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  • He aquí las distopías

    He aquí las distopías

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    Por Kim Stanley Robinson

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Commune con el título «Dystopias Now».

    Las distopías son la otra cara de las utopías. Ambas expresan sentimientos en torno al futuro que tenemos en común: las utopías expresan nuestras esperanzas sociales; las distopías, nuestros temores. Hoy en día las distopías son muy populares, y no es de extrañar, pues tenemos muchos miedos acerca del futuro.

    Ambos géneros poseen linajes antiguos. La utopía se remonta al menos hasta Platón y desde el principio tuvo relación con la sátira, un género aún más antiguo. La distopía es claramente un tipo de sátira. Se decía que Arquíloco, el primer satírico, era capaz de matar a la gente con sus improperios. Posiblemente las distopías tengan la esperanza de matar a las sociedades que retratan.

    Desde hace tiempo vengo diciendo que la ciencia ficción funciona mediante una especie de acción doble, como las gafas que se usan para ver películas en tres dimensiones. Una de las lentes, la de la maquinaria estética de la ciencia ficción, retrata un futuro que puede llegar a suceder; es una especie de realismo proléptico. La otra lente presenta una visión metafórica de nuestro momento actual, como un símbolo dentro de un poema. Juntos, los dos puntos de vista se combinan y se convierten en una revelación de la Historia, extendiéndose de manera mágica hacia el futuro.

    Según esta definición, dentro de la doble acción de la ciencia ficción las distopías actuales se asemejan sobre todo a la lente de la metáfora. Existen para expresar cómo nos sentimos en este momento y se centran en el miedo en tanto que sentimiento culturalmente dominante. La búsqueda de un retrato realista de un futuro que efectivamente pudiera tener lugar no forma parte del proyecto; le falta esa lente de la maquinaria de ciencia ficción. La trilogía de Los juegos del hambre es un buen ejemplo de ello; el futuro que muestra no es plausible, ni siquiera es logísticamente posible. No es eso lo que se está buscando. Lo que hace muy bien es retratar cómo perciben los jóvenes el presente, elevado, a través de la exageración, a una especie de sueño o de pesadilla. Dado que esto es lo típico, las distopías pueden ser consideradas como una clase de surrealismo.

    Últimamente tiendo a pensar en las distopías como algo que está de moda, algo quizá perezoso, tal vez incluso complaciente, porque uno de los placeres de leerlas es la sensación de que, por muy malo que sea el momento actual, ni mucho menos es tan malo como los que padecen esos pobres personajes. Una emoción vicaria de consuelo mientras presenciamos/imaginamos/experimentamos las luchas heroicas de nuestros afligidos protagonistas. Enjuague y repita. ¿Esto es catarsis? Puede que más bien sea indulgencia y la creación de una sensación de seguridad por comparación. Una especie de Schadenfreude tardocapitalista y de nación avanzada por esos desafortunados ciudadanos ficticios cuyas vidas han sido destrozadas por nuestra propia inacción política. Si esto es cierto, la distopía es parte de nuestra más absoluta desesperanza.

    Por otro lado, en ellas se expresa un sentimiento real, una verdadera sensación de miedo. Algunos hablan de una «crisis de representación» en el mundo actual, que tiene que ver con los gobiernos: que nadie en ninguna parte se siente adecuadamente representado por su gobierno, sin que importe el tipo de gobierno de que se trate. La distopía seguramente sea una expresión de ese sentimiento de desapego e impotencia. Ya que nada parece funcionar en el presente, ¿por qué no hacer saltar las cosas por los aires y empezar de nuevo? Esto implicaría que la distopía es una especie de llamada al cambio revolucionario. Puede que haya algo de eso. Por lo menos con la distopía se dice, aunque sea de manera repetitiva y sin imaginación, y tal vez de manera salaz: «Algo va mal. Las cosas no están bien».

    Puede que sea importante recordar la presencia amenazadora del cambio climático como un desastre tecnosocial que ya ha comenzado y en la que van a estar sumidos los próximos dos siglos como una especie de factor sobredeterminante, sin importar lo que hagamos. Este periodo en el que estamos entrando podría convertirse en la sexta extinción masiva en la historia de la Tierra y en la primera causada por la acción humana. En ese sentido, el antropoceno es una especie de distopía biosférica generada diariamente, en parte debido a la actividad cotidiana de los consumidores burgueses de literatura y cine distópicos, de modo que existe un realismo repetitivo y de pesadilla en el proyecto: no solo es que las cosas estén mal, sino que además somos nosotros los responsables de hacer que estén mal. Y es difícil no darse cuenta de que no estamos haciendo lo suficiente por hacer que las cosas vayan a mejor, así que las cosas además van a ir a peor. La acción política colectiva es necesaria para mejorar; la solución a los problemas va a requerir algo más que virtud o renuncia personales. La colectividad tiene que cambiar y, sin embargo, hay fuerzas que impiden que la colectividad lo vea: así pues, ¡he aquí la distopía!

    Es importante recordar que aquí utopía y distopía no son los únicos términos relevantes. Hay que usar el cuadro de Greimas y ver que la utopía tiene un opuesto, la distopía, y también un contrario, la antiutopía. Para cada concepto hay un no-concepto y un anticoncepto. Así que la utopía es la idea de que el orden político podría funcionar mejor. La distopía es el no: la idea de que el orden político podría empeorar. Las antiutopías son el anti: la idea de la utopía en sí misma es errónea y mala, y cualquier intento por mejorar las cosas terminará empeorándolas y creando intencionadamente o no un estado totalitario o algún otro desastre político del estilo. 1984 y Un mundo feliz son ejemplos recurrentes de estas posiciones. En 1984, el gobierno trata de manera activa de hacer infelices a los ciudadanos; en Un mundo feliz, el gobierno intentó hacer felices a sus ciudadanos, pero salió mal. Como señala Jameson, es importante hacer frente a los ataques políticos a la idea de la utopía, ya que suelen ser declaraciones reaccionarias en nombre de quienes en este momento tienen el poder, de aquellos que disfrutan de una utopía para unos pocos apenas disimulada a la vez que existe una distopía para la mayoría. Esta observación nos proporciona el cuarto término del cuadro de Greimas, que a menudo es misterioso pero que en este caso es perfectamente claro: hay que ser anti-antiutopista.

    Una forma de ser anti-antiutopista es ser utopista. Es crucial seguir imaginando que las cosas podrían ir a mejor y, además, imaginar cómo podrían hacerlo. Aquí no hay duda de que hay que evitar el «cruel optimismo» de Berlant, que quizá consista en pensar y decir que las cosas van a mejorar sin hacer el esfuerzo de imaginar cómo. Para evitarlo, tal vez sea mejor recordar la cita de Romain Rolland que tan a menudo se atribuye a Gramsci: «Pesimismo del intelecto, optimismo de la voluntad». O tal vez deberíamos renunciar por completo al optimismo o al pesimismo: tenemos que hacer este trabajo sin que importe cómo nos sintamos al respecto. Así que, ya sea por fuerza de voluntad o meramente por la situación de emergencia, nos obligamos a tener pensamientos e ideas utópicas. Este es el siguiente paso necesario después del momento distópico, sin el cual la distopía queda atrapada en un nivel de inmovilismo político que puede convertirla en una herramienta más de control y de que las cosas sigan como están. La situación es mala, sí, vale, ya basta; eso ya lo sabemos. La distopía ha hecho su trabajo, eso ya es pasado, quizá sea algo autocomplaciente quedarse atrapado en ese punto. Siguiente pensamiento: la utopía ―sea realista o no, y quizás sobre todo si no lo es―.

    Además, sí que lo es: las cosas podrían ir mejor. Los flujos de energía en este planeta y la experiencia tecnológica actual de la humanidad son tales que físicamente es posible construir una civilización mundial ―es decir, un orden político― que proporcione alimento, agua, cobijo, ropa, educación y atención sanitaria adecuadas para los ocho mil millones de seres humanos al tiempo que asegura el sustento de todos los demás mamíferos, pájaros, reptiles, insectos, plantas y otras formas de vida con las que compartimos y cocreamos esta biosfera. Claro que hay dificultades, pero solo son eso, dificultades. No son limitaciones físicas que no podamos superar. Así que, dadas las complicaciones y dificultades, la tarea que tenemos por delante es la de imaginar formas de avanzar hacia ese lugar mejor.

    Mucha gente se va a poner a replicar inmediatamente que esto es demasiado difícil, demasiado inverosímil, contradictorio con la naturaleza humana, políticamente imposible, antieconómico y demás. Que sí, que sí. Aquí está el cambio del cruel optimismo al pesimismo estúpido, o llamémoslo pesimismo cool, o simplemente cinismo. Es muy fácil oponerse al giro utópico evocando algún principio de realidad mal definido pero aparentemente omnipresente. A quienes les van mejor las cosas hacen esto todo el rato.

    Evidentemente estamos entrando en el reino de lo ideológico, pero es que es donde hemos estado todo el tiempo. La definición de Althusser, que define la ideología como la relación imaginaria con nuestras condiciones reales de existencia, resulta muy útil aquí, como en todas partes. Todos tenemos ideologías, son una parte necesaria de la cognición, sin ellas estaríamos desvalidos. Así que la pregunta es: ¿qué ideología? Las personas eligen, incluso aunque no lo hagan bajo condiciones generadas por ellas mismas. Aquí, teniendo en mente que la ciencia también es una ideología, yo sugeriría que la ciencia es la ideología más potente para estimar lo que físicamente es posible hacer o no hacer. La ciencia es IA, por así decirlo, en el sentido de que la vasta inteligencia artificial que es la ciencia sabe más de lo que cualquier individuo puede saber ―Marx llamó a este saber distribuido «el intelecto general»― y continuamente reitera y perfecciona aquello que afirma, en un proyecto recurrente y continuo de automejora; una ideología muy poderosa. Para mi propósito aquí, solo apelo a la ciencia para afirmar que, si los distribuyéramos adecuadamente, los flujos de energía de nuestra biosfera proveerían de modo suficiente a todas las criaturas vivientes del planeta hoy en día. Esa distribución apropiada implicaría no únicamente tecnologías más limpias y, en última instancia, descarbonizadas, que son necesarias, pero no bastan. También tendríamos que redefinir el trabajo para incluir todas las actividades ahora llamadas de reproducción social, tratándolas como actos lo suficientemente valiosos como para ser incluidos de una manera u otra en nuestros cálculos económicos.

    Una vida apta para todos los seres vivos es algo que el planeta todavía está en condiciones de proporcionar; tiene los recursos adecuados y el sol proporciona suficiente energía. En otras palabras, hay una cantidad adecuada; que haya suficiente para todos no es físicamente imposible. No será fácil de organizar, obviamente, porque se trataría de un proyecto civilizatorio total, que conllevaría tecnologías, sistemas y dinámicas de poder; pero es posible hacerlo. Esta descripción de la situación puede que no siga siendo cierta durante muchos años más, pero mientras lo sea, dado que podemos crear una civilización sostenible, deberíamos hacerlo. Si la distopía ayuda a asustarnos para que trabajemos más duro en ese proyecto, y quizás lo haga, entonces bien: distopía. Pero siempre al servicio del proyecto principal, que es la utopía.

    KIM STANLEY ROBINSON es un célebre autor de obras de ciencia ficción que han sido traducidas a más de veinticinco idiomas. Entre sus novelas más conocidas se encuentran 2312, Aurora, la trilogía compuesta por Marte rojo, Marte verde y Marte azul, o su obra más reciente, Luna roja.

    La ilustración de cabecera es «Dystopias», de Michael Kerbow.

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  • «El Green New Deal ofrece un mensaje positivo, pero también nombra claramente a los culpables de la crisis» – Entrevista con Anthony Torres

    «El Green New Deal ofrece un mensaje positivo, pero también nombra claramente a los culpables de la crisis» – Entrevista con Anthony Torres

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    Esta entrevista es el resultado, traducido y editado, de una conversación de dos horas con Anthony Torres, activista neoyorkino contra el cambio climático. Anthony nació en Long Island y ha estado muy involucrado en el movimiento por el Green New Deal en Estados Unidos. Su implicación en este movimiento viene después de haber participado en el movimiento juvenil por el clima y luego, en general, en el movimiento por la justicia climática y en los espacios políticos progresistas durante sus años de estudiante. Después de haber estado haciendo durante dos años campañas nacionales con y para varias organizaciones, considera el Green New Deal la culminación de este esfuerzo, una propuesta audaz para la crisis climática, algo que resonara con el público general y que tuviera la ambición y la igualdad en su centro, con el objetivo de ser realmente transformador para todos los estadounidenses.

    En primer lugar, ¿cuál dirías que es la gran diferencia entre el movimiento del Green New Deal y los movimientos tradicionales, es decir, ecologistas y por el medioambiente? 

    Buena pregunta. Podríamos estar hablando de esto todo el día. Lo realmente poderoso del Green New Deal es que ofrece un programa de gobierno para el movimiento. No sólo para el movimiento, sino para cualquier persona, cualquier miembro progresista de la izquierda, cualquier estadounidense que crea que tenemos que transformar una economía amañada y un sistema político que no funciona en nuestro favor, y que tenga miedo de los impactos actuales y futuros del desastre climático. El Green New Deal ofrece una nueva forma de hacer política y muestra un camino, una visión y una estrategia para conseguir grandes cambios materiales en nuestra sociedad, así como para distribuir el poder y los recursos de manera diferente en Estados Unidos. En el pasado, creo que muchas de las luchas de los movimientos climáticos estaban muy enfocadas en diferentes partes de la receta. Era como si dijeran «de acuerdo, necesitamos centrarnos en la desinversión de estas instituciones o en el cierre de estas plantas de carbón específicas y en el avance de estas plantas de energía renovable específicas». Era un poco fragmentario. Era muy parecido a: «Hey, aquí están las diferentes partes y aquí los diferentes componentes». No es que esas cosas no fueran importantes, había un espectro de eficacia, y también había una amplia gama de diferentes grados de éxito. Pero lo que el Green New Deal ofrece es una forma de que cualquiera pueda conectarse e involucrarse. Crea una demanda audaz a nuestros políticos: tienen que comprometerse con un cambio sistémico, no sólo con las diferentes partes del problema. Es ambicioso y lo es de forma intencional; es ambicioso porque su ADN permite que la gente continúe mejorándolo. Así que si estás trabajando para deshacerte de la contaminación en tu comunidad, puedes pensar qué forma debería tener un Green New Deal en tu comunidad. Mientras que con otros esfuerzos anteriores fue muy difícil conseguir un apoyo público masivo porque no siempre fue algo que pareciera resonar o estar ligado a las necesidades de cada estadounidense. Mientras que el Green New Deal ha llegado en un momento perfecto en el que también nos encontramos en medio de una crisis de legitimidad en Estados Unidos, nos estamos preguntando cuáles son las instituciones y sistemas que van a funcionar para todos. Un Green New Deal ofrece una plataforma a nivel nacional para lograr un cambio en un menú completo de soluciones.

    ¿Por qué crees que está funcionando ahora y no lo hizo antes? 

    Es una combinación de varios factores. Tiene que ver con lo anterior. Históricamente, muchos ecologistas en los EE.UU. no dejaron claro quiénes eran los verdaderos culpables. Aunque un Green New Deal ofrece una gran plataforma de soluciones y un mensaje muy proactivo, también nombra claramente quiénes son los culpables de la crisis, los ejecutivos de compañías de combustibles fósiles y los políticos corruptos que trabajan juntos como un cuerpo de élite para sacar provecho de un planeta en llamas, a expensas de la gente trabajadora, las comunidades de color y, en este caso, los estadounidenses y la gente de todo el mundo, de muchas comunidades. La crisis climática se ceba en estas comunidades y tenemos que dejar muy claro al público quién es el culpable, porque si no se deja claro quién es el culpable, la gente rellenará el hueco por sí misma con lo que la cultura dominante suele decir y, sea cierto o no, en este caso, puede ser explotado por medios muy peligrosos. Volviendo a la pregunta, tenemos que: uno) somos capaces de nombrar a los culpables y dos) somos capaces de nombrar a quién va a liderar el cambio y esto permite a todo el mundo a ser parte de la conducción de ese cambio.

