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  • Apropiarse y resistir – La cadena global de suministros está en disputa

    Apropiarse y resistir – La cadena global de suministros está en disputa

    Por Thea Riofrancos.

    Este texto fue originalmente publicado bajo el título «Seize and Resist» en The Baffler.

    La globalización está siendo asediada desde todos los flancos. Resulta difícil precisar cuándo empezó el conflicto: el concepto —y el proceso al que se refiere— casi es indistinguible de la polémica que lo rodea. El 1 de enero de 1994, el día que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio para América del Norte, fue también el día que el EZLN le declaró la guerra al gobierno mexicano. En el año 1999 apareció en Estados Unidos el movimiento altermundista en la Batalla de Seattle; en el sur, aquello llegó a su punto álgido con el Foro Social Mundial de 2005 en la ciudad brasileña de Porto Alegre, que contó con la participación de quince mil personas. Unos años más tarde, el «movimiento de las plazas» ocupó espacios públicos desde El Cairo a Nueva York pasando por Atenas. Estos hechos coincidieron con toda una etapa de movimientos de resistencia al libre comercio y a la hegemonía estadounidense en Latinoamérica, que culminó con el giro a la izquierda, que a su vez precedió a la dispersión global de los populismos de izquierdas y derechas que, aunque diametralmente opuestos en sus diagnósticos, apuntaban a las insípidas políticas de gestión de las democracias de mercado.

    Y aquello fue solo el comienzo. Después de sobrevivir a la inestabilidad causada por los movimientos sociales y las crisis financieras, el destino de aquella utopía en torno a una Tierra aplanada —el sueño de una humanidad global conectada entre sí a través de las nervaduras de un comercio pacífico, de la comunicación digital y de las instituciones internacionales, con la protección del benévolo imperialismo estadounidense— entró en otra fase de incertidumbre. Hubo varios continentes en los que el nacionalismo de derechas, nutrido por el neoliberalismo, se hizo con el poder estatal. Tuvieron lugar guerras comerciales, se abandonó el multilateralismo y se reconfiguraron las alianzas históricas. La integración global ya estaba en su punto más bajo cuando en China surgió el coronavirus para después expandirse por todo el mundo gracias a los canales de interconexión transnacional. Se paralizaron las cadenas de suministro, que tienen su base en una circulación sin fricciones y en la producción just in time; mientras tanto, los líderes políticos de todo signo ideológico lamentaban la «dependencia» no solo de China, sino de una producción globalmente dispersa, que se encarga de fabricarlo todo, desde lo más superficial (la moda) a lo más esencial (los equipos de protección). En su lugar, apelaron a una «relocalización» de las cadenas de suministro, a la reducción de la escala productiva a niveles domésticos y regionales y a mantener el equilibrio entre la eficiencia económica y las recientes exigencias de salud pública. ¿Estamos contemplando el ocaso de la globalización?

    Como siempre ocurre en el capitalismo, las apariencias engañan. Desmantelar los procesos mundiales de extracción, producción, distribución y finanzas sería una tarea extremadamente compleja. Estos procesos están mediados por tecnologías de transporte (contenedores, tránsito intermodal) e informática (IA, aprendizaje automático, robótica); organizados en geografías económicas diversas (corredores, pasarelas, clústers, zonas económicas especiales); estructurados por relaciones interempresariales e intraempresariales en desarrollo (deslocalización, subcontratación, reintegración vertical) y formas de poder mercantil (monopolios y monopsonios); y, en última instancia, vienen posibilitados por la autoridad estatal, que pone a su disposición la infraestructura logística y regulatoria que requieran y su aparato represivo para defender a toda costa el flujo de mercancías. El «capitalismo desglobalizado» roza el oxímoron. Desde sus albores, con en el comercio de esclavos transatlántico y la desposesión indígena, la lógica del beneficio viene ejerciendo una fuerza centrífuga; el anhelo de acumulación es espacialmente totalizador. En la teoría el capitalismo puede ser cualquier cosa, pero el capitalismo realmente existente siempre ha confiado en la desvalorización globalmente desigual del trabajo y la naturaleza, en el sacrificio de las vidas y los ecosistemas más remotos en el altar de la producción incesante y en la expulsión continuada de poblaciones que o bien sobran o bien son superexplotadas.

    El repliegue nacionalista es, por tanto, una fantasía, pero las fantasías pueden ser políticamente muy potentes: en la práctica, la exigencia de «traer de nuevo la producción a casa» es el presagio de un mundo sombrío con políticas migratorias aún más duras y cadenas de suministros cada vez más protegidas por la violencia estatal. Hoy la tarea de la izquierda es la de comprender la escala fundamentalmente planetaria del capitalismo global —y los horizontes planetarios de nuestros proyectos transformadores—. Es esta interdependencia planetaria —su realidad brutal y su posibilidad emancipatoria— lo que Martín Arboleda describe con rigor y generosidad en Planetary Mine. Territories of Extraction Under Late Capitalism (Verso Books, 2020). Y, al hacerlo desde la atalaya de las vastas zonas de extracción que se extienden desde Chile hasta China —minas, refinerías, puertos, barcos, centrales eléctricas, centros de procesamiento de datos y ciudades enteras que funcionan como centros logísticos para el capital—, Arboleda no solo coloca la periferia en el centro, sino que le da la vuelta a nuestro depauperado vocabulario espacial. Los márgenes del sistema mundial no están ni mucho menos atrasados: en ellos se ponen en práctica las técnicas de explotación más novedosas y son la vanguardia de los futurismos subalternos.

