Con este artículo empezamos un mes dedicado explícita y totalmente al ecofeminismo y a la intersección de la lucha contra el cambio climático con las luchas feministas. Abrimos con este texto introductorio, y cada semana añadiremos entrevistas, textos invitados y reediciones de textos clásicos.

Por Clare Hymer y Maddy Hodgson.

Este texto fue publicado originalmente en Novara Media en 2017 con el título «5 Reasons Climate Change is a Feminist Issue».

El cambio climático no es simplemente un problema de exceso de dióxido de carbono en un sistema por lo demás progresista. No es un problema del que todos somos igualmente responsables, ni sus impactos son indiscriminados. Más bien, el cambio climático está ligado a la dinámica de poder, y afecta a algunos mucho más que a otros. He aquí cinco razones por las que el cambio climático es una cuestión feminista.

 

1. El cambio climático afecta de manera desproporcionada a las personas pobres del mundo, de las cuales el 70% son mujeres.

El cambio climático afecta de manera desproporcionada a quienes ya están en la pobreza. Es mucho más probable que las naciones del sur global se vean afectadas por sequías, inundaciones, reducción del rendimiento de las cosechas y aumento del nivel del mar, ya que sus historias de colonización y expropiación de la riqueza implican que carecen de recursos para reconstruir la infraestructura después de estos desastres. También son las personas de menores ingresos las que se ven más afectadas por los desastres naturales en el Norte Global. Sin embargo, dado que el 70% de los pobres del mundo son mujeres, el cambio climático también es un problema que está fundamentalmente relacionado con el género.

Las secuelas de los desastres climáticos presentan una serie de problemas específicos para las mujeres que se encuentran en situación de pobreza. A menudo no se permite a las mujeres el acceso directo a la ayuda humanitaria porque no son «cabezas de familia» y, como cuidadoras primarias en el hogar, son las mujeres las que deben seguir alimentando y cuidando a sus familias ante los desplazamientos y el saneamiento deficiente. Las mujeres también están sobrerrepresentadas en las ocupaciones vulnerables, las cuales a menudo no son tenidas en consideración por los programas de recuperación.

 

2. Cuando se produce un desastre climático, aumenta la violencia de género.

En los lugares en los que los desastres provocan la pérdida de hogares y de sistemas de protección y apoyo, las mujeres, los niños, el colectivo queer y las personas con discapacidad corren un riesgo mayor de sufrir violencia.

Fiji tiene una de las tasas más altas del mundo de violencia de género y los desastres climáticos están sobrecargando las estadísticas. El año pasado, los cambios en las temperaturas alimentaron el ciclón más fuerte que jamás haya azotado el hemisferio sur, dejando a la isla devastada y a más de 150.000 personas desplazadas. La incidencia de la violencia de género empeoró en la zona del desastre y en los centros de evacuación. Shamina Ali, del Centro de Crisis para Mujeres de Fiji, informó: «Hubo mucho acoso sexual a las mujeres. Hubo algunas violaciones, algunas denunciadas, muchas no denunciadas. […] También hubo casos de mujeres que pidieron refugio y de hombres que exigieron sexo a cambio».

Fiji está en vías de ser azotada por múltiples catástrofes climáticas, especialmente por el aumento del nivel del mar y por tormentas cada vez más intensas. Cuando esto ocurra, inevitablemente se va a producir un aumento de la violencia de género.

 

3. Las mujeres indígenas que luchan contra la extracción de recursos están siendo asesinadas y están desapareciendo.

Las mujeres indígenas suelen hallarse en la primera línea del cambio climático y son las líderes en la lucha por la protección de sus tierras frente a los intereses de las empresas internacionales y la extracción de recursos. También corren un riesgo elevado de ser asesinadas y de desaparecer.

El año pasado, Berta Cáceres, líder del Consejo de Pueblos Indígenas de Honduras y una destacada activista contra las presas, las plantaciones y la tala ilegal en Centroamérica, fue asesinada a tiros en su casa y posteriormente se afirmó que su nombre figuraba en una lista negra del ejército hondureño. Entre 2010 y 2014 murieron en Honduras 101 activistas, un número desproporcionadamente elevado de los cuales procedían de comunidades indígenas que se oponían a los proyectos de desarrollo o a la apropiación de tierras.

