Por Simon Mair

Este texto fue publicado originalmente en New Socialist con el título «Climate Change and Capitalism: A Political Marxist View».

 

Desde la perspectiva de la historia geológica, las condiciones climáticas y económicas actuales son atípicas. En general, durante los últimos sesenta millones de años el clima ha sido muy inestable. El clima se estabilizó en su estado actual hace solo diez mil años y fue en este periodo, en el que surgió el Holoceno, cuando las sociedades humanas cambiaron su relación con la naturaleza a través de la agricultura y, después, creando formas socioeconómicas complejas, entre las que se incluye el capitalismo.

A pesar de que en la actualidad es omnipresente, el capitalismo es algo muy reciente, por mucho que halle sus raíces en la estabilización del clima y en el desarrollo posterior de la agricultura. El capitalismo global lleva con nosotros menos de trescientos años. En los 4.500 millones de años de la historia de la Tierra, el capitalismo no es más que un breve instante dentro del abrir y cerrar de ojos que es la existencia humana.

Pero este instante es una potencia a escala global. El capitalismo nos ha llevado a una senda que conduce al abandono del clima estable propio del Holoceno. Debido al desarrollo capitalista, actualmente en la Tierra hay una temperatura 0,8 ºC mayor que la media preindustrial. Si no se acaba con el capitalismo, es probable que causemos que la Tierra se caliente hasta unos niveles en los que los seres humanos como especie nunca hemos vivido.

A las y los socialistas esto les debería aterrar. Como afirmaré más adelante, el sistema medioambiental y la economía han coevolucionado. La economía depende del medioambiente y, una vez abandonadas las condiciones climáticas estables de los últimos diez mil años, no disponemos de un rumbo claro con el que construir un sistema socioeconómico que funcione. No hay ninguna razón para pensar que los sistemas que hemos desarrollado bajo unas condiciones medioambientales dadas puedan prosperar bajo otras condiciones diferentes. Tampoco hay ninguna razón para creer que estas condiciones vayan a ofrecer un terreno fértil para el desarrollo de un sistema socioeconómico más humano o empático.

Si queremos tener una oportunidad para construir el socialismo en un futuro próximo tenemos que convertirnos en ecosocialistas y detener cuanto antes la catástrofe del cambio climático. A su vez, para parar esta catástrofe, los ecologistas también tienen que convertirse en ecosocialistas. Las dinámicas que están causando el cambio climático están en el centro del capitalismo. Una acción radical contra el cambio climático necesariamente tiene que corresponderse con los primeros pasos de un programa para acabar con el capitalismo.

 

La economía, el sistema energético y el medioambiente: sistemas coevolutivos

La economía, el sistema energético y el medioambiente han evolucionado manera conjunta. Se aprovechan los unos de los otros transmitiéndose materiales entre ellos y asimilando los residuos que generan. Toda actividad económica descansa en último lugar en la transformación de recursos materiales, los cuales hay que extraer del medioambiente y deben ser transformados mediante el trabajo. Marx explicita esta interdependencia:

Los valores de uso ―[…] en suma, los cuerpos de las mercancías― son combinaciones de dos elementos: materia natural y trabajo. Si se hace abstracción, en su totalidad, de los diversos trabajos útiles […], quedará siempre un sustrato material, cuya existencia se debe a la naturaleza.[1]

Marx utiliza el ejemplo del lino, producido por los trabajadores (fuerza de trabajo) que transforman las fibras de la planta (medioambiente). Pero esta interdependencia también está presente en mercancías más actuales. Por ejemplo, los servidores que almacenan los archivos que se utilizan en servicios de música en streaming están hechos de diferentes minerales y metales que han sido modificados a través del trabajo.

Hay una interdependencia adicional con la energía. En cada una de las etapas de la producción de una mercancía se utiliza la energía para transformar la materia natural de una forma a otra. Los metales se calientan, se funden y se transforman en iPhones. El algodón se cultiva, se cosecha, se teje y se tiñe para hacer los uniformes de los cirujanos. La energía que se usa en esos procesos no puede ser creada, solo puede ser transformada.

Toda la energía que se usa en la economía es entrópica: proviene de una reutilización de la energía hallada el sistema terrestre y de su sustracción a cambio de un precio. El carbón se extrae de la tierra y se quema, la energía solar es capturada por paneles fotovoltaicos o por las plantas que cocinamos y comemos. El sistema energético, que permite la actividad económica, depende totalmente del medioambiente.