     

    Leviatán fragmentado

    Hay fragmentos de esta mina planetaria por todas partes. Dada la procedencia de los materiales utilizados como accesorios para fontanería, cableado eléctrico, ventanas y demás, los paisajes urbanos son «minas invertidas»: los rascacielos no solo son levantados con materiales minerales; su construcción es posible gracias al alumbrado, la ventilación y los ascensores que originalmente fueron inventados para la industria de la extracción subterránea. Los fragmentos también están presentes en las «prácticas y costumbres casi imperceptibles que […] tejen juntas la fábrica de la vida cotidiana»; tierras raras, litio, cobalto, níquel y cobre son ingredientes esenciales para un sinfín de dispositivos electrónicos. La mina planetaria permite que tengan lugar nuestros encuentros románticos y nuestras rutinas de ejercicio, así como los extendidísimos ámbitos de la vigilancia estatal y la disciplina laboral.

    El progreso tecnológico es el producto y el instrumento de la extracción. Es gracias al «salto cualitativo en […] la robotización e informatización» por lo que la frontera extractiva sigue extendiéndose y ya alcanza las impresionantes cimas de los Andes que se ciernen de modo amenazador en Planetary Mine y, de una manera más especulativa, llega también a los tesoros minerales del fondo oceánico y a los depósitos extraplanetarios de los asteroides más cercanos. Los minerales sirven para alimentar las máquinas que, a su vez, extraen más minerales. El trabajo humano —ya sea el trabajo degradado en los sectores de servicios informales que proliferan alrededor de las minas y los centros logísticos, o el cada vez más proletarizado trabajo profesional de ingenieros y programadores— funciona como un apéndice del aparato técnico. El ritmo de automatización se ha acelerado con el crecimiento del comercio entre Latinoamérica y China, cuyo volumen se multiplicó más de tres veces entre 2000 y 2011. Buena parte de este comercio es el de minerales, soja, petróleo y carne de vaca, lo que conforma una densa red de «interdependencias sociometabólicas» entre estas dos regiones. Para dar una idea de la escala, cabe mencionar el Valemax, «el segundo barco carguero más grande del mundo», con capacidad para transportar 450.000 toneladas de peso muerto, y que transporta carbón de China a Brasil y porta hierro en el viaje de vuelta. La descripción de Arboleda representa un culmen industrial, «aterrador e imponente» a partes iguales, que recuerda el bestiario victoriano de los vampiros y los monstruos de Frankenstein, aunque ahora actualizados a cíborgs, como los «megabulldozers» robotizados capaces de «operar en condiciones de gran altitud, nula visibilidad y condiciones atmosféricas adversas».

    Por supuesto, es solo en combinación con el trabajo como estas máquinas adquieren su fuerza vital. Desde 1992, cuatrocientos millones de campesinos chinos han sido forzosamente «descampesinizados» para que empezasen a trabajar en las fábricas, pero también en la otra costa del Pacífico los campesinos y los pueblos indígenas son expulsados de sus tierras. A este proceso Marx lo llamó «acumulación primitiva»: la forzosa separación de las personas de sus medios de subsistencia, empujándolas así al trabajo asalariado y al nexo a través del dinero. Estos cambios en la estructura de clases no se desarrollan en paralelo, sino que están relacionados entre sí. La reproducción de la clase obrera china depende de la desposesión de los campesinos latinoamericanos, y la deforestación, la contaminación y las epidemias de cáncer que implican la extracción rapaz y la megaagricultura. La condición de subordinación que comparten es, para Arboleda, una de las claves para las condiciones compartidas de su emancipación: los trabajadores chinos y chilenos tienen más en común entre sí que con sus respectivas clases dominantes. Y, en lo que sirve como un útil correctivo a los tropos sinófobos, China no debería ser vista como un hegemón manipulador y conspirador obcecado con la dominación mundial. Más bien, y parafraseando a Stuart Hall, el imperialismo es la forma que a través de la cual es vivido el capitalismo. Desde este punto de vista, el papel de la banca y de las empresas chinas en la expansión de la frontera extractiva es una expresión de un proceso de carácter global.

    Desde esta perspectiva planetaria, las categorías de «centro» y «periferia» de la teoría tradicional del sistema mundo no cuadran en tanto que unidades con delimitaciones nacionales. Más bien se dan en una relación fractal que se repite a distintas escalas. Arboleda pone el foco en lo urbano. En Chile, la mina planetaria se despliega a través de un «asombroso, árido y fracturado paisaje urbano», la desértica región del norte «en la cual se dan la mano la riqueza y la miseria». La ciudad de Antofagasta constituye un nodo clave en la economía minera; su espacio urbano funciona como infraestructura para posibilitar «el flujo, la conectividad y la velocidad» en las cadenas de suministro de la minería. Bajo la circulación sin costuras de productos, trabajo y capital hay un «frenético movimiento de grúas portuarias, buques de carga, trenes, camiones y trabajadores industriales». Tanto los trabajadores como las ciudades existen para servir a lo que el difunto académico marxista Moishe Postone llamó la «rueda» de la acumulación. Los paisajes y el trabajo están íntimamente vinculados: el mismo entorno artificial transformado por la extracción intensiva en capital y las infraestructuras logísticas de apoyo es lo que produce el llamado «trabajador colectivo», un organismo internamente heterogéneo que comprende ingenieros y trabajadores domésticos, programadores y camioneros que residen en un espacio segregado de torres brillantes y contaminados poblados chabolistas.

