Por Carl Amery.
Este texto fue publicado originalmente el 26 de junio de 1978 en Der Spiegel con el título «Bahros Kommunismus ist Opposition».
Para el escritor germano-occidental Carl Amery, el crítico del régimen germano-oriental Rudolf Bahro es el único futurólogo a considerar seriamente en la RDA junto con el filósofo Wolfgang Harich. En una carta abierta a Harich, que aparecerá en Solidarität mit Rudolf Bahro [Solidaridad con Rudolf Bahro] junto con otras contribuciones de destacados personajes de izquierdas a finales de junio en la editorial rororo, Amery analiza las diferencias entre ambos pensadores.
Estimado señor Harich:
Es inevitable que me dirija a usted para hablar de Rudolf Bahro. No tema ninguna llamada ni apelación a la solidaridad. No se trata de destinos personales, tampoco del suyo, y no se trata, a priori y estrictamente, de su posición (o su silencio) sobre el destino de aquel. Se trata simplemente del hecho de que su libro del año 1975, ¿Comunismo sin crecimiento?, y el de Bahro, La alternativa, de 1977, son los únicos intentos coherentes, que operan lógicamente, y por ello a considerar seriamente, en la RDA, de ocuparse de la ecología, esto es, del problema de un futuro que todavía sea habitable…
La vitalidad innegable que emana del movimiento ecologista, su tremendo efecto fructífero, que ejerce sobre las categorías políticas y sociales existentes, todo ello nos permite permanecer dispuestos a la conversación más allá de nuestras diferencias y por encima de muros (como espero).
Nos obliga, sin embargo, al debate, y a hablar sobre el libro de Bahro La alternativa… que cae en la categoría de la ecología política. En otras palabras, considera seriamente los postulados que usted plantea en su ¿Comunismo sin crecimiento?, en concreto el de sustituir la actual ciencia dirigente, la economía política, por otra nueva, la ecología política.
Esto no lo dice sin embargo Bahro en ninguna parte, e intuyo que tampoco es consciente de ello… Dice lo siguiente:
Si el desarrollo se mantiene en las próximas décadas, la población de la humanidad, en las actuales extrapolaciones, llegará a entre diez y quince mil millones de personas. Si persiguen los máximos de consumo y emisión de los países más desarrollados, las futuras generaciones habrán de ocuparse de preparar el oxígeno para la atmósfera, el agua para los ríos y el frío para los polos […] bajo la creencia tecnocrática y cientista de que el progreso de la ciencia y la técnica, en sus vías realizadas, resolverá los problemas de la humanidad, descansa una de las ilusiones presentes más enemigas de la vida. La llamada revolución científico-técnica, que todavía hoy se promueve en esta peligrosa perspectiva, debe ser reprogramada para una revuelta social. La idea del progreso debe ser radicalmente reinterpretada a como lo hemos hecho hasta la fecha.
«Debe ser reinterpretada», una forma pasiva. Nada dice del sujeto de la frase, no responde a la pregunta: ¿quién interpreta, quién reprograma? Para usted, señor Harich, no existe ninguna duda: es el partido, y además el partido tal y como es en esencia en los países del socialismo «realmente existente», sin embargo en alianza con la ciencia. Ahora bien, Bahro se ha pronunciado sobre qué tipo de partido desea, seguramente el mismo que usted: una liga de comunistas, que ve, en el aquí y ahora del socialismo realmente existente, claramente como oposición, como palanca e instrumento de crítica y de cambio, y contra los gobernantes.
Su posición en este punto es muy diferente, ya lo era en cualquier caso en 1975. Usted pronostica una época de comunismo de redistribución basado en el racionamiento, en el que no se puede prever un fin a su carácter coercitivo, menos aún su extinción. Porque en un mundo de escasez no puede haber libertad; tampoco lo que Marx y Engels llamaron un «pleno desarrollo de las fuerzas productivas». De donde llega es de la igualdad. Usted lo dice claramente:
El sentido de la historia mundial, si acaso tiene alguno, descansa en la realización progresiva del principio de igualdad de todos los hombres. Este principio constituye todos los valores morales que deben subyacer a un orden racional de las relaciones entre las personas. Los órdenes sociales que se oponen a él viven una dinámica interna ―a largo plazo siempre explosiva― que los hace inestables y, de ese modo, frustran la condición homeostática, a la que humanidad debe llegar so pena de su extinción.
