? Esto es ¿cuándo se permitió que las necesidades del medio y el largo plazo prevalecieran sobre las respuestas inmediatas dictadas por el orden socioeconómico vigente?[13]

    ¿Qué está pasando y con qué perspectivas cabe contar? Me voy a centrar en estas páginas en la cuestión energética –por su importancia en sí misma y porque la ceguera energética que padecen nuestras sociedades (ceguera termodinámica, en sentido más amplio)[14] nos impide comprender lo que está sucediendo y actuar para evitar los escenarios peores. La verdad más incómoda no es la del calentamiento global (An Inconvenient Truth, nos explicaba Al Gore), por dura que sea ésta, sino las verdades que tienen que ver con el abastecimiento de energía.

    La situación, en el tercer decenio del tercer milenio, es así de trágica: no podemos evitar un clima infernal sin una contracción económica de emergencia, saliendo rápidamente de relaciones de producción capitalistas.[15] Y cabe dudar, claro, de que semejante transformación esté en nuestro horizonte… Pero vayamos por partes.

    Nature editorializa

    Un notable editorial de Nature, en marzo de 2022, reivindica el estudio de 1972 The Limits to Growth (el primero de los informes al Club de Roma) y señala que “aunque ahora existe un consenso sobre los efectos irreversibles de las actividades humanas sobre el medio ambiente, los investigadores no se ponen de acuerdo sobre las soluciones, especialmente si éstas implican frenar el crecimiento económico. Este desacuerdo impide actuar. Es hora de que los investigadores pongan fin a su debate. El mundo necesita que se centren en los grandes objetivos de detener la destrucción catastrófica del medio ambiente y mejorar el bienestar”.[16] El editorial de Nature continúa arguyendo que el debate hoy, una vez aceptada la existencia de límites biofísicos al crecimiento, se centra en dos posiciones principales, crecimiento verde versus decrecimiento, y que éstas deberían hacer un esfuerzo por dialogar entre ellas.[17]

    Un debate central, sin duda, que se modula y reitera a diferentes niveles. Por ir a lo cercano: un amigo (y compañero de militancia en Ecologistas en Acción) me decía en junio de 2022 que el debate sobre la transición ecológica (y la transición energética en particular) es extraordinariamente complicado. Nos divide también dentro de los mismos movimientos ecologistas. “La cuestión es si a donde queremos llegar (una sociedad que respete los límites biofísicos) se puede llegar a partir de un sistema industrializado, modificándolo y reduciéndolo, o se puede hacer directamente. Y no parece que tengamos mucho tiempo para ninguna de las dos opciones”.[18] El planteamiento es el mismo que en el editorial de Nature.

    La transición “verde y digital” de la UE

    El 14 de julio de 2021 la Comisión Europea aprobó una serie de medidas encaminadas a reducir las emisiones de GEI (Gases de Efecto Invernadero), que previsiblemente encarecerán el suministro energético y todo lo que depende de él (incluyendo el transporte y bienes tan fetichizados por las sociedades industriales como el automóvil). Según comenta la prensa, “las instituciones comunitarias temen que el castigo fiscal a suministros y servicios indispensables acabe provocando una revuelta similar a la de los chalecos amarillos en Francia, pero a la escala de todo el continente. “Es realmente fácil hacer propaganda negativa a partir de las propuestas que hemos adoptado”, reconocía el comisario europeo de Economía (…). La propuesta de incorporar los edificios y el transporte a un mercado de emisiones aumentaría ligeramente la factura de conductores y hogares si el precio por tonelada de CO2 se sitúa en 30 euros. Pero la subida sería drástica si el derecho de emisión se eleva a 70 euros (…). Las recientes polémicas en España por el incremento en la factura de la luz muestran que cualquier de las propuestas de la Comisión puede ser la chispa de un incendio difícil de controlar.”[19]

    “Cómo desactivar la desigualdad en la transición verde”, se preguntan en las alturas.[20] La respuesta breve sería: dejen de tomarnos el pelo, no han querido desactivar la desigualdad a lo largo de cuatro decenios de capitalismo neoliberal y ahora las cosas se ponen más duras. Se quiere impulsar la transición “verde y digital” con los llamados fondos de recuperación y resiliencia (el programa Next Generation de la UE, que aquí se concreta en el “España Puede” del Gobierno de Pedro Sánchez):[21] se trata, como se ha señalado, de un eufemismo para intentar rescatar a inversores y sufragar el cambio de modelo de negocio de las grandes empresas de los sectores más afectados (automóvil, electricidad).[22] Pero no es esa arista de la problemática ecosocial actual lo que nos interesará aquí.

    Es obvio que el Plan A, seguir como hasta ahora (BAU son las siglas de Business As Usual) en el uso de la energía y todo lo que éste lleva consigo, ya no funciona –aunque la mayoría de nuestras sociedades siga sin asumirlo. Sólo razonar con un poco de realismo sobre el binomio energía-clima nos lleva rápidamente a esa conclusión.[23]

    Ni el plan A ni el plan B nos sirven[24]

    El problema es que el Plan B que despliegan iniciativas de la Comisión Europea como las ahora reseñadas, o las análogas del Ministerio de Transición Ecológica en España, o las de IRENA (Agencia Internacional de Energías Renovables) (o las del Gobierno chino con su proyecto de “civilización ecológica”, quizá más serio que los nuestros europeos),[25] tampoco sirve. ¿Despliegue rápido y masivo de captadores de alta tecnología de energías renovables, junto con “hidrógeno verde” para lo que no pueda electrificarse –transporte por carretera, buques de carga, industria pesada? Como señala Richard Heinberg (en una interesante conversación con Dennis Meadows), el supuesto de fondo es que, si reducimos las emisiones al cero neto, podremos continuar viviendo básicamente como hacemos ahora, es decir, en una cultura de consumo, con ocho mil millones de personas y enormes cruceros de lujo (por supuesto, movidos con hidrógeno). Apenas hay discusión en el mainstream —incluso entre la mayoría de científicos— acerca del hecho de que una población y un consumo crecientes nos van a acabar conduciendo a una serie de crisis de agotamiento incluso si, de algún modo, pudiésemos evitar los peores impactos climáticos.[26]

    Estas estrategias de “capitalismo verde” se basan en premisas falsas (al menos según se están transmitiendo estas medidas a la sociedad): que es posible una transición energética al “100% renovable” sin merma del crecimiento económico, la prosperidad capitalista ni el bienestar ciudadano en una bien ordenada e inclusiva Sociedad de la Mercancía.[27] Una parte de los movimientos ecologistas confía en este plan B.[28]

    Pero esa confianza no está justificada. Consideremos con algún rigor las opciones energéticas a nuestro alcance, y se verá que ni la fuerza del viento, ni la del sol, ni la geotermia (ni por descontado los agrocombustibles, ni nada de lo que técnicamente está a nuestro alcance), pueden sustituir a la energía superconcentrada de los combustibles fósiles, acumulada en el seno de la Tierra a lo largo de cientos de millones de años.[29] Se trata de un regalo geológico insustituible, y al mismo tiempo un regalo envenenado (tragedia climática): luego volveré a ello. “Hacer funcionar todo lo que ahora tenemos pero con la infraestructura de energía verde”[30] no es posible. Pero en el esfuerzo por acercarse a ese imposible se produce una nueva oleada de extractivismo que multiplica el daño a los pueblos del Sur global, los ecosistemas y los seres vivos con quienes compartimos la biosfera.[31]

    El coche eléctrico constituye un ejemplar nudo de contradicciones que permite visibilizar la crudeza de nuestra situación:[32] son, y serán, artefactos más caros y con peores prestaciones que los viejos autos movidos con gasolina o diésel. Y sus impactos ecológicos resultan probablemente mayores –si consideramos no sólo las emisiones de GEI, sino todo el ciclo de vida del vehículo, incluyendo sus elevadísimos requerimientos de materiales.[33]

    Volar es esencialmente incompatible con la preservación de una Tierra habitable.[34] Pero nos sigue pareciendo una suerte de intocable derecho humano… Sin poner en entredicho la movilidad motorizada individual (sea cual sea el motor que propulse al vehículo) o los viajes en avión (por no hablar de los tanques y los vehículos militares para transporte de tropas), no hay forma de situarnos en horizontes de un planeta Tierra habitable.

    La larga fase de descenso energético en cuyos prolegómenos ya nos encontramos nos llevará, o por las buenas o por las malas, a sociedades energética y materialmente más austeras.[35]

    Necesidad de un plan C

    En uno de sus textos recuerda Emilio Santiago Muíño que hasta 1962, la fecha aproximada en la que el petróleo tomó el relevo del carbón como primera fuente de energía de nuestro metabolismo social (y también el año de mi nacimiento), éste apenas triplicaba al de la era preindustrial. El mundo de Elvis, la Revolución Cubana, la Internacional Situacionista o los primeros viajes espaciales sólo era, en términos energéticos, tres veces más grande que el de Kant. Hoy nuestro mundo es 14 veces más grande que el de Kant. Este salto exponencial de nuestra huella energética en apenas dos generaciones ilustra el proceso que el ecólogo Steffen ha bautizado como Gran Aceleración: la más rápida transformación de la relación humana con el mundo natural de toda la historia de la especie.[36]

    Antonio Turiel, un experto confiable para estos asuntos, establece algunas fechas. Cénit del petróleo crudo: 2005. Cénit de todos los “petróleos”: 2018. Cénit del carbón: 2014. Cénit del gas: 2020-25. Cénit del uranio: 2016. Cénit conjunto de todas las formas de energía no renovable: 2018-2020. Porcentaje de nuestro uso de energía hoy que podrían proporcionar las fuentes renovables: 30-40%.[37] Y no se puede querer todo a la vez: “no se puede luchar contra el colapso ni contra el cambio climático y al mismo tiempo “querer limpiarse el culo con toallitas húmedas”. La economía decrece con la menor disponibilidad de energía, es lo que nos enseña la historia y es también su última lección. El desacoplamiento del crecimiento de PIB de la quema de combustibles fósiles –afortunada o desafortunadamente– es pura fantasía”.[38]

    ¿No hay salida? Sí, sería menester un decrecimiento rápido con niveles inéditos de igualación social[39] (es decir, una rápida transición a una sociedad poscapitalista energética y materialmente austera: yo lo llamo ecosocialismo descalzo).[40] Ser capaces de asumir, por ejemplo, que el automóvil privado fue un lujo pasajero (para apenas una parte privilegiada de la humanidad) que las sociedades sustentables sencillamente no pueden permitirse. Por ahí iría el Plan C que hoy parece del todo inabordable.[41]

    Pues ¿quién está hoy proponiendo una perspectiva semejante –vale decir, quién está haciéndose cargo de la realidad? ¿Quién dice la verdad a sociedades que padecen una intensa ceguera energética? ¿Dónde hallamos un poco de realismo termodinámico y biofísico? No en las elites capitalistas (al menos no en sus manifestaciones públicas), pero tampoco en las confundidas (y minuciosamente des-educadas durante decenios) mayorías sociales. Ni en los países del Norte ni tampoco en los del Sur global.

    El dilema para los movimientos ecologistas

    Los elementos de transición energética ahora puestos en marcha atrapan a los movimientos ecologistas en un dilema sin solución posible a corto plazo. Si dicen la verdad (“nos empobreceremos sí o sí, porque habremos de vivir con mucha menos energía; se trataría de gestionar ese empobrecimiento de forma igualitaria”) se ven reducidos a una posición de extrema marginalidad. No sólo porque chocan contra las expectativas de vivir mejor materialmente (o al menos no hacerlo peor) que sigue alentando a la inmensa mayoría de la sociedad, sino también porque no se da, ni de lejos, una relación de fuerzas que permita rápidos avances en igualdad social. Todo lo contrario: la debilidad de la izquierda en sentido amplio (el “partido de la igualdad”) sigue siendo extrema en toda Europa, y no se atisban a corto plazo condiciones para una reconstrucción.[42]

    Pero –el otro cuerno del dilema– si los movimientos ecologistas (o los movimientos sociales críticos, más en general) se dejan llevar por la ola de las promesas (engañosas) de un “capitalismo verde” y próspero, “100% renovable”,[43] han de contar con que esta ola se volverá contra quienes la han promovido en plazos relativamente breves. Pues los sectores populares europeos dirán algo así: “nos asegurasteis bienestar y prosperidad 100% renovable, pero nos estamos empobreciendo mientras que los ricos, ellos sí, se aprovechan de la situación”. Lo “verde” se verá desacreditado, y también pagarán justos por pecadores: la alianza de una parte de los movimientos ecologistas con el capitalismo verde pasará una gravosa factura.

    Por otra parte, las ilusiones sobre el “100% renovable” fracturan necesariamente a los movimientos ecologistas entre quienes priorizan el rápido despliegue de infraestructura renovable (compartiendo, al menos parcialmente, aquellas “ilusiones renovables”) y quienes priorizan la defensa del territorio (a veces sin suficiente perspectiva general y apoyándose de entrada en sentimientos NIMBY, Not In My Backyard: “que no me pongan el megaparque eólico y la nueva línea de alta tensión al lado de mi casa”).

    El modelo de macroinstalación renovable para la producción de electricidad nace muerto, como ha señalado Antonio Turiel en diversos lugares.[44] La transición energética, al modo que se está haciendo o acelerada, es imposible, muestra Carlos de Castro en una síntesis de resultados “pesimistas” que corta el aliento.[45]

    “Renovables sí, pero no así”

    “Tren sí, pero no así”. “Energía eólica sí, pero no así”. “Fotovoltaica sí, pero no así”. La tarea del ecologismo ha sido una misión imposible, porque requería de la sociedad aceptar cierto empobrecimiento voluntario con respecto al mundo de los combustibles fósiles, en un mundo que sigue entendiendo “progreso” y vida buena como incremento del consumo de mercancías.

    “Renovables sí, pero no así”. ¿Entonces cómo? Lo que los movimientos ecologistas apenas se atreven a musitar es: renovables sí pero empobreciéndonos materialmente (porque usaríamos mucha menos energía, aunque ello no implica que no podamos organizar una vida buena dentro de los límites del planeta Tierra).[46] Alicia Valero y Antonio Valero suelen insistir sobre lo siguiente: por unidad de electricidad generada, la eólica necesita 25 veces más materiales que las centrales térmicas convencionales (de gas o carbón).[47] Y ¡la cantidad ni siquiera es lo más importante en estos dispositivos de alta tecnología para captar energía renovable, o usarla en dispositivos como los coches eléctricos! Se usa neodimio, disprosio, cobalto, níquel, manganeso, junto con grandes cantidades de cobre, zinc o litio… casi toda la tabla periódica de los elementos, entre ellos muchos metales escasos y “tierras raras” –con los enormes impactos asociados a su extracción.[48]

    Un estudio sobre electromovilidad basado en el modelo de dinámica de sistemas MEDEAS llega a las conclusiones siguientes: tras realizar las simulaciones en diferentes escenarios, se observa que el aluminio, el cobre, el cobalto, el litio, el manganeso y el níquel tienen demandas tan altas que prácticamente provocaría el agotamiento de las reservas mundiales en varios escenarios.[49]

    Fuente: Alicia Valero, en VV. AA., “Material bottlenecks in the future development of green technologies”. Renewable and Sustainable Energy Reviews 93, 2018

    En el decenio 2010-2020, según datos de la AIE (informe The Role of Critical Minerals in Clean Energy Transitions), la cantidad promedio de minerales necesarios para una nueva unidad de capacidad de generación de energía ha aumentado en un 50%, al haberse incrementado la inversión en energías renovables –y a pesar de que éstas sólo aportan aún hoy una porción mínima del total de energía primaria que está empleando el mundo.[50]

    Luis González Reyes resume un extensísimo estudio finlandés reciente de esta forma lapidaria: “Harían falta 221.594 nuevas plantas eléctricas para un mundo como el actual 100% sin combustibles fósiles. En 2018 había 46.423 plantas. Reemplazar a los combustibles fósiles por renovables sin decrecer (mucho) es imposible”.[51]

    Según estudios que está realizando el grupo de investigación GEEDS (radicado en la Universidad de Valladolid), basados en modelos de dinámica de sistemas, el potencial renovable en España (incluyendo biomasa) sería de 840-1040 PJ/ año con un mix energético mayoritariamente eléctrico (pasando a un 60% frente al 23,5% actual).[52] Ahora bien, el consumo en 2019 fue de 3580 PJ en nuestro país. Es decir, tendríamos un recorte del 71-77%. Repitámoslo: reemplazar a los combustibles fósiles por renovables sin decrecer (mucho) es imposible.

    Como bien señala Emilio Santiago Muíño, “la escasez de minerales (para energías renovables, infraestructura robótica y el internet de las cosas) es un cuello de botella insuperable para que la IV Revolución Industrial pueda universalizarse. Sus avances serán parciales, y directamente proporcionales al privilegio geopolítico que actores imperiales del sistema-mundo pueda imponer a costa del resto”.[53] Ni con cuatro planetas Tierra tendríamos bastante para hacer la transición energética entendida al modo convencional (lo que llamé antes plan B), señala Alicia Valero en una entrevista.[54]

    Sería menester añadir que a los problemas de escasez de recursos minerales han de añadirse los de inestabilidad de las redes eléctricas integradas de corriente alterna, que en 2021 se han hecho más tangibles (y en Centroeuropa han dado lugar a cierto temor social al “Gran Apagón”).[55]

    Sin autocontención y frugalidad, el abismo

    Sin autocontención y frugalidad, el abismo. Menos del 5% de los europeos (aquellos con menor poder adquisitivo) consume en niveles compatibles (quizá, siendo optimistas) con el acuerdo de París sobre calentamiento global.[56] El extractivismo se basa en relaciones neocoloniales: en la Unión Europea vivimos apenas el 6% de la población mundial, pero absorbemos entre el 25 y el 30% de los metales de todo el planeta, tendencia que todavía crecerá a través de desarrollo de las tecnologías “verdes y digitales”, según constata un estudio de Amigos de la Tierra y la Oficina Europea del Medio Ambiente.[57] En algunas dimensiones esa exigua población ya ocupa (ocupamos) probablemente todo el espacio ecológico disponible en la Tierra.[58]

    Y atención, no es sólo un asunto del 1% frente al 99%, si hablamos de los países centrales del sistema. Nuestro mundo está fracturado por múltiples desigualdades. Así, en términos de energía y materiales, los consumos per cápita (a la baja) de los países de la OCDE multiplican los del resto del mundo por los siguientes factores: biomasa 13, combustibles fósiles 7,4, metales 7, minerales 6,4.[59] ¿Cómo se traducen las desigualdades en responsabilidades? Un activista ecosocial como Gustavo Duch tuiteaba el 20 de diciembre de 2021: “Menos luchar contra la pobreza y más luchar contra la riqueza”.[60] Y aporta el siguiente cuadro:

    Muy significativo… si no olvidamos que el volumen de emisiones individual medio compatible globalmente con el objetivo de 1,5°C como máximo está en 1,1 toneladas de equivalente de CO2/ persona/ año hasta 2050.[61] Esto es: también esa mitad de nuestra población con menos ingresos cuadruplica el objetivo en emisiones (y el promedio general lo septuplica). Así que “luchar contra la riqueza” incluiría a toda la población pobre, en países sobredesarrollados como el nuestro…[62]

    Una investigación en Finlandia estimó la huella material de 18 finlandeses beneficiarios de las prestaciones de renta mínima (esto es, personas pobres): entre 7,4 y 35,4 toneladas. Pero lo ecológicamente sostenible se movería entre 6 y 8 toneladas.[63] Como señala Martín Lallana, “es algo que no podemos perder de vista. Porque, obviamente a tope con reventar los superyates, los SUV y las piscinas climatizadas de los ricos, pero eso no lo resuelve todo. No mientras nuestras sociedades hagan que la subsistencia exceda la biocapacidad del planeta…”[64]

    Señala Daniel Innerarity que “las grandes transformaciones demandan sacrificios, pero la sociedad no los hará si no confía en que habrá una ganancia, personal y colectiva, y que los costes se repartirán equitativamente”.[65] Ninguna de las dos condiciones está dada: ni la igualdad social necesaria para que los costes se repartan con justicia, ni la expectativa de ganancias, con respecto a los valores que hoy prevalecen (para poder valorar como buena la vida que surgiría de una transición ecosocial decrecentista, necesitaríamos hoy los valores que sólo se generalizarían mañana, a medida que se experimentasen los beneficios de una vida más lenta, un entorno más saludable, una socialidad más rica, una educación menos alienada, etc.).

    Nuestra ceguera energética

    Junto a aquellos preocupantes datos sobre materiales, el otro fenómeno que nos cuesta concebir es la increíble densidad energética (y versatilidad) de los combustibles fósiles. Por eso, desde la izquierda con cierta conciencia ecológica se suele argumentar así: “Estamos retrasando el fin de la era de los combustibles fósiles porque nos hemos acostumbrado a hacer las cosas de una determinada manera. La economía, la política y la psicología se hallan detrás de la aparente incapacidad o falta de voluntad de la humanidad para alterar el rumbo con respecto a la producción y el consumo de energía, aunque sabemos que los combustibles fósiles están destruyendo el medio ambiente al producir grandes cantidades de gases de efecto invernadero que retienen el calor de la tierra y elevan la temperatura del globo”.[66]

    Pero, por desgracia, no se trata sólo de la inercia, de que estemos acostumbrados “a hacer las cosas de una determinada manera”. No se trata (sólo) de que el 1% en lo alto de la pirámide esté compuesto por sociópatas avariciosos.[67] Nos enfrentamos a una dificultad material enorme, una verdadera trampa civilizatoria, y frente a ella estamos ciegos. Se trata de nuestra ceguera mayor, anclada en nuestra ignorancia termodinámica: no captamos lo que significa esa increíble densidad energética y versatilidad de los combustibles fósiles que antes mencioné.

    El historiador israelí Yuval Noah Harari cree que basta “invertir el 2% del PIB anual mundial en desarrollar tecnologías e infraestructuras sostenibles” para evitar una catástrofe climática, lo cual le tranquiliza mucho: “Reasignar el 2% del presupuesto de una partida a otra es el trabajo de cualquier político: sabemos hacerlo”.[68] Andreas Malm cree que sustituir los combustibles fósiles por energías renovables es factible y que “sólo unos pocos sectores se resentirían”,[69] la aviación por ejemplo: uno se pregunta cómo un investigador de su talla puede incurrir en semejante error de apreciación con respecto a lo que significa una transición energética. Ecosocialistas estadounidenses como Max Ajl creen que “los países podrían desarrollar suficiente energía renovable y capacidad de almacenamiento para producir [sic] la misma cantidad de energía que en la actualidad, o incluso más”, y sólo ven un problema con el ritmo de tal sustitución:[70] ¡bendita ilusión!

    El problema no son –sólo– los “industriales diabólicos” del sector de los combustibles fósiles que quieren “sus ganancias a corto plazo a costa de todo, absolutamente todo lo demás”. El problema no es sólo que se haya desarrollado “un equilibrio de corrupción” entre empresas de combustibles fósiles, líderes políticos y mass-media, como sugiere Peter Kalmus, científico climático de la NASA y destacado activista de Scientist Rebellion.[71]

    Otro ejemplo de estas infraestimaciones: comentando el fin oficial de la gasolina con plomo en el mundo (acaecido en julio de 2021: se supone que esto evitará más de 1,2 millones de muertes prematuras al año), Thandile Chinyavanhu, activista de Greenpeace para Clima y Energía en Sudáfrica, proclamó: “Si podemos eliminar uno de los combustibles contaminantes más peligrosos del siglo XX, podemos eliminar por completo todos los combustibles fósiles”.[72] Pero esto es como razonar de la siguiente forma: si puedo subir los tres pisos de mi casa sin ascensor hasta llegar a mi vivienda, igualmente puedo escalar el Mont Blanc…

    Un último ejemplo. Según una nota de prensa de la OMM (Organización Meteorológica Mundial), el Secretario General de NN.UU., Antonio Guterres, censuró el 18 de mayo de 2022 “la sombría confirmación del fracaso de la humanidad para afrontar los trastornos climáticos” y se sirvió de la publicación del informe The State of the Global Climate 2021[73] para reclamar la adopción de medidas urgentes encaminadas a encarar una transformación de los sistemas energéticos que es “fácil de lograr” y alejarnos así del “callejón sin salida” que representan los combustibles fósiles.[74] Hay que convenir con Guterres en que los combustibles fósiles son un callejón sin salida, o quizá mejor una trampa que evidencia un enorme fracaso civilizatorio. Pero que las transiciones energéticas hacia sociedades posfosilistas sean “fáciles de lograr” es harina de otro costal…

    Se nos escapa la excepcionalidad histórica de los combustibles fósiles

    Se nos escapa la excepcionalidad histórica del petróleo (y de los combustibles fósiles en general). El conductor de una locomotora controla la energía equivalente a la fuerza muscular de cien mil hombres; la piloto de un avión a reacción, la de setecientos mil.[75] Renunciar a esa sobrepotencia no es deshacerse de un hábito ni cambiar unos pocos sectores económicos, sino mucho más: sería la Renuncia con mayúsculas. Descarbonizar significa empobrecerse.[76]

    En el Manifiesto ecosocialista de 1989, los autores se referían a “un parque de máquinas que equivaldría [dentro de una o dos generaciones] a 40.000, 50.000, 60.000 millones de esclavos”[77]… No, señores: ¡la estimación es falsa en un orden de magnitud! No 50.000 millones de esclavos energéticos, que ya son muchísimos, sino 500.000 millones. Inimaginable, ¿verdad? “En 2018 la economía mundial funcionaba a base de una energía constante de 17 billones de vatios, suficiente para alimentar continuamente más de 170.000 millones de bombillas de 100 W. Más del 80% de esta energía (…) procedía de los 110.000 millones de barriles de petróleo equivalentes en forma de hidrocarburos fósiles que alimentan (y están embebidos en) nuestras máquinas, transporte e infraestructura. A razón de 4,5 años/ barril, es el equivalente al trabajo de más de 500.000 millones de trabajadores (frente a los cerca de 4.000 millones que existen realmente en la actualidad). La historia económica del siglo XX fue la historia del aporte de la productividad solar prehistórica procedente del subsuelo a la productividad agrícola de la tierra. Estos “ejércitos” fósiles constituyen los cimientos de la economía mundial moderna y realizan su trabajo incansablemente en miles de procesos industriales y vectores de transporte”.[78]

    Lo que tenemos aquí no es el proverbial elephant in the room, sino más bien un barril de petróleo invisible en medio del salón. Y de hecho, haciéndonos cargo de aquella increíble densidad energética antes mencionada (muchísima energía en poco volumen), más que un barril habría que imaginar algo mucho más pequeño, como una aceitera. Sería la petroaceitera invisible (petróleo, al fin y al cabo, significa “aceite de piedra”).

    En definitiva, no basta con razonar sobre energía y límites biosféricos en general: tenemos que comprender en detalle la excepcionalidad de los combustibles fósiles. La inmensa mayoría de las izquierdas, cuando se dan cuenta de que existe un gravísimo problema climático, sigue presentando el conflicto energético como si fuese “la industria de los combustibles fósiles contra el resto de la sociedad” (y así el 1% frente al 99%), pero la realidad es más cruda, por desgracia: se trata de la sociedad fosilista (de la que el 99% formamos parte en el Norte global) contra las perspectivas de una Tierra habitable. Por supuesto, la dominación capitalista enreda y exacerba el problema.

    Una trampa civilizatoria

    Vamos con decenios –por no decir más de un siglo de retraso. “El etanol se utilizó por primera vez en motores de combustión en 1826. Rudolf Diesel inventó el motor diésel en 1890 con la intención de que funcionara con combustible biológico. La primera batería práctica, la célula Daniell, se inventó en 1836. La primera célula de combustible de hidrógeno se inventó en 1839. La crisis energética de la década de 1970 llevó en EEUU al establecimiento del Departamento de Energía en 1977, y desde entonces miles de millones de dólares han financiado investigación sobre energía en universidades y Laboratorios Nacionales. El problema básico y no resuelto es que las fuentes de energía alternativas requieren combustibles fósiles para cada paso de su ciclo de vida”.[79]

    Por ejemplo, producir polisilicio es un proceso altamente intensivo en electricidad. El analista alemán Johannes Bernreuter señala que las tres cuartas partes del polisilicio existente, componente esencial para la construcción de células fotovoltaicas, procede de fábricas chinas… cuya electricidad se genera a partir de carbón.[80] Ahora que aumenta mucho la demanda de células fotovoltaicas para impulsar una “transición energética verde”, lo previsible es una explosión concomitante del uso de carbón.[81] Así nos engañamos a nosotros mismos, fingiendo que los desplazamientos de impactos son reducciones reales de los mismos…

    La dependencia de nuestras renovables de alta tecnología con respecto a los combustibles fósiles es un asunto central.[82] “La inversión en renovables es en sí misma muy intensiva en energía. Así que, a corto plazo, vamos a necesitar más crudo. (…) John Hess, jefe del productor independiente de petróleo de EE UU que lleva su nombre, predice que los 16 billones de inversiones verdes previstas “turboalimentarán” la demanda de petróleo en un futuro próximo”.[83] O como lo explica Antonio Turiel:

    “A día de hoy nadie ha sido capaz de construir una presa hidroeléctrica, un aerogenerador o una placa fotovoltaica de forma que en el proceso de fabricación, instalación, mantenimiento y desmantelamiento eventual no se utilicen combustibles fósiles. Nadie lo ha conseguido sólo con energía renovable porque no es evidente que se pueda hacer. A lo mejor se podría en una virguería técnica, pero seguramente gastaríamos más energía de la que el sistema nos devolvería, con lo cual tendríamos un sumidero energético y no una fuente de energía. Por otra parte, no nos damos cuenta de que materiales que damos por garantizados, como el cemento y el acero, dependen críticamente de la existencia de combustibles fósiles. Nadie aborda este problema seriamente porque es un punto insalvable. No está en absoluto demostrado que estos sistemas se puedan hacer sin combustibles fósiles. De hecho, algunos autores dicen que los sistemas renovables actuales, los eléctricos, son solamente extensiones de los combustibles fósiles. Obviamente tienen menos huella de carbono, emiten menos CO2 por unidad de energía producida, pero sin CO2 fósil no se pueden poner en marcha”.[84]

    Y profundizando un poco más en el asunto: como explican Óscar Carpintero y Jaime Nieto, la construcción de estos dispositivos renovables de alta tecnología implica poder alcanzar altas temperaturas en la industria: entre 1480ºC y 1980ºC para los panales fotovoltaicos; entre 980ºC y 1700ºC para el cemento y el acero de los aerogeneradores. Esto requiere el uso de combustibles de alta densidad como petróleo, carbón o gas. Con la gran mayoría de las tecnologías renovables sólo cabe lograr temperaturas para procesos industriales en la franja baja: menos de 400ºC. Así, si pensamos en la gran escala, “no es posible fabricar tecnologías renovables con el uso de electricidad procedente de las propias fuentes renovables, teniendo que acudir al consumo de combustibles fósiles. Por desgracia, las renovables no tienen autonomía que las haga independientes de los combustibles fósiles”.[85]

    Recetas factibles frente a tecnologías viables

    Ahora bien, asumiendo que las fuentes de energía alternativas requieren combustibles fósiles para cada paso de su ciclo de vida, supongamos for the sake of the argument –es muchísimo suponer– que se lograra una transición al “100% renovable” (entendido convencionalmente) en los estrictos plazos impuestos por la tragedia climática, dos o tres decenios (en realidad, la urgencia que impone esa tragedia climática en curso es mayor, y las transiciones energéticas de la sociedad industrial han operado con plazos mucho más largos).[86] En ese período de transición las emisiones de GEI apenas menguarían o incluso aumentarían (por la dependencia de los combustibles fósiles ya mencionada). Es lo que el profesor de la UPM Mariano Vázquez Espí (miembro del Grupo de Investigación en Arquitectura, Urbanismo y Sostenibilidad) ha propuesto (sólo medio en broma) llamar la “paradoja de Carpintero” (por el economista ecológico Óscar Carpintero, profesor de la Universidad de Valladolid) siguiendo la estela de la paradoja de Jevons (que venía a decir que el aumento de rendimiento de las máquinas de vapor, lejos de disminuir el consumo de carbón, en conjunto lo aumentaba). La enuncio, dice Vázquez Espí, “a mi manera, sin permiso de su autor: en la situación actual, construir todo lo necesario para una transición hacia el todo renovable para 2050 o así, lejos de disminuir las emisiones de GEI, las aumentará”.[87]

    La vida útil de aerogeneradores y células fotovoltaicas se sitúa, a lo más, en ese plazo: dos o tres decenios. De manera que apenas completada la instalación de la primera generación de máquinas habría que empezar ya a sustituirlas. ¿Cómo se haría, si no disponemos de sistemas de alta tecnología para la captación de energía renovable que se reproduzcan a sí mismos? Y no se crea que nos hemos encontrado de repente con este problema: hace medio siglo, Nicholas Georgescu-Roegen ya lo formuló en estos términos.

    “Las tecnologías viables basadas en la radiación solar o en las reacciones nucleares requieren, para darles forma, una inmensa cantidad de materiales –en el primer caso, para concentrar su baja densidad; y en el último, para restringir su alta densidad–. Únicamente los combustibles fósiles pueden ser utilizados con instalaciones más pequeñas [debido a su elevada densidad energética], y en algunos casos virtualmente sin instalación alguna. (…) La materia es un factor tecnológico tan crucial [y restrictivo] como la energía.”[88]

    Como Ernest Garcia ha recordado en numerosas ocasiones,[89] Nicholas Georgescu-Roegen formuló una distinción entre recetas factibles (cosas que sabemos hacer) y tecnologías viables (conjuntos de recetas factibles autosostenidas por un proceso de alimentación básico). Se podría hablar también de sistemas sociotécnicos autorreproducibles o matrices técnicas durables. Las tecnologías viables han de ser autorreproductivas.

    Georgescu-Roegen decía que, a lo largo de la historia humana, sólo han existido dos tecnologías viables: el control del fuego –sociedades preindustriales, Prometeo I– y la máquina de vapor –sociedades industriales, Prometeo II–. Ahora que llega a su fin el modelo energético fosilista, ¿cuál será la tercera tecnología viable –si es que llega a haberla (Prometeo III)–?[90]

    Como explica Art Berman, “una economía 100% renovable es un concepto correcto sólo en el caso de que estemos dispuestos a aceptar un nivel de vida más bajo y una población mucho menor que la actual. Los seres humanos nunca han pasado de una fuente de energía de mayor densidad a una de menor densidad. Un mundo de energías renovables tendría una economía más pequeña y menos productiva debido a la menor densidad energética de sus fuentes primarias. Soy un defensor de la energía solar y eólica, y me tomo el cambio climático muy en serio. Sin embargo, es fundamental que la gente sepa la verdad: el mundo será mucho más pobre cuando se abandone la energía fósil.”[91]

    Si no captamos la dependencia profunda de las sociedades industriales con respecto a los combustibles fósiles, infravaloraremos las dificultades de cualquier transición ecosocial poscapitalista en serio. Y si abrimos los ojos al profundo carácter fosilista del capitalismo, aparece una fenomenal dificultad estratégica: descarbonizar significa empobrecernos,[92] y parece harto difícil movilizar a la sociedad en pos de objetivos climáticos y ecológicos que van de la mano con cierto empobrecimiento. Tal es la dura píldora que hemos de tragar, no dorarla. (Y a continuación, por supuesto, podemos y debemos matizar sobre qué es pobreza y riqueza, qué es escasez y abundancia, y cómo son pensables vidas buenas para todo el mundo con un uso mucho menor de energía y materiales.)[93]

    Pasó el tiempo de los cambios graduales e incrementales

    A medida que fuimos dejando pasar el tiempo sin poner en marcha el cambio de rumbo que necesitábamos, los problemas se fueron complicando y pudriéndose de tal manera que se han vuelto cada vez más inabordables. Esto se puede constatar si uno se toma tiempo para examinar la cuestión climática, por ejemplo, y hace números con el menguante presupuesto de carbono que aún se supone que podríamos emitir (con los límites del grado y medio o los dos grados de temperaturas promedio sobre los niveles preindustriales).

