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  • Entrevista con Jeremy Corbyn: «Nuestros movimientos sufren reveses y derrotas, pero al final siempre llega el momento para que triunfe la justicia»

    Entrevista con Jeremy Corbyn: «Nuestros movimientos sufren reveses y derrotas, pero al final siempre llega el momento para que triunfe la justicia»

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    Jeremy Corbyn fue Líder del Partido Laborista del Reino Unido entre 2015 y 2020. Su aterrizaje como líder de la oposición supuso una revolución en su partido, atrayendo a centenares de miles de nuevos militantes y simpatizantes y poniendo en el centro del debate político mainstream cuestiones como el Green New Deal y la revalorización de políticas progresistas ambiciosas para una gran mayoría con su eslogan «For the Many, Not the Few». Antes de llegar a ser líder de la oposición Corbyn pasó décadas trabajando en los movimientos sociales de base, sobre todo en cuestiones relacionadas con la paz y la solidaridad internacional: el movimiento anti-apartheid en Sudáfrica, la campaña por el desarme nuclear, las campañas contra las guerras en Irak, y muchos otros. Hoy en día compagina su labor como miembro del parlamento por Islington North (circunscripción que representa desde 1983) con la dirección del Proyecto por la Paz y la Justicia, una organización que lucha por «el medioambiente, por la cooperación internacional pacífica, contra la pobreza la desigualdad social y el poder de las grandes empresas».

    En Contra el diluvio tuvimos la suerte de poder hacer unas breves preguntas a Jeremy Corbyn sobre su etapa como Líder de la Oposición y sobre sus perspectivas políticas para el futuro. Las reproducimos a continuación ligeramente editadas para mayor claridad y continuidad.

    Por Nacho Rubio. 

    P. Usted es uno de los mayores y más fieles aliados que los movimientos progresistas latinoamericanos han tenido en Reino Unido. ¿Qué le llevó a interesarse por América Latina en primer lugar?

    La primera vez que pisé Latinoamérica fue cuando visité Chile con 20 años, en 1969. Desde entonces la región ha conocido unos niveles de tragedia difíciles de describir, incluyendo la destrucción de los movimientos de base por la justicia social y el auge de dictaduras brutales como la de Augusto Pinochet en Chile precisamente, que pisoteó los derechos humanos y los de los trabajadores. Con demasiada frecuencia, esta brutalidad se produjo con el apoyo de países poderosos como Estados Unidos, con el objetivo de crear un entorno donde los recursos naturales y humanos de América Latina pudieran ser abiertos al capital occidental para su explotación y extracción.

    Pero aquellos movimientos, que habían sufrido innumerables castigos y represión autoritaria, nunca abandonaron la esperanza. Los gobiernos de la «marea rosa», liderados por activistas como Evo Morales y Rafael Correa, se enfrentaron a los poderosos y sacaron a millones de sus ciudadanos del umbral de la pobreza. Sin embargo, los progresistas latinoamericanos siguieron estando acechados por la violencia y el sabotaje, con técnicas como el lawfare ejemplificado en el impeachment de Dilma Rousseff y el encarcelamiento de su antecesor Lula Da Silva en Brasil, o golpes de Estado como el ocurrido en Bolivia en 2019 contra Morales. Y a pesar de todo nunca renunciaron a la esperanza.

    P. ¿Qué cosas cree que deberíamos aprender desde la izquierda europea de los movimientos progresistas del otro lado del Atlántico? ¿Hay alguna figura histórica del socialismo latinoamericano que usted admire especialmente?

    Tenemos mucho que aprender de la rica historia de la región. Si pudiera elegir sólo dos lecciones de los movimientos latinoamericanos, la primera sería que los progresistas tienen éxito cuando están unidos: cuando las comunidades indígenas, ecologistas, feministas, el movimiento obrero y los socialistas se ponen de acuerdo en el diseño de un programa común que beneficie a todos por igual. La segunda lección sería el poder de la esperanza. En Brasil, Jair Bolsonaro ha traído miseria a su país a través de una peligrosamente negligente gestión de la pandemia, de la represión de sus críticos, y del avance en la destrucción de la selva amazónica. Pero Lula es ahora libre y volverá a presentarse a la presidencia el próximo año. Nuestros movimientos sufren reveses y derrotas, pero al final siempre llega el momento para que triunfe la justicia y la decencia.

    P. La transición ecológica (Green New Deal, reindustrialización verde) requiere de gran cantidad de materiales (litio, cobalto), muchos de los cuales se encuentran principalmente en el sur global. ¿Cómo pueden llevarse a cabo estas iniciativas sin a la vez profundizar –e, idealmente, revirtiendo– las políticas de imperialismo colonial del norte respecto al sur global?

    La crisis climática está en el centro de todo. Ya se trate del sufrimiento de las personas desplazadas por inundaciones, sequías y conflictos por la posesión de los recursos naturales, de la destrucción de sus comunidades contaminadas y su medio de vida debida a la extracción de combustibles fósiles, o más cercanamente si sus hijos respiran aire tóxico en nuestras ciudades, los efectos están por todas partes. Y estos problemas están definidos por nuestro pasado, pues es donde se originan las relaciones de poder y opresión que siguen determinando cómo los que se benefician del cambio climático son nos explotan al resto. El cambio climático es ante todo una cuestión de clase, una cuestión de justicia global y una cuestión de derechos humanos.

    Es por esto que la justicia climática está en el centro de todo lo que tratamos de hacer y construir en el Proyecto por la Paz y la Justicia. En la COP 26 (la conferencia de la ONU sobre cambio climático que se celebrará en Glasgow este año) tenemos que poner sobre la mesa y defender con fruición las peticiones de los movimientos de base de los de abajo: desde los indígenas de la selva amazónica a los activistas anti-fracking de aquí en Inglaterra. Trabajaremos con aquellos que hagan campaña por empleos verdes que cuenten con una fuerte protección social y sindical, por una transición ecológica que sea justa para los trabajadores, por el fin de la extracción de combustibles fósiles y la explotación de poblaciones y ecosistemas que siempre lleva aparejada.

    P. ¿Ve posible conseguir objetivos climáticos ambiciosos desde la política parlamentaria? ¿Qué rol deberían tener las organizaciones de base?

    Es esencial que los gobiernos establezcan metas climáticas ambiciosas y lleven a cabo las acciones apropiadas para su realización, desde invertir en empleos verdes hasta frenar a las principales empresas contaminantes, para hacerlos realidad. Sólo los estados, trabajando juntos y respaldados por movimientos sociales masivos, pueden enfrentarse a los culpables y diseñar una nueva forma de economía política.

    Y para que cualquier solución funcione, el enfoque en el que se enmarque tiene que ser global, basado en la cooperación y la responsabilidad compartida, no en la competencia y el conflicto. Esto significa trabajar con sindicatos, gobiernos y comunidades para garantizar que se respeten los derechos de la tierra, los derechos de los trabajadores y los derechos humanos, y resolver la crisis climática sin contribuir a otras crisis ambientales.

    P. Si pudiera dejarle un mensaje a la siguiente generación de activistas, ¿cuál sería?

    La gente solía decir que los jóvenes no estaban interesados en la política, pero en realidad era la política la que no estaba interesada en ellos. Hay una enorme energía por explotar en ese segmento de la sociedad para cambiar el mundo, para que funcione para todos y no solo para unos pocos [NT: literalmente for the many, not the few, unos de los principales eslóganes de su etapa al frente del partido]. Estoy increíblemente orgulloso del enorme crecimiento que experimentó el partido bajo nuestro liderazgo y espero que la energía y el entusiasmo de ese período hagan avanzar y crecer el movimiento socialista, porque nadie cambiará el mundo por nosotros.

    P. ¿Cuál piensa que fue su mayor acierto en su etapa como líder de la oposición? ¿Y su mayor error?

    Las políticas incluidas en nuestro programa electoral eran populares, y el momento para implementarlas ya ha llegado. Las políticas laboristas dan a la gente lo que quiere y necesita, no sólo lo que permiten los poderosos. La pandemia ha demostrado cuán vitales y oportunas son. Estoy seguro de que algún día serán llevadas a cabo, conjuntamente con una transferencia dramática en la riqueza, el poder político y la igualdad de oportunidades de los poderosos a los de abajo.

    Nuestro mensaje resonó con aquellos que estaban hartos de la vieja política, de la austeridad, de las guerras, de criarse y crecer en la pobreza aun viviendo en uno de los países más ricos del mundo. Planteamos el argumento de que esta situación no es inevitable, sino que es consecuencia de una economía construida para servir a unos pocos y no a todos.

    Lamento que esto no fuera suficiente para superar la división en nuestro electorado causada por el Brexit y ganar en 2019, pero estas cuestiones subyacentes no han desaparecido. Y requerirán toda nuestra creatividad y energía, llegando a las comunidades de todo el país, para ganar. Muchas de las ideas que necesitamos para que la década de 2020 sea mejor que la de 2010 fueron desarrolladas en y alrededor del Partido Laborista en los últimos años por intelectuales y científicos sociales excepcionales en sus campos. Pero, lo que es más importante, fueron el fruto de las demandas del movimiento social que nos aupaba, y las habilidades, el conocimiento y las necesidades de las comunidades afectadas por los problemas que identificamos.

    Debemos basar nuestro proyecto en estas políticas, llevándolas más lejos y adaptándolas al mundo postpandémico para que nuestros movimientos sociales puedan pasar del conflicto y la desigualdad, y hacia la paz y la justicia.