    Hay otro par de factores que explican por qué no ha funcionado antes y ahora sí. Uno es que en Estados Unidos hemos estado en una situación muy particular en los últimos años. Hemos visto una variedad de crisis, incluyendo la crisis climática en general. Pero si se mira desde el huracán Katrina hasta las guerras sin fin en Irak, Afganistán, etcétera, la crisis financiera, los asesinatos policiales, los asesinatos sin culpable de negros por parte de la policía y la detención masiva y la deportación de inmigrantes, todas estas crisis que afectaron a los estadounidenses que quedaron sin resolver y nadie tuvo que rendir cuentas por ellas. Esto ha dado lugar a este momento en el que estamos, en el que existe un profundo deseo de una revisión completa de la forma en que estamos haciendo las cosas. Así que el momento era el adecuado para un mensaje radical y ambicioso que genere un camino para que la gente sepa cómo vamos a pasar de donde estamos hoy a un futuro más habitable. El segundo factor también tiene que ver con estas crisis, y con el hecho de que ha habido una falta de liderazgo real en nuestro sistema político, se ha visto un renacimiento de los movimientos sociales en Estados Unidos en la última década, desde el movimiento contra la guerra hasta Occupy, pasando por el nuevo movimiento por la justicia climática y de Black Lives Matters a los Dreamers. Todos estos movimientos han estado construyendo poder y activando a millones de estadounidenses alrededor de la organización social, y realmente han confrontado y desafiado el sentido común de cómo estamos haciendo las cosas. Así que este momento ha sido perfecto, han sido esos dos factores juntos y el hecho de que, a diferencia de lo que ocurrió en el pasado, en los últimos años de esfuerzos climáticos, el Green New Deal fue organizado, impulsado desde abajo, por el movimiento Sunrise, que ha sido uno de esos movimientos que tuvieron la estrategia de enfocarse en «¿cómo construir el apoyo público?» ¿Cómo creamos apoyo público? ¿Cómo conseguimos que las masas formen parte de este movimiento? Y cómo podemos hablar directamente con ellos como nuestro objetivo y hacer que los que están siendo atacados sean los mismos que toman las decisiones que realmente tienen la influencia para hacer lo que hay que hacer. La última parte del éxito del Green New Deal es cómo ha utilizado la táctica del movimiento Sunrise de entrar en la oficina de Nancy Pelosi después de una serie de elecciones híperpolarizadoras y decisivas con Alexandria Ocasio Cortez, una nueva líder de los progresistas. Una nueva figura progresista que ocupa el centro del escenario y ofrece un lugar al que la cámara puede enfocar, y es capaz de contar una historia: que esta es la nueva América que se está levantando, que va a construir un país que sea justo para todos nosotros por primera vez. Ese mensaje, conectado con la profundización de las crisis, especialmente la climática, y con el creciente activismo político entre los estadounidenses, ha conducido a la tormenta perfecta que era el Green New Deal irrumpiendo en la escena y tomando el control del discurso público.

    ¿Crees que el Green New Deal está tratando de movilizar a un grupo social que ya existe, con sus necesidades y ambiciones, y que puede tratar de crear un mensaje ante el que ellos digan: «esto es lo que yo quería y a lo mejor no lo sabía antes, pero esto es lo que yo quería». ¿O piensas que al poner el mensaje ahí afuera estás creando un nuevo grupo de personas que se están organizando alrededor de este mensaje? ¿Uno de los dos tiene prioridad sobre el otro?

    Creo que las dos cosas forman parte de una misma estrategia. Hay un espectro de apoyo y lo que ya sabemos es que la inmensa mayoría del público estadounidense apoya una acción significativa sobre el cambio climático. Sabemos que para muchas de las soluciones políticas radicales contamos con el respaldo del público, pero muchos de esos millones de personas son pasivas en su apoyo y hay muchas otras que son más neutrales o simplemente no han escuchado un mensaje lo bastante potente, que resuene y que realmente hable de aquello a lo que están enfrentando en sus propias vidas y comunidades. También está la base de nuestro movimiento, que a menudo ha estado fracturado en muchas facciones distintas, centrándose en muchos esfuerzos diferentes. Hay muchos roles diferentes para diferentes organizaciones y grupos. No todo lo van a hacer los únicos que luchan por un Green New Deal, pero creo que lo que es realmente crítico es que con un Green New Deal tenemos la capacidad de ampliar y aumentar la participación de nuestros partidarios activos y llevarlos al liderazgo de nuestro movimiento en todo el país. Avanzar en un Green New Deal y avanzar en un objetivo muy ambicioso pero muy directo y claro. En segundo lugar, también tenemos la capacidad, tanto con el mensaje de un Green New Deal como con la visión, pero también con partes de las políticas y soluciones que están dentro de él, de construir y atraer a más indecisos hacia el apoyo pasivo, a más partidarios pasivos hacia los partidarios activos. Con eso podemos hablar de cómo podemos tener un Green New Deal para la agricultura y la América rural que proporcione medios de vida prósperos y comunidades saludables para los agricultores y los trabajadores agrícolas. O bien, ¿cómo podemos lograr un Green New Deal para las comunidades costeras en el que seamos capaces de desmantelar la contaminación tóxica que está destruyendo nuestros ecosistemas marinos y, además, construir la resiliencia y la protección de las comunidades que van a estar a la vanguardia de los desastres? ¿Cómo podemos tener un Green New Deal que funcione como una política industrial que realmente tenga economías localizadas de manufactura limpia y que refuerce la forma en que somos capaces de mantener y crear buenos empleos sindicados de alta calidad en comunidades que han sido abandonadas por las empresas, que iban a dondequiera que pudieran explotarnos lo más posible? El Green New Deal puede hablar de todos estos temas y permite construir su base de apoyo sobre muchos de aquellos que no se han visto a sí mismos como parte del movimiento en el pasado. Creo que ya lo estamos viendo. En Estados Unidos, antes de que apareciera el Green New Deal, el cambio climático era entre los votantes e incluso entre los votantes del Partido Demócrata una especie de asunto menor, de segundo orden. No era una prioridad en absoluto. Ahora, es una de las principales prioridades para los votantes, y entre los votantes demócratas que opinan sobre las elecciones de 2020, está sistemática considerado como la principal preocupación. Más del 80 por ciento de los votantes demócratas quieren elegir y apoyar a candidatos que promuevan un conjunto ambicioso y equitativo de políticas climáticas. La gente está realmente hambrienta por un Green New Deal y ahora, a medida que estamos viendo el daño a nuestro clima dar lugar a más y más consecuencias sobre nuestra gente, se ha convertido en una prioridad absoluta. Creo que ya estamos viendo cómo estamos movilizando a la gente de este espectro de apoyo con nuestro mensaje y nuestra organización para que se vuelvan más y más activos y asuman más liderazgo en nuestro movimiento.

    En relación con esto, mencionaste que para ti parte del Green New Deal era poder identificar al enemigo. Dijiste que eran esencialmente los multimillonarios de la industria fósil. En realidad, si sólo fueran esos tipos los que causaran el problema, sólo serían unas cien personas y no habría conflicto social. Así que, aparte de ellos, ¿se identifica a más personas que puedan unirse en torno a ellos o resistirse a algo que suene a Green New Deal? ¿Tenéis estrategias para amoldar vuestro mensaje a ellos? Es decir, ¿cómo tratas con esa gente y a otra gente por el estilo?

    Eso es algo a lo que le estamos dando muchas vueltas ahora mismo. Hemos hablado de cómo en los últimos meses el Green New Deal entró en la conversación política y se volvió ampliamente popular. Tenemos supermayorías en todos los sectores demográficos. Los estadounidenses desean apoyar un Green New Deal, especialmente si saben en qué consistiría. Y hemos visto cómo la derecha, financiada por los multimillonarios de los combustibles fósiles, se lanzaba en una embestida total contra el proyecto. Tenían el dinero para difundir sus mentiras sobre cómo se iban a hacer cosas que no tenían nada que ver con la idea que estamos proponiendo, y también para avivar el miedo entre el público e intentar buscar a los falsos culpables. Esto, por supuesto, puede ser un desafío, y ha habido consecuencias de ese ataque, pero todavía tenemos una gran mayoría de estadounidenses que están a favor de nuestra visión. En realidad, creo que este es el momento en que tenemos que duplicar los esfuerzos por un Green New Deal y no retroceder, y eso se debe en parte a que ahora tienen que luchar en nuestro terreno. Les hemos obligado a posicionarse claramente en contra del Green New Deal. Ahora somos capaces de fijar los términos de la conversación y es una buena señal cuando tienes a tu oposición política aumentando la intensidad de su respuesta y movilizándose de tal manera en tu contra. Es cuando sabes que estás ganando. Ahí es cuando sabes que estás empezando a ganar la disputa del sentido común. Si nos retiramos de un Green New Deal, tendremos que encontrar nuevos mensajes o hablar sobre las soluciones y las crisis que enfrentamos con un lenguaje que no necesariamente conecta con la gente, que no es cercano. Acabas en la situación inversa, en la que tienes que luchar en su territorio, tienes que decir que no a sus falsas soluciones. Es mucho menos efectivo decir no a sus falsas soluciones, a las demandas de los multimillonarios de los combustibles fósiles que decir: «No, tú tienes que decir que no, son nuestras soluciones, nuestra plataforma». Más allá de eso, hay muchos estadounidenses que se han sentido abandonados o descuidados por los movimientos sociales del pasado y para quienes la economía de los combustibles fósiles ha sido una parte intrínseca de su vida, su sustento y sus comunidades. Especialmente en algunas áreas donde la comunidad depende de la industria de los combustibles fósiles, creo que ahí es donde tenemos que decir claramente cómo un Green New Deal va a apoyar una transición justa para que todos los trabajadores y las comunidades se muevan hacia una economía más saludable y próspera que no deje a nadie atrás.

    Esto recuerda a cuando el socialismo era popular, en el sentido de que nunca fue algo totalmente detallado. ¿Qué es una sociedad socialista? Gente en muchas situaciones identificaba sus aspiraciones con esa causa. Era una idea vaga pero ambiciosa. Fue capaz de identificar a un enemigo y movilizar a mucha gente. Por supuesto, esto no está exento de problemas, que se han visto perfectamente bien en la historia. Pero parece que no se puede crear un movimiento de masas escribiendo una programa enormemente aburrido y detallado. Cuando decías que esos eran los tres aspectos del Green New Deal que considerabas fundamentales, la forma en que las explicas hace que parezcan algo que puede tener un apoyo masivo, porque en cierto modo podría parecer que se está modernizando una economía capitalista. Ninguno de estos fundamentos debería asustar a las personas más ricas, solo estáis diciendo: «Vamos a contaminar menos, vamos a crear buenos empleos, etc». Sin embargo, si sólo hacemos eso, no estamos abordando completamente la amenaza climática. Así que, ¿os preocupa o no que se puedan aplicar realmente estas reformas, pero que de todos modos podríamos seguir sin resolver el problema?

    El Green New Deal es grande a propósito. Se dejó a un nivel muy alto y abierto porque necesitamos que esta plataforma y esta agenda de gobernanza sean elaboradas por y para la gente, por gente de todas las comunidades diferentes. Acordamos ser específicos en tres objetivos. En realidad, la resolución del Green New Deal que ahora ha sido presentada por Alexandria Ocasio Cortez y Ed Markey a los miembros de la Cámara de Representantes y del Senado, y que cuenta con más de cien miembros del Congreso como copatrocinadores, establece 15 metas específicas de un Green New Deal. Por supuesto, debemos y podemos ser mucho más detallados. Pero este Green New Deal ofrece una agenda, un marco y una visión, que es algo que puede ser aplicado y moldeado de muchas formas diferentes. Las tres áreas principales en las que me gusta pensar, y que son nombradas muy específicamente, son que el Green New Deal está tratando de reducir de forma ambiciosa la contaminación, está tratando de crear millones de buenos empleos sindicados y está tratando de transformar la economía en una que funcione para todos los estadounidenses y, por último, de abordar directamente la crisis de desigualdad basada en el racismo y la desigualdad económica en nuestro país. Y esos son tres objetivos críticos que deben cumplirse para que cualquier solución sea considerada parte de un Green New Deal, debe abordar esas tres áreas. Y creo que hay una cosa que me gustaría decir, creo que es justo exigir siempre «bueno, queremos el plan completo», pero eso vendrá y eso se va a construir sobre la base de todas las diferentes políticas del Green New Deal a nivel local, estatal e internacional mientras nos preparamos para tomar el poder a nivel nacional en los Estados Unidos. Donde más a menudo oigo la crítica es por supuesto en Twitter, pero también de gente que viene del mundo de la política y no necesariamente entiende que no podemos construir poder y conseguir el cambio que queremos simplemente vendiéndolo a todo el mundo y haciéndole saber a todo el mundo que tenemos cada detalle resuelto. Lo siento. No funciona así. Lo que tenemos que vender es la visión. Tenemos que vender el resultado, a dónde vamos. Tenemos que construir poder y apoyo en torno a los objetivos finales y, en muchos casos, en torno a algunos de los medios creativos y ambiciosos con los que vamos a conseguirlo. Necesitamos crear el espacio y organizarnos para que millones de estadounidenses puedan dar su opinión sobre cuáles serán estas políticas y soluciones. Ahora mismo, y cuando el Green New Deal se concibió, es el momento de exponer nuestra visión, a dónde tenemos que ir. Hemos intentado en el pasado vender todos los detalles, algo así como: «escuchad, ¿queréis apoyar este mecanismo de financiación realmente complejo para que reduzcamos la contaminación de este lugar? ¿Queréis reducir el poder de las empresas en esta área y luego obtener parte de ese dinero para crear algunos puestos de trabajo en este pueblo?» Así no es como se consigue el apoyo masivo de la sociedad, esos son los pasos que vienen después de transmitir la visión amplia.

    Esta es una de las críticas que se hace habitualmente al Green New Deal: no está muy claro qué medidas se van a tomar. Y, como has dicho, estas medidas pueden ser diferentes según la necesidad de cada población. ¿Crees que esto ha sido un problema en la campaña hasta ahora? ¿Cuáles han sido algunos otros problemas que has encontrado a lo largo del camino?

    Bueno, todo esto es en parte una apuesta. Volviendo a la otra pregunta y luego entrando en esto, con el Green New Deal queríamos hablar en términos bien articulados y de frente sobre los valores que vamos a estar asumiendo y que van a impulsar el cambio y cómo se materializa esta visión. La ocupación del despacho de Nancy Pelosi provocó agitación y dio publicidad al Green New Deal, y los valores, el mensaje y la visión que se percibió en todo el país sobre el Green New Deal creó el espacio político para que instituciones, políticos, candidatos, organizaciones, comunidades tuvieran el apoyo y el impulso para poner en marcha sus planes muy detallados sobre cómo llevarlo a cabo. Después de unos cuantos años en el movimiento climático, no ha habido un momento en el que, como ahora, casi todos los candidatos presidenciales estuvieran presentando planes detallados sobre cómo su plan de Green New Deal afectaría a todos y cada uno de los sectores de la economía. Esto es lo que queremos decir con que «iba a ocurrir». Los detalles ya vendrán, gracias a que antes hemos creado el espacio político para que la gente pueda debatir y luchar por lo que esto va a ser. La pregunta ha pasado de si íbamos a actuar sobre el clima o no, o si el cambio climático es real o no, a «¿qué tipo de Green New Deal vas a apoyar e impulsar? ¿Cómo vas a luchar contra la crisis climática?» Eso ya ha cambiado. Ahora es cuando hay que definir los detalles.

    Volviendo a tu pregunta, siempre existe el peligro de que las demandas de nuestro movimiento puedan ser cooptadas para satisfacer los objetivos de las empresas, o por actores y políticos malintencionados que en realidad no quieren servir a las necesidades de la gente y realmente quieren usar este impulso político para su propia agenda y beneficio. La consecuencia de ello sería el no ser capaces de hacer lo necesario para frenar las crisis a las que nos enfrentamos, y eso es realmente culpa nuestra. Ahora que hemos creado este espacio político no solo tenemos que defenderlo, sino que es nuestro papel y el de muchos otros en nuestro movimiento impulsar el Green New Deal como un punto de apoyo para lo que realmente necesitamos en nuestra sociedad y en nuestro mundo. Por supuesto, existe la amenaza de que el Green New Deal y sus políticas puedan ser lanzadas o explotadas o redirigidas hacia un simple capitalismo pintado de verde. Nos corresponde a nosotros asegurarnos de que el Green New Deal está dirigido específicamente a eliminar a los culpables de la crisis y no solo a los multimillonarios específicos de los combustibles fósiles, sino también al sistema económico y político, así como a los sistemas sociales que han creado esta crisis en primer lugar. Por eso creemos que el Green New Deal es tan importante. No se puede abordar la crisis climática por sí sola, tenemos que enfrentarnos al sistema capitalista. Es el que ha hecho que la extracción por cualquier medio y a cualquier precio y el beneficio de unos pocos, y de cada vez menos sea más importante que la salud y la seguridad de todos los que viven en este planeta. Necesitamos un Green New Deal que también aborde el que crisis climática surge de un sistema que fue diseñado para crear una jerarquía de poder, para crear una jerarquía sobre quién recibe los beneficios y que también ha establecido una jerarquía del valor humano. Esa jerarquía de valor humano incluye la esclavitud de la población negra, la exterminación de los pueblos indígenas y la formación de una subclase de trabajadores que crean gran parte de la riqueza y el trabajo de los que depende la sociedad, pero que no reciben los beneficios. Ese sistema de extracción, de extinción, de explotación creó directamente el camino hacia donde estamos. En un momento en que la élite política y económica ha jodido tanto al planeta y a nuestra civilización humana que literalmente se está canibalizando a sí misma, no tiene sentido perseguir un Green New Deal que no conduzca a una economía, una democracia y un planeta que sirvan mejor a la mayoría y que restrinja y quite el poder y los privilegios que los pocos que nos trajeron aquí en primer lugar han mantenido durante demasiado tiempo.

    Respecto a lo que decíamos antes, que esto ya se intentó, ¿cómo crees que han cambiado las circunstancias? Hace 20 años, con Al Gore, la crisis ecológica estaba ahí ya, pero era otra época, era antes de la crisis financiera de 2008, y no había ningún movimiento que la respaldara, ni siquiera los grupos medioambientales, como el Sierra Club, se dedicaban mucho a esto, era un mensaje casi mesiánico de un solo tío. ¿Crees que el hecho de que Trump fuera elegido presidente es parte de lo que ha hecho esto posible? Si hubiera un presidente demócrata, Hillary Clinton u otra persona, la gente habría sentido que se les puede pedir cosas porque, ya sabes, son los buenos o los menos malos?

