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  • «Las instituciones usan la ciencia para que las comunidades de las zonas mineras no ejerzan sus derechos» – Entrevista a Rishi Sugla, del CIEJ

    «Las instituciones usan la ciencia para que las comunidades de las zonas mineras no ejerzan sus derechos» – Entrevista a Rishi Sugla, del CIEJ

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    A finales de diciembre y en el marco de la Cumbre Social por el Clima, organizada como alternativa de los movimientos sociales a la COP25, nos sentamos a hablar con Rishi Sugla, miembro del Centro Interdisciplinar de Justicia Ambiental. CIEJ, por sus siglas en inglés, es una organización basada en San Diego, California, que reúne a investigadores, científicos y expertos en estudios etnográficos. A parte de dedicarse a la academia, sus integrantes centran los esfuerzos de la organización en promover solidaridad internacional y trabajar en el apoyo de luchas decoloniales y antiextractivistas con sus investigaciones. Esta entrevista se centra sobre todo en el trabajo que hacen con comunidades del pueblo Lickan Antay en Chile y Argentina, que se enfrentan a empresas multinacionales en la defensa de su territorio contra la extracción de litio, un recurso clave para la manufactura de baterías y central en procesos de descarbonizacion. 

    P: Formas parte de una organización llamada CIEJ, ¿podrías decirnos cómo surgió y cuáles son vuestras líneas de trabajo principales?  

    R: CIEJ son las siglas para Centro Interdisciplinar de Justicia Ambiental (Center of Interdisciplinary Environmental Justice) y empezamos hace cuatro años, después de una serie de incidentes racistas en el campus de nuestra universidad, Universidad de California San Diego. El último consistió en que se acusó de robo, de forma ilegítima y completamente sin pruebas, a una persona negra. Una serie de correos electrónicos empezaron a circular cuestionando quién era esta persona y por qué estaba en el campus, etc. Mientras tanto, los demás miembros y yo estábamos sentados viendo cómo se desarrollaba todo y pensando: «En serio, otra vez esto no». Ocurrió en una facultad de ciencias, fue en el Instituto Scripps de Oceanografía, una división de nuestra universidad, donde estoy obteniendo mi diploma de investigación y donde han estudiado también otras personas de nuestra organización. Hablando de esto entre un grupo de futuros miembros, estudiantes de nuestra facultad además de estudiantes de la facultad de Estudios Étnicos, llegamos a la conclusión de que los científicos no suelen tener ninguna noción de clase, raza, género, orientación sexual, de nada de esto. Por eso decidimos empezar a impartir una clase llamada «El análisis crítico de la ciencia y la justicia ambiental». Empezó como un curso multidisciplinar y transversal, involucrando a nuestras dos facultades y con los Estudios Étnicos aportando el componente de análisis crítico, específicamente a través de una lente descolonial.

    La clase combinaba el uso de datos científicos para demostrar que las diferentes afirmaciones hechas desde los Estudios Étnicos eran de hecho ciertas: que existe discriminación en la calidad del aire en Estados Unidos, en el acceso al agua, en la distribución de las personas más afectadas por el cambio climático, etc. Luego, después de los dos primeros años de enseñar este curso recibimos un correo electrónico de un profesor marxista de literatura, Luis Martín-Cabrera, también de la Universidad de San Diego que había pasado un par de años en el Salar de Atacama trabajando con comunidades del pueblo Lickan Antay tanto en Chile como en Argentina. El correo electrónico era para todos los estudiantes del Instituto Scripps, en realidad, y en él contaba justo eso: que había estado viviendo con comunidades Lickan Antay y que estaban siendo muy impactados por la minería de litio. Querían saber si había científicos dispuestos a ayudarles a entender si lo que las compañías mineras les estaban diciendo era cierto, si había científicos dispuestos a ayudarles a aclarar si había otros datos que no estaban viendo o a los que no tenían acceso, este tipo de preguntas. Cuando vi este correo electrónico, inmediatamente lo reenvié a la gente de nuestro grupo y les dije que por lo menos debíamos hablar con él sobre el contenido de su correo electrónico y sobre qué tipo de colaboración buscaban.Pensamos: «Somos científicos y estamos impartiendo una clase sobre esto, sobre cómo usar la ciencia en pro de la justicia, pero si hay una oportunidad de hacer más que sólo hablar de ello, entonces deberíamos al menos considerarla». Eso es lo que pasó. Hablamos con Luis y terminamos haciendo nuestro primer viaje para conocer estas comunidades, a estas personas. Fui con otro par de miembros y lo que resultó de ese viaje fue una reafirmación de lo que ya sabíamos: que el acceso a la información científica es en sí mismo una barrera a la justicia. Teníamos razón en nuestra creencia de que la ciencia se usa comúnmente como herramienta para el capitalismo y el colonialismo y que los gobiernos van a las comunidades diciendo: «Ah, ustedes tienen este conocimiento tradicional, este conocimiento ancestral de esta tierra y han vivido aquí cinco mil años pero no tienen ningún dato. Si quieren apoyar sus exigencias necesitan datos. Las compañías mineras tienen datos, y estos son los que están disponibles, así que estos son los datos en los que vamos a confiar».

    P: Así que lo que dicen básicamente es que como históricamente no han recogido los datos científicos para respaldar sus saberes, esto se utiliza para justificar los límites de sus tierras históricas.

    R: Sí, justo. Esto también tiene que ver con jerarquías en la ciencia y el conocimiento puramente científico por encima de otros tipos de conocimiento. Así que después de reunirnos con ellos dijimos: «Bueno, vamos a hacerlo» y pensamos que lo menos que podíamos hacer para solidarizarnos con su lucha era leer estos informes que las compañías mineras estaban publicando, evaluar críticamente las declaraciones que las compañías estaban haciendo y contrastarlas con la investigación de otros científicos de la región y tratar de hacer una evaluación independiente de lo que está sucediendo en la región. Tratamos de ir más allá de la ciencia de todos modos, porque no está claro si, incluso si estas comunidades llegasen a obtener acceso y a manejar datos propios para respaldar sus demandas, llegarían a ser escuchadas y las instituciones y los tribunales reconocerían sus derechos. Las instituciones políticas están usando activamente la ciencia como una barrera para que estas comunidades ejerzan sus derechos.

    P: ¿Cómo empiezan normalmente estos proyectos? ¿Presentan los funcionarios del gobierno a las comunidades indígenas los datos y los planes de la empresa minera y tienen acceso a ellos o simplemente aprueban los proyectos sin siquiera informar a las comunidades?