    P. Su etapa al frente del Laborismo supuso un motivo de esperanza para mucha gente en todo el mundo, no solo en el Reino Unido. ¿De qué formas podemos reforzar la cooperación internacional y el aprendizaje mutuo entre movimientos y partidos de diferentes países?

    Actualmente en el Proyecto por la Paz y la Justicia tenemos cuatro proyectos clave en curso, algunos de los cuales son más específicos para el Reino Unido y otros que necesitarán apoyos de todo el mundo.

    Nuestra iniciativa por la seguridad económica está organizada en torno al apoyo directo a comunidades de todo el Reino Unido afectadas por la triple crisis resultante de la austeridad, la pandemia, y la nueva recesión. Nuestro proyecto de justicia global está haciendo campaña para que las vacunas contra la Covid-19 sean asequibles para todo el mundo, y estén disponibles en todas partes. Nuestro plan por la sociedad democrática trabajará para que los medios de comunicación sean más justos, libres y responsables, apoyando el periodismo de interés público y desafiando los monopolios corporativos. Y, finalmente, nuestro proyecto por la justicia climática luchará por un Nuevo Acuerdo Verde en el Reino Unido y en todo el mundo.

    Queremos reunirnos con socialistas y progresistas de múltiples naciones para discutir temas que van desde la protección de los refugiados hasta la igualdad en la distribución de vacunas en la India, Europa, los Estados Unidos y América Latina. Se trata de hablar y compartir experiencias, pero también de implementar acción práctica. Antes conversábamos sobre América Latina: el internacionalismo de los trabajadores escoceses que se negaron a producir armas para que el régimen de Pinochet las usara contra su propio pueblo es un ejemplo de lo importante que es la solidaridad entre comunidades de trabajadores allende las fronteras.

    Más allá de la izquierda de base necesitamos organizaciones internacionales sólidas donde los países puedan reunirse para encontrar soluciones a nuestros problemas compartidos. Pero es importante que estos foros no siempre terminen dominados por los elementos más poderosos de los países que los atienden. Debemos encontrar maneras de garantizar que la voz de las personas marginadas y sus reclamaciones políticas se exprese en estas conversaciones globales.

    P. Y para finalizar, de gunner a gunner, ¿cuál es en su opinión el mejor delantero centro de la historia del Arsenal?

    Henry, obviamente.

    La ilustración de cabecera «Ladrón de fresas», de William Morris (1834-1886). 

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  • Entrevista con Ende Gelände: «Hay que asegurarse de que los medios utilizados para luchar contra la pandemia no nos hagan profundizar aún más en la emergencia climática»

    Entrevista con Ende Gelände: «Hay que asegurarse de que los medios utilizados para luchar contra la pandemia no nos hagan profundizar aún más en la emergencia climática»

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    Entrevistamos a Johanna Frei, de Ende Gelände, organización alemana dedicada que usa la desobediencia civil masiva para impedir el normal funcionamiento de las minas de carbón. 

    P: Ende Gelände sois una de las organizaciones contra los combustibles fósiles más importantes de Europa, pero quizá no sois demasiado conocidos fuera de Alemania, o al menos no en España. ¿Podrías describir cuáles son los principales rasgos de vuestro colectivo?

    R: Somos una organización de acción civil masiva de desobediencia contra las minas de lignito a cielo abierto. Lo que hacemos es irrumpir en las minas y en las infraestructuras que las rodean con miles de personas y bloquear las excavadoras gigantes y las instalaciones con nuestros propios cuerpos. Lo hacemos vestidos con un mono blanco y con máscara para protegernos del polvo de lignito y de la represión de la policía y de la seguridad privada. Lo que queremos es crear una sensación de empoderamiento en quienes participan en estas acciones, pero también en quienes nos vean a través de los medios. Nuestro mensaje se basa en que necesitamos dar pasos de manera inmediata hacia un escenario de justicia climática y que, si nadie más hace nada, del marrón de echar el cierre ya nos encargamos nosotros.

    Con todo, sí que hemos tenido repercusión internacional. Desde el principio, hemos tejido una sólida red internacional y compañeras y compañeros de toda Europa han participado todos los años en nuestras acciones. Hay muchos grupos que se han inspirado en Ende Gelände, como Code Rood en Países Bajes, Limity Jsme My en República Checa y RadiAction en Francia. En el estado español, Gipuzkoa Zukit llevó a cabo una acción en 2017 inspirada en Ende Gelände.

    P: Vuestro objetivo son las minas de carbón y en su infraestructura. ¿Por qué las minas y no, por ejemplo, las infraestructuras petrolíferas? ¿Son menos importantes para el sistema energético alemán?

    Las minas de lignito renanas son la mayor fuente de emisiones de CO2 de Europa y el carbón en general tiene un papel importante en el sistema de energía de Alemania. El modo de producir electricidad a partir del carbón es además un muy buen ejemplo a través del cual criticar el rol del capitalismo en la generación de la crisis climática.

    R: Ya hemos tenido éxito a la hora de reducir la importancia del carbón y ahora están entrando en el debate otros objetivos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en Alemania; tanto en el debate público como dentro de Ende Gelände como colectivo. En todo caso, cuando llevamos a cabo nuestra primera acción, en 2015, el carbón era la clave para que arrancase el debate sobre qué hacer contra el cambio climático.

    P: Asistimos a vuestra charla en Madrid en la contracumbre de 2019 y nos sorprendió mucho el sentido de «comunidad» que construís antes y durante vuestras acciones. ¿Podríais explicarnos cómo preparáis y organizáis estas acciones? ¿Existe algún contacto con los trabajadores de las minas o con sus sindicatos?

    R: Somos una organización de base y fundamentamos nuestras decisiones en un principio de consenso, lo hacemos así tanto en el proceso de preparación como durante las acciones. Tener voz ya es muy empoderante para la gente. Durante la acción se forman grupos de afinidad de unas pocas personas que cuidan unas de otras. Estos grupos de afinidad se unen en lo que llamamos «dedos». Estas unidades de en torno a cien personas participan juntas de las acciones y entran juntas en las zonas mineras para bloquear las grandes excavadoras y otras infraestructuras. A menudo tenemos que atravesar las líneas policiales, cosa que hacemos con una técnica especial que hemos aprendido del movimiento antinuclear alemán, pero que solo funciona si todo el dedo trabaja junto. Demostramos que juntos somos más fuertes que la represión del estado. Todos estos principios los explicamos y entrenamos antes de las acciones. Generalmente existe un gran sentido de comunidad y solidaridad durante las acciones, pero también después.

    Ende Gelände forma parte de un movimiento amplio de resistencia contra el lignito en Alemania. Ha habido distintos intentos de entablar un diálogo con los trabajadores y los sindicatos, pero nos ha resultado muy difícil. En todas nuestras declaraciones siempre dejamos claro que deseamos una transición justa para los trabajadores y para toda la región. El problema es que actualmente los trabajos en ámbitos destructivos climáticamente a menudo están mejor remunerados y tienen mejores condiciones laborales que los de espacios alternativos. No obstante, poco a poco se está iniciando un debate dentro de los sindicatos alemanes en torno a qué hacer acerca del cambio climático.

    P: El objetivo de Ende Gelände es cerrar las minas para siempre. Nos preguntamos si vuestras acciones aspiran a cerrarlas por sí mismas o si las veis más bien como «agitación» contra los combustibles fósiles. ¿Lleváis a cabo algún tipo de acción «destructiva» contra estas infraestructuras o la presión contra alguna de estas minas se prolonga en el tiempo? Además, ¿cómo se vuelca esta presión hacia las instituciones políticas, si es que os relacionáis con ellas de algún modo?

    R: En su momento decidimos bloquear las minas solo con el cuerpo y no llevar a cabo ningún tipo de sabotaje. Tenemos un «consenso de acción» que deja esto claro y a la gente que quiere poner en marcha otro tipo de acciones les pedimos que lo hagan en otro momento y no durante las acciones de Ende Gelände. Queremos que el mayor número de gente posible se sienta cómoda y se una a nosotros, también gente que nunca ha participado en ningún tipo de acción. Esto lo logramos llevando a cabo acciones a unos niveles más «bajos». Es más, esto nos permite comunicar nuestra actividad públicamente.

    Con algunas de nuestras acciones de hecho hemos logrado una caída en la producción de electricidad, pero por lo general a lo que aspiramos es iniciar un debate público. Por ello, estas acciones solo duran unas horas o unos días. Sencillamente, queremos que se preste atención a la justicia climática y a lo que Alemania puede hacer por ello. Ahora bien, la transición entre una acción exitosa y un cambio real en las políticas es un proceso complejo y siempre estamos debatiendo sobre cómo lograr un resultado lo más favorable posible para nuestros intereses. Ya hemos conseguido alguna reducción en la quema de carbón, pero, por supuesto, queremos más.

    P: Hace poco entrevistamos a Andreas Malm y proponía que debemos ser capaces de responder cuando golpeen las catástrofes climáticas y no solo llevar a cabo acciones sin relación con la situación climática coyuntural. Por ejemplo, sugería que, cuando llegue la próxima ola de calor a Europa, deberíamos atacar las infraestructuras de los combustibles fósiles para poner en relación ambos hechos y ganar cierto poder social y político. ¿Creéis que en este momento tenemos el suficiente poder de masas y organizativo para hacer este tipo de cosas? ¿Qué tendríamos que hacer para llegar hasta ahí?

