Esta entrevista, realizada por Romain Leick y Ulrich Schwan, fue publicada originalmente el 11 de junio de 1979 en el semanario Der Spiegel.

Der Spiegel: Señor Harich, no hace ni dos años criticó usted duramente a los intelectuales germano-orientales que querían abandonar el país. Ahora se encuentra usted en Occidente. ¿Qué le ha hecho cambiar de parecer?

Wolfgang Harich: Ninguno de los que abandonó entonces la República Democrática Alemana (RDA) recibía una pensión por invalidez. Se trataba de personas que estaban en plena disposición de trabajar. En mi caso quería utilizar de manera útil las energías que me quedan para trabajar, considerablemente reducidas por un problema de corazón. También se trataba de escritores que contribuían al enriquecimiento de la vida cultural de la RDA.

 

DS: ¿Y usted no?

WH: Yo en buena medida ya lo hice con mis antiguos trabajos como crítico teatral, como historiador de la filosofía, como teórico literario, como filólogo. De haber continuado con esa profesión, entonces también hubiera encontrado reprobable haber dejado el país. Pero a comienzos de los setenta me orienté hacia la futurología ecológica.

 

DS: ¿Y no fue eso un enriquecimiento cultural para la RDA?

WH: He intentado durante tres años y medio ayudar a establecer una comisión interdisciplinar en la Academia de las Ciencias de la RDA que habría de ocuparse de la cuestión ecológica y de escenarios de futuro.

 

DS: Obviamente, sin éxito.

WH: En las conversaciones que mantuve con el Comité Central del SED [Partido Socialista Unificado] me aseguraron que se iba a crear. Sin embargo, el resultado de estas conversaciones me llevó a tomar la decisión de marcharme, porque ni mucho menos no se correspondía con mis ideas. La comisión, tal y como ahora está planteada, trabaja completamente desconectada de los problemas medioambientales en la RDA. Únicamente tiene tareas ideológicas. Por ejemplo, debe evaluar posibilidades de coalición con Los Verdes en Occidente, con el Club de Roma y demás. No se prevén propuestas para la propia RDA.

 

DS: Pero también los otros tenían motivos para abandonar el país. A estos, sin embargo, se los acusa de querer evadir, con su marcha, la «lucha por las ideas».

WH: Mi caso fue especialmente desabrido. Aunque podía expresar mi opinión en las reuniones de la comisión ―lo que, como me hicieron saber, era incluso deseable, como elemento vivificador―, no podía tener ningún contacto con científicos de la RDA fuera de las reuniones de la comisión. Claramente un intento de aislarme.

 

DS: ¿No tuvo la oportunidad de unirse a la oposición intelectual en vez de abandonar el país cuyo régimen sigue elogiando hoy desde Viena?

WH: El gato escaldado, del agua fría huye.[1] Mi aislamiento seguía y empeoraba. Dos ejemplos. El escritor Rolf Schneider, que pertenece a los disidentes, me acusó el año pasado: «Sus Verdes en Occidente son las nuevas SA y SS». El poeta Peter Hacks, que está lejos de ser un disidente y ha recibido varias medallas del Estado, se mofó en petit comité: «El comunismo no me interesa para nada, y menos aún el de Harich, que por ello entiende el cuidado de los jilgueros». Tenía a todo el mundo en mi contra: los viejos estalinistas, porque no me perdonan todavía la historia de 1956, y los disidentes, que no me perdonan que en 1975 escribiese en mi libro ¿Comunismo sin crecimiento? que solamente una dictadura podía resolver los futuros problemas de la humanidad.

 

DS: ¿El ecologista Harich, él solo, contra todos?

WH: El único funcionario que se atrevió a tener en cuenta mis ambiciones ecológicas fue el viceministro de Cultura Klaus Höpcke.

 

DS: Un hombre bastante poco estimado por los escritores.

WH: Pero muy estimado por mí. Y viceversa. En la cúpula dirigente de la RDA hay diferencias de opinión; no quiero hablar de luchas de poder, ahí se equivoca Der Spiegel, sino de diferencias de opinión y tipos diferentes. Hay Robespierres y Dantons. Höpcke es, claramente, un Robespierre, algo que aprecio: delgado, adusto, ascético, no tiene coche ni dacha, humilde, y además cortés.