Aquí se ve cómo influye el medioambiente en la economía. La economía es el proceso de transformación de los materiales extraídos del medioambiente mediante la reutilización de los flujos de energía del sistema terrestre. El resultado es que, citando la referencia que Marx hacía del economista William Petty, en lo que se refiere a la riqueza material «el trabajo es el padre de esta […] y la tierra, su madre».[2] Pero a su vez, el sistema medioambiental y el energético están moldeados por la economía. Las prioridades del sistema económico determinan el valor de los diferentes elementos y también qué materiales se extraen, lo que cambia la composición, la apariencia y las dinámicas del medio ambiente.

La extracción no es en sí misma exclusiva del capitalismo, de hecho las prácticas agrícolas anteriores al capitalismo remodelaron nuestros paisajes. Consideremos la ganadería ovina, por ejemplo.[3] El pastoreo tiende a cambiar la estructura de los brezales y, a la larga, los arbustos y las especies leñosas de los brezales desaparecen y se convierten en pastizales. Dado que los pastos sobreviven más tiempo a medida que las ovejas se alimentan de ellos en comparación con las especies leñosas, la transición de brezales a pastizales puede generar condiciones favorables para el pastoreo ovino, ya que las ovejas disponen de más alimento. Este proceso no favorece a las aves, ya que los pastizales son un hábitat más pobre, las ovejas compiten con las aves por ciertos tipos de fruta y se reduce la disponibilidad de determinados insectos. A través de la actividad económica del pastoreo, pues, se transformaron los antiguos paisajes de brezales.

El cambio climático es otro ejemplo de coevolución de la economía y el medio ambiente, pero en este caso, es exclusivo del capitalismo; como veremos, están indisolublemente relacionados. Sin depósitos de combustibles fósiles, el capitalismo no habría llegado a ser la fuerza dominante que es hoy en día. Del mismo modo, sin el capitalismo, los combustibles fósiles nunca habrían llegado a ser el pilar de la economía.

 

Carbón, la gran divergencia y los orígenes del capitalismo

Entre mediados del siglo xvi y 1900 hubo un auge en el uso del carbón en Inglaterra. Durante este periodo, de media el uso del carbón se duplicó cada cincuenta años. En 1900 representaba el 92% de la energía y proveía veinticinco veces más energía que todas las fuentes de energía juntas a mediados del siglo xvi.

Durante este periodo, la economía inglesa también creció con rapidez. Para los historiadores económicos convencionales, el periodo que arranca en 1700 señala el comienzo de «la gran divergencia». Inglaterra comenzó la revolución industrial y su economía despegó, llegando a ser mucho más importante que otras economías que hasta ese momento habían tenido un tamaño similar.

No es una coincidencia que el uso del carbón y el desarrollo económico creciesen de manera simultánea. El carbón es un combustible de alta calidad que proporciona una cantidad de energía mucho mayor por cada unidad de energía necesaria para su producción que la madera, por ejemplo. Debido a ello, el carbón permite que se realice más trabajo ―transformar una cantidad mayor de materiales― que el trabajo físico por sí mismo e incluso que mediante el uso de la leña o del agua, que eran fuentes energéticas dominantes en la incipiente economía industrial de Inglaterra.

Pero la distribución geográfica del carbón no es, en sí misma, suficiente para explicar el crecimiento económico de Inglaterra ni la «gran divergencia». En 1700, en China se había generalizado el uso doméstico del carbón, al igual que en Inglaterra. Hasta 1700 el tamaño de la economía China era parejo y el nivel de actividad de su mercado era también similar. Pero en China, ni el uso del carbón, ni la economía crecieron exponencialmente como ocurrió en Inglaterra.

La diferencia fue la consolidación de las relaciones sociales capitalistas en Inglaterra. Es posible identificar las presiones que llevaron al capitalismo y a la explotación capitalista del carbón en la economía agraria inglesa del siglo xvi. A medida que estas presiones iban creciendo, condujeron a un aumento del uso del carbón y al crecimiento económico en Inglaterra. Aunque la China precapitalista estuviese increíblemente desarrollada y tuviera un uso extenso del trabajo asalariado dentro del mercado, nunca llegó a estar dominada por protocapitalistas y, por ello, no desarrolló las mismas presiones sistemáticas. Por eso, el uso del carbón y la economía no experimentaron allí la misma expansión cualitativa.

