Hablamos con Vanessa, de Red Ecofeminista, dentro de nuestra serie de entrevistas con colectivos ecologistas. Podéis encontrar aquí la que hicimos a Extinction Rebellion, y aquí la de Fridays for Future. La conversación ha sido editada por motivos de longitud y claridad.
Pregunta. Empezando por lo básico: ¿qué es y cómo surge Red Ecofeminista?
Respuesta. Aunque la Red oficialmente nace como asociación en el 2012, ya desde hacía unos años un grupo de mujeres de diferentes territorios del estado español, que se habían conocido en el activismo ecologista, feminista y de la ecología política, habían identificado la necesidad de estructurar un espacio independiente, no partidista, de convivencia, elaboración y aprendizaje teórico ecofeminista.
La aparición del libro Ecofeminismo para otro mundo posible (Cátedra, 2011), de Alicia Puleo, proporcionó el marco teórico de un ecofeminismo constructivista que permitió la incorporación de muchas mujeres feministas que hasta ese momento recelaban del ecofeminismo por considerarlo cercano al esencialismo.
Desde los inicios de la Red, y a lo largo de todos estos años, la sororidad y los planteamientos slow, así como las relaciones horizontales no patriarcales, sin más jerarquías que las del conocimiento, los méritos y el trabajo, han sido la esencia del grupo.
P. ¿Cómo definiríais el ecofeminismo como teoría y como movimiento político?
R. El ecofeminismo que nosotras representamos es un ecofeminismo ilustrado que bebe de Alicia Puleo y de la confluencia entre el ecologismo y el feminismo. Nosotras tenemos claro que no es un batiburrillo, pero ¿cómo lo percibe la gente? Os cuento una anécdota: recuerdo que el 8 de marzo de 2018 llevábamos la pancarta de Red Ecofeminista y se nos acercaba la gente a preguntar: «¿Red qué? ¿economi-qué? ¿economista?». Y estamos hablando de hace dos años. Ahora estamos viviendo una explosión y se habla mucho de feminismo y de ecofeminismo, pero a veces también pasa ―haciendo un paralelismo― como con el veganismo, que mucha gente no entiende de dónde surge, el recorrido que hay detrás, y parece que es algo de nueva creación, cuando, en el caso del veganismo, es un movimiento político que tiene sesenta años. En el caso del ecofeminismo, el término como tal nace en el año 1974, pero se inspira en la genealogía feminista de décadas anteriores.
Yo creo que a veces falta formación y también hace falta no pensar que cuando llegamos a un movimiento tenemos que reinventarlo y repensarlo todo y que todo lo anterior ya no nos vale, algo que también vemos mucho dentro del ecologismo. Parece que ahora todo suena viejuno y hay que ser repensar absolutamente todo, pero eso viejuno ha conseguido grandes victorias.
P. Entonces sí creéis que hay una visión generalizada muy simple del ecofeminismo.
R. Lo que pasa es que existen diferentes ecofeminismos. En nuestro caso es un feminismo crítico ilustrado, algo que a la gente le choca, y es más fácil que conecten con ese ecofeminismo esencialista que ve a la mujer como a la madre tierra y que, por eso, hay que salvar el planeta y a los animales, algo que está muy ligado al cuerpo y al concepto de feminidad, todo lo que desde el feminismo se intenta deconstruir. Entonces nos encontramos con barreras por parte del feminismo, también del feminismo radical, que pregunta: «Oye, ¿dónde estáis situando el concepto vida?, ¿qué significa esto?», pero también por parte del ecologismo, y de la población en general, que no tiene muy claro de qué estamos hablando.