    Sobre si este empuje tiene que ver con Trump, y con el hecho de que tenemos a Trump y fascistas en el poder y que la industria de los combustibles fósiles está influyendo en las agencias reguladoras, en comparación a digamos una continuación de cómo los liberales dirigían el gobierno federal, creo que en cualquier caso era el momento del Green New Deal. El movimiento social, Sunrise y muchos de los esfuerzos de los que fui parte para tratar de crear una plataforma ambiciosa e igualitaria que luego se convirtió en el Green New Deal, todo eso comenzó antes de la elección de Trump. En parte porque, sí, sean o no demócratas y republicanos, los políticos no estaban haciendo lo necesario, a todos los niveles, a la escala que la ciencia y la justicia exigen, para detener la crisis del clima y de igualdad y democracia. Nadie nos iba a salvar y creo que parte del problema del ecologismo dominante en los últimos años había sido esta dependencia de pedir o mendigar a los políticos liberales y progresistas, que hicieran el mínimo o que hicieran cambios incrementales y apostar a que solo porque tenían buenas intenciones o porque ellos, los ecologistas, estaban allí, los políticos harían lo que era necesario. Eso resultó ser un fracaso. Quiero decir, sí, hubo progreso en la administración de Obama. Sí, algunas cosas fueron importantes, se lograron nuevos puntos de apoyo. Pero también tuvimos que luchar con uñas y dientes para que la administración rechazara el oleoducto Keystone XL. La administración comenzó con un mal proyecto de ley de cap&trade en el que la comunidad ambiental gastó millones y millones de dólares, en un esfuerzo que nunca fue a ninguna parte. Mientras, las cosas empeoraron, perdimos mucho tiempo y nuestra oposición se hizo más fuerte, creció su capacidad de marcar el discurso y para mantener nuestra dependencia de un sistema explotador. Así que el Green New Deal iba a llegar porque, independientemente de quién estuviera en el poder, necesitábamos una intervención audaz y provocadora para producir un cambio en nuestra política. Eso es lo que el Green New Deal y lo que los jóvenes que han estado liderando el movimiento en los Estados Unidos han sido capaces de lograr. Creo que el impacto de la elección de Trump fue obviamente la urgencia. La urgencia aumentó por el hecho de que incluso todas esas ganancias incrementales estaban siendo eliminadas por Trump y el partido republicano. Y la segunda razón por la que creo esto (no todo el mundo está de acuerdo en este punto), es que hubo una demostración clave después de 2016 de que el establishment nunca iba a hacer lo que se necesitaría para, al menos, protegernos e, idealmente, tomar medidas contundentes. Así que creo que muchos de los estadounidenses que ahora forman parte de este movimiento se dieron cuenta de que los que decían «tenemos que esperar el mejor momento o haremos las cosas despacio» eran los que tampoco lograron impedir que llegar al poder la gente que hará lo que sea para destruir el planeta en su propio beneficio.

    ¿Cuál crees que es el escenario en este momento en los EE.UU., siendo este el año anterior a las elecciones? ¿Cuáles crees que son algunos de los posibles resultados de las elecciones y algunos de los escenarios más probables? ¿Crees que va a haber grandes obstáculos? Si los demócratas ganan la Casa Blanca y el Congreso, ¿es posible que todo quede bloqueado en el Senado, o en la Corte Suprema?

    A partir de 2020 tenemos que movernos muy rápido. Los próximos 10 años tienen que ser la década del Green New Deal. Deben ser años en que aprobemos el conjunto de prescripciones políticas del Green New Deal a nivel nacional y en cada uno de los demás niveles de gobierno. Tenemos que seguir acelerando. Va a ser un proceso que tiene que ser cada vez más ambicioso para hacer frente a la magnitud de las crisis a las que nos enfrentamos. Especialmente cuando se pongan peor. Necesitaremos un movimiento que sea lo bastante fuerte como para enfrentarse a los que se benefician del caos climático, ya se trate del Senado Republicano o de jueces de la Corte Suprema (que para empezar no deberían estar allí) o de los fascistas y nacionalistas blancos que intentan amenazar e imponer la violencia a los estadounidenses. Creo que hay diferentes escenarios por delante. Este que planteo es uno de ellos. No creo a nadie que diga que esto es lo más probable. Hay muchos escenarios diferentes que pueden ocurrir. Y lo que tenemos que tener muy claro es dónde tenemos que estar. Es decir, después de las próximas elecciones, tenemos que exigir firmemente que cada día sea otro salto adelante hacia nuestra visión de un Green New Deal. Las cosas ya se han puesto en marcha, debido a la organización que se ha hecho desde una variedad de movimientos. Con la aparición de una mayoría progresista entre el público estadounidense, estamos viendo que los candidatos que quieren reemplazar a Trump tienen que presentar planes cada vez más detallados y ambiciosos sobre cómo llegar a un Green New Deal. Así que tendremos que exigir a quienquiera que gane que cumpla nuestro estándar de lo que debe ser un Green New Deal. Tendremos que asegurarnos de que se conviertan en su prioridad número uno cuando estén en el cargo. También tendremos que seguir ampliando el grupo de los partidarios del Green New Deal populista de la izquierda progresista y de los defensores del clima en todos los niveles de gobierno. Así que ahora mismo, por supuesto, tenemos líderes como Alexandria Ocasio Cortez, pero no puede hacerlo todo ella sola. No está sola ahora mismo, por supuesto, pero necesitamos un cuadro completo. Necesitamos algo más que un escuadrón. Necesitamos un ejército de partidarios del Green New Deal en el Congreso, en los estados y a nivel local. Y esas facciones de la gente, en conexión con los movimientos y en coordinación con los que luchan en las calles y organizan nuestras comunidades deben mantener, defender y avanzar a cada oportunidad nuestras ideas. Cuando digo que esta debe ser la década del Green New Deal es porque hay una falsa expectativa que algunos tienen de que el Green New Deal va a ser una sola Ley y ya está. No lo será y no debería serlo. Debe ser una lluvia constante de políticas tras políticas tras políticas, con cambio tras cambio tras cambio. Solución tras solución. Esto se debe a que las crisis a las que nos enfrentamos van a cambiar y la escala de lo que tenemos que hacer tendrá que ser cada vez mayor. Lo que estamos viendo ahora mismo es que también tenemos un número creciente de progresistas que se postulan para cargos públicos, muchos de ellos mujeres de color, candidatos de la clase obrera, inmigrantes y jóvenes. También quiero agradecer especialmente a las personas queer y trans que han estado en la vanguardia de este movimiento. Estas son las personas que se postulan y ejercen el poder del movimiento en las elecciones y en el proceso político, y eso debe continuar. Independientemente de lo que ocurra a nivel presidencial, hay mucha gente que está enfrentándose a políticos del establishment. Se están enfrentando a ellos y es increíble ver lo que el Green New Deal ya ha conseguido. Esto tiene que ser solo el principio. Tenemos que luchar por la hegemonía en los Estados Unidos. En cada nivel gubernamental tenemos que tener un grupo afín de líderes políticos que estén dispuestos a hacer lo que sea necesario para hacer su trabajo en nombre de la gente que se está organizando en números que nunca hemos visto para el clima.

    Respecto a predicciones específicas sobre esta elección, también estamos luchando por el impeachment de Donald Trump, y creo que ganaremos el juicio político y debemos tener una administración demócrata que, como mínimo, nos apoye. Idealmente debería estar a la vanguardia de la implementación de un Green New Deal que se tome en serio el cambio radical y sistémico. Va a ser una lucha muy dura. No sólo nos enfrentamos a Trump y a su régimen cuasifascista, sino que también tenemos un establishment demócrata al que también tenemos que presionar y a menudo apartar del camino para que la nueva generación de estadounidenses que están realmente dispuestos a usar su poder político y cumplan con su deber de servir al pueblo. En este caso eso significa hacer todo lo posible para conseguir un Green New Deal para todas las personas y para el bien de nuestro planeta.

    Respecto a la dimensión internacional del Green New Deal. ¿Qué grandes cambios crees que se necesitan en lo que Estados Unidos hace en el mundo? ¿Puede pasar de ser un obstáculo a ser una fuerza líder? También, en relación a esto, ¿qué formas de cooperación internacional con otros países ves como posibles en el futuro y con la gente de nuestros movimientos en otros países? ¿Estáis explorando nuevas formas? ¿Ya estáis haciendo algo? ¿Qué formas específicas crees que podríamos hacer para cooperar de manera material?

    Bueno, lo estamos explorando y lo estamos haciendo ahora mismo, ¿no? Quiero decir que va a ser necesario construir relaciones más profundas y compartir lecciones y estrategias de análisis político y colaborar en planes a través de las fronteras y en todo el mundo para hacer realmente lo que se necesita hacer por el bien de todos los seres vivos de este planeta. Creo que uno de los puntos clave es que la misma élite corrupta de Estados Unidos que está jodiendo a la mayoría de los estadounidenses, y que nos ha puesto en una situación en la que nos enfrentamos a la perdición ecológica, es la misma élite corrupta que ha posicionado a Estados Unidos como el principal contribuyente a la crisis climática. También son ellos los que han llevado a la política exterior de Estados Unidos a no reconocer el hecho de que muchos países, especialmente los del Sur global, han contribuido menos y tienen más en juego y son los más vulnerables a la crisis climática. Y luego, además, esa política exterior ha servido para beneficiar a las megaempresas y su interés es seguir saqueando los recursos de las comunidades de todo el mundo. Un claro ejemplo de esto es cómo la política comercial de Estados Unidos ha consistido en trasladar los puestos de trabajo y las industrias estadounidenses al extranjero en las últimas décadas, a países en los que pueden explotar a los trabajadores en mayor medida, envenenar a las comunidades con menos restricciones o verter allí las toxinas. Todo esto mientras venden sus productos a los estadounidenses, que ven cómo sus propias redes de seguridad social se marchitan. Este ciclo es insostenible. Y para que podamos hacer una intervención, lo que debe hacer internacionalmente un Green New Deal en los EE.UU. es establecer a los EE.UU. como uno de los principales contribuyentes a la transformación económica en todo el mundo. Esto no debería significar que las empresas estadounidenses o que los estadounidenses se beneficien por sí solos de la nueva jerarquía y se beneficien de las necesidades urgentes a las que se enfrenta el resto del mundo. Lo que eso significa es que realmente tenemos que compartir nuestra tecnología, compartir las estrategias y compartir la riqueza que se cree en la nueva economía basada en energías renovables. Esto quiere decir que necesitamos apoyar financiera y políticamente a todos aquellos que luchan por sus propios Green New Deals en países de todo el mundo, luchando por la dignidad, el respeto y la democracia en otros países. Y hacerlo de una forma que realmente vaya de abajo hacia arriba y que respete la forma en que las diferentes comunidades van a afrontar sus problemas. Mucho de lo que trata el Green New Deal se ejemplifica en cómo en los Estados Unidos se sabe que estamos tratando de crear economías más localizadas, fortalecer las comunidades y los servicios públicos. Esto también debe aplicarse a escala internacional. No podemos ser nosotros, como estadounidenses, los que ahora vamos a imponer nuestro Green New Deal a todos los demás. Deberíamos ser aliados y partidarios de todos ustedes como naciones del mundo y como movimientos. Nosotros, como movimiento estadounidense, queremos apoyar a los aliados de nuestro movimiento en otros países, que luchan por sus propias soluciones locales y por la propiedad de la tierra de sus propias soluciones. Por eso digo que hay mucho en el Green New Deal.

    En relación a esto, y este es un interesante ejemplo histórico que acabo de aprender en la gira de la Guerra Civil [un paseo guiado por lugares de la Guerra Civil española], la Internacional Comunista a principios de los años treinta se implicó en este frente popular que se creó en ese momento. Una alianza que incluyó no solo a los comunistas, sino también a los socialistas, anarquistas e incluso liberales. Puede que no todos estemos de acuerdo en hacia dónde queremos dirigir el próximo sistema, pero todos sabemos que necesitamos un nuevo sistema y teníamos que enfrentarnos a la amenaza urgente de esa época que era el creciente fascismo. También estamos viendo el resurgir del fascismo hoy en día y no es una coincidencia que esté sucediendo al mismo tiempo que crece el caos climático. Deberíamos estar explorando estas vías, y sé que ha habido llamadas a esto, llamadas a un Green New Deal internacional. Pero también, para apoyar un Green New Deal internacional, necesitamos un nuevo frente popular de fuerzas a través de las fronteras y de las naciones, un frente de movimientos. No tienen que estar completamente alineados, pero en algún momento estarán alineados para que podamos hacer lo que sea necesario para evitar que los fascistas ganen poder en el vacío existente. Para hacer avanzar nuestras políticas y planes audaces y necesarios, necesitábamos esfuerzos a todos los niveles nacionales y a nivel mundial para mantener el planeta por debajo de 1.5 grados y tener un futuro estable y habitable para todos los pueblos. Necesitamos un nuevo frente popular para hacer eso. Estoy realmente interesado en que continuemos construyendo nuestras relaciones y nuestra solidaridad, y alcanzando compromisos entre nosotros, a través de los océanos y a través de las fronteras, porque eso es lo que va a hacer falta. No va a ser «sí, necesitamos el Green New Deal en los Estados Unidos». Esa será una gran victoria en esta lucha, pero necesitamos ganar en muchos, muchos lugares diferentes del mundo muy rápidamente. También tenemos que enfrentarnos a esta amenaza compartida de la crisis climática, la crisis de desigualdad y el creciente autoritarismo, que conducen a su propia visión para el próximo sistema, al que todos tenemos interés en oponernos. Ojalá esto sea el comienzo de un nuevo movimiento de solidaridad en todo el mundo.

    Un posible escenario: hay un gran cambio político en Estados Unidos y otros países. Empezamos a aplicar el Green New Deal en varios lugares, mientras que otros países podrían no estar necesariamente de acuerdo con estos planes. Hay tensión con otros países que podrían resistirse a esto, como Rusia, como ahora Brasil. Países donde el fascismo podría estar creciendo.  El Green New Deal podría ser usado como un instrumento en un nuevo imperialismo verde. Algo así como decir: «No quieren hacer esto; si no lo hacen, todos vamos a morir. Debemos invadir Brasil». Así que se usaría el Green New Deal como excusa para el militarismo y el imperialismo. ¿Crees que este es un escenario posible?

    Sí, obviamente, hay una posible amenaza en este sentido, y con Brasil ya lo había pensado antes. Esta es exactamente la razón por la que nuestros movimientos, en América y en Brasil, necesitan estar en estrecha cooperación y colaboración. Ese va a ser el punto clave para alcanzar una comprensión de la situación real de la gente en el terreno. Necesitamos, primero, información, y luego continuar colaborando de diversas maneras. Cuando se trata del ejemplo de Brasil, me preguntaba cómo podemos asegurarnos de que los Estados Unidos no sean cómplices, al menos en este caso, de un régimen fascista que está contribuyendo a la crisis climática y al genocidio de los pueblos indígenas. Así que obviamente, debemos retirar nuestro apoyo, y esto también podría hacerse a través de la restricción del comercio de las mega-empresas americanas, que son algunos de los principales consumidores de lo que vende la élite aristocrática de terratenientes brasileños que están impulsando la deforestación de la Amazonía. Creo que esto se puede hacer de una manera que no sea imperialista. Hay maneras de hacerlo de una manera imperialista, como sancionar a Brasil e imponer sanciones a todos los brasileños o entrar y literalmente invadir el país.  O, por el contrario, podemos, y tenemos que hacerlo de forma que sea internacionalista y que abarque la solidaridad mundial. Va a ser difícil: habrá momentos en los que tendremos que averiguar qué hacer, especialmente a medida que las apuestas suban. Especialmente para mí, como estadounidense: desde mi punto de vista tenemos que averiguar cómo aprovechar el poder y posición de EEUU de una manera que sea cooperativa, a la vez que satisface la urgencia de lo que se necesita. Al mismo tiempo, tenemos que romper nuestra tradición imperialista, una tradición de imponer nuestra voluntad, a menudo improductiva, al resto del mundo.

    La imagen  de cabecera es de James McInvale, un ilustrador de Georgia, Estados Unidos.

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  • Plan, estado de ánimo, campo de batalla – Reflexiones sobre el Green New Deal

    Plan, estado de ánimo, campo de batalla – Reflexiones sobre el Green New Deal

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    Por Thea Riofrancos.

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Viewpoint Magazine con el título «Plan, Mood, Battlefield – Reflections on the Green New Deal».

    Los científicos que estudian el clima están empezando a parecer unos radicales.

    El informe del IPCC de 2018 concluye que serían necesarios «cambios sin precedentes y en todos los aspectos de la sociedad» para limitar el calentamiento a 1,5 ºC. En un informe devastador sobre el terrible estado de los ecosistemas del planeta, la Plataforma de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos de la ONU también pide, en palabras textuales de su presidente, «una reorganización sistémica de los factores tecnológicos, económicos y sociales, incluyendo paradigmas, objetivos y valores».

