Categoría: ecofeminismo

  • El Movimiento de los pueblos contra el terricidio

    El Movimiento de los pueblos contra el terricidio

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    Por María Eugenia García Nemocon.

    Aun conformando únicamente un 5% de la población mundial, las comunidades indígenas repartidas por el globo son las encargadas de defender el 82% de la biodiversidad del planeta. Esta defensa se encuadra dentro de una lucha que, aparte de tener que continuar condenando las estructuras por las que desde tiempos de la colonización se sitúa a las mujeres indígenas en el más bajo escalón de la sociedad, cada día se enfrenta a las acciones de un número creciente de multinacionales, muchas de ellas españolas. Este artículo incluye el relato en primera persona y las conclusiones de María Eugenia García Nemocon, que asistió en representación de las organizaciones Trawunche Madrid, Ecologistas en Acción y Feministas por el clima, al Campamento climático: Pueblos contra el terricidio, organizado por el Movimiento de mujeres indígenas por el buen vivir. Este movimiento, que lleva organizando desde 2015 a mujeres de treinta y seis naciones indígenas que habitan Argentina, entre las que se encuentran, entre otras comunidades del pueblo wichí o comunidades mapuche, convocó en febrero de 2020 este campamento en el lugar donde se planea la construcción de la presa hidroeléctrica «La Elena». Este artículo incluye un relato en primera persona de lo acontecido entre los días 7 al 10 de febrero en los que se desarrolló el campamento, que culminó el 11 de febrero con una marcha en Esquel, en la Patagonia Argentina, a la que se unieron cientos de personas para denunciar las condiciones a las que son sometidas los pueblos indígenas y el extractivismo rampante en la zona.

    El movimiento de mujeres indígenas por el buen vivir

    En defensa de la vida y los territorios y en contra de los ataques continuos contra éstos, el Movimiento de mujeres indígenas por el buen vivir planteó el Campamento climático: Los pueblos contra el terricidio como un espacio de combate ante la situación de destrucción del planeta en la que nos encontramos, ante esta crisis global y eco social. El campamento es en sí un instrumento dentro de la lucha continua contra las estructuras bajo las que estos pueblos en todas las latitudes están viviendo el despojo, la aniquilación física y de sus culturas, la destrucción de sus cosmovisiones y de la vida de todos los seres con los que han convivido en comunión ancestralmente. Frente a esta realidad, los gobiernos locales lo único que hacen es defender, apoyar y promover los proyectos de las empresas nacionales y transnacionales que ejecutan este despojo.

    Las mujeres y disidencias indígenas, organizadas en este movimiento, están padeciendo en sus territorios -cuerpos y territorios-tierra- las consecuencias del cambio climático, fruto de un modelo extractivista y de explotación de los recursos naturales del cual ellas no sólo no se benefician sino que condenan y rechazan. Ante esta situación, la convocatoria de campamento se realizó con intención de llegar a consensuar una agenda global de resistencia y lucha. Así, desde los pueblos por sus derechos y por las prioridades ambientales, recuperar y compartir conocimientos y saberes, siempre a través del reconocimiento de la plurinacionalidad de los actuales estado nación con límites impuestos.

    «Para los mapuches, el kultrun [*], es el latido del corazón de la tierra. Cada golpe marca el tiempo de vida, en el espacio celeste que habitamos y que nos habita».

    Del libro El tren del olvido, de Moira Millán.

    Llegada al campamento, una noche estrellada y luminosa

    Era ya noche avanzada del día 6 de febrero de 2020 cuando llegamos al campamento, desde Esquel, por una carretera tortuosa y polvorienta.

    A pesar de la hora, la luna y las estrellas iluminaban nuestro camino; nos recibieron varias compañeras y nos dieron de cenar. En esta Patagonia desértica, éste es un espacio de luz, de árboles, de humedad, de sonidos y de hermandad.