Por ejemplo, nosotras no nos solemos hablar nunca de vida en términos absolutos, siempre le ponemos apellidos, porque «poner la vida en el centro» es una frase muy bonita que es un gran eslogan publicitario y todo el mundo está de acuerdo, ¿pero qué significa eso si andamos un poco más? Nosotras tenemos muy claro en nuestra base teórica que los derechos sexuales y reproductivos son una máxima dentro del ecofeminismo que defendemos. Pero, cuando hablamos de «poner la vida en el centro», podemos encontrarnos con que pueden venir hordas de los provida contra el aborto y decir: «Ah, pues yo también estoy aquí». Alicia Puleo siempre dice que hay que tener cuidado con esto y que hay que tener cuidado con el cuidado. Hay que cuidar cómo utilizamos el lenguaje y pensar qué versión retorcida se puede dar a determinadas palabras o conceptos. Por eso respecto a los conflictos capital-vida y capital-trabajo no me gusta hablar de vida sin matizar.
P. Ahora el ecofeminismo que está ocupando el centro del discurso es muy «político». Plantea contradicciones entre una vida buena ―una sociedad en la que se ponga por delante el bienestar de la gente― y el capital, pero es verdad que hasta ahora, cuando se hablaba de ecofeminismo, la imagen era la de chicas yéndose a convivencias de mujeres a encontrarse con su cuerpo, donde pudiera parecer que las potencialidades políticas fuesen menores. Ese esencialismo vosotras lo dejáis de lado.
R. El ecofeminismo esencialista tampoco es una cosa de ayer, dentro de él hay referentes como Vandana Shiva. Creo que el principal problema es que no recoge todas las reivindicaciones feministas radicales en su identidad. Sí que pone en el centro ―Shiva lo hace― el conflicto contra el capital y sobre todo pone en el centro que existen otros pueblos; nos permiten alejarnos de esa visión hegemónica eurocéntrica del feminismo que teníamos hasta el momento. Pero se olvida de otras cosas y creo que aquí es donde radica el problema. Volvamos al tema de los cuidados: ellas consideran que nosotras las mujeres nacemos con un don, que es el de cuidar. Tenemos los cuidados en nuestros genes: llegamos al mundo y sabemos cuidar. Es curioso, porque el feminismo ha luchado tantísimo por deconstruir los roles de género y por deshacerse de esa dualidad entre hombres y mujeres, y llega de repente un ecofeminismo que se lo apropia. Sí que le da un giro, y hay que reconocérselo, y es que pone en valor todas aquellas características que se han atribuido a las mujeres, el problema es que no se las atribuyen a los hombres; considera que nosotras estamos más capacitadas para cuidar, para empatizar, y se están olvidando de que todo esto es una construcción social e histórica y que es difícil que cambie de la noche a la mañana, pero que necesitamos que cambie, porque los cuidados tienen que ser una corresponsabilidad de todas las personas que habitamos el planeta. De esa parte esencialista nosotras nos alejamos de manera tajante. Nosotras recogemos muchas de las reivindicaciones de las feministas radicales y por eso nos declaramos abiertamente abolicionistas respecto a la prostitución, a los vientres de alquiler, etcétera. Defendemos los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Ahí sí que tenemos cosas que se diferencian del ecofeminismo esencialista, que no se posiciona con respecto a los derechos sexuales y reproductivos o, cuando lo hace, es en contra, pues considera por ejemplo que no se debe poder interrumpir un embarazo.
P. Uno de los puntos más fuertes del ecofeminismo, que nos interesa mucho, es que señala un conflicto de manera clarísima, que es el conflicto capital/vida. Por un lado, es interesante que el «enemigo» al que se señala sea el capital ―no las emisiones, no el extractivismo, no el modo de vida occidental y consumista, quizá porque el capital ya asume todo esto―; por otro, parece un paso nuevo frente al conflicto clásico capital/trabajo. ¿Podrías explicar cómo concebís el conflicto capital/vida y qué lo diferenciaría del conflicto capital/trabajo? ¿Cuál es el papel del patriarcado dentro de este conflicto capital/vida?