    R: Ende Gelände ha acogido el surgimiento de muchos grupos locales y de varias acciones por la justicia climática dentro y fuera de Alemania. Sea lo que sea lo que queramos lo que necesitamos es una base fuerte. En este momento nuestras estructuras están debilitadas por la pandemia, pero el público no se ha olvidado totalmente del problema climático. Hay mucha gente que traza una frontera entre los problemas climático y medioambiental y el coronavirus, pero la lucha contra la catástrofe climática ya no está en los titulares como lo estaba en 2019. En este momento de lo que hay que asegurarse es de que los medios utilizados para lucha contra la pandemia y contra sus consecuencias no nos hagan profundizar aún más en la emergencia climática, sino que deben ser socialmente justos y ecológicamente sostenible. El reinicio de la economía europea determinará qué dirección tomamos como sociedades.

    P: Vuestro trabajo ha sido tremendamente importante para subrayar lo importantísimo que es dejar de que quemar combustibles fósiles, pero quizá estéis de acuerdo con que es necesario aumentar la escala de nuestras acciones e ir más lejos, y que esto tiene que pasar en todas partes. Aunque, desde luego, la pandemia ha supuesto un duro golpe para el movimiento climático, ¿tenéis algún plan para profundizar en vuestras acciones en el futuro próximo?

    R: En estos momentos estamos en proceso de planificar nuestros próximos pasos. Tenemos la sensación que únicamente aumentando la escala y haciendo que nuestras acciones sean cada vez más grandes no vamos a alcanzar nuestra meta de una sociedad climáticamente justa. Lo que estamos planteándonos es extender nuestros objetivos y hacer frente a otras formas de combustibles fósiles que sean fuente de gases de efecto invernadero, estamos pensando qué imágenes potentes podemos crear con nuestras acciones. Esto no tiene por qué ser a través de acciones con más gente o que sean más «radicales». Lo que se percibe como más radical a menudo es también muy exclusivo y difícil de explicar al público. Lo que queremos es ser más inclusivos y que la gente entienda por qué hacemos lo que hacemos.

    Ahora mismo estamos trabajando el asunto del racismo. Como sabemos, la crisis climática está fuertemente vinculada al colonialismo y al racismo. Por una parte, queremos hacer que estos vínculos sean evidentes; por otro, queremos combatir nuestro racismo internalizado. Hemos iniciado un proceso interno de reflexión sobre el modo que tenemos de organizarnos e intentamos trabajar con más grupos indígenas y racializados. Para nosotras y nosotros, el siguiente paso se basa en pensar cómo podemos ser un grupo y un movimiento más holístico. Sin luchar contra estructuras como el racismo o el patriarcado no vamos a ser capaces de frenar la crisis climática.

    La ilustración de cabecera es «Mina de carbón en el Borinage», de Vincent van Gogh (1853-1890).

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  • «Nuestra lucha es la de una fuerza contra otra, no la del conocimiento contra la ignorancia» Entrevista con Andreas Malm

    «Nuestra lucha es la de una fuerza contra otra, no la del conocimiento contra la ignorancia» Entrevista con Andreas Malm

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    Andreas Malm (Mölndal, Suecia, 1977) se ha convertido en uno de los pensadores con más visibilidad dentro del ecosocialismo, también en el estado español, con dos libros aparecidos en apenas unas semanas y otros más que están por venir. Desde que publicara Capital fósil, recientemente traducido al castellano, su preeminencia no ha dejado de crecer, en parte debido a la claridad y el vigor de su manera de escribir, pero sobre todo gracias a la contundencia (incluso la brutalidad) de sus análisis y propuestas. La editorial Errata Naturae ha publicado hace poco uno de los últimos libros del autor sueco, El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social, en el que, inspirándose en cómo los bolcheviques lidiaron con una situación catastrófica de varias dimensiones (social, política, económica, bélica, energética…) durante el fin de la primera guerra mundial, la revolución de octubre y la guerra civil rusa, propone retomar la noción de comunismo de guerra y poner en marcha un leninismo ecológico que nos permita salir de la actual crisis ecosocial global, la cual se está manifestando también en múltiples niveles: pandemia, emergencia climática y desigualdades sociales rampantes a escala planetaria. Para ello, Malm pone sobre la mesa la necesidad de apropiarnos de todos los recursos materiales y sociales a nuestro alcance, utilizarlos para recuperar el ímpetu comunista de salvación y redirigir esta crisis contra sus causas y, especialmente, contra sus causantes. Hemos tenido la oportunidad de entrevistar al autor en torno a estas propuestas, sus complicaciones y sus posibilidades.

    Aunque a primera vista podría parecer que el cambio climático y la crisis del COVID-19 presentan profundas similitudes debido a sus implicaciones globales y de urgencia, en tu libro subrayas las muchas diferencias que hay entre ellos. Pese a que no existían muchas pruebas científicas acerca del COVID-19 ni análisis políticos sobre las posibles soluciones, muchos gobiernos aplicaron medidas rápidas y drásticas sin demasiado debate político. En el caso del cambio climático, tras décadas de investigación disponemos de una cantidad abrumadora de pruebas sobre sus causas y sobre qué hacer, pero en este momento las medidas que es necesario aplicar parecen políticamente irrealizables. ¿Qué crees que puede aprender el movimiento climático de esta aparente paradoja y de la relativa importancia que tiene la «verdad científica» si no está vinculada a la importancia del poder?

    Esta es una muy buena pregunta, porque señala una lección que al movimiento climático se le debería quedar grabada a fuego después de este año: el progreso no deriva del conocimiento, deriva del poder y del equilibrio de fuerzas. Parece haber una relación inversa entre las acciones más relevantes y la cantidad de conocimiento que las acompaña; como sugerís, la sobreabundancia de pruebas científicas sobre el calentamiento global viene acompañada por una actitud de pasividad, mientras que las acciones más dramáticas para combatir el COVID-19 (se llegó al punto de dejar en suspenso economías enteras) emergen de una base con una comprensión muy rudimentaria acerca de la pandemia. Por lo tanto, el movimiento por el clima ya no puede simplemente seguir pidiendo a los políticos que presten atención y «escuchen a los científicos», un enunciado repetido por gente como Greta Thunberg. Si bien esa postura tiene, por supuesto, muy buenas intenciones, está pasando por alto lo que es la clave del asunto: los políticos se alinean con las posturas científicas solo si los intereses de la clase dominante, responsable de la destrucción que ahora mismo está en marcha, son sobrepasados y derrotados o si estos no aparecen siquiera cuestionados. La pregunta que el movimiento debería hacerse es más bien esta: «¿Cómo construimos el músculo social necesario para obligar a los estados a hacer lo que hace falta?». No tanto «¿por qué no escucháis a la ciencia?» sino «¿cómo forzamos a los gobiernos, tan plegados hasta ahora al capital fósil que han ignorado la montaña inmensa de pruebas científicas, para que empiecen a actuar?». En otras palabras, ¿cómo rompemos los lazos que los unen al capital fósil y los ponemos a funcionar como aparatos que apliquen una transición ecológica? Lo que yo creo, por supuesto, es que esta transición no puede tener lugar sin que los estados se encarguen de ella, pero nunca va a suceder si son los estados los que tienen que tomar la iniciativa: el principal motor serán las fuerzas situadas fuera del estado, fuerzas populares, dentro del movimiento climático y aliado con él, que hagan que los gobiernos se comporten de manera distinta a como lo han venido haciendo hasta ahora. No estoy diciendo que el movimiento (incluida Thunberg y sus cuadros) no hayan intentado lograr precisamente esto; probablemente la generación de 2018-2019 se ha acercado más que ninguna otra dentro de la historia del movimiento a encarnar este papel. Pero tenemos que pensar en nuestra lucha como la de una fuerza contra otra más que como la del conocimiento contra la ignorancia. Porque la política no viene determinada por la presencia de la verdad científica; desde luego, esta es una lección que sacar de la comparación entre la crisis del coronavirus y la crisis climática.

    Afirmas que la deforestación y la destrucción de ecosistemas están entre los principales desencadenantes de la zoonosis, las pandemias y el cambio climático. ¿Qué podrían hacer los países del norte global para frenar esta destrucción y comenzar a restaurar ecosistemas situados más allá de sus fronteras? ¿Está sucediendo esto de algún modo que nos pueda resultar visible?

    Lo primero sería tomar el control público de las cadenas de suministro que llegan a zonas tropicales de tala masiva de árboles. Los estados del norte global deberían dejar de aplicar su capacidad de orden, mando y mapeo sobre la ciudadanía (y, añadiría, sobre la gente migrante) y empezar a hacerlo sobre las compañías que sacan sus mercancías de pastizales y plantaciones y minas y cultivos situados donde hasta hace poco se alzaban bosques. Que esto se puede hacer es evidente, no hay ningún obstáculo técnico. Pero no estamos viendo nada que se le parezca; de hecho, a estas alturas de 2020 solo hemos visto lo contrario: una deforestación acelerada de las áreas tropicales más sensibles del planeta. Las carreteras penetran tanto en las selvas tropicales del Amazonas, del centro de África y del Sudeste Asiático que la integridad de estos ecosistemas se halla en peligro inminente. La devastación del interior del Amazonas llegó este verano a un punto de intensidad nuevo, cuando hubo empresarios que se adentraron en la región para incendiar bosques enteros, al tiempo que el gobierno de Indonesia decidía abrir sus selvas a la inversión extranjera, sin límite alguno a la tala. Y todo eso en mitad de una pandemia, cuando cabría pensar que los estados se lo iban a pensar dos veces antes de dar alas a una mayor destrucción forestal. Porque lo cierto es que la ciencia es tremendamente clara acerca del hecho de que la deforestación es el principal desencadenante de la zoonosis. Cuando las carreteras se abren paso a través de los bosques, los patógenos que habitan en ellos entran en contacto con los seres humanos; cuando se talan bosques enteros, los portadores (como los murciélagos, que portan los coronavirus) se ven obligados a irse a otro lugar. Es aquí donde el contraste entre el coronavirus y el cambio climático se esfuma: es precisamente allí donde se ven involucradas las principales entidades de acumulación de capital donde los estados no han estado preparados para llevar a cabo ningún movimiento contra las causas de la pandemia. En su lugar, lo que hemos visto este año ha sido cómo se echa más gasolina al fuego de la fiebre global: más deforestación, lo que ha causado el surgimiento de nuevas enfermedades infecciosas, junto a una mayor quema de combustibles fósiles. Todos los pasos se están dando en la dirección equivocada.

