[Esta es una de las entrevistas que realizamos en el marco del libro colectivo La conquista del espacio, que puedes descargar íntegro en pdf aquí, o ver poco a poco aquí].
Vivo en Artieda, un pueblo de ochenta personas cerca de Yesa. Artieda, dentro de la comarca de la Jacetania, ese el pueblo que se ha opuesto siempre al pantano de Yesa. Hay una lucha histórica contra la Confederación Hidrográfica del Ebro. Yesa es un pantano que ya está construido, se construyó en la época en la que Franco hacía más pantanos, en los sesenta o así. Y después de sufrir las consecuencias del desarrollismo franquista y de toda la política pantanera de Joaquín Costa, empieza a haber un movimiento en contra. En esta zona lo que hay es un proyecto de recrecimiento, lo que quieren hacer es aumentar el tamaño del pantano, cuando ya es uno de los más grandes de España, desde luego sí de los de Aragón. Y ha habido una lucha histórica muy fuerte y en este pueblo siempre se han opuesto al recrecimiento. Yo vivo aquí por lazos personales y por el tema de la lucha, pero principalmente porque estoy muy integrado en la comunidad humana y política. Estamos en una comarca de interior. Es una periferia pero cerca de varios centros: de Euskadi –de hecho, yo trabajo en Pamplona, que es un pequeño centro económico–, está cerca de Zaragoza, no está muy lejos de Madrid tampoco. También está bastante cerca de Cataluña. Es una periferia, una zona rural, a cuarenta minutos de Jaca y otros cincuenta de Pamplona, pero dentro de eso bebe de dinámicas subsidiarias de sitios más grandes de alrededor. Por ejemplo, no tenemos servicios públicos de transporte, no tenemos ninguna tienda, todos los servicios públicos están al menos a veinte minutos. Pero a la vez es cierto que existe la comarca, el ayuntamiento, algunas instituciones que nos dan algunos servicios y nos estructuran un poco la vida institucional.
Nací en Jaca y mi vinculación con Yesa es desde siempre, porque mis padres estaban implicados en la asociación Río Aragón en contra del recrecimiento de Yesa. Ha habido una transmisión generacional de la lucha. Mis padres estaban implicados en lo de Yesa, los padres de mis amigos en Artieda también, y tanto ellos como yo, cuando hemos ido a estudiar fuera y hemos estado en otros ambientes también hemos participado de otras luchas y nos hemos enriquecido de ello. Cada momento histórico y cada contexto es diferente, pero sí que la gente de aquí, y me incluyo aunque no haya nacido aquí, hemos nacido con una pancarta, de alguna manera. Hay un ambiente de comunidad de buscar otros caminos que no sean los más trillados, algo que en el resto de la comarca no se ha dado. De hecho, en ese sentido, somos un pueblo un poco raro, porque tenemos las mismas problemáticas que el resto, pero la forma de afrontarlas no sería la normativa, se apuesta por potenciar otras vías, otras políticas, otras maneras de hacer las cosas.
También ha influido el tema del esquí. Si miras el mapa de la comarca o del Pirineo se nota mucho las zonas que han experimentado el desarrollo del esquí, que está muy ligado al turismo y recibe más capital, y eso produce más riqueza, y otras zonas que quedan más aisladas de esa dinámica y que se quedan en agrícolas y ganaderas, pero mantienen más la esencia de la vida rural. Son sociedades más comunitarias, donde se mantienen más los lazos y las costumbres de salir al bar todos los días, o de apoyarse y organizar las fiestas entre todos. Incluso la lengua, en esas zonas se ha mantenido más el aragonés. Artieda se queda un poco en esa tierra de nadie, es una zona rural marginal porque la densidad de población es muy bajita. Eso te obliga a inventarte tu propio ocio, tus propias prácticas, no tienes tanto acceso al mercado: una cosa muy clara es que en Jaca no tienes apenas espacios públicos para juntarte, aparte de la calle, no hay locales en los que organizar una actividad, y sin embargo en Artieda la mayoría de espacios que tenemos son públicos y puede entrar cualquiera, e igual que aquí en otros pueblos parecidos, es tan fácil como pedirle la llave al alcalde y te lo suele dejar. No en todas partes, pero la norma se parece más a eso, a la facilidad de acceso a edificios comunes.