    R: Esto es complejo porque los procesos en Chile y Argentina son diferentes. Aunque se trata de las mismas materias primas y las mismas prácticas mineras, en Chile hay una cantidad decente de acceso a los datos de las compañías mineras, aunque siempre sean los que ellas mismas han obtenido. Esto se debe a que hay una larga tradición de prácticas de resistencia pasadas, dado que sus sitios ancestrales iban a ser tomados por el gobierno y ellos protestaron, en parte bloqueando caminos y carreteras, y reclamaron la propiedad de sus tierras y cierto nivel de autonomía sobre la región. Por eso, el gobierno, al menos sobre el papel, está pasando por mociones de consulta y aunque en la práctica las comunidades ven que es bastante absurdo y limitado, en teoría tienen cierto nivel de acceso a los datos, a la información y recursos.

    En Argentina la situación es completamente diferente. Estas comunidades son deliberadamente y completamente excluidas de todos los niveles de participación en política institucional. No hay ninguna vía de consulta, teórica  o práctica, no tienen acceso a más información que la que las compañías mineras puedan poner en sus sitios web.

    P: Una de las bases de vuestro colectivo es la creencia compartida de que ciencia y política están y han de considerarse entrelazadas. Sin embargo, esto no siempre ha sido así hasta ahora, o no ha sido para bien. Tradicionalmente, la mayoría de los científicos se han declarado apolíticos y la ciencia ha sido utilizada, como has dicho, en contra de las formas de vida tradicionales y con horribles consecuencias para el planeta. ¿Crees que el cambio climático está impulsando cambios en estas tendencias pasadas, que los científicos están empezando a posicionarse políticamente debido a él?

    R: Creo que para muchos científicos está cambiando, sí, aunque sea solo un poco. Creo que muchos científicos están viendo datos que evidencian la catástrofe climática que está a punto de ocurrir y sienten la necesidad de interactuar con responsables políticos, o de hablar de ello, de hablar de cómo esto es un problema. Sin embargo, mucha gente todavía no siente la necesidad de comprometerse con soluciones específicas o de criticar el sistema actual de una manera realmente seria. Hay científicos que se comprometen un poco más políticamente. En nuestro grupo lo que hemos llegado a entender es que la ciencia es algo que está estructuralmente incrustado dentro de las instituciones políticas e incluso si se consigue dar con resultados, con un conjunto de datos que podría considerar completamente objetivo, lo que sea que eso signifique, las instituciones que deciden qué ciencia es financiada, para quién es, quién tiene acceso a los datos, etcétera, están tomando decisiones políticas. Lo que nos preguntamos entonces fue: «Bien, siendo esto cierto, ¿cómo integramos sistemáticamente la ciencia en la resistencia, en el trabajo anticapitalista y en el trabajo descolonial?». Queríamos cambiar el marco una vez que nos dimos cuenta de que siempre estará incrustado en instituciones no objetivas.

    P: Bueno, también hemos visto finalmente alguna reacción por parte de grandes instituciones científicas condenando las prácticas discriminatorias sistemáticas dentro de sus propios muros con el caso del Laboratorio del MIT (Instituto Tecnológico de Massachussets) y su relación con Jeffrey Epstein. Se reveló que tanto el laboratorio como su director habían recibido fondos directamente de él y esto solo demuestra cómo estas instituciones están incrustadas en la estructura patriarcal y capitalista. Muchas científicas se habían posicionado antes, con críticas que no se escucharon durante años y años hasta que la historia salió a la luz para el público general. Algunas personas renunciaron en protesta y otras fueron presionadas para renunciar por permitir esto, como el director, pero éste es único un caso y solo una institución.

    R: Está presente en todos los niveles, es completamente estructural y se manifiesta de muchas maneras. Otra forma es cómo los gobiernos se siguen dirigiendo a las comunidades diciendo que la ciencia es necesaria para su desarrollo, pero al final siguen financiando investigaciones, a veces extremadamente interesantes, cuyos encuadres siempre coinciden con los intereses del propio Estado. Entonces, ¿cómo se supone que estas comunidades van a confiar y ganar acceso a los datos e información que les requieren? El problema es completamente estructural.

    P: Una persona de nuestro colectivo se queja a veces de los geólogos, aunque no queremos generalizar, porque como la mayor parte de su trabajo normalmente es pagado por empresas de combustibles fósiles, aunque puedan empezar siendo algo idealistas, al final termina volviéndose muy feo. 

    R: Es muy complicado, y esta es una de las razones por las que en CIEJ hemos pensado tanto en cómo y por qué hemos terminado siendo científicos en Estados Unidos quienes trabajan con comunidades indígenas de Chile y Argentina. Es una pregunta muy interesante y que nos hemos hecho muchas veces. Surgió en el primer viaje, obviamente, y fue entonces cuando nos dijeron que habían contactado con científicos de Chile y Argentina, pero que ellos ya trabajaban o recibían financiación de empresas mineras chilenas. Por supuesto, vivimos en una sociedad neoliberal y globalizada y existe la posibilidad de que proyectos de investigación en California sean financiados por la misma empresa con explotaciones mineras en Chile, pero también pensamos que vale la pena tener un grado de separación y poder construir movimientos transnacionales de solidaridad, que es un componente fundamental de lo que hacemos. La minería también es impulsada por el consumismo transnacional y las empresas transnacionales. Así que el otro componente de nuestro trabajo es la construcción un movimiento, por ahora principalmente en California, de protesta y concienciación sobre los impactos de la minería de litio en estas áreas, sobre el consumismo verde, sobre las trampas de la energía renovable y las falsas soluciones climáticas. Esta es otra forma en la que podemos usar nuestro privilegio y nuestro acceso a los recursos para tratar de subvertir el estado.

    P: Entonces y para entrar un poco más en detalle, ¿podrías contarnos qué es el triángulo de litio, explicando el mapa actual y presentando las comunidades con las que trabajas que viven en esa zona? 

    R: Claro. El triángulo de litio es un área que abarca diferentes partes de Chile y Argentina y también la zona sur de Bolivia. Incluye el Salar de Atacama, zonas del Altiplano andino a esa altura, la provincia de Jujuy en Argentina y el Salar de Uyuni en Bolivia, del cual seguro que mucha gente ha visto hermosas fotos. Contiene, según diferentes estimaciones, entre el 50% y el 70% de las reservas planetarias de litio.