    Todo está bastante claro. La mayor parte de los combustibles fósiles aún extraíbles deberían quedar bajo tierra.[94] Y las sociedades sobredesarrolladas deberíamos estar reduciendo entre un 8 y un 11% las emisiones anuales de gases con efecto invernadero (GEI), sobre todo dióxido de carbono[95] (en vez de eso, seguimos creciendo en las emisiones de GEI a un 1-2% anual).[96] Pero esto es algo imposible a menos que se dé una verdadera revolución, un profundo cambio sistémico: algo así como acostarnos capitalistas y amanecer ecosocialistas a la mañana siguiente.

    Es un descenso de emisiones que sólo sería compatible con una transformación total de las estructuras de producción y consumo de nuestras sociedades (en términos de contracción económica de emergencia), y que no puede pensarse tampoco sin un nivel de igualdad social enorme. Porque un nudo de esa tragedia es que esa reducción de GEI sólo puede ir de la mano con la reducción del uso del uso de combustibles fósiles (pues no debemos fantasear con el “desacoplamiento” entre emisiones y crecimiento económico).[97] Y esto significa empobrecimiento (en el sentido de que se reduzca la capacidad de hacer cosas: menos actividades, menos producción y consumo, menos movilidad…). Esa clase de empobrecimiento (en la producción de bienes y servicios, no necesariamente en las opciones de vida buena) es inconcebible sin una redistribución igualitaria radical. Pero apenas son sectores ecologistas minúsculos los que tienen los ojos abiertos ante estas duras realidades.

    Así pues, lo que hubieran podido ser trayectorias de cambio gradual y relativamente indoloro en los años 1970 ahora ya no están a nuestro alcance. Para evitar los escenarios peores hoy necesitaríamos transformaciones muy rápidas y profundas, sistémicas, que por desgracia no vemos en nuestro horizonte. “Un descenso relativamente ordenado requeriría dosis de capacidad anticipatoria, convicción democrática, cohesión social y solidaridad internacional muy superiores a las que hoy parecen disponibles”.[98]

    ¿Una crisis de escasez?

    A los seres humanos no se nos da mal creer y desear cosas contradictorias a la vez. Aunque las encuestas indican que en Europa la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas apoya medidas contundentes para reducir el consumo de combustibles fósiles, al mismo tiempo rechaza el mecanismo de mercado que se pretende utilizar para lograrlo: las subidas de precios, bien sea por un suministro reducido, bien por los impuestos. Y aunque casi todos reconocen la necesidad de combatir el cambio climático, en países como Inglaterra, Estados Unidos, España, China y muchos más “la necesidad de los gobiernos de encontrar motores de crecimiento económico se traduce en nuevos planes de construcción que no son compatibles con las metas de Glasgow”, advierte el economista medioambiental Tim Jackson, autor de Prosperidad sin crecimiento y exasesor del Gobierno británico laborista sobre desarrollo sostenible.[99]

    Lo podemos llamar disonancia cognitiva, o pensamiento mágico: querer el fin, pero de ninguna manera los medios necesarios para lograrlo.

    La crisis ecológica es, de alguna forma, una crisis de escasez, es decir, “no hay suficiente” (suficientes recursos naturales para el sostenimiento digno de la vida humana tal y como estamos haciendo hoy las cosas). Pero, visto el problema desde una cultura de la suficiencia, bastaría con cambiar las expectativas, valores y objetivos de las personas para que tal escasez se convirtiera en abundancia.[100]

    Nate Hagens ha manifestado en alguna ocasión que “en realidad lo que afrontamos no es escasez de energía, sino exceso de expectativas”.[101] Pensemos un momento: en un país como España, estamos usando unas 3 tep (toneladas de equivalente de petróleo) de energía primaria por habitante y año (2,8 en el promedio de España, 3,3 en Cataluña, 3,4 en el promedio de la UE-28, con datos de 2009).[102] Ahora bien, ¡esto es una gran sobreabundancia energética! Vivimos en sociedades que son “millonarias energéticamente”, y eso –visto desde un ángulo ligeramente distinto– significa que tenemos margen para usar mucha menos energía y aun así vivir bien.

    El capitalismo crea un problema de escasez en la medida en que vivimos en un contexto de metabolismo socioeconómico diseñado para el crecimiento continuo, con subjetividades moldeadas para el deseo permanente de “siempre más”. Deseamos mal y deseamos demasiado –nos hacen desear demasiado– para sostener unas economías que se expanden demasiado: de ahí que nuestra civilización choque violentamente contra los límites biofísicos y nos aboque a un problema de escasez y, en última instancia, de colapso ecosocial.

    Como ha escrito Sam Alexander, “cuando aceptamos que existen límites físicos para el crecimiento, esto no tiene por qué limitar nuestras vidas, análogamente a como el número limitado de teclas de un piano nunca ha limitado al pianista. Nunca llegará un día en que se hayan compuesto todas las hermosas sonatas. De manera similar, hay un número infinito de formas de vida significativas y satisfactorias coherentes con vivir una vida de suficiencia material; es decir, una vida basada en cierto contenido material [limitado] puede tomar cualquier cantidad de formas. Negar esto, sugeriría yo, revela falta de imaginación”.[103]

    “No podemos vivir sin algo de esperanza”

    La “Cuarta Revolución Industrial” es una huida hacia adelante desesperada, con mucho de maniobra propagandística de las élites del capitalismo. La presente “transición energética” en el Viejo Continente amenaza con llevarse a los movimientos ecologistas por delante, precisamente en la trágica coyuntura histórica en que más haría falta un ecologismo lúcido y pujante, capaz de organizar una transición socioecológica decrecentista. Pero, por el momento, lo ecológica y socialmente necesario aparece como política y culturalmente imposible… No es posible descarbonizar nuestra economía dependiente de los combustibles fósiles sin empobrecernos. Al no aceptar esta verdad básica –tal movimiento permitiría desplegar políticas públicas específicas para un descenso energético y transformación económica con redistribución igualitaria–, la inercia de una sociedad de la mercancía gobernada por oligarquías plutocráticas conduce de forma automática a descargar ese empobrecimiento sobre los de abajo (tanto a escala internacional como nacional-estatal). Y así seguimos descendiendo hacia el abismo…[104]

    Philipp Blom aboga por el Green New Deal en la prensa, y él mismo se pregunta: “Pero ¿no hace ya mucho que traspasamos el punto sin retorno? Eso tendrán que decirlo los historiadores del futuro. La verdad es que no comprendemos suficientemente la infinita complejidad de los sistemas naturales para saberlo” –y asentimos: eso es correcto, hay una incertidumbre irreductible en nuestro conocimiento sobre el Sistema Tierra. Pero no podemos obviar la tendencia constante en los últimos decenios, en lo que hace al calentamiento global sobre el que escribe Blom: como ha mostrado Ferran Puig Vilar, tanto la evolución de la situación real como nuestro más afinado conocimiento sobre ella muestran una pauta consistente de peor que lo esperado. Lo racional es esperar novedades y sorpresas, sí –pero por desgracia éstas se acumulan por el lado malo. Y a renglón seguido Blom termina la frase precedente de la siguiente forma: “…y no podemos vivir sin algo de esperanza”.[105] Con esto, amigos y amigas, pisamos terreno pantanoso: nuestra motivación auténtica ¿es entonces el wishful thinking, el deseo de creer que “todo saldrá bien”, en contra de nuestro mejor conocimiento? ¿Y ello nos lleva a aferrarnos a inservibles clavos ardiendo, como las promesas de Green New Deal sin cuestionamiento del sistema?[106]

    ¿A nuestro alcance?

    Seguir construyendo puertos –cuando apenas navegarán barcos; seguir construyendo autopistas –cuando apenas circularán vehículos; seguir construyendo aeropuertos –cuando apenas volarán aviones; seguir hormigonando suelos –cuando necesitaremos toda esa superficie para cultivar y renaturalizar… ¿Somos capaces de asumir la senda de descenso energético en la que ya nos encontramos, y pilotarla con niveles elevados de igualdad social?

    No hay posible transición a la sustentabilidad sin un fuerte decrecimiento en el uso de materiales y energía. Lo que necesitaríamos, como más de una vez ha sintetizado Luis González Reyes, es una transición de emergencia caracterizada por (a) el decrecimiento (en el uso de energía y materiales), (b) la redistribución de la propiedad, los ingresos y la riqueza y (c) el desarrollo de renovables realmente renovables (aquellas realizadas con materiales y energía renovable). ¿Está esa transición revolucionaria a nuestro alcance?

    El plan A y el plan B comparten elementos de revuelta contra la realidad (mucho más marcadas en el caso del plan A, claro): hagamos como si no existiesen límites biofísicos, hagamos como si pudiésemos prevalecer frente a las constricciones de la termodinámica, la biología, la geología… Y lo malo del plan C es que, desde la concepción del mundo hoy dominante, no resulta nada atractivo.

    Coda: energía y belicismo

    Si tanto el Plan A como el Plan B son inviables, y empujan hacia seguir explotando las reservas de combustibles fósiles existentes, todavía en peor posición nos sitúa la militarización mundial que ha acelerado la invasión de Ucrania por Rusia. El presidente de EEUU, Joe Biden, anuncia planes para expandir la perforación en busca de petróleo y gas en el Golfo de México y Alaska el día después de la devastadora decisión del Tribunal Supremo de EEUU sobre el clima,[107] y a pesar de las claras advertencias de los científicos climáticos del mundo de que la expansión de los combustibles fósiles debe terminar de inmediato, señala el climatólogo Peter Kalmus.[108] También la UE echa mano al carbón para suplir el menguante flujo de gas natural ruso.[109] De hecho, el consumo de carbón está creciendo en el mundo entero, y China e India se han puesto a construir nuevas centrales alimentadas por el combustible fósil más contaminante de todos.[110]

    Kalmus manifiesta ingenuidad (quizá fingida) cuando sostiene que “en mi opinión, Biden ha perdido una oportunidad clara e histórica proporcionada por la invasión de Ucrania para usar su púlpito de intimidación y los considerables poderes de su cargo para alejar rápidamente nuestra economía energética de los combustibles fósiles y acercarla a las energías renovables”.[111] Pues pretender seguir manteniendo los modos de vida imperiales del Norte Global exige seguir explotando los combustibles fósiles; y todavía en mayor medida, pretender mantener la hegemonía global en un mundo bélico de “Imperios Combatientes” (Rafael Poch de Feliu) hace imperioso el recurso a todas las reservas existentes de petróleo, carbón y gas natural (desembocando en un infierno climático). La militarización de las relaciones internacionales desemboca necesariamente en el infierno climático: no habrá portaaviones estadounidenses ni cazabombarderos chinos movidos por energía solar.

    Las energías renovables no pueden darnos el mundo de potencia, velocidad y destructividad del capitalismo basado en combustibles fósiles. Las renovables pueden proporcionarnos lo suficiente –pero no el sobreconsumo energético que hoy parece normal.[112]

    Una anécdota, y con esto ya acabo

    En la cafetería donde suelo desayunar en Cercedilla, el 27 de marzo de 2022, un parroquiano se exalta: “¡El gasóleo de calefacción a 1,60! En cuanto pueda pongo una caldera de pellets…” La secuencia describe perfectamente la tragedia en ciernes. El descenso energético desde los combustibles fósiles, si no hay reducción drástica y rápida del uso de energía, lleva a la devastación completa de la biosfera terrestre: extractivismo de biomasa y recursos minerales.

    Funcionamos no como seres inteligentes, sino como una plaga de langostas. (Y los pellets subirán también de precio hasta hacerse inasequibles, por otra parte, si no hay una reducción drástica del uso de energía.)

    Como no aprendemos apenas por las buenas, confiamos en el aprendizaje por shock: “sólo abriremos los ojos cuando nos demos el batacazo”. Pero hemos vivido un shock enorme a partir de 2008, con la crisis financiera (y luego económica generalizada); y luego otro tremendo shock a partir de 2020, con la covid-19. Y a estas alturas está claro que en esos choques no hemos aprendido casi nada… Nunca se borra de mi memoria aquella sabia advertencia de Stanislaw Jerzy Lec: “No esperéis demasiado del fin del mundo”.

    Anejo: Otros modelos de transición energética, por Antonio Turiel

    “Frente a este modelo fósil y ecocida, existen otros modelos de transición renovable, viables y vivos, aunque se pretenda hacer creer que no hay alternativa. Son modelos de los que no se habla porque no interesa, aunque si existe alguna salida a nuestra situación actual es a través de ellos.

    Para empezar, la energía renovable se debe aprovechar allí donde se capta, para evitar pérdidas en su transporte. Para seguir, se debe utilizar en la misma forma en que llegue, en vez de convertirla en electricidad o hidrógeno con grandes pérdidas. La energía mecánica del viento y del agua se debe convertir en energía mecánica para mover engranajes: así funcionaban los molinos papeleros, las colonias textiles y algunas metalurgias a principios del siglo xx; también, por supuesto, se debe usar para moler grano y triturar materiales. La energía solar, que es primariamente de tipo térmico, debe ser usada en los domicilios para producir agua caliente sanitaria, cosa que se puede conseguir simplemente con un depósito y unos tubos pintados de negro, capaces de calentar agua incluso con radiación solar difusa. Con un pequeño espejo parabólico, la radiación solar se puede usar para hacer cocinas solares e incluso hornos. En los lugares más insolados del territorio, la energía solar fuertemente concentrada con grandes espejos se puede usar para fundir metales y conseguir las altas temperaturas que se requieren en algunos procesos industriales. Por último, no se debe olvidar la gran fuente de recursos que suponen las plantas, tanto las cultivadas como las silvestres. La gran diversidad de moléculas que nos proporcionan las plantas puede aprovecharse tanto para producir bioplásticos como para sintetizar compuestos que hoy en día se obtienen del petróleo, como por ejemplo los que se usan en las medicinas o en infinidad de reactivos de interés industrial. La materia vegetal, de la misma manera que los residuos orgánicos de cualquier origen, puede aprovecharse en simples biodigestores para producir biogás con múltiples usos energéticos y también materiales (síntesis de polímeros). Incluso se puede usar para producir biocombustibles que se podrían utilizar en motores convencionales. Y eso sin contar con los usos tradicionales de ciertos cultivos como materia prima textil.

    ¿Quiere decir que se debe renunciar a producir electricidad o incluso hidrógeno? No, por supuesto: se tendrá que producir cierta cantidad de electricidad, útil para muchos de los usos ordinarios actuales, desde pequeños electrodomésticos a los grandes centros de control, y para la iluminación. Y el hidrógeno puede tener un hueco, especialmente en procesos en los que se requiera conseguir una llama de alta temperatura. Pero estas formas de aprovechamiento deben ser complementarias a las expuestas más arriba, y en absoluto las troncales. Y hay un aspecto que es fundamental de todos estos sistemas: la frugalidad del uso. Los sistemas arriba descritos son eficientes y tienen mucho menor impacto ambiental que el sistema de macroparques, pero solamente si su uso es mesurado y adecuado. Así, por ejemplo, una pequeña cantidad de cultivos para biocombustibles puede ser útil y razonable, pero puede crear competencia con la alimentación humana y animal, aparte de esquilmar el terreno, si se intenta sobreescalar. Un uso racional y limitado de la fuerza hidráulica permite crear riqueza y trabajo localmente, pero puede causar alteraciones ecosistémicas e incluso alterar el curso del río aguas abajo si se intenta sobreexplotar. La clave del éxito es la sostenibilidad bien entendida: el uso mesurado y responsable de los recursos que garantice que quienes vengan después también los puedan utilizar. Porque nosotros no somos los propietarios de este mundo, tan sólo sus inquilinos provisionales.”[113]

    La ilustración de cabecera es «Untitled (Red Form)», de Eileen Gray (1878-1976). 

    [1] Una primera versión de este texto fue expuesta como conferencia en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Granada el 19 de abril de 2022.

    [2] Nicholas Georgescu-Roegen, La ley de la entropía y el proceso económico, Fundación Argentaria/ Visor, Madrid 1996, p. 377. (Ed. original en inglés: 1971)

    [3] Alice J. Friedemann, Life After Fossil Fuels. A Reality Check on Alternative Energy, Springer -Lecture Notes in Energy, Cham (Suiza) 2021, prefacio (p. v).

    [4] Aquí el enlace: https://contraeldiluvio.es/no-tenemos-derecho-al-colapsismo-una-conversacion-con-jorge-riechmann-ii-emilio-santiago-Muíño/

    Una cuestión muy de detalle, pero que no deja de tener su importancia en el contexto actual: el “caso del informe del Hill’s Group”, que Emilio expone como ejemplo de las debilidades epistémicas del “colapsismo”, muestra en realidad exactamente lo contrario. Como aquel informe anunciaba “una caída vertiginosa de la tasa de retorno energético del petróleo, que en el 2025 estaría casi en cero”, resultaba lógico preguntarse si era sólido (pues si lo era, se trataba del asunto más importante del decenio, si no del siglo). Precisamente para investigar sobre ello “se llegó a organizar un gran evento del Foro de Transiciones con la plana mayor del ecologismo nacional para analizarlo”, y aquel esfuerzo analítico mostró la endeblez de la investigación subyacente. Exactamente así funciona el avance en el conocimiento… Ojalá se pudieran organizar más reuniones de esa clase para ponernos en claro (transdisciplinarmente) sobre otras investigaciones científicas con consecuencias ecosociales potencialmente enormes.

    [5] Una puntualización pertinente: “Aquí no ha habido una súbita concienciación ecológica de los grandes poderes. Lo que hay es la constatación de que la producción de petróleo está condenada a decrecer. Las compañías petroleras están reduciendo su inversión desde 2014, después de comprobar en el período 2011-2014 que ni con los precios del petróleo más altos que puede tolerar la economía es posible ganar dinero. No quedan yacimientos que resulte rentable explotar y por eso el conjunto de las petroleras de todo el mundo ha reducido su gasto en exploración y desarrollo un 60% desde 2014 (Repsol lo ha reducido un 90%). Por tanto, la producción de petróleo tocó su máximo, el peak oil, en diciembre de 2018 y se encuentra en retroceso desde entonces, retroceso que la llegada de la covid-19 ha agravado. La Agencia Internacional de la Energía, en su informe de 2020, anticipaba que en el peor escenario de inversión la producción de petróleo irá cayendo en el próximo lustro, hasta el punto de que hacia 2025 podría ser la mitad de la actual. Incluso con una gran concertación internacional y la participación de los Estados, una caída del 20% parece inevitable; ¡y en sólo cinco años! No se había visto un bajón semejante desde la Segunda Guerra Mundial. Esto explica las prisas actuales. El problema del peak oil es conocido desde hace décadas, pero siempre se ha intentado minimizar su importancia para no abrir otros debates pertinentes, sobre la viabilidad del capitalismo o la necesidad de redistribución. Ahora ya es tarde, y la rápida caída de la producción de hidrocarburos líquidos augura que el precio se disparará varias veces, para caer a continuación, al bajar temporalmente la demanda de petróleo a medida que los costes prohibitivos de todo destruyan sectores productivos enteros y los hagan desaparecer. Así pues, tenemos un problema de escasez de petróleo para el que no nos preparamos antes y que ahora queremos resolver en cuestión de unos pocos años. Porque, además, la escasez de petróleo acaba originando escasez de todo, ya que la mayoría de las mercancías se mueven con petróleo (con barcos, aviones, camiones…)”. Antonio Turiel, “El debate renovable: naturaleza viva vs. naturaleza muerta”, Soberanía alimentaria, 2021; https://www.soberaniaalimentaria.info/numeros-publicados/77-numero-41/871-el-debate-renovable-naturaleza-viva-versus-naturaleza-muerta

    [6] Una buena crítica en Hélène Tordjman, La croissance verte contre la nature, Critique de l’écologie marchande, La Découverte, París 2021.

    [7] Editorial: “Por la transición energética”, El País, 2 de abril de 2022. François Gemenne, “Con más renovables, los Putin tendrían menos poder” (entrevista), El País, 22 de marzo de 2022.

    [8] Antonio Maqueda, “La renta de los hogares ya cae la mitad que en la Gran Recesión”, El País, 24 de octubre de 2022.

    [9] Escribe José María Lasalle: “La seguridad se ha colado en el inconsciente europeo por la puerta de atrás del miedo. Esto cambia la solidaridad continental de un eje de consenso Norte-Sur a otro Este-Oeste. Modifica el diseño de una economía verde a otra armamentista y geopolítica” (“Mackinder, China y el imperio gamberro”, El País, 16 de marzo de 2022). Escribe Cecilia Carballo: “Corremos el riesgo de perder el tren de la transición ecológica por la crisis de seguridad derivada de la invasión de Ucrania. Lo que la pandemia colocó en la agenda y aceleró podría ser ahora relegado y postergado como consecuencia de la crisis militar y de seguridad. Pese a llevar décadas hablando de transición energética, los combustibles fósiles representan todavía el 80% de la energía primaria y lamentablemente, el despliegue de renovables solo ha servido para cubrir una demanda adicional que no deja de crecer” (“Si Europa quiere, puede”, El País, 22 de marzo de 2022).

    [10] Julie Kurz, “Deutschland entfernt sich von Klimazielen”, Tagesschau, 6 de enero de 2022; https://www.tagesschau.de/inland/deutschland-klimaziele-103.html . Eso sí, el Secretario de Estado alemán Patrick Graichen ha declarado que “Putin ha roto la narrativa del gas natural como tecnología puente: el puente se ha derrumbado. A corto plazo, esto probablemente signifique más carbón en la red eléctrica y, a más largo plazo, hidrógeno verde más rápidamente”. Citado en Kerstine Appunn, “Emissions up 4.5% in 2021 after pandemic slump, transport and heating fail targets”, Clean Energy Wire, 15 de marzo de 2022; https://www.cleanenergywire.org/news/emissions-45-2021-after-pandemic-slump-transport-and-heating-fail-targets

    [11] Diego Herranz, “¿Es el diésel la próxima bomba energética?”, Público, 9 de abril de 2022. Véase también esta entrevista a Antonio Turiel: “Se nos viene encima una escasez global de diésel en cuestión de semanas”, El Español, 29 de marzo de 2022; https://www.elespanol.com/enclave-ods/referentes/20220329/antonio-turiel-csic-encima-escasez-cuestion-semanas/659684477_0.html

    [12] Editorial, “Para no matar al planeta”, El País, 10 de abril de 2022.

    [13] La respuesta a esta pregunta retórica es: por supuesto, nunca.

    [14] Escribe al respecto Emilio Santiago Muíño con su perspicacia habitual: “Si nuestra civilización pudiera tumbarse en un diván para sanar los trastornos que explican sus constatadas tendencias suicidas, un perspicaz psicoanalista de lo colectivo llegaría a la conclusión de que la energía es la realidad material más reprimida de la sociedad industrial. Nuestra impotencia manifiesta para revertir la catástrofe climática en curso funciona como el tic o el acto fallido de la teoría freudiana: saca a relucir un inconsciente social condicionado por un uso de la energía que no sólo es profundamente anómalo respecto al resto de la historia de la especie, sino que presenta rasgos peligrosamente patológicos. En una hipotética encuesta de CIS que preguntara por el factor decisivo que permite entender la diferencia fundamental de nuestra época histórica respecto a todas las que nos han precedido, tanto en sus luces (derechos políticos, elevación de la esperanza de vida y del nivel de seguridad material de amplias capas de la población) como en sus sombras (conflictividad, desigualdad, destrucción ecológica), es de prever que la energía no sería recogida apenas en ninguna respuesta. Según el sesgo ideológico del encuestado, las primeras serían fruto del desarrollo técnico-científico, del libre comercio o las luchas populares. Las segundas se achacarían a la injerencia en la libertad de mercado, a la esencia alienante y explotadora del capitalismo, a distorsiones culturales o a impulsos profundos de la naturaleza humana de difícil corrección. Creo que no me equivoco al afirmar que la energía no tiene ningún papel relevante en la comprensión mayoritaria del signo de los tiempos que nos ha tocado vivir. Pero como veremos, sin declinarla energéticamente la gramática de la vida moderna es incomprensible e inabordable…” Borrador de “Camiño Negro: una herida premonitoria de la civilización fósil” compartido en comunicación personal, 29 de julio de 2021.

    [15] Para esto véase por ejemplo Petrocalipsis de Antonio Turiel (ed. Alfabeto, Madrid 2020), p. 117-123.

    [16] Editoral de Nature: “¿Existen límites al crecimiento económico? Es hora de poner fin a una discusión de 50 años”, traducido en Viento Sur, 18 de junio de 2022; https://vientosur.info/existen-limites-al-crecimiento-economico-es-hora-de-poner-fin-a-una-discusion-de-50-anos/ . Texto original en Nature 603, 361 (2022), 16 de marzo de 2022; https://www.nature.com/articles/d41586-022-00723-1

    [17] “Investigadores como Johan Rockström, del Instituto de Investigación del Impacto Climático de Potsdam (Alemania), defienden que las economías pueden crecer sin hacer inhabitable el planeta. Señalan que hay pruebas, sobre todo en los países nórdicos, de que las economías pueden seguir creciendo aunque las emisiones de carbono empiecen a bajar. Esto demuestra que lo que se necesita es una adopción mucho más rápida de la tecnología, como las energías renovables. Un movimiento de investigación paralelo, conocido como «post-crecimiento» o «decrecimiento», afirma que el mundo debe abandonar la idea de que las economías deben seguir creciendo, porque el propio crecimiento es perjudicial. Entre sus defensores se encuentra Kate Raworth, economista de la Universidad de Oxford (Reino Unido) y autora del libro de 2017 Doughnut Economics, que ha inspirado su propio movimiento mundial (…). Ambas comunidades deben esforzarse más por hablar entre ellas, en lugar de hacerlo contra ellas. No será fácil, pero el aprecio por la misma literatura podría ser un punto de partida. Al fin y al cabo, los límites inspiraron tanto a la comunidad del crecimiento verde como a la del poscrecimiento, y ambas se vieron igualmente influidas por el primer estudio sobre los límites planetarios (J. Rockström et al. Nature 461, 472-475; 2009), que intentó definir los límites de los procesos biofísicos que determinan la capacidad de autorregulación de la Tierra”.

    [18] Yo contesté: o si no se puede hacer de ninguna de las dos formas, querido amigo –que es, me temo, nuestra situación real. Pero quede esbozada esa reflexión aporética y aparcada para mejor ocasión.

    [19] Bernardo de Miguel, “Bruselas teme una revuelta social por el coste del plan medioambiental”, El País, 18 de julio de 2021. https://elpais.com/sociedad/2021-07-18/bruselas-teme-que-el-castigo-fiscal-a-coches-y-hogares-desencadene-una-revuelta-de-chalecos-amarillos-en-todo-el-continente.html

    [20] Andrea Rizzi, “Una revolución ecológica que no nos separe”; Danae Kyriakopoulou, “Transición justa para las personas y el planeta”; ambos artículos en el dossier “Cómo desactivar la desigualdad en la transición verde”, Ideas/ El País, 24 de octubre de 2021.

    [21] El nombre oficial de la cosa es Plan de recuperación, transformación y resiliencia España Puede. Asistiremos al mayor despliegue de inversión pública de la historia reciente de España, todo ello encaminado a una modernización de la economía “verde y digital”. Aquí se plasma la “transición ecológica” como la entienden las elites políticas (una parte de ellas, la que por lo menos se ha enterado de que haría falta una transición ecológica): y supone la puntilla para los esfuerzos que la parte más lúcida de los movimientos ecologistas han desarrollado desde hace medio siglo. (No es un problema sólo del Gobierno ni del 1%, claro: en mi país la mayoría social es todavía más antiecologista que el Gobierno.) No habrá tiempo para una segunda oportunidad: tanto si pensamos en peak oil como en calentamiento global estamos en tiempo de descuento. El lustro siguiente es clave: no habrá segunda oportunidad. Después de 2025 la suerte está echada (si no está echada ya, hacia lo que apuntan tantísimos indicios). Una “transición ecológica” errónea, como ésta, sella trágicamente nuestro destino.

    [22] Antonio Aretxabala, “Volatilidad del petróleo: la enorme piedra en el camino hacia la Transición Energética”, 15-15-15, 17 de junio de 2021; https://www.15-15-15.org/webzine/2021/07/17/volatilidad-del-petroleo-la-enorme-piedra-en-el-camino-hacia-la-transicion-energetica/

    [23] Para quien lo necesite con el marchamo del IPCC: Juan Bordera/ Fernando Valladares/ Antonio Turiel/ Ferran Puig Vilar/ Fernando Prieto/ Tim Hewlett: “El IPCC advierte de que el capitalismo es insostenible. Segunda filtración exclusiva de CTXT del Sexto Informe del panel de expertos de la ONU, en la que se señala que la única forma de evitar el colapso climático es apartarse de cualquier modelo basado en el crecimiento perpetuo”, ctxt, 22 de agosto de 2021; https://ctxt.es/es/20210801/Politica/36970/

    Un paso del artículo, en relación con la posible “revuelta de chalecos amarillos” a escala europea que se acaba de evocar: “La transición ha de tener en cuenta las diferencias culturales e históricas de emisiones entre países, las diferencias entre el mundo rural y el urbano para no beneficiar a uno sobre otro, y sobre todo las tremendas y crecientes desigualdades económicas entre los cada vez más pobres y los cada vez más obscenamente ricos. O se atajan estas tres dicotomías, o la transición tendrá más enemigos que apoyos y se saboteará a sí misma. Textualmente el borrador dice: Lecciones de la economía experimental muestran que la gente puede no aceptar medidas que se consideran injustas incluso si el coste de no aceptarlas es mayor”.

    Y Luis González Reyes en una entrevista: “La lucha contra el cambio climático no es cierta. No hay lucha contra el cambio climático, sólo un discurso general contra el cambio climático. Y para mostrar que no existe lucha contra el cambio climático, tenemos el ejemplo de la vuelta al carbón, que en el caso de China es meridianamente clara, pero también en Alemania, incluso con una fuerza de los partidos verdes muy importante. Pero también podemos verlo con los acuerdos internacionales. Dentro de nada será la Cumbre de Glasgow, que tiene que darle una continuación al Acuerdo de París. Pero el Acuerdo de París no es nada, no merece llamarse acuerdo. Un acuerdo en el que cada país determina qué reducción de emisiones va a hacer y que si no las cumple no pasa nada, sin ningún tipo de sanción, no puede llamarse acuerdo, yo lo llamo hacer lo que cada cual quiera. Entrar en situaciones de crisis nos demuestra que la prioridad vuelve a ser una vez más el crecimiento económico y no atender a la emergencia climática…” Luis González Reyes, “Este cortocircuito del mercado global va a ir a más”, El Salto, 26 de octubre de 2021; https://www.elsaltodiario.com/crisis-economica/luis-gonzalez-reyes-colapso-petroleo-gas-carbon-apagon-suministros-escasez-mano-obra-cortocircuito-mercado-global

    [24] Adelanté algunas de estas ideas en Jorge Riechmann, “Sobre las propuestas energéticas de la Comisión Europea, la necesidad de decrecimiento y los planes A, B y C”, eldiario.es, 24 de julio de 2021; https://www.eldiario.es/ultima-llamada/propuestas-energeticas-comision-europea-necesidad-decrecimiento-planes-b-c_132_8149096.html . Véase también Adrián Almazán y Jorge Riechmann, “¿Cómo caminamos hacia el plan C?”, el ecologista 110, primavera de 2022; https://www.ecologistasenaccion.org/188990/como-caminamos-hacia-el-plan-c/

    [25] Wang Jian y Ma Zhenhuan, “Caminando hacia un futuro más verde”, China Daily/ China Watch encartado en El País, 23 de septiembre de 2021.

    [26] Richard Heinberg entrevista a Dennis Meadows en el 50 aniversario de Los límites del crecimiento, revista digital 15-15-15, 2 de julio de 2022; https://www.15-15-15.org/webzine/2022/07/02/richard-heinberg-entrevista-a-dennis-meadows-en-el-50-aniversario-de-los-limites-del-crecimiento/

    [27] “Cada innovación tecnológica, cada nuevo mecanismo de mercado crea problemas que sus promotores se niegan a ver. Así, la tercera generación de agrocombustibles no ha resuelto el problema de la tierra necesaria para su producción, y siguen compitiendo con la producción de alimentos. Las inversiones en árboles de crecimiento rápido para crear sumideros de carbono de ninguna manera evitan la destrucción continua de los bosques antiguos donde viven los pueblos indígenas. Los vehículos eléctricos, ese nuevo El Dorado de los fabricantes de automóviles, son una forma de plantear una nueva era del automóvil, sin modificar la movilidad y los modos de transporte. Las promesas de aviones libres de carbono sólo están destinadas a permitir el crecimiento del sector aéreo, etc”. ATTAC France: Pour la justice climatique. Stratégies en mouvement, Les Liens que Libèrent, París 2021, p. 47.

    [28] Véase por ejemplo Paca Blanco, “Centrales nucleares, energías renovables y desafíos del movimiento ecologista”, El Salto, 17 de septiembre de 2021; https://www.elsaltodiario.com/centrales-nucleares/centrales-nucleares-energias-renovables-desafios-movimiento-ecologista

    [29] Para comprender bien todo esto debemos razonar en términos de exergía: la cantidad de trabajo útil que uno puede conseguir a partir de cierta cantidad de energía (fuente de energía) dada. Se trata de un concepto recíproco al de la entropía: cuando usamos una fuente de energía para hacer un trabajo útil, la exergía es lo que nos queda después de las pérdidas causadas por el aumento de la entropía. Una excelente introducción breve en Antonio Turiel, “Energía, entropía y exergía”, blog The Oil Crash, 7 de agosto de 2021; https://crashoil.blogspot.com/2021/08/energia-entropia-y-exergia.html

    [30] Gregorio Martín y Cándido Méndez, “El Gobierno y la dura transición climática”, Levante (Valencia), 15 de octubre de 2021.

    [31] “Existe una correlación directa entre la aparición de picos de extracción y el incremento de la presión sobre las poblaciones y los territorios del Sur global. Ante un escenario de escasez creciente, se multiplican los conflictos para el control de recursos. Como hemos sobrepasado los límites y la mercantilización debe proseguir, la presión sobre los ecoespacios en el Sur global se hace cada vez más apremiante. Cada pico se traduce en nuevas fronteras de explotación”. Giorgio Mosangini, Decrecimiento y justicia Norte-Sur: o cómo evitar que el Norte global condene a la humanidad al colapso. Icaria, Barcelona 2012, p. 49.

    [32] Una panorámica general en Leire Regadas, “El mito de los coches eléctricos en la transición verde”, El Salto, 8 de agosto de 2021; https://www.elsaltodiario.com/ecologia/mito-coches-electricos-transicion-verde . Otra en el capítulo 17 de Petrocalipsis de Antonio Turiel (op. cit.), p. 143 y ss.éase también el extenso documento de Pedro Prieto Consideraciones sobre la electrificación de los vehículos privados en España (2019), que puede descargarse en la revista digital 15-15-15: https://www.15-15-15.org/webzine/download/consideraciones-sobre-la-electrificacion-de-los-vehiculos-privados-en-espana/ . Y GEEDS, “La demanda mineral de la movilidad electrificada ¿El lado oscuro de este tipo de movilidad?”, 2 de marzo de 2021; https://geeds.es/news/la-demanda-mineral-de-la-movilidad-electrificada-el-lado-oscuro-de-este-tipo-de-movilidad/ . Así como Alicia Valero, Antonio Valero y Guiomar Calvo, Thanatia. Límites materiales de la transición energética, Prensas de la Universidad de Zaragoza 2021, p. 194-236.

    [33] Un estudio de la propia empresa automovilística Volvo (nada sospechosa de “anticochismo”) concluye que la huella de carbono de un vehículo eléctrico es mucho mayor que la de un coche de combustión en el momento de la compra, y que sólo “compensa” si se hacen más de 100.000 km (a veces más). La razón estriba sobre todo en las baterías y el peso del automóvil. Y el punto en el que se igualan las emisiones depende del mix eléctrico de cada país. Véase Luis Reyes, “Volvo dice que un coche eléctrico necesita casi 200.000 km para compensar el CO2 que se emite en su fabricación”, 12 de noviembre de 2021; https://www.autonocion.com/coche-electrico-necesita-compensar-emisiones-de-co2/

    Como ha indicado Andreu Escrivá en más de una ocasión, apostar por el coche eléctrico incentiva el transporte privado, además de transferir recursos públicos a las rentas altas…

    [34] Diana Ivanova y Richard Wood, “The unequal distribution of household carbon footprints in Europe and its link to sustainability”, Global Sustainability vol. 3, junio de 2020. https://doi.org/10.1017/sus.2020.12 ; https://www.cambridge.org/core/journals/global-sustainability/article/unequal-distribution-of-household-carbon-footprints-in-europe-and-its-link-to-sustainability/F1ED4F705AF1C6C1FCAD477398353DC2

    [35] Dos libros densos y breves para explicar esta perspectiva: el de Alice J. Friedemann ya antes citado (Life After Fossil Fuels) y Petrocalipsis de Antonio Turiel (ed. Alfabeto, Madrid 2020). Véase también Megan Seibert y William E. Rees, “Por el ojo de una aguja. Una perspectiva eco-heterodoxa sobre la transición a las energías renovables”, revista 15-15-15, 11 de diciembre de 2021; https://www.15-15-15.org/webzine/2021/12/11/por-el-ojo-de-la-aguja-una-perspectiva-eco-heterodoxa-sobre-la-transicion-a-las-energias-renovables/ . Así como el número 156 (monográfico sobre crisis energética) de Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, Madrid, invierno 2021-22.