    La primera y hasta ahora única iniciativa legal en Estados Unidos que aborda la severidad de la crisis a la que nos enfrentamos es el Green New Deal, presentado el pasado mes de febrero [de 2019] como una resolución conjunta del Congreso. La resolución propone, entre otros objetivos, la descarbonización de la economía, la inversión en infraestructuras y la creación de trabajos dignos para millones de personas. Y aunque, desde el punto de vista global, esta resolución resulta limitada dada su escala nacional, transformar Estados Unidos de acuerdo a esos parámetros tendría repercusiones en todo el planeta por al menos dos razones: Estados Unidos es un gran impedimento para la cooperación global respecto al clima y hay partidos políticos en todo el mundo (el Partido Laborista en Reino Unido y el PSOE en España) que han empezado a adoptar el Green New Deal como marco para su propias políticas a nivel nacional.

    Después de unos meses de idas y venidas en los discursos, podemos empezar a identificar una serie de posiciones emergentes dentro del debate en torno al Green New Deal. La derecha se ha limitado a meter miedo porque «vienen los rojos» y ha tachado la resolución no vinculante sobre el Green New Deal de «monstruosidad socialista» y de vía hacia la servidumbre de la planificación de estado, el racionamiento y el veganismo obligatorio. En las posiciones de centro, cada vez más menguantes, se agarran con fuerza a las políticas equidistantes: el Green New Deal es como un sueño infantil; los adultos de verdad saben que la única opción es seguir la senda del bipartidismo y del incrementalismo. La izquierda, por supuesto, sabe que en el contexto de una crisis climática que ya está en marcha, del resurgir de la xenofobia y del debilitamiento de la legitimidad del consenso neoliberal, lo verdaderamente engañoso son las soluciones «de mercado» y los alegatos nostálgicos en favor de las «normas e instituciones» americanas.

    Pero también en la izquierda hay críticas y rechazos frontales al Green New Deal (como esta, esta, esta y esta). Al Green New Deal, como al antiguo New Deal, se le achaca que se limite a que el estado, en tanto que comité ejecutivo de la burguesía, rescate al capitalismo de la crisis planetaria que él mismo ha provocado. Según este punto de vista, en lugar de dotar de poder a las comunidades «vulnerables que se encuentran en primera línea», tal y como dicta la resolución, este marco normativo concedería a las empresas oportunidades de inversión inesperadas y subvenciones que se beneficiarían de rebajas de impuestos, subsidios, colaboraciones público-privadas, desembolsos en infraestructura que estimularían el desarrollo inmobiliario y una garantía de trabajo que haría lo mismo con el consumo; todo un win-win para el estado y el capitalismo, pero que, al dejar intacto el modelo subyacente de acumulación de capital, adicto al crecimiento, supondría una derrota para el planeta y para las comunidades más vulnerables a la crisis climática y al apartheid ecológico. Y hay otra vuelta de tuerca más. Como apuntan a veces estos mismos análisis, este escenario, con sus vencedores y vencidas asegurados,  se basa en una comprensión errónea del capitalismo contemporáneo. En un mundo con un estancamiento económico secular ―márgenes de beneficio decrecientes, burbujas especulativas, financiarización, actitudes rentistas y acumulación de capital a través de la redistribución de abajo arriba―, las cualidades vampíricas del capital nunca han resultado tan obvias. La idea de que, con un pequeño estímulo, el capital podría superar de repente estas tendencias e invertir en actividades productivas no es más que una fantasía nostálgica sobre sí mismo.

    Para los escépticos del Green New Deal que hay en la izquierda, este keynesianismo verde tan anacrónico tiene su contrapartida ideológica en el nacionalismo económico que se deja ver a través del lenguaje de la resolución, el cual coloca a Estados Unidos como un «líder internacional» que, en general, realiza un contabilidad de las emisiones de carbono que llega solo hasta las fronteras americanas, invisibilizando así las grandes redes de extracción, producción y distribución que requeriría una transición masiva hacia las energías renovables. En palabras de Max Ajl, su plan político se resumiría en «socialdemocracia verde en casa; fronteras terrestres y marítimas militarizadas; y, más allá, la extracción de recursos para crear tecnologías limpias en casa». Esto podría darse, por ejemplo, mediante apropiaciones neocoloniales de tierras para la producción de energías renovables.

    En esa misma línea, una mirada algo miope acerca de las emisiones de carbono que no vea más allá de la red eléctrica nacional puede ignorar los límites extractivistas en el Green New Deal. Una visión global y holística revela que las energías renovables intensificará la minería, la cual aporta materias primas con las que rehacer el «ambiente construido»[1] para que funcione exclusivamente con electricidad. Y un mundo con una minería intensificada es, a su vez, un mundo de acumulación por desposesión y de contaminación. Uno de estos límites es el del litio: se trata de un componente extraído de la salmuera o de la roca sólida que es necesario para fabricar las baterías que hacen funcionar los vehículos eléctricos, o las que proporcionan almacenamiento de energía a las redes de las renovables. En Sudamérica, el litio está siendo extraído a un ritmo alarmante a partir de la salmuera almacenada bajo unos salares ubicados en una meseta que se halla a gran altitud y que está rodeada por la cordillera de los Andes. Los salares son sistemas hidrológicos vulnerables de los que la salmuera es una parte fundamental; es un tipo de humedal desértico que se superpone al territorio, a huertos y a pastos de comunidades campesinas indígenas y mestizas. En el supuesto de que en 2050 haya tenido lugar una transición energética total a las energías renovables y sin alteración de los patrones de consumo de energía, la demanda de litio habrá excedido el 280% de las reservas de litio conocidas (es decir, los depósitos cuya extracción resulta económicamente viable ahora mismo).

    Finalmente, está el asunto de que la resolución no habla en ningún momento del monstruo que todo el mundo se empeña en ignorar, la industria de la energía fósil, responsable de la mayor parte de las emisiones globales. Este sector es un obstáculo político descomunal a nivel interno: debido a la expansión del fracking, Estados Unidos está camino de convertirse en el mayor productor global de petróleo y de gas natural; de hecho, el mundo está tan anegado por el petróleo americano que las mayores barreras para el suministro —«sanciones, conflicto y guerra civil»— apenas afectan ya al precio del crudo. Es difícil imaginarse a este monstruo renunciando de manera voluntaria a sus enormes inversiones. En el caso de que viéramos unas regulaciones rigurosas de las emisiones y se impusiera una transición hacia las energías renovables, las inversiones en torres de perforación, oleoductos y plantas energéticas se convertirían de la noche a la mañana en billones de dólares en activos echados a perder y causarían una crisis financiera global.

    Esto son obstáculos reales, restricciones reales y preocupaciones reales. Opino, sin embargo, que una política de mera oposición, una política que, a la luz tanto del poder de nuestros enemigos como de las limitaciones del Green New Deal tal y como es concebido actualmente, se posiciona principalmente en contra de esta iniciativa no es ni empíricamente sensata ni políticamente estratégica.

    Empecemos por los hechos básicos. Nadie niega que sea deseable una descarbonización de los sistemas energéticos nacionales y globales. Los complejos mecanismos de retroalimentación que existen entre el calentamiento de la atmósfera y otras formas de desastres medioambientales, desde las sequías hasta la subida del nivel del mar, pasando por otros fenómenos meteorológicos extremos, son tales que cada grado de calentamiento que evitemos ―o, ya que estamos, cada décima de grado― supone que el mundo sea mucho más seguro para la población humana y no humana, especialmente para quienes sufren los daños de un desastre que ya está en marcha (mientras escribo esto, y en el lapso de dos meses, la costa este de África ha sido azotada por dos ciclones de una magnitud nunca vista; el primero, Idai, mató a más de mil personas y dejó millones de afectadas).

    Y nadie niega que la descarbonización sea tecnológicamente e incluso económicamente factible. Los estudiosos y los inversores del sector de las energías renovables están entusiasmados con la drástica reducción de los costes de las renovables y del almacenamiento de las baterías. Por supuesto, nos encontramos con la peliaguda cuestión de cuál sería la extensión de tierra que requeriría un sistema basado en las energías solar y eólica. No hay duda de que las renovables hacen un uso intensivo del territorio, tanto en la producción (aerogeneradores y paneles solares) como en líneas de transmisión, pero estas estimaciones varían muchísimo. Según los más optimistas, la producción de energía solar y eólica podría requerir de menos del uno por ciento del territorio estadounidense. Según los más pesimistas, como Jasper Bernes, podría ser de entre un veinticinco y un cincuenta por ciento, que es un margen bastante amplio. No obstante, incluso estos porcentajes simplifican demasiado la complejidad del asunto. A diferencia de lo que sucede con la biomasa y la agricultura, un aerogenerador y un huerto no son territorialmente excluyentes. Los paneles solares pueden instalarse en el tejado, de modo que no toda la energía solar compite directamente con la asignación de tierra del sector agropecuario o con el restablecimiento de ecosistemas. A su vez, hay muchos usos del territorio que son ecocidas y antisociales pero que podrían ser modificados para la producción de energías renovables o ser renaturalizados para la captura natural de carbono: jardines inmaculados, campos de golf, aparcamientos y miles de kilómetros cuadrados de terrenos públicos cedidos a compañías petrolíferas y de gas. Y las posibilidades para la descarbonización pueden (y deben) exceder al sector energético e incluir la propia infraestructura del comercio global: por ejemplo, reducir la velocidad de los cargueros un diez por ciento conllevaría una reducción de casi un veinte por ciento de sus emisiones.

    Como se puede ver, tecnológicamente factible es un concepto amplio que abarca todo un universo de escenarios diversos.

    A un lado del espectro, tenemos la transición energética que ya está en marcha, organizada bajo la lógica del capitalismo verde y la enorme industria de las «tecnologías limpias». Esta deposita sus esperanzas en soluciones técnicas como el control de la radiación solar, que tienen el objetivo de alterar lo menos posible el modelo de acumulación económica actual para no cuestionar cuánta energía se usa, ni para qué se utiliza, ni quién controla dicha energía. Al otro lado tendríamos una descarbonización que se alcanzaría mediante la mezcla de un cambio completo hacia las energías renovables, el diseños de redes que maximicen la resiliencia con una generación distribuida, ecosistemas que capturen carbono, eficiencia energética, una demanda energética reducida (que por supuesto asegure que dichas reducciones apunten sobre todo y ante todo al derroche y el sobreconsumo de los más ricos) y un cambio de paradigma del consumo privado a uno que valore el consumo colectivo regido por un empleo de los recursos social y ecológicamente sostenible. Esta última perspectiva reconoce que la raíz de la crisis climática (la competitividad de un mercado que solo busca el beneficio, el crecimiento descontrolado, la explotación de las personas y de la naturaleza y la expansión imperialista) no puede ser al mismo tiempo la solución a la crisis climática.

    Decidir entre el capitalismo verde o el ecosocialismo como vías hacia la descarbonización ―con el infinito número de versiones que hay entre ambos― es política; política no solo en Estados Unidos, sino a lo largo de la dispersa cadena de producción de la transición a las renovables, desde las fronteras extractivas hasta nuestras casas, pasando por fábricas, cargueros, almacenes y red de distribución. En Chile, cuyas exportaciones de litio representan el 40% respecto al total mundial y que es donde he estado llevando a cabo mis investigaciones, las comunidades indígenas y las y los ecologistas están empezando a organizarse contra la creación de nuevos proyectos en torno al litio, en parte gracias a unas alianzas nuevas que están atravesando la meseta andina y llegan a comunidades de Argentina y Bolivia.

    En cada uno de los nodos de esta cadena global, lo técnico y lo político están íntimamente vinculados. Decretar que la descarbonización es improbable o imposible equivale a evitar las complejas tareas históricas que tenemos por delante para crear un mundo nuevo.

    ¿Demasiado radical o no lo suficiente?

    La principal incertidumbre que recorre las críticas de la izquierda al Green New Deal es acerca de si es demasiado radical o si, por el contrario, no lo es lo suficiente («unas tibias reformas propuestas por socialdemócratas», según Joshua Clover).

    Por un lado, intentar alcanzar la descarbonización de la economía que el plan propone desencadenaría una respuesta implacable de parte de la clase dirigente (como avisa Bernes, «es de esperar que los propietarios de dicha riqueza se opongan con todo lo que tienen, que es más o menos todo lo que hay»). Por otro lado, lo que hace el Green New Deal es salvar al capitalismo de sí mismo y, así, «deja el crecimiento intacto» (Bernes) al tiempo que deja también intactas a «empresas que se rigen por el beneficio» (Clover). Las implicaciones políticas son igualmente inciertas. A primera vista, el estado, presa del capital, se asegurará de que la legislación nunca pase de su fase inicial o de que sea vetada o de que la diluyan las agencias dedicadas a su aplicación y que tenga una muerte lenta y burocrática. Si se analiza más en profundidad, es difícil de imaginar por qué el sistema político se iba a oponer a unas reformas tan leves, especialmente teniendo en cuenta el tremendo efecto legitimador que podría conseguirse si parece que se están llevando a cabo acciones serias contra el cambio climático.

    ¿Es el Green New Deal una guerra de clases sin cuartel o un win-win para el crecimiento verde? ¿Es demasiado radical para ser concebible ―no digamos aplicable― en la situación actual o es demasiado reformista dada la escala de la catástrofe climática?

    Por supuesto, cualquiera podría defender, como creo que en concreto hace Bernes, que esta incertidumbre no es inherente a su crítica del Green New Deal, sino a la perspectiva misma de la resolución, una perspectiva que puede gustarle a cualquiera, un espejo en el que tanto el anticapitalista como el emprendedor capitalista pueden ver reflejado el futuro que ambos anhelen.

    Aun así, existe otra lectura posible de esta indeterminación. El estado no es un monolito hecho de una sola pieza y tampoco lo es el capital, y estos dos hechos están relacionados. El capital no está formado solo por capitalistas, sino por sectores enteros que compiten entre sí, y la competencia es una de las primeras leyes del movimiento del capitalismo. Aparte de por la cuota de mercado y por la inversión, los capitalistas compiten entre sí por el estado: por sus políticas, su amplitud, su poder de legitimación. Podríamos imaginar sin mayores complicaciones cómo algunos sectores apoyan algunos puntos del Green New Deal (la «tecnología limpia»), mientras que otros maniobran con empeño en su contra (la industria del combustible fósil). Se podría analizar de manera aún más exhaustiva: algunas compañías petrolíferas están invirtiendo miles de millones en combustibles con una huella de carbono baja o nula; el sector inmobiliario podría resistirse a una costosa adaptación para aumentar la eficiencia energética, pero potencialmente podría verse beneficiado por las inversiones públicas en infraestructura de transportes, que harían aumentar el valor de las propiedades circundantes. Para que podamos desarrollar una perspectiva estratégica que plantee una amenaza creíble a la generación de beneficios, antes debemos comprender las posiciones de algunas empresas concretas y distinguir entre las diferentes fracciones dentro del capital; e incluso, dado el tremendo poder de los inversores privados para fijar los parámetros respecto a los cuales se desarrollan las distintas iniciativas legales ―un poder que está particularmente afianzado en el sistema estadounidense, donde ciudades y estados compiten por las inversiones―, no habría que descartar la posibilidad de que un cambio en la legislación pueda modificar sustancialmente las reglas del juego. Recientemente, en parte debido a la presión de una coalición de movimientos de base por unas políticas de vivienda justas, y pese a las protestas del lobby inmobiliario, el Ayuntamiento de Nueva York ha aprobado un ambicioso plan para limitar las emisiones de los edificios.

    Si el estado y el capital son heterogéneos y existe una competencia entre fracciones de la clase dirigente, lo que en ocasiones ofrece aperturas estratégicas para ejercer poder popular, también la clase trabajadora está dividida por sus diferencias y fragmentaciones. No se trata de un agente preconstituido ni puede esperarse de ella que se unifique de forma espontánea en un momento de ruptura revolucionaria. No hay nada que sustituya la lenta y a veces acelerada labor de composición de intereses de la clase trabajadora. Pero bajo el lema de una «transición justa», el Green New Deal presenta la posibilidad de que los y las trabajadoras de los propios sectores que están destruyendo el clima y los ecosistemas puedan formar parte de esa misma coalición. Mientras tanto, la renovada actividad huelguística entre profesores y profesoras, cuyo vital trabajo de reproducción social podría ser una parte central de una sociedad con bajas emisiones de carbono, nos invita a redefinir qué es un «trabajo verde» para que abarque el a menudo infravalorado e invisibilizado trabajo de cuidarnos las unas a las otras y de cuidar el planeta.

    De un modo más general, es precisamente la indeterminación del Green New Deal lo que ofrece una oportunidad histórica para la izquierda. Tal vez sin darse cuenta, Bernes hace referencia a este potencial: según él, para los defensores del Green New Deal «su valor es más que nada retórico; la cosa va de transformar el debate, de aunar voluntades políticas y de subrayar la urgencia de la crisis climática; se trata de un poderoso estado de ánimo más que de un gran plan». Hablaré sobre el contraste entre un «estado de ánimo» y un «plan» más adelante, pero por el momento querría hacer una pausa y repetir lo que ahí se dice: «Transformar el debate, aunar voluntades políticas y subrayar la urgencia de la crisis climática». Si con la herramienta de un Green New Deal amorfo las fuerzas de izquierdas consiguieran llevar a cabo estas tres tareas, a mí eso ya me parecería un avance de una importancia tremenda; no se trata de un fin en sí mismo, obviamente, pero no tengo muy claro que cualquier camino que conduzca hacia una transformación radical no deba atravesar estas tres pruebas tan cruciales a la capacidad política.

    ¿Demandas o engaños?