    P: La mayor parte del resto se encuentra en Australia, ¿no? Así que realmente hay dos centros principales para la extracción de litio, en grandes cantidades se encuentra principalmente en estos dos lugares, no hay muchas otras opciones. 

    R: Sí, justo, en esta región el litio se encuentra mayormente en aguas subterráneas ricas en minerales, en forma de salmuera. Aparece en aguas subterráneas y realmente está saturado en ellas. Ahora mismo estos acuíferos no están siendo reabastecidos por lo que ya ha alcanzado recargos negativos y su nivel está disminuyendo. Por el propio clima de la región, es el desierto más seco del planeta, el lugar más seco en el planeta exceptuando el centro de la Antártida.

    Las comunidades con las que trabajamos son parte del pueblo Lickay Antay y han estado viviendo en la región más de cuatro mil años. Por supuesto, ahora las comunidades están divididas por fronteras nacionales impuestas que restringen su acceso a todas sus tierras ancestrales. A pesar de, o especialmente debido al hecho de que éste es uno de los lugares más secos del planeta, el agua juega un papel central en su modo de vida y de relacionarse con el medioambiente. Hay lagunas preciosas por todos lados, existen estos lugares sagrados conocidos como «Ojos» que son pozas circulares. Todo el emplazamiento cósmico de estas comunidades se localiza en un lugar específico, de donde vienen sus ancestros. No hay forma de transferir esta cultura a otro sitio, o cualquier otra ocurrencia que se pueda tener. Este es el centro de su hogar.

    El problema es que el agua se depositó aquí mayormente en diferentes regímenes climáticos al final del último máximo glacial, hace once mil o doce mil años, y no está siendo reabastecida. Llegan a caer entre cuatro y siete milímetros de agua cada año. Relacionando esto con la extracción del litio, y al aparecer este metal en esta salmuera, se requiere una cantidad extrema de agua para conseguirlo. Tienes que bombear la salmuera hasta la superficie y dejar que se evapore todo el agua. Existen una serie de piscinas enormes, dentro de unas instalaciones de aproximadamente ocho kilómetros de longitud compuestas por piscinas y piscinas llenas de agua evaporándose sin parar. Ciertas sales que están en el agua se precipitan y se separan, lo mueves a otra poza, añades más agua, en la siguiente poza sigue la precipitación y finalmente, como es un elemento ligero, acabas con una especie de lodo de litio. Luego lo mandas fuera para que sea procesado químicamente, obtienes carbonato de litio y entonces lo mandas a China, con toda probabilidad, para hacer una batería. Lo interesante aquí es que aunque la mayoría de esto está etiquetado como «tecnología verde», se trata de un proceso que copia directamente la extracción de los combustibles fósiles. Tienes este combustible rico en energía debajo del agua, lo bombeas a la superficie, lo refinas químicamente y lo usas para que tu coche funcione. Gracias a un márketing absolutamente asombroso ahora es una especie de «tecnología verde», porque en algunas circunstancias reducirá los gases de efecto invernadero. En algunas circunstancias, que no siempre.

    P: ¿Podrías contarnos más sobre la lucha actual y las reivindicaciones de estas comunidades del pueblo Lickan Antay?

    R: En Chile, la minería del litio data aproximadamente de hace 50 años y, al menos por ahora, lo que piden es que no haya nuevos proyectos de extracción ni se amplíen los actuales. Ahora mismo, como la demanda de litio está aumentando también las empresas mineras quieren ocupar más y más. Así que por ahora lo que están pidiendo es que no se expanda la minería. Dicen: «De acuerdo, se acabó la minería. Podemos mantenerlo en los niveles actuales hasta que averigüemos lo que está pasando y podamos confiar en nuestros propios datos para averiguar lo que queremos hacer en el futuro, y cómo las prácticas actuales están afectando a nuestro ecosistema, pero por ahora no hay más minería». Múltiples comunidades en esta región están trabajando para definir su estrategia política hacia el futuro, pero por ahora quieren bloquear la expansión de la minería.

    En Argentina la demanda es que no se hagan proyectos, prospecciones, que no se lleve a cabo la extracción: «No queremos nada». Por supuesto, las prospecciones continúan, las empresas mineras tratan de acceder a la región, siguen tratando de penetrar en estas comunidades a través de sobornos, a través de abusos y tratando de fracturarlas. Estas son básicamente las demandas centrales de estas comunidades.

    P: Considerando estas demandas y la lucha de estas comunidades, ¿cómo imaginas tú o tu grupo que pueden ser respetadas y al mismo tiempo planificar una transición verde y justa, en Estados Unidos o en España? Esta transición tiene que ser una transición justa para el Sur Global y que no perpetúe las dinámicas colonialistas e imperialistas que normalmente definen la política exterior de nuestros gobiernos. No queremos que todo el mundo tenga coches eléctricos en el Norte mientras que el Sur global sigue sufriendo los impactos maximizados de la crisis climática.

    En relación a esto, recientemente leímos A Planet to Win el libro publicado por Verso que desarrolla el plan para un Green New Deal en Estados Unidos y contiene un capítulo sobre el internacionalismo. Aborda las necesidades previstas de litio y destaca las luchas de los trabajadores y pueblos indígenas, también en Argentina y Chile, además de celebrar sus victorias contra las empresas de energía extranjeras. También habla sobre la construcción de movimientos transnacionales y cómo la relación tanto de las instituciones gubernamentales como de las organizaciones de base en el Norte Global con la gente en el Sur, especialmente los pueblos indígenas en el Sur, tendrá que ser completamente reformada para abordar el cambio climático a nivel internacional de una manera justa. Como has dicho, la demanda en el Norte sigue aumentando mientras que a estas comunidades se les arrebata el acceso a la tierra que tienen bajo sus propios pies. Ellos deberían ser los primeros en beneficiarse de las tecnologías más sostenibles impulsadas por los materiales de sus tierras. Si queremos que la transición sea justa, tendrá que ser así. Se habla mucho del decrecimiento pero creemos que el Sur Global debería, justamente, aumentar los recursos gastados en sus propios territorios y disfrutar de la tecnología que funciona con estos recursos, en lugar de tener que enviarlos a algún lugar y luego tener que comprarlos en forma de costosos productos manufacturados.