    Nos levantamos ilusionadas con la luz del sol ya en lo alto, después de una noche fría; era nuestra primera mañana en esta experiencia de construcción colectiva. Los sonidos de ñolkin [*] nos transmitían que en poco tiempo se iniciaría la ceremonia inaugural en la zona sagrada del río Carrenleufú. Cuando pasaba la caravana, que presidía una machi con su kultrun, junto con hermanas mapuches y de otras comunidades indígenas, nos íbamos sumando en una marcha que desembocaba a orillas del río.

    Ya en la orilla nos envolvieron los cánticos e instrumentos ceremoniales, el entorno nos cobijaba, con el río como centro. Este lugar está lleno de vida, de naturaleza, es un territorio ancestral recuperado por una comunidad mapuche hace veinte años, es el Lof Pillañ Mahuiza Puel Willimapu [*], cuyas fronteras impuestas denominan provincia patagónica de Chubut, Argentina. Esta comunidad ha vivido siempre en esta zona y garantizado su preservación como guardianas del mismo. Es el lugar donde se ha realizado el campamento.

    Este río, epicentro de la ceremonia, es deseado por el gran capital multinacional, que en complicidad con las autoridades locales y estatales quieren destrozarlo, inundando el territorio para construir una gran presa, el proyecto hidroeléctrico «La Elena», cuya energía será usufructuada por las compañías megamineras tanto en Argentina como en Chile, para seguir extrayendo recursos y expoliando a las poblaciones. Si decimos que capital y vida están confrontados, no es retórico, es la realidad. Las pretensiones de hacer un complejo de 5 presas en la cuenca del río que discurre en los límites impuestos de los estados nación denominados Argentina y Chile, tendrán sobre toda la región incidencias destructivas, se crearán embalses que destruirán los ecosistemas acuáticos y terminarán con el bosque nativo actual y con toda la vida asociada. Se desplazará a poblaciones a zona áridas de esta Patagonia desértica, condenando tanto a las comunidades como al territorio, dado que ellas lo han habitado y han coexistido con este entorno para que se mantenga. Inundarán zonas sagradas para estas comunidades. Se afectaría todo el entorno natural y las poblaciones de la cuenca de este río.

    Los proyectos de despojo, injusticia e invisibilización de los pueblos continúan

    Betty Cariño Trujillo, indígena mexicana, decía, poco antes de ser asesinada, que la larga noche de los quinientos años aún no termina. La Niña, la Pinta y la Sta. María ahora llevan el nombre de Iberdrola, Endesa, Gamesa. Esto se comprueba con la historia silenciada de los pueblos de Abya Yala, que en este campamento hemos tenido la oportunidad de escuchar.

    Aquí en este territorio, en este campamento escuchamos los relatos actuales y también los de hace muchos años, que dan cuenta de la continuidad de las prácticas coloniales, donde las personas de comunidades indígenas y comunidades de afrodescendientes, son consideradas seres inferiores y desprovistos de derechos, a los cuales pueden agredir en todos los sentidos, así como despojar de sus territorios ancestrales y de los recursos que en él se encuentran.

    Algunos de los proyectos y actuaciones de multinacionales y empresas que afectan territorios y comunidades:

    • Proyecto Navidad minero en trámite, Chubut, Patagonia Argentina; explotación de concentrados de plata-cobre y plata-plomo.
    • Proyecto de extracción de litio en la Pampa, Argentina.
    • Proyecto Jacobacci en Río Negro (Argentina), aprobado por Departamento Provincial de Agua y explotado por la empresa canadiense Patagonia Gold, donde en gigantescos pozos de agua se usan cianuro y mercurio para la extracción de oro y plata aunque hace años que la zona está en emergencia hídrica.
    • Proyecto para extracción de uranio y vanadio por la Blue Sky Uranium (empresa canadiense) en Río Negro para las centrales nucleares que se proyectan construir.
    • La siempre creciente industria de rallies y rutas turísticas que destruyen el entorno y por la que sus habitantes son considerados parques temáticos.
    • La actividad de las compañías forestales. Al introducirse especies exóticas o no autóctonas dentro de un ecosistema, éste a la larga presentará un desequilibrio que pondrá en peligro la fauna y la flora de la zona, como es el caso de los pinos exóticos plantados en el Sur argentino. A lo largo del Norte de la Patagonia Andina, a través de su gran superficie, la actividad de las grandes empresas forestales ejerce una presión dentro de todos los ecosistemas y favorece además la proliferación de incendios.
    • Las compañeras del Ecuador, indican que la riqueza en recursos en vez de beneficiar, perjudica. La argumentación neodesarrollista de los gobernantes, es que éste es un elemento para alcanzar mejores ingresos y nivel de vida de sus habitantes, cuando muy por el contrario se constituye en causa de despojo, de pobreza y de muerte, tanto de muchas culturas como de todos sus ecosistemas. En este país gran parte de estos recursos, sino están adjudicados para su explotación, están en trámite.
    • Las grandes extensiones de monocultivos crecen en Colombia, que es uno de los principales objetivos de la agroindustria, la cual utiliza masivamente agrotóxicos, con el consiguiente agotamiento de nutrientes y esterilización del terreno.