    [36] Emilio Santiago Muíño, “Vida buena y crisis ecológica”, en La maleta de Portbou 47, julio-agosto de 2021. Véase también “Camiño Negro: una herida premonitoria de la civilización fósil”, borrador compartido en comunicación personal, 29 de julio de 2021.

    [37] Antonio Turiel, “Transición energética, una perspectiva realista”, conferencia (telemática) en la UPV (Universidad Politécnica de Valencia), 20 de mayo de 2021.

    ¿Cuánta energía renovable sería necesaria para mantener el sistema actual económico? Pedro Prieto se puso a hacer cuentas (a escala planetaria) y le resultaba una potencia de entre 44 y 97 TW. Ahora mismo el conjunto de los que proporcionan solar y eólica apenas supera 1 TW. Véase Prieto, Descarbonización al 100% con sistemas de energía 100% renovable mediante la conversión de energía en gas y la electrificación directa, versión corregida, junio de 2021; https://www.15-15-15.org/webzine/download/descarbonizacion-100porcien-sistemas-energia-100porcien-renovable-conversion-gas-electrificacion/

    [38] Antonio Aretxabala, “Volatilidad del petróleo: la enorme piedra en el camino hacia la Transición Energética”, 15-15-15, 17 de junio de 2021; https://www.15-15-15.org/webzine/2021/07/17/volatilidad-del-petroleo-la-enorme-piedra-en-el-camino-hacia-la-transicion-energetica/

    [39] Casi ya cansa repetirlo otra vez, pero habrá que hacerlo: el decrecimiento se refiere a nuestro uso de energía y materiales (el “flujo metabólico” o throughput), no al PIB. Pero desde todos los lugares desde el espectro político, también desde la izquierda, se sigue malentendiendo esto. Véase por ejemplo Kenta Tsuda, “Preguntas ingenuas sobre el decrecimiento”, New Left Review en español 128, mayo-junio de 2021; https://newleftreview.es/issues/128/articles/naive-questions-on-degrowth-translation.pdf

    [40] Véase Jorge Riechmann (junto con Adrián Almazán, Carmen Madorrán y Emilio Santiago Muíño), Ecosocialismo descalzo. Tentativas, Icaria, Barcelona 2018.

    [41] ¿Tenemos opciones reales de poner en práctica ese Plan C a escala mundial, mediante una combinación de reforma intelectual y moral, persuasión racional y luchas sociales capaces de constituir en tiempo récord un nuevo sujeto revolucionario que dé la vuelta a la tortilla? Cualquier consideración objetiva de nuestra situación concluirá: no, no tenemos esa opción. Lo que avanza, por desgracia, será una confusa y letal mezcla de los planes A y B, y ello desembocará en un planeta crecientemente inhabitable.

    [42] Véase por ejemplo Albert Recio, “La situación actual y el futuro de la izquierda”, Pasos a la izquierda, 1 de octubre de 2021; https://pasosalaizquierda.com/la-situacion-actual-y-el-futuro-de-la-izquierda-4/ ; e Ignacio Sánchez-Cuenca, en el mismo dossier de la misma revista digital, https://pasosalaizquierda.com/la-situacion-actual-y-el-futuro-de-la-izquierda/

    [43] Una muestra de la defensa de estas posiciones en Pedro Fresco: “Renovables sí, y tiene que ser ya”, Agenda Pública, 7 de octubre de 2021; https://agendapublica.es/renovables-si-y-tiene-que-ser-ya/ . Como el señor Fresco (Director General de Transición Ecológica de la Generalitat Valenciana) es incapaz de concebir la reducción radical del uso de energía que necesitamos, y no acepta (negando la realidad) las limitaciones de materiales en el desarrollo de las renovables de alta tecnología ni su dependencia de los combustibles fósiles, su conclusión es la siguiente: “Tan sólo se me ocurren dos formas coherentes de oponerse a la instalación de energías renovables: la primera, abrazando efectivamente el negacionismo climático; la segunda, proponiendo un desarrollo masivo de centrales nucleares”.

    [44] “Se intentan imponer estos macroparques eólicos y fotovoltaicos: con la esperanza de captar grandes cantidades de energía y después concentrarla en algún vector energético, ya sea la electricidad, ya sea el hidrógeno, para llevársela muy lejos y continuar con el esquema de la metrópoli que se alimenta y expolia el territorio. Por eso da igual que con estos macroparques se cause un daño ambiental mayor que el problema del cambio climático. Porque, en el fondo, la preocupación ambiental no ha sido nunca la motivación para hacer lo que se hace. (…) El tipo de energía que se produce (eléctrica) no es el que se necesita, y que no es fácil ni a veces posible conseguir que ese casi 80% de la energía final no eléctrica se pueda electrificar. En cuanto al hidrógeno verde (el que se conseguiría con la electrólisis del agua usando electricidad de origen renovable), las pérdidas energéticas del proceso desde su generación hasta su uso final son tan elevadas que hasta la Estrategia europea para el hidrógeno da por hecho que Europa no podría autoabastecerse energéticamente y que tendría que importar hidrógeno; por eso, los ojos ansiosos de Alemania se han puesto sobre la presa del río Inga en el Congo, y por eso desde Alemania, cada vez más claramente, se ve España como el recurso a expoliar a corto plazo hasta que llegue el maná energético de otras tierras. El problema del modelo actual de transición renovable es que se pretende fosilizar una energía viva, la energía renovable; se pretende convertir una energía dispersa por todo el territorio y que sigue los ritmos de la naturaleza en una energía concentrada y que siga los ritmos del mercado. Pretenden convertir el calor del Sol y la fuerza del viento en negro y maloliente petróleo, y que este se consuma lejos de donde se produce, en la privilegiada Babilonia. Encerrar el Sol en una redoma o el viento en una botella no es fácil: el proceso es ineficiente y requiere materiales raros, que ya están comenzando a escasear. Fosilizar la vida es costoso, y el producto final no basta para saciar el hambre pantagruélica de este sistema sinsentido. Al final, seguir por esta vía de matar la vida para meterla en un frasco sólo puede llevarnos al colapso y la autodestrucción”. Antonio Turiel, “El debate renovable: naturaleza viva vs. naturaleza muerta”, Soberanía alimentaria, 2021; https://www.soberaniaalimentaria.info/numeros-publicados/77-numero-41/871-el-debate-renovable-naturaleza-viva-versus-naturaleza-muerta

    [45] Carlos de Castro, “Un canto desesperado contra el pensamiento mágico en la ciencia: el caso de la transición/ colapso de los sistemas energéticos”, blog The Oil Crash, 4 de diciembre de 2021; https://crashoil.blogspot.com/2021/12/un-canto-desesperado-contra-el.html?m=1

    [46] El profesor de la UPM Mariano Vázquez Espí subraya la importancia de una ponencia presentada en el X Congreso Internacional de Ordenación del Territorio (10 CIOT, organizado por FUNDICOT en Valencia del 17 al 19 de noviembre de 2021) por el grupo de investigación de Antonio Valero y Alicia Valero (Universidad de Zaragoza) que demuestra que, incluso electrificando toda la bio-región cantábrico-mediterránea (desde Cantabria hasta la Comunidad Valenciana, pasando por Aragón), lo que supone cubrir de “renovables” una superficie equivalente a Cantabria y Navarra juntas, sería necesario reducir nuestros actuales consumos a la mitad (comunicación personal, 23 de noviembre de 2021). La ponencia a la que se refiere es: Javier Felipe Andreu, Antonio Valero Capilla y Rafael Moliner Álvarez, “Análisis y estimación de los recursos necesarios para una descarbonización de la economía en la biorregión Cantábrico-Mediterránea”.

    [47] Alicia Valero, “La escasez de recursos minerales y otros problemas del modelo extractivista”, conferencia en la undécima edición de la Universidad Socioambiental de la Sierra, Collado Villalba, 28 de junio de 2021; https://youtu.be/DiXxSNka6Og . También en otro lugar:

    “La demanda de materiales de las centrales de producción de energía renovable es muy elevada. Una potencia eléctrica de 1.000 MW, instalada con 200 aerogeneradores de 5 megavatios (MW), necesita actualmente unas 160.000 toneladas de acero, 2.000 de cobre, 780 de aluminio, 110 de níquel, 85 de neodimio y 7 de disprosio. Si comparamos los materiales necesarios para producir esa misma cantidad de energía usando gas natural como combustible obtenemos unas 25 veces menos cantidades de metales: 5.500 toneladas de acero, 750 toneladas de cobre y 750 de aluminio aproximadamente. En el caso de la energía fotovoltaica el problema es similar. Los nuevos modelos, que han conseguido eficiencias más elevadas que las del silicio, requieren, además de cobre y plata, indio, galio y selenio, o teluro y cadmio dependiendo de la tecnología utilizada. En mayor o menor medida, por tanto, todas las energías renovables necesitan elementos no frecuentes en la naturaleza. Y no solamente para su producción. En el sector renovable la producción de energía es inseparable de su almacenamiento. Al no tener control de los flujos de producción, que vienen determinados por las propias fuerzas naturales (sol, agua, viento), se hace imprescindible poder acumular energía que se utilizará después. Y si, como es el caso, dicho almacenamiento de energía se realiza en baterías, eso implica el uso de cantidades masivas de litio, grafito y cobalto junto con níquel, manganeso y aluminio entre otros. De nuevo, materiales muy escasos en la corteza terrestre, excepto, de momento, el aluminio”. Alicia Valero en Antonio y Alicia Valero, Thanatia. Los límites minerales del planeta, Icaria, Barcelona 2021, p. 19-20.

    [48] “A mediados de siglo [XXI], los minerales y metales necesarios para la alta tecnología podrían escasear, incluidos acero inoxidable, cobre, galio, germanio, indio, antimonio, estaño, plomo, oro, zinc, estroncio, plata, níquel, tungsteno, bismuto, boro, fluorita, manganeso, selenio y otros (Kerr 2012, 2014; Barnhart y Benson 2013; Bardi 2014; Veronese 2015; Sverdrup y Olafsdottir 2019; Pitron 2020 Apéndice 14). Según el crecimiento proyectado de la energía solar y eólica, para 2050 las turbinas eólicas y los paneles solares necesitarán 12 veces más indio del que el mundo entero produce ahora, siete veces más neodimio y tres veces más plata (Van Exter et al. 2018)”. Friedemann, op. cit., p. 69.

    [49] Daniel Pulido Sánchez y otros, “Analysis of the material requirements of global electrical mobility”, DYNA ingeniería e industria vol. 96 num. 2, marzo de 2021; https://www.revistadyna.com/search/analysis-of-the-material-requirements-of-global-electrical-mobility

    [50] En 2019, solar y eólica proporcionaron el 1,3% de nuestro uso total de energía en el mundo (informe BP de 2020).

    “En 2017 sólo el 0,7% del uso de energía global se basó en la energía solar, y el 1,9% del viento, mientras el 85% dependía de combustibles fósiles. Hasta el 90% del uso mundial de energía se basa en fuentes fósiles, y esa proporción, de hecho, está creciendo…” Alf Hornborg, “Un futuro globalizado con energía solar es completamente irreal, y nuestra economía es la razón”, El Salto, 27 de septiembre de 2019; https://www.elsaltodiario.com/energia/futuro-globalizado-energia-solar-completamente-irreal

    [51] Se refiere a Simon P. Michaux, Assessment of the Extra Capacity Required of Alternative Energy Electrical Power Systems to Completely Replace Fossil Fuels, informe 42/ 2021 del Geologian tutkimuskeskus/ Geologiska forskningscentralen/ Geological Survey of Finland; https://tupa.gtk.fi/raportti/arkisto/42_2021.pdf

    [52] Óscar Carpintero y otros, “MODESLOW. Modelización y simulación de escenarios de transición energética hacia una economía baja en carbono: el caso español”, ponencia en las XVII Jornadas de Economía Crítica (“Emergencias, transiciones y desigualdades socioeconómicas”), 4 y 5 de febrero de 2021, Universidad de Santiago de Compostela; el libro de actas es accesible en http://www.asociacioneconomiacritica.org/wp-content/uploads/2021/08/Libro-de-Actas-XVII-JEC.pdf

    Los autores explican que MODESLOW es un modelo de simulación y evaluación integrada energía/ economía/medio ambiente de tipo híbrido (top-down y bottom-up) destinado a valorar la transición energética de España hacia una economía baja en carbono en el horizonte 2030-2050. El modelo ha sido construido mediante dinámica de sistemas sobre tablas input-output en un entorno poskeynesiano. Interconecta siete módulos (económico-financiero, energético, de materiales, usos del suelo, infraestructuras, climático y social) para generar un sistema integrado que permite cuantificar los costes económicos y energéticos, los efectos y realimentaciones de los escenarios y políticas públicas tanto en lo referente a la cuestión tecnológica como a la gestión de la demanda.

    [53] Emilio Santiago Muíño, “Surrealismo, situacionistas, ciudad y Gran Aceleración. Por una psicogeografía del “ahí” en la era de la crisis ecológica”, Re-Visiones 10, 2020; http://www.re-visiones.net/index.php/RE-VISIONES/article/view/378

    [54] Entrevista a Alicia Valero por Pep Cabayol y Dani Gómez en el programa de radio Vida verda, 23 de septiembre de 2021; https://www.rtve.es/play/audios/vida-verda/alicia-valero-transicio-energetica/6107431/

    Véase también Jens Glüsing y otros, “Mining the planet to death: The dirty truth about clean technologies”, Der Spiegel, 4 de noviembre de 2021; https://www.spiegel.de/international/world/mining-the-planet-to-death-the-dirty-truth-about-clean-technologies-a-696d7adf-35db-4844-80be-dbd1ab698fa3

    [55] Lo explica Ferran Puig Vilar en estos términos: “Sabemos ahora que no es posible mantener la estabilidad de la red eléctrica integrada de corriente alterna por encima de cierto nivel de generadores alternativos geográficamente distribuidos y conectados a la red, (…) restricción nunca contemplada en el discurso público verde. Dicha limitación está relacionada con la dificultad de mantener en sincronismo la fase de la frecuencia de 50 Hz de la red. Si la compleja regulación automática fallara se producirían unas sobretensiones tan imponentes que llegarían a reventar centrales enteras y, presumiblemente, todos los equipos a ellas conectados. Las averías serían de tal magnitud que su reparación llevaría semanas o meses, tal vez muchos. Esta es la auténtica razón de fondo que subyace a la reciente alarma acerca de un posible apagón, que ha dado ya un par de sustos mayúsculos en Europa central y que fueron resueltos in extremis mediante la desconexión manual de la red interconectada.

    Esto es así porque en la configuración actual del sistema eléctrico parece haber un compromiso teórico entre la capacidad de estabilizar automáticamente la red y el número de generadores renovables a ella conectados. Esa estabilización solo puede conseguirse mediante el ajuste de las centrales de baja inercia sin intermitencias, tales como las térmicas o cierta generación hidroeléctrica. Las segundas resultan ser insuficientes y las primeras son todas ellas de combustible fósil, generadoras por tanto de emisiones.

    Este nuevo descubrimiento echa por tierra cualquier esperanza de transición ecológica renovable mediante generación distribuida conectada a la red sin el concurso de una cantidad significativa de combustibles fósiles como reguladores. Una razón más por la cual, si queremos sostener el sistema eléctrico –que por lo demás es solo el vector de canalización de 20-25% del consumo total de energía– y mantener un sistema de transporte de mercancías, por ejemplo alimentos, el sistema climático pone la directa y su daño se haría, se está haciendo ya, también inasumible”. Ferran Puig Vilar, “Ineficiencia COP-optada (2/3): respuestas político-sociales”, blog Usted no se lo cree, 22 de noviembre de 2021; https://ustednoselocree.com/2021/11/22/ineficiencia-cop-optada-2-3-respuestas-politico-sociales-y-su-viabilidad-1/

    Explicación algo más por extenso en Antonio Turiel, “La escasez de materiales es una estaca en el corazón de la transición energética”, CSIC cultura científica, 29 de noviembre de 2021; https://www.csic.es/es/actualidad-del-csic/antonio-turiel-la-escasez-de-materiales-es-una-estaca-en-el-corazon-de-la

    [56] A los 1,5ºC de calentamiento correspondería una huella de 1,5 toneladas de equivalente de carbono por persona, aunque otras estimaciones rebajan esta cifra a 1,9. Diana Ivanova y Richard Wood, “The unequal distribution of household carbon footprints in Europe and its link to sustainability”, Global Sustainability vol. 3, junio de 2020. https://doi.org/10.1017/sus.2020.12 ; https://www.cambridge.org/core/journals/global-sustainability/article/unequal-distribution-of-household-carbon-footprints-in-europe-and-its-link-to-sustainability/F1ED4F705AF1C6C1FCAD477398353DC2

    [57] EFE: “La UE consume el 30 % de los metales del mundo con el 6 % de población global”, eldiario.es, 5 de octubre de 2021; https://www.eldiario.es/economia/ue-consume-30-metales-mundo-6-poblacion-global_1_8368345.html

    [58] Serenella Sala, Eleonora Crenna, Michela Secchi y Esther Sanyé-Mengual: “Environmental sustainability of European production and consumption assessed against planetary boundaries”, Journal of Environmental Management vol. 269, 1 de septiembre de 2020; https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0301479720306186

    [59] Carl-Johan Södersten, y otros: “The capital load of global material footprints”, Resources, Conservations and Recycling vol. 158, julio de 2020; https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0921344920301324

    [60] https://twitter.com/gustavoduch/status/1472947125319344132

    [61] Con datos del World Inequality Report 2022: https://wir2022.wid.world/ ; https://wir2022.wid.world/www-site/uploads/2022/01/WIR_2022_FullReport.pdf , p. 118. Lo que puntualiza el informe para España (p. 222) es: en España, las emisiones promedio de carbono son hoy de 8 tCO2e per cápita. Esto se encuentra entre las tasas de los países vecinos Portugal (6t) y Francia (9t). Mientras que el 50% inferior emite 4,6 t, el 10% superior emite cinco veces más (21t). Entre 1990 y 2006, con un crecimiento estable del que se beneficiaron también los grupos de población más pobres, las emisiones de carbono en España pasaron del 8,9 a 12,3 tCO2e per cápita. Y en ese período las emisiones para el 50% más pobre de la población aumentaron en más de dos toneladas, hasta 7,5. Después de la crisis financiera, en un contexto de depresión económica, las emisiones de carbono disminuyeron.

    [62] En la izquierda, señalan Emilio Santiago Muíño y Héctor Tejero, “abundan enroques ideológicos en un inmovilismo antiecologista, bajo la justificación simplista de que los ricos deben pagar la crisis climática (…). [Es necesario impulsar] una redistribución de la riqueza que implica, necesariamente, una redefinición de la misma porque no se trata de igualar hacia arriba los usos y costumbres insostenibles que hoy son predominantes, sino de experimentar colectivamente modos de vivir diferentes. Otras formas de estar en el mundo que respondan satisfactoriamente a todas esas dimensiones de la calidad de vida que hoy son sistemáticamente maltratadas por la compulsión capitalista: desde el tiempo libre a la salud física y mental, pasando por los cuidados mutuos, el disfrute de nuestros vínculos comunitarios, de nuestras relaciones sexoafectivas o el cultivo de nuestras pasiones culturales, deportivas o recreativas”. Emilio Santiago Muíño y Héctor Tejero, “Pajitas de plástico, jets privados y desigualdad climática”, Público, 3 de julio de 2022; https://blogs.publico.es/otrasmiradas/61407/pajitas-de-plastico-jets-privados-y-desigualdad-climatica/

    [63] Tuuli Hirvilammi y otras, “Studying well-being and its environmental impacts: A case study of minimum income receivers in Finland”, Journal of Human Development and Capabilities vol. 14 num. 1, 2013.

    [64] Tuit del 1 de abril de 2022: https://twitter.com/MartinLallanaS/status/1509832394341244935

    [65] Daniel Innerarity, “La sociedad de la crisis” (entrevista), Galde 38, otoño de 2022, p. 24.

    [66] C.J. Polychroniou, “¿Es inevitable el regreso de la humanidad a la barbarie?”, El Salto, 13 de agosto de 2021; https://www.elsaltodiario.com/opinion/crisis-climatica-regreso-humanidad-barbarie

    [67] Patrick Metzger, “An open letter to the 1 percent: Climate change is here, and you’re fucked too”, medium, 26 de junio de 2021; https://medium.com/the-bad-influence/an-open-letter-to-the-1-percent-climate-change-is-here-and-youre-fucked-too-414c82fd1670

    [68] Yuval Noah Harari, “El debate de género es similar al de los primeros cristianos sobre la Trinidad” (entrevista), El País, 19 de diciembre de 2021.

    [69] Begoña Gómez Urzáiz, “Por un ecologismo menos ‘mono’ (y más cabreado)” (reportaje sobre Andreas Malm de visita en Barcelona en agosto de 2021), El País Semanal, 29 de agosto de 2021.

    [70] Max Ajl, A People’s Green New Deal, Pluto Press, Londres 2021, p. 64.

    [71] Peter Kalmus en entrevista con Ian Tucker: “As a species, we’re on autopilot, not making the right decisions”, The Guardian, 21 de mayo de 2022.

    [72] EFE Verde, “El fin de la gasolina con plomo evitará 1,2 millones de muertes anuales, según la ONU”, 30 de agosto de 2021; https://www.efeverde.com/noticias/gasolina-plomo-fin/

    Otro ejemplo de incomprensión desde la izquierda: Michael Roberts, “Los límites de la COP26”, sin permiso, 30 de octubre de 2021; https://www.sinpermiso.info/textos/los-limites-de-la-cop-26 . Otro más: Martin Empson, “Código Rojo: ¿cómo podemos evitar la catástrofe climática?”, El Viejo Topo 406, noviembre de 2021. En fin, estos ejemplos se podrían multiplicar casi ad libitum…

    [73] En el informe, la OMM destaca que en 2021 marcaron su nivel más alto cuatro indicadores de la crisis climática: la concentración atmosférica de gases de efecto invernadero, la subida del nivel del mar, el calor acumulado en mares y océanos y la acidificación de estos últimos.

    El fenómeno de la acidificación, al que nuestra sociedad presta quizá aún menos atención que a los otros tres, está preñado de consecuencias fatales. Los océanos absorben el 23% de las emisiones antropogénicas anuales de CO2 que primero se acumulan en la atmósfera. El dióxido de carbono reacciona con el agua marina y provoca la acidificación de los océanos, que amenaza a los organismos y la vida en los mares. Se cree que alguna de las megaextinciones en el pasado de la Tierra fue causada por la acidificación, que indujo el colapso de los ecosistemas marinos (https://www.fundacionaquae.org/wiki/la-acidificacion-del-oceano-podria-causar-una-extincion-masiva/ ).

    [74] https://public.wmo.int/es/media/comunicados-de-prensa/cuatro-indicadores-clave-del-cambio-clim%C3%A1tico-batieron-r%C3%A9cords-en-2021

    [75] H.G. Rickover y Admiral, “U.S. Navy. Energy resources and our future”. Scientific Assembly of the Minnesota State Medical Association, 1957; http://large.stanford.edu/courses/2011/ph240/klein1/docs/rickover.pdf . Citado en Alice J. Friedemann, Life After Fossil Fuels. A Reality Check on Alternative Energy, Springer -Lecture Notes in Energy, Cham (Suiza) 2021, p. 18.

    En el mismo sentido: usamos combustibles con mucha densidad energética para el transporte de mercancías (o aéreo) y la maquinaria pesada. Como señala Vaclav Smil, explicando las dificultades para electrificar: “Las mejores baterías de litio son de 260 vatios la hora por kilogramo. Para un coche puede ser suficiente, pero para el transporte marítimo y por carretera necesitamos 12.600 vatios la hora por kilogramo. Y más aún el queroseno de avión. (…) Un buque mercante o un avión comercial no pueden funcionar con electricidad. Y todavía es más difícil electrificar algunas industrias clave. (…) Nuestra civilización se sostiene sobre cuatro pilares: acero, amoniaco, cemento y plásticos. La producción a gran escala de estos materiales depende de combustibles fósiles. Y la síntesis del amoniaco que convertimos en fertilizantes necesita gas natural…” Vaclav Smil, “Vivimos en un sistema irracional y la Tierra no puede soportarlo” (entrevista), XL Semanal, 8 de junio de 2021; https://www.xlsemanal.com/personajes/20210608/cambio-climatico-energias-renovables-transicion-energetica-vaclav-smil.html

    [76] “Un menor consumo total de energía es el único camino para reducir las emisiones de carbono. Las sustituciones [de combustibles fósiles por fuentes renovables] tendrán más éxito en algunos sectores que en otros, pero serán errores de redondeo en comparación con las ganancias derivadas del simple uso de menos energía. Un menor consumo de energía provocará un crecimiento económico menor o negativo. (…) Smil sugiere que el mundo debe reducir su consumo al nivel de los años 1960 para que las emisiones se sitúen en rangos aceptables. Puede que tenga razón, pero no veo ninguna posibilidad de que el mundo elija ese camino. Las proclamaciones de cero emisiones por parte de los gobiernos y las empresas del mundo se tambalearán cuando quede claro que una reducción significativa de las emisiones de carbono supondrá inevitablemente el fin del crecimiento económico. No sé si nuestros líderes son incapaces de entender o simplemente no están dispuestos a reconocer públicamente lo obvio: una descarbonización significativa sin cambios radicales en el nivel de vida y de población mundial es un delirio”. Art Berman, “Cero neto, un gran engaño”, 15-15-15, 14 de mayo de 2021; https://www.15-15-15.org/webzine/2021/05/14/cero-neto-un-gran-engano/

    [77] Carlos Antunes, Pierre Juquin, Penny Kemp, Isabelle Stengers, Wilfried Telkämper y Frieder Otto Wolf: Manifiesto ecosocialista –Por una alternativa verde en Europa, Libros de la Catarata, Madrid 1991, p. 104.

    [78] Nate Hagens, “Una economía para el futuro: más allá del superorganismo”, PAPELES de relaciones ecosociales y cambio global 151, Madrid 2020, p. 112.

    [79] Friedemann, Life After Fossil Fuels, op. cit., p. 190.

    [80] Matthew Dalton, “Behind the rise of U.S. solar power, a mountain of chinese coal”, The Wall Street Journal, 31 de julio de 2021; https://www.wsj.com/articles/behind-the-rise-of-u-s-solar-power-a-mountain-of-chinese-coal-11627734770

    [81] Que se está observando en 2021, aunque en esta “explosión del carbón” intervengan más factores que el arriba mencionado. “A pesar de todos los avances realizados por las energías renovables y la movilidad eléctrica, en 2021 se observa un gran rebote en el uso de carbón y petróleo. En gran parte por esta razón, se observa también el segundo mayor incremento anual de la historia en emisiones de CO2”, explica Fatih Birol, director general de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), en el último informe sobre perspectivas energéticas publicado por este organismo… Víctor Martínez, “La resurrección del carbón provoca el segundo mayor aumento de CO2 de la historia en plena carrera ecológica”, El Mundo, 14 de octubre de 2021; https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/medio-ambiente/2021/10/14/6166c8fffdddffa8978b45a9.html

    [82] “Como Smil ha demostrado para las turbinas eólicas y Stormvan Leeuwen para la energía nuclear, la producción, instalación y mantenimiento de cualquier infraestructura tecnológica sigue siendo críticamente dependiente de la energía fósil. Por supuesto, es fácil replicar que hasta que se haya realizado la transición, los paneles solares van a tener que ser producidos quemando combustibles fósiles. Pero incluso si el 100% de nuestra electricidad fuera renovable, no sería capaz de impulsar el transporte global o cubrir la producción de acero y cemento para la infraestructura urbano-industrial. Y dado el hecho de que el abaratamiento de los paneles solares en los últimos años en gran medida es el resultado del cambio de fabricación hacia Asia, debemos preguntarnos si los esfuerzos europeos y estadounidenses para ser sostenibles realmente deberían basarse en la explotación global de mano de obra barata, recursos escasos y paisajes destruidos en otros lugares…” Alf Hornborg, “Un futuro globalizado con energía solar es completamente irreal, y nuestra economía es la razón”, El Salto, 27 de septiembre de 2019; https://www.elsaltodiario.com/energia/futuro-globalizado-energia-solar-completamente-irreal . Véase también Thomas A. Troszak, “The hidden costs of solar photovoltaic power”, NATO ENSEC COE, abril de 2021; https://enseccoe.org/data/public/uploads/2021/04/nato-ensec-coe-the-hidden-costs-of-solar-photovoltaic-power-thomas-a.troszak.pdf

    [83] Reuters Breakingviews: “Volverse verde es de todo menos fácil, diga lo que diga Boris Johnson”, Cinco Días, 16 de octubre de 2021; https://cincodias.elpais.com/cincodias/2021/10/15/opinion/1634295943_026846.html

    [84] Antonio Turiel, “La escasez de materiales es una estaca en el corazón de la transición energética”, CSIC cultura científica, 29 de noviembre de 2021; https://www.csic.es/es/actualidad-del-csic/antonio-turiel-la-escasez-de-materiales-es-una-estaca-en-el-corazon-de-la

    [85] Óscar Carpintero y Jaime Nieto, “Reflexiones generales sobre la transición energética: una perspectiva post-crecimiento”, Gaceta Sindical 37, octubre de 2021, p. 191.

    [86] Sobre ello suele insistir Vaclav Smil. “Las transiciones energéticas van muy despacio. Cuando apareció el tractor, a finales del siglo XIX, los caballos se siguieron usando en el campo durante generaciones. (…) La transición hacia los combustibles fósiles empezó en Inglaterra en el siglo XVIII, pero a Asia no llegó hasta 1950 (y esta transición es precisamente la causa del calentamiento global). (…) En 1800 quemábamos leña. Y hoy todavía representa el 10 por ciento de nuestra energía. Esto significa que en dos siglos el mundo no completó la transición de la madera hacia el carbón…” Smil, “Vivimos en un sistema irracional y la Tierra no puede soportarlo”, entrevista citada.

    [87] Mariano Vázquez Espí, comunicación personal, 23 de noviembre de 2021. Información aquí: http://habitat.aq.upm.es/gi/mve/

    En palabras de Carpintero y Nieto: “La actual civilización se enfrenta a lo que se ha denominado la trampa de la energía. Esto es: el despliegue de las fuentes e infraestructuras renovables requiere de un uso masivo de combustibles fósiles (mayor cuanto más rápido se quiera plantear el proceso de transición) y, a la vez, eso supondrá, durante los primeros años, mayores emisiones de GEI que agravarán el problema de cambio climático en un escenario donde también el tiempo es escaso y donde, además con vidas útiles de 20-30 años, en tres décadas estaríamos abocados a procesos de renovación de una intensidad energética similar (y para los que habría dificultades para encontrar recursos fósiles disponibles)”. Óscar Carpintero y Jaime Nieto, “Reflexiones generales sobre la transición energética: una perspectiva post-crecimiento”, op. cit., p. 191.

    [88] Nicholas Georgescu-Roegen, Ensayos bioeconómicos (ed. de Óscar Carpintero), Los Libros de la Catarata, Madrid 2007, p. 91.

    [89] Ernest Garcia, “Del pico del petróleo a las visiones de una sociedad post-fosilista” en Joaquim Sempere y Enric Tello (eds.), El final de la era del petróleo barato, Icaria, Barcelona 2008, p. 28.

    [90] Nicholas Georgescu-Roegen, Ensayos bioeconómicos (ed. de Óscar Carpintero), Los Libros de la Catarata, Madrid 2007, p. 90-94.

    [91] Art Berman, “¿Por qué el cohete de las renovables no ha podido despegar?”, revista 15/15/15, 3 de agosto de 2020; https://www.15-15-15.org/webzine/2020/08/03/por-que-el-cohete-de-las-renovables-no-ha-podido-despegar/

    Para comprender mejor todo esto (y algunas cosas más): Nate Hagens, “Economics for the future –beyond the Superorganism”, Ecological Economics, 20 de noviembre de 2019; https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0921800919310067 . Hay traducción al castellano: “Una economía para el futuro: más allá del superorganismo”, PAPELES de relaciones ecosociales y cambio global 151, 2020.

    [92] Empobrecernos significa ralentizar, hacer menos, usar menos energía y materiales, viajar y desplazarse menos, producir y consumir menos mercancías, sustituir formas privadas de actividad por otras comunitarias y colectivas: no significa necesariamente vivir peor. Pero sí vivir de otra manera –de forma radical. El debate chuletón/ plato de guisantes pone ese asunto sobre la mesa de forma muy clara.

    [93] Véase por ejemplo Jefim Vogel y otros, “Socio-economic conditions for satisfying human needs at low energy use: An international analysis of social provisioning”, Global Environmental Change vol. 69, julio de 2021; https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0959378021000662

    [94] Según un artículo publicado en Nature en 2021, para evitar el desastre climático (temperaturas por encima de 1,5ºC con respecto al período preindustrial, como recogen los Acuerdos de París de 2015) deberíamos olvidarnos de explotar al menos el 60% del petróleo y gas natural y hasta el 90% del carbón restante en el planeta hasta 2050. 2022 debería ser el año de inflexión, y desde este momento la dependencia económica debería disminuir a razón de un 3% anual. De no hacerlo, los 0,3ºC que restan para que las temperaturas del planeta se sitúen 1,5ºC por encima del período industrial se alcanzarán antes de que la humanidad se pueda adaptar siquiera a la nueva dinámica climática. El riesgo es incluso mayor, dado que los termómetros mundiales no se pararán ahí y seguirán aumentando hasta alcanzar temperaturas totalmente inasumibles para la vida

    Países como Estados Unidos o Rusia albergan la mitad del carbón restante en el mundo. Para alcanzar los objetivos propuestos, estas dos grandes potencias deberían renunciar a extraer el 97% de su carbón. Por su parte, los Estados ricos en petróleo -la mayoría en Oriente Medio- tendrían que evitar extraer hasta 2050 dos tercios de sus reservas. Del mismo modo, la mayor parte del petróleo de arenas bituminosas de Canadá o Venezuela no debería extraerse. Tampoco debería seguir explotándose el combustible fósil que duerme bajo el Ártico.

    Estas estimaciones, argumentan los investigadores, pueden ser incluso poco ambiciosas y no lograr por sí solas cumplir con los objetivos del Acuerdo de París. Por ello insisten en que quizá el esfuerzo para evitar el caos climático deba ser mucho mayor (y entonces el petróleo y carbón disponible para los próximos años sería mucho menor). Los investigadores son conscientes de que el único modo de cumplir sus estimaciones sería efectuando un brusco cambio de modelo económico a nivel planetario. Véase Verónica Pavés, “El 60% del petróleo debería quedar bajo tierra para evitar el desastre climático”, 13 de octubre de 2022; https://www.epe.es/es/medio-ambiente/20221013/60-petroleo-deberia-quedar-tierra-77208154 . El artículo que la periodista está sintetizando es “Unextractable fossil fuels in a 1.5 °C world” de Dan Welsby, James Price, Steve Pye y Paul Ekins, Nature, 8 de septiembre de 2021; https://www.nature.com/articles/s41586-021-03821-8

    [95] UNEP: “Cut global emissions by 7,6 percent every year for next decade to meet 1,5°C Paris target -UN Report”, 26 de noviembre de 2019, Ginebra; https://unfccc.int/news/cut-global-emissions-by-76-percent-every-year-for-next-decade-to-meet-15degc-paris-target-un-report . Comunicado de prensa sobre el Emissions Gap Report anual de UNEP (United Nations Environmental Programme) de 2019, accesible en: https://www.unep.org/resources/emissions-gap-report-2019

    [96] Como recordaba Johan Rockstrom en el otoño de 2022: “No veo la acción necesaria en ninguna economía del mundo en este momento. Necesitamos reducir las emisiones en un 5-7% anual [en el promedio mundial]; estamos aumentando las emisiones en un 1-2% anual”. Puede escucharse su intervención en https://twitter.com/visevic/status/1588224243292069891 . Véase, para más información sobre su intervención en Berlín: Bundespressekonferenz, 3 de noviembre de 2022: “Größte Gesundheitsbedrohung durch fossile Energieträger“, https://www.phoenix.de/bundespressekonferenz-a-2990233.html?ref=aktuelles

    [97] Hay correlaciones muy fuertes entre el crecimiento económico y el consumo de energía. Véase Smil, Energía y civilización, op. cit., p. 480 y ss.