    Tal vez nos hemos descarrilado un poco con la pregunta, lo siento. Básicamente, en el mejor escenario, el Green New Deal más ambicioso posible, ¿cómo crees que podría estructurarse? ¿Qué cambios consideras que son obligatorios y necesarios?

    R: Creo que un sitio por donde empezar, o lo que considero yo personalmente, es empezar con el reconocimiento de que ya sea para tecnología verde, para algún tipo de tecnología de reducción de carbono, o lo que sea, tomar recursos de las tierras de una comunidad que no quiere que se tomen estos recursos es colonialismo. Punto final. No he encontrado ninguna trampa mental que pueda usar para hacerme creer que no lo es. Si estas comunidades, la gente de estas tierras, no lo quieren, me importa muy poco si alguien en California quiere un vehículo eléctrico. Por lo que a mí respecta, yo le diría: «Bien, de acuerdo, pero ve a conseguir esos recursos de alguna otra gente». Si hablamos de no reproducir las estructuras colonialistas, tenemos que estar fundamentalmente de acuerdo en que esto es colonialismo. En esencia. Apenas se puede llamar neocolonialista, es una imitación casi exacta de los procesos coloniales de hace quinientos años. La otra parte de la pregunta era cómo asegurarnos de que esto esté bien integrado en un Green New Deal, ¿verdad?

    P: Sí, supongo que relacionado con lo que decías que las demandas de estas comunidades en Chile y Argentina eran diferentes y en Chile algunas comunidades no se oponían a la minería actual sino a la expansión de la misma, tiene que haber una forma de asegurar el respeto de los derechos y demandas de estas personas y al mismo tiempo cumplir los requisitos mínimos de los recursos necesarios para descarbonizar nuestras sociedades. Si las negociaciones para la asignación y distribución de estos recursos se hicieran en igualdad de condiciones, en vez de a través de violencia y políticas imperialistas, y se asegurara a los pueblos indígenas el control de sus tierras y el primer acceso a todos estos materiales, ¿crees que podríamos, desde el Norte Global, construir relaciones con ellos alejándonos del colonialismo pasado y hacia una transición justa?

    R: Me genera problemas responder a esta pregunta porque no formo parte de estas comunidades. No me gustaría especular sobre cuál sería su política si ese fuera el caso.

    P: Sí, por supuesto, lo entendemos completamente.

    R: No me gustaría especular sobre cuál sería su política si ése fuera el caso. Me encantaría poneros en contacto con ellos si quisierais.

    P: Nos encantaría, gracias. Vale, pues, volviendo a la visión de tu grupo sobre cómo os imagináis una transición justa y teniendo en cuenta que se necesitará una determinada cantidad de extracción, ¿qué partes de la estrategia consideráis necesarias para poder reducir las emisiones con el fin de cumplir los requisitos y predicciones del IPCC?

    R: Un planteamiento simple sería que nos alejemos de los planes que nos dicen que reemplacemos cada uno de los miles de millones de coches que hay en el planeta en este momento por uno eléctrico y nos centremos en propiciar otras soluciones colectivas y alcanzar metas claras como la de reducir el número de coches en un 60%.

    P: Sí, es verdad, realmente nadie dice: «Vamos a tener que deshacernos de todos estos coches».

    R: Elon Musk no puede hacer dinero si te deshaces de los coches.

    P: Esperemos que tenga que irse a Marte.

    R: Bien, lo que creemos que debemos hacer es replantear las soluciones posibles, que ahora son básicamente planteadas para el consumidor individual, a cambios colectivos. Uno de mis colegas del CIEJ siempre señala que los coches están aparcados el 90% del tiempo. ¿Cómo sería un programa de automóviles urbanos que abordara eficazmente el hecho de que la mayor parte del tiempo no estamos usando los coches? ¿Cómo sería un programa efectivo de coches urbanos? La tecnología para hacerlo seguro que ya existe. ¿Cómo articulamos programas de transporte público sofisticados y sostenibles? En Estados Unidos tenemos el problema de la expansión urbana y es un problema enorme. Este es un problema que fue creado en los años 50 cuando la gente en los EE.UU contrató a un grupo de urbanistas franceses. Se basaba en la idea de que la planificación urbana condensada había terminado y que todo el mundo iba a tener tierras, y también contemplaron e incorporaron enormes proyectos de carreteras ya que todo el mundo iba a tener, pero también necesitar, un coche. Tenían razón en esto último pero estaban completamente equivocados en casi todo lo demás. En lugar de agitar las manos y decir «Ah, bueno, aquí hay expansión urbana, así que todo el mundo necesita un coche», tenemos que considerar que esta fue una decisión tomada por personas y que tal como se planeó de una determinada manera, puede ser reorganizada y corregida. Fue una elección premeditada, no una fuerza inalterable que dictó: «¡Extended las ciudades! ¡Desplegaos por todas las tierras!». Tenemos la capacidad de tomar decisiones difíciles pero también completamente conscientes sobre cómo convertir estas grandes ciudades en diferentes nodos urbanos en los que la gente pueda trabajar y vivir, y sobre cómo conectar estos nodos utilizando el transporte público y así sucesivamente. Estas soluciones en realidad son más efectivas para la reducción de emisiones porque requieren menos manufactura neta de materiales y también son más justas, son más equitativas. Nadie necesitará comprar un Tesla de cuarenta mil dólares para ser ecológico.

    Creo que eso debe ser parte de la solución. Por otro lado, y en cuanto a las formas en que debemos abordar las necesidades de extraer el cobalto, de extraer el litio, creo que la gente está tan acostumbrada a vivir en una sociedad globalizada que tenemos estos procesos integrados en nosotros. La idea es: «Bien, necesitamos estos recursos y no los tenemos, así que tenemos que ir a buscarlos a otro sitio. Allí es donde está. Allí tendremos que encontrar nuestra manera de introducirlo en el mercado». Una de las preguntas que más a menudo me hacen es si podríamos extraer y obtener litio de las profundidades del mar, a lo que también me opongo completamente, claro. Lo que me parece interesante es que al hacer la comparación entre minar las profundidades marinas y robar a los pueblos indígenas, a menudo la gente elige robar a los pueblos indígenas. Soy oceanógrafo, soy científico y amo las profundidades del mar más que nadie, pero creo que esto es un reflejo de la visión que se tiene de los pueblos indígenas, implícita en las decisiones que se está dispuesto a tomar. Decir que grandes franjas deshabitadas del fondo del océano son de alguna manera más valiosas que las tierras y los medios de vida de los pueblos indígenas es también increíblemente problemático. Entonces, ¿de dónde van a provenir estos recursos? No lo sé, pero es necesario centrarse en la recuperación de la tierra y la defensa de la tierra por las comunidades que han sido las mejores protectoras de la tierra y el agua durante milenios.