Para Bahro existe otra palabra clave en primer plano:
El comunismo no puede avanzar de otro modo que demostrando a los hombres su progreso visible y constatable hacia la libertad, y eso significa sobre todo, para el exterior, también su libertad interna. La historia se nos presenta aquí con un desafío ineludible. Nuestra civilización ha alcanzado todas las fronteras en su expansión, allí aparece la libertad interna del individuo como condición de la supervivencia. Se trata, sencillamente, de la condición previa para la razonable renuncia colectiva a la continuación, tan desastrosa como subjetivamente carente de objetivo, de la expansión material. La emancipación colectiva deviene una necesidad histórica absoluta.
Igualdad en Harich, libertad en Bahro. Está claro que los conceptos no serían excluyentes si fuesen entretejidos con el de fraternidad. Porque solo la fraternidad posibilita la cuadratura del círculo que descansa en la contradicción práctica de libertad e igualdad y, en consecuencia, en la práctica política y social, que raras ocasiones es fraterna, y apenas se ha resuelto.
Usted mismo habla con frecuencia de la fraternidad. Mucho es lo que usted reclama de la sociedad comunista del futuro: muchos sacrificios por necesidades, lo que es lógico, pues solo hay un único camino para mantener el planeta habitable… Pero al mismo tiempo acentúa, y lo hace inconfundiblemente, que una fraternidad así precisa del refuerzo de los pobres del mundo, prestar apoyo a sus debilidades, y ello supuestamente por un larguísimo período de tiempo.
Está claro que la propiedad social de todos los medios de producción, gestionada por el estado proletario, es una precondición inevitable. Pero aún insuficiente. El estado proletario debe ir mucho más allá de disponer los instrumentos de poder, también debe controlar el consumo de los individuos, y ello con arreglo a los criterios que la ecología le proporciona.
¿Quién o qué es empero este estado proletario del futuro? ¿Con qué se lo controla? Es, como se dijo, el estado del socialismo realmente existente. Es el estado cuyo origen histórico y cuyas raíces Bahro analiza tan implacable y desapasionadamente. Es, en otras palabras, el estado del modo de producción asiático, el despotismo.
Todo ello se concluye claramente de toda su argumentación, señor Harich. Que considera este como el único curso posible y apropiado para conservar un futuro habitable y con representación de los verdaderos intereses del pueblo, todavía por dilucidar, a través de una minoría inteligente, a través del «partido», asesorado por la «ciencia»:
Un régimen socialista que contemple el racionamiento de los valores de uso como una obligación no recibirá […] presiones de nadie para encontrar otra salida, de tipo agresivo, y puede fácilmente ocuparse de poner en marcha las medidas necesarias que, al mismo tiempo, preserven con rigor el principio de la justicia social.
¿Plenos poderes para los «sabelotodo» sobre los «idiotas»? ¿Y en verdad por qué habría de ser justa una tiranía solo por ser ejercida por una minoría inteligente y asesorada científicamente? ¿Por qué ello iba a ahorrarle a la humanidad el destino que la necesidad histórica reservó a los sumerios, a los egipcios, a los pueblos de Asia? Repitamos la cuestión esencial: ¿es, a la vista de la amenaza global que tenemos ante nosotros, un dominio burocrático como este, de los «sabelotodo» en el sentido más literal, parejo con el pleno control absoluto, también sobre los hábitos de consumo, acaso la única salvación? ¿Son estos «sabelotodo», y con ellos el poder absoluto sobre los ignorantes ―los ciudadanos privados, los «idiotas» (que no son otra cosa más que los ciudadanos inconscientes)― idénticos a la función de alivio de las instituciones, que hasta un cierto punto nos arrebatan la maldición de la libertad de nuestras manos débiles?…
Permítame, señor Harich, que declare aquí lo siguiente: el gran mérito de Rudolf Bahro en la cuestión ecológica consiste exactamente en haber puesto en el centro el principio opuesto, concretamente el de la emancipación, como condición previa a la supervivencia de la especie. Bahro postula y demuestra en este punto los siguientes hechos: el primero, la incapacidad de los gobernantes-sabios del socialismo realmente existente, esto es, en la constitución surgida históricamente del modo de producción asiático; el segundo, la falta de responsabilidad de los gobernantes; y el tercero, la ausencia de, en cierto modo, un conjunto completo de respuestas.