    [98] Ernest Garcia, “Del pico del petróleo a las visiones de una sociedad post-fosilista” en Joaquim Sempere y Enric Tello (eds.), El final de la era del petróleo barato, Icaria, Barcelona 2008, p. 33.

    [99] Andy Robinson, “La compleja transición a la economía verde”, La Vanguardia, 8 de noviembre de 2021; https://www.lavanguardia.com/economia/20211108/7844311/transicion-energetica-descarbonizacion-cop26-glasgow-clima-calentamiento.html

    [100] Ese “bastaría” es un enorme, gigantesco BASTARÍA, claro está… Yorgos Kallis (y otros valiosos compañeros y compañeras) nos dicen que si cambiamos nuestros valores, prácticas y expectativas, no experimentaremos escasez ni chocaremos contra los límites. Viviremos en la abundancia, más acá de los límites. ¡Cierto! Pero se trata de un truismo que obvia la cuestión importante: ¿cómo llevar a cabo esa mutación antropológica? Si no especificamos un programa de cambio creíble, todo se queda en la admonición de la Pepa (la Constitución española de 1812): todos los españoles deben ser justos y benéficos…

    [101] Nate Hagens: “The greater threat right now is not Peak Oil, but Peak Debt or Peak Credit, and that’s the much more clear and present danger”. Entrevista de Nate Hagens con Chris Martenson publicada en el blog de este último, 2 de agosto de 2011: Transcript for Nate Hagens: “We’re Not Facing a Shortage of Energy, but a Longage of Expectations”, https://www.peakprosperity.com/page/transcript-nate-hagens-were-not-facing-shortage-energy-longage-expectations

    [102] Véase por ejemplo Institut d’Estadística de Catalunya, Cifras de Cataluña 2015; http://www.idescat.cat/cat/idescat/publicacions/cataleg/pdfdocs/xifresct/xifres2015es.pdf

    [103] Sam Alexander, Beyond Capitalist Realism: The Politics, Energetics, and Aesthetics of Degrowth. The Simplicity Institute, Melbourne 2021, p. 296.

    [104] No va a ser ecofascismo. Va a ser el horror de un fascismo imperialista de “sólo uno sobrevive” agitándose en un mundo devastado.

    [105] Philipp Blom, “2021, ¿un verano sin esperanza?”, El País, 15 de agosto de 2021.

    [106] Para una mejor reflexión sobre la esperanza véase Yayo Herrero, “Ausencia de responsabilidad y extravío de la esperanza”, sexta y última entrega de su estupenda serie Ausencias y extravíos en ctxt, 20 de agosto de 2021; https://ctxt.es/es/20210801/Firmas/36967/shelley-frankenstein-responsabilidad-esperanza-yayo-herrero.htm

    [107] El 30 de junio de 2022 el Tribunal Supremo de EEUU dictó una sentencia que limita el poder de la EPA (Agencia de Protección Medioambiental) para poner límites a las emisiones de GEI (Gases de Efecto Invernadero), socavando así la lucha contra la crisis climática.

    [108] Véase su argumentación unas semanas antes en Peter Kalmus, “Why is Biden boasting about drilling for oil? Our planet demands we stop now”, The Guardian, 31 de marzo de 2022; https://www.theguardian.com/commentisfree/2022/mar/31/why-is-biden-boasting-about-drilling-for-oil-our-planet-demands-we-stop-now

    [109] I. Fariza y E.G. Sevillano: “El corte de gas ruso aboca a Europa al carbón”, El País, 26 de junio de 2022.

    [110] Dan Murtaugh y David Stringer, “Coal was meant to be history. Instead, its use is soaring”, Bloomberg, 4 de noviembre de 2022; https://www.bloomberg.com/news/articles/2022-11-04/most-polluting-fossil-fuel-finds-new-life-with-world-burning-more-coal-for-power

    [111] https://twitter.com/ClimateHuman/status/1543019663222747136

    [112] Véase la reflexión de Richard Heinberg: http://www.resilience.org/stories/2015-06-05/renewable-energy-will-not-support-economic-growth

    [113] Antonio Turiel, “El debate renovable: naturaleza viva vs. naturaleza muerta”, Soberanía alimentaria, 2021; https://www.soberaniaalimentaria.info/numeros-publicados/77-numero-41/871-el-debate-renovable-naturaleza-viva-versus-naturaleza-muerta

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  • Ecología y socialismo – Entrevista a Wolfgang Harich

    Ecología y socialismo – Entrevista a Wolfgang Harich

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    Publicamos una nueva traducción de un documento inédito de Wolfgang Harich de mano de Àngel Ferrero, en esta ocasión una entrevista del año 1976 en la que aborda la relación entre ecología y socialismo. A pesar de su brevedad encontramos materiales que pensamos pueden ser útiles hoy en día para pensar la crisis ecológica. Hay posicionamientos lúcidos contra el «optimismo científico-tecnológico» y contra el «pesimismo sin esperanza», el «otro extremo falso» de ese optimismo sin fundamento. Reflexiones tempranas sobre los Verdes alemanes (de los que pronto tendremos más que decir), la evolución del bloque socialista y su posible convergencia ideológica en ciertos aspectos con el bloque capitalista. La vigencia de una postura «comunista» en su día, que sigue siendo pertinente para el nuestro, y de qué raíces podría tomar sustento en la larga tradición del socialismo marxista. Hay, sin duda, algunas cosas que querríamos matizar, que querríamos debatir, como la insistencia en la superpoblación en tanto que problema fundamental a nivel político (del que ya hemos hablado en otros lugares). En cualquier caso, esperamos que este documento sirva para hacer más rico el repertorio de textos disponibles en español de un pensador del calibre de Harich, del que seguimos aprendiendo.

    Entre los documentos legados por Harich se encuentra una versión mecanografiada de una entrevista con la revista Positionen. Theoretisches Magazin (POCH).[i] El texto, de siete páginas, contiene diversas correcciones de Harich, que se han incluido y editado. El manuscrito no está fechado, pero procede posiblemente de la segunda mitad del año 1976. En éste Harich desarrolla y profundiza, en contenido y en argumentación, las tesis expuestas en una entrevista anterior con el diario Frankfurter Rundschau. El título procede del editor. (Nota del editor de las Obras Completas de Wolfgang Harich, Andreas Heyer)

    Pregunta: El resultado de los dos primeros estudios del Club de Roma, que son el punto de partida de sus propias reflexiones en el libro ¿Comunismo sin crecimiento?, sugieren que en lo tocante a la crisis ecológica nos encontramos a cinco minutos antes de la medianoche. ¿Sigue manteniendo esta apreciación? ¿Confirman los nuevos conocimientos científicos este posible Apocalipsis histórico?

    Harich: Sí, cuando escribí mi libro, en 1974-1975, aún no conocía, por ejemplo, los estudios sobre las consecuencias del uso de espráis en la destrucción de la capa de ozono de la estratosfera. Pero no se trata solamente de los nuevos conocimientos científicos, sino más todavía de las catástrofes reales, que, entre tanto, me han reafirmado en mis posiciones: hablamos de Seveso[ii], de la explosión en Stavanger[iii], de una serie de espantosas averías en barcos petroleros, de los terremotos cada vez más frecuentes en los últimos años, etcétera. Después de todo esto estoy más convencido que nunca que de mantenerse las actuales tendencias del desarrollo global la humanidad pronto encontrará su propia destrucción, y ello sin una guerra nuclear, un riesgo que, pese a todo, se ha agravado e incluso a corto plazo podría incluso ser el más amenazador. En cuanto al Club de Roma, recientemente, en su reunión en Filadelfia de abril de 1976, ha dado un giro de 180 grados bajo la presión de poderosos intereses capitalistas y la advertencia directa de nadie menos que del vicepresidente de Estados Unidos, el multimillonario Nelson D. Rockefeller. Con la desaprobación del informe Meadows del MIT de 1972, incómodo para ellos, el Club quiere olvidar que entonces cuestionó el sentido del crecimiento económico. Razón de más para la izquierda para mantener viva la conciencia de la crisis ecológica, que los gobernantes, con las condiciones del último boom económico, aún creían poder tolerar y manipular, y que ahora, en tiempos de recesión y creciente desempleo, quieren volver a marginar y eutanasiar.

    P.: Desde el shock de la crisis del petróleo de 1973-1974 se ha puesto en marcha una búsqueda a marchas forzadas de depósitos de materias primas por explorar, tecnologías de reciclaje y formas alternativas de energía. Por descontado, de este modo lo único que puede hacerse es posponer el agotamiento definitivo de las fuentes de energía fósiles. Tan sólo quedaría una volátil intensificación y expansión de la investigación científica. ¿O ve posible otra vía?

    Harich: No hay autoengaño más estúpido que el optimismo científico-tecnológico, como el que se expresa en la siguiente conclusión: «Hasta ahora la ciencia siempre ha encontrado una solución, así que también lo hará en el futuro.» Por la misma lógica, alguien a quien hasta ahora los médicos han logrado comprender cómo curar sus enfermedades puede llegar a la conclusión de su propia inmortalidad. A eso mismo se lo denomina una extrapolación inválida. De manera grotesca, se decantan por ella como supuesto argumento quienes acusan a los Meadows de haber extrapolado incorrectamente. Naturalmente, no quiero disputar la necesidad de impulsar investigaciones en las direcciones que usted ha mencionado. Pero de ello no se deriva que debamos confiar, con una credibilidad cuasi religiosa, que este tipo de investigaciones logrará los resultados deseados en cualquiera de los casos. Deberíamos mantener una prudente distancia y una constante posición crítica con las alternativas que la ciencia tiene que ofrecernos. Las formas de energía alternativas a la fisión del átomo son, por ejemplo, inaceptables, porque los riesgos asociados a éstas superan con creces los correctivos que prometen: aumentan la confianza en la capacidad de los hombres para poner límites a su proliferación, reducir su consumo y renunciar, al menos, a la simplificación del trabajo. Todo ello tiene efectos aún más perjudiciales para la salud con un enorme incremento de la energía fósil.

    P.: ¿Puede la toma de conciencia de los problemas ecológicos basarse en citas de Marx? Marx se encontraba en el siglo XIX en unas relaciones sociales y un contexto intelectual en el que la orientación al crecimiento era prácticamente equivalente al progreso humano. Desde entonces la situación se ha modificado radicalmente. ¿No deberíamos nosotros, los marxistas de hoy, destacar la condición del hombre de su dependencia de la naturaleza de manera mucho más marcada que Marx? ¿Ve usted la posibilidad de que el marxismo se apropie de manera crítica de otras tradiciones del pensamiento, también las no europeas, que han situado el elemento de la naturaleza en los hombres más bien en el centro de sus consideraciones?

    Harich: Debido justamente a que en el siglo XIX la contaminación medioambiental y el agotamiento de las materias primas eran todavía problemas relativamente sin importancia y lejanos, que, en correspondencia, la ciencia podía descuidar con una cierta justificación, puede atribuirse a Marx aún más el mérito de que ya entonces no sólo no ignoró la base natural de la sociedad humana, sino que ocasionalmente reflexionó de manera netamente ecológica, antes de que existiese una disciplina científica con ese nombre. Los pasajes sobre esta cuestión en su obra y en la de Engels tienen hoy, teniendo en cuenta la crisis ecológica, incluso mayor valor que en la época en que se formularon. Por otra parte, por las mismas razones puede que hoy ya no baste recurrir solamente a ellos. Lo que se requiere es, más aún, que el marxismo actual adopte críticamente los resultados de la ecología en toda su amplitud y el estado del conocimiento más actualizado, y que, al mismo tiempo, se ocupe de manera especial de la elaboración de su propia economía del valor de uso en los estudios económicos marxistas sobre la actualidad de la transición al comunismo. Esto último sería una suerte de retorno al peldaño más elevado de Aristóteles, que respaldó una “economía” en un sentido auténtico, que distinguió con claridad de su odiada “crematística” como enseñanza de las relaciones de intercambio contrarias a la naturaleza, de la circulación de mercancías y de dinero [iv].

    Más allá de eso, me parece que el análisis de las tradiciones filosóficas que usted ha mencionado, como lo que Lévy-Strauss ha llamado “pensamiento salvaje”, o con una religión de alcance mundial como es el budismo, son plenamente fructíferos. A este respecto, entre los comunistas de Laos está en marcha una evaluación sin prejuicios. Hablar de una “adopción crítica” es algo de lo que ciertamente dudo. Lo que yo, con modestia y precaución, inicialmente propondría, sería un diálogo entre marxistas y budistas. En el espacio lingüístico alemán posiblemente primero con Gottfried Gummerer, quien, como budista, es quien más se ha ocupado de las cuestiones de la futurología basadas en el ecologismo. En este diálogo habría que librar una lucha decidida contra el pesimismo sin esperanzas de Gummerer. Pues la gestión de la crisis ecológica sería una resignación pesimista que inevitablemente genera un sentimiento de “después de mí, el diluvio”, sin duda el extremo más perjudicial, al menos no menos perjudicial que el otro extremo falso opuesto, el optimismo tecnológico.

    P.: En su introducción al libro que hemos mencionado usted se ocupa de los esfuerzos de los científicos de los países socialistas por abordar seriamente las cuestiones ecológicas. ¿Se ha ampliado desde entonces esta discusión y se ha ido más allá del estrecho círculo del debate científico? Más concretamente: entre el transporte individual, destructor del medio ambiente, y el transporte público, favorable al mismo, ¿se ha decantado la República Democrática Alemana (RDA) a favor de este último? ¿Hay en los Estados socialistas voces críticas a la construcción de centrales nucleares? Y de haberlas, ¿podría hablar abiertamente de ellas?

    Harich: Por desgracia he de responder negativamente a todas las preguntas. En los países del socialismo realmente existente tiene lugar a este respecto el mismo desarrollo equivocado que en el resto del mundo. En la RDA he intentado luchar contra ello durante tres años a diferentes niveles con los modestos medios a mi alcance, en vano, excluido de la opinión pública, de acuerdo con las reglas del sistema político aquí establecido.

    P.: ¿Qué conclusiones extrae de esta experiencia suya?

    Harich: La solución a los problemas ecológicos globales la espero de un comunismo homeostático, sin crecimiento. No he cambiado en este punto. La cuestión de dónde se realizará por primera vez es algo que sin embargo he dejado abierta en mi libro (p. 134 y siguientes). Con todo, veo las condiciones estructurales más favorables en los países socialistas. Añado no obstante (ídem, p. 137) que esto puede que no sea decisivo. Factores como el grado de industrialización, de productividad laboral, los ingresos per cápita, el consumo per cápita de materias primas y energía, etcétera, pueden demostrarse bajo determinadas circunstancias como más importantes. Hoy estoy lejos de transformar la consideración hipotética de 1975-1975 en una afirmación apodíctica: la brecha en bienestar entre el Oeste y el Este, entre el Norte y el Sur, no deja ninguna otra esperanza que el comunismo sin crecimiento se abra paso en las metrópolis del capital, allí donde el despilfarro, el agotamiento de las materias primas y la destrucción medioambiental están más avanzados, donde la sociedad de consumo comienza a llevarse a sí misma ad absurdum y donde las crisis de crecimiento económico siguen agudizándose sin poder ser ya superadas.

    P.: En consecuencia, parece que se equivocó de lugar en sus esfuerzos.

    Harich: Quizá fue un prejuicio moral que creyese tener que “limpiar la propia casa” primero. A pesar de todo, no quisiera perder las experiencias adquiridas: me han ayudado a sondear lo que es posible e imposible en una política motivada ecológicamente en el socialismo realmente existente de hoy.

    P.: Nos preguntamos si no existe un riesgo en que el incremento del fetichismo del crecimiento, de hacer aumentar las cifras del Producto Interior Bruto de manera puramente cuantitativa, como también ocurre en los países socialistas con un elevado grado de industrialización, acabe derivando en una línea de convergencia con las ideologías de crecimiento del capital monopolista.

    Harich: Afirmar que la política económica en el Este está orientada todavía a un incremento de la producción “puramente cuantitativo” es, creo yo, injusto. Piense solamente en el tiempo que ha transcurrido desde que se ha abandonado la llamada ideología de toneladas [v]. Sin embargo, el riesgo de una convergencia en la práctica existe de hecho. Por ejemplo, representantes de Yugoslavia, Polonia, Rumanía y Hungría, no solamente científicos sino también, en parte, miembros del gobierno, incorporaron en su trabajo los resultados del informe del Club de Roma exactamente en el momento en que el Club, como quedó dicho, en abril de 1976 en Filadelfia, comenzó a apartarse de su crítica al crecimiento original. Esta cooperación se plasmó incluso en una de las primeras publicaciones conjuntas entre Este y Oeste, Global Goals for Global Societies, de Ervin László, entre otros. No conozco aún este trabajo. Posiblemente su lectura me induzca a una polémica. En cualquier caso, considero la lucha contra las teorías de convergencia todavía de suma actualidad, y ello hoy incluso más que desde que se alinease con ella un político llamado Zbigniew Brzeziński.

    P.: Las fuerzas antiimperialistas libran en todo el mundo una lucha por el desarme. En esta lucha el peso de la agitación se pone de manera casi exclusiva en la reducción cuantitativa del potencial militar, esto es, el número de tropas, sistemas de defensa, etcétera. ¿No podría este debate llevarse de una manera más decidida y activa políticamente si se llevase a un primer plano la dimensión ecológica de la cuestión armamentística?

    Harich: Sobre esta cuestión existen ya iniciativas prometedoras. No se olvide de la propuesta que en septiembre de 1974 Gromyko remitió a la Asamblea General de la ONU y que se ha convertido en un correspondiente tratado internacional después, con las negociaciones de desarme en Ginebra. También la lucha actual contra la construcción de la bomba de neutrones tiene un componente claramente ecológico. Naturalmente todo ello es insuficiente, en esa misma dirección debe emprenderse mucho, mucho más. A lo que me sigo resistiendo es al extendido mal hábito de oponerse a una regulación de la población mundial, a una protección medioambiental drástica, al ahorro de materias primas y energía y a las reivindicaciones de desarme, como si no fuesen justificadas y urgentes. ¡Como si una cosa excluyese a la otra! ¡Como si no se tratase de luchas contra todos los riesgos al mismo tiempo!

    P.: Desde su fundación, POCH se ha ocupado con frecuencia de cuestiones medioambientales. Al hacerlo nos encontramos ante el siguiente problema: ¿Cómo logramos que nuestras reivindicaciones no sirvan para hacer avanzar la agenda de recortes sociales impulsada por la burguesía? ¿En qué términos pueden unificarse la lucha ecologista y la lucha contra el desmantelamiento del Estado del bienestar?

    Harich: Le planteo la pregunta opuesta: ¿Recortes sociales para qué y para quién? Cuando el presidente del USPD [vi], Arthur Crispien, en el II Congreso del Komintern, en verano de 1920 en Moscú, expresó que una revolución sólo podía llevarse a cabo si “no empeoraba demasiado las condiciones de vida del trabajador”, Lenin le respondió que este punto de vista era contrarrevolucionario por dos motivos: por una parte, la revolución exigía a los trabajadores sacrificios, y, por la otra, no había de olvidarse que la aristocracia obrera, como base social del oportunismo, se había llevado exactamente por ese motivo, para asegurarse mejores salarios, a apoyar a “su” burguesía en la conquista y explotación de todo el mundo.[vii] ¿Se prestaba con ello Lenin a un “recorte social” a favor de la burguesía? ¡Por descontado que no, todo lo contrario! Aplique esto análogamente a su problema y entonces se dará cuenta de que POCH hace bien, a la vista del síndrome político-ecológico, en convertirse en altavoz de la conciencia de la clase obrera suiza y aclarar en consecuencia: “Sí, estamos preparados, por la supervivencia de la humanidad, a cualquier sacrificio material necesario y a reclamárselo al trabajador, a condición que se haga con el principio de una estricta igualdad, esto es, que en primer lugar los ricos desaparezcan de la superficie terrestre.” De existir sobre esta cuestión desde un buen comienzo claridad, más adelante ocurrirá que POCH analizará el valor en el fondo cuestionable del actual bienestar de las masas y elevará su conciencia. El hecho de que la pauperización de las masas, considerada atentamente, no haya desaparecido, sino que meramente se hayan transformado sus manifestaciones, que las personas, a través de sus préstamos, de sus prisas y estrés en el trabajo, inseguridad existencial, enfermedades civilizatorias de todo tipo, paisaje arruinado, aire polucionado, accidentes de tráfico, creciente criminalidad, atrofia cultural, frustración sexual, etcétera, no en último lugar debido al permanente temor de una catástrofe nuclear civil o militar, que pende sobre ellos como una espada de Damocles, son más infelices que nunca. ¿Pues de qué sirve tener una casa propia en el campo cuando la naturaleza hasta entonces intacta se urbaniza? ¿De qué sirve reducir la jornada laboral, cuyas consecuencias perjudiciales y dolorosas para el corazón y la circulación sanguínea se curan en el hospital y han de compensarse después a través de un agotador entrenamiento de fitness? ¿De qué sirve elevar el nivel educativo si va de la mano de la anulación del espíritu mediante la televisión? Una pregunta tras otra. El material argumentativo que ofrece una agitación social y ecológica combinada es inconmesurablemente rico.

    P.: ¿Cómo se posiciona respecto al movimiento de los ecologistas en Francia y de Los Verdes en la República Federal Alemana (RFA)?

    Harich: Forma parte de uno de los acontecimientos más prometedores de nuestra época que la voluntad de luchar por la conservación de la vida en nuestro planeta y subordinar a esta tarea todo lo demás haya comenzado a formarse ahora también a nivel de partido político. Es a bien seguro obvio que también este movimiento, como los partidos tradicionales en sus comienzos, atraviese una fase de enfermedad infantil, que sobre todo ellos no consigan alcanzar una amplia y razonada posición común sobre todo el espectro de cuestiones políticas que hoy están pendientes de solución. Esto no va suceder tampoco en el estadio presente. La mera existencia de listas verdes, incluso partidos, es un logro que no se valorará nunca lo suficiente. Para poder expresarme con justicia sobre las diferencias que hay entre mí y Los Verdes primero debería conocerlos con exactitud y escrutado con detalle. Por ahora mis informaciones son demasiado escasas, aunque suficientes como para declararme en principio solidario con los iniciadores de este nuevo comienzo.

    P.: ¿Puede seguir manteniendo con una posición así su afirmación de que es comunista?

    Harich: El término “comunista” tiene diferentes significados. Yo defiendo el comunismo como un orden social que es más que sólo socialista, esto es, en el que no sólo los medios de producción son propiedad de todos, sino en el que también la distribución del consumo se rige por el principio de igualdad. En este sentido soy comunista. Ya no lo soy en el otro sentido, el de ser miembro de un partido surgido de la Tercera Internacional, la Internacional Comunista, el Komintern, por su acrónimo. Entre estos partidos existen, como es sabido, desde hace algún tiempo fuertes discrepancias de opinión, e incluso contradicciones, que pueden llegar a alcanzar la hostilidad. Pero, entre otras cosas, tienen en común que no consideran el comunismo algo para nada actual, que en el mejor de los casos han degradado el tema a un sermón dominical, no vinculante. Una posición “verde” realmente consecuente, por el contrario, incluye una concepción del comunismo como tarea presente, pues las limitaciones en la sociedad que demanda la ecología únicamente son realizables en la igualación de las condiciones materiales de todos, y aún más mediante una nivelación hacia abajo [viii].

    La ilustración de cabecera es «Work no. 307», de Emma Kunz (1892 – 1963).

     

     

    [i]POCH (Progressive Organisationen der Schweiz) fue un partido político suizo de orientación comunista nacido del movimiento estudiantil del 68. A partir de 1987 se distanció definitivamente del marxismo-leninismo y cambió su nombre a POCH-Grüne. En 1993 el partido fue disuelto, pasando la mayoría de sus militantes al Partido Verde de Suiza (GPS).

    [ii]El 10 de julio de 1976 ocurrió una de las peores catástrofes medioambientales en Europa cuando se produjo una fuga de seis toneladas de productos químicos en una planta cerca de Seveso, al norte de Milán, exponiendo a sustancias tóxicas a la población de los municipios circundantes, a la fauna y a la flora. Un estudio médico realizado por Andrea Baccarelli, Sara M. Giacomini, Carlo Corbetta y otros en 2008 reveló el impacto de la contaminación al revelar que las alteraciones hormonales neonatales en un grupo de estudio compuesto por miles de afectados eran 6’6 veces superiores a los del grupo de control.

    [iii]El 5 de junio de 1976 una parte de la plataforma petrolífera noruega Alexander L. Kielland, en el campo de Ekofisk, se desplomó debido a las condiciones climatológicas, acabando con la vida de 123 de los 212 trabajadores.

    [iv]Aristóteles distinguió la economía, el arte de la gestión del hogar o el arte de la adquisición natural, de la crematística, el arte de la adquisición desviado de su origen, que sirve exclusivamente a la acumulación de capital y, de ese modo, fomenta la ilusión de una riqueza ilimitada e independiente del bien común. Harich trató esta cuestión con detalle en Kommunismus heute. Sobre este tema puede consultarse también la conferencia de Harich sobre filosofía clásica en el sexto volumen de las Obras Completas. (Nota de Andreas Heyer)

    [v]“Ideología de toneladas” era uno de los términos utilizados para criticar a las economías planificadas de los Estados socialistas, particularmente durante el estalinismo, por primar la producción sin tener en cuenta la demanda, el uso o la calidad de lo producido.

    [vi]El Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD) fue una escisión del SPD posterior a la Primera Guerra Mundial que agrupó a los socialdemócratas de diferentes tendencias políticas unidos por su oposición común al conflicto.

    [vii]Entre corchetes, Harich incluye la referencia: Lenin, Werke, vol. 31, p. 236 y siguientes. (Nota de Andreas Heyer)

    [viii]Esta posición es una constante en la filosofía política de Harich, se la encuentra tanto en sus escritos de juventud como en el marco de su crítica al anarquismo. (Nota de Andreas Heyer)

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  • Entrevista con Ende Gelände: «Hay que asegurarse de que los medios utilizados para luchar contra la pandemia no nos hagan profundizar aún más en la emergencia climática»

    Entrevista con Ende Gelände: «Hay que asegurarse de que los medios utilizados para luchar contra la pandemia no nos hagan profundizar aún más en la emergencia climática»

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    Entrevistamos a Johanna Frei, de Ende Gelände, organización alemana dedicada que usa la desobediencia civil masiva para impedir el normal funcionamiento de las minas de carbón. 

    P: Ende Gelände sois una de las organizaciones contra los combustibles fósiles más importantes de Europa, pero quizá no sois demasiado conocidos fuera de Alemania, o al menos no en España. ¿Podrías describir cuáles son los principales rasgos de vuestro colectivo?

    R: Somos una organización de acción civil masiva de desobediencia contra las minas de lignito a cielo abierto. Lo que hacemos es irrumpir en las minas y en las infraestructuras que las rodean con miles de personas y bloquear las excavadoras gigantes y las instalaciones con nuestros propios cuerpos. Lo hacemos vestidos con un mono blanco y con máscara para protegernos del polvo de lignito y de la represión de la policía y de la seguridad privada. Lo que queremos es crear una sensación de empoderamiento en quienes participan en estas acciones, pero también en quienes nos vean a través de los medios. Nuestro mensaje se basa en que necesitamos dar pasos de manera inmediata hacia un escenario de justicia climática y que, si nadie más hace nada, del marrón de echar el cierre ya nos encargamos nosotros.

    Con todo, sí que hemos tenido repercusión internacional. Desde el principio, hemos tejido una sólida red internacional y compañeras y compañeros de toda Europa han participado todos los años en nuestras acciones. Hay muchos grupos que se han inspirado en Ende Gelände, como Code Rood en Países Bajes, Limity Jsme My en República Checa y RadiAction en Francia. En el estado español, Gipuzkoa Zukit llevó a cabo una acción en 2017 inspirada en Ende Gelände.

    P: Vuestro objetivo son las minas de carbón y en su infraestructura. ¿Por qué las minas y no, por ejemplo, las infraestructuras petrolíferas? ¿Son menos importantes para el sistema energético alemán?

    Las minas de lignito renanas son la mayor fuente de emisiones de CO2 de Europa y el carbón en general tiene un papel importante en el sistema de energía de Alemania. El modo de producir electricidad a partir del carbón es además un muy buen ejemplo a través del cual criticar el rol del capitalismo en la generación de la crisis climática.

    R: Ya hemos tenido éxito a la hora de reducir la importancia del carbón y ahora están entrando en el debate otros objetivos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en Alemania; tanto en el debate público como dentro de Ende Gelände como colectivo. En todo caso, cuando llevamos a cabo nuestra primera acción, en 2015, el carbón era la clave para que arrancase el debate sobre qué hacer contra el cambio climático.

    P: Asistimos a vuestra charla en Madrid en la contracumbre de 2019 y nos sorprendió mucho el sentido de «comunidad» que construís antes y durante vuestras acciones. ¿Podríais explicarnos cómo preparáis y organizáis estas acciones? ¿Existe algún contacto con los trabajadores de las minas o con sus sindicatos?

    R: Somos una organización de base y fundamentamos nuestras decisiones en un principio de consenso, lo hacemos así tanto en el proceso de preparación como durante las acciones. Tener voz ya es muy empoderante para la gente. Durante la acción se forman grupos de afinidad de unas pocas personas que cuidan unas de otras. Estos grupos de afinidad se unen en lo que llamamos «dedos». Estas unidades de en torno a cien personas participan juntas de las acciones y entran juntas en las zonas mineras para bloquear las grandes excavadoras y otras infraestructuras. A menudo tenemos que atravesar las líneas policiales, cosa que hacemos con una técnica especial que hemos aprendido del movimiento antinuclear alemán, pero que solo funciona si todo el dedo trabaja junto. Demostramos que juntos somos más fuertes que la represión del estado. Todos estos principios los explicamos y entrenamos antes de las acciones. Generalmente existe un gran sentido de comunidad y solidaridad durante las acciones, pero también después.

    Ende Gelände forma parte de un movimiento amplio de resistencia contra el lignito en Alemania. Ha habido distintos intentos de entablar un diálogo con los trabajadores y los sindicatos, pero nos ha resultado muy difícil. En todas nuestras declaraciones siempre dejamos claro que deseamos una transición justa para los trabajadores y para toda la región. El problema es que actualmente los trabajos en ámbitos destructivos climáticamente a menudo están mejor remunerados y tienen mejores condiciones laborales que los de espacios alternativos. No obstante, poco a poco se está iniciando un debate dentro de los sindicatos alemanes en torno a qué hacer acerca del cambio climático.

    P: El objetivo de Ende Gelände es cerrar las minas para siempre. Nos preguntamos si vuestras acciones aspiran a cerrarlas por sí mismas o si las veis más bien como «agitación» contra los combustibles fósiles. ¿Lleváis a cabo algún tipo de acción «destructiva» contra estas infraestructuras o la presión contra alguna de estas minas se prolonga en el tiempo? Además, ¿cómo se vuelca esta presión hacia las instituciones políticas, si es que os relacionáis con ellas de algún modo?

    R: En su momento decidimos bloquear las minas solo con el cuerpo y no llevar a cabo ningún tipo de sabotaje. Tenemos un «consenso de acción» que deja esto claro y a la gente que quiere poner en marcha otro tipo de acciones les pedimos que lo hagan en otro momento y no durante las acciones de Ende Gelände. Queremos que el mayor número de gente posible se sienta cómoda y se una a nosotros, también gente que nunca ha participado en ningún tipo de acción. Esto lo logramos llevando a cabo acciones a unos niveles más «bajos». Es más, esto nos permite comunicar nuestra actividad públicamente.

    Con algunas de nuestras acciones de hecho hemos logrado una caída en la producción de electricidad, pero por lo general a lo que aspiramos es iniciar un debate público. Por ello, estas acciones solo duran unas horas o unos días. Sencillamente, queremos que se preste atención a la justicia climática y a lo que Alemania puede hacer por ello. Ahora bien, la transición entre una acción exitosa y un cambio real en las políticas es un proceso complejo y siempre estamos debatiendo sobre cómo lograr un resultado lo más favorable posible para nuestros intereses. Ya hemos conseguido alguna reducción en la quema de carbón, pero, por supuesto, queremos más.

    P: Hace poco entrevistamos a Andreas Malm y proponía que debemos ser capaces de responder cuando golpeen las catástrofes climáticas y no solo llevar a cabo acciones sin relación con la situación climática coyuntural. Por ejemplo, sugería que, cuando llegue la próxima ola de calor a Europa, deberíamos atacar las infraestructuras de los combustibles fósiles para poner en relación ambos hechos y ganar cierto poder social y político. ¿Creéis que en este momento tenemos el suficiente poder de masas y organizativo para hacer este tipo de cosas? ¿Qué tendríamos que hacer para llegar hasta ahí?

    R: Ende Gelände ha acogido el surgimiento de muchos grupos locales y de varias acciones por la justicia climática dentro y fuera de Alemania. Sea lo que sea lo que queramos lo que necesitamos es una base fuerte. En este momento nuestras estructuras están debilitadas por la pandemia, pero el público no se ha olvidado totalmente del problema climático. Hay mucha gente que traza una frontera entre los problemas climático y medioambiental y el coronavirus, pero la lucha contra la catástrofe climática ya no está en los titulares como lo estaba en 2019. En este momento de lo que hay que asegurarse es de que los medios utilizados para lucha contra la pandemia y contra sus consecuencias no nos hagan profundizar aún más en la emergencia climática, sino que deben ser socialmente justos y ecológicamente sostenible. El reinicio de la economía europea determinará qué dirección tomamos como sociedades.

    P: Vuestro trabajo ha sido tremendamente importante para subrayar lo importantísimo que es dejar de que quemar combustibles fósiles, pero quizá estéis de acuerdo con que es necesario aumentar la escala de nuestras acciones e ir más lejos, y que esto tiene que pasar en todas partes. Aunque, desde luego, la pandemia ha supuesto un duro golpe para el movimiento climático, ¿tenéis algún plan para profundizar en vuestras acciones en el futuro próximo?

    R: En estos momentos estamos en proceso de planificar nuestros próximos pasos. Tenemos la sensación que únicamente aumentando la escala y haciendo que nuestras acciones sean cada vez más grandes no vamos a alcanzar nuestra meta de una sociedad climáticamente justa. Lo que estamos planteándonos es extender nuestros objetivos y hacer frente a otras formas de combustibles fósiles que sean fuente de gases de efecto invernadero, estamos pensando qué imágenes potentes podemos crear con nuestras acciones. Esto no tiene por qué ser a través de acciones con más gente o que sean más «radicales». Lo que se percibe como más radical a menudo es también muy exclusivo y difícil de explicar al público. Lo que queremos es ser más inclusivos y que la gente entienda por qué hacemos lo que hacemos.

    Ahora mismo estamos trabajando el asunto del racismo. Como sabemos, la crisis climática está fuertemente vinculada al colonialismo y al racismo. Por una parte, queremos hacer que estos vínculos sean evidentes; por otro, queremos combatir nuestro racismo internalizado. Hemos iniciado un proceso interno de reflexión sobre el modo que tenemos de organizarnos e intentamos trabajar con más grupos indígenas y racializados. Para nosotras y nosotros, el siguiente paso se basa en pensar cómo podemos ser un grupo y un movimiento más holístico. Sin luchar contra estructuras como el racismo o el patriarcado no vamos a ser capaces de frenar la crisis climática.

    La ilustración de cabecera es «Mina de carbón en el Borinage», de Vincent van Gogh (1853-1890).