    P: En realidad, preparando la entrevista, nos enteramos de que un proyecto para abrir una mina de litio en San José Valdeflórez, un pueblo de Cáceres, está avanzando. Supongo que parte de asumir nuestras responsabilidades consiste en hacer campaña para asegurar que los recursos que podamos extraer en nuestros propios territorios sean bien utilizados. Aquí también tenemos debates en torno a la extracción, pero al mismo tiempo no tenemos los mismos vínculos con la tierra que pueden tener las comunidades indígenas, aunque por principio algunas personas pueden estar en contra del extractivismo. ¿Conoces alguna lucha en el Norte Global contra la minería del litio?

    R: Sí, en realidad hay un caso en California. Quieren abrir minas de litio en el Desierto de Mojave, lo que también es un error porque el lugar también forma parte de las tierras ancestrales de los indígenas que viven allí.  Por supuesto hay muchos ricos californianos preocupados por el Desierto de Mojave y que ahora están participando activamente en una lucha para evitar la minería de litio en estas áreas.

    P: Entonces es como: «Quiero que mi Tesla venga de otro lado».

    R: Absolutamente, al 100%. Entonces están dispuestos a proteger no sus tierras, porque estas son las tierras de los indígenas, sino las tierras a las que van a jugar, a hacer senderismo, etc. Piensan que son muy bonitas y quieren hacerles fotos, todo eso. Creo que parte del problema es que todo este extractivismo, incluso cuando ocurre en el Norte, especialmente en Estados Unidos, sigue centrado en comunidades indígenas. También trabajamos localmente con personas Kumiai en temas de minería de arena en la región de San Diego. Nada de esto parece ocurrir en las tierras de gente realmente rica.

    Cuando se trata de posicionarse sobre si apoyar estas prácticas extractivistas, intentamos razonar basándonos en elementos de la epistemología occidental y parte de la lucha decolonial es averiguar cómo se desaprenden realmente muchas de estas cosas y como se escucha a la gente que puede contribuir con sus propias epistemologías indígenas. Nos pasa a todas nosotras. Yo también he respondido a esta pregunta de una manera muy racionalizada y occidentalizada, pero probablemente no vamos a poder apoyar las luchas y las demandas de estas comunidades correctamente hasta que también hagamos esfuerzos para entender su visión del mundo.

    P: Una de las cosas que me fue difícil comprender o desbloquear, personalmente y viniendo de leer teoría marxista, fue esta barrera en mi cabeza entre las demandas de las comunidades indígenas de «poseer» tierras en oposición a la cuestión de la propiedad que yo entendía desde la teoría. Cuando vi el documental que pusiste en la Cumbre y a través de testimonios aprendí más sobre las formas de vida de los pueblos indígenas, me quedó claro que estas tierras siempre han sido comunales, que sus prácticas se basan en la vida comunal y en la gestión y las prácticas compartidas. No es la concepción liberal de «Esta es mi propiedad y puedo hacer lo que me dé la gana con ella». En este aspecto estaba un poco confundida hasta que me di cuenta de que solo se trata de que merecen que sus derechos como habitantes de estos lugares sean reconocidos y respetados y que dejen de ser considerados prescindibles por los gobiernos y las empresas. 

    R: De nuevo, no soy indígena y solo puedo hablar desde mi comprensión personal, pero creo que para muchas de estas comunidades, al menos en Chile y Argentina, es importante reconocer que no se trata realmente de cómo tienen una propiedad colectiva de la tierra, sino de cómo, en su visión del mundo y en sus creencias, ellos son la tierra. Así que va más allá de lo que decías en realidad, porque ellos son en una gran medida ese lugar específico. En el Salar de Atacama hay microbios y plancton extremófilos y un montón de pequeñas criaturas en el agua que estas comunidades creen firmemente que son nuestros antepasados. Su sentido del tiempo está orientado a través de donde sale y cae el sol en la cima de una montaña específica. La barrera de sus cuerpos físicos no es donde termina su sentido del yo, está muy visceralmente conectado al agua, al aire, al suelo, a la flora y a la fauna. Al menos personalmente, esto fue algo que me llevó un tiempo entender pero que intuitivamente tiene sentido, que esta línea de dónde empieza y dónde acaba nuestro cuerpo es en muchos sentidos un límite arbitrario. Sería un buen tema de reflexión el hecho de que no debería limitarse a donde acaba tu piel, y ésta es mi forma de pensar como científico también. Para mí, la nuestra es solo una forma de pensar sobre la concepción de dónde empieza y dónde acaba tu cuerpo, pero para estas comunidades no se acaba ahí y probablemente es un reflejo más exacto de cómo funciona la salud humana y cómo las cosas se incorporan a tu cuerpo y cómo experimentas tu día a día.

    P: Esto tiene que ver con lo que decías sobre las diferentes epistemologías y pienso en cómo, por ejemplo, los cuerpos no parecen contar en Internet, y sin embargo, mucha gente considera Internet una parte de ellos. Si tratamos de racionalizarlo de una manera más «occidentalizada», esto podría parecernos que tiene sentido mientras que la otra concepción nos parece completamente ajena. Una comprensión más a fondo de diferentes epistemologías es difícil de alcanzar al principio, pero no es tan difícil de entender que las demandas de los pueblos indígenas abarcan mucho más que «dame mi propiedad» y esto sería mucho más fácil simplemente a través del contacto directo y el diálogo dentro de movimientos internacionales. 

    R: Sí, creo que fundamentalmente se trata de una cuestión de autonomía de la tierra, de si estas comunidades podrán conseguir suficiente poder popular para contrarrestar las instituciones gubernamentales y empresas multinacionales sin tener ahora mismo autonomía sobre su propio territorio. Esto se tiene que lograr a través de luchas anticoloniales básicamente y se tiene que impulsar internacionalmente también.

    P: Un buen ejemplo de apoyos pasados sería cómo en 1974, después del golpe de estado de Pinochet, los trabajadores escoceses se negaron a trabajar para los aviones de caza chilenos, en protesta contra la dictadura.