    En «El murciélago y el capital» hay una idea que aparece con frecuencia y que nos resulta interesante: no solo la deforestación y la destrucción de ecosistemas están entre los principales desencadenantes tanto de las pandemias como del cambio climático, sino que también es muy importante en este sentido la mercantilización y subsunción de la vida animal a los circuitos del capital. Llegas incluso a proponer, de manera bastante provocativa, que deberíamos alcanzar un «veganismo global obligatorio». En este sentido, ¿crees que el antiespecismo, que ahora mismo en la práctica parece estar políticamente separado de la lucha ecologista, podría tener un papel relevante en la lucha contra el cambio climático y viceversa?

    Eso creo, sí. El «veganismo global obligatorio» es, por supuesto, una provocación. No tengo ninguna intención de prohibir el consumo de carne al pueblo sami o a comunidades del Amazonas con las que no se ha establecido ningún contacto. Pero sí que creo que la generalización del veganismo sería un fin deseable dentro de la transición que necesariamente tiene que hacer en su dieta el norte global rico; eso para empezar. Nuestras metrópolis no pueden seguir cebándose gracias a las preciadas tierras que hay por todo el planeta. Lo que hace falta es utilizar la tierra para otros fines que no son ni la producción de carne ni la de lácteos; especialmente se deben dedicar a la resilvestración y la reforestación, que permitirán absorber CO2 y estabilizar el clima. Estamos alcanzando un punto en el que el interés de la humanidad por su propia supervivencia (y debemos suponer que existe tal interés, al menos más allá de las clases dominantes, de la extrema derecha y demás gente que parece poseída por una arrebatadora pulsión de muerte) se está alineando de manera objetiva con la de otras especies. Lo que quiero decir es lo siguiente: la crisis de biodiversidad ahora mismo se ha vuelto también peligrosa para los seres humanos. El COVID-19 es la primera manifestación épica de esta respuesta. Lo que ha sucedido hace poco en la granja de visones en Dinamarca nos ha puesto ante los ojos de nuevo el mismo asunto: al tener enjaulados a quince millones de criaturas, la industria danesa de visones (que es la más grande del mundo, pues produce abrigos de piel y productos de pestañas falsas para un segmento de consumidores espantosamente rico) generó las condiciones perfectas para que el Sars-Cov-2 saltase de nuevo a organismos animales, mutase y volviese otra vez a los seres humanos de una forma potencialmente desastrosa. Por tanto, el estado danés ahora está liquidando esa industria. Esto es algo que, por supuesto, los y las activistas por los derechos de los animales han estado exigiendo desde hace una eternidad por compasión hacia los visones, que necesitan deambular y nadar y andar escarbando; para estas criaturas, la vida en una jaula es de un terror abyecto. Y ahora finalmente se ha convertido en una fuente de terror también para los seres humanos. En el mismo espíritu, el cambio de la comida de origen animal a la de origen vegetal en nuestra dieta debería estar motivado por un interés humano por nosotros mismos. Por decirlo de algún modo, el antiespecismo se convierte así en un abandono con base antropocéntrica del reino animal.

    En tu libro hay una parte en la que hablas de algo que para mucha gente de izquierdas no es fácil de asumir: la necesidad de hacer cesiones, un asunto que incluso los bolcheviques tuvieron que afrontar y que se vuelve aún más inevitable cuando apenas disponemos de fuerza política y queremos empezar a crecer, que es lo que sucede actualmente. ¿Cómo podríamos combinar esta necesidad con la de empezar a ver cambios drásticos de manera inmediata? ¿Cómo puede el movimiento climático empezar a levantarse a partir de esta idea de un diálogo entre reforma y revolución, y no solo a partir de la oposición negativa entre reforma o revolución?

    A mí, que vengo del movimiento trotskista, la conceptualización que más me atrae de la relación entre reforma y revolución sigue siendo la idea de «reivindicaciones transitorias»: se elevan reivindicaciones que articulan intereses materiales inmediatos de los grupos subalternos, pero ello, precisamente por esta razón, entra en conflicto con el statu quo y acaba apuntando aún más allá. Las reivindicaciones más básicas por una transición climática tienen esta forma. La abolición total de aquello que normalmente denominamos «industria de combustibles fósiles» (las compañías que extraen sus beneficios directamente de la producción de petróleo, gas y carbón) es una reivindicación de mínimos para lograr la estabilización del clima. Toda aquella persona que tenga cierta idea sobre la crisis climática sabe también que esas empresas no pueden seguir existiendo en cuanto tales. Deben ser apartadas de la economía de manera inmediata y para siempre. Sin embargo, eso abriría un agujero enorme en el tejido del capitalismo tal cual existe actualmente y no sabemos qué puede surgir al otro lado; perfectamente podría ser alguna versión de una sociedad poscapitalista. No obstante, es importante no poner el carro delante de los bueyes. No se arranca diciendo «acabemos con el capitalismo», esa no es la lógica de las reivindicaciones transitorias. Uno empieza exigiendo lo que es necesario ahora y luego sigue la dinámica social de esa demanda allí donde le lleve. Por poner un caso un poco más concreto, pensemos en un país del que rara vez se habla en este contexto: Francia. La empresa privada más grande del país es Total, una de las compañías de petróleo y gas más grandes del mundo. Como cualquier otra empresa del sector, ahora mismo está planeando una expansión de su producción para la década actual, la misma en la que las emisiones se deben reducir a la mitad a nivel mundial si queremos conservar alguna posibilidad de tener un calentamiento global que esté por debajo de 1,5 ºC. Evidentemente, Total tiene que dejar de existir. La manera más obvia de lograr que eso suceda sería nacionalizar la compañía y poner fin a toda su producción de petróleo y gas (y yo añadiría que habría que convertirla en una entidad dedicada a absorber CO2 de la atmósfera en lugar de a emitirlo). Es también evidente que el estado francés no está pensando hacer esto ni nada que se le parezca. Al contrario, el presidente Macron respalda los planes que tiene Total de irse al Ártico a hacer perforaciones en busca de más petróleo, y lo hace en el mismo momento en el que hay científicos informándonos de que el calentamiento en el Ártico se está dando a tal velocidad que los depósitos de hidrato de metano ubicados en el fondo del mar se están activando, filtrando así a la atmósfera este gas de efecto invernadero ultrapotente, uno de los mecanismos de retroalimentación más temidos y peligrosos del sistema climático. Pero imaginemos que el estado francés, sometido a algún tipo de presión de masas, de hecho socializase Total y se la quedase. ¿Sería eso compatible con el capitalismo tal cual lo conocemos en Francia o apuntaría, de manera más o menos inevitable, a un lugar situado más allá del statu quo? Esa es la lógica de las reivindicaciones transitorias en la crisis climática: trascienden la oposición binaria entre reforma y revolución. Y, en este momento de emergencia, lo cierto es que no podemos permitirnos quedarnos atascados en ningún tipo de insistencia purista en ninguna de las dos. Sencillamente hay que hacer lo hay que hacer.

    Dentro del mismo marco de reforma y revolución, en el libro sugieres que incluso los revolucionarios más radicales del siglo veinte tuvieron que mantener cierta continuidad con el antiguo régimen debido a las circunstancias extremas que estaban afrontando. Las nuestras no solo son extremas, sino que además nos dan muy poco tiempo para reaccionar. ¿Crees que deberíamos hacernos a la idea de que los cambios políticos más importantes de la próxima década para superar lo peor del cambio climático se darán dentro del antiguo régimen capitalista? ¿O esta es la receta perfecta para el desastre y el derrotismo?

    Retomo la respuesta a la pregunta anterior: no podemos aceptar el capitalismo como un marco del que no podemos escapar y en el que tenemos que permanecer mientras resolvemos el problema del clima. No obstante, tampoco podemos decir que solo acabando primero con el capitalismo vamos a poder abordar el asunto del clima. Eso es una bobada. La lógica de la reivindicaciones transitorias, a riesgo de repetirme, es la de insistir en las políticas que resulten más evidentes (pensemos en la petición de paz en Rusia en 1917) y después, dado que estas políticas solo pueden ser llevadas a cabo a través de la confrontación con las clases dominantes, o al menos con fracciones de la clase dominante, prepararnos para ir más allá de su gobierno, si es eso lo que hace falta. La transición climática es un viaje que no empieza (que no puede empezar) con el fin del capitalismo, como tampoco pudo la revolución rusa. Puede terminar en ello, pero eso aún no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que ninguna de nuestras exigencias (emisiones cero, la liquidación de la industria de combustibles fósiles, revertir la deforestación, etcétera) va a darse sin lucha. Y esa lucha debemos darla hasta el final. Todo depende de ello.