    La otra cara de tener un flujo de bienes sin sobresaltos es la incesante precarización de los trabajadores. Esta condición es experimentada tanto en el trabajo (la mayoría de los estibadores chilenos tiene contratos temporales) como en la esfera habitacional, donde predominan asentamientos urbanos inseguros. Y el lugar del estado es el de ensamblar estos «espacios escleróticos» al «aparato mecánico autónomo» de la logística de la cadena de suministro. La regulación tecnocrática y la fuerza represora son lo que hacen que la rueda no se detenga.

    Los cuellos de botella del capital

    Es el poder del estado lo que establece las condiciones para el capitalismo. En Chile, el marco legal heredado de la brutal dictadura neoliberal de Augusto Pinochet (1973-1990) transformó el agua en una mercancía, privatizó compañías estatales y estableció un sistema de concesiones mineras que permitía la expropiación de las tierras de campesinos y pequeños propietarios. En el proceso, se transfirieron a los capitalistas vastos depósitos de gran riqueza natural, poniendo los cimientos del llamado «milagro económico chileno». El surgimiento de la propiedad privada y el intercambio mercantil fueron de la mano de una violenta «lógica de la expulsión», gracias a una legitimidad estatal basada en el aislamiento institucional de los tecnócratas respecto al dominio de la violencia militar. Pero el desarrollo de la fuerza extraeconómica no es solo una aberración histórica, es también un garante permanente de la «libertad económica». La unidad organizativa del estado y el capital se expresa en «camiones de policía, cañones de agua y botes de humo empleados contra los estibadores y los mineros en huelga». De hecho, la insurgencia minera —que brota al unísono junto al régimen de trabajo flexibilizado— preocupa especialmente a los gestores de la cadena de suministro que hay en la burocracia estatal y en las empresas privadas. Tal como relata Deborah Cowen, desde sus orígenes en el desarrollo de la logística militar, las cadenas de suministros siempre han reunido capital y coerción. Tras el 11 de septiembre, estas redes globales están gobernadas por una lógica seguritaria que identifica huelgas, terrorismo y piratería como amenazas al traslado ágil de bienes a través de «corredores» y «pasarelas» transnacionales.

    Resistir frente a este gigante es una tarea titánica, y no hablemos ya de transformarlo. Pero Arboleda encuentra esperanza en la acción insumisa de trabajadores, campesinos y pueblos indígenas que se enfrentan a la explotación, la desposesión y la contaminación. Ve este sujeto popular «plebeyo» no como una comunidad romántica y precapitalista, sino más bien como una articulación. Parte humana y parte máquina, esta colectividad insurgente otorga una nueva función a la interdependencia mediada tecnológicamente por la modernidad capitalista. El capital puede ser una criatura de Frankenstein, pero para el capital el monstruo es el sujeto emancipatorio que él mismo desata. Cuando los trabajadores y las diferentes comunidades hacen una huelga, sabotean infraestructuras y ocupan las minas y los territorios que estas engullen, lo que hacen es afirmar su control sobre el movimiento de personas, mercancías y beneficios. Estas acciones son al mismo tiempo económicas y políticas; exponen la totalidad interrelacionada del estado y el poder empresarial.

    Las luchas en las minas van más allá de las meras reivindicaciones laborales. En 2006, durante la ocupación de la mina de cobre de La Escondida, explotada por varias empresas extranjeras, el sindicato organizó, junto con un movimiento de mujeres, un campamento en el que se celebraban asambleas, se tocaba música y se enseñaba pedagogía radical. Las políticas subalternas también se extienden más allá de la mina. En el largo conflicto de la mina de oro de Pascua Lama, que se inició con su apertura en 2001, las comunidades de campesinos directamente afectadas fueron protagonistas fundamentales. Los residentes del valle Huasco se han manifestado a través de diversos grupos de agricultores, de defensa de la tierra y ecologistas mediante acciones directas —incluida la destrucción de la infraestructura minera—, marchas y manifestaciones contra las juntas de accionistas de Barrick Gold para denunciar la amenaza que la compañía supone para su supervivencia y la de los ecosistemas. Estas acciones han demostrado ser efectivas: la mina sigue en un limbo legal y lleva tres años sin funcionar. Su organización ha logrado algo quizá tan crucial como es la demora de la mina: las comunidades afectadas se han erigido en un actor colectivo regional y han liberado su interdependencia alienada de la dominación del capital.

    Estas formas de poder popular tienen un gran impacto, pues ralentizan el avance del extractivismo en unos cuellos de botella que resultan críticos. La fuerza de la cadena de suministros contemporánea reside en su complejidad, pero esta es también la fuente de su vulnerabilidad; la resiliencia y el riesgo están entrelazados. Cada nodo de la cadena es susceptible de sufrir fallos tecnológicos, alguna insurgencia laboral, protestas indígenas y, de manera cada vez más frecuente, fenómenos climáticos extremos provocados por el cambio climático. La mina planetaria multiplica los lugares de la lucha de clases, la cual reverbera de los puertos a las minas, de las favelas a los tribunales. Estas luchas apuntan al reordenamiento radical de las relaciones entre «los pueblos, las ecologías y las tecnologías» que el capital combina a su manera en su incesante búsqueda de beneficio.