 

Marxismo político y la economía fósil

Desde la visión arquetípica del marxismo político sobre los sistemas de producción, Ellen Meiksins Wood, argumenta que la economía capitalista es la única en la que la mayoría de la población depende del mercado para satisfacer sus necesidades básicas.[4] Esta es la diferencia entre el capitalismo y el feudalismo, en el que había una amplia clase campesina enormemente autosuficiente en cuanto a sus necesidades básicas y en el que la capacidad de consumo de las clases más poderosas dependía no del poder del mercado, sino del poder militar y extraeconómico. Wood también diferencia entre los mercados en el capitalismo y aquellos presentes en las economías precapitalistas. Wood argumenta que los mercados originalmente funcionaban y generaban beneficios proveyendo los medios para obtener bienes que solo podían ser producidos en determinadas partes del mundo a otros lugares, en los cuales no se podían producir esos bienes. Sin embargo, los mercados capitalistas operan de manera diferente: el beneficio se consigue reduciendo costes y aumentando la productividad.

Aunque se ha debatido mucho, este enfoque fue desarrollado por Wood (junto con Richard Brenner) como reacción a lo que ella entendió que eran explicaciones ahistóricas del papel de los mercados en el desarrollo del capitalismo; en concreto, la afirmación de Adam Smith de que el capitalismo es «la consecuencia necesaria, aunque muy lenta y gradual, de una cierta propensión de la naturaleza humana […], la propensión a trocar, permutar y cambiar una cosa por otra».[5] Frente a esto, Wood argumenta que el capitalismo comenzó en Inglaterra porque se daba una constelación única de condiciones sociales.

En su obra fundamental The Origin of Capitalism [El origen del capitalismo],[6] Wood afirma que el capitalismo solo podría haber aparecido en la Inglaterra agrícola. A diferencia de otras naciones con una economía de igual tamaño, Inglaterra disponía de una combinación única: un gran mercado nacional, un número considerable de arrendatarios agrícolas o aparceros (en oposición a campesinos, vinculados a la tierra por convención social) y un poder estatal muy centralizado. Estos tres componentes convergieron para dar lugar a una transición hacia una economía dominada por el mercado. El poder del estado centralizado les arrebató el poder militar y político a los propietarios de la tierra. Así pues, al contrario de lo ocurrido en Holanda, por ejemplo, la principal vía que tuvieron los terratenientes ingleses para explotar el excedente de sus trabajadores fue a través del mercado y no a través de la coerción directa. Esto fue posible por la existencia de un gran mercado nacional en el que se podían vender bienes para obtener beneficios y por la existencia de aparceros, lo que significaba que podían echar de sus tierras a los agricultores improductivos.

Es el desarrollo de los mercados capitalistas, como Wood los describe, el que crea las condiciones para la explotación de los combustibles fósiles. Los mercados capitalistas, como todos los sistemas económicos, incentivan la necesidad de usar herramientas económicas para extraer excedente. Esta dinámica genera en el capitalismo el estímulo de reinvertir para hacer que crezca la productividad y para disciplinar a la fuerza de trabajo y que aumente la producción. Dado que los medios de vida de los terratenientes dependían del mercado, estos procuraron reducir costes y maximizar la producción. Este cambio fundamental en la naturaleza de la producción creó un sistema en el que la capacidad de la energía para realizar trabajo adicional se volvió muy atractiva. Aunque Wood nunca aborda directamente el tema de la energía, su trabajo ha influido a Andreas Malm, cuyo libro Fossil Capital sí recoge esta cuestión.[7]

Malm defiende que bajo las condiciones capitalistas, el carbón se convirtió en una herramienta de control social. El carbón centraliza la producción y reúne a los trabajadores bajo un mismo techo. Ello posee la doble función de hacer que los trabajadores tengan menos capacidad de hurtar a sus empleadores, lo que hace posible escalas de producción más elaboradas, y de permitir que los empresarios regulen más fácilmente los tiempos de trabajo y los niveles de producción. Además, el carbón ―junto con la maquinaria a la que da pie― hace que aumente la productividad: al ofrecer una fuente de energía mucho más significativa que el alimento y los músculos, incrementa la producción que puede ser generada por los trabajadores.

Solo en Inglaterra se benefició la clase capitalista de estas características del carbón. En los demás países las estructuras económicas seguían otras lógicas que no recompensaban el aumento del rendimiento y la producción. Aunque los mercados existiesen fuera de Inglaterra, el poder centralizado y el excedente se obtuvieron a través del poder militar y político, y solo de manera secundaria mediante el poder económico. Por lo tanto, aunque el aumento de la productividad pudiera haberse dado por casualidad, las sociedades no se guiaban de modo sistemático por la necesidad de estar siempre aumentando la producción o la productividad. Como dicen Deléage et al., el carbón chino «no dio lugar a nuevas necesidades sociales, no expandió los límites de su propio mercado […], la protoindustrialización y el crecimiento económico fueron logros considerables, pero no consiguieron generar una rápida división del trabajo».[8] Para entender esta cuestión, analicemos la naturaleza de los mercados capitalistas con más detalle.