    En consonancia con la acusación de incertidumbre está la de vaguedad; según Bernes, «el Green New Deal propone descarbonizar la mayor parte de la economía en diez años; estupendo, pero nadie dice nada sobre cómo hacerlo». Esto, si nos fijamos bien, no es cierto. Actualmente proliferan las propuestas sobre cómo descarbonizar la economía, no solo de parte de los sabihondos de siempre con sus medidas para un capitalismo verde, sino también de defensores de la agroecología, de quienes defienden la banca pública y la vivienda pública, o de aquellas personas que se centran en la lógica de la obsolescencia programada y abogan por una producción y un consumo libres de residuos. Nunca he tenido tantas conversaciones como en los últimos meses acerca del diseño de las redes eléctricas, de la contribución relativa de los diferentes sectores al total de emisiones o de los dilemas que plantean los impuestos a las emisiones de carbono. Con esto no quiero sugerir que esta miríada de propuestas vaya a solucionar el problema, ni menosprecio los fuertes contrastes entre una propuesta de expropiación de la industria del combustible fósil y la fijación de un precio del carbono basado en una alta tasa de descuento; solo quiero señalar la cantidad de gente que de hecho está hablando sobre cómo descarbonizar la economía. Las batallas que se libren en estos frentes van a demostrarse vitales en los conflictos políticos y de clase de nuestros días.

    Sin embargo, el reproche que hace Bernes a su vaguedad se transforma rápidamente en otra acusación más seria: la de engañar. Las y los socialistas que, como yo, se movilizan por el Green New Deal saben muy bien que «es imposible mitigar el cambio climático en un sistema de producción orientado al beneficio, pero creen que un proyecto como el Green New Deal es lo que León Trotski llamaba un “programa de transición” dependiente de una “reivindicación transitoria”». Afirma que para cualquiera de estos socialistas es precisamente la combinación de una posibilidad tecnológica y de una imposibilidad sistémica lo que hace del Green New Deal una necesidad radical: si el capitalismo puede salvar a la humanidad y el planeta, pero no lo hace, las masas se alzarán frente al que es el auténtico obstáculo al progreso. Esta estrategia no es solo fundamentalmente condescendiente y tramposa, tal y como él señala, sino que es también contraproducente: «La reivindicación transitoria anima a crear instituciones y organizaciones alrededor de unos objetivos» y luego transforma dichas instituciones. En este caso, las organizaciones se crean para «resolver el cambio climático dentro del capitalismo» y, cuando eso falla, se espera que «[pasen] a expropiar a la clase capitalista y reorganizar el estado de acuerdo a líneas socialistas». Las instituciones, no obstante, «son estructuras con inercias muy fuertes»: una vez han sido diseñadas para un propósito, no pueden ser transformadas.

    Esta me parece una afirmación muy extraña. En el ámbito de las ciencias sociales, la «dependencia del camino» es más o menos el mantra de las principales teorías institucionales y funciona a nivel ideológico para impulsar la aceptación del statu quo. Una perspectiva crítica e histórica de las instituciones las percibe como cristalizaciones o resoluciones vivas y provisionales del conflicto de clases, necesitadas de una reproducción y una legitimación constantes. Son convenciones sociales a través de las cuales la dominación violenta se transforma en hegemonía.

    Esta es una lección que la derecha tiene muy bien aprendida y lo demuestra en los movimientos que hace en cada rincón del sistema institucional: juntas escolares, gobiernos estatales, juzgados locales, comisiones de servicios públicos. En otros lugares, los partidos y los movimientos de izquierdas han hecho sus experimentos con el cambio institucional, desde el Partido Comunista en Kerala hasta el movimiento municipalista radical en España. A través de una mezcla de innovación en las iniciativas legales, aprendizaje por ensayo y error y organización social, han ido socavando la exclusión y la dominación. En Kerala, de hecho, se movilizaron instituciones locales y redes solidarias en la impresionante respuesta que se dio a las inundaciones masivas del verano de 2018, un ejemplo con implicaciones evidentes para las tempestuosas condiciones que tenemos por delante.

    Más allá de la desesperación medioambiental y del cruel optimismo

    Resulta, no obstante, que los defensores del Green New Deal no solo son unos tramposos, sino que también se engañan a sí mismos. En sus delirios acerca de unos futuros perfectos, «el mundo del Green New Deal es este mundo solo que mejor; este mundo, solo que sin emisiones, con un sistema sanitario universal y universidad gratuita». Para estos ecosoñadores, la realidad va a ser un jarro de agua fría: «Su atractivo es obvio, pero la fórmula es imposible. No podemos continuar en este mundo». No va a funcionar nada que no sea «reorganizar completamente la sociedad».

    No solo fantasean los green new dealers; también Bernes se imagina «una sociedad emancipada, en la que nadie pueda forzar a nadie a trabajar por razones de propiedad, [que pueda] traer alegría, sentido, libertad, satisfacción e incluso cierta abundancia». Esto está muy cerca del horizonte radical que yo planteo, ¿pero cómo llegamos hasta allí? «Necesitamos una revolución»; pero la seriedad vuelve rápidamente: «No hay una revolución a la vista». Esta perspectiva tan serena coincide con el tono de su ensayo. Simplemente hace una enumeración de los hechos, en lugar de mentirnos nos cuenta la verdad («enunciemos entonces lo que sabemos que es cierto», «no nos mintamos las unas a las otras»; o, en el caso de Clover, «ahora llegamos a los temas serios»). Estas frases hacen que el autor se coloque por encima del debate, como alguien con entereza, objetivo, y presenta a sus oponentes como personas confundidas, poco fiables, engañadas y, retomando la cita anterior, seducidas por el poderoso estado de ánimo producido por un sueño verde. ¿Pero acaso no es también un estado de ánimo la «desesperación medioambiental» que Bernes define como el registro emocional inevitable de la realidad que él mismo ha constatado?

    Me parece curioso que algunas de las refutaciones que desde la izquierda se hacen al Green New Deal suenen parecidas al rechazo que muestran los enemigos conservadores que todos compartimos: ambas adoptan una posición serena y de seriedad y nos pintan la iniciativa como si fuera una fantasía o, peor, como un plan maligno bajo el aspecto de un mundo mejor. Mientras que la derecha tiende a fijarse en la viabilidad económica de la inversión pública que haría falta, lo que hace Bernes es señalar la imposibilidad de su objetivo («es la implementación lo que lo mata»). Paradójicamente, al hacer estas afirmaciones con la idea de llamar la atención sobre su viabilidad objetiva, lo que están haciendo los escépticos de izquierdas es perder la oportunidad de elaborar una reflexión que resulte más convincente. A diferencia de lo que opina Bernes, el mayor obstáculo que enfrenta el Green New Deal no es su «implementación», sino la política. Una crítica propiamente política pondría sobre la mesa que el Green New Deal defiende la ilusión de que un estado ilustrado va a poder salvarnos de la catástrofe climática, una ilusión que nos disuade de emprender acciones radicales, las cuales, de hecho, son un requisito para que el estado empiece a hacer algo; y la tentación de desmovilizarnos, de volcar toda nuestra capacidad colectiva de forma alienada en el estado, puede resultar atractiva en caso de una victoria de los demócratas en 2020. El Green New Deal, en este caso, sería un ejemplo de manual de la crueldad del optimismo: la esperanza que nos inspira la propuesta es precisamente lo que complica que se convierta en realidad.

    Sin duda el pesimismo nos protege del trauma psicológico que la decepción acarrea. Sin embargo, el riesgo del pesimismo es que tiende al fatalismo, el cual posee el mismo efecto desmovilizador que la ilusión de que nos vaya a salvar el estado. Pero existe otra opción. Lo opuesto al pesimismo no es un optimismo convencido, sino un compromiso militante con la acción colectiva frente a la incertidumbre y el peligro. Podemos seguir el ejemplo de los movimientos sociales que recogen el guante del Green New Deal al tiempo que se enfrentan a algunos elementos concretos, de manera que amplían los horizontes de lo políticamente posible. Indígenas y movimientos por la justicia medioambiental han emitido declaraciones detalladas en las que apoyan algunos aspectos de la resolución y otros no ―especialmente la terminología sobre la energía «limpia» y «net zero» [cero neto], que abre la puerta a tecnologías de geoingeniería y planes de compensación carbónica― y que, además, priorizan de manera sistemática las necesidades de las personas excluidas, explotadas y desposeídas frente a un enfoque tecnocrático de la política. El grupo de trabajo sobre ecosocialismo del DSA [Democratic Socialists of America] (aviso: formo parte de su comité directivo) ha desarrollado un conjunto de principios para apoyar el Green New Deal al tiempo que va sustancialmente más allá de su contenido actual, planteando «la lucha por el clima como una pugna contra el capitalismo y la multitud de formas de opresión que lo sustentan». En la misma línea, Kali Akuno, de Cooperation Jackson, ha criticado el productivismo y el nacionalismo del marco del Green New Deal y aboga por el desarrollo de alternativas de base, como cooperativas, huertos urbanos o restauración del ecosistema, y por la desobediencia civil masiva para luchar por una transición radical y justa al ecosocialismo.

    En lugar de refugiarse en la mera oposición, estos movimientos se enfrentan a un dilema estratégico complicado: el desafío de enfrentarse a las distintas fracciones del capital y a sus múltiples aliados en el estado, los cuales van a luchar de forma implacable para preservar el capital fósil, al tiempo que radicalizan las políticas del Green New Deal más allá sus limitaciones actuales.

    La pregunta insistente que se le plantea a cualquier proyecto de transformación radical es la de cómo hacer que el nuevo mundo nazca a partir del viejo. ¿Qué clase de demandas programáticas, formas de organización y modelos institucionales se pueden proponer, movilizar y aglutinar bajo las condiciones presentes, pero que una vez puestas en funcionamiento profanen la santidad del crecimiento, la propiedad o el beneficio? ¿De qué tácticas de ruptura disponemos? ¿Qué coaliciones emergentes pueden tejer redes de solidaridad que atraviesen las dispersas cadenas de producción de la transición energética? ¿Qué crisis financieras pueden aparecer en el horizonte? ¿Qué fracciones del capital están en ascenso o en descenso? ¿Cuáles son las debilidades del orden hegemónico?

    Vivimos en un momento de profundas turbulencias; predecir o anular el futuro parece menos riguroso analíticamente que participar de manera activa para así dotarlo de forma. No sabemos cómo van a evolucionar las políticas del Green New Deal; pese a todo, lo que podemos dar por seguro es que la resignación con aires de realismo es la mejor forma que tenemos para garantizarnos un resultado que sea el menos transformador de todos. Quedarse esperando el momento de ruptura revolucionaria, siempre postergado, es a efectos prácticos equivalente a la inacción. En un conflicto tan extremadamente desigual como el que nos enfrenta a los dirigentes de las empresas de energía fósil, a compañías privadas, a propietarios, a altos mandatarios y a los políticos que hacen lo que estos quieren, hace falta una acción rupturista y extraparlamentaria que surja desde abajo, que se inspire en Standing Rock, en la ola de huelgas de profesores, en Extinction Rebellion, en las huelgas de los jóvenes contra el cambio climático, así como una experimentación creativa con iniciativas legales e instituciones. Las batallas que están por venir tienen el potencial de dar rienda suelta a los deseos y de transformar las identidades. Vamos a aprender, vamos a cagarla y vamos a aprender de nuevo. El Green New Deal no nos ofrece una solución prefabricada, sino que abre un nuevo terreno político. Ocupémoslo.

    [1] Concepto utilizado para referirse a los espacios que han sido modificados por la intervención humana para habitar en ellos [N. de los E.].

    THEA RIOFRANCOS es profesora asistente de Ciencias Políticas en la Universidad de Providence. Su investigación se centra en la extracción de recursos, la democracia radical, los movimientos sociales y la izquierda latinoamericana. Ha publicado junto a otras autoras el libro A Planet to Win: Why We Need a Green New Deal (Verso), y próximamente publicará Resource Radicals: From Petro-Nationalism to Post-Extractivism in Ecuador (Duke University Press), así como diversos artículos en medios como n+1, The Guardian, The Los Angeles Review of Books, Dissent, Jacobin e In this Times.

    El cuadro que ilustra este artículo es «Puesta de sol» [«Coucher de soleil»], 1913, de Félix Vallotton. Agradecemos la ayuda de Íñigo Soldevilla Soroeta con la traducción.

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  • Entre la espada y el Green New Deal

    Entre la espada y el Green New Deal

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    Por Jasper Barnes

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Commune con el título «Between the Devil and the Green New Deal».

    Desde el espacio, las minas de Bayan Obo, en China, de donde se extrae y donde se refina el setenta por ciento de los minerales raros de la tierra, parecen un cuadro. En el kilométrico diseño de cachemira de las balsas de estériles radiactivos se concentran los colores ocultos de la tierra: los tonos aguamarina de origen mineral y los ocres que un pintor utilizaría para agasajar a los gobernantes de un imperio en declive.

    Para cumplir con las exigencias del Green New Deal, que propone convertir Estados Unidos en una potencia de las energías renovables y sin emisión alguna para el año 2030, en la corteza terrestre van a excavarse muchas minas como esta. Ello se debe a que casi todas las fuentes de energía renovable dependen de minerales que son no renovables y a menudo difíciles de conseguir. Los paneles solares usan indio, las turbinas usan neodimio, las baterías usan litio y todos ellos requieren de miles de toneladas de acero, estaño, plata y cobre. Las cadenas de suministro necesarias para proveer a las tecnologías de energías renovables van dando saltos por la tabla periódica y por el mapamundi como en la rayuela. Para fabricar un panel solar de alta capacidad se necesitan cobre (número atómico 29) de Chile, indio (49) de Australia, galio (31) de China y selenio (34) de Alemania. Muchos de los aerogeneradores de accionamiento directo más eficientes requieren de un kilo de neodimio, un metal perteneciente a las tierras raras, y cada modelo de Tesla contiene unos setenta kilogramos de litio.

    No sin motivo, durante buena parte de los siglos XIX y XX los mineros de carbón fueron la viva imagen de la miseria capitalista: se trata de un trabajo agotador, peligroso y desagradable. Le Voreux, «el voraz». Así se refería Émile Zola a la minería de carbón en Germinal, una novela sobre la lucha de clases en una colonia industrial francesa. Cubierta de humeantes chimeneas de carbón, la mina es a la vez el laberinto y el minotauro. «En el fondo de su agujero […], respiraba con un aliento más fuerte y prolongado, como si le irritase su penosa digestión de carne humana». En la mitología clásica los monstruos son productos de la tierra, hijos de Gaia, nacidos de cuevas y cazados por una cruel raza de divinidades civilizadoras celestiales. Pero en el capitalismo lo que es monstruoso es la tierra una vez animada por esas energías civilizadoras. A cambio de esos tesoros terrenales, utilizados para hacer funcionar trenes, barcos y fábricas, una nueva clase social acaba siendo arrojada a los pozos. La tierra se calienta y está repleta de esos monstruos que nosotros mismos hemos creado: el monstruo de la sequía, el de la migración, el de la hambruna, el de las tormentas. Y en realidad la energía renovable no es un refugio. El peor accidente industrial en la historia de Estados Unidos, el de Hawk’s Nest, en 1930, fue un desastre relacionado con las energías renovables. Mientras horadaban una entrada de casi cinco mil metros de largo para una central hidroeléctrica de Union Carbide, cinco mil trabajadores enfermaron después de dar con una gruesa veta de sílice y llenar el túnel con un polvo blanco cegador. Ochocientos trabajadores murieron de silicosis. La energía nunca es «limpia», y eso lo deja claro Muriel Rukeyser en el épico poema documental que escribió acerca de Hawk’s Nest, El libro de los muertos. «¿Quién fluye por los cables eléctricos? ―pregunta―, ¿quién habla bajo cada camino?». La infraestructura del mundo moderno ha sido moldeada con dolor fundido.

    Salpicada de «pueblos muertos» donde los cultivos ya no dan fruto, la región de Mongolia Interior, donde se encuentran las minas de Bayan Obo, muestra niveles de cáncer propios de Chernóbil. Pero resulta que estos pueblos ya están aquí, y habrá más si no hacemos algo respecto al cambio climático. ¿Qué importan un puñado de pueblos cuando la mitad de la Tierra podría volverse inhabitable? ¿Qué importan los cielos grises sobre Mongolia Interior si la alternativa es, según dicen los geoingenieros que va a ocurrir, que el cielo se vuelva blanco de manera permanente debido a los aerosoles sulfúricos? Los moralistas, los filósofos de sillón y los «abogados del mal menor» pueden intentar convencerte de que estas situaciones van a ir evolucionando como en el dilema del tranvía: si no haces nada, el tranvía avanza por la vía de la muerte en masa; si sí haces algo, el tranvía se cambia a la vía en que muere menos gente, pero eres parcial y activamente responsable de esas muertes. Cuando la supervivencia de millones o de miles de millones de personas pende de un hilo, como ocurre cuando hablamos de cambio climático, que el resultado sea el de unos cuantos pueblos muertos pueden parecer un buen pacto, un pacto verde [green deal], un pacto nuevo [new deal]. Sin embargo, el cambio climático no avanza como el sencillo dilema del tranvía. Más bien estamos ante un patio de maniobras enmarañado que se extiende por todo el planeta y que provoca muertes en masa en cada una de las vías.