    Los monográficos sobre extractivismo tienden a centrarse o bien en las elitistas esferas de la empresa privada, en la represión política y en las altas finanzas, o bien en las movilizaciones de base de las comunidades locales. Planetary Mine hace ambas cosas. La forma en que Arboleda cuestiona la explotación es comparable en su intensidad con su fidelidad a «las imágenes oníricas de los paisajes tecnológicos del mañana». En un presente tan sombrío como el nuestro no hay manera de encontrar utopía alguna, pero sus ingredientes están por todas partes. 

    Aunque las luchas en la cadena de suministros son distintas y sus tácticas diversas, la única posibilidad que Planetary Mine no analiza directamente es la de tomar elementos del aparato estatal para imponer una redirección de la economía, no hacia la extracción sino hacia la prosperidad socioecológica. Que esta posibilidad parezca aquí insignificante podría tener su origen en que el libro pone su foco sobre Chile. A pesar de oleadas de revueltas populares, las últimas de las cuales han tenido lugar entre octubre de 2019 y marzo de 2020, el estado chileno ha demostrado una gran habilidad a la hora de desviar y fragmentar el poder político de la izquierda. El escepticismo estatal de Arboleda es también producto de su rigurosa teorización, que rechaza las ideas tanto de Ralph Miliband como de Nicos Poulantzas en los debates de los años setenta acerca del Estado. En pocas palabras, Miliband veía el estado como un instrumento del capital, mientras que para Poulantzas era «relativamente autónomo» con respecto de la clase dominante. Al contrario, Arboleda hace hincapié en la unidad organizativa del estado y el capital, y en la primacía de lo planetario. La pretendida autonomía de los estados es al mismo tiempo «ilusoria y real»; esa contradicción es de hecho la condición de su fuerza legitimadora. Y los estados-nación, según él, son «partes alícuotas» del mercado mundial: porciones de un todo, más que unidades separadas.

    Aquí y ahora

    Planetary Mine pone sobre la mesa un horizonte revolucionario en el que son abolidos tanto el trabajo asalariado como el estado tal como lo conocemos. Los movimientos que describe Arboleda seguramente han obstaculizado el avance de la frontera extractiva. Sin embargo, al carecer de cierta forma de institucionalización, estas victorias siguen siendo provisionales y prefigurativas, y aplazan sine die los futuros que ellas mismas conjuran. En cualquier parte del mundo —así como en el pasado— los movimientos políticos de izquierdas han acabado tomando el poder estatal y han intentado, con distintos grados de éxito y participación, transformar la sociedad. Estos experimentos han arrojado luz sobre temas espinosos acerca de cómo hacerlo, desde la vía parlamentaria al socialismo pasando por el poder dual, así como sobre conceptos que aún han de ser inventados y los escollos de cada uno de los enfoques. Pero en un contexto de catástrofe climática acelerada, enorme desigualdad y violencia etnonacional, es difícil imaginar una vía a la transformación que no pase por el estado. Si el estado-nación es, como acertadamente sostiene Arboleda, la «expresión concentrada de un proceso cuya escala es planetaria», ¿no es por tanto un terreno de la lucha de clases universal? Teniendo en cuenta que el capital y el Estado forman la totalidad del orden social, luchar por el control del Estado —sus instituciones representativas, regulatorias, financieras y legales— es un medio a través del cual plantar cara al control del capital sobre la inversión, la producción y la distribución. El Green New Deal está motivado por esta estrategia, como lo está también el pacto ecosocial que tanto impulso está ganando en Latinoamérica (también, no olvidemos, el actual trabajo de Arboleda sobre las cadenas de suministro agrícolas, que, de manera explícita, plantea la cuestión del poder estatal y la planificación económica). Estos proyectos transformadores proponen que la justicia climática solo se puede lograr a través de una relación entre la lucha extraparlamentaria y los representantes políticos de izquierdas.

    El capitalismo está en la mismísima raíz de la crisis climática. El capitalismo verde, aunque es una contradicción en sus términos, se encuentra en un estado embrionario. No obstante, sin la intervención del estado no es posible ningún tipo de reorientación verde de la economía; la cuestión es qué forma va a adquirir y a qué intereses va a servir dicha intervención. En la Unión Europea se está diseñando el boceto de lo que se podría llamar un capitalismo climate-smart, que articula una mezcla de financiación pública e incentivos regulatorios para empujar a los inversores hacia los sectores verdes. El enfoque que tiene su política industrial es el de socializar el riesgo y las inversiones iniciales, mientras que los beneficios son privatizados. Se trata de un regalo al capital en una época de estancamiento secular, con su toque de greenwashing incluido.   