    En otras entrevistas has señalado que esta cuarentena a nivel global ha supuesto todo un golpe para la lucha contra el cambio climático, la cual parecía estar en auge antes de marzo. Además, como decíamos antes, la pandemia ha demostrado que es más que necesario un movimiento social potente para dotar de ambición y sentido a las intervenciones estatales. Esto nos podría recordar otro de los preceptos leninistas: debemos estar preparados para aprovechar el momento. ¿Cómo podría prepararse el movimiento climático antes de una posible vuelta a la normalidad, cómo debería proceder cuando eso suceda (si es que sucede)? ¿Crees que la actual situación podría ser redirigida contra el capital fósil? En resumidas cuentas, ¿qué aspecto podría tener hoy ese «momento a aprovechar»?

    Una cosa que defiendo en How to Blow Up a Pipeline: Learning to Fight in a World on Fire, que aparecerá en la editorial británica Verso en enero y algo más tarde en castellano [Cómo dinamitar un oleoducto. Nuevas luchas en un mundo en llamas será publicado también por Errata Naturae], es que el movimiento por el clima tiene que aprovechar los momentos de desastres climáticos, es decir, debemos aprender a actuar cuando nos golpeen sucesos meteorológicos extremos. Hasta el momento, el movimiento ha seguido un calendario ajeno al clima (huelgas los viernes, eventos contra las cumbres de la COP) y rara vez ha ajustado sus acciones a desastres reales, pero la próxima vez que Australia sufra unos incendios infernales, el movimiento debería lanzar una serie de acciones militantes contra la industria del carbón del país, y el próximo verano que Europa padezca un calor y unas sequías insoportables, deberíamos atacar las infraestructuras y tecnologías de combustibles fósiles para dejarle claro a la gente que, a menos que desarmemos esta maquinaria, vamos a arder hasta la muerte. El leninismo ecológico en funcionamiento sería eso: transformar una crisis de los síntomas en una crisis contra las causas. Los momentos de condiciones meteorológicas extremas y el sufrimiento que los acompaña deben ser politizados como los episodios bélicos que en realidad son. Son también los momentos en los que existe el potencial de ganar un apoyo masivo para la resistencia contra los combustibles fósiles; el verano de 2018 en Europa y lo que vino después (Fridays for Future y Extinction Rebellion) así lo indican. Tenemos que aprender a golpear cuando la cosa se está poniendo caliente, de manera bastante literal. Es entonces cuando las acciones militantes de masas se deben escalar, llegando a tomar las infraestructuras y tecnologías de combustibles fósiles, también dentro de las ciudades, para asfixiarlas hasta tal punto que los estados se vean obligados a negociar su desmantelamiento permanente. Pero está claro que hay algo de camino que recorrer hasta llegar ahí.

    Como dices en el libro, el comunismo ha sido un movimiento fuertemente vinculado a las ideas de emergencia y salvación, desde el Manifiesto comunista hasta el periodo de 1914-1945 y hasta, queremos creer, la actual crisis climática. ¿Crees que si abordamos el cambio climático y la destrucción de ecosistemas desde una perspectiva realmente de emergencia, esta sería inherentemente comunista, al menos en espíritu (si es que existe tal cosa)?

    Debemos atrevernos a enfrentarnos a la propiedad privada. Esto es inevitable, es el alfa y el omega. Que eso requiera un comunismo en toda regla es harina de otro costal; yo creo que en ningún caso lo hace de manera axiomática. Uno puede concebir de manera lógica la abolición de las industrias de combustibles fósiles sin la abolición del capitalismo como modo de producción. Pero, de nuevo, la abolición de las primeras perfectamente puede llevar a una ruptura con el capitalismo. A fin de cuentas, las reivindicaciones transitorias básicas y de mínimos apuntan algo que se parece bastante al comunismo de guerra.

    En todo caso, sí afirmas que las experiencias comunistas históricas fueron una especie de operación de rescate a partir de fallos catastróficos anteriores, esto es, fueron empresas inherentemente trágicas. Dices que deberíamos estar dispuestos a aceptar esta situación y a tener por delante una vida de lucha sin cuartel. Todo indicaría que esto es así y, pese a todo, vivimos en sociedades en las que cualquier cambio significativo viene después de haber convencido a un porcentaje importante de la población. Un comunismo del desastre, en estas condiciones, podría parecer un suicidio político perfecto a la hora de hacer campaña por él. ¿Qué opinas al respecto?

    En las pancartas yo no escribiría «¡Comunismo del desastre ya!», sino que plasmaría reivindicaciones como las que hemos mencionado, que puedan granjearse un apoyo extenso, como lo hacen, claro está, la reivindicaciones por un Green New Deal, por una transición justa y otros proyectos similares. Lo que pasa con el comunismo en el siglo veintiuno (si pensamos en el comunismo como una sociedad sin clases en la que todo el mundo tiene sus necesidades básicas cubiertas) es que probablemente tendría que construirse en una situación de escasez más que de abundancia. No tenemos más que pensar en el aumento del nivel del mar. Si crece dos metros, la mayor parte de Bangladés y todo el sur de Irak van a estar inundados, y puede que ya sea demasiado tarde para evitar este crecimiento, dada la velocidad y la irreversibilidad potencial del derretimiento del hielo en Groenlandia y en la Antártida occidental. Así pues, de aquí a un siglo, el comunismo en países como Bangladés o en el sur de Irak tendría una forma más parecida a la del comunismo de guerra o del desastre que a propuestas como el «comunismo de lujo totalmente automatizado», que parten de una «capacidad de suministro extremo» de cualquier bien que podamos desear. Bien pudiera ser que hubiera una escasez extrema de los bienes más básicos, incluso de un suelo sobre el que poner los pies. ¿Cómo cubriríamos entonces las necesidades de todo el mundo? ¿Podemos hacerlo sin dejar atrás las terribles desigualdades que existen en una sociedad de clases? Son preguntas que debemos hacernos de manera seria. Tendríamos que formular nuestras reivindicaciones más inmediatas pensando en evitar hacer más daño a la Tierra, pero sabiendo que hay un daño que ya se le ha hecho.

    Dicho todo esto, cierras tu libro vinculando las ideas de supervivencia y utopía. La de utopía es una noción que nos resulta muy cercana, pensada no solo como la necesidad de dibujar un futuro imaginario mejor, sino también, y de manera muy concreta, un presente diferente. ¿En tu idea de «comunismo de guerra» hay espacio para el pensamiento utópico?

    Desde luego. Como señalo en el libro (si bien no me extiendo en ello, ya lo han hecho otras personas) una transición que deje atrás los combustibles fósiles es compatible con mejoras radicales en las vidas de la gente. Puede venir acompañada de mejores trabajos, trabajos más seguros y, lo que no es menor, menos trabajo: jornadas laborales más cortas, más tiempo libre. De hecho en el comunismo de guerra original existía también una pulsión utópica: la emergencia de la guerra civil rusa ofreció la ocasión de experimentar con una vida sin dinero ni propiedad privada. Evidentemente, no salió demasiado bien. Pero la supervivencia y la utopía no son conceptos opuestos por definición. La primera podría hallarse en la segunda y necesitarla.

    La ilustración de cabecera es «La carga de la caballería roja», de Kazimir Malévich (1878-1935).

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  • «El feminismo y el ecologismo tenemos un enemigo común: el patriarcado capitalista» – Entrevista a Red Ecofeminista

    «El feminismo y el ecologismo tenemos un enemigo común: el patriarcado capitalista» – Entrevista a Red Ecofeminista

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    Hablamos con Vanessa, de Red Ecofeminista, dentro de nuestra serie de entrevistas con colectivos ecologistas. Podéis encontrar aquí la que hicimos a Extinction Rebellion, y aquí la de Fridays for Future. La conversación ha sido editada por motivos de longitud y claridad.

    Pregunta. Empezando por lo básico: ¿qué es y cómo surge Red Ecofeminista?

    Respuesta. Aunque la Red oficialmente nace como asociación en el 2012, ya desde hacía unos años un grupo de mujeres de diferentes territorios del estado español, que se habían conocido en el activismo ecologista, feminista y de la ecología política, habían identificado la necesidad de estructurar un espacio independiente, no partidista, de convivencia, elaboración y aprendizaje teórico ecofeminista.

    La aparición del libro Ecofeminismo para otro mundo posible (Cátedra, 2011), de Alicia Puleo, proporcionó el marco teórico de un ecofeminismo constructivista que permitió la incorporación de muchas mujeres feministas que hasta ese momento recelaban del ecofeminismo por considerarlo cercano al esencialismo.

    Desde los inicios de la Red, y a lo largo de todos estos años, la sororidad y los planteamientos slow, así como las relaciones horizontales no patriarcales, sin más jerarquías que las del conocimiento, los méritos y el trabajo, han sido la esencia del grupo.

    P. ¿Cómo definiríais el ecofeminismo como teoría y como movimiento político?

    R. El ecofeminismo que nosotras representamos es un ecofeminismo ilustrado que bebe de Alicia Puleo y de la confluencia entre el ecologismo y el feminismo. Nosotras tenemos claro que no es un batiburrillo, pero ¿cómo lo percibe la gente? Os cuento una anécdota: recuerdo que el 8 de marzo de 2018 llevábamos la pancarta de Red Ecofeminista y se nos acercaba la gente a preguntar: «¿Red qué? ¿economi-qué? ¿economista?». Y estamos hablando de hace dos años. Ahora estamos viviendo una explosión y se habla mucho de feminismo y de ecofeminismo, pero a veces también pasa ―haciendo un paralelismo― como con el veganismo, que mucha gente no entiende de dónde surge, el recorrido que hay detrás, y parece que es algo de nueva creación, cuando, en el caso del veganismo, es un movimiento político que tiene sesenta años. En el caso del ecofeminismo, el término como tal nace en el año 1974, pero se inspira en la genealogía feminista de décadas anteriores.