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  • Apropiarse y resistir – La cadena global de suministros está en disputa

    Apropiarse y resistir – La cadena global de suministros está en disputa

    Por Thea Riofrancos.

    Este texto fue originalmente publicado bajo el título «Seize and Resist» en The Baffler.

    La globalización está siendo asediada desde todos los flancos. Resulta difícil precisar cuándo empezó el conflicto: el concepto —y el proceso al que se refiere— casi es indistinguible de la polémica que lo rodea. El 1 de enero de 1994, el día que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio para América del Norte, fue también el día que el EZLN le declaró la guerra al gobierno mexicano. En el año 1999 apareció en Estados Unidos el movimiento altermundista en la Batalla de Seattle; en el sur, aquello llegó a su punto álgido con el Foro Social Mundial de 2005 en la ciudad brasileña de Porto Alegre, que contó con la participación de quince mil personas. Unos años más tarde, el «movimiento de las plazas» ocupó espacios públicos desde El Cairo a Nueva York pasando por Atenas. Estos hechos coincidieron con toda una etapa de movimientos de resistencia al libre comercio y a la hegemonía estadounidense en Latinoamérica, que culminó con el giro a la izquierda, que a su vez precedió a la dispersión global de los populismos de izquierdas y derechas que, aunque diametralmente opuestos en sus diagnósticos, apuntaban a las insípidas políticas de gestión de las democracias de mercado.

    Y aquello fue solo el comienzo. Después de sobrevivir a la inestabilidad causada por los movimientos sociales y las crisis financieras, el destino de aquella utopía en torno a una Tierra aplanada —el sueño de una humanidad global conectada entre sí a través de las nervaduras de un comercio pacífico, de la comunicación digital y de las instituciones internacionales, con la protección del benévolo imperialismo estadounidense— entró en otra fase de incertidumbre. Hubo varios continentes en los que el nacionalismo de derechas, nutrido por el neoliberalismo, se hizo con el poder estatal. Tuvieron lugar guerras comerciales, se abandonó el multilateralismo y se reconfiguraron las alianzas históricas. La integración global ya estaba en su punto más bajo cuando en China surgió el coronavirus para después expandirse por todo el mundo gracias a los canales de interconexión transnacional. Se paralizaron las cadenas de suministro, que tienen su base en una circulación sin fricciones y en la producción just in time; mientras tanto, los líderes políticos de todo signo ideológico lamentaban la «dependencia» no solo de China, sino de una producción globalmente dispersa, que se encarga de fabricarlo todo, desde lo más superficial (la moda) a lo más esencial (los equipos de protección). En su lugar, apelaron a una «relocalización» de las cadenas de suministro, a la reducción de la escala productiva a niveles domésticos y regionales y a mantener el equilibrio entre la eficiencia económica y las recientes exigencias de salud pública. ¿Estamos contemplando el ocaso de la globalización?

    Como siempre ocurre en el capitalismo, las apariencias engañan. Desmantelar los procesos mundiales de extracción, producción, distribución y finanzas sería una tarea extremadamente compleja. Estos procesos están mediados por tecnologías de transporte (contenedores, tránsito intermodal) e informática (IA, aprendizaje automático, robótica); organizados en geografías económicas diversas (corredores, pasarelas, clústers, zonas económicas especiales); estructurados por relaciones interempresariales e intraempresariales en desarrollo (deslocalización, subcontratación, reintegración vertical) y formas de poder mercantil (monopolios y monopsonios); y, en última instancia, vienen posibilitados por la autoridad estatal, que pone a su disposición la infraestructura logística y regulatoria que requieran y su aparato represivo para defender a toda costa el flujo de mercancías. El «capitalismo desglobalizado» roza el oxímoron. Desde sus albores, con en el comercio de esclavos transatlántico y la desposesión indígena, la lógica del beneficio viene ejerciendo una fuerza centrífuga; el anhelo de acumulación es espacialmente totalizador. En la teoría el capitalismo puede ser cualquier cosa, pero el capitalismo realmente existente siempre ha confiado en la desvalorización globalmente desigual del trabajo y la naturaleza, en el sacrificio de las vidas y los ecosistemas más remotos en el altar de la producción incesante y en la expulsión continuada de poblaciones que o bien sobran o bien son superexplotadas.

    El repliegue nacionalista es, por tanto, una fantasía, pero las fantasías pueden ser políticamente muy potentes: en la práctica, la exigencia de «traer de nuevo la producción a casa» es el presagio de un mundo sombrío con políticas migratorias aún más duras y cadenas de suministros cada vez más protegidas por la violencia estatal. Hoy la tarea de la izquierda es la de comprender la escala fundamentalmente planetaria del capitalismo global —y los horizontes planetarios de nuestros proyectos transformadores—. Es esta interdependencia planetaria —su realidad brutal y su posibilidad emancipatoria— lo que Martín Arboleda describe con rigor y generosidad en Planetary Mine. Territories of Extraction Under Late Capitalism (Verso Books, 2020). Y, al hacerlo desde la atalaya de las vastas zonas de extracción que se extienden desde Chile hasta China —minas, refinerías, puertos, barcos, centrales eléctricas, centros de procesamiento de datos y ciudades enteras que funcionan como centros logísticos para el capital—, Arboleda no solo coloca la periferia en el centro, sino que le da la vuelta a nuestro depauperado vocabulario espacial. Los márgenes del sistema mundial no están ni mucho menos atrasados: en ellos se ponen en práctica las técnicas de explotación más novedosas y son la vanguardia de los futurismos subalternos.

     

    Leviatán fragmentado

    Hay fragmentos de esta mina planetaria por todas partes. Dada la procedencia de los materiales utilizados como accesorios para fontanería, cableado eléctrico, ventanas y demás, los paisajes urbanos son «minas invertidas»: los rascacielos no solo son levantados con materiales minerales; su construcción es posible gracias al alumbrado, la ventilación y los ascensores que originalmente fueron inventados para la industria de la extracción subterránea. Los fragmentos también están presentes en las «prácticas y costumbres casi imperceptibles que […] tejen juntas la fábrica de la vida cotidiana»; tierras raras, litio, cobalto, níquel y cobre son ingredientes esenciales para un sinfín de dispositivos electrónicos. La mina planetaria permite que tengan lugar nuestros encuentros románticos y nuestras rutinas de ejercicio, así como los extendidísimos ámbitos de la vigilancia estatal y la disciplina laboral.

    El progreso tecnológico es el producto y el instrumento de la extracción. Es gracias al «salto cualitativo en […] la robotización e informatización» por lo que la frontera extractiva sigue extendiéndose y ya alcanza las impresionantes cimas de los Andes que se ciernen de modo amenazador en Planetary Mine y, de una manera más especulativa, llega también a los tesoros minerales del fondo oceánico y a los depósitos extraplanetarios de los asteroides más cercanos. Los minerales sirven para alimentar las máquinas que, a su vez, extraen más minerales. El trabajo humano —ya sea el trabajo degradado en los sectores de servicios informales que proliferan alrededor de las minas y los centros logísticos, o el cada vez más proletarizado trabajo profesional de ingenieros y programadores— funciona como un apéndice del aparato técnico. El ritmo de automatización se ha acelerado con el crecimiento del comercio entre Latinoamérica y China, cuyo volumen se multiplicó más de tres veces entre 2000 y 2011. Buena parte de este comercio es el de minerales, soja, petróleo y carne de vaca, lo que conforma una densa red de «interdependencias sociometabólicas» entre estas dos regiones. Para dar una idea de la escala, cabe mencionar el Valemax, «el segundo barco carguero más grande del mundo», con capacidad para transportar 450.000 toneladas de peso muerto, y que transporta carbón de China a Brasil y porta hierro en el viaje de vuelta. La descripción de Arboleda representa un culmen industrial, «aterrador e imponente» a partes iguales, que recuerda el bestiario victoriano de los vampiros y los monstruos de Frankenstein, aunque ahora actualizados a cíborgs, como los «megabulldozers» robotizados capaces de «operar en condiciones de gran altitud, nula visibilidad y condiciones atmosféricas adversas».

    Por supuesto, es solo en combinación con el trabajo como estas máquinas adquieren su fuerza vital. Desde 1992, cuatrocientos millones de campesinos chinos han sido forzosamente «descampesinizados» para que empezasen a trabajar en las fábricas, pero también en la otra costa del Pacífico los campesinos y los pueblos indígenas son expulsados de sus tierras. A este proceso Marx lo llamó «acumulación primitiva»: la forzosa separación de las personas de sus medios de subsistencia, empujándolas así al trabajo asalariado y al nexo a través del dinero. Estos cambios en la estructura de clases no se desarrollan en paralelo, sino que están relacionados entre sí. La reproducción de la clase obrera china depende de la desposesión de los campesinos latinoamericanos, y la deforestación, la contaminación y las epidemias de cáncer que implican la extracción rapaz y la megaagricultura. La condición de subordinación que comparten es, para Arboleda, una de las claves para las condiciones compartidas de su emancipación: los trabajadores chinos y chilenos tienen más en común entre sí que con sus respectivas clases dominantes. Y, en lo que sirve como un útil correctivo a los tropos sinófobos, China no debería ser vista como un hegemón manipulador y conspirador obcecado con la dominación mundial. Más bien, y parafraseando a Stuart Hall, el imperialismo es la forma que a través de la cual es vivido el capitalismo. Desde este punto de vista, el papel de la banca y de las empresas chinas en la expansión de la frontera extractiva es una expresión de un proceso de carácter global.

    Desde esta perspectiva planetaria, las categorías de «centro» y «periferia» de la teoría tradicional del sistema mundo no cuadran en tanto que unidades con delimitaciones nacionales. Más bien se dan en una relación fractal que se repite a distintas escalas. Arboleda pone el foco en lo urbano. En Chile, la mina planetaria se despliega a través de un «asombroso, árido y fracturado paisaje urbano», la desértica región del norte «en la cual se dan la mano la riqueza y la miseria». La ciudad de Antofagasta constituye un nodo clave en la economía minera; su espacio urbano funciona como infraestructura para posibilitar «el flujo, la conectividad y la velocidad» en las cadenas de suministro de la minería. Bajo la circulación sin costuras de productos, trabajo y capital hay un «frenético movimiento de grúas portuarias, buques de carga, trenes, camiones y trabajadores industriales». Tanto los trabajadores como las ciudades existen para servir a lo que el difunto académico marxista Moishe Postone llamó la «rueda» de la acumulación. Los paisajes y el trabajo están íntimamente vinculados: el mismo entorno artificial transformado por la extracción intensiva en capital y las infraestructuras logísticas de apoyo es lo que produce el llamado «trabajador colectivo», un organismo internamente heterogéneo que comprende ingenieros y trabajadores domésticos, programadores y camioneros que residen en un espacio segregado de torres brillantes y contaminados poblados chabolistas.

    La otra cara de tener un flujo de bienes sin sobresaltos es la incesante precarización de los trabajadores. Esta condición es experimentada tanto en el trabajo (la mayoría de los estibadores chilenos tiene contratos temporales) como en la esfera habitacional, donde predominan asentamientos urbanos inseguros. Y el lugar del estado es el de ensamblar estos «espacios escleróticos» al «aparato mecánico autónomo» de la logística de la cadena de suministro. La regulación tecnocrática y la fuerza represora son lo que hacen que la rueda no se detenga.

    Los cuellos de botella del capital

    Es el poder del estado lo que establece las condiciones para el capitalismo. En Chile, el marco legal heredado de la brutal dictadura neoliberal de Augusto Pinochet (1973-1990) transformó el agua en una mercancía, privatizó compañías estatales y estableció un sistema de concesiones mineras que permitía la expropiación de las tierras de campesinos y pequeños propietarios. En el proceso, se transfirieron a los capitalistas vastos depósitos de gran riqueza natural, poniendo los cimientos del llamado «milagro económico chileno». El surgimiento de la propiedad privada y el intercambio mercantil fueron de la mano de una violenta «lógica de la expulsión», gracias a una legitimidad estatal basada en el aislamiento institucional de los tecnócratas respecto al dominio de la violencia militar. Pero el desarrollo de la fuerza extraeconómica no es solo una aberración histórica, es también un garante permanente de la «libertad económica». La unidad organizativa del estado y el capital se expresa en «camiones de policía, cañones de agua y botes de humo empleados contra los estibadores y los mineros en huelga». De hecho, la insurgencia minera —que brota al unísono junto al régimen de trabajo flexibilizado— preocupa especialmente a los gestores de la cadena de suministro que hay en la burocracia estatal y en las empresas privadas. Tal como relata Deborah Cowen, desde sus orígenes en el desarrollo de la logística militar, las cadenas de suministros siempre han reunido capital y coerción. Tras el 11 de septiembre, estas redes globales están gobernadas por una lógica seguritaria que identifica huelgas, terrorismo y piratería como amenazas al traslado ágil de bienes a través de «corredores» y «pasarelas» transnacionales.

    Resistir frente a este gigante es una tarea titánica, y no hablemos ya de transformarlo. Pero Arboleda encuentra esperanza en la acción insumisa de trabajadores, campesinos y pueblos indígenas que se enfrentan a la explotación, la desposesión y la contaminación. Ve este sujeto popular «plebeyo» no como una comunidad romántica y precapitalista, sino más bien como una articulación. Parte humana y parte máquina, esta colectividad insurgente otorga una nueva función a la interdependencia mediada tecnológicamente por la modernidad capitalista. El capital puede ser una criatura de Frankenstein, pero para el capital el monstruo es el sujeto emancipatorio que él mismo desata. Cuando los trabajadores y las diferentes comunidades hacen una huelga, sabotean infraestructuras y ocupan las minas y los territorios que estas engullen, lo que hacen es afirmar su control sobre el movimiento de personas, mercancías y beneficios. Estas acciones son al mismo tiempo económicas y políticas; exponen la totalidad interrelacionada del estado y el poder empresarial.

    Las luchas en las minas van más allá de las meras reivindicaciones laborales. En 2006, durante la ocupación de la mina de cobre de La Escondida, explotada por varias empresas extranjeras, el sindicato organizó, junto con un movimiento de mujeres, un campamento en el que se celebraban asambleas, se tocaba música y se enseñaba pedagogía radical. Las políticas subalternas también se extienden más allá de la mina. En el largo conflicto de la mina de oro de Pascua Lama, que se inició con su apertura en 2001, las comunidades de campesinos directamente afectadas fueron protagonistas fundamentales. Los residentes del valle Huasco se han manifestado a través de diversos grupos de agricultores, de defensa de la tierra y ecologistas mediante acciones directas —incluida la destrucción de la infraestructura minera—, marchas y manifestaciones contra las juntas de accionistas de Barrick Gold para denunciar la amenaza que la compañía supone para su supervivencia y la de los ecosistemas. Estas acciones han demostrado ser efectivas: la mina sigue en un limbo legal y lleva tres años sin funcionar. Su organización ha logrado algo quizá tan crucial como es la demora de la mina: las comunidades afectadas se han erigido en un actor colectivo regional y han liberado su interdependencia alienada de la dominación del capital.

    Estas formas de poder popular tienen un gran impacto, pues ralentizan el avance del extractivismo en unos cuellos de botella que resultan críticos. La fuerza de la cadena de suministros contemporánea reside en su complejidad, pero esta es también la fuente de su vulnerabilidad; la resiliencia y el riesgo están entrelazados. Cada nodo de la cadena es susceptible de sufrir fallos tecnológicos, alguna insurgencia laboral, protestas indígenas y, de manera cada vez más frecuente, fenómenos climáticos extremos provocados por el cambio climático. La mina planetaria multiplica los lugares de la lucha de clases, la cual reverbera de los puertos a las minas, de las favelas a los tribunales. Estas luchas apuntan al reordenamiento radical de las relaciones entre «los pueblos, las ecologías y las tecnologías» que el capital combina a su manera en su incesante búsqueda de beneficio.

    Los monográficos sobre extractivismo tienden a centrarse o bien en las elitistas esferas de la empresa privada, en la represión política y en las altas finanzas, o bien en las movilizaciones de base de las comunidades locales. Planetary Mine hace ambas cosas. La forma en que Arboleda cuestiona la explotación es comparable en su intensidad con su fidelidad a «las imágenes oníricas de los paisajes tecnológicos del mañana». En un presente tan sombrío como el nuestro no hay manera de encontrar utopía alguna, pero sus ingredientes están por todas partes. 

    Aunque las luchas en la cadena de suministros son distintas y sus tácticas diversas, la única posibilidad que Planetary Mine no analiza directamente es la de tomar elementos del aparato estatal para imponer una redirección de la economía, no hacia la extracción sino hacia la prosperidad socioecológica. Que esta posibilidad parezca aquí insignificante podría tener su origen en que el libro pone su foco sobre Chile. A pesar de oleadas de revueltas populares, las últimas de las cuales han tenido lugar entre octubre de 2019 y marzo de 2020, el estado chileno ha demostrado una gran habilidad a la hora de desviar y fragmentar el poder político de la izquierda. El escepticismo estatal de Arboleda es también producto de su rigurosa teorización, que rechaza las ideas tanto de Ralph Miliband como de Nicos Poulantzas en los debates de los años setenta acerca del Estado. En pocas palabras, Miliband veía el estado como un instrumento del capital, mientras que para Poulantzas era «relativamente autónomo» con respecto de la clase dominante. Al contrario, Arboleda hace hincapié en la unidad organizativa del estado y el capital, y en la primacía de lo planetario. La pretendida autonomía de los estados es al mismo tiempo «ilusoria y real»; esa contradicción es de hecho la condición de su fuerza legitimadora. Y los estados-nación, según él, son «partes alícuotas» del mercado mundial: porciones de un todo, más que unidades separadas.

    Aquí y ahora

    Planetary Mine pone sobre la mesa un horizonte revolucionario en el que son abolidos tanto el trabajo asalariado como el estado tal como lo conocemos. Los movimientos que describe Arboleda seguramente han obstaculizado el avance de la frontera extractiva. Sin embargo, al carecer de cierta forma de institucionalización, estas victorias siguen siendo provisionales y prefigurativas, y aplazan sine die los futuros que ellas mismas conjuran. En cualquier parte del mundo —así como en el pasado— los movimientos políticos de izquierdas han acabado tomando el poder estatal y han intentado, con distintos grados de éxito y participación, transformar la sociedad. Estos experimentos han arrojado luz sobre temas espinosos acerca de cómo hacerlo, desde la vía parlamentaria al socialismo pasando por el poder dual, así como sobre conceptos que aún han de ser inventados y los escollos de cada uno de los enfoques. Pero en un contexto de catástrofe climática acelerada, enorme desigualdad y violencia etnonacional, es difícil imaginar una vía a la transformación que no pase por el estado. Si el estado-nación es, como acertadamente sostiene Arboleda, la «expresión concentrada de un proceso cuya escala es planetaria», ¿no es por tanto un terreno de la lucha de clases universal? Teniendo en cuenta que el capital y el Estado forman la totalidad del orden social, luchar por el control del Estado —sus instituciones representativas, regulatorias, financieras y legales— es un medio a través del cual plantar cara al control del capital sobre la inversión, la producción y la distribución. El Green New Deal está motivado por esta estrategia, como lo está también el pacto ecosocial que tanto impulso está ganando en Latinoamérica (también, no olvidemos, el actual trabajo de Arboleda sobre las cadenas de suministro agrícolas, que, de manera explícita, plantea la cuestión del poder estatal y la planificación económica). Estos proyectos transformadores proponen que la justicia climática solo se puede lograr a través de una relación entre la lucha extraparlamentaria y los representantes políticos de izquierdas.

    El capitalismo está en la mismísima raíz de la crisis climática. El capitalismo verde, aunque es una contradicción en sus términos, se encuentra en un estado embrionario. No obstante, sin la intervención del estado no es posible ningún tipo de reorientación verde de la economía; la cuestión es qué forma va a adquirir y a qué intereses va a servir dicha intervención. En la Unión Europea se está diseñando el boceto de lo que se podría llamar un capitalismo climate-smart, que articula una mezcla de financiación pública e incentivos regulatorios para empujar a los inversores hacia los sectores verdes. El enfoque que tiene su política industrial es el de socializar el riesgo y las inversiones iniciales, mientras que los beneficios son privatizados. Se trata de un regalo al capital en una época de estancamiento secular, con su toque de greenwashing incluido.   

    ¿Cuál es la alternativa ecosocialista? Arboleda se enfrenta de manera decidida y convincente al nacionalismo tanto en sus políticas como en su análisis. Al igual que sucede con los circuitos extractivos que son descritos en Planetary Mine, también las cadenas de suministros para las tecnologías verdes, tales como las turbinas eólicas o los vehículos eléctricos, deberán traspasar fronteras. Y eso es lo que van a hacer: los recursos necesarios están desigualmente distribuidos por la corteza terrestre y a lo que debería comprometerse la izquierda es a que el acceso sea global, lo cual implica priorizar una distribución globalmente equitativa. Las lejanas redes de producción son nodos estratégicos sobre los cuales ejercer el poder popular del siglo XXI. Desde los bloqueos indígenas a la extracción de litio en Chile, a la organización obrera en las fábricas de Tesla en Estados Unidos, las diferentes comunidades y la gente trabajadora resisten frente al incipiente capitalismo verde e imaginan futuros verdes alternativos. Este tipo de resistencia es una condición necesaria pero insuficiente para una transición ecosocialista: solo tenemos una década para evitar lo peor del caos climático y el estado tiene la capacidad de reorientar la actividad económica aquí y ahora. La inversión pública, un sistema financiero democratizado, regulaciones estrictas, un sistema de propiedad público y obrero y las políticas industriales y comerciales tienen un papel importante en la construcción de un futuro democrático y con bajas emisiones. Si están en manos de los movimientos sociales, de los sindicatos y los agentes estatales aliados con ellos, estas herramientas pueden servir para diseñar un nuevo mundo a partir del viejo, que ahora mismo está agonizando.

    Desde la mina planetaria a la fábrica global, está en juego la futura organización de las cadenas de suministros. Las luchas de base al margen del poder estatal, contra él y a través de él ayudarán a dar forma al orden económico por venir.

    THEA RIOFRANCOS es profesora asistente de Ciencias Políticas en la Universidad de Providence. Su investigación se centra en la extracción de recursos, la democracia radical, los movimientos sociales y la izquierda latinoamericana. Ha publicado junto a otras autoras el libro A Planet to Win: Why We Need a Green New Deal (Verso) y es autora de Resource Radicals: From Petro-Nationalism to Post-Extractivism in Ecuador (Duke University Press). Además, ha publicado diversos artículos en medios como The New York Times, n+1 o Dissent, entre otros.

    La ilustración de cabecera es «Cerro de Potosí», de Petrus Bertius (1565-1629). El texto ha sido traducido del inglés por Ramón Núñez Piñán.

  • «Nuestra lucha es la de una fuerza contra otra, no la del conocimiento contra la ignorancia» Entrevista con Andreas Malm

    «Nuestra lucha es la de una fuerza contra otra, no la del conocimiento contra la ignorancia» Entrevista con Andreas Malm

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    Andreas Malm (Mölndal, Suecia, 1977) se ha convertido en uno de los pensadores con más visibilidad dentro del ecosocialismo, también en el estado español, con dos libros aparecidos en apenas unas semanas y otros más que están por venir. Desde que publicara Capital fósil, recientemente traducido al castellano, su preeminencia no ha dejado de crecer, en parte debido a la claridad y el vigor de su manera de escribir, pero sobre todo gracias a la contundencia (incluso la brutalidad) de sus análisis y propuestas. La editorial Errata Naturae ha publicado hace poco uno de los últimos libros del autor sueco, El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social, en el que, inspirándose en cómo los bolcheviques lidiaron con una situación catastrófica de varias dimensiones (social, política, económica, bélica, energética…) durante el fin de la primera guerra mundial, la revolución de octubre y la guerra civil rusa, propone retomar la noción de comunismo de guerra y poner en marcha un leninismo ecológico que nos permita salir de la actual crisis ecosocial global, la cual se está manifestando también en múltiples niveles: pandemia, emergencia climática y desigualdades sociales rampantes a escala planetaria. Para ello, Malm pone sobre la mesa la necesidad de apropiarnos de todos los recursos materiales y sociales a nuestro alcance, utilizarlos para recuperar el ímpetu comunista de salvación y redirigir esta crisis contra sus causas y, especialmente, contra sus causantes. Hemos tenido la oportunidad de entrevistar al autor en torno a estas propuestas, sus complicaciones y sus posibilidades.

    Aunque a primera vista podría parecer que el cambio climático y la crisis del COVID-19 presentan profundas similitudes debido a sus implicaciones globales y de urgencia, en tu libro subrayas las muchas diferencias que hay entre ellos. Pese a que no existían muchas pruebas científicas acerca del COVID-19 ni análisis políticos sobre las posibles soluciones, muchos gobiernos aplicaron medidas rápidas y drásticas sin demasiado debate político. En el caso del cambio climático, tras décadas de investigación disponemos de una cantidad abrumadora de pruebas sobre sus causas y sobre qué hacer, pero en este momento las medidas que es necesario aplicar parecen políticamente irrealizables. ¿Qué crees que puede aprender el movimiento climático de esta aparente paradoja y de la relativa importancia que tiene la «verdad científica» si no está vinculada a la importancia del poder?

    Esta es una muy buena pregunta, porque señala una lección que al movimiento climático se le debería quedar grabada a fuego después de este año: el progreso no deriva del conocimiento, deriva del poder y del equilibrio de fuerzas. Parece haber una relación inversa entre las acciones más relevantes y la cantidad de conocimiento que las acompaña; como sugerís, la sobreabundancia de pruebas científicas sobre el calentamiento global viene acompañada por una actitud de pasividad, mientras que las acciones más dramáticas para combatir el COVID-19 (se llegó al punto de dejar en suspenso economías enteras) emergen de una base con una comprensión muy rudimentaria acerca de la pandemia. Por lo tanto, el movimiento por el clima ya no puede simplemente seguir pidiendo a los políticos que presten atención y «escuchen a los científicos», un enunciado repetido por gente como Greta Thunberg. Si bien esa postura tiene, por supuesto, muy buenas intenciones, está pasando por alto lo que es la clave del asunto: los políticos se alinean con las posturas científicas solo si los intereses de la clase dominante, responsable de la destrucción que ahora mismo está en marcha, son sobrepasados y derrotados o si estos no aparecen siquiera cuestionados. La pregunta que el movimiento debería hacerse es más bien esta: «¿Cómo construimos el músculo social necesario para obligar a los estados a hacer lo que hace falta?». No tanto «¿por qué no escucháis a la ciencia?» sino «¿cómo forzamos a los gobiernos, tan plegados hasta ahora al capital fósil que han ignorado la montaña inmensa de pruebas científicas, para que empiecen a actuar?». En otras palabras, ¿cómo rompemos los lazos que los unen al capital fósil y los ponemos a funcionar como aparatos que apliquen una transición ecológica? Lo que yo creo, por supuesto, es que esta transición no puede tener lugar sin que los estados se encarguen de ella, pero nunca va a suceder si son los estados los que tienen que tomar la iniciativa: el principal motor serán las fuerzas situadas fuera del estado, fuerzas populares, dentro del movimiento climático y aliado con él, que hagan que los gobiernos se comporten de manera distinta a como lo han venido haciendo hasta ahora. No estoy diciendo que el movimiento (incluida Thunberg y sus cuadros) no hayan intentado lograr precisamente esto; probablemente la generación de 2018-2019 se ha acercado más que ninguna otra dentro de la historia del movimiento a encarnar este papel. Pero tenemos que pensar en nuestra lucha como la de una fuerza contra otra más que como la del conocimiento contra la ignorancia. Porque la política no viene determinada por la presencia de la verdad científica; desde luego, esta es una lección que sacar de la comparación entre la crisis del coronavirus y la crisis climática.

    Afirmas que la deforestación y la destrucción de ecosistemas están entre los principales desencadenantes de la zoonosis, las pandemias y el cambio climático. ¿Qué podrían hacer los países del norte global para frenar esta destrucción y comenzar a restaurar ecosistemas situados más allá de sus fronteras? ¿Está sucediendo esto de algún modo que nos pueda resultar visible?

    Lo primero sería tomar el control público de las cadenas de suministro que llegan a zonas tropicales de tala masiva de árboles. Los estados del norte global deberían dejar de aplicar su capacidad de orden, mando y mapeo sobre la ciudadanía (y, añadiría, sobre la gente migrante) y empezar a hacerlo sobre las compañías que sacan sus mercancías de pastizales y plantaciones y minas y cultivos situados donde hasta hace poco se alzaban bosques. Que esto se puede hacer es evidente, no hay ningún obstáculo técnico. Pero no estamos viendo nada que se le parezca; de hecho, a estas alturas de 2020 solo hemos visto lo contrario: una deforestación acelerada de las áreas tropicales más sensibles del planeta. Las carreteras penetran tanto en las selvas tropicales del Amazonas, del centro de África y del Sudeste Asiático que la integridad de estos ecosistemas se halla en peligro inminente. La devastación del interior del Amazonas llegó este verano a un punto de intensidad nuevo, cuando hubo empresarios que se adentraron en la región para incendiar bosques enteros, al tiempo que el gobierno de Indonesia decidía abrir sus selvas a la inversión extranjera, sin límite alguno a la tala. Y todo eso en mitad de una pandemia, cuando cabría pensar que los estados se lo iban a pensar dos veces antes de dar alas a una mayor destrucción forestal. Porque lo cierto es que la ciencia es tremendamente clara acerca del hecho de que la deforestación es el principal desencadenante de la zoonosis. Cuando las carreteras se abren paso a través de los bosques, los patógenos que habitan en ellos entran en contacto con los seres humanos; cuando se talan bosques enteros, los portadores (como los murciélagos, que portan los coronavirus) se ven obligados a irse a otro lugar. Es aquí donde el contraste entre el coronavirus y el cambio climático se esfuma: es precisamente allí donde se ven involucradas las principales entidades de acumulación de capital donde los estados no han estado preparados para llevar a cabo ningún movimiento contra las causas de la pandemia. En su lugar, lo que hemos visto este año ha sido cómo se echa más gasolina al fuego de la fiebre global: más deforestación, lo que ha causado el surgimiento de nuevas enfermedades infecciosas, junto a una mayor quema de combustibles fósiles. Todos los pasos se están dando en la dirección equivocada.

    En «El murciélago y el capital» hay una idea que aparece con frecuencia y que nos resulta interesante: no solo la deforestación y la destrucción de ecosistemas están entre los principales desencadenantes tanto de las pandemias como del cambio climático, sino que también es muy importante en este sentido la mercantilización y subsunción de la vida animal a los circuitos del capital. Llegas incluso a proponer, de manera bastante provocativa, que deberíamos alcanzar un «veganismo global obligatorio». En este sentido, ¿crees que el antiespecismo, que ahora mismo en la práctica parece estar políticamente separado de la lucha ecologista, podría tener un papel relevante en la lucha contra el cambio climático y viceversa?

    Eso creo, sí. El «veganismo global obligatorio» es, por supuesto, una provocación. No tengo ninguna intención de prohibir el consumo de carne al pueblo sami o a comunidades del Amazonas con las que no se ha establecido ningún contacto. Pero sí que creo que la generalización del veganismo sería un fin deseable dentro de la transición que necesariamente tiene que hacer en su dieta el norte global rico; eso para empezar. Nuestras metrópolis no pueden seguir cebándose gracias a las preciadas tierras que hay por todo el planeta. Lo que hace falta es utilizar la tierra para otros fines que no son ni la producción de carne ni la de lácteos; especialmente se deben dedicar a la resilvestración y la reforestación, que permitirán absorber CO2 y estabilizar el clima. Estamos alcanzando un punto en el que el interés de la humanidad por su propia supervivencia (y debemos suponer que existe tal interés, al menos más allá de las clases dominantes, de la extrema derecha y demás gente que parece poseída por una arrebatadora pulsión de muerte) se está alineando de manera objetiva con la de otras especies. Lo que quiero decir es lo siguiente: la crisis de biodiversidad ahora mismo se ha vuelto también peligrosa para los seres humanos. El COVID-19 es la primera manifestación épica de esta respuesta. Lo que ha sucedido hace poco en la granja de visones en Dinamarca nos ha puesto ante los ojos de nuevo el mismo asunto: al tener enjaulados a quince millones de criaturas, la industria danesa de visones (que es la más grande del mundo, pues produce abrigos de piel y productos de pestañas falsas para un segmento de consumidores espantosamente rico) generó las condiciones perfectas para que el Sars-Cov-2 saltase de nuevo a organismos animales, mutase y volviese otra vez a los seres humanos de una forma potencialmente desastrosa. Por tanto, el estado danés ahora está liquidando esa industria. Esto es algo que, por supuesto, los y las activistas por los derechos de los animales han estado exigiendo desde hace una eternidad por compasión hacia los visones, que necesitan deambular y nadar y andar escarbando; para estas criaturas, la vida en una jaula es de un terror abyecto. Y ahora finalmente se ha convertido en una fuente de terror también para los seres humanos. En el mismo espíritu, el cambio de la comida de origen animal a la de origen vegetal en nuestra dieta debería estar motivado por un interés humano por nosotros mismos. Por decirlo de algún modo, el antiespecismo se convierte así en un abandono con base antropocéntrica del reino animal.

    En tu libro hay una parte en la que hablas de algo que para mucha gente de izquierdas no es fácil de asumir: la necesidad de hacer cesiones, un asunto que incluso los bolcheviques tuvieron que afrontar y que se vuelve aún más inevitable cuando apenas disponemos de fuerza política y queremos empezar a crecer, que es lo que sucede actualmente. ¿Cómo podríamos combinar esta necesidad con la de empezar a ver cambios drásticos de manera inmediata? ¿Cómo puede el movimiento climático empezar a levantarse a partir de esta idea de un diálogo entre reforma y revolución, y no solo a partir de la oposición negativa entre reforma o revolución?

    A mí, que vengo del movimiento trotskista, la conceptualización que más me atrae de la relación entre reforma y revolución sigue siendo la idea de «reivindicaciones transitorias»: se elevan reivindicaciones que articulan intereses materiales inmediatos de los grupos subalternos, pero ello, precisamente por esta razón, entra en conflicto con el statu quo y acaba apuntando aún más allá. Las reivindicaciones más básicas por una transición climática tienen esta forma. La abolición total de aquello que normalmente denominamos «industria de combustibles fósiles» (las compañías que extraen sus beneficios directamente de la producción de petróleo, gas y carbón) es una reivindicación de mínimos para lograr la estabilización del clima. Toda aquella persona que tenga cierta idea sobre la crisis climática sabe también que esas empresas no pueden seguir existiendo en cuanto tales. Deben ser apartadas de la economía de manera inmediata y para siempre. Sin embargo, eso abriría un agujero enorme en el tejido del capitalismo tal cual existe actualmente y no sabemos qué puede surgir al otro lado; perfectamente podría ser alguna versión de una sociedad poscapitalista. No obstante, es importante no poner el carro delante de los bueyes. No se arranca diciendo «acabemos con el capitalismo», esa no es la lógica de las reivindicaciones transitorias. Uno empieza exigiendo lo que es necesario ahora y luego sigue la dinámica social de esa demanda allí donde le lleve. Por poner un caso un poco más concreto, pensemos en un país del que rara vez se habla en este contexto: Francia. La empresa privada más grande del país es Total, una de las compañías de petróleo y gas más grandes del mundo. Como cualquier otra empresa del sector, ahora mismo está planeando una expansión de su producción para la década actual, la misma en la que las emisiones se deben reducir a la mitad a nivel mundial si queremos conservar alguna posibilidad de tener un calentamiento global que esté por debajo de 1,5 ºC. Evidentemente, Total tiene que dejar de existir. La manera más obvia de lograr que eso suceda sería nacionalizar la compañía y poner fin a toda su producción de petróleo y gas (y yo añadiría que habría que convertirla en una entidad dedicada a absorber CO2 de la atmósfera en lugar de a emitirlo). Es también evidente que el estado francés no está pensando hacer esto ni nada que se le parezca. Al contrario, el presidente Macron respalda los planes que tiene Total de irse al Ártico a hacer perforaciones en busca de más petróleo, y lo hace en el mismo momento en el que hay científicos informándonos de que el calentamiento en el Ártico se está dando a tal velocidad que los depósitos de hidrato de metano ubicados en el fondo del mar se están activando, filtrando así a la atmósfera este gas de efecto invernadero ultrapotente, uno de los mecanismos de retroalimentación más temidos y peligrosos del sistema climático. Pero imaginemos que el estado francés, sometido a algún tipo de presión de masas, de hecho socializase Total y se la quedase. ¿Sería eso compatible con el capitalismo tal cual lo conocemos en Francia o apuntaría, de manera más o menos inevitable, a un lugar situado más allá del statu quo? Esa es la lógica de las reivindicaciones transitorias en la crisis climática: trascienden la oposición binaria entre reforma y revolución. Y, en este momento de emergencia, lo cierto es que no podemos permitirnos quedarnos atascados en ningún tipo de insistencia purista en ninguna de las dos. Sencillamente hay que hacer lo hay que hacer.