 

DS: ¿Podría mencionar a unos cuantos Dantons?

WH: Konrad Naumann, por ejemplo, el presidente del SED de Berlín. No le tengo ningún aprecio. Naumann suprimió Die Flüsterparty [La fiesta de los susurros], una pieza de Rudi Strahl, un autor de éxito en la RDA, en la que atacaba el efecto corruptor de las Intershop.[2] Höpcke venía a visitarme en autobús y por la noche andaba hasta la estación de tren, disfrutaba del aire fresco, ahí tiene algo para Los Verdes.

 

DS: ¿Cómo clasificaría a Honecker?

WH: Preferiría, si me lo permite, no clasificarlo. Por su pasado como luchador debería ser todo un Robespierre.

 

DS: Volvamos a su persona. ¿Cree que a la RDA le alegra que usted se haya marchado?

WH: Creo que sí y no. No porque sea una pérdida, como cualquiera que se marcha, de prestigio. Como teórico literario seguro que me dejaron marchar a desgana. En cualquier caso, yo ya no me dedicaba a eso.

 

DS: ¿Hubo algún intento para que se quedase?

WH: En enero me citaron en el departamento científico del Comité Central. Allí dije que  podía abandonar el país sin causar problemas. Razones hay de sobra: mi enfermedad, mi condición de inválido, además tengo una compañera austriaca, lo cual es un motivo privado, y además de todo eso me marcho a un país neutral, así que no es tan grave como si me fuese a la República Federal Alemana. Quería quitar hierro al asunto. Me dijeron: «No, eso nos perjudica, se va a volver a decir que en nuestro país no se puede vivir ni respirar. El cardenal [Alfred] Bengsch puede vivir en nuestro país y a usted lo sentimos más cercano que a él, ¿acaso puede discutirse eso?». Mi respuesta: «No, por supuesto que no». «Así que puede marcharse. Si quiere marcharse, adelante, no pondremos ningún obstáculo. Pero nos perjudica, todo el que se marcha nos perjudica». Luego añadieron: «La situación con su pensión es muy mala». Por mi encarcelamiento de 1956 a 1964 perdí mi derecho a una renta como trabajador intelectual. Se ofrecieron a arreglarlo y darme la pensión que me correspondía, y además otra por invalidez.

 

DS: Con la condición de que permaneciese.

WH: Sí. Pero luego vino todo el asunto de la comisión, ahí fue cuando escribí directamente a Honecker mi petición de abandonar el país.

 

DS: ¿Cómo argumentó su solicitud?

WH: Sencillamente diciendo que mi libro ¿Comunismo sin crecimiento? no podía ser publicado en la RDA, que todos mis intentos por poner en marcha ciertas ideas en la RDA habían fracasado. No reprochaba nada a la RDA, los errores probablemente fueron míos, durante años he intentado empezar la casa por el tejado. En la brecha de bienestar entre Este y Oeste debe combatirse el consumismo occidental. Me separaría sin sentimientos de amargura de la RDA, la abandonaría incluso como simpatizante, y le desearía todo lo mejor al país y al partido. Luego todo ocurrió muy rápido. Recibí la respuesta: «Puede dejar el país, pero por favor no abandone la nacionalidad. Lo consideramos un simpatizante sincero de nuestro partido, ¿por qué dar al traste con todo?».

 

DS: ¿Solicitó que se le retirase la nacionalidad?

WH: Sí, pero me contestaron que podía volver en cualquier momento. «Recibirá de nuevo entonces su pensión por intelectual y nosotros nos alegraremos de ello. Pruebe a marcharse dos años. Se hace usted demasiadas ilusiones sobre las posibilidades que tiene allá».

 

DS: ¿Pero acaso es falso? ¿Qué puede ofrecer usted a Los Verdes occidentales? Sigue creyendo que solamente una sociedad comunista está en disposición de resolver la crisis ecológica. 

WH: Así es: creo que las estructuras de propiedad y poder del socialismo, consideradas en abstracto, son más apropiadas. Pero hay obstáculos subjetivos y objetivos realmente complicados.