R. Creo que lo que tenemos en común desde el feminismo y desde el ecologismo ―y, por tanto, en el ecofeminismo― es nuestro enemigo, y nuestro enemigo es el patriarcado, al que le pongo el apellido capitalista. Lo pongo en este orden porque creo que el principal problema es el patriarcado y es verdad que luego tenemos un problema añadido con el capitalismo, pero da igual que venzamos al capitalismo si seguimos teniendo una sociedad patriarcal. ¿Que a la inversa también puede generar muchísimos problemas? También, pero creo que una sociedad no patriarcal es difícil que sea capitalista, aunque podría serlo si no es ecofeminista. Pero creo que el principal problema que tenemos ahora mismo precisamente es con estos dos enemigos comunes y unidos en el patriarcado capitalista. Existen un montón de factores que hacen que vivamos en una sociedad tremendamente desigual, en el que las víctimas siempre son las personas empobrecidas por el sistema, pero es que la ONU nos dice que el 70% de las personas pobres en el mundo son mujeres; el empobrecimiento o la pobreza tiene rostro de mujer. Pero sí que creo que, a pesar de que es verdad que el sistema nos empuja y nos victimiza, y por eso vivimos en una sociedad muy desigual y muy injusta, también somos nosotras las que nos hemos convertido en los últimos en agentes activas del cambio. Y eso es así porque esta cuarta ola feminista tiene un rasgo característico en todos los lugares del mundo que nos ha permitido que nos identifiquemos con las otras, que es este concepto maravilloso de sororidad. Y vemos que el ecofeminismo puede dar respuesta a lo que no han dado respuesta otros muchos movimientos.
P. Vinculado con todo lo anterior: ¿creéis que los espacios ecologistas y feministas han hecho por encontrarse y coordinarse o todavía queda mucho camino por recorrer?, ¿qué obstáculos y potencialidades veis o habéis experimentado en vuestro día a día?
R. Ha sido difícil. Ahora es mucho más «fácil», así, entre comillas, pero hace unos años era muy complicado porque se dan muchas circunstancias. Es muy difícil hablar de ecologismo y de ecofeminismo en movimientos feministas más radicales porque se tiene rechazo o el miedo a ver mermados los derechos sexuales y reproductivos que tanto han costado conseguir. Creo que por ahí surge un problema en ese espacio. Y en el ecologismo es difícil hablar de ecofeminismo, y ya no hablemos de feminismo, porque normalmente han sido estructuras muy patriarcales, tremendamente machistas. Si pensamos en el movimiento ecologista en el estado español, aunque en la base hubiera muchísimas mujeres ―como en casi todas las organizaciones, sean del tipo que sean―, la parte más alta y la representativa solo ha sido copada por hombres. Esto está cambiando, pero hasta hace unos años solo eran hombres quienes tomaban las decisiones y, además, las prioridades han sido diferentes a las que podíamos reclamar desde otro tipo de espacios. En los últimos años está cambiando, pero no porque el movimiento ecologista haya hecho un esfuerzo consciente por cambiar, sino porque han llegado personas nuevas a los movimientos, y muchas veces han sido mujeres jóvenes, bastante deconstruidas, que han dicho: «Oye, esto no puede seguir así»; no ha sido porque el movimiento ecologista se haya repensado y deconstruido.