    De todos modos, ni siquiera está claro si vamos a poder extraer del suelo la cantidad suficiente de estos materiales, dado el marco temporal que manejamos. Para que no hubiese emisiones en 2030, esas minas tendrían que estar funcionando ya, no dentro de cinco o diez años. Es muy probable que la carrera por poner a funcionar esos suministros vaya a ponerse fea y de maneras diferentes, pues, en medio de una explosión de precios, habrá productores sin escrúpulos que se peleen por cobrar cuanto antes, utilizando cualquier atajo y abriendo minas peligrosas, poco sanitarias y particularmente contaminantes. Las minas requieren de una inversión masiva por anticipado y, normalmente, la recuperación de dicha inversión es bastante lenta, excepto durante el boom de mercancías que podemos esperar que produzca el Green New Deal. Puede pasar una década, si no más, hasta que los recursos se hayan desarrollado y otros diez años antes de que puedan dar beneficios.

    Tampoco está claro en qué medida el fruto de estas minas va a ayudar a la descarbonización si el consumo de energía sigue subiendo. Que Estados Unidos esté hasta arriba de paneles solares que no emiten gases de efecto invernadero no significa que las tecnologías utilizadas no generen carbono. Se necesita energía para sacar esos minerales del suelo y para convertirlos en baterías y paneles solares fotovoltaicos y rotores gigantes para aerogeneradores, se necesita energía para reemplazarlos cuando se gastan. Las minas funcionan, principalmente, con vehículos con motor de combustión interna. Los cargueros que cruzan los mares del mundo y que llevan su buen cargamento de renovables utilizan tanto combustible que son responsables del tres por ciento de las emisiones del planeta. Los motores puramente eléctricos para equipos de construcción se encuentran todavía en las primeras etapas de desarrollo. ¿Qué tamaño tan descomunal tendría que tener una batería para que un carguero pudiese cruzar el Pacífico? ¿No sería mejor, tal vez, un pequeño reactor nuclear?

    En otras palabras, llevar la cuenta de las emisiones dentro de las divisiones nacionales es como llevar la cuenta de calorías solamente durante el desayuno y la comida. Si para ser un país más limpio Estados Unidos aumenta la contaminación en otros lugares, eso hay que añadirlo al libro de cuentas. Seguro que las sumas de carbono son menores de lo que lo serían de otro modo, pero entonces las reducciones podrían no ser tan fuertes como se pensaba, especialmente si los productores, desesperados por ingresar dinero gracias al pelotazo de las renovables, lo hacen de la forma más barata posible, lo que ahora mismo implica más combustibles fósiles. Por otro lado, una restauración medioambiental va a ser costosa en todos los sentidos: ¿quieres limpiar las balsas de estériles, enterrar residuos a gran profundidad y prevenir el envenenamiento del agua?, pues vas a necesitar motores y es posible que tengas que quemar combustible.

    El informe más reciente del IPCC [Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático] consolida la opinión científica y augura que los biocombustibles van a ser utilizados en los siguientes casos: construcción, industria pesada y transporte, áreas en las que los motores eléctricos no pueden usarse fácilmente. Los biocombustibles emiten carbono a la atmósfera, pero es carbono que ya ha sido absorbido por plantas, de modo que las emisiones netas son nulas. El problema es que la creación de biocombustibles requiere de tierra que podría estar dedicada a cultivos u ocupada por vegetación que pueda absorber carbono. Son una de las formas de producción de energía con menos densidad espacial; serían necesarias unas cinco hectáreas para llenar el depósito de un solo avión transatlántico. Las emisiones son solo el problema más evidente dentro de una crisis ecológica que abarca varios ámbitos. La población humana, los pastos y la industria ―que se expanden a través de lo que queda de naturaleza de la manera más irresponsable y destructiva posible― han tenido repercusiones que han llegado a los reinos animal y vegetal. La aniquilación de los insectos ―en algunas zonas se ha reducido su población a un quinto de la original― es una de las manifestaciones de esta situación. El mundo de los insectos es un gran incomprendido, pero algunos científicos sospechan que estos sucesos son solo parcialmente atribuibles al cambio climático; los mayores culpables son el uso que los humanos dan a la tierra y la utilización de pesticidas. De los dos mil millones de toneladas de masa animal que hay en el planeta, los insectos conforman la mitad. Si uno elimina los pilares que sostienen el mundo de los insectos, las cadenas tróficas se derrumban.

    De acuerdo con las estimaciones de Vaclav Smil, el gran pope de los estudios energéticos, para remplazar el gasto de energía de Estados Unidos con energías renovables sería necesario dedicar entre un veinticinco y un cincuenta por ciento del territorio estadounidense a plantas solares, eólicas y de biocombustible. ¿Disponemos de espacio para ello, aparte de para la expansión del hábitat humano? ¿Y para pastos y para la industria de la carne y de los lácteos? ¿Y para los bosques que se necesitarían para eliminar el carbono del aire? Si el capitalismo sigue haciendo lo que no puede dejar de hacer ―crecer―, la respuesta es no. La ley del capitalismo es la ley del más: más energía, más cosas, más materiales. Es eficiente  únicamente en lo que se refiere a expoliar el planeta. No hay solución en la que pueda seguir intacta la tendencia al crecimiento que tiene el capitalismo. Y esto es lo que no aborda el Green New Deal, un concepto acuñado por el untuoso neoliberal Thomas Friedman. Según el Green New Deal, se puede conservar el capitalismo, se puede mantener el crecimiento, pero eliminando sus consecuencias nocivas. Los pueblos muertos están aquí para decirnos que no es posible. Para ellos no hay vida después de la muerte.

    * * *

    Sin embargo, los mineros de Chile, de China y de Zambia van a excavar para algo más que para colocar cincuenta millones de paneles solares y aerogeneradores, ya que el Green New Deal también propone renovar la red eléctrica y así aumentar su eficiencia, incorporar mejoras en todos los edificios de acuerdo a los más altos estándares medioambientales y, por último, desarrollar un sistema de transporte con una baja huella de carbono basado en vehículos eléctricos y trenes de alta velocidad. Huelga decirlo, esto implica un despliegue monumental de materiales con una alta huella de carbono, como el cemento y el acero. Va a ser necesario enviar a Estados Unidos una cantidad de materias primas valorada en billones de dólares para que allí las transformen en vías de tren y en coches eléctricos. También en escuelas y hospitales, pues, junto a otras iniciativas, el Green New Deal propone una atención sanitaria universal y una educación gratuita, por no hablar de la garantía de empleo con un salario digno.

    En política nada es nunca nuevo del todo en realidad y, por ello, no sorprende que el Green New Deal nos devuelva a los años treinta del mismo modo en que los gilets jaunes [chalecos amarillos] de Francia reviven el cadáver de la revolución francesa y lo ponen a bailar bajo el Arco del Triunfo. Entendemos el presente y futuro a través del pasado. Tal y como apunta Marx en El 18 de brumario de Luis Bonaparte, las personas «hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado». Para hacer entendibles nuevas formas de lucha de clases, sus defensores miran al pasado, «toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal». Lo «nuevo» del Green New Deal debe entonces mostrarse en un idioma antiguo, que sea atractivo para el desaparecido obrerismo de nuestros bisabuelos y con el estilo gráfico de los posters de la agencia encargada de gestionar el antiguo New Deal, la WPA [Works Progress Administration].

    Este juego de disfraces puede acabar siendo progresivo en vez de regresivo, siempre que sea para «glorificar las nuevas luchas y no para parodiar las antiguas, para exagerar en la fantasía la misión trazada y no para retroceder ante su cumplimiento en la realidad, para encontrar de nuevo el espíritu de la revolución y no para hacer vagar otra vez a su espectro». Al contrario, en los albores de la revolución de 1848, cuando Marx escribía esto, la simbología de la revolución francesa tenía el efecto de ahogar cualquier cosa que en aquel momento fuera revolucionaria. El sobrino de Napoleón Bonaparte, Napoleón III, era una parodia del libertador de Europa. Lo que Europa necesitaba era una ruptura radical, no continuidad:

    La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido. Allí, la frase desbordaba el contenido; aquí, el contenido desborda la frase.

    Haríamos bien en recordar estas palabras durante las próximas décadas, para evitar recular ante soluciones reales o insistir en soluciones fantasiosas. El proyecto del Green New Deal realmente no tiene nada que ver con el New Deal de los años treinta, más allá de lo superficial. El New Deal fue una respuesta ante una emergencia económica inmediata ―la gran depresión― y no ante una catástrofe climática futura; su objetivo principal era devolver el crecimiento a una economía que se había visto reducida en un cincuenta por ciento y en la que una de cada cuatro personas estaba sin trabajo. El objetivo del New Deal era conseguir que el capitalismo hiciera lo que ya deseaba hacer: poner a la gente a trabajar, explotarlos y venderles los productos de su propio trabajo. El estado era necesario como catalizador y mediador, para asegurar el equilibrio entre beneficios y salarios, principalmente dando fuerza a la mano de obra y quitándosela a los negocios. Aparte de que implicaría unos desembolsos de capital mucho mayores, el Green New Deal tiene una ambición más compleja: en lugar de hacer que el capitalismo haga lo que ya está deseando hacer, tiene que lograr que vaya por un camino que, a largo plazo, es sin lugar a dudas perjudicial para los dueños del capital.

    Mientras que el New Deal necesitaba solamente restaurar el crecimiento económico, el Green New Deal tiene que generar dicho crecimiento y reducir emisiones. El problema es que el crecimiento y las emisiones están, en casi cualquiera de sus formas, directa y profundamente relacionados. Por ello, el Green New Deal corre el riesgo de convertirse en algo parecido al mito de Sísifo, que cada día sube la colina empujando la roca de la reducción de emisiones para que, cada noche, una economía creciente y ávida de de energía la vuelva a hacer rodar hasta abajo.

    Los defensores del crecimiento ecológico prometen una «desacoplamiento absoluto» entre emisiones y crecimiento, en la que cada unidad adicional de energía no añade CO2 a la atmósfera. Incluso si tal cosa fuera tecnológicamente posible, incluso si fuera posible generar energía libre de emisiones para abastecer la demanda actual, tal separación requeriría de un control mucho mayor sobre el comportamiento de los propietarios del capital que el que tuvo el New Deal.

    Franklin Delano Roosevelt y su coalición en el congreso ejercieron un modesto control sobre las corporaciones mediante un proceso de «compensación de poderes», en palabras de John Kenneth Galbraith, que fue quien inclinó el terreno de juego para arrebatar poder a los capitalistas respecto a trabajadores y consumidores y quien hizo más atractivas las inversiones. Efectivamente, el estado llevó a cabo inversiones públicas —construyó carreteras, puentes, centrales energéticas y museos—, pero no lo hizo para sustituir a la inversión privada, sino para establecer «para siempre una vara de medir contra la extorsión», según la contundente formulación de Roosevelt. Las centrales energéticas gubernamentales podrían, por ejemplo, fijar el precio real ―más bajo― de la electricidad, impidiendo así que los monopolios energéticos inflasen los precios.

    Los defensores del Green New Deal ensalzan este aspecto del New Deal, ya que se acerca mucho a lo que ellos proponen. La Tennessee Valley Authority, una empresa pública de energía que sigue operando después de ochenta años, es la más famosa entre este tipo de proyectos. Infraestructura pública, energía limpia, desarrollo económico…; la TVA engloba muchos de los elementos esenciales para el Green New Deal. Mediante la construcción de presas y centrales hidroeléctricas a lo largo del río Tennessee, suministró energía limpia y barata a una de las regiones económicamente más deprimidas del país. Las centrales hidroeléctricas estaban, a su vez, vinculadas a fábricas que producían nitratos, una materia prima que requiere de un gran gasto energético y que se utiliza en fertilizantes y explosivos. Los salarios y la producción agraria subieron, el coste de la energía descendió. La TVA trajo energía barata, fertilizante barato y empleos dignos a un lugar previamente conocido por la malaria, la pobre calidad de sus tierras, unos sueldos por debajo de la mitad de la media nacional y una tasa de desempleo alarmantemente alta.

    El problema a la hora de plantear este escenario como marco para el Green New Deal es que las renovables no son muchísimo más baratas que los combustibles fósiles. El estado no puede abrir el camino de una energía barata y renovable que satisfaga a los consumidores gracias a sus bajos costes y a los productores con beneficios aceptables. Mucha gente pensó en su momento que nos iba a salvar el agotamiento de las reservas de petróleo y carbón, pues ello elevaría el precio de los combustibles fósiles por encima del de las renovables y forzaría un cambio como si se tratara de un asunto de necesidad económica. Desgraciadamente, ese mesiánico pico de los precios se ha ido alejando hacia el futuro desde el momento en que las nuevas tecnologías de perforación, introducidas en la última década, han hecho posible extraer petróleo del shale mediante el fracking y recuperar reservas de campos que anteriormente se pensaba que estaban agotados. El precio del petróleo se ha mantenido reiteradamente bajo y, para sorpresa de todo el mundo, Estados Unidos ahora mismo está produciendo más que nadie. Las apocalípticas previsiones en torno al «pico del petróleo» son hoy una curiosidad propia del cambio de milenio, como lo son el efecto 2000 o Al Gore. Sintiéndolo mucho, se han equivocado ustedes de apocalipsis.

    Algunos dirán que las energías renovables pueden competir en el mercado con los combustibles fósiles. Es cierto, la energía eólica, la hidroeléctrica y la geotérmica han bajado de precio en tanto que fuentes de electricidad y en algunos casos han alcanzado precios más bajos que el carbón y que el gas natural, pero siguen sin ser lo suficientemente baratas. Esto se debe a que, para hacer quebrar a las compañías petrolíferas capitalistas, las energías renovables deberían lograr algo más que sobrepasar marginalmente a los combustibles fósiles en uno o dos céntimos por kilovatio/hora. Hay billones de dólares invertidos en infraestructuras de energía fósil y los propietarios de dichas inversiones siempre van a preferir recuperar parte de sus inversiones antes que no recuperar nada. Para reducir el valor de esos activos a cero y obligar a los capitalistas de la energía a invertir en nuevas centrales, las energías renovables no solo deberían ser más baratas, sino muchísimo más baratas, más baratas en proporciones casi imposibles. Al menos esta es la conclusión a la que llegó el grupo de ingenieros que contrató Google para estudiar el problema. La tecnología existente nunca va a ser lo suficientemente barata como para desbancar a las centrales térmicas de carbón; necesitaríamos cosas que actualmente forman parte de la ciencia ficción, como la fusión fría. Y esto no es solo por un problema de costos hundidos, sino porque la energía solar y la eólica no pueden suministrarse bajo demanda: solo están disponibles cuando la luz del sol llega a la Tierra y cuando sopla el viento. Si alguien quiere disponer de estas fuentes de energía en todo momento, debe almacenarla o transportarla miles de kilómetros, y eso va a hacer que aumente el precio.

    La mayor parte de la gente dice que la respuesta a este problema son los impuestos a fuentes de energía contaminantes, o directamente su prohibición, junto a subvenciones a las energías limpias. Un impuesto al carbono, aplicado de manera inteligente, puede inclinar la balanza a favor de las energías renovables hasta que estas puedan desbancar por completo a las energías fósiles. Se pueden prohibir nuevas fuentes e infraestructuras de energía fósil y los ingresos de los impuestos pueden utilizarse para desarrollar nuevas tecnologías y para aplicar mejoras en la eficiencia y subsidios para las y los consumidores. Pero entonces estaríamos hablando de algo que no es un New Deal, sino de algo que abriría el camino a un capitalismo mucho más productivo en el que salarios y beneficios pudiesen aumentar de manera conjunta. Según algunas proyecciones, en las reservas planetarias existe un billón y medio de barriles de crudo, unos cincuenta billones de dólares si asumimos un precio bajo por cada barril. Básicamente este es el valor con el que las compañías petrolíferas ya cuentan de acuerdo con sus propios cálculos. Si el impuesto sobre el carbono y las prohibiciones llegaran a dividir por diez ese beneficio, los propietarios de la energía fósil harían lo que fuera posible para evitar, alterar o rechazar estas medidas. Surge aquí de nuevo el problema de los costos hundidos. Si cercenas el valor de esas reservas y te pones un poco retorcido, podrías reducir el coste de las energías fósiles, animando así al aumento del consumo y de las emisiones, ya que los productores de petróleo se movilizarán para vender sus suministros a países sin impuesto sobre el carbono. Por ejemplo, se estima que toda la riqueza del mundo es de unos trescientos billones de dólares, la mayoría en manos de la clase propietaria. El PIB global, el valor de todos los bienes y servicios producidos en el mundo a lo largo del año, está alrededor de los ochenta billones. Si proponemos deshacernos de cincuenta billones de dólares, un sexto de la riqueza de todo el planeta, es de esperar que los propietarios de dicha riqueza se opongan con todo lo que tienen, que es más o menos todo lo que hay.