    R: No sabía que esto hubiese pasado, me parece brillante. Es parte de la razón por la que hacemos ciencia feminista anticolonial, ciencia que se centra en la construcción de relaciones, en la construcción de comunidad, en las luchas decoloniales por la autonomía y la dignidad de la tierra. La parte de la construcción del movimiento abarca cosas como conectar estas luchas con el norte global, con instituciones en el norte global, con gente en el norte global, usando el cine, usando grandes plataformas de redes sociales, artículos, columnas de opinión, lo que sea, para amplificar las demandas de este pueblo y construir la solidaridad internacional en torno a sus luchas.

    La ilustración de cabecera es «Ciel de Vaucluse» (1953), de Nicolas de Staël.

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  • El coste de ser verde

    El coste de ser verde

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    Por Thea Riofrancos.

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Logic con el título «What Green Costs».

    Quienes abogan por la energía limpia se imaginan una casa electrificada con energía cien por cien renovable, un Tesla en el garaje, placas solares en el tejado y un contador inteligente que acumule cumplidamente los datos de uso para después subirlos a la nube. Pero si rascamos un poco más nos acabamos topando con los límites extractivos de la transición energética a las renovables.

    Eran las 8:45 del primer día de la 11.ª Conferencia de Mercados de Litio, que tenía lugar en la planta sótano del Hotel W de Santiago de Chile. No había forma de pasar desapercibida. El nombre en mi etiqueta, «Providence College», hacía de mí un caso singular. Aun así, menos mal que me acordé de pintarme los labios y que las asas de mi mochila permitían convertirla en un bolso.

    Encontré un sitio vacío entre un mar de trajes, casi todos ellos hombres pero de distintas edades. Venían de muchas partes: China, Australia, Chile, Estados Unidos, Reino Unido, Argentina. Analistas de mercados y contratistas; comerciales de equipamiento y reguladores; ejecutivos, consultores y mercaderes de información dentro del tristemente opaco mundo del litio, un «espacio», según la jerga de Silicon Valley, que no se merece demasiado el nombre de mercado.

    Cuando me acomodé en mi asiento, salió al escenario el presidente de una de las compañías de litio más grandes del mundo, un hombre con un pasado sórdido marcado por un proceso corrupto de privatización bajo la brutal dictadura de Augusto Pinochet. «La minería es la médula espinal de Chile; la minería corre por nuestras venas». Puede que fuera la única persona en la sala a la que inmediatamente le vino a la mente el fascinante libro de temática anticolonial de Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina, que, por cierto, resulta que fue escrito el mismo año en que Pinochet derrocó brutalmente el sueño de un socialismo democrático en Chile. Pero no creo que este señor se refiriera a la iconografía vampírica del capital global; los muertos succionándoles a los vivos la sangre y el sudor y los paisajes torturados de la extracción, especialmente en su variante colonial.

    Pulso en Atacama

    El litio es el tercer elemento de la tabla periódica. Es altamente reactivo y se puede encontrar junto a otros minerales en formaciones rocosas, en depósitos de arcilla, o en forma de ion disuelto en salmuera. También es el ingrediente activo de las baterías recargables ligeras de los vehículos eléctricos y de las que almacenan energía en las redes de las renovables, por lo que es esencial para la futura transición energética.

    En Estados Unidos, el transporte es la mayor fuente de contaminación de carbono, con alrededor del 30% de las emisiones. Lograr algo que podamos calificar como clima seguro implica un cambio en los vehículos con motor de combustión interna por vehículos eléctricos y conectar esos coches, camiones y autobuses a una red eléctrica alimentada por el viento o el sol. (La transición desde un modelo de vehículos individuales a uno de transporte público facilitaría este proceso y tendría otros efectos medioambientales positivos). El litio interviene dos veces en esta ecuación. En primer lugar, es una materia prima de las baterías de los coches eléctricos. En segundo lugar, las baterías son una tecnología de almacenamiento de energía y las redes que operan con ráfagas intermitentes de viento y rayos de sol necesitan un mecanismo para suavizar los picos de oferta y ajustarla a la demanda. (Reducir de manera drástica nuestro consumo general de energía también ayudaría).

    Las salmueras del salar de Atacama, en Chile, se encuentran a unos 2.300 metros sobre el nivel del mar, en un altiplano andino, y proveen en torno al treinta por ciento del litio mundial. Estas reservas subterráneas de litio están en el fondo de una depresión rodeada por la cordillera andina. Una tormenta perfecta de factores climáticos, geológicos y químicos ha concentrado litio en las aguas que hay bajo la dura superficie de esta vasta llanura salina, que en total ocupa un área equivalente a unos dos tercios del estado del que yo vengo, Rhode Island.

    Pero la extracción de recursos está conduciendo al desastre a este vulnerable humedal desértico. Obtener el litio implica extraer la salmuera a un ritmo altísimo. SQM, la compañía a cuyo presidente escuché hablar en aquella conferencia, bombea salmuera a un ritmo de 1.700 litros por segundo, de los cuales se evapora el 95%. En otras palabras, extraer litio implica extraer una gran cantidad de agua para que luego la mayor parte se evapore.

    Casi cualquier representante de una compañía te dirá que extraer salmuera y dejar que se evapore no tiene efecto alguno en el agua dulce, pero si hablas con cualquier científico o regulador que conozca la cuenca del Atacama te dirá que estos dos tipos de agua interactúan y que extraer la salmuera reduce el nivel freático, lo que supone una amenaza para los suministros de agua potable y para riegos.

    Se puede plantear esto como un pulso. El agua con salmuera se encuentra bajo el salar, en cuyo perímetro se hallan los sistemas de agua dulce. A los dos tipos de agua los separa una interfaz dinámica: una tensión en la superficie generada por las distintas densidades de los fluidos. La salmuera es mucho más densa que el agua dulce debido a la carga de elementos disueltos que contiene, como el litio. Pero si bien la salmuera tiene de su parte la fuerza de la masa, el agua dulce ―fruto del deshielo en los picos de los Andes y de los acuíferos a los que alimentan― tiene a su favor la fuerza de la gravedad. Ambas están atrapadas en esta pugna: la de la masa contra la gravedad. Cuando se absorbe la salmuera, la interfaz que las separa se desplaza hacia el centro del salar, llevándose consigo el agua dulce y alejándola de las comunidades indígenas que habitan en el perímetro del salar.