    ¿Cuál es la alternativa ecosocialista? Arboleda se enfrenta de manera decidida y convincente al nacionalismo tanto en sus políticas como en su análisis. Al igual que sucede con los circuitos extractivos que son descritos en Planetary Mine, también las cadenas de suministros para las tecnologías verdes, tales como las turbinas eólicas o los vehículos eléctricos, deberán traspasar fronteras. Y eso es lo que van a hacer: los recursos necesarios están desigualmente distribuidos por la corteza terrestre y a lo que debería comprometerse la izquierda es a que el acceso sea global, lo cual implica priorizar una distribución globalmente equitativa. Las lejanas redes de producción son nodos estratégicos sobre los cuales ejercer el poder popular del siglo XXI. Desde los bloqueos indígenas a la extracción de litio en Chile, a la organización obrera en las fábricas de Tesla en Estados Unidos, las diferentes comunidades y la gente trabajadora resisten frente al incipiente capitalismo verde e imaginan futuros verdes alternativos. Este tipo de resistencia es una condición necesaria pero insuficiente para una transición ecosocialista: solo tenemos una década para evitar lo peor del caos climático y el estado tiene la capacidad de reorientar la actividad económica aquí y ahora. La inversión pública, un sistema financiero democratizado, regulaciones estrictas, un sistema de propiedad público y obrero y las políticas industriales y comerciales tienen un papel importante en la construcción de un futuro democrático y con bajas emisiones. Si están en manos de los movimientos sociales, de los sindicatos y los agentes estatales aliados con ellos, estas herramientas pueden servir para diseñar un nuevo mundo a partir del viejo, que ahora mismo está agonizando.

    Desde la mina planetaria a la fábrica global, está en juego la futura organización de las cadenas de suministros. Las luchas de base al margen del poder estatal, contra él y a través de él ayudarán a dar forma al orden económico por venir.

    THEA RIOFRANCOS es profesora asistente de Ciencias Políticas en la Universidad de Providence. Su investigación se centra en la extracción de recursos, la democracia radical, los movimientos sociales y la izquierda latinoamericana. Ha publicado junto a otras autoras el libro A Planet to Win: Why We Need a Green New Deal (Verso) y es autora de Resource Radicals: From Petro-Nationalism to Post-Extractivism in Ecuador (Duke University Press). Además, ha publicado diversos artículos en medios como The New York Times, n+1 o Dissent, entre otros.

    La ilustración de cabecera es «Cerro de Potosí», de Petrus Bertius (1565-1629). El texto ha sido traducido del inglés por Ramón Núñez Piñán.

  • El Movimiento de los pueblos contra el terricidio

    El Movimiento de los pueblos contra el terricidio

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    Por María Eugenia García Nemocon.

    Aun conformando únicamente un 5% de la población mundial, las comunidades indígenas repartidas por el globo son las encargadas de defender el 82% de la biodiversidad del planeta. Esta defensa se encuadra dentro de una lucha que, aparte de tener que continuar condenando las estructuras por las que desde tiempos de la colonización se sitúa a las mujeres indígenas en el más bajo escalón de la sociedad, cada día se enfrenta a las acciones de un número creciente de multinacionales, muchas de ellas españolas. Este artículo incluye el relato en primera persona y las conclusiones de María Eugenia García Nemocon, que asistió en representación de las organizaciones Trawunche Madrid, Ecologistas en Acción y Feministas por el clima, al Campamento climático: Pueblos contra el terricidio, organizado por el Movimiento de mujeres indígenas por el buen vivir. Este movimiento, que lleva organizando desde 2015 a mujeres de treinta y seis naciones indígenas que habitan Argentina, entre las que se encuentran, entre otras comunidades del pueblo wichí o comunidades mapuche, convocó en febrero de 2020 este campamento en el lugar donde se planea la construcción de la presa hidroeléctrica «La Elena». Este artículo incluye un relato en primera persona de lo acontecido entre los días 7 al 10 de febrero en los que se desarrolló el campamento, que culminó el 11 de febrero con una marcha en Esquel, en la Patagonia Argentina, a la que se unieron cientos de personas para denunciar las condiciones a las que son sometidas los pueblos indígenas y el extractivismo rampante en la zona.

    El movimiento de mujeres indígenas por el buen vivir

    En defensa de la vida y los territorios y en contra de los ataques continuos contra éstos, el Movimiento de mujeres indígenas por el buen vivir planteó el Campamento climático: Los pueblos contra el terricidio como un espacio de combate ante la situación de destrucción del planeta en la que nos encontramos, ante esta crisis global y eco social. El campamento es en sí un instrumento dentro de la lucha continua contra las estructuras bajo las que estos pueblos en todas las latitudes están viviendo el despojo, la aniquilación física y de sus culturas, la destrucción de sus cosmovisiones y de la vida de todos los seres con los que han convivido en comunión ancestralmente. Frente a esta realidad, los gobiernos locales lo único que hacen es defender, apoyar y promover los proyectos de las empresas nacionales y transnacionales que ejecutan este despojo.

    Las mujeres y disidencias indígenas, organizadas en este movimiento, están padeciendo en sus territorios -cuerpos y territorios-tierra- las consecuencias del cambio climático, fruto de un modelo extractivista y de explotación de los recursos naturales del cual ellas no sólo no se benefician sino que condenan y rechazan. Ante esta situación, la convocatoria de campamento se realizó con intención de llegar a consensuar una agenda global de resistencia y lucha. Así, desde los pueblos por sus derechos y por las prioridades ambientales, recuperar y compartir conocimientos y saberes, siempre a través del reconocimiento de la plurinacionalidad de los actuales estado nación con límites impuestos.

    «Para los mapuches, el kultrun [*], es el latido del corazón de la tierra. Cada golpe marca el tiempo de vida, en el espacio celeste que habitamos y que nos habita».

    Del libro El tren del olvido, de Moira Millán.

    Llegada al campamento, una noche estrellada y luminosa

    Era ya noche avanzada del día 6 de febrero de 2020 cuando llegamos al campamento, desde Esquel, por una carretera tortuosa y polvorienta.