Cada uno de estos hechos contradice los requisitos ecológicos del presente y del futuro, y de consuno privan al socialismo realmente existente de todo liderazgo en esta problemática humana decisiva, que podría darse a través de la eliminación del principio de acumulación y la centralización de los mandos de decisión. Esto exige una explicación.
En primer lugar: la incapacidad/irresponsabilidad del aparato dominante es inexcusable, porque su proceso de toma de decisiones es demasiado complicado, esto es, demasiado centralizado. Ha de tener en cuenta tantos parámetros que es incapaz de conducir el proceso de toma de decisiones de manera plenamente correcta. Por eso, sin que los gobernantes sean conscientes, se anteponen los intereses de conservación del propio aparato sin atenerse a las consecuencias de segundo, tercer y cuarto orden.
Para ilustrar este punto permítame traer a colación un ejemplo que a usted, señor Harich, le resultará cercano. Durante una visita en Moscú en el verano de 1976 tuve la oportunidad de mantener una larga charla sobre nuestro tema con redactores de la revista Voprosi filosofi [Cuestiones de filosofía], es decir, la revista que en su momento organizó su simposio, con justicia excelentemente apreciado, sobre «El hombre y la humanidad». Al término de nuestra conversación me permití presentar la pregunta de una conciencia suficiente y una motivación suficiente con un ejemplo concreto. Supongamos que las autoridades de planificación envían a un buen hombre a Kazajistán con la misión de aumentar la cosecha en un cincuenta por ciento. ¿Dispondrá este hombre del esquema que le permita incorporar todos los parámetros de la dimensión ecológica? ¿No será este esquema mucho más difícil de conseguir cuanto más centralista sea, esto es, cuanto más grande sea y cuanto más libre de las interferencias que suponen las objeciones y acuerdos locales conciba su plan? ¿No precisará justamente de la mejor voluntad para obligar a aislar el problema y, de ese modo, abordarlo incorrectamente? Concedo que la pregunta es capciosa, pero la respuesta de los redactores fue remarcable: no nos encontramos aquí ante un problema marxista, sino ante un problema humano general.
Incapacidad para la responsabilidad por arriba, irresponsabilidad desde abajo.
Así están las cosas. Usted y yo sabemos que no es así, al menos no de ese modo. No fue por ejemplo ningún problema de los pueblos cazadores y recolectores, no fue ningún problema para los agricultores de subsistencia libres europeos y asiáticos, que con su intelecto medio estaban muy bien dispuestos a la hora de crear una estabilidad cultural verdaderamente fértil entre la naturaleza y la sociedad. El problema deviene de la humanidad en el instante en el que la mirada individual sobre sus ámbitos de vida les es arrebatada, y también el conocimiento, por los “sabios” cualificados, que son los únicos autorizados a servir al aparato, delante de sus narices.
Y esto nos lleva en segundo lugar a la irresponsabilidad de los gobernados; nos conduce, en palabras de Bahro, a la subalternidad.
A primera vista, un subalterno se encuentra sencillamente en un rango inferior, no puede decidir ni gestionar por sí mismo más allá de una competencia limitada por arriba. Sí determina este rol, sin embargo, el comportamiento social general de quienes están sujetos a él. Si todo su proceso vital sucede principalmente bajo el signo de cualesquiera funciones parciales subordinadas a un todo que no está sujeto a control, entonces deviene la subalternidad […] una característica del individuo en su quehacer. Domina el comportamiento subjetivo, y, al mismo tiempo, se presenta como su equivalente la falta de responsabilidad para la interacción más general.