    * * *

    Como si se tratara de una novela de mil páginas con un MacGuffin o con alguna otra atrocidad estilística en cada página, el Green New Deal presenta un desafío a sus críticos. Hay demasiados niveles en los que nunca podría funcionar. Hay una infinidad de mundos en los que el Green New Deal fracasa: un millón de Bernie Sanders o, con más urgencia aún, de Ocasio-Cortez comandando el desastre. Por ejemplo, uno puede escribir un artículo entero acerca de su imposibilidad política debido a que el gobierno de Estados Unidos se halla completamente cooptado por intereses corporativos y debido a un sistema de partidos y una división de poderes que se alinean con la derecha de manera rigurosa; un artículo sobre cómo, incluso si fuera políticamente posible, es muy probable que unos desembolsos que alcanzasen magnitudes de varios billones de dólares al año en energías renovables acabarían por tumbar el dólar y por sobrepasar los costes previstos; un artículo sobre cómo, incluso si se superasen estos obstáculos, las últimas intervenciones en la economía —cuatro billones y medio de dólares inyectados durante el mandato de Obama para la expansión cuantitativa del gobierno federal, un billón y medio en los recortes de Trump— indican que el Green New Deal debe luchar por animar a las corporaciones a gastarse el dinero según lo planeado: en inversiones en infraestructuras verdes en lugar de verterlo todo en bienes inmuebles y en acciones, como ha pasado en los casos anteriores.

    Es fácil irse por las ramas y perder de vista lo importante. En cada uno de estos escenarios, en cada uno de estos mundos tristes, cada vez más calientes, el Green New Deal fracasa por culpa del capitalismo; porque, en el capitalismo, existe una pequeña clase de propietarios y administradores que compite contra sí misma y que se ve obligada a tomar una serie de decisiones limitadas acerca de dónde y en qué invertir, fijando así precios, salarios y otros determinantes fundamentales de la economía. Incluso si estos propietarios quisieran evitar que hubiera ciudades anegadas y miles de millones de personas migrantes en el año 2070, no podrían hacerlo; el resto de la cuadrilla los enviaría a la bancarrota. Tienen las manos atadas, sus decisiones vienen dictadas por el hecho de que deben vender al ritmo establecido o desaparecer. Es el conjunto de esta clase la que decide, no los miembros que la componen. Es por esto por lo que a menudo los marxistas (y Marx) se refieren al capital como a un agente en lugar de como a un objeto. La voluntad de crecimiento desenfrenado y el incremento del uso de energía no son una decisión, son algo forzado, un requisito para la obtención de beneficios cuando la obtención de beneficios es un requisito para la existencia.

    Si se crean impuestos sobre el petróleo, el capital se va a ir a venderlo a otra parte. Si incrementas la demanda de materias primas, el capital va a aumentar el precio de los productos de primera necesidad y va a poner las materias primas en el mercado de la forma más ineficiente desde el punto de vista energético. Si te hacen falta millones de kilómetros cuadrados para colocar paneles solares, parques eólicos o granjas de biocombustible, el capital va a hacer que aumente el precio del metro cuadrado. Si pones aranceles a las importaciones, el capital se va a desplazar a otros mercados. Si intentas fijar un precio máximo que no permita el beneficio, el capital sencillamente va a dejar de invertir. Si a la Hidra le cortas una cabeza, otra la sustituirá. Si inviertes billones de dólares en infraestructuras, vas a tener que enfrentarte a la industria de la construcción, que es asombrosamente lenta, antieconómica e improductiva y con la que tender un kilómetro de vía de metro puede costar hasta veinte veces más tiempo y cuatro veces más dinero de lo que se había planificado. Vas a tener que enfrentarte a los monstruos de Bechtel y Fluor Corp., acostumbrados a vivir directamente del gobierno y a cobrarles cincuenta dólares por tornillo. Si esto no te asusta, ponte a pensar en la historia de ineficiencia del ejército de Estados Unidos, que es el mayor consumidor de petróleo del planeta y, a la vez, el principal cuerpo de policía del petróleo. La contabilidad del Pentágono es un agujero negro en el que se vierte la riqueza de la nación pero del que no emerge ninguna luz. Su libro de cuentas está en blanco.

    * * *

    Sospecho que muchos defensores del Green New Deal esto ya lo saben. No creen que vaya a poder cumplirse lo prometido y saben que, si se cumpliese, no iba a funcionar. Probablemente es por esto por lo que se ofrecen tan pocos detalles concretos. Hasta ahora las discusiones giran en torno al presupuesto: los defensores de la teoría monetaria moderna (TMM) defienden que la cantidad que puede gastar un gobierno como el de Estados Unidos no tiene techo, a lo que la gente de izquierdas que tanto defiende los impuestos y el gasto público opone escenarios de todo tipo. Lo que propone la TMM es técnicamente correcto, pero obvian el poder que tienen los acreedores de Estados Unidos para determinar el valor del dólar y, por lo tanto, los precios y los beneficios. Mientras tanto, los críticos del Green New Deal limitan su discusión a los aspectos menos problemáticos. Que no se me malinterprete, las partidas presupuestarias de decenas de billones de dólares no son poca cosa. Pero garantizarse el dinero no es ni mucho menos nuestro mayor problema. Es la puesta en marcha la que lo mata y hay pocos defensores del Green New Deal que tengan algo que decir acerca de estos detalles.

    El Green New Deal propone descarbonizar la mayor parte de la economía en diez años; estupendo, pero nadie dice nada sobre cómo hacerlo. Esto es así porque para mucha gente el valor del GND es más que nada retórico; la cosa va de transformar el debate, de aunar voluntades políticas y de subrayar la urgencia de la crisis climática; se trata de unas sensaciones poderosas más que de un gran plan. Hay muchos socialistas que reconocen que es imposible mitigar el cambio climático en un sistema de producción orientado al beneficio, pero creen que un proyecto como el Green New Deal es lo que León Trotski llamaba un «programa de transición» dependiente de una «reivindicación transitoria». A diferencia de una reivindicación mínima, que el capitalismo puede satisfacer, y de la reivindicación máxima, que evidentemente no puede satisfacer, la reivindicación transitoria es algo que el capitalismo podría satisfacer si se tratara de un sistema racional y humano, pero que, en un momento dado, no puede hacerlo. A base de hacer bandera de esta reivindicación transitoria, los socialistas harían ver que el capitalismo es un coordinador de la actividad humana extraordinariamente despilfarrador y destructivo, incapaz de explotar su propio potencial y, en este caso, responsable en el futuro de un número inimaginablemente de muertes. Tan expuesto quedaría que se podría proceder a la eliminación del capitalismo. Enfrentados a la resistencia de la clase capitalista y a una burocracia gubernamental atrincherada, aquellas personas elegidas para aplicar un Green New Deal, con el apoyo de las masas, podrían pasar a expropiar a la clase capitalista y reorganizar el estado de acuerdo a principios socialistas. O esa es la idea.

    Siempre he despreciado el concepto de programa de transición. Para empezar creo que es condescendiente asumir que hay que decirle a las «masas» una cosa para, finalmente, poder convencerlas de otra. También creo que es peligroso y que puede salir el tiro por la culata. Las revoluciones a menudo comienzan cuando fracasan las reformas, pero el problema es que la reivindicación transitoria anima a crear instituciones y organizaciones alrededor de unos objetivos con la esperanza de que, llegado el momento, puedan adoptar otros rápidamente. Sin embargo, las instituciones son estructuras con inercias muy fuertes: si construyes un partido y unas instituciones en torno a la idea de resolver el cambio climático dentro del capitalismo, que no te sorprenda cuando una gran parte del partido ofrezca resistencia a tus intentos de convertirlo en un órgano revolucionario. La historia de los partidos socialistas y comunistas da razones para ir con cautela. Incluso después de que los líderes de la Segunda Internacional traicionaran a sus miembros enviándolos a matarse entre ellos en la primera guerra mundial y después de que una buena parte se escindiera y formase organizaciones revolucionarias en las primeras etapas de la revolución rusa, mucha gente continuó apoyándola, por costumbre y porque había formado una densa red de estructuras culturales y sociales a la que estaban vinculada por mil y un lazos. Hay que tener cuidado para que, al ir buscando un programa de transición, no acabe uno fortaleciendo a su futuro enemigo.

    * * *

    Enunciemos entonces lo que sabemos que es cierto. El camino hacia la estabilización climática por debajo de los 2 ºC que ofrece el Green New Deal es una ilusión. Sin lugar a dudas, ahora mismo las únicas soluciones posibles dentro del paradigma del capitalismo son unas formas de geoingeniería horribles y arriesgadas que envenenarían químicamente el océano o el cielo para absorber carbono o limitar la luz solar, que preservarían el capitalismo y a su hueste, la humanidad, a cambio del cielo (pero sin clima) o del océano (pero sin vida). A diferencia de la reducción de emisiones, estos proyectos no requieren de ninguna colaboración internacional. En este momento cualquier país puede iniciar un proyecto de geoingeniería. ¿Por qué China o Estados Unidos no iban a decidir arrojar azufre a la atmósfera si la cosa se calienta o se tuerce demasiado?

    El problema del Green New Deal es que promete cambiarlo todo mientras hace que todo continúe como hasta ahora. Promete transformar las bases energéticas de la sociedad contemporánea como quien cambia la batería de un coche. Uno va a seguir pudiendo comprarse un iPhone nuevo cada dos años, solo que sin emisiones. El mundo del Green New Deal es este mundo solo que mejor; este mundo, solo que sin emisiones, con un sistema sanitario universal y universidad gratuita. Su atractivo es obvio, pero la fórmula es imposible. No podemos continuar en este mundo. Para conservar este nicho ecológico en el que nosotras, nosotros y toda nuestra legión de especies hemos vivido durante los últimos once mil años, vamos a tener que reorganizar completamente la sociedad y cambiar dónde, cómo y, sobre todo, por qué vivimos. Con la tecnología actual no es posible continuar usando más energía por persona, más tierra por persona, más más por persona. Esto no tiene por qué traducirse en un mundo austero y gris, pero es lo que se nos viene encima si la desigualdad y el robo continúan. Una sociedad emancipada, en la que nadie pueda forzar a nadie a trabajar por razones de propiedad, podría traer alegría, sentido, libertad, satisfacción e incluso cierta abundancia. Fácilmente podríamos tener suficiente de lo que sí que importa: conservar energía y otros recursos para alimento, refugio y medicina. Como le resultará obvio a cualquiera que dedique medio minuto a echar un vistazo a su alrededor, en un sistema capitalista la mitad de las cosas que nos rodean son innecesarias. Más allá de nuestras necesidades básicas, la abundancia más importante es la necesidad de tiempo y el tiempo tiene, demos gracias, emisiones nulas o, incluso, emisiones negativas. Si los y las revolucionarias de sociedades que usaban un cuarto de la energía de la que utilizamos nosotros pensaban que el comunismo estaba a la vuelta de la esquina, no hay necesidad alguna de encadenarse a los horribles imperativos de crecimiento. Una sociedad en la que cualquiera es libre para cultivarse, hacer deporte, entretenerse, hacerse compañía y viajar, es aquí donde vemos qué abundancia es la que importa.

    Tal vez el progreso en la descarbonización o las tecnologías libres de emisiones estén a punto de llegar. Estaríamos mal de la cabeza si eliminásemos esa posibilidad. Pero no se hace política esperando a que sucedan milagros. Han pasado casi setenta años desde que se inventó la última tecnología que causó un cambio de paradigma: los transistores, la energía nuclear, la genómica…, todos datan de mediados del siglo xx. A pesar de las perspectivas y del constante flujo de nuevas aplicaciones, el ritmo del cambio tecnológico se ha ido frenando más que acelerando. En cualquier caso, si el capitalismo de repente se ve capaz de mitigar el cambio climático, podemos centrarnos en cualquiera de las otras mil razones por las que deberíamos acabar con él.

    No podemos seguir igual y que todo cambie. Necesitamos una revolución, una ruptura con el capital y con sus impulsos asesinos, aunque el aspecto que ello pueda tener en el siglo XXI sea básicamente una pregunta sin respuesta. Una revolución que tiene sus miras puestas en el florecimiento de la vida humana implica una descarbonización inmediata, un rápido decrecimiento en el uso de energía para aquellas personas en el norte global industrializado, nada de cemento, muy poco acero, nada de viajes en avión, pueblos y ciudades peatonales, calefacción y aire acondicionado pasivos, una transformación total de la agricultura y una disminución de las tierras de pasto de por lo menos varios órdenes de magnitud. Todo esto es posible si no continuamos arrojando la mitad de la producción mundial a las fauces del capital, si dejamos de sacrificar a buena parte de cada generación enviándola a las minas, si no permitimos que aquellas personas cuyo objetivo es el beneficio decidan cómo debemos vivir.

    Por ahora no hay una revolución a la vista. Estamos atrapados entre la espada y el Green New Deal y no podemos culpar a nadie por comprometerse con la esperanza que tienen al alcance de la mano en lugar entregarse a la desesperación medioambiental. Tal vez el trabajo en torno a reformas legislativas marque la diferencia entre lo impensable y lo sencillamente insoportable, pero no nos mintamos los unos a los otros.

     

    JASPER BERNES es jefe de redacción de Commune. Es autor de The Work of Art in the Age of Deindustrialization (2017) y de dos libros de poesía: We Are Nothing and So Can You y Starsdown.

    El cuadro que ilustra este texto es «Sol moribundo» [«Kustuv päike»], 1968, de Ilmar Malin. Agradecemos la ayuda de Íñigo Soldevilla Soroeta con la traducción.

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  • Debate candidatos/as a la Comunidad de Madrid sobre cambio climático y transición ecológica

    Debate candidatos/as a la Comunidad de Madrid sobre cambio climático y transición ecológica

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    El cambio climático es el desafío más importante al que se enfrentan nuestras sociedades, y la Comunidad de Madrid no es una excepción. Por eso, el colectivo Contra el diluvio organiza el próximo jueves debate entre los responsables de Cambio climático y transición ecológica de los principales partidos de carácter demócrata que se presentan a las elecciones autonómicas.  Un debate en el que se abordarán las distintas propuestas en materia de vivienda, transporte, economía, naturaleza o alimentación entre otras.

    El debate tendrá lugar el jueves 16 de mayo a las 18.00 en el Espacio Ecooo (c/Escuadra 11, metro Lavapiés). Participarán representantes de Ciudadanos (Ana Rodríguez), PSOE (Ana Sánchez), Más Madrid (Héctor Tejero), Podemos (Rodrigo Irurzun) y PP (por confirmar). Moderará Mercedes Martín, activista contra el cambio climático y presentadora del tiempo en Antena 3.

    ¿Qué? Debate cambio climático para las elecciones autonómicas de Madrid

    ¿Cuando? Jueves 16 de mayo 18:00h

    ¿Quién? Ciudadanos (Ana Rodríguez), PSOE (Ana Sánchez), Más Madrid (Héctor Tejero), Podemos (Rodrigo Irurzun) y PP (por confirmar). Moderará Mercedes Martín, activista contra el cambio climático y presentadora del tiempo en Antena 3.

    ¿Dónde?  Espacio Ecooo (c/Escuadra 11, metro Lavapiés).

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  • La lucha climática está presente en el 1 de mayo. No hay trabajo en un planeta muerto.

    La lucha climática está presente en el 1 de mayo. No hay trabajo en un planeta muerto.

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    La crisis climática transformará nuestras sociedades; de hecho, ya lo está haciendo. La profundidad y gravedad de esta transformación dependerá de las medidas que tomemos para enfrentar este problema y de lo rápido que lo hagamos. Necesitamos iniciar una reducción drástica de nuestras emisiones, alcanzando antes de 2040 emisiones netas cero.  Que este cambio se realice en un marco de justicia social, y no favoreciendo a las capas privilegiadas de la sociedad en detrimento de las populares, depende también de entender la relación entre el cambio climático y los conflictos históricos en torno al trabajo, la eliminación del patriarcado, el racismo o el colonialismo. El mismo sistema que nos está llevando a la ruptura de los límites planetarios está excluyendo a cada vez más personas del derecho a una vida en condiciones de dignidad. El agotamiento de los recursos, la financiarización de la economía y el aumento de la precariedad son las consecuencias de las políticas económicas imperantes que concentran el capital y las emisiones en manos de unos pocos. Prueba de ello es cómo el 10% más rico es responsable del 50% de las emisiones.

    El panel intergubernamental de científicos sobre el cambio climático ha advertido con contundencia a las regiones mediterráneas. Señalan que de no contenerse el incremento de la temperatura global muy por debajo de los 2ºC las consecuencias como las sequías o las lluvias torrenciales se verán agravadas, provocando un drástico descenso de los recursos naturales disponibles. Abordar la crisis climática es una emergencia nacional que afecta enormemente al mercado laboral, en el que la transición debe y puede hacerse garantizando la justicia social y la garantía de una vida en condiciones de dignidad para todas las personas.

    En la necesaria transición ecológica la aparición de nuevos empleos vinculados a sectores sostenibles es una importantísima oportunidad para dar respuesta a las actividades más contaminantes cuya desaparición es inevitable. Además de la reducción de las jornadas de trabajo o de la edad de jubilación como medidas de lucha contra el cambio climático, reivindicamos la revisión de una concepción obsoleta del empleo hacia otra que ponga la vida en el centro, que acabe con la hegemonía de las labores productivas sobre las tareas de reproducción social. Hace falta una rebelión por el clima e impulsar vías de transformación que rompan con los actuales esquemas consumistas y nos lleven a una nueva etapa de participación igualitaria y colectiva dentro de los límites ecológicos de nuestro planeta.