  

Mercados capitalistas y las presiones para crecer

Los economistas ecológicos Tim Jackson y Peter Victor llaman a esta dinámica la «trampa de la productividad».[9] Esto ocurre porque, en el capitalismo, los trabajadores tienen que ser capaces de vender su trabajo para poder acceder a un nivel de vida decente. Los capitalistas dependen del poder del mercado para obtener beneficios y, por ello, constantemente vuelven a invertir para incrementar la productividad. El aumento de la productividad implica que se necesitan menos trabajadores para producir una misma unidad de determinado producto. Así que si la producción deja de crecer, el empleo cae. Esto hace que los trabajadores deseen, de manera legítima, un crecimiento mayor y encarguen a los gobiernos que hagan todo lo posible para que aumente la actividad económica.

Además, esta «trampa de la productividad» se retroalimenta a sí misma. La expansión de los mercados conduce a la división del trabajo; Adam Smith argumentaba que, ya que los trabajadores llegan a especializarse más, tienen una mayor capacidad para mejorar los procesos productivos en los que están involucrados. A un mayor nivel de especialización, se desarrolla una clase de trabajadores cuyo trabajo es únicamente hacer que la producción sea más eficiente. Pero a medida que la especialización de la gente aumenta, se depende en mayor medida de los mercados para obtener los bienes que necesitan, porque (y aquí utilizo un ejemplo personal) quienes nos dedicamos a estar sentados en un despacho leyendo a economistas que murieron hace tiempo no pasamos mucho tiempo cultivando nuestra propia comida, cosiéndonos nuestra propia ropa o salvando vidas. En este sentido, la expansión de los mercados crea las condiciones para un crecimiento posterior y la necesidad de que este tenga lugar.

También es necesario hablar del capitalismo de consumo. Las innovaciones destinadas al crecimiento de la productividad no crean por sí mismas un mercado para un mayor volumen de mercancías. Esto implica que el capitalismo tiene que transformar no solo la producción sino también el consumo. Hoy en día esta transformación implica ―cada vez en mayor medida― el estímulo y la creación artificial de necesidades y de deseos de consumo por parte de la clase capitalista, que necesita que sigamos consumiendo para seguir obteniendo beneficios. William Morris afirmó que, para conseguir y mantener los beneficios, los capitalistas tienen que vender una «montaña de basura […], cosas que todos sabemos que no sirven para nada». Para crear la demanda de esos bienes inútiles los capitalistas fomentan «un deseo extraño y febril por las pequeñas emociones, por símbolos visibles, conocidos por el nombre de modas, un monstruo extraño que nace de la aspiración de tener una vida como la de los ricos».

Buena parte de los estudios más actuales sugieren que la sociedad actual fomenta la idea de que el consumo es el camino hacia la mejora personal. El psicólogo Philip Cushman defiende que la actual configuración dominante del «yo» es un recipiente vacío que debe llenarse con bienes de consumo.[10] Este vacío, prosigue, viene de la ausencia de comunidad, tradición y significados colectivos. Estas cuestiones no van a resolverse a través del consumo. Bajo el capitalismo de consumo existe una incapacidad para imaginar el cambio social y personal si no es a través del propio consumo. Por ello, hasta los futuros que imagina la izquierda «radical» tienden a articularse en torno a niveles de consumo incluso mayores en lugar de imaginar nuevos modos de vida que prioricen nuestra necesidad de pertenencia a una comunidad y de tener un objetivo que esté más allá del consumo.

 

No hay descarbonización bajo el capitalismo 

Debido a la necesidad estructural de crecimiento que se da en el capitalismo, es altamente improbable que por sí mismo sea capaz de evitar un cambio climático catastrófico. Las tendencias estructurales hacia el crecimiento van a hacer que los esfuerzos por reducir las emisiones de carbono se vean sobrepasados por la expansión de la actividad económica. Esta es una cuestión polémica para la mayor parte de los ecologistas (y para muchos socialistas). Pero se trata de la elocuente historia del capitalismo.