 

DS: ¿Como por ejemplo?

WH: Los obstáculos subjetivos son la interpretación tradicional en el marxismo, en el movimiento obrero, al que es ajeno una relación técnica-crítica. Domina la creencia de la inocencia de las fuerzas de producción. Pero el marxismo tiene también otras tradiciones.

 

DS: Podría decir cientos de veces que en el marxismo hay otras tradiciones, pero toda la política del SED descansa sobre el dogma del crecimiento constante, de la liberación de las fuerzas productivas. Si lo cuestiona, el sistema se desploma.

WH: No, no lo he hecho. Usted debe tener en cuenta que en los países socialistas, especialmente en la Unión Soviética, pero también hasta cierto punto en la RDA, la satisfacción de las necesidades de consumo como tarea principal es algo relativamente nuevo. Invertir esa tendencia ahora sería algo muy difícil. Hay algún intento: en el nuevo programa del SED, aprobado en el IX Congreso de 1976, se habla del uso de la naturaleza con plena responsabilidad para las generaciones futuras.

 

DS: Sin embargo, el SED lo ve de otro modo. Honecker sigue forzando una política de socialismo de consumo. 

WH: La propia población presiona desde abajo para que haya más automóviles, influida por la publicidad de las televisiones occidentales. El mayor obstáculo objetivo es la diferencia entre los estándares de vida del Este y el Oeste. Esto significa, por una parte, que partido y Estado se encuentran bajo una fuerte presión consumista por parte de su población y que, por otra, con este consumismo, los problemas medioambientales asociados a un país como la RDA, y todavía más en Polonia o en la Unión Soviética, aún no se manifiestan en toda su claridad. Estuve en Greifswald, cerca de la central nuclear, a la población no le inquieta lo más mínimo. Era el único que conservaba su opinión. La población dice que para ellos lo fundamental son otras cosas, como por ejemplo que no les llega un determinado tipo de tornillos. Como ecologista uno concluye naturalmente que quizá valga la pena intentarlo en el Oeste.

 

DS: ¿Se hubiera quedado usted en la RDA de haber habido un cambio en la política del SED en favor de una mayor austeridad? 

WH: Ya había recibido mi pasaporte con el visado cuando llegó el anuncio de que el partido quería limitar las ventas de Intershop…

 

DS: …con la introducción de un sistema de cheques y la prohibición de comprar con divisa occidental.

WH: Sí. Llamé de inmediato al Comité Central y les dije que si eso significa un cambio de política, si se abrían ahora a nuevas perspectivas, les devolvía el pasaporte y me quedaba. Pero toda esta historia de los cheques en realidad no significa nada más que ahora en la RDA va a haber tres divisas en vez de dos, permitiéndose cambiar la segunda por la tercera. Fue en ese punto cuando me marché.

 

DS: ¿No pensó en algún momento en emigrar a un país socialista?

WH: En broma, he dicho en varias ocasiones que me gustaría mudarme a Albania.

 

DS: ¿Por qué no China?

WH: Los chinos se encuentran en este momento en un terrible curso de modernización. Junto con los americanos. Si hubieran permanecido con el Mao clásico o si hubiera ganado la Banda de los cuatro…

 

DS: No es usted el único filósofo de la RDA que se ocupa de cuestiones medioambientales. Rudolf Bahro también ha intentado desarrollar una política ecológica y ha terminado siendo encarcelado por ello. El ecologista germano-occidental Carl Amery le ha acusado de guardar silencio en el caso Bahro.

WH: Carl Amery no tiene absolutamente ninguna idea de todo lo que he hecho por Bahro desde octubre de 1977, y recientemente de nuevo en España, sin ir por ahí pregonándolo. Me gustaría poder hablar de ello con Amery. Me he distanciado críticamente de las posiciones básicas de Bahro, pero me pronunciaré sobre todo lo que respecta a estas teorías cuando él pueda responder a mis críticas como hombre libre. A lo que me gustaría añadir que deseo que este hombre de talento, erudito y de pensamiento fértil pueda disfrutar pronto de libertad.