Para ir a trabajar a Pamplona dependo del coche, llevo tres años así, trabajando como sociólogo, ahí ha habido un cambio a mejor con el teletrabajo. Ahora lo he perdido por un cambio de contrato y tengo que volver a ir todos los días, que es muy cansado. En Navarra hay mucha gente que va y viene todos los días, es muy común, con el gasto y contaminación que eso supone. La pandemia ha tenido, como cosa positiva, la generalización del teletrabajo y sí que he estado mucho tiempo yendo la mitad de los días a Pamplona y la mitad desde aquí, tenemos una oficina, un coworking en el pueblo, que se utiliza para varias cosas, también asociaciones y así, y esto me facilitó mucho la vida. Ahora estoy en Salud Pública, que es sector esencial, y en general los jefes son reticentes al teletrabajo, pero supongo que será algo que venga impuesto desde arriba y se lo tendrán que tragar. Creo que la realidad acabará yendo por ahí, tarde poco o mucho.
Respecto a servicios públicos, tenemos en los pueblos de alrededor atención primaria, a unos diez minutos, y uno o dos días a la semana pasan por el pueblo, así que eso no me supone problema. Hay urgencias en Verdún, a veinte minutos, y el hospital en Jaca, a cuarenta. Yo para consultas con especialista suelo ir a Pamplona, porque como trabajo ahí y ya me he desplazado aprovecho el viaje, y hay convenio entre comunidades que lo facilita. En el pueblo tenemos también un edificio que aúna arriba el coworking, en medio el ayuntamiento, abajo el centro joven con una videoconsola y un bar comunitario en el que trabaja una persona limpiando y los demás hacemos turnos sirviendo. En realidad más que echar de menos, disfruto el planteamiento que tenemos en Artieda, que nos organizamos nosotros muchas cosas que, sin ser servicios esenciales, disfrutamos mucho, temas más culturales, actividades… hay varias asociaciones, está el ayuntamiento y conocemos a quién organiza todo en la comarca y solemos organizar cosas a demanda: si queremos hacer un concierto o una charla es tan sencillo como ver las líneas de ayudas que hay y pedirlas para conseguirlo. En ese sentido tenemos una organización muy comunitaria y con eso funcionamos. Con el covid se ha parado mucho, pero este verano hemos tenido actividades culturales cada dos o tres días. Yo me vine a Artieda porque hicimos un proyecto que se llama Empenta Artieda, que tenía la idea de que el pantano es una amenaza real sobre el pueblo, pero que se consiguió parar con la lucha, o al menos conseguir que no afectara al casco del pueblo ni a todos los campos. El ayuntamiento nos contrató a otro chico y a mí para trabajar sobre la idea de que no era tanto el pantano como la despoblación lo que hacía que el pueblo perdiese vida, porque los jóvenes no volvían, no hay oportunidades de trabajo… Así que hicimos un proyecto de desarrollo integral con la idea de hacer un diagnóstico, pero luego desarrollar respuestas, y a partir de ahí ver qué hacía falta para que los jóvenes viniésemos e hicieran vida en el pueblo. Y entre todo el pueblo se hicieron unos talleres y hubo mucha participación y de ahí sacamos diferentes líneas de actuación, con la idea de hacer algo entre todos, y no quedarse solo, como muchas veces pasa cuando se habla de despoblación, con el tema del empleo o con el tema de la vivienda, sino decir «vale, estamos en una situación marginal y nos viene todo como venido desde arriba, con la diputación o la comunidad autónoma diciendo hay que sacar esto adelante, o esto otro, vamos a ser nosotros los que pongamos las prioridades». Estructuramos el plan en cuatro ejes: vivienda, socialización, cuidados y empleo. Y a partir de ahí pusimos a funcionar la inteligencia colectiva y sacamos un plan de acción para el pueblo, que hemos ido desarrollando estos cinco años. Ha venido gente joven a llevar el albergue, se han desarrollado iniciativas para cuidar a personas mayores, que da empleo a una persona, hay una cooperativa de tres personas que hace cosas de desarrollo local, tenemos voluntarios europeos, dos permanentemente, el albergue trae voluntarios todo el año… se mezclan las instituciones promotoras, el albergue, el ayuntamiento, las asociaciones… porque todos tenemos el mismo objetivo. Tenemos también una red de internet que pagamos muy poco, avanzando en soberanía tecnológica. El tema de la socialización, que cuando se habla de despoblación muchas veces se mira desde arriba y solo se tienen en cuenta aspectos estructurales como la vivienda y el empleo, pero es que aunque tengas un trabajo estupendo, si no tienes amigos y te aburres, no funciona.