    A pesar de la hora, la luna y las estrellas iluminaban nuestro camino; nos recibieron varias compañeras y nos dieron de cenar. En esta Patagonia desértica, éste es un espacio de luz, de árboles, de humedad, de sonidos y de hermandad.

    Nos levantamos ilusionadas con la luz del sol ya en lo alto, después de una noche fría; era nuestra primera mañana en esta experiencia de construcción colectiva. Los sonidos de ñolkin [*] nos transmitían que en poco tiempo se iniciaría la ceremonia inaugural en la zona sagrada del río Carrenleufú. Cuando pasaba la caravana, que presidía una machi con su kultrun, junto con hermanas mapuches y de otras comunidades indígenas, nos íbamos sumando en una marcha que desembocaba a orillas del río.

    Ya en la orilla nos envolvieron los cánticos e instrumentos ceremoniales, el entorno nos cobijaba, con el río como centro. Este lugar está lleno de vida, de naturaleza, es un territorio ancestral recuperado por una comunidad mapuche hace veinte años, es el Lof Pillañ Mahuiza Puel Willimapu [*], cuyas fronteras impuestas denominan provincia patagónica de Chubut, Argentina. Esta comunidad ha vivido siempre en esta zona y garantizado su preservación como guardianas del mismo. Es el lugar donde se ha realizado el campamento.

    Este río, epicentro de la ceremonia, es deseado por el gran capital multinacional, que en complicidad con las autoridades locales y estatales quieren destrozarlo, inundando el territorio para construir una gran presa, el proyecto hidroeléctrico «La Elena», cuya energía será usufructuada por las compañías megamineras tanto en Argentina como en Chile, para seguir extrayendo recursos y expoliando a las poblaciones. Si decimos que capital y vida están confrontados, no es retórico, es la realidad. Las pretensiones de hacer un complejo de 5 presas en la cuenca del río que discurre en los límites impuestos de los estados nación denominados Argentina y Chile, tendrán sobre toda la región incidencias destructivas, se crearán embalses que destruirán los ecosistemas acuáticos y terminarán con el bosque nativo actual y con toda la vida asociada. Se desplazará a poblaciones a zona áridas de esta Patagonia desértica, condenando tanto a las comunidades como al territorio, dado que ellas lo han habitado y han coexistido con este entorno para que se mantenga. Inundarán zonas sagradas para estas comunidades. Se afectaría todo el entorno natural y las poblaciones de la cuenca de este río.

    Los proyectos de despojo, injusticia e invisibilización de los pueblos continúan

    Betty Cariño Trujillo, indígena mexicana, decía, poco antes de ser asesinada, que la larga noche de los quinientos años aún no termina. La Niña, la Pinta y la Sta. María ahora llevan el nombre de Iberdrola, Endesa, Gamesa. Esto se comprueba con la historia silenciada de los pueblos de Abya Yala, que en este campamento hemos tenido la oportunidad de escuchar.

    Aquí en este territorio, en este campamento escuchamos los relatos actuales y también los de hace muchos años, que dan cuenta de la continuidad de las prácticas coloniales, donde las personas de comunidades indígenas y comunidades de afrodescendientes, son consideradas seres inferiores y desprovistos de derechos, a los cuales pueden agredir en todos los sentidos, así como despojar de sus territorios ancestrales y de los recursos que en él se encuentran.

    Algunos de los proyectos y actuaciones de multinacionales y empresas que afectan territorios y comunidades:

    • Proyecto Navidad minero en trámite, Chubut, Patagonia Argentina; explotación de concentrados de plata-cobre y plata-plomo.
    • Proyecto de extracción de litio en la Pampa, Argentina.
    • Proyecto Jacobacci en Río Negro (Argentina), aprobado por Departamento Provincial de Agua y explotado por la empresa canadiense Patagonia Gold, donde en gigantescos pozos de agua se usan cianuro y mercurio para la extracción de oro y plata aunque hace años que la zona está en emergencia hídrica.
    • Proyecto para extracción de uranio y vanadio por la Blue Sky Uranium (empresa canadiense) en Río Negro para las centrales nucleares que se proyectan construir.
    • La siempre creciente industria de rallies y rutas turísticas que destruyen el entorno y por la que sus habitantes son considerados parques temáticos.
    • La actividad de las compañías forestales. Al introducirse especies exóticas o no autóctonas dentro de un ecosistema, éste a la larga presentará un desequilibrio que pondrá en peligro la fauna y la flora de la zona, como es el caso de los pinos exóticos plantados en el Sur argentino. A lo largo del Norte de la Patagonia Andina, a través de su gran superficie, la actividad de las grandes empresas forestales ejerce una presión dentro de todos los ecosistemas y favorece además la proliferación de incendios.
    • Las compañeras del Ecuador, indican que la riqueza en recursos en vez de beneficiar, perjudica. La argumentación neodesarrollista de los gobernantes, es que éste es un elemento para alcanzar mejores ingresos y nivel de vida de sus habitantes, cuando muy por el contrario se constituye en causa de despojo, de pobreza y de muerte, tanto de muchas culturas como de todos sus ecosistemas. En este país gran parte de estos recursos, sino están adjudicados para su explotación, están en trámite.
    • Las grandes extensiones de monocultivos crecen en Colombia, que es uno de los principales objetivos de la agroindustria, la cual utiliza masivamente agrotóxicos, con el consiguiente agotamiento de nutrientes y esterilización del terreno.