Ha habido excepciones; por ejemplo, se me ocurre que en Ecologistas en Acción, de la que formo parte, se lanzó el Patriarcalitest, un test para pasar en las organizaciones y autoevaluar si estaba habiendo actitudes machistas y patriarcales. Pero en general no se ha producido un cambio. Y luego se da otra situación, y es que, en nuestro caso, por ejemplo, somos feministas animalistas; en mi caso concreto antiespecista, pero hemos llegado al acuerdo de definirnos como animalistas, que es más fácil de entender. Imaginaos cómo es llegar a los movimientos animalistas, que también están tremendamente patriarcalizados. En España faltaba mucho recorrido en este ámbito y por eso yo separo mucho lo que es el antiespecismo del animalismo. Había un momento animalista potente, pero muy orientado a acabar con la tauromaquia, a cuidar de especies domésticas que conviven con las personas en sus hogares, y era curioso porque, a pesar de ser movimientos animalistas, no tenían que ser veganos, eran movimientos que tenían otras prioridades. Y mucho menos se planteaban introducir el feminismo, y menos aún el ecologismo. De hecho, hay una «guerra» entre el ecologismo y el animalismo desde hace décadas y a veces tengo la sensación de que actuamos como mediadoras entre todas las partes. Yo, por ejemplo, estoy en diferentes grupos ecologistas, feministas, antiespecistas y ecofeministas, y desde un espacio no se entiende lo que haces en otro espacio. Eso sí que está cambiando, sí que creo que ha ayudado globalizar cosas. Hay un problema de base teórica conceptual, y aquí no se entiende qué es el veganismo, que es un movimiento político. Cuando no se entiende esto te encuentras con el greenwashing, o con sustitutos veganos ―que en realidad son vegetarianos― y punto, pero sin ir más allá viendo las connotaciones sociales, o respecto a la soberanía alimentaria, o las implicaciones energéticas. Creo que eso sí está cambiando desde hace muy poco con la llegada de grupos diferentes, no sé si podríamos llamarlos la «primavera climática» o básicamente grupos climáticos de gente muy joven. Con otros movimientos también puede que esté cambiando. Por ejemplo, a raíz del 8 de marzo del 2017, en el 2018 se hace la huelga de consumo y la Comisión 8 de Marzo tiene el asesoramiento de Ecologistas en Acción, del área de ecofeminismo, y eso le da un respaldo. Hay cosas que empiezan a tener eco y comenzamos a relacionar el capitalismo con el patriarcado. Así, parece que lo que no se había hecho en España en décadas se ha hecho en tres años. Mi preocupación es que cuando los cambios se producen tan rápido a veces no nos dé tiempo a meditar qué hay detrás, tenemos una falta de memoria de la genealogía feminista histórica que a veces es preocupante.
P. ¿En qué medida crees que el feminismo se está dejando notar en el movimiento ecologista? Han surgido nuevas organizaciones como Feministas por el Clima, ¿a qué crees que se debe esto?
R. Aquí sí que diferenciaría lo que es el Estado español de otros lugares. Por ejemplo, aquí creo que se debe a que hay mucha gente joven con nuevas inquietudes y que entienden las relaciones personales de otra manera; igual que entienden los movimientos sociales y las asambleas de otra maner. Incluso creo que perciben todo el marco teórico de estos movimientos de otra manera. Creo que ha llegado este relevo generacional que siempre se ha reclamado tanto desde el feminismo como desde el ecologismo y que a lo mejor, aunque siempre ha estado cerca, no se había sabido incorporar a la gente con estas nuevas inquietudes o estas nuevas formas de hacer las cosas. Creo que aquí en general los movimientos se han visto desbordados y eso se puede ver si vas a una asamblea de una organización más clásica o si vas a una asamblea de una de estas nuevas organizaciones: se han incorporado los cuidados, la asertividad de los más jóvenes, la escucha activa, se respetan los tiempos, a las personas y sus necesidades; es muy diferente. Nosotras pensamos que eso ya es estar practicando el ecofeminismo sin que quizá sean perfectamente conscientes. Después de esto, la incorporación del ecofeminismo es mucho más fácil porque ya se estaba practicando de una manera activa aunque sin nombrarlo. Existe un grupo feminista en el pueblo en el que yo vivo. Me encantan esas mujeres porque un día hablando con ellas, de sus principios identitarios, de ecologismo, feminismo, abolicionismo y demás, de repente les dije: «¿Pero no os definís como ecofeministas?». Y me respondieron: «Ah, es verdad. Pues sí, claro que lo somos». Pero estaba tan interiorizado y tan metido en su práctica que ni siquiera habían pensado en nombrarse. En otros espacios por otro lado, nombrarse puede ser increíblemente necesario porque a lo mejor no lo son de una forma tan natural, pero de esta forma sirve como recordatorio y como meta a la que aspirar.