La idea que manejamos en el pueblo es que todo va de poner la vida de la comunidad en el centro, ser nosotros mismos los que llevamos a cabo ese trabajo, y que no se haga desde fuera con intereses ajenos en el centro. Esto tiene atractivos, te deja desarrollarte a ti, pero en comunidad. Hay una chica que es una apasionada del yoga y organiza muchas cosas relacionadas, Yo soy un apasionado del aragonés y organizo cursos que o los doy yo o los da algún compañero, se hace inmersión lingüística. Esa es la idea, que no sea tanto un ocio o una cultura o vida social tan predeterminada sino que tenga en cuenta a los que vivimos aquí. Y ese es uno de los principales atractivos que hace que estemos quince o veinte personas más, sobre todo jóvenes, que lo que había quince años antes. Y eso teniendo que estamos en un contexto muy favorable de movilización, transmisión generacional de la lucha… que no creo que sea extrapolable a cualquier sitio.
Esto también es cosa de que en un momento dado unos cuantos empezamos a hacer cosas, que lo que está instalado en el imaginario es que aquí no hay nada que hacer, ni en el pueblo ni en la comarca, que lo interesante está fuera de aquí, en Madrid, en Barcelona, en Londres o donde sea. Es la mentalidad que nos han grabado a fuego y es imposible de cambiar. Pero en un momento dado un grupo de gente, que estábamos en Pamplona, en Zaragoza, en situaciones de precariedad, de llevar cuatro o cinco o más años haciendo la carrera fuera, hemos aprendido mucho, pero ahora qué. Estábamos un poco desilusionados de ver que tampoco teníamos oportunidad de desarrollarnos. Yo empecé a trabajar el tema del aragonés, con las trobadas lingüísticas con un amigo de Pamplona que en ese sentido me empoderó un montón y me hizo empezar a aplicar los conocimientos y la práctica militante de Euskal Herria e Iruña a mi realidad concreta, y a ver que estamos en una zona que tiene muchas posibilidades, montamos una asamblea de jóvenes que estuvo activa tres o cuatro años, y ahora hay otra gente que ha cogido el relevo y hace cosas parecidas. Se llamaba Asamblea de jóvenes del Viello Aragón, gente de las comarcas del Alto Gallego y la Jacetania, que tienen dos núcleos de población de unas diez mil personas, Jaca y Sabiñánigo, que también vimos que había un territorio rico y con recursos, y en el que la gente está deseosa de que presentes proyectos y trabajes allí. Y fuimos planteándonos por qué vivir en la ciudad y no en nuestros pueblos, y la riqueza de relaciones sociales, etcétera. Entre otras cosas, porque si no lo haces tú no lo va a hacer nadie, que el conocimiento de haber vivido en el pueblo no lo tiene nadie más, y si no lo haces tú va a venir el cambio desde fuero.