    Conceptos nacidos de estas comunidades: terricidio

    Las hermanas del Movimiento de mujeres indígenas por el buen vivir, convocantes de este campamento, han introducido el concepto de terricidio, que está siendo enriquecido colectivamente y que tiene que ver con la destrucción y la violencia hacia la Madre Tierra y el despojo de las comunidades y de sus recursos. Esta violencia comienza en estos territorios desde la llegada de los colonizadores, construyendo barreras y fronteras, desligándolos de sus raíces, han introducido dinámicas de explotación hacia los pueblos de la Mapu —la Madre Tierra dentro de la cosmología mapuche—, siendo una constante la ocultación de su historia, el irrespeto, la opresión, explotación y muerte para sus pueblos y una negación de la posibilidad de otra vida, de un mundo nuevo, de una vida digna y justa.

    El terricidio es también la violación y violencia de nuestro primer territorio, que es el cuerpo de nosotras, las mujeres indígenas, campesinas y afrodescendientes, que desde la colonia, somos consideradas objetos y meras mercancías, ni siquiera alcanzamos el rango de humanas. Los efectos del extractivismo también se ven reflejados en la violencia en el cuerpo de las mujeres, porque afectan nuestras formas de vida y de subsistencia. Para las que defienden el cuerpo-territorio, la Madre Tierra es un espacio vital, de construcción de comunidad, de espiritualidad, de procesos colectivos con todo tipo de vida que existe en el entorno, no sólo la vida humana.

     

    Pandemia y terricidio

    Un concepto en construcción como es el de terricidio, ha de servirnos para describir lo que está aconteciendo en todo el Sur global en estos momentos. La continua escalada extractivista y el aumento de los megaproyectos, la destrucción y la violencia hacia la Madre Tierra que conllevan, y sobre todo el despojo de las comunidades indígenas, afro y campesinas, de sus recursos, se lleva a cabo siempre en detrimento tanto del medio ambiente como de las comunidades que conviven con todas aquellas especies no consideradas por su valor mercantil.

    Este terricidio, definido en los términos antes mencionados y según análisis en continuo desarrollo, apunta a la actual situación de despojo como una de las causas de la pandemia. Esta relación se asienta en los siguientes aspectos:

    • Sistema de producción de la industria agroalimentaria y agronegocio donde las macro granjas son parte de las mismas, donde la masificación y maltrato animal están a la orden del día, y a través del cual, con una mirada especista indudable, se convierte a estas especies en sólo una mercancía. En estas instalaciones se estima que puede estar ubicado la llamada especie intermedia a la que saltó el virus posiblemente desde un tipo de murciélago. En Hubei, provincia donde está Wuhan, existen algunas de las mayores macro granjas de cerdos de China, cuya masificación y hacinamiento propicia la transmisión de enfermedades. Entre cerdos y humanos existen parecidos a nivel fisiológico, inmunológico e incluso genético que favorecen la transmisión interespecies de virus.
    • Las grandes corporaciones, en complicidad con gobiernos locales, están adquiriendo latifundios y deforestando los bosques primarios que aún existen en los mismos, para el extractivismo minero, petrolero y maderero o para establecer monocultivos. Los animales y especies en estos bosques mantenían un aislamiento natural que en estas circunstancias está desapareciendo. Esto beneficia su contacto directo y rápido con seres humanos, este tipo de encuentro puede dar condiciones para que algunos patógenos de especies salvajes salten a los humanos.
    • El tráfico, mercado y consumo de especies salvajes. El tráfico ilegal de especies es un negocio muy lucrativo que hasta el punto de estar conduciendo a la extinción a algunas de ellas. También existe un comercio legal de éstas, e incluso granjas.

    Aún sin todas las certezas, los posibles orígenes de la pandemia nos trasladan a las formas de producción y explotación de los recursos y del trabajo de un sistema capitalista donde están enfrentadas la acumulación de bienes y de capitales a la vida, y que ha producido degradación ecosistémica, cambio climático además de hacernos mucho más vulnerables a estas pandemias.

    Indudablemente cualquier alternativa para superar este sistema, una enfermedad en sí mismo, no puede provenir de seguir impulsando estos modelos. Para no caer en las mismas dinámicas destructivas, es conveniente recordar en qué consiste la teoría y práctica del buen vivir, que todavía es parte esencial de la vida de muchos pueblos indígenas en diferentes latitudes. El buen vivir en todas las lenguas es vida armónica con la tierra, la naturaleza y con todos los seres visibles e invisibles que la habitan.

    Esto supone dar prioridad las actividades que preservan la vida y que cubren las necesidades, considerar que la alimentación no tiene por qué destruir y torturar a otras especies como se está haciendo, ni promover la destrucción galopante de ecosistemas y la anulación de otras poblaciones. Las tan necesarias transiciones, ahora son imprescindibles.

    Tejiendo resistencia y luchas en Abya Yala (nombre que el pueblo indígena kuna daba a los territorios que hoy se conocen como América Latina)

    Las luchas anticoloniales han existido siempre en Abya Yala, Muchas de ellas invisibilizadas y ocultadas. Aquí queremos resaltar algunas que conocimos en el campamento.

    La recuperación de tierras y las acciones de resistencia y lucha, de muchos pueblos originarios ha sido parte de las luchas constantes en todo Abya Yala. Es el caso del pueblo Nasa en Colombia, lleva años con el Movimiento de liberación de la Madre Tierra que recupera tierras para dejarlas en libertad para convivir en ellas y para defender la vida. Las despoja de monocultivos y sus agrotóxicos, libera de mega minería y de grandes infraestructuras y de latifundios ganaderos. Transforma, el derecho de propiedad para que sea colectivo. El sistema que siempre se ha impuesto impedía producir producir alimentos, riqueza y bienestar para todos los pueblos y seres vivos, pero colectivamente este pueblo, lo está revirtiendo.