    Dentro del mismo marco de reforma y revolución, en el libro sugieres que incluso los revolucionarios más radicales del siglo veinte tuvieron que mantener cierta continuidad con el antiguo régimen debido a las circunstancias extremas que estaban afrontando. Las nuestras no solo son extremas, sino que además nos dan muy poco tiempo para reaccionar. ¿Crees que deberíamos hacernos a la idea de que los cambios políticos más importantes de la próxima década para superar lo peor del cambio climático se darán dentro del antiguo régimen capitalista? ¿O esta es la receta perfecta para el desastre y el derrotismo?

    Retomo la respuesta a la pregunta anterior: no podemos aceptar el capitalismo como un marco del que no podemos escapar y en el que tenemos que permanecer mientras resolvemos el problema del clima. No obstante, tampoco podemos decir que solo acabando primero con el capitalismo vamos a poder abordar el asunto del clima. Eso es una bobada. La lógica de la reivindicaciones transitorias, a riesgo de repetirme, es la de insistir en las políticas que resulten más evidentes (pensemos en la petición de paz en Rusia en 1917) y después, dado que estas políticas solo pueden ser llevadas a cabo a través de la confrontación con las clases dominantes, o al menos con fracciones de la clase dominante, prepararnos para ir más allá de su gobierno, si es eso lo que hace falta. La transición climática es un viaje que no empieza (que no puede empezar) con el fin del capitalismo, como tampoco pudo la revolución rusa. Puede terminar en ello, pero eso aún no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que ninguna de nuestras exigencias (emisiones cero, la liquidación de la industria de combustibles fósiles, revertir la deforestación, etcétera) va a darse sin lucha. Y esa lucha debemos darla hasta el final. Todo depende de ello.

    En otras entrevistas has señalado que esta cuarentena a nivel global ha supuesto todo un golpe para la lucha contra el cambio climático, la cual parecía estar en auge antes de marzo. Además, como decíamos antes, la pandemia ha demostrado que es más que necesario un movimiento social potente para dotar de ambición y sentido a las intervenciones estatales. Esto nos podría recordar otro de los preceptos leninistas: debemos estar preparados para aprovechar el momento. ¿Cómo podría prepararse el movimiento climático antes de una posible vuelta a la normalidad, cómo debería proceder cuando eso suceda (si es que sucede)? ¿Crees que la actual situación podría ser redirigida contra el capital fósil? En resumidas cuentas, ¿qué aspecto podría tener hoy ese «momento a aprovechar»?

    Una cosa que defiendo en How to Blow Up a Pipeline: Learning to Fight in a World on Fire, que aparecerá en la editorial británica Verso en enero y algo más tarde en castellano [Cómo dinamitar un oleoducto. Nuevas luchas en un mundo en llamas será publicado también por Errata Naturae], es que el movimiento por el clima tiene que aprovechar los momentos de desastres climáticos, es decir, debemos aprender a actuar cuando nos golpeen sucesos meteorológicos extremos. Hasta el momento, el movimiento ha seguido un calendario ajeno al clima (huelgas los viernes, eventos contra las cumbres de la COP) y rara vez ha ajustado sus acciones a desastres reales, pero la próxima vez que Australia sufra unos incendios infernales, el movimiento debería lanzar una serie de acciones militantes contra la industria del carbón del país, y el próximo verano que Europa padezca un calor y unas sequías insoportables, deberíamos atacar las infraestructuras y tecnologías de combustibles fósiles para dejarle claro a la gente que, a menos que desarmemos esta maquinaria, vamos a arder hasta la muerte. El leninismo ecológico en funcionamiento sería eso: transformar una crisis de los síntomas en una crisis contra las causas. Los momentos de condiciones meteorológicas extremas y el sufrimiento que los acompaña deben ser politizados como los episodios bélicos que en realidad son. Son también los momentos en los que existe el potencial de ganar un apoyo masivo para la resistencia contra los combustibles fósiles; el verano de 2018 en Europa y lo que vino después (Fridays for Future y Extinction Rebellion) así lo indican. Tenemos que aprender a golpear cuando la cosa se está poniendo caliente, de manera bastante literal. Es entonces cuando las acciones militantes de masas se deben escalar, llegando a tomar las infraestructuras y tecnologías de combustibles fósiles, también dentro de las ciudades, para asfixiarlas hasta tal punto que los estados se vean obligados a negociar su desmantelamiento permanente. Pero está claro que hay algo de camino que recorrer hasta llegar ahí.

    Como dices en el libro, el comunismo ha sido un movimiento fuertemente vinculado a las ideas de emergencia y salvación, desde el Manifiesto comunista hasta el periodo de 1914-1945 y hasta, queremos creer, la actual crisis climática. ¿Crees que si abordamos el cambio climático y la destrucción de ecosistemas desde una perspectiva realmente de emergencia, esta sería inherentemente comunista, al menos en espíritu (si es que existe tal cosa)?

    Debemos atrevernos a enfrentarnos a la propiedad privada. Esto es inevitable, es el alfa y el omega. Que eso requiera un comunismo en toda regla es harina de otro costal; yo creo que en ningún caso lo hace de manera axiomática. Uno puede concebir de manera lógica la abolición de las industrias de combustibles fósiles sin la abolición del capitalismo como modo de producción. Pero, de nuevo, la abolición de las primeras perfectamente puede llevar a una ruptura con el capitalismo. A fin de cuentas, las reivindicaciones transitorias básicas y de mínimos apuntan algo que se parece bastante al comunismo de guerra.

    En todo caso, sí afirmas que las experiencias comunistas históricas fueron una especie de operación de rescate a partir de fallos catastróficos anteriores, esto es, fueron empresas inherentemente trágicas. Dices que deberíamos estar dispuestos a aceptar esta situación y a tener por delante una vida de lucha sin cuartel. Todo indicaría que esto es así y, pese a todo, vivimos en sociedades en las que cualquier cambio significativo viene después de haber convencido a un porcentaje importante de la población. Un comunismo del desastre, en estas condiciones, podría parecer un suicidio político perfecto a la hora de hacer campaña por él. ¿Qué opinas al respecto?

    En las pancartas yo no escribiría «¡Comunismo del desastre ya!», sino que plasmaría reivindicaciones como las que hemos mencionado, que puedan granjearse un apoyo extenso, como lo hacen, claro está, la reivindicaciones por un Green New Deal, por una transición justa y otros proyectos similares. Lo que pasa con el comunismo en el siglo veintiuno (si pensamos en el comunismo como una sociedad sin clases en la que todo el mundo tiene sus necesidades básicas cubiertas) es que probablemente tendría que construirse en una situación de escasez más que de abundancia. No tenemos más que pensar en el aumento del nivel del mar. Si crece dos metros, la mayor parte de Bangladés y todo el sur de Irak van a estar inundados, y puede que ya sea demasiado tarde para evitar este crecimiento, dada la velocidad y la irreversibilidad potencial del derretimiento del hielo en Groenlandia y en la Antártida occidental. Así pues, de aquí a un siglo, el comunismo en países como Bangladés o en el sur de Irak tendría una forma más parecida a la del comunismo de guerra o del desastre que a propuestas como el «comunismo de lujo totalmente automatizado», que parten de una «capacidad de suministro extremo» de cualquier bien que podamos desear. Bien pudiera ser que hubiera una escasez extrema de los bienes más básicos, incluso de un suelo sobre el que poner los pies. ¿Cómo cubriríamos entonces las necesidades de todo el mundo? ¿Podemos hacerlo sin dejar atrás las terribles desigualdades que existen en una sociedad de clases? Son preguntas que debemos hacernos de manera seria. Tendríamos que formular nuestras reivindicaciones más inmediatas pensando en evitar hacer más daño a la Tierra, pero sabiendo que hay un daño que ya se le ha hecho.

    Dicho todo esto, cierras tu libro vinculando las ideas de supervivencia y utopía. La de utopía es una noción que nos resulta muy cercana, pensada no solo como la necesidad de dibujar un futuro imaginario mejor, sino también, y de manera muy concreta, un presente diferente. ¿En tu idea de «comunismo de guerra» hay espacio para el pensamiento utópico?

    Desde luego. Como señalo en el libro (si bien no me extiendo en ello, ya lo han hecho otras personas) una transición que deje atrás los combustibles fósiles es compatible con mejoras radicales en las vidas de la gente. Puede venir acompañada de mejores trabajos, trabajos más seguros y, lo que no es menor, menos trabajo: jornadas laborales más cortas, más tiempo libre. De hecho en el comunismo de guerra original existía también una pulsión utópica: la emergencia de la guerra civil rusa ofreció la ocasión de experimentar con una vida sin dinero ni propiedad privada. Evidentemente, no salió demasiado bien. Pero la supervivencia y la utopía no son conceptos opuestos por definición. La primera podría hallarse en la segunda y necesitarla.

    La ilustración de cabecera es «La carga de la caballería roja», de Kazimir Malévich (1878-1935).

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  • Trabajar menos, ganar tiempo, ganar vida. Por la reducción de la jornada

    Trabajar menos, ganar tiempo, ganar vida. Por la reducción de la jornada

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    El miedo es una respuesta de supervivencia. El miedo nos impulsa a correr, a saltar; el miedo puede hacernos actuar como si fuéramos sobrehumanos. Pero tiene que haber un sitio hacia el que correr. Si no, el miedo solamente es paralizante. Así que el truco de verdad, la única esperanza, es dejar que el horror que nos produce la imagen de un futuro inhabitable se equilibre y se alivie con la perspectiva de construir algo mucho mejor que cualquiera de los escenarios que muchos de nosotros nos habíamos atrevido a imaginar hasta ahora.

    Naomi Klein, Esto lo cambia todo

    Puede que sea por una falta de distancia temporal con la crisis que estamos viviendo ahora mismo, pero es fácil sentir la tentación de clasificar nuestra era en una época Antes del COVID-19 y una Después del COVID-19. Desde luego parece que en estos términos pensamos cuando recordamos las cosas que hacíamos antes del confinamiento y cómo cambió todo radicalmente después. El impacto está siendo (y será) tal que parece casi comprensible que hayamos olvidado lo que los dos últimos años supusieron para el ecologismo, convertido, por primera vez, en un movimiento de masas mundial. Millones de personas salieron a las calles de todo el mundo exigiendo a los gobiernos que escuchen a los científicos y reaccionen antes de que sea demasiado tarde. Es fundamental retomar esta lucha y tomar impulso porque tanto la actual pandemia como el cambio climático están causados en última instancia por un sistema que considera que no existen límites físicos y ecológicos en su búsqueda de beneficio. Con la crisis del coronavirus hemos visto que cuando un desastre de estas magnitudes afecta a nuestra sociedad, son las condiciones de los servicios públicos de salud, de vivienda, de trabajo, de cuidados las que determinan cuánto sufriremos y con qué grado de desigualdad. Del mismo modo, serán precisamente unos servicios públicos robustos y unas condiciones laborales y sociales mejores las que nos permitirán afrontar del mejor modo posible las peores consecuencias del cambio climático (temperaturas más altas, incendios, inundaciones…).

    En octubre de 2018, solo un par de meses después de que Greta Thunberg dejase de ir a clase los viernes para exigir acción contra el cambio climático, el IPCC publicó un informe especial sobre los impactos de un calentamiento global por encima de los 1,5 ºC en el que se avisaba de que, para poder descartar estos escenarios, eran necesarios «cambios rápidos, de gran alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad». ¿Pero y si existiera un precedente? ¿Y si hubiera una medida que se pudiera tomar de inmediato, que fuese a tener un impacto muy grande en la reducción de emisiones y en la movilización social y que, además, se ha tomado repetidamente a lo largo de la historia del capitalismo? Hablamos, por supuesto, de la reducción de la jornada laboral.

    Los cronocrímenes del capital

    Tal vez una de las mayores enseñanzas de El capital de Marx es que el capitalismo es un «cronocrimen» a gran escala: una parte minoritaria de la sociedad roba sistemáticamente el tiempo de vida de la mayoría, enriqueciéndose durante el proceso y aumentando la desigualdad social. Hemos descubierto demasiado tarde que el mismo sistema que nos roba el tiempo individualmente a cada persona además ha estado destruyendo las condiciones de vida en la Tierra, desposeyéndonos por tanto de nuestro tiempo de una manera adicional, también como especie. Por ello, cuando decimos que el capitalismo es el culpable del cambio climático tenemos que entender que, en última instancia, la lucha contra el trabajo asalariado debe ser uno de los pilares de la lucha climática. Nos roban el tiempo de vida hoy y nos roban el tiempo de vida de mañana.

    La lucha entre la clase trabajadora y la burguesía con motivo de la duración de la jornada laboral ha sido uno de los elementos fundamentales del metabolismo capitalista durante los últimos doscientos años y, de hecho, uno de los principales focos de la lucha obrera, a menudo ofuscado, ha sido la lucha por la reducción de la jornada laboral. Desde la reclamación de la reducción de la jornada a doce horas hasta lograr la jornada de ocho horas, la lucha por trabajar menos para el patrón ha sido una de las señas de identidad del movimiento obrero. Sin embargo, parece que la jornada laboral de ocho horas (al menos sobre el papel) se ha asentado como la cantidad «natural» de horas que hay que trabajar y, al menos en España, la reducción de esta cantidad no ha vuelto a aparecer como una reivindicación de la clase trabajadora durante los últimos cien años de un modo mayoritario (y cuando ha aparecido ha sido, generalmente, con poco éxito), desde que la última reducción se consiguiese con la huelga de la CNT en La Canadiense. Los trabajadores y las trabajadoras siempre hemos necesitado tener más tiempo libre y regalarle menos tiempo a nuestros jefes. Sin embargo, ahora esta necesidad vital y humana se convierte en una necesidad existencial: tenemos que pasar menos tiempo en el trabajo para poder ganar más tiempo sobre la Tierra. No habrá transición ecológica ni esta podrá ser justa sin una jornada laboral que comience a disminuir cuanto antes.

    Hay que puntualizar que cuando decimos reducción de jornada nos referimos a una reducción del tiempo de trabajo que no conlleve una reducción de salario, implementando si es necesario desde la administración un período de transición en el que el Estado se asegure de que esto ocurre. Además, existen múltiples formatos de reducción de jornada, como puede ser trabajar directamente un día menos o seguir trabajando la misma cantidad de días pero menos horas. Consideramos que lo fundamental es trabajar menos, y que distintas personas encontrarán más beneficioso uno u otro formato dependiendo, por ejemplo, de las responsabilidades de cuidado a su cargo. Por ejemplo, la federación de sindicatos del sector público de Islandia firmó recientemente un nuevo contrato en el que se reduce la semana laboral de cuarenta a treinta y seis horas sin pérdida salarial, y dentro del acuerdo se incluye que serán los trabajadores y trabajadoras en cada lugar de trabajo quienes decidirán cómo se implementará y repartirá la disminución de horas.

    En España hemos visto hace poco un ejemplo de cómo «los momentos son los elementos del beneficio», como decía Marx: es decir, de por qué es tan fundamental para el beneficio del empresario exprimir todos los segundos posibles del tiempo que pasamos en el puesto de trabajo. Nos referimos a la reacción a las medidas impulsadas por el gobierno del PSOE para implementar un control de horario en las empresas y así intentar luchar contra la espectacular cantidad de horas extras no remuneradas que los empresarios de este país roban a la clase trabajadora (¡unos tres millones de horas por semana!). Pudimos ver en televisiones y periódicos los argumentos más peregrinos para que nos apenásemos por los pobres emprendedores y empresarios cuyos negocios no iban a ser rentables si no podían robar impunemente más horas de vida a los trabajadores. Hablamos de aumentar el robo de tiempo vital en forma de plusvalía incrementando el tiempo de trabajo por el que no se recibe compensación ni siquiera formalmente. Por lo tanto, si esta es la pelea que presentan para, simplemente, ¡no cumplir la ley!, podemos imaginarnos cómo sería si se plantease de manera seria y decidida la reducción de la jornada laboral. Sí, existen estudios sobre cómo esto aumentaría la productividad de muchas empresas y sobre cómo en última instancia podría ser beneficioso también para ellas, pero en general estos beneficios solo los asumirán como tales una vez hayan sufrido la derrota y hayan debido aceptar una reducción de las horas de trabajo.  Poco a poco van surgiendo en distintos países empresas que implementan una jornada laboral más corta, y aunque sea por aumentar su productividad es positivo que ocurra, pero hay que tener en cuenta por un lado que hay muchos sectores en los que no es cierto que trabajar menos horas vaya a hacer que el proceso sea más productivo. Esto variará mucho de sector en sector: en aquellos en los que se trata con personas, como por ejemplo la sanidad, la atención sería de más calidad, y una fábrica necesitaría inversiones para conseguir mantener la productividad. Por otro lado, no podemos olvidar del beneficio a nivel global que los capitalistas obtienen de la función disciplinadora del trabajo: la clase propietaria siempre ha peleado para que no se consigan estos avances, aunque les beneficien a largo plazo.

    Reducción de jornada: win, win, win

    La reducción de jornada es una medida que contiene un «triple dividendo». En primer lugar, el trabajo existente se reparte entre más gente, lo que permite reducir el desempleo. Vivimos en una sociedad altamente disfuncional, en la que una parte de las personas trabajan mucho más de lo que recoge su contrato, regalando cada mes decenas de horas adicionales a sus empleadores, mientras que otra parte de la población no consigue trabajar todo lo que le permitiría tener un salario digno y necesita acumular varios trabajos de jornada reducida. De hecho, a los millones de personas con trabajos precarios lo de una reducción de jornada les podría sonar a broma pesada: «¡Mis problemas vienen porque trabajo de menos, no de más!». Junto a otro tipo de medidas que podrían debatirse y que no son necesariamente excluyentes, como el trabajo garantizado o la renta básica, la reducción de jornada permitiría redistribuir el trabajo de un modo más racional, haciendo que quien trabaja demasiado pueda descansar más y que los que lo necesiten puedan acceder a un empleo.

    En segundo lugar, está claro que trabajar menos tiene beneficios individuales: menos estrés, más tiempo libre y mejoras en la calidad de vida. Esto lo ha sabido la clase trabajadora desde su nacimiento y es algo que deberíamos volver a recordar. Además, cualquier proyecto de transición ecológica justa debe ser capaz de ofrecer a la mayor parte de la población una visión de un mundo mejor, y disponer de más tiempo propio ha de ser una parte central en ella. De un modo naif podemos pensar que, si los fines de semana pasaran a durar tres días, la gente lo que haría es consumir más, derrochar más o tomar más aviones; es decir, que no ganaríamos nada porque lo único que haríamos es ceder más espacio al consumismo exacerbado en el que se basa nuestro actual sistema de producción. Este era precisamente el argumento de la burguesía contra las vacaciones: el proletariado llevaría una vida disoluta si disponía de tiempo libre en lugar de seguir la vida ordenada que proporciona el trabajo. Sin embargo, existen estudios que indican lo contrario: que cuanto más largas son las jornadas de trabajo más se tiende a dedicar el ocio a este tipo de consumo [1]. Como tenemos poco tiempo, necesitamos actividades que satisfagan nuestras necesidades de diversión y entretenimiento de un modo inmediato y superficial, por eso vamos a pasar el rato a un centro comercial o de compras o a alguna capital europea en un viaje exprés de fin de semana.

    Por último, y vinculado a este último punto, hay también muchos estudios que muestran que existe una relación entre trabajar más horas y patrones de consumo con mayor huella de carbono [2]. Cuanto más trabajamos más tendemos a utilizar productos intensivos en energía; por ejemplo, tendemos a coger más el coche porque no nos podemos permitir perder tiempo, así como a comer más productos precocinados porque no tenemos tiempo para dedicárselo a la alimentación. Estudios sistemáticos hechos en Estados Unidos muestran que menos horas de trabajo tienden a tener una huella ecológica y de carbono y unas emisiones de dióxido de carbono menores [3].

    La virtuosidad de esta medida está clara en todos los sentidos, pero de cara a conseguir que se convierta en hegemónica en poco tiempo puede resultar interesante, e incluso necesario, vincularla lo más posible al problema ecológico. Por ejemplo, se podría forzar a que entrase en los paquetes de «emergencia climática» que los gobiernos están aprobando poco a poco. Así quedaría claro que la cosa no se queda en greenwashing, porque esto es pura lucha de clases… hasta cierto punto. Es posible que no nos quede otra, a nivel climático, que trabajar menos y lo que queremos es que esto se lleve a cabo desde un punto de vista progresista: por ejemplo, no queremos que aumente la diferencia actual en cantidad de tiempo libre existente entre las distintas capas sociales, haciendo que las capas más ricas trabajen menos pero sigan teniendo salarios más que razonables, mientras que los más pobres se vean más golpeados y sean abocados a tener más de un trabajo, por poner un ejemplo extremo de por dónde podría avanzar esta medida y que desgraciadamente podemos imaginar con facilidad.

    No hay que inventar trabajos verdes: ya existen

    Una de las ideas de las movilizaciones feministas de los últimos años que va calando en los imaginarios colectivos de los sectores progresistas (y cada vez más de los mainstream) es la de «poner los cuidados en el centro»  (y de nuevo la pandemia nos ha mostrado que, a la hora de la verdad, cuidar y ser cuidados es lo único que importa). Se derivan muchas implicaciones a partir de la puesta en valor de todas esas labores reproductivas que han estado siempre ocultas. La separación entre las esferas productiva y reproductiva realizada a lo largo de siglos por el capitalismo ha llevado a que las únicas actividades que se consideran relevantes, dignas de elogio y reconocimiento en la sociedad sean aquellas que generan actividad económica directamente (o sea, plusvalía), las que se encuentran de modo explícito inmersas en esa rueda tautológica y destructiva que es la autovalorización del capital. El cuidado de niños y niñas, de las personas ancianas, de personas dependientes, de nuestras casas e incluso de las casas de las clases superiores, el trabajo emocional en nuestras familias, colectivos y comunidades, y hasta el cuidado de nuestro ecosistema más inmediato, es decir, todas ellas actividades ligadas históricamente a la feminidad,han sido, por tanto, merecedoras de un puesto muy bajo en la escala de valores burguesa.

    Con la crisis sanitaria y social del COVID-19 hemos podido ver de primera mano lo que son los trabajos esenciales para que la sociedad siga funcionando y cuáles no, y cómo se maltrata precisamente a quien cumple esas funciones. Resulta, además, que los cuidados son actividades extremadamente bajas en carbono, por lo que los llamados «trabajos verdes» tendrán que girar en gran medida en torno a este tipo de tareas. Pero ante todo, se trata de generar una visión en la que ese tiempo libre que se libere se dedique a cuidarnos los unos a las otras, a pasar más tiempo con nuestras familias (entendida esta en el sentido más diverso que podamos imaginar), a poder dedicarnos a la crianza, a cuidar de nuestros parques, barrios, jardines y ecosistemas. Tenemos que aprovechar el tiempo vital del que volvemos a disponer para regenerar el tejido comunitario y asociativo que hemos perdido en estos años.

    Como hemos mencionado, existen otras medidas relacionadas y que son totalmente compatibles con la reducción de jornada laboral, como una Renta Mínima Universal mucho más útil y ambiciosa que el Ingreso Mínimo Vital implementado (de un modo francamente malo) por el Gobierno de coalición. Algo que comparten todas estas medidas en cierto modo es que son formas concretas que toma el derecho a existir, el más fundamental de todos los derechos. Como además salir de la lógica productivista del capital es condición necesaria para que nuestra especie pueda, literalmente, seguir existiendo de un modo digno en este planeta, entonces podemos decir que estamos luchando por un derecho a la existencia a nivel planetario y ecológico.

    Fridays for Future

    La semana laboral de cuatro días no sería solo un momento Polanyi defensivo que nos permita limitar las esferas de la vida dominadas por el mercado, una victoria difícil de revertir una vez sea hegemónica que nos sirva como trinchera para afrontar mejor las luchas venideras. Es también un punto de partida que nos permite imaginar un futuro distinto, y mejor. Tal vez esa sea una de las mayores virtudes de esta lucha: que mezcla en una reivindicación concreta tanto la mirada corta como la mirada larga. Nos podrá parecer una reivindicación más o menos difícil de conseguir, y puede que genere reticencias al inicio en una sociedad en la que nos definimos por el trabajo de un modo tan fundamental, pero cualquiera puede figurarse fácilmente cómo sería su vida si su fin de semana durase tres días. Es decir: es una medida que todo el mundo puede imaginarse implementada y visualizar cuál sería el impacto material concreto en sus vidas. Pero es que además la reducción de la semana laboral nos abre la puerta a imaginar un mundo en el que trabajemos no cuatro, sino tres o dos o incluso un solo día; es decir, genera de un modo inmediato un imaginario nuevo, en el que el trabajo pueda no ser el centro de nuestras vidas. Y en la lucha climática tal vez lo que más necesitemos sea esto, visiones concretas de cómo puede ser el mundo en un futuro que no sean el colapso y la degradación absoluta, sino una sociedad en la que el tiempo que no pasemos realizando un trabajo (que sea además beneficioso socialmente) realmente podamos dedicarlo a pasear con nuestra gente, a hacer fiestas al aire libre, a disfrutar de nuestros ríos y nuestras playas, a cuidarnos y querernos y a cuidar y a querer nuestro entorno. Si queremos un planeta habitable tendremos que hacer decrecer mucho la esfera material de producción, pero tenemos que conseguir crecer exponencialmente el tiempo disponible para todas las personas.

    Este septiembre el Euromillones ha sacado una nueva campaña de publicidad en la que se ven distintas actividades para las que no solemos tener tiempo escritas con la típica tipografía utilizada en relojes digitales, junto a la frase «cuando te toca el Euromillones, te toca todo el tiempo del mundo para hacer con él lo que siempre has querido», junto al eslogan «dueños del tiempo». Tenemos que mostrarles a los que actualmente son dueños de nuestro tiempo que no queremos que nos toque la lotería para poder aprender a tocar el piano, hacer yoga o estar con nuestras familias: vamos a recuperar nuestro tiempo luchando por una sociedad en el que la cantidad de tiempo disponible no dependa de nuestros millones.

    Desde hace tiempo el activismo climático fantasea con un Pride propio. Pride es una película británica de 2014 que cuenta la historia de un grupo de activistas del colectivo LGBT que deciden apoyar las huelgas mineras de 1984 en Reino Unido. Para conseguir victorias contra el cambio climático que permitan además que la mayoría viva mejor vamos a necesitar un movimiento parecido, que consiga establecer alianzas entre el nuevo movimiento ecologista y las clases trabajadoras, y la lucha por una jornada laboral más corta puede ser una de las demandas que puedan unir a todos estos grupos en luchas concretas, que es de donde brotan los vínculos y emociones que podemos ver en Pride. Greta Thunberg inspiró a millones de jóvenes en todo el mundo haciendo una huelga climática, recordánonos cuál es el arma más potente de la que disponemos los que no disponemos de nada más que de nuestra fuerza de trabajo. Y el nombre que se han dado estos jóvenes que han seguido su ejemplo ha sido Fridays for Future, que han decidido dejar de ir al colegio los viernes para luchar por nuestro futuro. El potencial es evidente, pues, para articular una lucha en torno a, por ejemplo, la semana laboral de cuatro días: dejemos de trabajar los viernes, o no tendremos un futuro. Reapropiémonos de nuestro tiempo ahora para reapropiarnos de nuestro tiempo en el futuro. Fridays for Future hoy, literalmente, para luchar por Thursdays for Future mañana.

    Referencias

    [1] J. B. Fitzgerald, J. B. Schor, A. K. Jorgenson, «Working Hours and Carbon Dioxide Emissions in the United States, 2007-2013», Social Forces, v, 96, n.º 4, junio de 2018, pp. 1851-1874 <https://academic.oup.com/sf/article/96/4/1851/4951469>

    [2] J. Nässén, J. Larsson, «Would shorter working time reduce greenhouse gas emissions? An analysis of time use and consumption in Swedish households», Environment and Planning C: Government and Policy 2015, v. 33, pp. 726-745.

    [3] K. Knight, E. A. Rosa, J. B. Schor, «Reducing Growth to Achieve Environmental Sustainability: The Role of Work Hours», Political Economy Research Institute, n.º 304, 2012 <https://www.peri.umass.edu/media/k2/attachments/4.2KnightRosaSchor.pdf>

    Se puede encontrar mucha información sobre los impactos sociales y ecológicos de la reducción de jornada en los trabajos hechos por el grupo de investigación británico Autonomy:

    The Shorter Working Week: a report from Autonomy

    The Shorter Working Week: a powerful tool to drastically reduce carbon emissions

    The Ecological Limits of Work:

    La New Economics Foundation coordina esta newsletter donde periódicamente recogen artículos y noticias relacionadas con la reducción de la semana laboral en Europa: Achieving a shorter working week across Europe

    La ilustración de cabecera es «La siesta (según Millet)», de Vincent Van Gogh (1853-1890).

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  • Monstruosidades metabólicas. El capital vampírico en el Antropoceno

    Monstruosidades metabólicas. El capital vampírico en el Antropoceno

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    Por Gregory Marks.

    Este artículo fue publicado originalmente en el blog del propio autor, The Wasted World. Gothic Pasts and Posthuman Futures, con el título «Metabolic Monstrosities: Vampire Capital in the Anthropocene» y, posterioremente, fue reproducido en la revista Monthly Review.

    Parafraseando un pasaje de Marx en los Grundrisse, Stavros Tombazos señala que «toda economía es a fin de cuentas una economía del tiempo» (2014, 13). Lo que ello quiere decir es que la productividad del trabajo, la acumulación de riqueza y la circulación de bienes y recursos que conforman una economía en su más amplio sentido son todos ellos componentes de una organización particular del tiempo. Por lo tanto, los cambios en esta organización no solo son percibidos en las transformaciones materiales que llevan a cabo, sino también en el orden de la temporalidad y en los ritmos de vida que son posibles bajo un sistema económico dado. No hay momento en el que sea más evidente el hecho de que el paso del tiempo, el cual a menudo damos por descontado, esté en realidad determinado por las condiciones materiales y económicas en las cuales vivimos que en la época actual de cambio climático y catástrofe ecológica.

    Dos largos siglos de capitalismo industrial nos han dejado con una percepción del tiempo que ya no se adecúa a las condiciones materiales que están reconfigurando nuestras vidas. Los historiadores de la ecología Christophe Bonneuil y Jean-Baptiste Fressoz caracterizan este antiguo orden del tiempo por su dependencia respecto de la extracción de combustibles fósiles y afirman que «el continuo temporal del capitalismo industrial [fue] proyectado en representaciones culturales del futuro, concebido como un progreso continuado que se desplegaba al ritmo de los incrementos en la productividad» (2016, 203). La conmoción actual viene de que este incremento continuado y lineal de la productividad, conceptualizado como el progreso natural hacia un mañana más grandioso que hoy, no fue más que el producto de una afluencia temporal de energía que provenía de un recurso menguante. Tal y como ha escrito Rob Nixon: «En este interregno entre regímenes energéticos, estamos viviendo del tiempo prestado: prestado del pasado y del futuro» y que la continuidad del statu quo únicamente está llevándonos de manera acelerada «hacia un futuro colectivo abreviado, convirtiéndonos en fósiles» (2011, 69).

    En los años crepusculares del capitalismo fósil estamos viendo el surgimiento de una nueva organización del tiempo en la que el presente ya no es capaz de alimentarse a costa del futuro y en la que la destrucción acumulada del pasado está volviendo a nosotros a una escala planetaria. Para abordar esta disyuntiva entre el tiempo del capital y las temporalidades de la naturaleza de la cual se nutre, voy a dar cuenta de la teoría de la fractura metabólica de los ecosocialistas contemporáneos e intentaré ampliar esta explicación metabólica hacia un territorio más monstruoso por medio de la caracterización que el propio Marx hace de la sed vampírica del capital.

    Por ello, querría proponer que la perspectiva de Walter Benjamin respecto a la historia, la naturaleza y el capital potencialmente puede servir de puente entre la explicación metabólica de la depredación planetaria del capital y el proyecto de crítica ideológica que es necesario para disipar la bruma en torno a nuestra parálisis temporal y para hacer que se desvanezca de una vez por todas la maldición vampírica.

    I. Sed de acumulación

    En el primer volumen de El capital Marx escribe que «el trabajo es, en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. […] Al operar por medio de ese movimiento sobre la naturaleza exterior a él y transformarla, transforma a la vez su propia naturaleza» (1976, 283 [2017, 239]). No es meramente una acción que se lleve a cabo en la naturaleza, el trabajo es el acto de controlar el intercambio entre la humanidad y la naturaleza y la transformación mutua que resulta de ese intercambio. Tal y como han subrayado los ecosocialistas John Bellamy Foster (2000), Paul Burkett (2014) y Kohei Saito (2018), el concepto de trabajo de Marx y la relación que establece entre la humanidad y la naturaleza giran en torno al concepto de metabolismo. Su concepto de intercambio metabólico, tomado del agrónomo Justus von Liebig, tiene su origen en la química, en tanto que «proceso incesante de intercambio orgánico de componentes viejos y nuevos a través de combinaciones, asimilaciones y excreciones de manera que toda acción orgánica pueda continuar» y se aplica «no solo a los cuerpos orgánicos, sino también a diversas interacciones en uno o varios ecosistemas, incluso a escala global, ya sea un “metabolismo industrial” o un “metabolismo social”» (Saito, 2018, 69-70).

    Cualquier sistema material, ya conste este de cuerpos o de máquinas, o tenga lugar en la escala de un individuo o de una sociedad, va a contar necesariamente con un intercambio metabólico de elementos químicos y de energía que lo mantenga en movimiento. Como sucede con el conjunto de la economía, aquí el metabolismo es definido como una relación temporal que describe las tasas de intercambio entre un sistema dado y su base natural. Sin embargo, lo que ha surgido con el capitalismo es una disyunción particular entre las temporalidades natural y económica, abriendo entre ellas una fractura metabólica que se abre cada vez más. Ahora mismo encaramos una «contradicción entre el tiempo de la naturaleza y el tiempo del capital», como afirma Paul Burkett:

    La producción acelerada del capital implica un conflicto entre el tiempo que la naturaleza necesita para producir y absorber materiales y energía, y la dinámica, impuesta por la competitividad, de la máxima acumulación monetaria en cualquier periodo de tiempo a través de cualquier medio material disponible (2014, 112).

    En el capitalismo, el metabolismo entre la humanidad y la naturaleza acaba siendo dislocado, y no simplemente en una trampa maltusiana en la que el consumo excede a la producción, sino a través de la compleja red de reciprocidades y procesos por los cuales el capital intercambia lo que obtiene en beneficios a corto plazo por un largo futuro de resultados perniciosos. McKenzie Wark señala lo siguiente:

    El ejemplo de Marx de la fractura metabólica se refería al modo por el cual la agricultura inglesa del siglo diecinueve extraía nutrientes del suelo, como los nitratos, los cuales eran absorbidos por las plantas que estaban en proceso de crecimiento, las cuales los agricultores recogían en sus cosechas, las cuales los trabajadores de las ciudades ingerían para tener energía en sus trabajos en la industria y quienes después cagaban y meaban los desechos sacándolos así de sus metabolismos particulares. Esos desechos, incluidos los nitratos, circulaban por los desagües y las cloacas y se vertían en el mar. Para afrontar esta fractura surgieron industrias enteras dedicadas a producir fertilizante artificial, lo que a su vez originó más fracturas metabólicas en otros lugares (2015, XIV).

    Mientras que las sociedades precedentes se topaban con los límites naturales a un nivel local, debido tanto al agotamiento de los suelos como de los recursos, el capitalismo está constantemente desplazándose más lejos para ampliar el alcance de sus mercados, apropiándose así de recursos en el extranjero y desposeyendo a la periferia tanto de su trabajo como de sus tierras. Cada vez que aparece un límite a nivel local, este es trascendido y sobrepasado en busca de nuevas fuentes de acumulación. Sin embargo, y tal y como deja claro Marx, «del hecho que el capital ponga cada uno de esos límites como barrera y, por lo tanto, de que idealmente le pase por encima, de ningún modo se desprende que lo haya superado realmente» (1973, 410 [1972, 362]).