    Flamencos y membrillos

    Vi por primera vez el salar de Atacama después de conducir en torno a las montañas de la frontera con Bolivia. Frente a nosotros se erigía el volcán Licancabur. Condujimos a través de una tormenta de arena, la primera que veía en mi vida, fácil de recordar por su fuerza y por el ruido que hacía, así como por la forma en que la arena suspendida reflejaba el baile del rápido movimiento del aire, y aún más extraña porque vino acompañada de una tormenta de lluvia. Atravesamos multitud de microclimas. La vegetación cambió completamente a medida que ascendíamos. Al ganar altitud, el aire más fresco y húmedo daba cobijo a una vida más densa; los arbustos salteados daban paso a praderas frondosas.

      

    Una puerta en Toconao. Foto de la autora.

    Al bajar de nuevo, entramos en el desierto. Había oasis diseminados por el paisaje: árboles y matorrales se aglomeraban alrededor de corrientes que fluían por gargantas montañosas. Estas quebradas son la base del ambiente construido y de la vida social de las dieciocho comunidades indígenas que habitan en el salar. Las quebradas viajan por canales y filtros de piedra y proporcionan agua a pequeñas granjas. Las parcelas están cercadas por vallas rudimentarias de madera y árboles plantados estratégicamente para que den sombra. Su producción es increíblemente variada. En una visita que hice a la comunidad de Toconao pude ver higos, granadas y membrillos, además del maíz típico.

    Membrillos en Toconao. Foto de la autora.

    Nos dirigimos más hacia el este y llegamos a la Reserva Nacional Los Flamencos, una inmensa extensión de tierra blanca y gris totalmente rodeada de montañas. A nuestra izquierda había una corteza de sal pura; a nuestra derecha, la misma corteza salpicada de esteros en los que los flamencos se alimentaban de pequeñas artemias. Los lagos tenían manchas rojas, fruto de la interacción de las algas, el sol y el viento. Parecía tan extenso que a mí se me asemejaba al océano. El suelo estaba lleno de protuberancias y crujía bajo mis botas de montaña.

    Un arroyo bajando inusualmente rápido tras una gran tormenta. Foto de la autora.

    Las áreas de extracción estaban fuera del alcance de la vista. Treinta kilómetros más allá, engullidas por el horizonte, se levantaban las grandes instalaciones de litio. Durante la conferencia de Santiago había escuchado a los ejecutivos decir que se deberían mejorar las medidas de protección medioambiental, pero también que no había de nada de lo que preocuparse. El rico ecosistema de estos humedales desérticos —los flamencos andinos del color del algodón de azúcar, los macás de cara blanca y las majestuosas vicuñas— no apareció demasiado en la conversación. Apenas se mencionó a las comunidades indígenas y tan solo una o dos veces a los trabajadores. Durante la mayor parte de la conferencia la textura humana y ecológica del salar brilló por su ausencia.

    La Reserva Nacional Los Flamencos. Foto de la autora.

    Sin embargo, comunidades como la de los Toconao ya están sintiendo los efectos de la extracción en su día a día. Las condiciones anormalmente áridas reducen el flujo de las corrientes, restringiendo el acceso al agua potable y de regadío y, debido al calentamiento global, las variaciones son cada vez menos predecibles: las largas sequías son interrumpidas por lluvias torrenciales que destruyen la infraestructura y las plantas y que al suelo le cuesta absorber. Estos cambios también amenazan el hábitat de la vegetación y de los animales; los biólogos han observado que el recuento de flamencos andinos está disminuyendo.

    Para los tipos trajeados del Hotel W, el salar de Atacama es un yacimiento extractivo, un lugar de operaciones, el comienzo de un largo camino logístico y de beneficios. ¿Pero qué ocurre con la vicuña y con el membrillo, con las comunidades que dependen del flujo de la escasa agua del desierto? ¿Qué veríamos si las incluyésemos en la imagen?

    Pulula, repta, flota y vuela

    El día después de mi primera visita a la llanura salina conocí a Ramón. Dejamos a un lado otros compromisos y estuvimos hablando durante tres horas acompañados de café y de medialunas de manjar de leche.

    A diferencia de muchos de los pequeñoburgueses venidos de fuera que viven en San Pedro ―el proliferante núcleo turístico de Atacama―, Ramón es de una familia trabajadora del entorno rural de las afueras de Santiago. Es cofundador del Observatorio Plurinacional de Salares Andinos, una red internacional de ecologistas, científicos preocupados por el tema, abogados activistas y miembros afectados de las comunidades indígenas y campesinas del altiplano andino conocido como triángulo del litio. Este triángulo abarca zonas de Argentina, de Bolivia y de Chile y contiene más de la mitad de las reservas conocidas de litio en el mundo. Hay miembros del Observatorio que prefieren no usar este término para referirse al altiplano porque lo reduce a los recursos que se extraen de él. (Por completar la información: yo misma soy miembro del Observatorio).

    El Observatorio rechaza el «extractivismo verde», esto es, la subordinación de los derechos humanos y de los ecosistemas a la extracción infinita a fin de «solucionar» el cambio climático. La plataforma defiende de un modo más amplio los valores culturales, naturales y científicos de los salares, no solo el valor económico de su litio.

    Se trata de un trabajo muy difícil. El Observatorio está intentando tejer una forma organizativa novedosa, con objetivos a la misma escala internacional del capital extractivo, pero es complicado organizarse cruzando tres fronteras nacionales y espacios rurales atravesados por carreteras sin asfaltar e infradotados en cuanto a transporte público y wifi. En la conferencia industrial de Santiago hubo tensiones entre los capitalistas y el estado, y entre los potenciales inversores y las compañías mineras. Pero en general estas alianzas entre las élites son relativamente fáciles: están engrasadas por el dinero y los aviones, por los teléfonos móviles y los cáterin interminables. Los obstáculos con que nos encontramos a la hora de construir un movimiento internacional son mucho mayores.

    Estos obstáculos se hicieron evidentes durante una reunión del Observatorio en la Universidad de Atacama en junio de 2019. La delegación argentina no consiguió llegar, la nieve había bloqueado la frontera. El presidente de la asociación de dieciocho comunidades indígenas atacameñas, Sergio Cubillos, también tuvo que ausentarse. Las comunidades a las que él representa, junto a grupos indígenas de todo el país, estaban involucradas en una movilización sin cuartel contra el presidente chileno Sebastián Piñera, cuyo gobierno estaba intentando fragmentar y privatizar aún más el territorio indígena.