De momento, bajo el capitalismo los recursos no han sido conservados; al contrario, cuando aumenta la eficiencia o se encuentran nuevos recursos, se liberan otros que son utilizados por otras partes de la maquinaria capitalista. Por eso, la energía renovable y la energía nuclear todavía representan solo una parte pequeña del sistema energético global [imagen 1]. En el capitalismo han ido creciendo las fuentes de energía bajas en emisiones de carbono, pero no han sustituido de manera significativa a los combustibles fósiles. Al contrario, la energía baja en emisiones de carbono no es más que otro nicho disponible para alimentar el crecimiento de la actividad económica y obtener beneficios.

 

Imagen 1. Uso global de energía primaria por tipo, 1900-2014. Fuente Cálculos propios del autor basados en los datos de De Stercke, 2014.

Lo mismo se puede decir sobre el aumento de la eficiencia energética, que puede contribuir de manera fundamental a la descarbonización de la economía global, pero solo si se ve acompañada por un plan para limitar el tamaño de la economía. Bajo el capitalismo, las medidas de eficiencia energética conducen en realidad al crecimiento económico. Esto ocurre por la misma razón por la que la energía renovable no lleva necesariamente a la descarbonización. La eficiencia energética mejora la productividad y reduce los costes así que, en este sentido, refuerza los imperativos del crecimiento capitalista e impulsa la expansión económica, que en su conjunto requiere más energía.

Es también por esto por lo que una práctica progresista contra el cambio climático irá en menoscabo del capitalismo. Solo vamos a evitar un cambio climático catastrófico si somos capaces de romper con la hegemonía del mercado y superar el imaginario social que, de manera ineficaz, vincula la satisfacción con el consumo.

 

Entonces, ¿hacia dónde vamos?

La economía, el sistema energético y el medioambiente están estrechamente relacionados. Combinando la economía ecológica y el marxismo político he propuesto un marco de trabajo en el que el cambio climático es parte fundamental del capitalismo y no solo consecuencia de él. El uso generalizado de los combustibles fósiles fue necesariamente puesto en marcha por y para las dinámicas capitalistas de crecimiento y expansión de la productividad. El cambio climático es por tanto una característica y no un defecto del capitalismo.

Para evitar la catástrofe del cambio climático tenemos que romper con el ciclo expansivo de la economía. De lo contrario, las mejoras tecnológicas, la energía renovable y el aumento de la eficiencia energética solo van a ser un camino más para que los capitalistas hagan que crezcan la economía y sus beneficios. De igual modo, los impuestos al carbón y otros mecanismos de mercado simplemente van a reforzar las dinámicas centrales del mercado y cualquier efecto positivo va a verse sobrepasado por el crecimiento económico. Este crecimiento hará que se incremente el uso de energía, incluyendo el uso de energía fósil y ello nos sumergirá en un mundo en el que no sabemos cómo vivir. Es probable que a la larga la «Tierra invernadero» acabe con el capitalismo, pero antes destruirá los medios de vida de millones de personas debido a la meteorología extrema, a una mayor incidencia de enfermedades y al colapso ecológico. No hay razón para creer que esto nos vaya a conducir a un futuro mejor.

Para poner fin al ciclo expansivo de la economía de una manera justa hay que ponerles límites a los mercados. Tenemos que hacer uso de la producción comunal, doméstica y estatal como medio principal para satisfacer las necesidades colectivas de la sociedad. Solo de este modo podemos poner fin a una sociedad orientada al crecimiento de la productividad. No hay nada en las formas de producción no mercantiles que las haga inherentemente más sostenibles (todas las actividades económicas utilizan energía), pero estos sistemas carecen de la vocación expansionista de los mercados. Por ello, las nuevas tecnologías y el aumento de la eficiencia podrían ser utilizados para sustituir a los combustibles fósiles en lugar de sumarse a ellos.

Esta transición tiene el potencial de ser esperanzadora, una oportunidad para construir un sistema más humano. Un sistema que sea materialmente más pobre que la sociedad actual, pero no me refiero a «ecoausteridad». Mucha de la energía que se usa hoy en día se utiliza para producir bienes que no necesitemos y que no satisfacen nuestras necesidades. Richard Seymour lo expresa en el contexto de la teoría del valor-trabajo:

La sobreproducción de «cosas» se obtiene a través de una costosa extracción del cuerpo de los trabajadores, una forma de austeridad que empobrece la vida. Y buena parte de esas «cosas» no son para el consumo de los trabajadores, sino que, la parte que no se consume en forma de beneficios y dividendos, es trabajo muerto cuyo efecto principal es el de lograr una extracción de trabajo posterior. Podríamos pensar en la conservación de energía como autodefensa de clase.