    Aunque fuese capaz de escapar, e incluso de nutrirse, de las fluctuaciones del mercado nacidas de las crisis naturales mediante la explotación de la elasticidad de los límites materiales, el capital no puede superar estos límites de manera absoluta; en su lugar, lo que hace es buscar a conciencia maneras de postergar lo inevitable. Tal y como afirma Kohei Saito: «El capital siempre intenta superar sus limitaciones mediante el desarrollo de las fuerzas productivas, de nuevas tecnologías y del comercio internacional, pero precisamente debido a los continuos intentos por ampliar su escala, acaba reforzando su tendencia a explotar las fuerzas naturales (incluida la fuerza de trabajo humano) buscando materias primas y auxiliares, alimento y energías a escala global» (2018, 96). Cada vez que una crisis es temporalmente superada, únicamente se está compensando el colapso sistémico en el presente mediante el aumento de la magnitud de la crisis que vaya a venir después, así hasta que llegue el momento en que toda la tierra esté atrapada en la fractura metabólica y se alcance un límite global real.

    II. Bajo el embrujo del vampiro

    Debido a «su desmesurado y ciego impulso, [con] su hambruna canina de plustrabajo», unido al hecho de que se alimenta incesantemente tanto de la vida presente como de la futura, no resulta extraño que Marx se fijase en la figura del vampiro para definir al capital (1976, 375 [2017, 331]). En un pasaje ya célebre del primer volumen de El capital, Marx lo describe como «trabajo muerto que solo se reanima, a la manera de un vampiro, al chupar trabajo vivo» y, en otra parte, como si estuviera movido por «la sed vampírica de sangre viva del trabajo» (1976, 342 y 367 [2017, 297 y 322]). El vampiro aparece aquí no solo como una figura fuera del tiempo, el muerto que no llega a morir, sino, de manera manifiesta, como un monstruo metabólico al que no solo mueve la maldad o la bajeza moral, sino un instinto primario de mantenerse a costa de los procesos vitales de los vivos. El vampiro como monstruosidad metabólica no es algo original de Marx y, de hecho, se puede encontrar en los escritos sobre agronomía del propio Liebig, en los cuales, al tratar el asunto de la apropiación imperial del guano y de otros fertilizantes a lo largo de todo el mundo, subrayaba que «Gran Bretaña se apodera de las condiciones de fertilidad de otros países […]. Al igual que un vampiro, se engancha a la garganta de Europa, y se podría decir que de todo el mundo, para extraer su mejor sangre» (Bonneuil y Fressoz, 2016, 186-187).

    Más allá de esta polémica floritura, la evocación de la figura del vampiro tiene el papel fundamental de revelar, con una sola imagen, los mecanismos ocultos de los sanguinarios festines del capital. Foster y Burkett señalan lo siguiente: «La utilización que hacía Marx del metabolismo no era “analógica”, sino que estaba destinada a proporcionar las bases para una comprensión materialista y dialéctica de la relación productiva humana con la naturaleza» (2016, 35-36). En la misma línea, yo quisiera afirmar que no es que el capital sea simplemente igual que un vampiro, sino que pone en práctica literalmente una relación vampírica con los vivos tanto a través de su sed parasitaria de acumulación como con la servidumbre psíquica a la que somete a sus víctimas. Además de hacer una caracterización del capital en la que predominan sus procesos metabólicos, la metáfora vampírica trae consigo connotaciones como el embrujo, la invisibilidad y la sumisión de la víctima respecto al vampiro. Efectivamente, la articulación de vampirismo y capital funde la lógica del metabolismo con el aparato ideológico que la mantiene oculta. David McNally escribe lo siguiente en Monsters of the Market:

    Las enormes cualidades del capital para el ilusionismo residen en el modo en que invisibiliza su propia configuración monstruosa. Lo que buscaba Marx al intentar sacarle el tapón mágico a la modernidad era una confrontación con la monstruosidad. Se dispuso a sacar a la luz a las hordas de vampiros y hombres lobo que le son intrínsecos al capital de modo que pudieran ser desterrados (2011, 114).

    Del mismo modo en que el tiempo de la producción capitalista inocula en aquellos que están atrapados en ella los ritmos de la industria y del incremento progresivo de las fuerzas productivas, el ocultamiento de sus desequilibrios metabólicos pone en marcha su propia lógica temporal. No solo es que es que el capital les saque a los vivos su flujo vital, sino que también lo hace a un ritmo y en unos intervalos que, al menos hasta el momento, evitan que sea percibido de manera directa. Frente a las teorías de Max Weber, para quien la modernidad representaba el triunfo de la razón sobre el mito, podríamos hacer referencia a la proposición de Walter Benjamin que dice lo siguiente: «El capitalismo, en cuanto tal, es sin duda un producto natural junto con el cual le sobrevino en su conjunto a Europa un nuevo sueño, en cuyo interior las fuerzas míticas se vieron nuevamente reactivadas» (1999, K 1 a, 8 [2013]). Al identificar como vampírica la relación metabólica del capital con la humanidad y la naturaleza, en cierto sentido se perforan y atraviesan los nuevos mitos de ese letargo cargado de sueños propio del capitalismo. En primer lugar, se disipa la bruma ideológica que hace pasar por justo o necesario el lento agostamiento del trabajo y la naturaleza bajo el capitalismo. Como apunta McNally:

    Si existe un marxismo gótico, entonces ha de ser uno que insista, entre otras cosas, en viajar por los espacios nocturnos del submundo capitalista, en visitar las mazmorras secretas que dan cobijo a doloridos cuerpos laboriosos (2011, 138).

    En segundo lugar, revela que las crisis y los desastres cíclicos del capitalismo no son anormalidades o irregularidades en la trayectoria ascendente del progreso, sino que más bien son los estertores agónicos de multitud de metabolismos atrapados entre los colmillos del vampiro. Benjamin escribió lo siguiente:

    Fundamentar el concepto de progreso directamente en la idea de catástrofe. La catástrofe misma, en cuanto tal, es el que esto «se siga produciendo». Porque no es lo que viene cada vez, sino que a cada vez es lo ya dado. […] El infierno no es nada que se encuentre por venir, emplazado ante nosotros, sino que está ya aquí, en esta vida. (1999, N 9 a, 1 [2013]).

    III. Despertar aterrorizados

    El proyecto de Benjamin de desvelar las oscuras y mágicas bases de la modernidad capitalista —lo que Margaret Cohen (1993) ha denominado cierta forma de «marxismo gótico»— lo coloca en alegre compañía junto a los vampiros y hombres lobo del imaginario de Marx. Pero por mucho éxito que Benjamin haya tenido como crítico de la cultura, la ideología y la historia, resulta menos evidente su relevancia para un marxismo con conciencia ecológica. En La ecología de Marx, John Bellamy Foster se aleja de los marxistas occidentales y de su incapacidad a la hora de tomarse en serio el análisis materialista de la naturaleza. Escribe Foster que «la Escuela de Frankfurt […] desarrolló una crítica “ecológica” que era casi por completo culturalista en su forma, carecía de todo […] análisis de la alienación real, material, respecto a la naturaleza: por ejemplo, la teoría de la fractura metabólica de Marx» (2000, 245 [2004, 369-370]).

    A modo de conclusión, me gustaría someter a juicio esta aseveración partiendo de dos frentes: en primer lugar, afirmando que en Benjamin —si no en otros pensadores de Frankfurt— sí que encontramos de hecho un análisis minuciosamente materialista de la naturaleza, que rechaza tanto cualquier visión de la historia separada de sus condiciones naturales como cualquier teorización de la naturaleza indiferente a su alteración histórica; en segundo lugar, quiero defender que en la filosofía de la naturaleza de Benjamin también descubrimos huellas de la relación metabólica entre la humanidad y la naturaleza que nos permitirán sortear el vacío que existe entre una crítica gótico-marxista de la ideología y el pensamiento ecologista que es necesario para un marxismo del siglo veintiuno.

    Desde sus primeros trabajos hasta los últimos, el pensamiento de Benjamin regresaba no solo a la pregunta acerca de la naturaleza y su lugar en el curso de la historia, sino también al momento en el que la «antítesis de historia y naturaleza» se viniese abajo y la «historia se desplaza[ra] así al escenario», como otro componente más de un mundo puramente material (2019, 81 [2010, 297]). Esta entrada de la historia en la naturaleza —y de la naturaleza en la historia— ocupa las reflexiones de Benjamin en su inacabada última obra, Obra de los pasajes, en la cual la historia del siglo diecinueve es pensada en términos naturalistas y como si estuviera compuesta de fósiles de una era perdida. A partir de los restos de esta etapa temprana del capitalismo, Benjamin arma una genealogía del capitalismo tardío para sacar a la luz los efectos ideológicos que surgen cuando la historia y la naturaleza están conceptualmente divorciadas. Tal y como escribe Susan Buck-Morss:

    Cada vez que la teoría sostenía a la «naturaleza» o a la «historia» como primer principio ontológico, se perdía este doble carácter de los conceptos, y con él la potencialidad de negatividad crítica: o se afirmaban como naturales las condiciones sociales perdiendo de vista su devenir histórico, o se afirmaba como esencial el proceso histórico real (1977, 54 [1981, 123]).

    En términos del propio Benjamin, mientras los entornos modernos de «las modas, las arquitecturas, e incluso el mismo clima» no fuesen pensados como productos del empeño humano, serán «procesos tan naturales como el digestivo o el respiratorio para el cuerpo. Se hallan así incluidos en el ciclo de aquello que es lo mismo eternamente hasta el momento en que el colectivo se los apropia mediante la política para construir la Historia» (1999, K 1, 5 [2013]). Lo que damos por meramente «natural», ya sea la búsqueda del beneficio o que cambie el clima, para nosotros existirá solo de manera inconsciente hasta que reconozcamos la relación mutuamente constitutiva entre estos hechos aparentemente naturales y la historia que creamos de manera colectiva. Sin este momento de despertar a nuestra propia historia natural, el curso de los hechos históricos parece inevitable e inaprensible. Benjamin escribía lo siguiente: «El fin de un periodo económico se le presenta al colectivo onírico tal como si fuera el fin del mundo» (1999, R 2, 3 [2015]). En esta era de presagios apocalípticos tenemos la imperiosa necesidad de una política capaz de atravesar este mito de una catástrofe inevitable para enfrentarnos a la disyuntiva ecológica y económica que encierra en su interior.

    Pese a su aparente inevitabilidad en tanto que hecho de la naturaleza, «en el fondo la fractura metabólica es producto de una fractura social: la dominación del ser humano por el ser humano» (Foster et al., 2010, 47). Kohei Saito escribe lo siguiente: «Por todo ello, el proyecto socialista de Marx exige la rehabilitación de la relación entre seres humanos y naturaleza mediante la contención y finalmente la trascendencia de las fuerzas ajenas de la reificación» (2018, 133). O tal y como lo formuló Benjamin muchos años antes, la tarea vital de nuestro conocimiento técnico «no es, en cuanto tal, el dominio de la naturaleza, sino el dominio de la relación de la naturaleza con lo humano» (1979, 104 [2010, 88]). Vemos aquí del modo más claro el potencial metabólico de la filosofía natural de Benjamin: no gobernar la naturaleza en sí misma sino la relación entre humanidad y naturaleza implica comprender los intercambios metabólicos que articulan los procesos planetarios y los asuntos humanos. Pero lo que Benjamin escribe también deja claro que comprender nuestra relación metabólica con la Tierra no es suficiente por sí mismo. Para que sea políticamente efectivo, el marxismo con conciencia ecológica debe vincularse a un análisis de las estructuras ideológicas que ocultan nuestras relaciones metabólicas y que inoculan en nosotros cierta fe en las temporalidades del progreso infinito o del desastre inevitable. De la mordedura vampírica del capital, el cual oculta los medios de su dominación incluso al tiempo que los despliega tanto sobre la humanidad como sobre la naturaleza, solo nos podremos liberar si gobernamos de modo consciente y colectivo nuestras relaciones con la naturaleza y damos inicio a un nuevo metabolismo con la Tierra.

     

    Bibliografía

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    McNALLY, David, Monsters of the Market. Zombies, Vampires and Global Capitalism, Chicago, Haymarket Books, 2011.

    NIXON, Rob, Slow Violence and the Environmentalism of the Poor, Cambridge, Harvard University Press, 2011.

    SAITO, Kohei, Karl Marx’s Ecosocialism. Capital, Nature, and the Unfinished Critique of Political Economy, New Delhi, Dev Publishers, 2018.

    TOMBAZOS, Stavros, Time in Marx. The Categories of Time in Marx’s Capital, traducción de Christakis Georgiou, Chicago, Haymarket Books, 2014.

    WARK, McKenzie, Molecular Red. Theory for the Anthropocene, Londres, Verso, 2015.

    La ilustración de cabecera es «Las resultas» (ca. 1820 – 1823), de Francisco de Goya.

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  • Mirar atrás para mirar al futuro: «progreso», ecología y cultura de sociedad de consumo

    Mirar atrás para mirar al futuro: «progreso», ecología y cultura de sociedad de consumo

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    Por Àngel Ferrero.

    Justo cuando la crítica a la idea tradicional de «progreso» había alcanzado un consenso entre la izquierda institucional, una parte del pujante movimiento ecologista, paradójicamente, la hizo suya. No otra cosa se encuentra detrás de muchos de los ataques contra el reciente documental Planet of the Humans (Jeff Gibs, 2019), producido por Michael Moore. Se trata, en resumen, de la renovada ilusión de que el mundo puede sostener las sociedades de consumo actuales —e incluso extender su modelo a otros países más allá del hemisferio norte— simplemente cambiando sus fuentes de energía por otras renovables. Una vana ilusión que no solo se mantiene en el estadio presente, sino que en algunas de sus elucubraciones se proyecta al futuro con la creencia de que inminentes descubrimientos tecnológicos solventarán los problemas actuales sin prácticamente ninguna necesidad de modificar ni nuestra cultura ni nuestras estructuras políticas y económicas. Es muestra del poder e influencia de los medios de comunicación estadounidenses y, por descontado, del maltrecho estado teórico de la izquierda occidental en general, que esta ideología —pues no es otra cosa que eso: falsa conciencia— se haya abierto paso allí donde existían fundamentos sólidos para el debate desde, al menos, la publicación de Los límites del crecimiento (el debatido informe del Club de Roma de 1972). Así, Manuel Sacristán criticó ya en 1980, por citar un destacado ejemplo, «el ingenuo entusiasmo por el reciclaje, que no tiene en cuenta el consumo de energía que exigen algunos procesos». En este debate también son clave las aportaciones de, entre otros, Elmar Altvater o, antes que él, de Wolfgang Harich, quien en ¿Comunismo sin crecimiento? escribió que «características de la República Democrática Alemana, como del campo socialista en general, en las que estábamos acostumbrados a ver desventajas, resultan ser excelencias en cuanto que las medimos con los criterios de la crisis ecológica».

    Esta última frase de Harich merece mayor atención, toda vez que nos acercamos a las tres décadas de la desintegración de aquel campo socialista del que hablaba el pensador alemán y ahora podemos evaluar la experiencia de aquellos estados, hoy desaparecidos, con otros parámetros y libres de las amarras ideológicas de la guerra fría. Para un observador de Europa oriental y la Unión Soviética, y mucho más para un ciudadano que haya vivido en ambos sistemas, resulta chocante cuanto menos haber visto cómo muchas cosas que en los noventa, con la introducción del capitalismo, se consideraban un signo de atraso —invariablemente vinculado a las economías socialistas— del que cabía avergonzarse, se recuperan hoy como ideas útiles para el equilibrio ecológico. Ha pasado, por empezar por algún sitio, con los envases de vidrio reutilizables, que en algunos estados del campo socialista se usaban para comprar leche, por ejemplo. También ha ocurrido con las bolsas de rejilla para la compra, que en ruso se conocen como avozka: en Europa occidental y Estados Unidos acostumbraban a identificarse con la escasez y las largas colas frente a los establecimientos en comparación con la entrega gratuita de las bolsas de compra de plástico que comenzaron a utilizarse en los años ochenta y noventa de manera masiva en supermercados y grandes superficies comerciales. Como es sabido, hoy las bolsas de plástico se han convertido en un serio problema medioambiental y las bolsas de rejilla se venden en algunas tiendas como un artículo ecológico por sus considerables ventajas: pueden producirse localmente y a bajo coste, pueden reutilizarse varias veces, son lavables y, debido a su diseño, son resistentes y pueden plegarse y transportarse prácticamente en el bolsillo. «Lo que es ecológicamente conveniente y lo que ayuda a ahorrar materias primas puede contribuir igualmente a hacer más agradable la vida», observaba Harich. Podrían citarse otros tantos ejemplos relacionados con electrodomésticos que no se producían bajo la lógica de la obsolescencia planificada, como mostró en su día el documental de Cosima Dannoritzer Comprar, tirar, comprar (2011) con los casos de las bombillas y los refrigeradores producidos en la RDA.

    Pero acaso sea en el campo del transporte y la movilidad urbana donde haya más ejemplos a retomar por el énfasis de aquellas sociedades en el transporte público colectivo. En ningún otro lugar era más visible el contraste que en Berlín: mientras las autoridades de Berlín occidental modificaron su política de transporte en 1954 en favor del metro, el autobús y, por supuesto, el coche, en Berlín oriental los planes en los sesenta y setenta que favorecían el automóvil privado no llegaron a prosperar. De este modo, la última línea de tranvía de Berlín occidental se cerró en 1967 y en Berlín oriental sobrevivieron a la RDA más de diez líneas. Desde hace dos décadas Berlín ha reabierto y prolongado líneas de tranvía. En Barcelona, el tranvía desapareció en 1971 después de que como en otras ciudades los planes urbanísticos favoreciesen el automóvil, y en Madrid lo hizo en 1972. En Barcelona no regresaría hasta el año 2004 y en Madrid hasta 2007, con el nombre de Metro Ligero. En Estados Unidos existe hoy únicamente en un puñado de ciudades —siendo las más conocidas San Francisco y Nueva Orleans por su aparición en algunas películas— y todavía hoy se sigue sospechando que detrás de la modificación de los planes urbanísticos hubo presiones de la industria automovilística. En 1947 un tribunal de California del Sur procesó a nueve empresas y siete personas por violar la ley «antitrust», acusadas de conspirar para formar un monopolio, el holding National City Lines (NCL) —formado por General Motors, Firestone Tire, Standard Oil of California y Philips Petroleum—, con el que adquirir líneas de tranvía que luego se desmantelaban para favorecer la venta de autobuses y automóviles. Dos años después, el tribunal federal de Illinois del Norte declaró a estas empresas culpables de conspirar para conseguir el monopolio de la venta de autobuses y suministros para vehículos a las empresas de transporte locales controladas por la propia NCL, pero se las absolvió de la acusación de intentar monopolizar la propiedad de dichas compañías.

    El futuro de la aviación puede estar en su pasado

    Uno de los sectores más afectados por las restricciones para contener la pandemia de COVID-19 ha sido el de la aviación, que ha tenido flotas enteras sin despegar durante semanas. Las pérdidas económicas son multimillonarias: en mayo, la Organización de Aviación Civil Internacional (ICAO) las calculaba entre 198.000 y 273.000 millones de dólares, dependiendo de la gravedad del escenario. En los últimos meses hemos visto el controvertido rescate de Lufthansa mientras otras aerolíneas, como South African Airways o Thai Airways, siguen luchando por no desaparecer. Al calor de estas noticias, Telepolis recordaba, como otros medios, que el transporte aéreo es altamente contaminante y la crisis del sector podría aprovecharse para replantear su ordenamiento. Por situar al lector, en su conversación con Freimut Duve, publicada en 1975, Harich mencionaba la cifra de 3.000 vuelos diarios, mientras que Flightradar registró el 25 de julio de 2019 unos 230.000 vuelos diarios, la cifra más alta de toda la historia de la aviación. El digital alemán planteaba como alternativa, además del ferrocarril y el transporte marítimo, reintroducir los dirigibles, o zepelines.

    La imagen de los dirigibles está asociada al desastre del Hindenburg en 1937, cuyo incendio, registrado por las cámaras y difundido por los noticieros de la época, destruyó la confianza en este medio de transporte y lo relegó a fines meramente publicitarios. Cabe señalar, empero, que el fabricante, la Luftschifftbau Zeppelin GmbH, en un principio había optado para este modelo por el uso de helio y no por el hidrógeno —inflamable—, pero este gas, además de costoso, solo podía adquirirse en cantidades industriales en Estados Unidos, que había prohibido su exportación en 1927. Además de las mejoras en la extracción de helio o los materiales de cubierta (fibra de carbono con una cobertura de kevlar), el autor del artículo de Telepolis, Wolfgang Pomrehn, indicaba que los dirigibles ahora pueden funcionar también con placas solares e incluso motores de combustión, ya que «su emisión de gases invernadero sería considerablemente menor a la de los aviones ya que, gracias a la flotabilidad del helio, pueden permanecer en suspenso en el aire y necesitan mucha menos energía». Además, a diferencia de los aviones, los dirigibles tienen una mayor autonomía de vuelo y no precisan para su despegue y aterrizaje una infraestructura como la de los aeropuertos en tamaño. Según Pomrehn, los dirigibles podrían utilizarse para el transporte de mercancías a media distancia e incluso el transporte personal, pero el mercado es insuficiente —los vuelos actuales se ofrecen como curiosidad histórica, con billetes a partir de los 345 euros— y no existe ningún tipo de apoyo estatal.

    A comienzos de verano los medios de comunicación recogieron la iniciativa de una empresa sueca que tiene pensado llevar en 2023 pasajeros al Polo Norte a bordo de un dirigible Airlander 10, un modelo de la británica Vehículos Híbridos de Aire (HAV) que ha comenzado a producirse en enero de este mismo año. Pero se trata, de nuevo, de una curiosidad para clientes con bolsillos hondos: el pasaje para dos personas del viaje inaugural cuesta 90.000 euros. A todo ello hay que sumar un problema que sobrepasa con creces a los anteriores, como el propio Pomrehn advierte en su artículo: «Junto con este o aquel desarrollo técnico, lo que falta, sobre todo, es otra forma de pensar y, más aún, otra economía del tiempo, ya que, como es obvio, los dirigibles y otras formas de transporte aéreo son más lentas que los aviones». Pero era en el final del texto donde el autor ponía el dedo en la llaga: «Quizá sea ya tiempo de reflexionar si la manía por la velocidad de las sociedades modernas no es un mayor destructor de calidad de vida y libertad individual». Nunca se insistirá lo suficiente en que ello requiere cambios políticos, sociales y culturales en la dirección contraria a las sociedades de consumo. «Como prueba —relataba Harich en el libro arriba citado—, le enseñaría al hombre mi mejor traje, que me hice confeccionar con un valioso paño rumano por el más caro de los sastres de caballero del centro de Berlín y que una vez llevado algo así como tres veces, ya no he podido volver a ponérmelo porque la hechura de los pantalones, pasada entretanto de moda, suscita en el personal femenino una sonrisita entre irónica y compasiva». La misma sonrisa que, seguramente, habrá esbozado el lector al leer esta anécdota. Pero, ¿cuándo fue la última vez que se deshizo discretamente de una prenda de moda por motivos no muy diferentes a los que explicaba Harich?

    La ilustración de cabecera es «Na naberezhnoi Makarova [En el muelle de Markarov]» (1960), de Aleksandr Semenovich Vedernikov.

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  • Una teoría marxista de la extinción

    Una teoría marxista de la extinción

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    Por Troy Vetesse.

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Salvage con el título «A Marxist Theory of Extinction».

    La tragedia del ecologismo común

    El mismo año en que el parlamento británico aprueba las Actas de Cercamiento (Inclosure Act) de 1773, se extingue la especie del correlimos de Tahití.

    La sexta extinción, destructora de mundos, supone la aniquilación de innumerables ramas antiguas e irreemplazables del árbol de la vida. El inicio de la sexta extinción comenzó hace medio milenio, coincidiendo con el nacimiento del capitalismo, y ahora avanza a un ritmo frenético comparable a la devastación de la última gran extinción, hace sesenta y seis millones de años. Desde la perspectiva de la vida terrestre, el capitalismo difiere poco de la colisión con un meteorito masivo. El influyente naturalista E. O. Wilson ha predicho que la mitad de la flora y fauna del mundo se habrá extinguido a finales de siglo. Estudios recientes han estimado que las especies de mamíferos están desapareciendo entre cien y mil veces más rápido de lo que lo harían al ritmo natural. La sexta extinción tiene multitud de causas, pero la principal es la pérdida de hábitat, seguida de la caza furtiva, aunque el cambio climático va a tener sin duda un papel cada vez más importante. Al menos un mamífero ya se ha extinguido por el cambio climático, la rata cola de mosaico del Cayo Bramble en 2016, cuando el aumento del nivel del océano inundó el hogar de esta especie, que se hallaba en una isla de baja altitud en la Gran Barrera de Coral.

    Los mamíferos, sin embargo, representan solo un pequeño porcentaje del reino animal, que está abrumadoramente compuesto por invertebrados. Pequeñas criaturas, como la mariposa azul Xerces de San Francisco (desaparecida en 1941), han soportado la peor parte del cataclismo: hasta 130.000 especies de invertebrados han desaparecido desde las primeras etapas de la modernidad, alrededor del 7% de todas las especies animales. Sin embargo, más allá de trabajos notables como Extinction, de Ashley Dawson, y Tragedy of the Commodity, de Brett Clark, Rebecca Clausen y Stefano B. Longo, los marxistas han descuidado el debate acerca de la extinción, cediendo el terreno a una alianza impía de neoliberales y maltusianos racistas.

    El marco dominante para pensar la extinción, así como en muchos otros problemas medioambientales, ha sido el de la «tragedia de los comunes». El concepto fue acuñado por el biólogo Garrett Hardin en 1968, que la usó como título de un breve ensayo que publicó en Science. En él describía un prado imaginario de propiedad comunal, donde unos pastores sin escrúpulos apacentaban a más ganado del que el prado podía soportar, y concluía: «La ruina es el destino hacia el que se precipitan todos los hombres, cada uno persigue su propio interés en una sociedad que cree en la libertad de los bienes comunes. La libertad de los bienes comunes trae la ruina a todos». En este marco, lo que es racional para el individuo —el engaño— es irracional para el grupo, una contradicción que solo puede ser solucionada a través de la implementación de derechos de propiedad. Hardin emplea otros ejemplos en los que el uso excesivo degrada un recurso comunal, como el aparcamiento gratuito, las zonas de acampada, la contaminación y la pesca. En este último caso, «las naciones marítimas […] llevan cada vez más cerca de la extinción a una especie tras otra de peces y ballenas» debido a la «libertad de los mares».

    «La tragedia de los comunes» sigue siendo un texto canónico del ecologismo centrista. Tal vez porque se hace referencia al texto más a menudo de lo que se lo lee, o tal vez por un tabú, a menudo se omite que la alegoría de Hardin es extremadamente brutal, incluso fascista. La mayoría de la gente sabe que abogó por la privatización como remedio a la tragedia de los bienes comunes y hay más personas que conocen que también sugirió el pago de cuotas de uso, pero lo que menos se discute es la tercera propuesta, la del control «coercitivo» de la población junto con el desmantelamiento del estado de bienestar. En su opinión, estas cuestiones están relacionadas porque la asistencia estatal podría dar apoyo a «a la religión, la raza o la clase […] que fomente la procreación excesiva». Más tarde, equiparó la «procreación excesiva» de personas indeseables con el «genocidio pasivo» de los blancos.

    Estos sentimientos no eran meros lapsus pasajeros. Como el ferviente supremacista blanco que fue, abogó por el control de la población para la gente de color (pero no para los blancos; él mismo tenía cuatro hijos) y restricciones a la inmigración en Estados Unidos (especialmente desde Latinoamérica) para evitar la creación de una «América del Norte y Central caótica». Defendió estas ideas hasta el final de su vida en publicaciones fascistas como Chronicles y The Social Contract.

    Hardin puede haber sido una de las protuberancias más feas dentro del cuerpo político del ecologismo blanco dominante, pero articuló la conclusión lógica de una ideología compartida. En 1968, el año en que publicó «La tragedia de los comunes», se reveló que el gobierno de Estados Unidos había esterilizado a miles de mujeres puertorriqueñas en las dos décadas anteriores, lo que afectó a un tercio de la población. Cinco años después, la esterilización involuntaria de dos niñas negras, Minnie y Mary Alice Relf, llamó la atención del país sobre el hecho de que el gobierno cubría anualmente la esterilización de entre 100.000 y 150.000 personas pobres como condición para que recibiesen más ayuda social. Como muchos grupos apoyaban el control coercitivo de la población, dudaron en criticar estas atrocidades, una postura que distanció a los movimientos sociales negros y latinos durante una generación. Los debates posteriores sobre la inmigración solo empeoraron las cosas. En las décadas de los setenta y ochenta, la organización Zero Population Growth (Crecimiento Poblacional Cero), el Sierra Club y destacados empresarios fundaron la Federation for American Immigration Reform (Federación por la Reforma de la Inmigración Americana; FAIR, por sus siglas en inglés), un grupo al que el Southern Poverty Law Center (Centro Legal sobre la Pobreza en el Sur) señaló como un grupo de odio. FAIR se centró en la lucha contra la inmigración mexicana: una de sus primeras campañas importantes trató de impedir el recuento de los migrantes indocumentados en el censo de los Estados Unidos de 1980, de modo que se privase de fondos a los programas de asistencia social. Hardin era miembro de la junta directiva de FAIR.

    Naturalmente, para Hardin la tragedia de los comunes tenía un alcance internacional. En 1974 escribió «Vivir en un bote salvavidas», donde comparaba las naciones con los botes salvavidas y a los refugiados con las personas que «se caen de sus botes salvavidas y están nadando un rato en el agua, esperando que los admitan en un rico bote salvavidas o beneficiarse de algún otro modo de las “cosas buenas” que hay abordo». En 1987 le dijo a un periodista de The New York Times que estaba en contra de la ayuda a Etiopía durante su hambruna más reciente porque el país «tiene demasiada gente para los recursos que posee». A pesar de la prevalencia de este tipo de retórica, los ecologistas nunca han purgado adecuadamente su xenofobia ni han dado la espalda a profetas tan llenos de odio como Hardin. Herman Daly, fundador de la economía ecológica y colaborador de colecciones de ensayos con Hardin, dijo recientemente a un admirador Benjamin Kunkel en la New Left Review que todavía deseaba un control de población coercitivo y que «no creo en las fronteras abiertas». Ahora, cuando un sistema climático global cada vez más inestable está expulsando a los refugiados de sus países natales, la Weltanschauung genocida de Hardin debe ser expulsada del discurso ecologista de la izquierda.

    Sin duda Hardin era un tipo odioso, pero lo peor es que no era muy inteligente: no es precisamente el Carl Schmitt del ecologismo estadounidense. La «La tragedia de los comunes» tiene agujeros lo suficientemente grandes como para que pase por ellos un rebaño de vacas. Su fábula fascista no es ni histórica ni etnográfica ni describe con precisión cómo funcionan o se descomponen los bienes comunes, defectos que Elinor Ostrom señaló hace décadas. Que tal ejercicio de sentido común le haya valido el premio del Banco de Suecia demuestra lo arraigado que está en la economía el modelo de Hardin, pero Ostrom no fue ni mucho menos la única crítica de Hardin. Los neoliberales, que son una banda de gente inteligente, reconocieron desde el principio que la tragedia de los bienes comunes era un marco insuficientemente riguroso, pero se contentaron con que quedara como la hoja de parra que cubriese su trabajo en torno a la economía ecológica, que tiene más matices y el cual todavía atrae muy poca atención académica. Hoy en día, los únicos seguidores reales de Hardin son ingenuos ecologistas de centro y neonazis.

    Desde una perspectiva neoliberal, una especie solo debe ser preservada —incluso si es de propiedad privada— si resulta rentable, solo si el mercado así lo decreta. Aunque los economistas conservadores escriben alabanzas a la clarividencia del mercado a la hora de administrar la escasez natural, los economistas neoliberales son mucho más contundentes. Desde el punto de vista del capital, los organismos no tienen ningún valor intrínseco —ni siquiera los últimos individuos de una especie—, sino que son simplemente activos diversos de capital que forman parte de una cartera variada y en constante transformación. Esta caracterización de la naturaleza en tanto que capital proviene del economista de la pesca canadiense Anthony Scott, cuya perspectiva fue retomada por otros neoliberales como Friedrich Hayek y Dieter Helm (catedrático de Oxford y presidente del Comité del Capital Natural). Esta lógica queda claramente expuesta en Los fundamentos de la libertad de Hayek, donde defendía que «tanto desde un punto de vista social como desde un punto de vista individual, cualquier recurso natural representa tan solo un elemento de nuestra dotación total de recursos agotables y nuestro problema no es preservar esta reserva de ninguna forma en particular, sino mantenerla siempre en la forma en que haga la contribución más deseable a los ingresos totales». Sin embargo, fue otro economista de la pesca canadiense, Colin Clark, quien expuso el fin lógico de este tipo de afirmaciones de la manera más descarnada posible en el artículo de 1973 «La maximización de los beneficios y la extinción de las especies animales», y afirmó: «En términos generales, se ha demostrado que las siguientes condiciones son necesarias y suficientes para la extinción en el marco de la maximización del valor actual: a) la tasa de descuento (o preferencia temporal) excede de manera suficiente el máximo potencial reproductivo de la población y b) se puede obtener un beneficio inmediato de la recopilación de los últimos animales que queden». Para Clark estos dos factores importaban mucho más que si una criatura era de propiedad privada o colectiva; la privatización no estaba para aliviar la extinción.

    Aunque los neoliberales apenas hayan ocultado que ven la naturaleza como un activo más, la izquierda ha tardado demasiado tiempo en darse cuenta de que es ahí donde se encuentra el centro del debate. El capital no controla la flora y la fauna mediante una rama de la economía que requiera su propia teoría, sino que lo hace de un modo tan industrial como lo es la fabricación de acero y de microchips. Kenneth Fish desarrolla esta idea en Living Factories, quizás el mejor libro de estudios sobre animales con perspectiva marxista. Fish caracteriza los organismos genéticamente modificados (OGM) como «fábricas, fábricas vivas. Los microbios, las plantas y los animales, en definitiva la vida misma, han sido aprovechados para la producción industrial a través de técnicas de ingeniería genética».

    Sin embargo, los OGM representan solo un caso extremo de lo que el capital desea hacer con toda la vida; a saber: el capital borra todas las diferencias que separan al organismo de la máquina. «A pesar del dominio tecnológico que supuso la llegada de la máquina en aquel entonces —observa Fish—, el significado de la fábrica para Marx radica en cómo se aproxima a un organismo vivo, el más natural de los seres». La apreciación de Marx acerca de cómo la fábrica es un «organismo», que es «trabajo muerto» que cobra «vida» cuando se une a una «fuerza de la naturaleza», no es tanto una metáfora como una descripción casi literal de las máquinas como bestias de carga capitalistas.

    Subsumir y extinguir

    La Trochetiopsis melanoxylon, una planta de «ébano enano» endógena de Santa Helena, se extingue en 1771. Ese año Richard Arkwright inaugura en Cromford la primera fábrica textil alimentada con energía hidráulica.

    Una vez que los marxistas ven que el capital busca transformar la flora y la fauna en máquinas, entonces se hace más fácil ver cuál es la relación del capital con la naturaleza y cómo la sexta extinción es un problema inherentemente capitalista. Tal vez las herramientas marxistas más útiles sean la «subsunción formal» y la «subsunción real», ambas descritas en los Manuscritos económicos de 1864-1866. La subsunción formal se produce cuando «procesos de producción con una determinación social diferente se transforman en procesos de producción del capital». Si en la época precapitalista un individuo poseía los medios de producción (por ejemplo, un campesino) o estaba vinculado a un superior por medio de densos lazos sociales (por ejemplo, un aprendiz o un siervo del gremio), el capitalismo lo que hace es sustituir estas relaciones por otras mediadas por el dinero. Sin embargo, el proceso de trabajo cambia poco si el trabajo solo se subsume formalmente. Marx afirmó que, «a pesar de todo ello, dicha transformación no implica que se produzca un cambio esencial desde el principio en la forma real en que se lleva a cabo el proceso de trabajo […], el capital subsume así un determinado proceso de trabajo existente, como el trabajo artesanal o el modo de cultivar de la agricultura campesina independiente a pequeña escala». Su forma básica es la industria artesanal: la tejedora trabaja cuando quiere y al ritmo que quiere, a menudo en casa, encontrándose con el capitalista con poca frecuencia para obtener un salario o suministros. Esto no implica que esa subsunción formal sea inocua. Como es difícil aumentar la productividad sin maquinaria, solo se puede aumentar la plusvalía de un modo absoluto, prolongando la jornada laboral.