Si miras un poco la historia social de la comarca, se ve que todo lo que se está hablando ahora se hablaba hace treinta o cuarenta años: las estaciones de esquí, la despoblación… es como que no se avanza, y yo creo que es por una cuestión de subalternidad. Y la idea que nos movía era romper eso y convencernos de que en nuestra comarca se puede hacer de todo, que no tienes ninguna limitación que no tengas en Pamplona o Zaragoza: si en Pamplona hacen coches, por qué no los podemos hacer nosotros. Y a una generación de jóvenes eso nos ha hecho clic, y hemos visto que en la ciudad teníamos mucha menos capacidad de participación. También es algo que no sale gratis. Yo tengo ahora un trabajo con condiciones muy buenas, casi lo que tendrían mis padres, pero la mayoría de mi generación está en precario en el pueblo, y yo me estoy comiendo dos horas de coche todos los días. Pero la clave es que en estas zonas se pueda enseñar al resto de gente del territorio y a las generaciones que vienen detrás que aquí también se pueden hacer cosas muy chulas. También hay que decir que estamos organizados en contacto con gente de Teruel que hacen cosas parecidas, pero ellos no tienen a toda la gente que viene de Madrid y Barcelona al Pirineo a intentar vivir de otras manera, que suelen ser de unas clases sociales bastante concretas. No tienen ese poder de atracción, ni a los temporeros del esquí, que son una clase más trabajadora. Así que sí, atraemos gente, no expulsamos gente. Y tiene que ver con que aquí tenemos muy metido el deseo de querer quedarnos, y de esa voluntad surgen el resto de cosas. Como digo, no sale gratis, pero el que todos los días nos juntemos a echar una caña, que hoy tengamos teatro a las diez, esto ayuda a que haya vidilla y ganas de quedarte a trabajar por esto.
Sobre el cambio climático, creo que en nuestro pueblo es una preocupación muy secundaria. Estamos en un sitio relativamente bueno, es más o menos fresquito, hay mucha agua… evidentemente nos afectará, pero no creo que seamos de los más perjudicados. Te da miedo, eso sí, que se convierta en refugio de gente más rica, que de repente compre diez casas para teletrabajar. Sí que puede tener efectos: que se cargue buena parte del turismo de nieve, que haría peligrar la base económica de la comarca. El pantano de Yesa, que dudamos que llegue a llenarse del todo de forma regular. Últimamente escucho a Antonio Turiel y me preocupa más el tema de los combustibles fósiles y su escasez que el cambio climático. Creo que el cambio climático va a tener efectos muy gordos a nivel planetario, pero tal y como estamos acostumbrados a vivir, si fallan los combustibles fósiles empezaremos a tener problemas muy serios. Me agobia mucho más, para empezar porque mi modo de vida actual no es sostenible, creo que para que fuera posible vivir sin combustibles fósiles habría que hacer cambios estructurales muy grandes, que no me parecen posibles ahora mismo.
En cuanto a los cambios del espacio físico, sí que ha habido cambios, pero sobre todo se dieron en la generación anterior, de la edad de mis padres, que muchos salieron fuera y empezaron a tejer alianzas y a tener relación con gente de fuera, y cuando se planteó el recrecimiento de Yesa, junto con Emilio Gastón, un abogado muy querido aquí que les dijo que podían negarse al pantano. Esto hace que la generación de mis padres decida quedarse en el pueblo y hacer una apuesta por vivir aquí. Crearon dos granjas de porcino industrial y una parte muy importante de esa generación se quedó a vivir de esas granjas, y consiguieron que el pantano no se llenase a la cota prevista, que habría hecho inviable la vida en el pueblo. Y tuvieron hijos, mis amigos, a los que transmitieron esa genealogía de lucha de la que estamos hablando. El cambio principal del territorio fue la ausencia del cambio, que no creciera el pantano. Luego se educó en el salir fuera, pero también en el volver, en que vivir en Artieda es un valor, se impulsó el aragonés…