    Conceptos nacidos de estas comunidades: terricidio

    Las hermanas del Movimiento de mujeres indígenas por el buen vivir, convocantes de este campamento, han introducido el concepto de terricidio, que está siendo enriquecido colectivamente y que tiene que ver con la destrucción y la violencia hacia la Madre Tierra y el despojo de las comunidades y de sus recursos. Esta violencia comienza en estos territorios desde la llegada de los colonizadores, construyendo barreras y fronteras, desligándolos de sus raíces, han introducido dinámicas de explotación hacia los pueblos de la Mapu —la Madre Tierra dentro de la cosmología mapuche—, siendo una constante la ocultación de su historia, el irrespeto, la opresión, explotación y muerte para sus pueblos y una negación de la posibilidad de otra vida, de un mundo nuevo, de una vida digna y justa.

    El terricidio es también la violación y violencia de nuestro primer territorio, que es el cuerpo de nosotras, las mujeres indígenas, campesinas y afrodescendientes, que desde la colonia, somos consideradas objetos y meras mercancías, ni siquiera alcanzamos el rango de humanas. Los efectos del extractivismo también se ven reflejados en la violencia en el cuerpo de las mujeres, porque afectan nuestras formas de vida y de subsistencia. Para las que defienden el cuerpo-territorio, la Madre Tierra es un espacio vital, de construcción de comunidad, de espiritualidad, de procesos colectivos con todo tipo de vida que existe en el entorno, no sólo la vida humana.

     

    Pandemia y terricidio

    Un concepto en construcción como es el de terricidio, ha de servirnos para describir lo que está aconteciendo en todo el Sur global en estos momentos. La continua escalada extractivista y el aumento de los megaproyectos, la destrucción y la violencia hacia la Madre Tierra que conllevan, y sobre todo el despojo de las comunidades indígenas, afro y campesinas, de sus recursos, se lleva a cabo siempre en detrimento tanto del medio ambiente como de las comunidades que conviven con todas aquellas especies no consideradas por su valor mercantil.

    Este terricidio, definido en los términos antes mencionados y según análisis en continuo desarrollo, apunta a la actual situación de despojo como una de las causas de la pandemia. Esta relación se asienta en los siguientes aspectos:

    • Sistema de producción de la industria agroalimentaria y agronegocio donde las macro granjas son parte de las mismas, donde la masificación y maltrato animal están a la orden del día, y a través del cual, con una mirada especista indudable, se convierte a estas especies en sólo una mercancía. En estas instalaciones se estima que puede estar ubicado la llamada especie intermedia a la que saltó el virus posiblemente desde un tipo de murciélago. En Hubei, provincia donde está Wuhan, existen algunas de las mayores macro granjas de cerdos de China, cuya masificación y hacinamiento propicia la transmisión de enfermedades. Entre cerdos y humanos existen parecidos a nivel fisiológico, inmunológico e incluso genético que favorecen la transmisión interespecies de virus.
    • Las grandes corporaciones, en complicidad con gobiernos locales, están adquiriendo latifundios y deforestando los bosques primarios que aún existen en los mismos, para el extractivismo minero, petrolero y maderero o para establecer monocultivos. Los animales y especies en estos bosques mantenían un aislamiento natural que en estas circunstancias está desapareciendo. Esto beneficia su contacto directo y rápido con seres humanos, este tipo de encuentro puede dar condiciones para que algunos patógenos de especies salvajes salten a los humanos.
    • El tráfico, mercado y consumo de especies salvajes. El tráfico ilegal de especies es un negocio muy lucrativo que hasta el punto de estar conduciendo a la extinción a algunas de ellas. También existe un comercio legal de éstas, e incluso granjas.