    La subsunción real comienza cuando el capitalista introduce la maquinaria, transformando la producción a través de la «aplicación consciente de las ciencias naturales, la mecánica, la química, etcétera». En lugar de que el trabajador utilice una herramienta de manera manual como durante la subsunción formal, el trabajador ahora utiliza una máquina impulsada por una «fuerza de la naturaleza» (Naturkraft), como la energía hidroeléctrica o el carbón. Estos cambios permiten la concentración de la mano de obra y aumentan la productividad, propiciando la pérdida de cualificación y la devaluación de los trabajadores, pero quizás lo más significativo sea que a estos se los obliga a trabajar al ritmo de la máquina y, por tanto, al ritmo establecido por el propio capitalista.

    La concepción de Marx de la subsunción es dinámica: la subsunción formal suele ocurrir en primer lugar, pero una vez que las mercancías hechas a máquina empiezan a competir con las manufacturados es probable que los trabajadores artesanales sean destruidos como clase. «La Historia no revela ninguna tragedia más horrible que la extinción gradual de los tejedores ingleses de telar manual». La mayoría de los marxistas tienden a detenerse aquí, preocupados por los tejedores y por sus desgraciados sucesores. Sin embargo, con tan solo un pequeño cambio de perspectiva es posible ver lo que sucede cuando el capital extiende su alcance a los reinos de la flora y la fauna.

    Se puede comenzar en la etapa precapitalista de las relaciones entre la naturaleza y los seres humanos; por ejemplo, entre los animales de pelaje y los pueblos indígenas de América del Norte. En el momento en que la gente cazaba ciervos, nutrias, ratas almizcleras y, lo que era más lucrativo, castores, resultaba ilógico cazar todos esos animales a la vez, pues las necesidades de los cazadores se satisfacían fácilmente,y se habría necesitado un esfuerzo considerable para dar con la última rata almizclera, nutria o ciervo que hubiera sobrevivido y en el futuro no quedarían más. Por lo tanto, en las sociedades precapitalistas las extinciones eran raras (aunque las extinciones de la megafauna hace miles de años pueden ser excepciones a este caso). Sin embargo, la relación de los pueblos indígenas con los animales con pelaje cambió una vez que pasaron a formar parte del mercado mundial durante el siglo XVII, un cambio histórico detallado por Richard White en su clásico estudio The Roots of Dependency. La insaciable demanda de pieles por parte de los sombrereros europeos impulsó a las primeras compañías como la Hudson’s Bay Company (fundada en 1670, ocho años después de que se matara el último dodo) a expandirse por el continente norteamericano. Las compañías y los comerciantes contrataron a pueblos indígenas para que cazasen, haciendo de la piel de castor una mercancía que podía ser intercambiada por calderos, cuentas, armas, caballos y cuchillos. En esta etapa, sin embargo, los cazadores indígenas solo estaban formalmente subsumidos por el capital, pues trabajaban cuando y donde querían. La plusvalía solo podía incrementarse de forma absoluta, por lo que los capitalistas trataban de encontrar más tramperos y los animaban a matar a más castores. Aunque cazaban más, las necesidades de muchos pueblos indígenas eran modestas. No era la primera vez que los capitalistas recurrían al comercio de productos adictivos, en este caso el alcohol, para ampliar el mercado. Con el tiempo, se mataron demasiados animales y se fueron produciendo crisis. Los tramperos podían viajar hacia el interior del país o pasarse a cazar a otras especies, pero estas soluciones permanecían dentro del ámbito de la subsunción formal. Las granjas de pieles se acabarían convirtiendo en una posibilidad, pero esto marcó un salto hacia la subsunción real.

    La subsunción real se produce una vez que el capital domina las funciones biológicas de una planta o de un animal, permitiendo que sean manipulados como cualquier otra máquina. Ahora es posible incrementar la productividad, permitiendo al capital exprimir más plusvalía relativa de los trabajadores. La acuicultura ejemplifica el paso de la subsunción formal a la real: a medida que desde la década de los noventa las poblaciones de muchas especies de peces se han ido reduciendo, se ha producido un cambio hacia la cría de peces como si fueran ganado. Los peces criados son alimentados con mayor frecuencia y riqueza de lo que comerían en la naturaleza para así engordarlos de manera más rápida. Su tamaño puede aumentar aún más mediante un tratamiento hormonal que puede acelerar el crecimiento; el tratamiento hormonal puede incluso cambiar el sexo de un pez, lo que podría resultar aprovechable si hay un dimorfismo pronunciado en una especie. También es posible la intervención genética mediante la cría selectiva o la ingeniería genética, como en el caso del salmón AquAdvantage de la empresa AquaBounty Technologies. En el marco de la acuicultura industrial, la mano de obra se hace más eficiente, por ejemplo, a través de la sustitución de la alimentación manual por una automatizada. La escala de producción puede ampliarse concentrando los peces mucho más allá de lo que sería posible en el medio natural, con todos los problemas que ello conlleva en términos de desechos y enfermedades. Estas últimas pueden mitigarse parcialmente recurriendo de manera cuantiosa a los antibióticos, mientras que las primeras pueden ser una carga que se les imponga al restoa los demás.

    Se pueden distinguir tres formas intermedias entre la subsunción formal y la real, que se podrían denominar «ganadería», «secuestro» y la «fábrica en la selva». La ganadería se da cuando es más barato para un capitalista subsumir solo parcialmente los procesos de vida de un organismo. Por ejemplo, el ganado longhorn de Texas fue muy apreciado a finales del siglo XIX porque podían defenderse de los depredadores con su impresionante frontal de oseína y eran lo suficientemente resistentes como para sobrevivir ingiriendola maleza de la pradera. Su ciclo de vida era casi salvaje hasta que fueron raptados y se los llevaron a las estaciones de ferrocarril en Kansas. La robustez de los longhorns era un «regalo de la naturaleza» que reducía los costos; fue útil para el capital hasta que se hizo más rentable subsumir más aspectos del ganado de modo que crecieran más rápido o tuvieran más músculo. Con el tiempo, estas criaturas artificiales alcanzaron tales proporciones que hizo falta mantenerlas en granjas de engorde en lugar de dejarlas en la pradera. Los criaderos de peces tenían un patrón similar al del longhorn ya que los alevines son criados y luego se los introduce en los ríos o lagos para reponer las poblaciones originales diezmadas. Aunque sus nacimientos no sean naturales, los peces se cuidan a sí mismos durante la mayor parte de sus vidas y el capital requiere mano de obra solo al final del proceso para capturarlos, matarlos y comercializarlos. Este fue un paso intermedio hacia la acuicultura.

    El secuestro es la imagen especular de la ganadería, porque se subsumen momentos opuestos del ciclo vital: la adolescencia en lugar del nacimiento. Un esclarecedor estudio de caso en The Tragedy of the Commodity traza este proceso en el caso del comercio del atún. Como el atún no puede reproducirse en cautividad, los pescadores tratan de capturar y enjaular a los atunes salvajes jóvenes para que puedan ser engordados para el mercado. Por lo tanto, se trata de una mezcla de pesca formalmente subsumida y de acuicultura realmente subsumida. Por supuesto, esta forma híbrida solo acelera el declive de la especie, pues ofrece pocas oportunidades para la reproducción. Debido a una combinación de sobrepesca y secuestro, la población de atún del Mediterráneo disminuyó drásticamente entre las décadas de 1990 y 2000. A nivel mundial, las poblaciones de diversas especies de atún han disminuido un 74% desde 1970. Esta cifra oculta variaciones regionales y es aún peor en el océano Pacífico, donde las poblaciones de aleta azul y aleta amarilla ha menguado completamente a solo el dos o tres por ciento de sus poblaciones históricas.

    En la tercera variante intermedia, la fábrica de la selva, el ciclo de vida del organismo cazado sigue siendo salvaje, pero la caza sufre una subsunción real. La pesca formalmente subsumida siguió dándose durante siglos en aguas británicas porque, en general, no resultaba muy eficaz, aunque la caza de varias especies de cetáceos en el Atlántico Norte fue excepcionalmente letal. Aún en 1882 el influyente biólogo Thomas Huxley pudo declarar en su discurso inaugural de la Exposición de Pesca de Londres que «probablemente todas las grandes pesquerías marinas son inagotables». Sin embargo, solo ocho años después algunos científicos pusieron de manifiesto su preocupación por la disminución de las poblaciones de peces debido a la voracidad de los arrastreros a vapor, una tecnología que entonces tenía menos de dos décadas de existencia. En los siglos XX y XXI, la subsunción real de la caza oceánica se llevó a extremos absurdos. Balleneros y pescadores pilotan barcos poderosos más parecidos a acorazados que a las modestas goletas de la era de la navegación a vela. Están armados hasta los dientes con arpones explosivos, satélites que miden las temperaturas de la superficie, «dispositivos de agregación de peces», sonares y aviones de observación. La matanza y la desmembración se pueden llevar a cabo en el propio barco y, gracias a los enormes congeladores, estas fábricas flotantes pueden permanecer en el mar durante meses. La brutal eficacia de la pesca de arrastre industrializada, un tema fetiche de The Economist, ha obligado incluso a que este altavoz del neoliberalismo bienpensante admita que «la pesca moderna es en realidad análoga a la minería: los peces se sacan del mar más rápido de lo que pueden reponerse».

    Comunismo vegano

    Karl Marx murió el 14 de marzo de 1883. Ciento cincuenta y un días más tarde, murió el último cuaga en un zoológico holandés.

    El análisis de la subsunción formal y real, así como de sus formas intermedias, revela mecanismos de extinción específicamente capitalistas. Los capitalistas pueden tratar de pasar de la subsunción formal a la real una vez que se agota el número de especies, pero el ciclo de vida de la criatura puede ser demasiado delicado como para soportar el abrazo del capital, como sucede en el caso del atún. El capital puede que ni siquiera repare en si hay un sustituto adecuado disponible, como con el longhorn de Texas, que reemplazó al bisonte. Si una criatura es controlada por medio de la subsunción real, entonces no está amenazada por la extinción, excepto si se acaba diluyendo a través de cruces, como sucedió con los uros en 1627. Una vez que comienza la cría intensiva, como en el caso de la acuicultura del salmón o de las granjas de engorde, el capital va a tratar de aumentar la plusvalía relativa mediante el incremento de la productividad. Así como la productividad de un obrero de fábrica del siglo XIX aumentó al operar máquinas de vapor de mayor potencia que consumían cada vez más carbón, la subsunción real de la naturaleza permite la concentración de Naturkraft. La masiva población de ganado, artificialmente sostenida y que asciende a cerca de cincuenta mil millones, depende de cultivos nutridos por combustibles fósiles para mantenerse viva en este tipo de cantidades. Son fábricas vivas, motivo por el cual el Worldwatch Institute considera que la respiración del ganado es contaminación de gases de efecto invernadero, como si fuera expulsada por máquinas: vapores nocivos que componen el 51% de las emisiones totales.

    La subsunción real ha permitido la expansión de la industria animal y es este proceso el que alienta de manera abrumadora la sexta extinción. Las industrias animales requieren más de cuatro mil millones de hectáreas, casi la mitad de la superficie habitable de la Tierra. Esta enorme cantidad de robo de tierras ya ha causado innumerables extinciones, pero llegarán más si la industria cárnica se duplica, como se prevé que suceda para 2050. La situación no es mucho mejor en el mar, porque muchos pescados muy demandados, especialmente el atún, son carnívoros voraces, lo que hace que el hecho de que los seres humanos se los coman sea tan extraño e ineficiente como sería comer bocadillos de tigre. Por cada mil toneladas de biomasa de atún (unos dos mil peces adultos), una operación de engorde de atún requiere entre cincuenta y sesenta toneladas de harina de pescado por día. Este alimento está empezando a ser escaso a medida que va creciendo la acuicultura y el rapto de atún, lo que obliga al capital a sondear profundidades cada vez mayores y a arrastrar la capa mesopelágica a cientos de metros de profundidad, dejando aún más hondas huellas de extinción. De esta manera, es posible ver los efectos de las formas intermedias. La ganadería aumenta la presión sobre otras criaturas, ya que el animal mercantilizado ocupa espacios enormes, mientras que el secuestro no solo ejerce presión tanto sobre el animal subsumido como sobre el ecosistema circundante; la tercera forma, la fábrica de la selva, acelera la decadencia de cualquier modo de producción que solo subsuma formalmente la naturaleza. Todas estas formas de subsunción deben ser revertidas si se quiere tener alguna esperanza de detener la sexta extinción. Esto implica devolver a la naturaleza al menos la mitad de la Tierra, incluyendo la mitad del mar. En este momento, solo una sexta parte de la masa terrestre del mundo tiene alguna protección y solo una veinticincoava parte del mar.

    Los y las marxistas deben oponerse fervientemente a la dominación despiadada de la naturaleza por parte del capital, al convertir todo el mundo en una fábrica, un centro comercial o un vertedero de basura. A través de la subsunción, el capital aleja tanto a los humanos como a otras criaturas de su ser, de cómo deberían vivir naturalmente. La izquierda debe rechazar la Weltanschauung neoliberal según la cual la naturaleza es solo otra forma de capital: más bien, la izquierda debe esforzarse por apoyar también la autorrealización de la naturaleza. Es demasiado pronto para decir qué aspecto tendría eso, dada la escasez de trabajo marxista sobre el tema, pero como mínimo hay que dar más espacio a la flora y a la fauna silvestres, y ello implica que hay que poner freno a la ganadería. Aunque el análisis aquí esbozado se aplica a las plantas tanto como a los animales, evitar el consumo de productos animales minimiza al menos la complicidad con la subsunción de la naturaleza, dado el despilfarro que supone convertir el grano en carne y leche animal. Hacerse vegano es la acción más simple y efectiva que un individuo puede tomar para reducir su impacto medioambiental, aunque por supuesto ningún marxista se contentaría con una mera política de «estilo de vida».

    Cualquiera que sea la forma que adopte la sociedad comunista del futuro, su surgimiento debe complementarse con la abolición de las industrias animales, que serán sustituidas por una agricultura orgánica vegana gestionada de manera comunitaria, de modo que la humanidad se mueva con cuidado por la biosfera global. Un dominio socialista de la naturaleza, que es lo que defiende la izquierda tecnófila, no va a detenerla sexta extinción. En lugar de eso, la relación de la humanidad con la naturaleza debería estar guiada por la humildad, la empatía y la contención. La izquierda ha de preocuparse del hecho de que cualquier criatura sea subsumida en las fauces del capital y que permanezca cautiva o se extinga, condenando a la mitad de la creación al olvido.

    TROY VETTESE es investigador de postdoctorado en la Universidad de Harvard, donde estudia el pensamiento ecológico neoliberal. 

    La ilustración de cabecera corresponde al gran cormorán (Phalacrocorax carbo), en la Guía de Aves de Audubon.

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  • Por qué deberías dejar de consumir animales: 18 argumentos a favor de comer carne desmontados

    Por qué deberías dejar de consumir animales: 18 argumentos a favor de comer carne desmontados

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    Por Damian Carrington.

    Este artículo fue publicado originalmente en The Guardian con el título «Why you should go animal-free: 18 arguments for eating meat debunked». El artículo contiene numerosas referencias y declaraciones de expertos británicos, que se refieren a su contexto estatal. Sin embargo, consideramos que gran parte de las cuestiones planteadas son trasladables sin apenas modificación a la mayoría de los países occidentales, ya que los argumentos a favor de comer carne se repiten.

    Tanto si lo que te preocupa es tu salud como si es el medioambiente o el bienestar de los animales, se están acumulando pruebas científicas de que las dietas sin carne son las mejores. En las naciones ricas ya hay millones de personas que están reduciendo su consumo de productos animales.

    Por supuesto, los ganaderos y los amantes de la carne se defienden, como es lógico, y esto puede acabar siendo un lío. ¿Son los aguacates realmente peores que la carne? ¿Qué pasa con la masacre de abejas debido a la producción de almendras?

    La pandemia del coronavirus ha añadido otro ingrediente a esa mezcla. La destrucción desenfrenada del mundo natural se considera la causa principal de las enfermedades que saltan a los humanos y aquella está impulsada en gran medida por la expansión de la agricultura. Los principales científicos del mundo expertos en biodiversidad dicen que se van a producir más pandemias mortales a menos que se detenga rápidamente la devastación ecológica.

    La comida es también una parte vital de nuestra cultura, mientras que la asequibilidad de los alimentos es una cuestión de justicia social. Así que no hay una única dieta perfecta. Pero la evidencia es clara: sea cual sea la dieta saludable y sostenible que elijas, va a tener mucha menos carne roja y muchos menos lácteos que las dietas occidentales típicas actuales, y muy posiblemente nada de todo ello. Eso se debe a dos razones básicas.

    Primero, el consumo excesivo de carne está causando una epidemia de enfermedades: solamente el tratamiento de enfermedades derivadas del consumo de carne roja supone cerca de 285.000 millones de dólares al año. En segundo lugar, comer plantas conlleva, sencillamente, un uso mucho más eficiente de los recursos del planeta que alimentar a los animales con plantas para luego comérnoslos. A nivel mundial, el ganado y el grano que este consume ocupan el 83% de las tierras agrícolas del mundo, pero produce solo el 18% de las calorías de los alimentos.

    Entonces, ¿qué pasa con todos esos argumentos a favor de comer carne y en contra de las dietas vegetarianas? Empecemos hincando el diente a las discusiones en torno a la carne roja.

    La chicha

    1. Afirmación: La carne de ternera alimentada con pastos es baja en emisiones

    Esto solo es cierto cuando se la compara con carne de ternera de crianza intensiva, que está íntimamente relacionada con la destrucción de bosques. El Sindicato Nacional de Granjeros de Reino Unido afirma que la ternera producida en Reino Unido únicamente emite la mitad que la media mundial. Sin embargo, muchas investigaciones muestran que la ternera alimentada con pastos requiere más tierra y produce más (o en el mejor de los casos, las mismas) emisiones porque las vacas digieren mejor el grano y las vacas de ganadería intensiva viven menos tiempo. Ambos factores implican menos metano. En cualquier caso, las emisiones de la carne ternera menos contaminante son aun así varias veces superiores a las de la de las judías y legumbres.

    Hay más. Según Joseph Poore, de la Universidad de Oxford, si todos los pastos del mundo se transformasen de nuevo en vegetación natural, se eliminaría de la atmósfera el equivalente a ocho mil millones de toneladas de dióxido de carbono al año. Eso es aproximadamente el 15% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero totales. Solo se necesitaría una pequeña parte de esas tierras de pastos para cultivar los alimentos que sustituirían la ternera que ya no se estaría produciendo. Así que, en resumen, si quieres hacer algo contra la crisis climática, deja la ternera.

    2. Afirmación: El ganado en realidad no afecta al clima, porque el metano tiene un tiempo de vida relativamente corto

    El metano es un gas de efecto invernadero muy potente y los rumiantes lo producen en grandes cantidades. No obstante, solo permanece en la atmósfera durante un tiempo relativamente corto: la mitad se acaba descomponiendo al cabo de nueve años. Esto lleva a algunas personas a afirmar que mantener las cabezas de ganado mundiales a los niveles actuales (unos mil millones de animales) no está calentando el planeta. Los eructos de las vacas simplemente reemplazan el metano que se ha ido descomponiendo con el paso del tiempo.

    Pero, según Pete Smith, de la Universidad de Aberdeen, y Andrew Balmford, de la Universidad de Cambridge, esto no es más que «contabilidad creativa». No deberíamos asumir que los ganaderos pueden seguir contaminando únicamente porque ya han contaminado en el pasado, y afirman que «tenemos que hacer algo más que quedarnos quietos». De hecho, la naturaleza efímera del metano hace que la reducción del número de cabezas de ganado sea un «objetivo especialmente atractivo», dado que necesitamos desesperadamente reducir las emisiones de gases de efecto invernadero lo antes posible para evitar los peores impactos de la crisis climática.

    En cualquier caso, el simple hecho de centrarse en el metano no hace que desaparezca la deforestación desenfrenada provocada por los ganaderos de Sudamérica. Incluso si se ignorase el metano por completo, dice Poore, lo cierto es que los productos animales siguen produciendo más CO2 que las plantas. Incluso un defensor de la afirmación del metano afirma: «Estoy de acuerdo en que la ganadería intensiva es insostenible».

    3. Afirmación: En muchos sitios lo único que puede crecer es pasto para el ganado y las ovejas

    La presidenta del Sindicato Nacional de Granjeros, Minette Batters, señala que «el 65% de las tierras británicas solo son aptas para el pastoreo de ganado y tenemos el clima adecuado para producir carne roja y lácteos de alta calidad».

    «Pero si todo el mundo defendiera que “nuestros pastos son los mejores y que deberían ser utilizados para el pastoreo”, entonces no habría manera de limitar el calentamiento global», dice Marco Springmann, de la Universidad de Oxford. Su trabajo muestra que una transición a una dieta flexitariana basada predominantemente en plantas liberaría tanto superficies de pasto como tierras de cultivo.

    Los pastos podrían utilizarse en cambio para cultivar árboles y capturar carbono, proporcionar tierras para la reforestación y la restauración de la naturaleza y cultivar plantas bioenergéticas para reemplazar los combustibles fósiles. Los cultivos que ya no se utilizasen para dar de comer a los animales podrían convertirse en alimentos para las personas, aumentando la capacidad de las naciones para el autoabastecimiento de grano.

    4. Afirmación: El ganado de pastos ayuda a almacenar carbono de la atmósfera en la tierra

    Esto es cierto. El problema es que aun poniéndonos en lo mejor, este almacenamiento de carbono supone únicamente entre el 20% y el 60% de las emisiones totales del ganado de pastoreo. «En otras palabras, el ganado de pastoreo (incluso en el mejor de los casos) es un contribuyente neto al problema climático, como el resto del ganado», dice Tara Garnett, también de la Universidad de Oxford.

    Además, las investigaciones demuestran que este almacenamiento de carbono alcanza su límite al cabo de unas pocas décadas, mientras que el problema de las emisiones de metano continúa. El carbono almacenado también es vulnerable: un cambio en el uso de la tierra o incluso una sequía puede hacer que se libere de nuevo. A los defensores del «pastoreo holístico» como forma de capturar el carbono también se los critica por extrapolar resultados locales a nivel mundial de una forma poco realista.

    5. Afirmación: Hay mucha más diversidad de vida salvaje en los pastos que en las tierras de monocultivo

    Esto probablemente sea cierto, pero no es lo que realmente importa. Uno de los grandes motores de la crisis mundial de la vida salvaje es la destrucción (pasada y presente) de los hábitats naturales con el fin de crear pastos para el ganado. Los herbívoros tienen un papel importante en los ecosistemas, pero la alta densidad de los rebaños de ganado implica que para la vida silvestre los pastos resultan peores que la tierra natural. Comer menos carne conlleva una menor destrucción de los lugares salvajes y la eliminación la carne de manera significativa también liberaría pastos y tierras de cultivo que podrían ser devueltas a la naturaleza. Además, un tercio de todas las tierras de cultivo se utilizan para producir alimentos para animales.

    6. Afirmación: Necesitamos que los animales conviertan los alimentos en proteínas que los humanos podamos comer

    A pesar de lo que se diga al respecto, no nos faltan proteínas. En las naciones ricas, la gente suele comer entre un 30% y un 50% más de proteínas de las que necesita. Toda la necesidad de proteínas se puede satisfacer fácilmente con fuentes vegetales, como las alubias, las lentejas, las nueces y los granos integrales.

    Aunque los animales puedan tener su papel en algunas partes de África y Asia (por ejemplo en India, donde los desechos de la producción de granos pueden alimentar al ganado que produce leche), en el resto del mundo, donde gran parte de las tierras de cultivo que podrían utilizarse para alimentar a las personas se utilizan en realidad para alimentar a los animales, sigue siendo necesario una disminución del consumo de carne para que la agricultura sea sostenible.

    ¿Y qué pasa con…?

    7. Afirmación: ¿Y qué pasa con la leche de soja y el tofu, que están destruyendo el Amazonas?

    No es cierto. Poore afirma que, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, más del 96% de la soja de la región amazónica se utiliza para alimentar a las vacas, los cerdos y los pollos que se están comiendo en todo el mundo. Además, el 97% de la soja brasileña está genéticamente modificada, lo que hace que en muchos países esté prohibido destinarla a consumo humano y, en cualquier caso, rara vez se utiliza para hacer tofu y leche de soja.

    Además, la leche de soja supone unas emisiones y un uso de la tierra y del agua mucho menores que la leche de vaca. Si te preocupa el Amazonas, no comer carne sigue siendo tu mejor opción.

    8. Afirmación: La producción de leche de almendra está acabando con las abejas y desertificando la tierra

    Cierto tipo de producción de almendras puede causar problemas medioambientales, pero eso se debe a que el aumento de la demanda ha impulsado una intensificación rápida en lugares específicos, como California, la cual podría abordarse con una regulación adecuada. No tiene nada que ver con lo que las almendras necesitan para crecer. De hecho, la producción tradicional de almendras en el sur de Europa no utiliza ningún tipo de irrigación. Tal vez también valga la pena señalar que las abejas que mueren en California no son salvajes, sino que son criadas por los agricultores como si fueran ganado de seis patas.

    Al igual que sucede con la leche de soja, la leche de almendra también implica menos emisiones de carbono y un menor uso de la tierra y el agua que la leche de vaca. Pero si aun así te sigue preocupando, hay muchas alternativas y la leche de avena suele ser la que menos huella ambiental deja.

    9. Afirmación: Los aguacates están causando sequías en algunos lugares

    Una vez más, el problema aquí es el rápido aumento de la producción en regiones específicas que carecen de controles que sean prudentes sobre el uso del agua, como sucede con Perú y Chile. Los aguacates generan un tercio de las emisiones del pollo, un cuarto de las del cerdo y un 20% de las de la carne de vacuno.

    Si, con todo, te siguen preocupando los aguacates, evidentemente puedes elegir no comerlos, pero esa no es una razón para que en su lugar comas carne, que tiene una huella hídrica y de deforestación mucho mayor.

    Es probable que el mercado resuelva el problema, ya que la alta demanda de aguacates y almendras por parte de los consumidores incentiva a los agricultores de otros lugares a cultivarlos, aliviando así la presión sobre los actuales puntos calientes de producción.

    10. Afirmación: El boom de la quinoa está dañando a los agricultores pobres de Perú y Bolivia

    La quinoa es un alimento increíble y ha experimentado un auge en su popularidad. Pero la idea de que esto supuso arrebatarle la comida de la boca a los granjeros pobres es errónea. «La afirmación de que el aumento de los precios de la quinoa estaba perjudicando a los que la producían y consumían tradicionalmente es manifiestamente falsa», han dicho los investigadores que han estudiado el tema.

    La quinoa nunca fue un alimento básico, pues representa solo un pequeño porcentaje del presupuesto alimentario de estas personas. El auge de la quinoa no ha tenido ningún efecto en su nutrición, pero sí aumentó significativamente los ingresos de los agricultores.

    Hay un problema con la caída de la calidad del suelo a medida que la tierra se trabaja más, pero la quinoa se siembra ahora en China, India y Nepal, y también en Estados Unidos y Canadá, lo que alivia la carga. Los investigadores están más preocupados ahora por la pérdida de ingresos de los agricultores sudamericanos, ya que el suministro de quinoa aumenta y el precio cae.

    11. Afirmación: ¿Y qué pasa con el aceite de palma, que está acabando con los bosques tropicales y los orangutanes?

    Las plantaciones de aceite de palma han traído consigo una deforestación terrible, pero eso es un problema para todo el mundo, no solo para las personas vegetarianas: se encuentra en cerca de la mitad de todos los productos en las estanterías de los supermercados, tanto en alimentos como en artículos de estética. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza defiende que elegir el aceite de palma producido de manera sostenible es en realidad positivo, porque otros cultivos oleaginosos ocupan más tierra.

    Pero Poore afirma que «estamos abandonando millones de hectáreas de tierras de semillas oleaginosas al año en todo el mundo, incluyendo campos de colza y girasol en las antiguas regiones soviéticas, así plantaciones tradicionales de olivos». Según él, sería preferible hacer un mejor uso de esta tierra al uso del aceite de palma.

    Cuestiones de salud

    12. Afirmación: Las personas veganas no toman suficiente B12 y eso las hace más tontas

    Una dieta vegana por lo general es muy saludable, pero los médicos han advertido sobre la posible falta de B12, una importante vitamina para la función cerebral que se encuentra en la carne, los huevos y la leche de vaca. Esto se remedia fácilmente tomando un suplemento.

    Sin embargo, si miramos con atención encontraremos algunas sorpresas. La B12 la producen bacterias que se hallan el suelo y en las tripas de los animales, y el ganado que vive en el campo ingiere la B12 cuando pastan y picotean el suelo. Sin embargo, la mayoría del ganado no es de pastoreo, y los pesticidas y antibióticos que se usan mayoritariamente en las granjas matan a los bichos productores de B12. El resultado es que la mayoría de los suplementos de B12 (el 90% según una fuente) se administran al ganado, no a las personas.

    Así que hay que elegir entre tomar un suplemento de B12 uno mismo o comerse un animal al que se le ha dado ese suplemento. Las algas son una fuente vegetal de B12, aunque el grado de biodisponibilidad aún no está establecido. También vale la pena señalar que hay un número significativo de personas que no son vegetarianas que tienen deficiencia de B12, especialmente las personas mayores. Entre los veganos la cifra es solo de alrededor del 10%.

    13. Afirmación: Las alternativas veganas a la carne son muy poco sanas

    El rápido aumento de las hamburguesas vegetales ha llevado a algunos a criticarlas por ser comida basura ultraprocesada. Una hamburguesa vegetal podría ser más perjudicial que una de carne si los niveles de sal son muy altos, afirma Springmann, pero es más probable que siga siendo más saludable si se tienen en cuenta todos los factores nutricionales, en particular el de la fibra. Además, la sustitución de una hamburguesa de carne de vacuno por una alternativa hecha a base de plantas resulta sin duda menos perjudicial para el medioambiente.

    Ciertamente, uno podría argumentar, con razón, que comemos demasiados alimentos procesados, pero eso se aplica tanto a los consumidores de carne como a los vegetarianos y veganos. Y como es poco probable que la mayoría de la gente renuncie de momento a las hamburguesas y a las salchichas, las opciones hechas con plantas son una alternativa útil.

    «Desmontando» a los veganos

    14. Afirmación: Las frutas y las verduras no son veganas porque requieren el uso de estiércol animal como fertilizante

    La mayoría de los veganos dirían que es una tontería decir que la fruta y la verdura son productos animales y que muchas se producen sin estiércol animal. En cualquier caso, no hay ninguna razón para que la horticultura dependa del estiércol. El fertilizante sintético se fabrica fácilmente con el nitrógeno del aire y hay mucho fertilizante orgánico disponible en forma de heces humanas, si es que decidimos utilizarlo de manera más general. La aplicación excesiva de fertilizantes causa problemas de contaminación del agua en muchas partes del mundo, pero eso se aplica tanto a los fertilizantes sintéticos como al estiércol y es el resultado de una mala gestión.

    15. Afirmación: Las dietas veganas matan millones de insectos

    Piers Morgan está entre los que se quejan de los vegetarianos «hipócritas» porque las abejas que son criadas para su uso comercial mueren al polinizar almendras y aguacates y las cosechadoras «asesinan de manera masiva a insectos» y pequeños mamíferos al cosechar el grano. No obstante, casi todo el mundo consume estos alimentos, no solamente los veganos.

    Es cierto que los insectos se hallan en un declive terrible en todo el planeta, pero los mayores impulsores de esta situación son la destrucción del hábitat silvestre, en gran parte para la producción de carne, y el uso generalizado de plaguicidas. Si son los insectos lo que realmente te preocupa, entonces la opción que tienes que elegir es pasarte una dieta orgánica vegana.

    16. Afirmación: Decirle a la gente que coma menos carne y productos lácteos es negarles nutrientes vitales a las personas más pobres del mundo

    Una «dieta planetaria saludable», publicada por científicos para satisfacer tanto las necesidades globales sanitarias como las medioambientales, acabó siendo objeto de crítica por parte de la periodista Joanna Blythman: «Cuando los ideólogos que viven en los países ricos presionan a los países pobres para que abandone los alimentos de origen animal y se vuelvan vegetarianos están demostrando una insensibilidad descarada y una mentalidad colonial propia de un salvador blanco».

    De hecho, según Springmann, que formaba parte del equipo que estaba detrás de la dieta planetaria saludable, esta mejoraría la ingesta nutricional en todas las regiones, incluidas las regiones más pobres, en las cuales las dietas están dominadas actualmente por los alimentos con almidón. En las naciones ricas son necesarios unas reducciones drásticas en la carne y los lácteos. En otras partes del mundo ya hay muchas dietas saludables tradicionales bajas en productos animales.

    En camino

    17. Afirmación: Las emisiones del transporte significan que comer plantas de todo el mundo es mucho peor que la carne y los lácteos locales

    «“Comer de proximidad” es una recomendación que se oye a menudo [pero] es uno de los consejos más equivocados». Esto afirma Hannah Ritchie, de la Universidad de Oxford. «Las emisiones de gases de efecto invernadero provenientes del transporte representan una cantidad muy pequeña de las emisiones de los alimentos y es mucho más importante qué es lo que comes que el lugar desde donde venga».

    La carne de vacuno y de cordero tiene una huella de carbono varias veces superior a la de la mayoría del resto de alimentos, según ella. Por lo tanto, independientemente de que la carne sea de producción local o venga desde el otro lado del mundo, las plantas tienen una huella de carbono mucho menor. Las emisiones del transporte para la carne de vacuno representan alrededor del 0,5% del total y para el cordero es del 2%.

    La razón es que casi todos los alimentos que son transportados a largas distancias lo hacen en barco, el cual pueden albergar cargas enormes y, por lo tanto, son bastante eficientes. Por ejemplo, las emisiones del transporte de los aguacates que cruzan el Atlántico son alrededor del 8% de su huella total. El transporte aéreo, por supuesto, conlleva emisiones altas, pero muy pocos alimentos se transportan de esta manera; el transporte aéreo representa solo el 0,16% del kilometraje de alimentos.

    18. Afirmación: Si todo el planeta dejase la carne todos los granjeros que crían ganado estarían desempleados

    En todo el mundo la ganadería se subvenciona de manera masiva con el dinero de los contribuyentes, a diferencia de las verduras y la fruta. Ese dinero podría utilizarse para dar apoyo a alimentos más sostenibles, como judías y nueces, y para pagar otros servicios relevantes, como la captura de carbono en bosques y humedales, la restauración de la vida silvestre, la limpieza del agua y la reducción de los riesgos de inundación. ¿Acaso no deberían destinarse tus impuestos a bienes públicos en lugar de a males públicos?

    Sí, la comida es un tema complejo. Pero por mucho que deseemos seguir criando y comiendo como hoy en día, los datos son contundentes: consumir menos carne y más plantas es muy bueno tanto para nuestra salud como para el planeta. El hecho de que algunos cultivos de plantas conlleven problemas no es una razón para que en su lugar se coma carne.

    Al final, eres tú quien eliges qué comer. Si quieres comer de forma saludable y sostenible, no tienes que dejar de comer carne y lácteos del todo. La dieta planetaria saludable permite comer una hamburguesa de carne, algo de pescado y un huevo cada semana, y un vaso de leche o un poco de queso cada día.

    Michael Pollan, escritor de temas de alimentación, prefiguró en 2008 la dieta planetaria saludable con una simple regla de siete palabras: «Come comida. No demasiada. Sobre todo plantas». Sin embargo, si lo que quieres es tener el máximo impacto en la lucha contra la crisis climática y de la vida salvaje, entonces será exclusivamente plantas.

    La ilustración de cabecera es «Gopala Krishna – The Protector Of The Cows», de autoría desconocida.

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