    En este sentido, el cambio climático debe estar presente el 1 de mayo, porque los problemas son comunes y la respuesta debe garantizar la justicia social y ambiental. Luchar contra las leyes mordazas, las reformas laborales, los tratados de comercio internacionales o el pago de la deuda con dinero público puede ayudar a revertir el poder de las multinacionales fósiles que bloquean la toma de medidas ambiciosas. Del mismo modo, la especulación en las ciudades, la turistificación y los desahucios son una emergencia económica, social y ambiental contra la que debemos luchar. Hay mucho que hacer, y tenemos un horizonte hacia el que caminar: la recuperación, extensión y universalización de los servicios públicos; el impulso de las energías renovables, incluyendo la potenciación del autoconsumo; la reestructuración y rehabilitación de nuestras ciudades para adaptarlas a la nueva realidad climática; la garantización de unas condiciones de vida dignas para todas, la reducción progresiva de la jornada laboral, la compatibilidad real de la vida productiva y las tareas reproductivas; todas estas y muchas otras  son respuestas conjuntas a problemas que son a la vez laborales, sociales y ambientales.

    La lucha climática estará presente este 1 de mayo. Si pensáis que no habrá trabajos en un planeta muerto os animamos a sumar vuestra voz a estas reivindicaciones. Participaremos en Madrid en la manifestación de Legazpi al Museo Reino Sofía. Si os apetece venir os esperamos en metro Legazpi a las 11:00.

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  • Dos certezas y siete preguntas sobre la crisis ecosocial

    Dos certezas y siete preguntas sobre la crisis ecosocial

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    Intervención en el XIX Cine Foro de Economistas sin Fronteras (22/11/18) a cargo de Xan López.

    Primero las certezas.

    1. La emisión creciente de gases de efecto invernadero está provocando un aumento generalizado de las temperaturas. Un grado desde la época preindustrial. Parece muy probable que como mínimo llegaremos a 1.5°C o 2°C en las próximas décadas. Las consecuencias para la sociedad y todos los seres vivos en la Tierra serán, ya son, gravísimas.
    2. Este proceso está ligado íntimamente a la lógica de producción y acumulación capitalista. Es enormemente improbable que podamos atajar la crisis ecológica sin atacar a esa lógica capitalista. Además, los efectos del calentamiento global afectarán desproporcionadamente a los más pobres del mundo.

    El problema de este tipo de certezas es que por sí mismas nunca suponen una fuerza política. No cambian nada. «El triunfo de la razón solo será el triunfo de los que razonan» (Brecht). Por otra parte es de suponer que quienes estamos aquí ya las conocemos, así que tampoco tiene sentido recrearse constantemente en ellas. Por eso voy a centrarme en el poco tiempo que tengo en algunos de los problemas que veo en el camino hacia una solución política de esta crisis.

    Siete preguntas.

    1) Hay cierta perspectiva histórica desde la que Lutero tenía razón, y no Müntzer. Los Girondinos y no los Jacobinos. Los Mencheviques y no los Bolcheviques. La opción correcta era la moderación, adecuarse a los límites de lo posible. Hay otra perspectiva que plantea que la cantidad de energía organizada para conseguir un cambio siempre tiene que desbordar los objetivos realmente posibles. Que para alcanzar lo posible hay que intentar, y rozar, lo imposible. Es la idea del progreso como dos pasos adelante y uno atrás. El paso atrás es traumático, pero al final se ha conseguido avanzar algo, que permanece.

    Estas dos perspectivas comparten un convencimiento implícito. El de que en cualquier caso hay un tiempo histórico suficiente para la mejora social, y que ningún exceso de moderación o paso atrás inevitable nos llevará a un abismo que rompa la serie histórica. Puede que ese convencimiento ya no tenga tanta solidez. ¿Podemos concebir una revolución social profunda que solo dé dos pasos adelante? El cambio que necesitamos no es tanto la aceleración de un proceso previo, sino más bien un salto fuera de la historia.

    2) Un filósofo dijo, exagerando, que «la pérdida más trágica no consiste en perder la seguridad, sino en perder la capacidad de imaginar que las cosas pueden ser de otra manera» (Bloch). Los grandes sacrificios nunca pierden de vista la lucha por el pan de cada día, pero el convencimiento de que es posible conseguirlo proviene de una visión que suele ir más allá de lo individual y lo inmediato. Por ahora no hemos alcanzado el reino de los cielos, la república de los iguales o el comunismo, pero hemos llegado hasta aquí porque nunca se perdió la esperanza en ellos. No la esperanza estúpida de que todo se arreglará por sí mismo, que hoy en día es el tecno-utopismo. Sí la esperanza informada que sabe que ese desenlace depende de nosotros mismos.

    Sin el horizonte de un mundo mejor nos refugiamos en el cinismo, que hoy en día no tiene oposición y se enorgullece de no creer en nada que no sea la gestión del mejor mundo posible, que resulta ser éste. Si la esperanza en un mundo mejor es inherente al ser humano entonces no puede estar destruida, solo extraviada. ¿Sobre qué materiales contemporáneos podemos forjar una nueva visión de futuro? Muchos intentan revivir viejas visiones. Ahí sin duda habrá mucho de utilidad. Quizás también debamos mirar entre las piedras descartadas por los canteros de la historia.

    3) En una fábula de Esopo una zorra alardea ante una leona de tener camadas numerosas, mientras que ella siempre tiene una única cría. «Una, pero un león» contesta la leona.

    El problema de la calidad y la cantidad no es nuevo. Hoy la preocupación de la gran mayoría está centrada en la cantidad. Tener suficiente, o más que suficiente. La fábula apunta a un problema en esa mentalidad, que también se conoce desde hace mucho. Sin embargo es una frivolidad pensar que aquí hay una simple confusión, un error persistente. Durante mucho tiempo fue correcto tener como primera preocupación el tener más cosas necesarias. Todavía lo es para la inmensa mayoría, que deberían tener mucho más. Sin embargo la minoría que más contribuye al cambio climático no puede seguir igualando su bienestar, o su felicidad, a la acumulación de mercancías. Debemos, claro, organizar un mecanismo para garantizar nuestra supervivencia colectiva, pero el mercado capitalista como medio para hacerlo parece cada vez más insostenible. ¿Es concebible una sociedad que garantice la existencia de sus miembros como algo indiscutible y entienda el lujo como algo distinto al consumismo? El reino de la libertad no puede estar en la producción creciente, pero sí más allá: el lujo como tiempo libre, como relaciones sociales, como desarrollo personal. Pasar, como decía alguien, de la austeridad pública y el lujo privado al lujo público y la austeridad privada. Así por fin la cantidad suficiente se convertirá en calidad. Una, sí, pero leona.

    4) La inmensa mayoría de la riqueza mundial está concentrada en un pequeño número de países. No es difícil imaginar una pseudo-solución al cambio climático que trate de cristalizar esta diferencia histórica. La consecuencia sería el exterminio activo o pasivo de la «población excedente». Este plan no es realista, porque la riqueza de los primeros no es una característica intrínseca sino sobre todo el producto del trabajo y la expropiación de los segundos. Pero lo importante para su ejecución no es que sea viable, sino que se crea como tal. Al menos durante un tiempo. Sin duda no desentonaría con nuestra época el considerar un plan imposible como viable, mientras se desprecian por ilusorias las únicas soluciones realmente posibles.

    Hace ya mucho se comprendió que un problema fundamental para la solidaridad obrera mundial era precisamente esta relación de dependencia mundial. Una relación que también afectaba a la conciencia y perspectiva de los trabajadores de las países ricos. No es exagerado decir que nunca hemos superado este problema. La posibilidad de que el cambio climático no implique un genocidio pasa por su superación.

    5) La réplica visceral cuando se plantea cualquier cambio social profundo suele ser: que lo haga quien quiera, pero a mí que no me obliguen. Casi todos los aspectos importantes de nuestras vidas son enormemente autoritarios y reglamentados, pero la idea de que son producto de nuestra libre elección tiene una fuerza enorme. En cualquier debate siempre será mejor recibida la propuesta de pequeños cambios, acompañados de pedagogía, que nos vayan guiando al objetivo deseando siempre que así lo queramos. Una revolución larga, de siglos, que se vaya arrastrando por las generaciones.

    Todo apunta a que no tenemos esos siglos. Que el trabajo será de las generaciones que ya están vivas. ¿Cómo podemos defender las transformaciones de vida o muerte necesarias sin que se nos llame «liberticidas»? ¿Se puede arrancar la bandera de la libertad de manos del neoliberalismo? ¿La libertad de existir antes que la libertad de elegir morir?

    Siempre estará la tentación de destruir la casa del amo con sus herramientas. La libertad individual descansa sobre la tiranía del mercado, al que no se puede apelar ni está sujeto al control popular. La pinza del hombre de la calle y el empresario contra el coco colectivista. Si así se privatizaron hospitales quizás podamos delegar en otra instancia inapelable para nacionalizar los monopolios que nos dominan. Nos gustaría no tener que hacerlo, pero seguimos órdenes de las leyes físicas. No hay alternativa, señora Thatcher.

    6) Según una visión de la historia el nivel de desarrollo técnico y la forma que éste toma determinan el tipo de sociedad existente. El molino de agua llevaría al feudalismo tan inevitablemente como el motor de vapor al capitalismo. La central nuclear llevaría, se supone, al capitalismo monopolista tardío o al socialismo del siglo xx; aquí sus similitudes se explicarían sobre todo por una cuestión técnica.

    Una primera crítica evidente a esta visión es que no parece del todo fácil decidir de qué manera exactamente una tecnología determina una sociedad. Algunas llevas con nosotros milenios y han visto muchos tipos de sociedades. En el mejor de los casos hay un gran número de pasos intermedios y posibilidades; la autonomía de las relaciones sociales y la cultura que se forma alrededor de la tecnología es suficiente como para complicar este debate enormemente. La segunda crítica es más prosaica. Asumiendo que la influencia de ciertas tecnologías fuese directa y poco deseable, ¿a cuáles estaríamos dispuestos a renunciar? Algunas parecen irrenunciables, aunque todavía no estén al alcance de todos: alcantarillados, agua corriente, seguridad alimentaria, antibióticos y analgésicos… Es posible que el progreso técnico sea un arma de doble filo, pero cualquiera que haya sufrido una infección de muelas seguramente aceptaría casi cualquier riesgo por una semana de tratamiento con antibióticos y un dentista competente.

    7) La historia del corto siglo xx es la historia del trabajador como sujeto político. Ya sea el trabajador de los países ricos, en el centro de un pacto social complejo y coyuntural. O el de los países pobres, centro de un proyecto que en un principio aspiraba a acabar con las clases como tales. Sobre los primeros alguien opinaba, en retrospectiva, que al final se demostró que no querían socialismo, solo salarios más altos (Tronti). El efecto de esto sobre los segundos no fue despreciable. Muchos cambiaron la abolición del salario por la promesa de salarios occidentales, o por la aspiración de emigrar a Occidente. Algunos sabían desde hace mucho que esto era una imposibilidad política. Los países ricos existen porque existen los pobres. No son una imagen de su futuro, sino la garantía de que no tendrán futuro. Ahora también sabemos que es una imposibilidad ecológica. El nivel de vida occidentalizado no es universalizable. Ni siquiera es sostenible para una minoría relativa.

    La contradicción es antigua. El sujeto político necesariamente será el conjunto de personas que no son dueñas de su tiempo, que trabajan o viven para otros. Un sujeto ya nunca más estrecho y normativo, sino unido en su diversidad de género, raza, orientación sexual, etc. Pero las luchas por mejorar nuestra situación como trabajadores asalariados, si tienen éxito, refuerzan la lógica capitalista que destruye la base de nuestra existencia. Se busca desde hace mucho el salto de la lucha económica como trabajadores a la lucha por la abolición de los trabajadores como tales y de todas las clases, que no del trabajo. Pero no es un salto fácil de dar. ¿Cómo llegar a una regulación racional de nuestro metabolismo con la naturaleza que no esté mediado por el trabajo asalariado? ¿Cómo plantear esto en un entorno de inseguridad y trabajo precario sin parecer unos lunáticos? O mucho peor, unos frívolos.

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  • Aquí antes nevaba todos los años XII

    Aquí antes nevaba todos los años XII

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    Mes y pico llevábamos sin enviaros una carta. ¡Mes y pico! Ha dado tiempo a que tengamos primavera, otro poco de invierno, tres días de entretiempo y ahora verano salvaje, desbocado.

    Evidentemente, no hemos estado dedicados al disfrute de la cambiante meteorología, sino que hemos dedicado tiempo a publicar una introducción a los límites biofísicos del planeta de Sara García Morales, traducir un artículo sobre cómo alcanzar los objetivos del Acuerdo de París sin depender de las misteriosas tecnologías de captura de carbono y realizar, con la ayuda de nuestro diseñador Polo y nuestras traductoras, un completo kit de infografías que te informan de qué puedes hacer tú, individualmente, para luchar contra el cambio climático. ¡El sexto consejo te sorprenderá!

    Esta infografía es la versión reducidísima de un artículo más amplio, que puedes aprenderte de memoria para a continuación recitar a conocidos y allegados.

    Pero esto, junto con la hermosa excursión que hicimos al Parque de la Sierra de Guadarrama (¡gracias por la excelente compañía!) está ya en el pasado.

    Es enero de 2025. La campaña para las elecciones generales empieza en tres meses. Hemos conseguido que la justicia climática sea uno de los ejes del debate político, pero toda campaña electoral moderna necesita, por suerte o por desgracia, lemas. Eslóganes. Y nosotras estamos muy ocupadas preparando la puesta en marcha nuestro detallado programa de urgencia, así que hemos decidido subcontratar este trabajo creativo.

    Queda, por tanto, convocado el I CONCURSO DE LEMAS #ESPÍRITU2025. Todos los lemas tuiteados con el hashtag #espíritu2025 o enviados por correo a contraeldiluvio@gmail.com entre el martes 19 de junio y el martes 10 de julio tomarán parte en el concurso. El imparcial jurado elegirá cinco, que nuestro equipo de voluntariosos expertos gráficos plasmará en diseños cartelísticos electorales, que serán publicados en el próximo número del fanzine Contra el diluvio.

    ¡Participad, escribid, rimad!

    ¿Y en el futuro próximo? Pues una charla sobre Cambio climático y salud (y trabajo) a cargo de Julio Díaz, de GISMAU y Claudia Narocki de CCOO-ISTAS. Os invitamos a venir, que los temas son de máximo interés y actualidad, y ellos saben bien de lo que hablan. El sábado 30 a las 11 de la mañana en la Ingobernable.

    Y cerramos este resumen de los pasados dos meses y de la próxima semana con un anuncio que ya desarrollaremos: estamos organizando, junto con otros colectivos, una manifestación para el 8 de septiembre en Madrid (abierta a que sea replicada donde se quiera), dentro de la campaña de 350.org Rise for climate, dirigida a impulsar la descarbonización de la economía. Pronto os contaremos más.¡Nos vemos el sábado que viene!

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  • Se aplaza la excursión diluvista a la Sierra de Guadarrama al 20 de mayo

    Se aplaza la excursión diluvista a la Sierra de Guadarrama al 20 de mayo

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    Estimado público:

    es con gran pesar que nos dirigimos a ti, a vosotras. Por lo visto, nuestra acción contra el cambio climático está siendo más efectiva de lo previsto, y la nieve cae con fuerza en la Sierra de Guadarrama. Con tanta fuerza que nos vemos obligados a posponer la excursión diluvista al parque nacional de la Sierra de Guadarrama: aunque el mismo domingo no está claro que vaya a nevar, la cantidad de nieve que va a haber hace imposible considerar el paseo una Excursión Sencilla Para Todo El Mundo. Además de que el tren de la nieve que va a Cotos puede no circular por exceso de nieve (esto no es broma: ocurre con frecuencia).

    Ante estas circunstancias funestas, consideramos mejor aplazar la actividad al DOMINGO 20 DE MAYO. Así que os damos dos opciones, en caso de que hayáis pagado ya: a) os devolvemos el dinero de la señal y ya os apuntáis otra vez cuando se acerque la nueva fecha o b) si os viene bien la nueva fecha, os guardamos sitio para el 20 DE MAYO, sin problema alguno. Por favor, respondednos cuando podáis y actuaremos en consecuencia.

    Sentimos mucho las molestias, nos hace mucha ilusión la excursión y toda la actividad y nos ha costado decidirnos por el aplazamiento, pero creemos que será lo mejor y más seguro para todo el mundo.

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  • Aquí antes nevaba todos los años X

    Aquí antes nevaba todos los años X

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    Nuestra carta de hoy es una carta corta y monográfica: ¡el domingo que viene, 15 de abril, y si no nos lo impide la nieve fuera de temporada, nos vamos de excursión al Parque Nacional de la Sierra Guadarrama, en Madrid.

    La excursión consistirá en un viaje en tren (¡con charla analógica incluida!), un paseo a la Laguna de Peñalara (¡con otra charla sobre el parque natural!) y comer un bocadillo junto a una estación de medición meteorológica, cuyas funciones nos explicarán debidamente. Es, en principio, muy sencilla, aunque con la nieve siempre hay que tener cuidado. Toda la información de pago y demás está aquí, en esta entrada del blog. Necesitamos saber quién vendrá, como muy tarde, el lunes por la noche, para reservar el viaje en Renfe (y que nos hagan descuento para que sea asequible, diez euros. Sin descuento de grupo es posible venir, pero cuesta cuatro o cinco euros más).

    Así que no remoloneéis y mandadnos un correo a contraeldiluvio@gmail.com si queréis venir, corred, que hoy es domingo, un día estupendo para estas gestiones.

    Y, sin más, nos despedimos por hoy.

     

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