En algunos aspectos aquí estamos viendo desde hace un tiempo cosas que ya se están viendo en otras zonas rurales: hace cuatro años que experimentamos con el teletrabajo, tenemos un proyecto también que se llama Rural y en el que familias de dinero están viniendo a vivir a caballo entre ciudad y pueblo… y eso también ha traído las cosas malas de la ciudad. Al final, la gente que trabaja en las granjas, que es un poco mayor que nosotros, trabaja cinco días a la semana pero luego puede irse de viaje de fin de semana, donde quiere, porque tiene buenos trabajos. Nosotros vamos de trabajo precario en trabajo precario… no terminamos de tener estabilidad relacional, de poder tener hijos… seguimos viviendo algunos en casa de los padres, son casas de pueblo, grandes, pero casas de los padres. Tenemos becarios que sobreviven con becas de cuatrocientos euros… estamos trayendo también esa clase de problemáticas, y en ese sentido no avanzamos mucho. Hay otras cosas, la banda ancha, los procesos de participación, los trabajos de oficina… en eso somos pioneros, y me da la impresión de que se está dando en otros lugares, y no tenemos del todo claro hasta qué punto es bueno. La agricultura y la ganadería son los sectores esenciales aquí, y se hace raro ver tanto trabajo de oficina. Y luego que yo, cuando he estado teletrabajando aquí, he trabajado para los intereses del gobierno de Navarra, no para los intereses de este territorio. Es una dinámica que cambia, no es lo mismo que trabajar para los de aquí. De estos cambios somos en parte responsables nosotros, y a veces no sabes hasta qué punto eres un caballo de Troya. Pero a la vez, los pueblos han evolucionado siempre, se han ido adaptando, es otra vuelta de tuerca para que no desaparezcan, que ahora es una amenaza real para muchas zonas rurales.
Hace un mes escaso se ha descubierto un mosaico romano en el pueblo, y eso es porque el ayuntamiento se ha ido preocupando de traer a expertos de la universidad de Zaragoza a ver cosas que el saber local decía que estaban ahí. Es unir técnica con saber local. Ahora estamos a ver si ponemos placas solares para tener autoproducción, no para la cosa. Esto entronca con el tema del orgullo rural, que está surgiendo mucho en Teruel de movimientos sociales y políticos, y es un poco decir que el territorio es nuestro y podemos hacer aquí lo que queramos, sea tener fibra óptica, poner placas solares, hacer excavaciones arqueológicas, que nos tenemos que quitar el complejo de que no somos capaces de hacer estas cosas. Creo que esto tiene que ir a la economía, a convencernos de que podemos producir lo que queramos. Creo que en este sentido la corriente de la agroecología peca de ligar la vida rural a la ganadería y la agricultura, y no tiene por qué ser así. Con el turismo rural pasa un poco parecido, que es hacer una foto plana del campo y decir «tiene que quedarse así para que vengan de la ciudad», y no, quizá sea mejor ruralizar la ciudad y urbanizar un poco el campo.
A nosotros no nos está afectando la fiebre de las renovables, esperamos que en algún momento nos toquen a la puerta. En el Viello Aragón sí, hay un proyecto muy gordo, que yo creo que puede ser devastador para la comarca porque se asienta entre los dos pueblos grandes de la zona, Jaca y Sabiñánigo. Están a veinte kilómetros uno de otro, y en ese hueco quieren poner ochocientas o novecientas hectáreas de placas solares. Eso para el desarrollo de la comarca es matador, porque la clave de una vida buena con servicios pero a la vez en equilibrio con la naturaleza está en esos espacios que están cerca de núcleos urbanos pero que podrían estructurarse y pensarse de una manera completamente diferente. Si pones todo lleno de placas solares, aparte de aumentar la temperatura de esa zona, estás frenando las posibilidades de uso de ese espacio, que es muy atractivo porque cada pueblo tiene unas cosas, y la gente va de uno a otro. Si en vez de vertebrar ese eje te lo cargas con un uso exclusivo del espacio, nos puede lastrar un montón. Pero en Artieda de momento no pasa, aunque creemos que pasará. Para adelantarnos, hemos traído a gente de Puente la Reina, de Navarra, que están recuperando una central hidroeléctrica para generar energía para espacios municipales y la ciudadanía. Querríamos contraponer este modelo, el nuestro, al modelo depredador de venir al territorio, esquilmarlo y pirarse.
La ilustración es obra de Virginia Argumosa de Póo.