En Canadá, las muertes de mujeres activistas indígenas constituyen una epidemia: las mujeres indígenas tienen una probabilidad cinco veces mayor de morir de forma violenta que sus homólogas no indígenas, y en las últimas décadas han desaparecido o han sido asesinadas hasta 4.000 mujeres indígenas. Como señaló Melina Laboucan-Massimo, activista indígena y medioambiental de los lubicon, de la nación cree de nativos norteamericanos, cuya hermana Bella murió sin explicación en 2013:

No es una coincidencia que nuestra tierra esté muriendo y que nuestras mujeres estén muriendo. El colonialismo hace de la tierra explotada una mercancía […], del mismo modo en que nuestras mujeres no tienen el mismo valor que las mujeres no indígenas. […] La lucha por proteger nuestra tierra es la lucha por proteger a nuestras mujeres.

 

4. La responsabilidad de la reducción de las emisiones recae en los individuos en tanto que actores domésticos y, por lo tanto, especialmente en las mujeres.

Los discursos liberales sobre el clima están dominados por un énfasis en la acción individual. Las iniciativas para reducir la huella de carbono se centran en gran medida en la esfera doméstica, donde el trabajo no remunerado e invisible de reproducir el hogar y la unidad familiar sigue siendo realizado de manera abrumadora por las mujeres, especialmente por las mujeres de color. Por consiguiente, son los comportamientos de consumo privado de las mujeres los que se examinan más a fondo en los discursos dominantes acerca del clima y, según cierta lógica, se llega incluso a la conclusión de que la manera más eficaz de combatir el cambio climático es abstenerse de tener hijos.

Pero la ironía es que no solo los esfuerzos individuales por frenar las emisiones no son comparables a los de los bancos internacionales, los gobiernos y las empresas de combustibles fósiles, que siguen extrayendo y contaminando con impunidad, sino que en el hogar las mujeres a menudo tienen una libertad financiera limitada con la que poder tomar estas decisiones. En general, las mujeres no tienen la capacidad de poder tomar decisiones con las que hacer más sostenibles sus hogares mediante la inversión en aparatos ecológicos, la compra de alimentos orgánicos y de proximidad más caros, o la instalación de aislamiento o de paneles solares.

 

5. La migración inducida por el cambio climático es un proceso con género.

Cuando los repetidos fenómenos meteorológicos extremos o de lenta evolución abocan a las familias rurales a la pobreza extrema, prevalece la migración de las mujeres más jóvenes, incluso menores de edad. Las mujeres de Nepal y Bangladesh que migran a la India (así como las migrantes internas de las zonas rurales que se trasladan a las ciudades) a menudo se ven obligadas a trabajar en empleos con largas jornadas y baja remuneración, como en talleres esclavos y como empleadas domésticas, debido a su falta de formación y preparación. Las mujeres jóvenes y los menores de edad también son cada vez más vulnerables a los abusos y a la trata.

Las vulnerabilidades de género no solo determinan quiénes emigran, sino también quiénes pueden regresar a sus comunidades después de un desastre. Después del Katrina, Nueva Orleans vio una disminución del 60% en el número de hogares encabezados por mujeres  (sobre todo de aquellos que eran afroamericanos y tenían hijos menores de dieciocho años) debido al precio de la vivienda y de la atención médica y a la falta de oportunidades laborales.

Si bien la migración climática es un proceso con género, existen pocas respuestas dentro de la formulación de políticas y de la esfera pública que establezcan los vínculos necesarios entre la migración, el medio ambiente y el género. De hecho, a medida que el cambio climático lleva cada vez más migrantes a Europa, las acciones y el discurso en torno a la migración climática inevitablemente se van a centrar cada vez más en la «seguridad» del norte global frente a lo que es percibido como una «amenaza», incluidos el aumento de la autoridad estatal, la represión de la disidencia y los controles fronterizos más estrictos. Lo que podemos esperar de todo ello es un trato más duro a los migrantes climáticos, también a las mujeres migrantes.

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Entonces, ¿qué podemos hacer? Para enfrentarnos a las desigualdades de género provocadas por los impactos climáticos, no solo debemos luchar por la educación, la salud, el conocimiento agrícola y los derechos de las mujeres. Las feministas también deben enfrentarse a la industria de los combustibles fósiles y construir movimientos de base para trabajar con las mujeres que luchan en primera línea contra la extracción y responder ante ellas. Solo podemos ganar conectando las luchas por la liberación de las mujeres y la justicia ambiental.

La ilustración que encabeza el texto es The Risen Lord (1864), de Georgiana Houghton.