Fuera, en otros territorios, todo esto funciona diferente. Por ejemplo, en América Latina muchas no se consideran a lo mejor directamente ecofeministas pero por otras razones, y tras un poco de indagación te das cuenta de que en muchas luchas que se están librando allí son ejemplos claros de lo que es una lucha ecofeminista. Ahora es relativamente fácil considerarse abiertamente feminista o ecologista ―antiespecista ya es otro nivel―, pero hace unos años recuerdo que era muy, muy complicado. Enseguida te encontrabas en discusiones en las que te acusaban de hembrista, de exagerada y todo eso. También creo que los movimientos han madurado gracias a este apoyo mutuo y a la solidaridad para seguir acompañándonos en red.
P. De entrada parece intuitivo pensar que en un grupo ecologista automáticamente todo el mundo va a ser majo, feminista, va a estar deconstruido, todo el mundo es estupendo, y este tipo de cosas no suelen ser así. Y además, volviendo a lo que comentabas antes de las asambleas que me parece interesante, hay una cosa un tanto alucinante y es que se extienden de manera interminable, porque parece que la gente no tiene casa. Si, en el peor de los casos, no tuvieran casa sería comprensible, pero el problema es que sí que la tienen y no quieren volver; por no insistir en lo que has dicho del trato en las asambleas, el respeto de los tiempos, y demás. ¿La división del trabajo también es algo que se da en todos los colectivos, con hombres que dan charlas, hacen presentaciones, se encargan del trabajo intelectual, y mujeres que pasan acta, colocan las sillas, organizan el trabajo? En todo caso, hay una cosa especialmente preocupante: las estructuras de poder informales, que las cosas se decidan en las cervezas de después de las asambleas. Quizás puedas hablar sobre las organizaciones en las que estás, sobre las diferencias que ves entre las organizaciones mixtas y no mixtas en las que colaboras.
R. Clarísimamente, el patriarcado está prácticamente en todas las organizaciones. Normalmente, ¿quién se quedaba en las asambleas? Ellos. ¿Porque nosotras dónde estábamos? Haciendo las tareas de cuidados, y tú lo has dicho, la división sexual del trabajo: ellos en trabajos productivos, nosotras en los trabajos reproductivos, invisibles e invisibilizados. En cuanto a la duración de las asambleas, eso se complica. Yo tengo mi propia teoría, y es que, al igual que estoy en el bar con el fútbol, pues estoy aquí en la asamblea con mis colegas, con los que además comparto todo lo que digo, me escuchan y, además, tengo la sensación de que ―y esto lo ves mucho cuando vas a reuniones así― hay determinados hombres a los que les encanta escucharse. Creo que en esta parte de la división sexual del trabajo no hacen lo que les tocaría hacer en casa porque «es que están salvando el mundo». Siempre hemos estado en los movimientos de manera informal, porque para que los hombres estén, nosotras tenemos que estar sustentando ese activismo, pero cuando entramos de manera más formal en los movimientos, nunca llegamos arriba y, por tanto, las cosas no cambian, y además si hablas dicen que «ya está la pesada». Tienes que tener hecho un trabajo personal muy grande para que eso no te afecte, para que no digas: «Pues yo aquí no vuelvo».
Yo, personalmente, soy muy feliz en los colectivos no mixtos. En Feministas por el Clima el primer día se preguntó si queríamos ser un grupo mixto o no mixto y fuimos tres la que dijimos que queríamos ser no mixto, y se respetó. Y con esto no digo que no tengan que existir los grupos mixtos, pero de hecho creo que es necesario que existan grupos de tíos que se reúnan y que se deconstruyan ellos, creo que es vital. Porque también pasa que, en una asamblea, no solo tengo que estar pendiente de lo mío sino que también tengo que estar pendiente de si lo que estás siendo machista o reproduciendo un comportamiento patriarcal… Haceoslo mirar.