    Aún sin todas las certezas, los posibles orígenes de la pandemia nos trasladan a las formas de producción y explotación de los recursos y del trabajo de un sistema capitalista donde están enfrentadas la acumulación de bienes y de capitales a la vida, y que ha producido degradación ecosistémica, cambio climático además de hacernos mucho más vulnerables a estas pandemias.

    Indudablemente cualquier alternativa para superar este sistema, una enfermedad en sí mismo, no puede provenir de seguir impulsando estos modelos. Para no caer en las mismas dinámicas destructivas, es conveniente recordar en qué consiste la teoría y práctica del buen vivir, que todavía es parte esencial de la vida de muchos pueblos indígenas en diferentes latitudes. El buen vivir en todas las lenguas es vida armónica con la tierra, la naturaleza y con todos los seres visibles e invisibles que la habitan.

    Esto supone dar prioridad las actividades que preservan la vida y que cubren las necesidades, considerar que la alimentación no tiene por qué destruir y torturar a otras especies como se está haciendo, ni promover la destrucción galopante de ecosistemas y la anulación de otras poblaciones. Las tan necesarias transiciones, ahora son imprescindibles.

    Tejiendo resistencia y luchas en Abya Yala (nombre que el pueblo indígena kuna daba a los territorios que hoy se conocen como América Latina)

    Las luchas anticoloniales han existido siempre en Abya Yala, Muchas de ellas invisibilizadas y ocultadas. Aquí queremos resaltar algunas que conocimos en el campamento.

    La recuperación de tierras y las acciones de resistencia y lucha, de muchos pueblos originarios ha sido parte de las luchas constantes en todo Abya Yala. Es el caso del pueblo Nasa en Colombia, lleva años con el Movimiento de liberación de la Madre Tierra que recupera tierras para dejarlas en libertad para convivir en ellas y para defender la vida. Las despoja de monocultivos y sus agrotóxicos, libera de mega minería y de grandes infraestructuras y de latifundios ganaderos. Transforma, el derecho de propiedad para que sea colectivo. El sistema que siempre se ha impuesto impedía producir producir alimentos, riqueza y bienestar para todos los pueblos y seres vivos, pero colectivamente este pueblo, lo está revirtiendo.

    Ante el despojo de tierras que se ha producido a lo largo de siglos, el pueblo Mapuche ha respondido con procesos de recuperación, dentro de los estados nación denominados Chile y Argentina. El campamento se ha realizado en el simbólico Lof Pillañ Mahuiza, territorio sagrado recuperado hace veinte años, años gracias a la lucha de un grupo de mujeres guerreras, weichafes [*]; que se mantienen firmes ante el acoso para expulsarlas de estas tierras por intereses económicos.

    En Ecuador las grandes explotaciones agrícolas y mineras están acabando con el agua para la gente y para cultivos de comunidades y campesinos, con lo cual se están haciendo escuelas del agua, para su protección. También compañeras indígenas de Cotopaxi, comunidad de San Isidro se han enfrentado a los intereses por expoliar su zona, y se han organizado para proteger el páramo y por consiguiente el agua.

    Primeras iniciativas del Campamento climático

    Con la intervención de compañeras de comunidades de la zona, pudimos comprobar que las que actualmente están siendo más golpeadas son la comunidad Wichí y las comunidades indígenas del norte de Argentina por la práctica del chineo.