 

DS: Sus adversarios opinan que usted guarda aún otro esqueleto en el armario: el del viejo comunista Walter Janka. El cantante Wolf Biermann le acusó el año pasado de haberlo denunciado a los servicios de seguridad del Estado [Staatssicherheitsdienst] a cambio de obtener beneficios. El Frankfurter Allgemeine Zeitung ha hecho suya ahora esta acusación.

WH: No hay ni una palabra cierta.

 

DS: ¿Por qué no presentó entonces una denuncia contra Biermann como había anunciado previamente?

WH: Porque solo podría haber denunciado a Biermann por difamación e injurias, que son delitos menores, y no por calumnia. Biermann no me calumnió, simplemente citó a otro.

 

DS: ¿A Janka?

WH: Sí, a Janka y a Havemann. Tras la publicación de Biermann escribí a Janka, que vive en la RDA, para pedirle hablar del asunto. No me respondió. Su mujer me contestó a una llamada de teléfono pidiéndome que dejase a su marido tranquilo con cosas con las que no tiene nada que ver. Yo les pregunto: ¿Debería haber presentado acaso una denuncia contra Janka, contra Havemann, que estuvieron encarcelados conmigo en la RDA?

 

DS: Incluso si tiene usted razón, debido a estas historias no aparece usted bajo una luz favorable en Occidente. ¿No cree que en estas circunstancias perjudica más que beneficia a Los Verdes?

WH: No lo sé. Una vez me reuní con un grupo alternativo de autónomos, más o menos casualmente. Tengo relaciones con grupos en Suiza y me gustaría también echar un vistazo a lo que ocurre en Alemania occidental.

 

DS: ¿Dónde?

WH: Allí no espero poder jugar un papel destacado. También creo que hay diferencias considerables de opinión. No puedo excluir que perjudique a Los Verdes en bastantes aspectos. Aunque supuestamente les sería de mayor utilidad. Ya veremos. No quiero tener contacto solamente con Herbert Gruhl,[3] sino intentarlo con Erhard Eppler.[4]

 

DS: El socialdemócrata Eppler rechazará la ayuda del comunista autoritario Harich.

WH: Ante todo, creo que nos dirigimos a una crisis muy profunda de la democracia. Es una expresión de ceguera histórica, condicionada por la experiencia con el fascismo, y también de Stalin, contemplar la democracia como garante de la humanidad. En la historia hubo déspotas humanitarios y democracias terribles y sangrientas. Nos encontramos en un momento para replantearnos este asunto, también dentro de la izquierda socialdemócrata.

 

DS: ¿Quiere decir que continúa defendiendo su dictadura de los ecologistas?

WH: Desde que lo planteé en mi libro de 1975 han ocurrido muchas cosas en el debate ecológico. Hasta cierto punto ahora soy partidario de una autarquía local, una idea de la que son representantes Carl Amery y Yona Friedman.

 

DS: Disculpe, ¿pero qué significa una autarquía local?

WH: La posibilidad de soluciones democráticas de base en un marco local. La existencia de muchas autarquías locales posiblemente ofrezca mayores posibilidades de supervivencia que un sistema en el que todo está centralizado. Sigo manteniendo que hay parámetros de alcance global que solo pueden resolverse con un poder centralizado y que este, en mi opinión, debe contar con plenos poderes dictatoriales. ¿Cómo quiere usted mantener los niveles de los océanos con una autarquía local? Debe encontrarse un equilibrio óptimo entre una política autárquica y unilateral, con sus objetivos a corto plazo destinados a satisfacer las necesidades de los votantes, y mis ideas unilaterales centralistas, las buenas, viejas y sencillas tradiciones estalinistas con las que crecí.

 

DS: ¿Quién debería recibir los plenos poderes dictatoriales que usted reclama?

WH: La ONU, pero una ONU transformada por una revolución mundial y unificada.

 

DS: Para ello se necesitaría la resolución del conflicto norte-sur.