Dicho de otro modo, el consumo es una manera ineficaz de construir una vida buena. Limitar nuestro consumo de manera colectiva podría abrir camino hacia un sistema económico mejor.

Existen vínculos entre este y otros programas de izquierda radical: liberarse del mercado y reconvertir la producción en función de las necesidades sociales en lugar del beneficio son cuestiones centrales en el movimiento postrabajo,[11] pero este movimiento carece de una crítica al consumismo y su análisis del capitalismo no consigue incorporar con rigor las ideas de la economía ecológica. La perspectiva de una huida masiva al espacio prosigue con la fantasía de que el consumo puede satisfacernos y se basa en la idea de una expansión continua de la producción y del uso de energía. No está claro por qué aquellos que defienden un «comunismo de lujo completamente automatizado» (por ejemplo) creen que un programa político cuyo mayor atractivo está en poseer más cosas va a ser capaz de liberarse del ciclo expansivo que se halla en el centro de la catástrofe ecológica. Si la promesa es laaumentar el consumo de masas, va a ser difícil publicitar políticas para acabar con las fuentes de energía más eficientes y fiables a las que tenemos acceso. Bajo el capitalismo no se puede evitar el aumento del uso de los combustibles fósiles, pero esto no significa que todos los programas anticapitalistas representen soluciones igual de buenas. El camino a seguir está en la incorporación estos ímpetus radicales, pero criticando su fijación con el consumo y destacando las dinámicas destructivas que comparten con el capitalismo.

Esto lo que hace es señalar cuál es el terreno para la lucha política. Los socialistas deben involucrarse con los ecologistas corrientes y trabajar con ellos. Tenemos un enemigo común en el gran capital de la industria de los combustibles fósiles. Muchos ecologistas se muestran críticos con la economía actual, pero carecen de un análisis completo de sus mecanismos. Extinction Rebellion es un ejemplo clave: un movimiento crítico que todavía es «apolítico».

Sin embargo, quizás ellos sean nuestra mayor esperanza para construir instituciones que nos proporcionen comunidad, autonomía y un objetivo y, además, para acabar con la economía fósil del capitalismo expansivo.

 

 

SIMON MAIR trabaja en la Universidad de Surrey, donde estudia historia económica y modelos económicos buscando salidas a la crisis ecológica.

La ilustración de cabecera es Primitive Coal Mine (1943), de Harry Gottlieb. La traducción del artículo es de Alberto Martín.

 

[1] Karl Marx, Capital: A Critique of Political Economy, vol. 1, Londres, Penguin, (1856) 1990, p.133, trad. Ben Fowkes [El capital. Crítica de la economía política, vol. 1, Madrid, Siglo XXI, (1975) 2017, p. 91, trad. Pedro Scaron].

[2] Ibíd., p. 134 [trad. cast.: p. 92].

[3] Louiss C. Ross, Gunnar Austrheim, Leif-Jarle Asheim et al., «Sheep Grazing in the North Atlantic Region: A Long-Term Perspective on Environmental Sustainability», Ambio, 45(5), 2016, pp. 551-566.

[4] Ellen Meiksins Wood, The Origin of Capitalism: A Longer View, Londres, Verso Books, 2017.

[5] Adam Smith, An Enquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, Chicago, University of Chicago Press, (1776) 1976, p. 17 [La riqueza de las naciones, Madrid, Alianza, 1994,p. 44, trad. Carlos Rodríguez Braun].

[6] Wood, óp. cit.

[7] Andreas Malm, Fossil Capital: The Rise of Steam Power and the Roots of Global Warming, Londres, Verso Books, 2016, pp. 258, 263.

[8] Jean-Paul Deléage, Jean-Claude Debeir, Daniel Hémery, In the Servitude of Power: Energy and Civilisation Through the Ages, Londres, Zed Books, 1991, p. 59.

[9] Tim Jackson y Peter Victor, «Productivity and Work in the ‘Green Economy’: Some Theoretical Reflections and Empirical Tests», Environmental Innovation and Societal Transitions, 1 (1), junio de 2011, pp. 101-108.

[10] Philip Cushman, «Why the Self is Empty: Toward a Historically Situated Psychology», American Psychologist, 45 (5), 1990, pp. 599-611.

[11] Kathi Weeks, The Problem with Work: Feminism, Marxism, Anti-Work Politics and Post-Work Imaginaries, Durham, Duke University Press, 2011.