    Pero quienes lograron llegar al encuentro contribuyeron a desarrollar una idea distinta de los hábitats y los humedales de la región, una alternativa a la de los tipos trajeados de Santiago. Esta idea queda claramente plasmada en la obra de la artista portuguesa Mafalda Paiva, expuesta durante el evento del Observatorio. En sus cuadros, las llanuras salinas rebosan de una energía sobrenatural, un efecto producido por la gran densidad de especies y una topografía con unos escorzos muy marcados. Esta vida que pulula, repta, flota y vuela fue invisible en la conferencia de Santiago, pero en este encuentro conformaba el núcleo emocional. Paiva ofrece una especie de hiperrealismo ecoutópico y nos conduce a un futuro muy diferente del imaginado por los capitalistas del litio.

    Mafalda Paiva, Salar de Atacama.

    Futuros comunes

    El Observatorio se opone al extractivismo verde por el daño real que inflige a los humanos, animales y ecosistemas, pero su postura plantea cuestiones espinosas sobre la transición a la energía renovable. Tal como dejan claro los perentorios informes de la ciencia climática, las emisiones de los combustibles fósiles están dejando un planeta cada vez menos habitable. Al mismo tiempo, construir un mundo bajo en emisiones de carbono trae consigo sus propios costes sociales y medioambientales: cada turbina eólica, cada panel solar y cada vehículo eléctrico necesita grandes cantidades de materiales extraídos de las minas, transportados en barco a largas distancias, manufacturados en fábricas cuya energía seguramente provenga todavía de la quema de carbón, y llevados de nuevo a los consumidores. Esta cadena de suministro, dispersa por todo el globo como ninguna otra en toda la historia del capitalismo, da pie a una carrera hacia el abismo, dado que el capital busca continuamente trabajo y recursos naturales más baratos.

    No todas las comunidades situadas a lo largo de esta cadena tienen voz a la hora de decidir quién carga con los costes sociales y medioambientales o cuánto esfuerzo debería emplearse en reducirlos, a no ser que lo fuercen. Cuanto más vasta y compleja sea la cadena, más difícil va a ser movilizarse a través de ella. Esta amplitud global no es nueva: la revolución industrial fue posible gracias a las materias primas extraídas y cosechadas lejos de los centros industriales. Pero en las últimas décadas han proliferado las tecnologías que dispersan la producción aún más, desde los barcos cargueros a los nuevos tratados de comercio, desde el método de producción «justo a tiempo» facilitado por el desarrollo informático a las zonas económicas especiales, lo que hace que el capitalismo global sea una red infinitamente más intricada e interdependiente de lo que jamás soñase Adam Smith.

    Cuando hablamos de la transición a las energías renovables, la forma en que funciona esta red es especialmente importante; se trata de quién controla nuestro futuro. Un mundo con el zumbido de cientos de millones de Teslas (o peor: Escalades eléctricos) fabricados con materiales rapiñados sin el consentimiento de las comunidades locales y bajo un régimen laboral represivo en fábricas contaminantes ―o, en otras palabras, un mundo no muy distinto del actual pero movido por la energía del viento y del sol― no es algo inevitable.

    También son posibles otros futuros. La transición energética que ya está en marcha ofrece una oportunidad histórica para desmantelar el estilo de vida estadounidense de opulencia privatizada y aislada en las zonas residenciales y para construir algo mejor en su lugar. Este estilo de vida siempre ha sido una pesadilla, tanto ecológica como políticamente. Cuanta menos energía consumamos, menos materias primas vamos a necesitar. Y esto no es una llamada a la ecoausteridad; actualmente, el consumo de energía es profundamente desigual e ineficiente. Podemos construir una sociedad que sea al mismo tiempo baja en emisiones y abundante en un sentido que nos resulte relevante a la mayoría.

    Para ello va a hacer falta que se reconozca que el sustrato material de nuestras vidas está íntima y a menudo violentamente conectado a los ecosistemas y a la gente que vive más allá de nuestras fronteras. En teoría, el comercio, la producción y el consumo podrían reorganizarse para priorizar la seguridad climática, la igualdad socioeconómica, los derechos de las y los indígenas y la integridad de sus hábitats.

    Pero para lograr un resultado como este se necesita poder político y utilizarlo de manera estratégica. Dada la abrumadora complejidad del capitalismo contemporáneo, es fácil olvidar que las cadenas de suministro no son el producto de una fatalidad geográfica. De hecho, un aspecto clave de la injusticia medioambiental es que los procesos contaminantes —en minas, centrales eléctricas o fábricas— están situados allí donde los ecosistemas y las vidas humanas son percibidos como prescindibles o donde se los considera carentes de influencia política.

    El resultado es que la fuerza desde abajo puede obstruir e incluso dar una forma nueva a los flujos globales. Esta fuerza es particularmente efectiva cuando se aplica en los «cuellos de botella», esto es, en puntos de paso obligatorios para personas y productos. Además de los propios espacios fabriles, la infraestructura logística (puertos, barcos, almacenes) y los pozos de extracción (minas, plataformas petrolíferas, refinerías) son «cuellos de botella» en potencia y, por tanto, nodos vulnerables para el sistema en su conjunto. En otras palabras, son puntos estratégicos de disrupción.

    Puede que yo no sepa exactamente qué forma tiene el mundo que quiero. El presente pesa mucho y pone trabas a la imaginación. Pero sí sé que ese mundo empieza por entender lo misterioso, vital y estimulante de la exuberancia que hay en este planeta; por concebir la abundancia como prosperidad compartida y por ampliar nuestra solidaridad para que incluya a personas que puede que nunca conozcamos y lugares que puede que nunca visitemos, pero cuyos futuros están unidos a los nuestros. El salar nos lo agradecerá.

    THEA RIOFRANCOS es profesora asistente de Ciencias Políticas en la Universidad de Providence. Su investigación se centra en la extracción de recursos, la democracia radical, los movimientos sociales y la izquierda latinoamericana. Ha publicado junto a otras autoras el libro A Planet to Win: Why We Need a Green New Deal (Verso), y próximamente publicará Resource Radicals: From Petro-Nationalism to Post-Extractivism in Ecuador (Duke University Press).

    La ilustración que encabeza el texto es Les Îles Éoliennes (ca. 1480), ilustración de Robinet Testard para Secrets de l’histoire naturelle. El texto ha sido traducido del inglés por Ramón Núñez Piñán.

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