WH: El conflicto norte-sur es una gran esperanza y al mismo tiempo un gran peligro. El conflicto norte-sur implica que los países del tercer mundo, como ahora Irán, pueden explotar sus propios recursos naturales gradualmente y exportar tanto como incondicionalmente les sea necesario para sus propias importaciones. Ello obligaría a que los países industriales prestasen atención a las advertencias de los ecologistas para ahorrar y abrir paso a otros estilos de vida y otras relaciones de propiedad.

 

DS: O también para apropiarse de los recursos naturales con violencia.

WH: Sin duda, y ahí reside el gran peligro. El frente ecologista es insuficiente para el cerco de la bestia capitalista. Esta bestia ha de ser cercada desde diferentes frentes.

 

DS: ¿Cuáles son?

WH: En primer lugar el movimiento obrero, que se opone a los recortes y el desmantelamiento del estado del bienestar, y que estaría dispuesto a sacrificarse por sus hijos y nietos, pero no por la burguesía. Luego el frente ecologista, que lucha por el mantenimiento de la vida sobre el planeta y bloquea de ese modo el crecimiento económico. El tercer frente es el pacifista, que bloquea una salida militar. Es necesario construir puentes entre estos tres frentes.

 

DS: Los sindicatos prefieren debatir antes del mantenimiento de los puestos de trabajo que de perspectivas a largo plazo.

WH: Cierto. Pero una tecnología a gran escala para racionalizar los puestos de trabajo debería hacer a los sindicatos más receptivos a mis reflexiones. Incluso si aún no están de acuerdo, se trata de un potencial a ganar. Cuando Los Verdes en Occidente se conviertan en un movimiento con éxito, uno que supere sus divisiones, su confusión y sus enfermedades infantiles izquierdistas, entonces existirá la esperanza de que irradie al Este y de que los estados socialistas pongan a sus enormes aparatos a trabajar en la solución de los problemas. Por eso subrayo tanto que no conviene descartar al Este, a pesar de que haya podido decir algunas cosas aquí que conduzcan a pensar en eso.

 

DS: Una vez más reaparece su confianza en la razón de enormes aparatos de poder.

WH: No soy un sádico. No me gustan las dictaduras duras, no me despiertan ninguna simpatía. Únicamente anticipo que si todo sigue como hasta ahora, entonces revertir las consecuencias solo será posible con una tiranía terrible, temible. La única alternativa será entonces la autodestrucción en libertad, democracia y economía de mercado o un golpe de timón con medidas muy duras. Entonces quizá venga, como teme el socialdemócrata Richard Löwenthal, un nuevo cesarismo con una nueva guardia pretoriana, que destruya todo lo que se cruza a su paso. El riesgo está ahí. Yo estoy contra esta guardia pretoriana, por eso estoy a favor de un comunismo sin crecimiento.

 

DS: Muchas gracias por la entrevista, señor Harich.

 

Traducción de Àngel Ferrero.

 

[1] Harich fue condenado por un tribunal de la RDA en 1956 a una pena diez años de prisión ―que cumplió íntegramente― por su participación en un grupo opositor junto con el editor jefe de la editorial Aufbau, Walter Janka. El grupo promovía una «vía alemana al socialismo», aproximándose al modelo yugoslavo, con el establecimiento de sindicatos libres y empresas autogestionadas, para hacer así atractiva la RDA a ojos de los trabajadores germano-occidentales. El proceso habría de terminar con una Alemania reunificada socialista y neutral. (Todas las notas son del traductor).

[2] Intershop fue una cadena estatal de venta al por menor en la RDA. Solo se aceptaba divisa fuerte, con el marco germano-oriental excluido. Originalmente pensadas para los visitantes occidentales, fueron utilizadas finalmente por muchos alemanes del Este. Una de las consecuencias fue que muchos de ellos pudieron ver qué tipo de mercancías se vendían en Alemania occidental y compararlas con la oferta en el propio país.

[3] Herbert Gruhl (1921-1993), diputado cristianodemócrata y posteriormente uno de los fundadores de Los Verdes. Acabó abandonando el partido en 1981 por desacuerdos con la dirección del partido.

[4] Erhard Eppler (1926-2019) fue un destacado político del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), perteneciente a su ala izquierda. Desde 1968 hasta 1974 fue ministro de Cooperación Económica y Desarrollo.