    Yo creo que a veces falta formación y también hace falta no pensar que cuando llegamos a un movimiento tenemos que reinventarlo y repensarlo todo y que todo lo anterior ya no nos vale, algo que también vemos mucho dentro del ecologismo. Parece que ahora todo suena viejuno y hay que ser repensar absolutamente todo, pero eso viejuno ha conseguido grandes victorias.

    P. Entonces sí creéis que hay una visión generalizada muy simple del ecofeminismo.

    R. Lo que pasa es que existen diferentes ecofeminismos. En nuestro caso es un feminismo crítico ilustrado, algo que a la gente le choca, y es más fácil que conecten con ese ecofeminismo esencialista que ve a la mujer como a la madre tierra y que, por eso, hay que salvar el planeta y a los animales, algo que está muy ligado al cuerpo y al concepto de feminidad, todo lo que desde el feminismo se intenta deconstruir. Entonces nos encontramos con barreras por parte del feminismo, también del feminismo radical, que pregunta: «Oye, ¿dónde estáis situando el concepto vida?, ¿qué significa esto?», pero también por parte del ecologismo, y de la población en general, que no tiene muy claro de qué estamos hablando.

    Por ejemplo, nosotras no nos solemos hablar nunca de vida en términos absolutos, siempre le ponemos apellidos, porque «poner la vida en el centro» es una frase muy bonita que es un gran eslogan publicitario y todo el mundo está de acuerdo, ¿pero qué significa eso si andamos un poco más? Nosotras tenemos muy claro en nuestra base teórica que los derechos sexuales y reproductivos son una máxima dentro del ecofeminismo que defendemos. Pero, cuando hablamos de «poner la vida en el centro», podemos encontrarnos con que pueden venir hordas de los provida contra el aborto y decir: «Ah, pues yo también estoy aquí». Alicia Puleo siempre dice que hay que tener cuidado con esto y que hay que tener cuidado con el cuidado. Hay que cuidar cómo utilizamos el lenguaje y pensar qué versión retorcida se puede dar a determinadas palabras o conceptos. Por eso respecto a los conflictos capital-vida y capital-trabajo no me gusta hablar de vida sin matizar.

    P. Ahora el ecofeminismo que está ocupando el centro del discurso es muy «político». Plantea contradicciones entre una vida buena ―una sociedad en la que se ponga por delante el bienestar de la gente― y el capital, pero es verdad que hasta ahora, cuando se hablaba de ecofeminismo, la imagen era la de chicas yéndose a convivencias de mujeres a encontrarse con su cuerpo, donde pudiera parecer que las potencialidades políticas fuesen menores. Ese esencialismo vosotras lo dejáis de lado.

    R. El ecofeminismo esencialista tampoco es una cosa de ayer, dentro de él hay referentes como Vandana Shiva. Creo que el principal problema es que no recoge todas las reivindicaciones feministas radicales en su identidad. Sí que pone en el centro ―Shiva lo hace― el conflicto contra el capital y sobre todo pone en el centro que existen otros pueblos; nos permiten alejarnos de esa visión hegemónica eurocéntrica del feminismo que teníamos hasta el momento. Pero se olvida de otras cosas y creo que aquí es donde radica el problema. Volvamos al tema de los cuidados: ellas consideran que nosotras las mujeres nacemos con un don, que es el de cuidar. Tenemos los cuidados en nuestros genes: llegamos al mundo y sabemos cuidar. Es curioso, porque el feminismo ha luchado tantísimo por deconstruir los roles de género y por deshacerse de esa dualidad entre hombres y mujeres, y llega de repente un ecofeminismo que se lo apropia. Sí que le da un giro, y hay que reconocérselo, y es que pone en valor todas aquellas características que se han atribuido a las mujeres, el problema es que no se las atribuyen a los hombres; considera que nosotras estamos más capacitadas para cuidar, para empatizar, y se están olvidando de que todo esto es una construcción social e histórica y que es difícil que cambie de la noche a la mañana, pero que necesitamos que cambie, porque los cuidados tienen que ser una corresponsabilidad de todas las personas que habitamos el planeta. De esa parte esencialista nosotras nos alejamos de manera tajante. Nosotras recogemos muchas de las reivindicaciones de las feministas radicales y por eso nos declaramos abiertamente abolicionistas respecto a la prostitución, a los vientres de alquiler, etcétera. Defendemos los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Ahí sí que tenemos cosas que se diferencian del ecofeminismo esencialista, que no se posiciona con respecto a los derechos sexuales y reproductivos o, cuando lo hace, es en contra, pues considera por ejemplo que no se debe poder interrumpir un embarazo.

    P. Uno de los puntos más fuertes del ecofeminismo, que nos interesa mucho, es que señala un conflicto de manera clarísima, que es el conflicto capital/vida. Por un lado, es interesante que el «enemigo» al que se señala sea el capital ―no las emisiones, no el extractivismo, no el modo de vida occidental y consumista, quizá porque el capital ya asume todo esto―; por otro, parece un paso nuevo frente al conflicto clásico capital/trabajo. ¿Podrías explicar cómo concebís el conflicto capital/vida y qué lo diferenciaría del conflicto capital/trabajo? ¿Cuál es el papel del patriarcado dentro de este conflicto capital/vida?

    R. Creo que lo que tenemos en común desde el feminismo y desde el ecologismo ―y, por tanto, en el ecofeminismo― es nuestro enemigo, y nuestro enemigo es el patriarcado, al que le pongo el apellido capitalista. Lo pongo en este orden porque creo que el principal problema es el patriarcado y es verdad que luego tenemos un problema añadido con el capitalismo, pero da igual que venzamos al capitalismo si seguimos teniendo una sociedad patriarcal. ¿Que a la inversa también puede generar muchísimos problemas? También, pero creo que una sociedad no patriarcal es difícil que sea capitalista, aunque podría serlo si no es ecofeminista. Pero creo que el principal problema que tenemos ahora mismo precisamente es con estos dos enemigos comunes y unidos en el patriarcado capitalista. Existen un montón de factores que hacen que vivamos en una sociedad tremendamente desigual, en el que las víctimas siempre son las personas empobrecidas por el sistema, pero es que la ONU nos dice que el 70% de las personas pobres en el mundo son mujeres; el empobrecimiento o la pobreza tiene rostro de mujer. Pero sí que creo que, a pesar de que es verdad que el sistema nos empuja y nos victimiza, y por eso vivimos en una sociedad muy desigual y muy injusta, también somos nosotras las que nos hemos convertido en los últimos en agentes activas del cambio. Y eso es así porque esta cuarta ola feminista tiene un rasgo característico en todos los lugares del mundo que nos ha permitido que nos identifiquemos con las otras, que es este concepto maravilloso de sororidad. Y vemos que el ecofeminismo puede dar respuesta a lo que no han dado respuesta otros muchos movimientos.

    P. Vinculado con todo lo anterior: ¿creéis que los espacios ecologistas y feministas han hecho por encontrarse y coordinarse o todavía queda mucho camino por recorrer?, ¿qué obstáculos y potencialidades veis o habéis experimentado en vuestro día a día?

    R. Ha sido difícil. Ahora es mucho más «fácil», así, entre comillas, pero hace unos años era muy complicado porque se dan muchas circunstancias. Es muy difícil hablar de ecologismo y de ecofeminismo en movimientos feministas más radicales porque se tiene rechazo o el miedo a ver mermados los derechos sexuales y reproductivos que tanto han costado conseguir. Creo que por ahí surge un problema en ese espacio. Y en el ecologismo es difícil hablar de ecofeminismo, y ya no hablemos de feminismo, porque normalmente han sido estructuras muy patriarcales, tremendamente machistas. Si pensamos en el movimiento ecologista en el estado español, aunque en la base hubiera muchísimas mujeres ―como en casi todas las organizaciones, sean del tipo que sean―, la parte más alta y la representativa solo ha sido copada por hombres. Esto está cambiando, pero hasta hace unos años solo eran hombres quienes tomaban las decisiones y, además, las prioridades han sido diferentes a las que podíamos reclamar desde otro tipo de espacios. En los últimos años está cambiando, pero no porque el movimiento ecologista haya hecho un esfuerzo consciente por cambiar, sino porque han llegado personas nuevas a los movimientos, y muchas veces han sido mujeres jóvenes, bastante deconstruidas, que han dicho: «Oye, esto no puede seguir así»; no ha sido porque el movimiento ecologista se haya repensado y deconstruido.