    Por una parte, el territorio de la comunidad Wichí, en Salta (Argentina) ha ido mermando bajo la deforestación, desmonte y devastación de los últimos bosques que quedan en la región, su lugar de vida y fuente de su subsistencia, ante la complicidad de las autoridades para favorecer empresarios, alguno ligado a la familia Macri, ex presidente argentino. Su despojo lo han causado las explotaciones del agronegocio; no son un pueblo nativo pobre: han sido empobrecidos; están en una campaña genocida que destruye las algarrobas, que son árboles esenciales para subsistencia y comercialización. Están sufriendo la muerte de su descendencia por desnutrición y hambre en un círculo de aniquilación que el gobierno argentino está propiciando, al cual exigimos garanticen el retorno de sus territorios para recuperar sus formas tradicionales de vida y su dignidad como pueblo.

    Por otra parte, la violación de mujeres indígenas y negras fue una práctica constante durante la colonización, perpetrada por los invasores. Esta es una realidad que aún ahora sigue muy vigente para las comunidades indígenas del norte de Argentina. En particular, la práctica del chineo consiste en que varios criollos escogen a niñas indígenas entre 8 y 10 años, y después de sacarlas de la escuela con el permiso de la dirección las violan en grupo; seguidamente las abandonan. Es una práctica denigrante que parte de la población y las autoridades consideran como una «costumbre» aceptada. Desde el Movimiento de mujeres indígenas por el buen vivir, se propone y se acuerda denunciarla. El campamento climático aprobó hacer esta campaña para abolir esta práctica, y para penalizarla para acabar con la total impunidad con la que se ha ido perpetuando a lo largo de los siglos.

    Como finalización de las actividades del campamento se realizó un plenario, el 10 de febrero de 2020, para proponer acciones desde los diferentes territorios coordinadamente:

    • Campaña por la abolición y castigo del chineo.
    • Que las naciones Wichi Quom tengan presencia en la próxima COP26, para hacer patente su situación de acoso y exterminio.
    • Todas las organizaciones y comunidades presentes aceptamos constituirnos como Movimiento de los pueblos contra el terricidio, nos declaramos en lucha y resistencia por la defensa de los diversos territorios y pueblos explotados y amenazados, y en contra de expansión de un sistema que no tiene otro sentido sino la destrucción y explotación de lo que amamos. 
    • Acordamos hacer intentos por posicionar la palabra y el concepto de «terricidio» a todos los niveles, crear una red internacional contra el terricidio y relacionar terricidio con cambio climático.
    • Proponer una agenda con fechas significativas para coordinar acciones en torno a las mismas.

    Desde la vivencia en ese sagrado espacio que nos cobijó durante el campamento climático sentimos un profundo agradecimiento hacia todas las lamngen [*] weichafes, porque son la vanguardia para la protección de todo tipo de vidas. Por eso seguiremos caminando por la defensa de las mismas y de los seres visibles e invisibles, que la habitan desde siempre, de todas las culturas y comunidades que conviven con ellos, que las integran y las preservan. Seguiremos en la defensa colectiva de estas vidas amenazadas en todo el planeta.

    Finalmente agradecemos a las organizaciones que apoyaron nuestra participación en el campamento: Ecologistas en Acción, Secretaría Internacional de la CGT, Feministas por el Clima y Trawunche Madrid.


    *Notas:

    Kultrun, ñolkin, Lof, weichafes, Lamngen: estas palabras que utilizo son de la lengua del pueblo mapuche, el mapudungun. He decidido utilizarlas para visibilizar la riqueza que sigue existiendo de lenguas indígenas; para intentar traspasar las hegemonías lingüísticas que hoy nos dominan; porque su conocimiento profundo indica una concepción del mundo que nos enriquece; precisamente no pongo sus significados porque el mismo trasciende la explicación que pueda dar.

    La ilustración de cabecera es «Untitled» (1938), de Roberto Matta. Las fotografías que acompañan al artículo son cortesía de la autora.