Y no debemos quedarnos en lo meramente anecdótico ―los tiempos, los turnos de palabra, que también es importante―, sino que debemos acudir a la base: cómo distribuimos la carga mental y la visibilidad que le damos a las mujeres y a los hombres en los actos públicos, cómo trabajamos su representatividad. Yo no quiero estar ahí por una cuota, lo que yo quiero es estar ahí por lo que yo valgo, pero para ello hace falta que no me pongan la zancadilla por ser una mujer y que entonces no pueda estar ahí. ¿Que ahora mismo necesitamos cuotas para avanzar en la desigualdad que sufrimos? Claro que sí, pero no quiero vivir en una sociedad de cuotas. Lo que quiero es que no se me discrimine por ser mujer, que es algo que en los movimientos se ve bastante. Cuando montas una cosa muy gorda, ¿quiénes estamos en comunicación? Normalmente las tías; lo mismo en tareas administrativas y ese tipo cosas. ¿Pero quiénes ocupan las portavocías? Se está haciendo un trabajo muy importante ―a raíz de la Cumbre Social, de la huelga por el clima― de buscar la paridad, pero no una paridad «porque sí», sino porque tenemos que ir un paso más allá y preguntarnos por qué es necesaria esa paridad, que no es solo algo de cara a la galería. Porque además hay mucha gente y muchos colectivos que no se lo creen y que lo hacen efectivamente de cara a la galería, porque si no se les va a crucificar ―y con razón―. Pero es que ni siquiera se han planteado esto de verdad ni han introducido maneras de abordar posibles situaciones que se puedan dar, como por ejemplo el acoso sexual. ¿Cuántas organizaciones tienen un punto violeta?, ¿cómo abordamos que una compañera pueda sufrir acoso, o una agresión sexual o de algún otro tipo? Lo que suele pasar al final es que eso se lleva en petit comité (normalmente lo hace una misma) y se decide que «bueno, no hablemos de esto así en público, porque esto es algo que se tapa siempre, ya lo sabemos», y al final la chica acaba yéndose del movimiento o de la lucha o de lo que sea, y eso no puede ser. No somos tantas como para encima ir perdiéndonos por el camino. A lo mejor los que tenéis que estar en un segundo plano sois vosotros. Creo que para que cambie todo eso, para que cambien las locuras de asambleas de dieciocho horas lo que tiene que pasar es que vosotros os quedéis en casa haciendo la cena.
P. En la organización de la Cumbre Social por el Clima hubo alguna discusión organizativa respecto al consumo de carne. En Contra el diluvio tenemos la postura política de reducir al máximo el consumo de productos de origen animal, que luego a nivel personal cada uno es más o menos coherente con esto (la mitad son veganos, hay gente que viene del antiespecismo, hay gente vegetariana). Y nos pareció un poco surrealista lo que pasó con el asunto de los ganaderos que querían preparar una caldereta en la Contracumbre. Eso me hace pensar, por un lado, en los conflictos que pueden surgir al estar, por ejemplo, en Ecologistas en Acción, que es una organización que defiende la ganadería extensiva como algo positivo, ni siquiera como un mal menor; y, por otro lado, estaba pensando también en Ganaderas en Red. El feminismo dentro del mundo la ganadería no existía antes porque no había mujeres o estaban invisibilizadas, y ahora el feminismo está en muchísimos sitios y eso causa muchas contradicciones. A lo mejor estoy pidiéndote otra vez que medies entre diferentes facciones, pero, como persona que está en varios colectivos, ¿cómo ves este tipo de contradicciones que a veces, sobre todo en redes, hacen que los debates que surgen son francamente fratricidas o sororicidas, y en mi opinión relativamente menores porque el enemigo claramente es otro? ¿Cómo ves lo de gastar energía en estas cosas?