    Ha habido excepciones; por ejemplo, se me ocurre que en Ecologistas en Acción, de la que formo parte, se lanzó el Patriarcalitest, un test para pasar en las organizaciones y autoevaluar si estaba habiendo actitudes machistas y patriarcales. Pero en general no se ha producido un cambio. Y luego se da otra situación, y es que, en nuestro caso, por ejemplo, somos feministas animalistas; en mi caso concreto antiespecista, pero hemos llegado al acuerdo de definirnos como animalistas, que es más fácil de entender. Imaginaos cómo es llegar a los movimientos animalistas, que también están tremendamente patriarcalizados. En España faltaba mucho recorrido en este ámbito y por eso yo separo mucho lo que es el antiespecismo del animalismo. Había un momento animalista potente, pero muy orientado a acabar con la tauromaquia, a cuidar de especies domésticas que conviven con las personas en sus hogares, y era curioso porque, a pesar de ser movimientos animalistas, no tenían que ser veganos, eran movimientos que tenían otras prioridades. Y mucho menos se planteaban introducir el feminismo, y menos aún el ecologismo. De hecho, hay una «guerra» entre el ecologismo y el animalismo desde hace décadas y a veces tengo la sensación de que actuamos como mediadoras entre todas las partes. Yo, por ejemplo, estoy en diferentes grupos ecologistas, feministas, antiespecistas y ecofeministas, y desde un espacio no se entiende lo que haces en otro espacio. Eso sí que está cambiando, sí que creo que ha ayudado globalizar cosas. Hay un problema de base teórica conceptual, y aquí no se entiende qué es el veganismo, que es un movimiento político. Cuando no se entiende esto te encuentras con el greenwashing, o con sustitutos veganos ―que en realidad son vegetarianos― y punto, pero sin ir más allá viendo las connotaciones sociales, o respecto a la soberanía alimentaria, o las implicaciones energéticas. Creo que eso sí está cambiando desde hace muy poco con la llegada de grupos diferentes, no sé si podríamos llamarlos la «primavera climática» o básicamente grupos climáticos de gente muy joven. Con otros movimientos también puede que esté cambiando. Por ejemplo, a raíz del 8 de marzo del 2017, en el 2018 se hace la huelga de consumo y la Comisión 8 de Marzo tiene el asesoramiento de Ecologistas en Acción, del área de ecofeminismo, y eso le da un respaldo. Hay cosas que empiezan a tener eco y comenzamos a relacionar el capitalismo con el patriarcado. Así, parece que lo que no se había hecho en España en décadas se ha hecho en tres años. Mi preocupación es que cuando los cambios se producen tan rápido a veces no nos dé tiempo a meditar qué hay detrás, tenemos una falta de memoria de la genealogía feminista histórica que a veces es preocupante.

    P. ¿En qué medida crees que el feminismo se está dejando notar en el movimiento ecologista? Han surgido nuevas organizaciones como Feministas por el Clima, ¿a qué crees que se debe esto?

    R. Aquí sí que diferenciaría lo que es el Estado español de otros lugares. Por ejemplo, aquí creo que se debe a que hay mucha gente joven con nuevas inquietudes y que entienden las relaciones personales de otra manera; igual que entienden los movimientos sociales y las asambleas de otra maner. Incluso creo que perciben todo el marco teórico de estos movimientos de otra manera. Creo que ha llegado este relevo generacional que siempre se ha reclamado tanto desde el feminismo como desde el ecologismo y que a lo mejor, aunque siempre ha estado cerca, no se había sabido incorporar a la gente con estas nuevas inquietudes o estas nuevas formas de hacer las cosas. Creo que aquí en general los movimientos se han visto desbordados y eso se puede ver si vas a una asamblea de una organización más clásica o si vas a una asamblea de una de estas nuevas organizaciones: se han incorporado los cuidados, la asertividad de los más jóvenes, la escucha activa, se respetan los tiempos, a las personas y sus necesidades; es muy diferente. Nosotras pensamos que eso ya es estar practicando el ecofeminismo sin que quizá sean perfectamente conscientes. Después de esto, la incorporación del ecofeminismo es mucho más fácil porque ya se estaba practicando de una manera activa aunque sin nombrarlo. Existe un grupo feminista en el pueblo en el que yo vivo. Me encantan esas mujeres porque un día hablando con ellas, de sus principios identitarios, de ecologismo, feminismo, abolicionismo y demás, de repente les dije: «¿Pero no os definís como ecofeministas?». Y me respondieron: «Ah, es verdad. Pues sí, claro que lo somos». Pero estaba tan interiorizado y tan metido en su práctica que ni siquiera habían pensado en nombrarse. En otros espacios por otro lado, nombrarse puede ser increíblemente necesario porque a lo mejor no lo son de una forma tan natural, pero de esta forma sirve como recordatorio y como meta a la que aspirar.

    Fuera, en otros territorios, todo esto funciona diferente. Por ejemplo, en América Latina muchas no se consideran a lo mejor directamente ecofeministas pero por otras razones, y tras un poco de indagación te das cuenta de que en muchas luchas que se están librando allí son ejemplos claros de lo que es una lucha ecofeminista. Ahora es relativamente fácil considerarse abiertamente feminista o ecologistaantiespecista ya es otro nivel―, pero hace unos años recuerdo que era muy, muy complicado. Enseguida te encontrabas en discusiones en las que te acusaban de hembrista, de exagerada y todo eso. También creo que los movimientos han madurado gracias a este apoyo mutuo y a la solidaridad para seguir acompañándonos en red.

    P. De entrada parece intuitivo pensar que en un grupo ecologista automáticamente todo el mundo va a ser majo, feminista, va a estar deconstruido, todo el mundo es estupendo, y este tipo de cosas no suelen ser así. Y además, volviendo a lo que comentabas antes de las asambleas que me parece interesante, hay una cosa un tanto alucinante y es que se extienden de manera interminable, porque parece que la gente no tiene casa. Si, en el peor de los casos, no tuvieran casa sería comprensible, pero el problema es que sí que la tienen y no quieren volver; por no insistir en lo que has dicho del trato en las asambleas, el respeto de los tiempos, y demás. ¿La división del trabajo también es algo que se da en todos los colectivos, con hombres que dan charlas, hacen presentaciones, se encargan del trabajo intelectual, y mujeres que pasan acta, colocan las sillas, organizan el trabajo? En todo caso, hay una cosa especialmente preocupante: las estructuras de poder informales, que las cosas se decidan en las cervezas de después de las asambleas. Quizás puedas hablar sobre las organizaciones en las que estás, sobre las diferencias que ves entre las organizaciones mixtas y no mixtas en las que colaboras.

    R. Clarísimamente, el patriarcado está prácticamente en todas las organizaciones. Normalmente, ¿quién se quedaba en las asambleas? Ellos. ¿Porque nosotras dónde estábamos? Haciendo las tareas de cuidados, y tú lo has dicho, la división sexual del trabajo: ellos en trabajos productivos, nosotras en los trabajos reproductivos, invisibles e invisibilizados. En cuanto a la duración de las asambleas, eso se complica. Yo tengo mi propia teoría, y es que, al igual que estoy en el bar con el fútbol, pues estoy aquí en la asamblea con mis colegas, con los que además comparto todo lo que digo, me escuchan y, además, tengo la sensación de que ―y esto lo ves mucho cuando vas a reuniones así― hay determinados hombres a los que les encanta escucharse. Creo que en esta parte de la división sexual del trabajo no hacen lo que les tocaría hacer en casa porque «es que están salvando el mundo». Siempre hemos estado en los movimientos de manera informal, porque para que los hombres estén, nosotras tenemos que estar sustentando ese activismo, pero cuando entramos de manera más formal en los movimientos, nunca llegamos arriba y, por tanto, las cosas no cambian, y además si hablas dicen que «ya está la pesada». Tienes que tener hecho un trabajo personal muy grande para que eso no te afecte, para que no digas: «Pues yo aquí no vuelvo».

    Yo, personalmente, soy muy feliz en los colectivos no mixtos. En Feministas por el Clima el primer día se preguntó si queríamos ser un grupo mixto o no mixto y fuimos tres la que dijimos que queríamos ser no mixto, y se respetó. Y con esto no digo que no tengan que existir los grupos mixtos, pero de hecho creo que es necesario que existan grupos de tíos que se reúnan y que se deconstruyan ellos, creo que es vital. Porque también pasa que, en una asamblea, no solo tengo que estar pendiente de lo mío sino que también tengo que estar pendiente de si lo que estás siendo machista o reproduciendo un comportamiento patriarcal… Haceoslo mirar.

    Y no debemos quedarnos en lo meramente anecdótico ―los tiempos, los turnos de palabra, que también es importante―, sino que debemos acudir a la base: cómo distribuimos la carga mental y la visibilidad que le damos a las mujeres y a los hombres en los actos públicos, cómo trabajamos su representatividad. Yo no quiero estar ahí por una cuota, lo que yo quiero es estar ahí por lo que yo valgo, pero para ello hace falta que no me pongan la zancadilla por ser una mujer y que entonces no pueda estar ahí. ¿Que ahora mismo necesitamos cuotas para avanzar en la desigualdad que sufrimos? Claro que sí, pero no quiero vivir en una sociedad de cuotas. Lo que quiero es que no se me discrimine por ser mujer, que es algo que en los movimientos se ve bastante. Cuando montas una cosa muy gorda, ¿quiénes estamos en comunicación? Normalmente las tías; lo mismo en tareas administrativas y ese tipo cosas. ¿Pero quiénes ocupan las portavocías? Se está haciendo un trabajo muy importante ―a raíz de la Cumbre Social, de la huelga por el clima― de buscar la paridad, pero no una paridad «porque sí», sino porque tenemos que ir un paso más allá y preguntarnos por qué es necesaria esa paridad, que no es solo algo de cara a la galería. Porque además hay mucha gente y muchos colectivos que no se lo creen y que lo hacen efectivamente de cara a la galería, porque si no se les va a crucificar ―y con razón―. Pero es que ni siquiera se han planteado esto de verdad ni han introducido maneras de abordar posibles situaciones que se puedan dar, como por ejemplo el acoso sexual. ¿Cuántas organizaciones tienen un punto violeta?, ¿cómo abordamos que una compañera pueda sufrir acoso, o una agresión sexual o de algún otro tipo? Lo que suele pasar al final es que eso se lleva en petit comité (normalmente lo hace una misma) y se decide que «bueno, no hablemos de esto así en público, porque esto es algo que se tapa siempre, ya lo sabemos», y al final la chica acaba yéndose del movimiento o de la lucha o de lo que sea, y eso no puede ser. No somos tantas como para encima ir perdiéndonos por el camino. A lo mejor los que tenéis que estar en un segundo plano sois vosotros. Creo que para que cambie todo eso, para que cambien las locuras de asambleas de dieciocho horas lo que tiene que pasar es que vosotros os quedéis en casa haciendo la cena.