    Ante el despojo de tierras que se ha producido a lo largo de siglos, el pueblo Mapuche ha respondido con procesos de recuperación, dentro de los estados nación denominados Chile y Argentina. El campamento se ha realizado en el simbólico Lof Pillañ Mahuiza, territorio sagrado recuperado hace veinte años, años gracias a la lucha de un grupo de mujeres guerreras, weichafes [*]; que se mantienen firmes ante el acoso para expulsarlas de estas tierras por intereses económicos.

    En Ecuador las grandes explotaciones agrícolas y mineras están acabando con el agua para la gente y para cultivos de comunidades y campesinos, con lo cual se están haciendo escuelas del agua, para su protección. También compañeras indígenas de Cotopaxi, comunidad de San Isidro se han enfrentado a los intereses por expoliar su zona, y se han organizado para proteger el páramo y por consiguiente el agua.

    Primeras iniciativas del Campamento climático

    Con la intervención de compañeras de comunidades de la zona, pudimos comprobar que las que actualmente están siendo más golpeadas son la comunidad Wichí y las comunidades indígenas del norte de Argentina por la práctica del chineo.

    Por una parte, el territorio de la comunidad Wichí, en Salta (Argentina) ha ido mermando bajo la deforestación, desmonte y devastación de los últimos bosques que quedan en la región, su lugar de vida y fuente de su subsistencia, ante la complicidad de las autoridades para favorecer empresarios, alguno ligado a la familia Macri, ex presidente argentino. Su despojo lo han causado las explotaciones del agronegocio; no son un pueblo nativo pobre: han sido empobrecidos; están en una campaña genocida que destruye las algarrobas, que son árboles esenciales para subsistencia y comercialización. Están sufriendo la muerte de su descendencia por desnutrición y hambre en un círculo de aniquilación que el gobierno argentino está propiciando, al cual exigimos garanticen el retorno de sus territorios para recuperar sus formas tradicionales de vida y su dignidad como pueblo.

    Por otra parte, la violación de mujeres indígenas y negras fue una práctica constante durante la colonización, perpetrada por los invasores. Esta es una realidad que aún ahora sigue muy vigente para las comunidades indígenas del norte de Argentina. En particular, la práctica del chineo consiste en que varios criollos escogen a niñas indígenas entre 8 y 10 años, y después de sacarlas de la escuela con el permiso de la dirección las violan en grupo; seguidamente las abandonan. Es una práctica denigrante que parte de la población y las autoridades consideran como una «costumbre» aceptada. Desde el Movimiento de mujeres indígenas por el buen vivir, se propone y se acuerda denunciarla. El campamento climático aprobó hacer esta campaña para abolir esta práctica, y para penalizarla para acabar con la total impunidad con la que se ha ido perpetuando a lo largo de los siglos.

    Como finalización de las actividades del campamento se realizó un plenario, el 10 de febrero de 2020, para proponer acciones desde los diferentes territorios coordinadamente:

    • Campaña por la abolición y castigo del chineo.
    • Que las naciones Wichi Quom tengan presencia en la próxima COP26, para hacer patente su situación de acoso y exterminio.
    • Todas las organizaciones y comunidades presentes aceptamos constituirnos como Movimiento de los pueblos contra el terricidio, nos declaramos en lucha y resistencia por la defensa de los diversos territorios y pueblos explotados y amenazados, y en contra de expansión de un sistema que no tiene otro sentido sino la destrucción y explotación de lo que amamos. 
    • Acordamos hacer intentos por posicionar la palabra y el concepto de «terricidio» a todos los niveles, crear una red internacional contra el terricidio y relacionar terricidio con cambio climático.
    • Proponer una agenda con fechas significativas para coordinar acciones en torno a las mismas.

    Desde la vivencia en ese sagrado espacio que nos cobijó durante el campamento climático sentimos un profundo agradecimiento hacia todas las lamngen [*] weichafes, porque son la vanguardia para la protección de todo tipo de vidas. Por eso seguiremos caminando por la defensa de las mismas y de los seres visibles e invisibles, que la habitan desde siempre, de todas las culturas y comunidades que conviven con ellos, que las integran y las preservan. Seguiremos en la defensa colectiva de estas vidas amenazadas en todo el planeta.

    Finalmente agradecemos a las organizaciones que apoyaron nuestra participación en el campamento: Ecologistas en Acción, Secretaría Internacional de la CGT, Feministas por el Clima y Trawunche Madrid.


    *Notas:

    Kultrun, ñolkin, Lof, weichafes, Lamngen: estas palabras que utilizo son de la lengua del pueblo mapuche, el mapudungun. He decidido utilizarlas para visibilizar la riqueza que sigue existiendo de lenguas indígenas; para intentar traspasar las hegemonías lingüísticas que hoy nos dominan; porque su conocimiento profundo indica una concepción del mundo que nos enriquece; precisamente no pongo sus significados porque el mismo trasciende la explicación que pueda dar.

    La ilustración de cabecera es «Untitled» (1938), de Roberto Matta. Las fotografías que acompañan al artículo son cortesía de la autora.

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