R. Aquello me pilló muy de cerca. Primero te respondo como Red Ecofeminista: tenemos muy claro es que no todas tenemos que tener las mismas luchas, hay que buscar entre todas las organizaciones y colectivos los puntos de unión, tenemos que intentar encontrarnos y hacer activismo desde ahí. Nosotras, como Red Ecofeminista, no intentamos que solo exista el ecofeminismo, porque no tendría ningún sentido. Creo que debemos confluir en lugares de encuentro, que cada movimiento tiene que luchar por lo que cree que son sus reivindicaciones y además no va a estar más legitimada esa lucha que si está representada por quienes lo están impulsando; no debemos caer en la tentación de pensar que el ecofeminismo tiene que ocuparse de todo, porque es muy injusto y me parece además muy esencialista.
Y ahora te contesto a nivel personal: me invitaron en septiembre a una mesa en las jornadas de Garaldea e iba temerosa por lo que me pudiera encontrar. Estábamos invitadas una compañera de PACMA, otra del área de agroecología de Ecologistas en Acción y otra de Ganaderas en Red. Mucha gente acabó llorando. Hubo gente que se acercó y nos dio las gracias por el debate abierto, sin insultos. Para mí es difícil, yo tengo muy claro que el enemigo es el patriarcado capitalista, pero también es verdad que para mí es muy difícil hablar de animales no humanos, que parece que no le importan a nadie, y hablar de ganadería extensiva sin tener en cuenta que hay un ser sintiente que va a acabar asesinado y que no quiere ser asesinado. Me resulta muy difícil a nivel emocional. Si hablamos de estrategia, creo que no tiene ningún sentido que nos estemos matando entre nosotras, que es lo que quieren precisamente el patriarcado y el capitalismo, pero sí que creo que todas estamos en el mismo proceso de deconstrucción. Yo no nací vegana, pero me costó muchos años, muchas lágrimas y mucho sufrimiento que me dejaran hacer lo que me diera la gana. No soy nadie para juzgar, pero es verdad que en ese proceso de deconstrucción hay muchas vidas que están siendo asesinadas, y esto tampoco lo podemos olvidar. El acto fue muy interesante y muy bonito, pero yo ―y lo dije en ese momento, así que no tengo ningún inconveniente en repetirlo― no estoy de acuerdo con que se definan como ganadería feminista. Me parece estupendo que sean mujeres ganaderas y feministas, pero no ganaderas feministas. Para mí eso a nivel conceptual, a nivel teórico, a nivel práctico y a nivel empático no tiene sentido, porque considero que una de las máximas dentro del feminismo es la sororidad, y hay animales no humanos con los que no se está siendo nada sorora. No sé qué beneficio hay, no entiendo el fin de hablar de ganadería feminista. Es como hablar de feminismo liberal.
P. O de «ejército feminista».
R. Claro, cuando dentro de los principios del ecofeminismo por ejemplo está el pacifismo, no puedo entender por ejemplo que hablemos de un ejército ecofeminista, no tiene sentido, es un absurdo en sí mismo. A mí el asunto de la caldereta me resultó muy duro, me mandaron muchos mensajes de que la iban a hacer. A mí ese día además me invitaron a participar en el debate que hubo sobre agroecología, antiespecismo y demás; yo estaba muy mala y «me libré». Creo que fue bastante mal, pero no todo el mundo dentro del movimiento antiespecista es antes ecofeminista, ni todo el mundo el mundo dentro del movimiento antiespecista está preparado para abordar este debate desde la escucha activa, porque consideran que está mal y punto; para ellos se están asesinando vidas inocentes y punto. No hay más, no hay debate. Igual que consideramos que el Holocausto fue algo malo, qué debate hay ahí. Yo entendí que no era necesaria una caldereta porque, y esto también me preocupa, hemos llegado a un absurdo reduccionista, y es que, en el mundo rural, en la «España vacía», en la «España vaciada», parece que solo te puedes dedicar a la agricultura y a la ganadería. No puedes hacer nada más. Me preocupa que esa sea la única forma de reactivar esos territorios. Además es que no estoy de acuerdo con el concepto de «España vaciada». ¿Vacía o vaciada de qué? ¿De animales humanos? ¿Y los que no son humanos y pueden recuperar ese territorio que le habíamos usurpado? Tenemos además una visión muy idealizada de lo que es el mundo rural, cuando la realidad es que en España «el mundo rural» lo controlan unos ricachones que tienen casi todo el territorio y que reciben ayudas millonarias de la PAC, y en su mayoría están vinculados a grandes compañías, como pueden ser Mercadona, Nestlé, o a una casa nobiliaria. Lo que nosotros defendemos es la renaturalización, que viene del concepto de rewildering.