    P. En la organización de la Cumbre Social por el Clima hubo alguna discusión organizativa respecto al consumo de carne. En Contra el diluvio tenemos la postura política de reducir al máximo el consumo de productos de origen animal, que luego a nivel personal cada uno es más o menos coherente con esto (la mitad son veganos, hay gente que viene del antiespecismo, hay gente vegetariana). Y nos pareció un poco surrealista lo que pasó con el asunto de los ganaderos que querían preparar una caldereta en la Contracumbre. Eso me hace pensar, por un lado, en los conflictos que pueden surgir al estar, por ejemplo, en Ecologistas en Acción, que es una organización que defiende la ganadería extensiva como algo positivo, ni siquiera como un mal menor; y, por otro lado, estaba pensando también en Ganaderas en Red. El feminismo dentro del mundo la ganadería no existía antes porque no había mujeres o estaban invisibilizadas, y ahora el feminismo está en muchísimos sitios y eso causa muchas contradicciones. A lo mejor estoy pidiéndote otra vez que medies entre diferentes facciones, pero, como persona que está en varios colectivos, ¿cómo ves este tipo de contradicciones que a veces, sobre todo en redes, hacen que los debates que surgen son francamente fratricidas o sororicidas, y en mi opinión relativamente menores porque el enemigo claramente es otro? ¿Cómo ves lo de gastar energía en estas cosas?

    R. Aquello me pilló muy de cerca. Primero te respondo como Red Ecofeminista: tenemos muy claro es que no todas tenemos que tener las mismas luchas, hay que buscar entre todas las organizaciones y colectivos los puntos de unión, tenemos que intentar encontrarnos y hacer activismo desde ahí. Nosotras, como Red Ecofeminista, no intentamos que solo exista el ecofeminismo, porque no tendría ningún sentido. Creo que debemos confluir en lugares de encuentro, que cada movimiento tiene que luchar por lo que cree que son sus reivindicaciones y además no va a estar más legitimada esa lucha que si está representada por quienes lo están impulsando; no debemos caer en la tentación de pensar que el ecofeminismo tiene que ocuparse de todo, porque es muy injusto y me parece además muy esencialista.

    Y ahora te contesto a nivel personal: me invitaron en septiembre a una mesa en las jornadas de Garaldea e iba temerosa por lo que me pudiera encontrar. Estábamos invitadas una compañera de PACMA, otra del área de agroecología de Ecologistas en Acción y otra de Ganaderas en Red. Mucha gente acabó llorando. Hubo gente que se acercó y nos dio las gracias por el debate abierto, sin insultos. Para mí es difícil, yo tengo muy claro que el enemigo es el patriarcado capitalista, pero también es verdad que para mí es muy difícil hablar de animales no humanos, que parece que no le importan a nadie, y hablar de ganadería extensiva sin tener en cuenta que hay un ser sintiente que va a acabar asesinado y que no quiere ser asesinado. Me resulta muy difícil a nivel emocional. Si hablamos de estrategia, creo que no tiene ningún sentido que nos estemos matando entre nosotras, que es lo que quieren precisamente el patriarcado y el capitalismo, pero sí que creo que todas estamos en el mismo proceso de deconstrucción. Yo no nací vegana, pero me costó muchos años, muchas lágrimas y mucho sufrimiento que me dejaran hacer lo que me diera la gana. No soy nadie para juzgar, pero es verdad que en ese proceso de deconstrucción hay muchas vidas que están siendo asesinadas, y esto tampoco lo podemos olvidar. El acto fue muy interesante y muy bonito, pero yo ―y lo dije en ese momento, así que no tengo ningún inconveniente en repetirlo― no estoy de acuerdo con que se definan como ganadería feminista. Me parece estupendo que sean mujeres ganaderas y feministas, pero no ganaderas feministas. Para mí eso a nivel conceptual, a nivel teórico, a nivel práctico y a nivel empático no tiene sentido, porque considero que una de las máximas dentro del feminismo es la sororidad, y hay animales no humanos con los que no se está siendo nada sorora. No sé qué beneficio hay, no entiendo el fin de hablar de ganadería feminista. Es como hablar de feminismo liberal.

    P. O de «ejército feminista».

    R. Claro, cuando dentro de los principios del ecofeminismo por ejemplo está el pacifismo, no puedo entender por ejemplo que hablemos de un ejército ecofeminista, no tiene sentido, es un absurdo en sí mismo. A mí el asunto de la caldereta me resultó muy duro, me mandaron muchos mensajes de que la iban a hacer. A mí ese día además me invitaron a participar en el debate que hubo sobre agroecología, antiespecismo y demás; yo estaba muy mala y «me libré». Creo que fue bastante mal, pero no todo el mundo dentro del movimiento antiespecista es antes ecofeminista, ni todo el mundo el mundo dentro del movimiento antiespecista está preparado para abordar este debate desde la escucha activa, porque consideran que está mal y punto; para ellos se están asesinando vidas inocentes y punto. No hay más, no hay debate. Igual que consideramos que el Holocausto fue algo malo, qué debate hay ahí. Yo entendí que no era necesaria una caldereta porque, y esto también me preocupa, hemos llegado a un absurdo reduccionista, y es que, en el mundo rural, en la «España vacía», en la «España vaciada», parece que solo te puedes dedicar a la agricultura y a la ganadería. No puedes hacer nada más. Me preocupa que esa sea la única forma de reactivar esos territorios. Además es que no estoy de acuerdo con el concepto de «España vaciada». ¿Vacía o vaciada de qué? ¿De animales humanos? ¿Y los que no son humanos y pueden recuperar ese territorio que le habíamos usurpado? Tenemos además una visión muy idealizada de lo que es el mundo rural, cuando la realidad es que en España «el mundo rural» lo controlan unos ricachones que tienen casi todo el territorio y que reciben ayudas millonarias de la PAC, y en su mayoría están vinculados a grandes compañías, como pueden ser Mercadona, Nestlé, o a una casa nobiliaria. Lo que nosotros defendemos es la renaturalización, que viene del concepto de rewildering.

    P. De cara al 8 de marzo, pero también mirando hacia el futuro en general, ¿dónde creeis que es importante poner el foco para que las movilizaciones y las batallas futuras sean cada vez más acordes al ecofeminismo? ¿Qué ejes creéis que van a impulsar las medidas ecofeministas?

    R. Es fundamental estar donde haya capacidad de estar y donde sepas que vas a tener un feedback. Existe un foco mediático y social muy evidente, que se encuentra en un lugar específico. Hace veinte o treinta años el foco estaba claro: el agujero de la capa de ozono. Posteriormente, se empezó a hablar de calentamiento global, luego cambio climático y ahora es la emergencia climática o la crisis climática. Tanto para mí como para la Red, uno de los focos que no debemos perder nunca de vista es el de la defensa de la biodiversidad. Me gusta repetir esto a quien me quiera escuchar: Podemos tener un planeta en el que haya emisiones cero y en el que de todas maneras no haya vida. No perdamos esto de vista. No toda la lucha tiene que ser contra las emisiones, aunque no estoy diciendo que se deje de lado, pero no tiene sentido si esto no va a unido en esfuerzos por respetar los ríos, las aguas tanto subterráneas como superficiales, los océanos, los bosques, no importa que sea la Pampa Argentina o un desierto, un bosque de ribera o unos matorrales mediterráneos. Tenemos que preservar la naturaleza, sanar la naturaleza. Yo hablo de naturaleza y no de medioambiente porque estudié Ciencias Ambientales y no me gusta nada. Es una forma de antropizar de nuevo la naturaleza. Ahí es donde tenemos que poner el foco claramente.

    Creo que estamos viviendo un momento de sinergias muy bonito. Como decía antes esto se debe a esta cuarta ola del feminismo que se está viviendo globalmente y desde la que es más fácil conversar, dialogar y llegar a puntos de encuentro con otros movimientos, otros colectivos y otras mujeres. Desde este lado creo que se ven muchos avances desde hace unos años y tenemos que darnos cuenta de que venimos de ellos. Creo que se ha pasado de tener una visión que parecía que obligaba a estar sacrificando la lucha principal, como podía ser la de la defensa de los intereses de la clase obrera, a de repente ver claro que se está llegando a puntos de encuentro y a sinergias fundamentales tanto para la lucha obrera como para la de las mujeres, que al final es una misma lucha.

    También encontramos un montón de sinergias en el movimiento climático, con todos los jóvenes, con Fridays, Extinction, con vosotras; en movimientos estudiantiles y desde los institutos o universidades. Intentamos no olvidarnos tampoco de los movimientos de base «no formales», como pueden ser las vecinas que se juntan en la puerta de su casa los jueves para hablar de cómo va el barrio y que también se organizan para acompañar a la compra, a acompañar a quien necesite acompañamiento. Esta gente que parece organizada de forma «residual» ha sido la que en parte ha permitido que el azote de la crisis económica en España, aunque horrible, no llegase a lo peor. Precisamente este apoyo mutuo entre un montón de personas, fundamentalmente mujeres, ha sido lo que ha sustentado a muchas comunidades.

    La ilustración de cabecera es «Bilbao» (1998), de Helen Frankenthaler.

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