Incapacidad para la responsabilidad por arriba, falta de responsabilidad por abajo, esto nos conduce al tercer hecho, con el que realmente llegamos a la ecología: la ausencia de cualquier tipo de respuesta real, de cualquier tipo de ciclo comunicativo. Pues el ciclo, especialmente el ciclo de la información en el sentido más amplio, es el signo más urgente del ciclo vital ecológico. No es inimaginable que, en un sistema político-social que carezca de toda dirección externa, el desafío existente pueda ser resuelto. El estrecho vínculo entre teoría y praxis, el sistema, a prueba de errores, de prueba y error, eso significa empero y sobre todo el control constante y multilateral, no jerárquico: estas son las condiciones previas para las funciones ecológicas, y con ellas también las condiciones previas para superar el dilema ecológico. Ello, me parece, lo ha presentado Rudolf Bahro en su contexto y lo ha comprendido de manera excepcional. (Las soluciones concretas que propone no me han convencido, pero eso debería tratarse en otra ocasión).
¿Es la cuestión ecológica, por lo tanto, «neutral» frente la de los sistemas? ¿O categóricamente irresoluble? No lo creo. Comparto la opinión de Bahro y la suya de que el reto de todas nuestras reflexiones políticas y económicas nos conduce, obligatoriamente, a la izquierda; también creo que debe recuperarse mucho del viejo pensamiento conservador, en el mejor sentido de la palabra, que creíamos poder arrojar a la papelera de la historia…
La supervivencia del aparato se encuentra en una posición superior a la del juicio marxista.
Pero algo se me antoja seguro: no hay ninguna solución centralista que haga justas las relaciones ni ninguna solución que desatienda las formas de producción y se concentre exclusivamente en las relaciones de producción.
Llego al fin de mi carta. Él plantea dos preguntas, que ahora deben ser, con todo, personales. La primera, de tipo general: ¿cree usted, con todas las reservas, por los motivos teóricos que pueda albergar contra Bahro, que se puede prescindir de un interlocutor en el debate así de original, valiente y activo en lo ecológico si somos realmente serios con nuestro compromiso?
La segunda pregunta, que surge de la anterior, es necesariamente más incómoda. En 1975 usted escribía: «Que yo […] de muy mala gana entré nuevamente en conflicto con las autoridades, que siguen empeñadas en perseguir, hoy como ayer, un objetivo de crecimiento. Que yo declare su omnipotencia política, así como las estructuras definitivamente autoritarias de nuestro sistema, como necesarias para la supervivencia, no puede más que resultarles justo […]. Con el pluralismo, con las llamadas a más libertad y similares no sintonizo abiertamente mucho, todo lo contrario.»
Ahora bien, su conflicto con las autoridades ha permanecido, eso está claro. ¿Pero no considera algo extraño (objetivamente hablando, quiero decir, como teórico marxista) que alguien como usted, que al cabo procede con la enseñanza pura de manera más despiadada que Bahro, que recortó su componente esperanzador, optimista e ilustrado, y remite a la humanidad a una redistribución severa de corte babuvista, que, pese a todo, alguien como usted, «resocializado», esto es, que sigue estando personalmente seguro mientras Rudolf Bahro, que ha llegado a la conclusión de la necesidad determinada por la ecología de reconciliar la tradición marxista con el principio de la esperanza, se pierda en las mazmorras autoritarias? ¿No sugiere eso que, tal y como señala usted a menudo, usted declara la «omnipotencia política» de los gobernantes como necesaria para la supervivencia mientras que Bahro revela esta misma como un obstáculo decisivo a la supervivencia? (Y, por favor, no me responda que Bahro se encuentra en prisión debido a su actividad en los servicios secretos. El debate debería mantenerse a un cierto nivel). ¿Pero no significa eso, en última instancia, que la supervivencia del aparato, tanto da cómo de alienado, cómo de alienante, cómo de asesinas sus estructuras puedan ser en el futuro, siempre antecede los requisitos de la investigación marxista?
No sin interés espero su respuesta.
Suyo,
Carl Amery
CARL AMERY (1922-2005) fue un escritor y ecologista alemán, militante del SPD y posteriormente uno de los fundadores de Los Verdes. Al castellano se ha traducido su ensayo Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor (Turner, 2002).
Traducción de Àngel Ferrero.