P. De cara al 8 de marzo, pero también mirando hacia el futuro en general, ¿dónde creeis que es importante poner el foco para que las movilizaciones y las batallas futuras sean cada vez más acordes al ecofeminismo? ¿Qué ejes creéis que van a impulsar las medidas ecofeministas?
R. Es fundamental estar donde haya capacidad de estar y donde sepas que vas a tener un feedback. Existe un foco mediático y social muy evidente, que se encuentra en un lugar específico. Hace veinte o treinta años el foco estaba claro: el agujero de la capa de ozono. Posteriormente, se empezó a hablar de calentamiento global, luego cambio climático y ahora es la emergencia climática o la crisis climática. Tanto para mí como para la Red, uno de los focos que no debemos perder nunca de vista es el de la defensa de la biodiversidad. Me gusta repetir esto a quien me quiera escuchar: Podemos tener un planeta en el que haya emisiones cero y en el que de todas maneras no haya vida. No perdamos esto de vista. No toda la lucha tiene que ser contra las emisiones, aunque no estoy diciendo que se deje de lado, pero no tiene sentido si esto no va a unido en esfuerzos por respetar los ríos, las aguas tanto subterráneas como superficiales, los océanos, los bosques, no importa que sea la Pampa Argentina o un desierto, un bosque de ribera o unos matorrales mediterráneos. Tenemos que preservar la naturaleza, sanar la naturaleza. Yo hablo de naturaleza y no de medioambiente porque estudié Ciencias Ambientales y no me gusta nada. Es una forma de antropizar de nuevo la naturaleza. Ahí es donde tenemos que poner el foco claramente.
Creo que estamos viviendo un momento de sinergias muy bonito. Como decía antes esto se debe a esta cuarta ola del feminismo que se está viviendo globalmente y desde la que es más fácil conversar, dialogar y llegar a puntos de encuentro con otros movimientos, otros colectivos y otras mujeres. Desde este lado creo que se ven muchos avances desde hace unos años y tenemos que darnos cuenta de que venimos de ellos. Creo que se ha pasado de tener una visión que parecía que obligaba a estar sacrificando la lucha principal, como podía ser la de la defensa de los intereses de la clase obrera, a de repente ver claro que se está llegando a puntos de encuentro y a sinergias fundamentales tanto para la lucha obrera como para la de las mujeres, que al final es una misma lucha.
También encontramos un montón de sinergias en el movimiento climático, con todos los jóvenes, con Fridays, Extinction, con vosotras; en movimientos estudiantiles y desde los institutos o universidades. Intentamos no olvidarnos tampoco de los movimientos de base «no formales», como pueden ser las vecinas que se juntan en la puerta de su casa los jueves para hablar de cómo va el barrio y que también se organizan para acompañar a la compra, a acompañar a quien necesite acompañamiento. Esta gente que parece organizada de forma «residual» ha sido la que en parte ha permitido que el azote de la crisis económica en España, aunque horrible, no llegase a lo peor. Precisamente este apoyo mutuo entre un montón de personas, fundamentalmente mujeres, ha sido lo que ha sustentado a muchas comunidades.
La ilustración de cabecera es «Bilbao» (1998), de Helen Frankenthaler.