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  • «El feminismo y el ecologismo tenemos un enemigo común: el patriarcado capitalista» – Entrevista a Red Ecofeminista

    «El feminismo y el ecologismo tenemos un enemigo común: el patriarcado capitalista» – Entrevista a Red Ecofeminista

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    Hablamos con Vanessa, de Red Ecofeminista, dentro de nuestra serie de entrevistas con colectivos ecologistas. Podéis encontrar aquí la que hicimos a Extinction Rebellion, y aquí la de Fridays for Future. La conversación ha sido editada por motivos de longitud y claridad.

    Pregunta. Empezando por lo básico: ¿qué es y cómo surge Red Ecofeminista?

    Respuesta. Aunque la Red oficialmente nace como asociación en el 2012, ya desde hacía unos años un grupo de mujeres de diferentes territorios del estado español, que se habían conocido en el activismo ecologista, feminista y de la ecología política, habían identificado la necesidad de estructurar un espacio independiente, no partidista, de convivencia, elaboración y aprendizaje teórico ecofeminista.

    La aparición del libro Ecofeminismo para otro mundo posible (Cátedra, 2011), de Alicia Puleo, proporcionó el marco teórico de un ecofeminismo constructivista que permitió la incorporación de muchas mujeres feministas que hasta ese momento recelaban del ecofeminismo por considerarlo cercano al esencialismo.

    Desde los inicios de la Red, y a lo largo de todos estos años, la sororidad y los planteamientos slow, así como las relaciones horizontales no patriarcales, sin más jerarquías que las del conocimiento, los méritos y el trabajo, han sido la esencia del grupo.

    P. ¿Cómo definiríais el ecofeminismo como teoría y como movimiento político?

    R. El ecofeminismo que nosotras representamos es un ecofeminismo ilustrado que bebe de Alicia Puleo y de la confluencia entre el ecologismo y el feminismo. Nosotras tenemos claro que no es un batiburrillo, pero ¿cómo lo percibe la gente? Os cuento una anécdota: recuerdo que el 8 de marzo de 2018 llevábamos la pancarta de Red Ecofeminista y se nos acercaba la gente a preguntar: «¿Red qué? ¿economi-qué? ¿economista?». Y estamos hablando de hace dos años. Ahora estamos viviendo una explosión y se habla mucho de feminismo y de ecofeminismo, pero a veces también pasa ―haciendo un paralelismo― como con el veganismo, que mucha gente no entiende de dónde surge, el recorrido que hay detrás, y parece que es algo de nueva creación, cuando, en el caso del veganismo, es un movimiento político que tiene sesenta años. En el caso del ecofeminismo, el término como tal nace en el año 1974, pero se inspira en la genealogía feminista de décadas anteriores.

    Yo creo que a veces falta formación y también hace falta no pensar que cuando llegamos a un movimiento tenemos que reinventarlo y repensarlo todo y que todo lo anterior ya no nos vale, algo que también vemos mucho dentro del ecologismo. Parece que ahora todo suena viejuno y hay que ser repensar absolutamente todo, pero eso viejuno ha conseguido grandes victorias.

    P. Entonces sí creéis que hay una visión generalizada muy simple del ecofeminismo.

    R. Lo que pasa es que existen diferentes ecofeminismos. En nuestro caso es un feminismo crítico ilustrado, algo que a la gente le choca, y es más fácil que conecten con ese ecofeminismo esencialista que ve a la mujer como a la madre tierra y que, por eso, hay que salvar el planeta y a los animales, algo que está muy ligado al cuerpo y al concepto de feminidad, todo lo que desde el feminismo se intenta deconstruir. Entonces nos encontramos con barreras por parte del feminismo, también del feminismo radical, que pregunta: «Oye, ¿dónde estáis situando el concepto vida?, ¿qué significa esto?», pero también por parte del ecologismo, y de la población en general, que no tiene muy claro de qué estamos hablando.

    Por ejemplo, nosotras no nos solemos hablar nunca de vida en términos absolutos, siempre le ponemos apellidos, porque «poner la vida en el centro» es una frase muy bonita que es un gran eslogan publicitario y todo el mundo está de acuerdo, ¿pero qué significa eso si andamos un poco más? Nosotras tenemos muy claro en nuestra base teórica que los derechos sexuales y reproductivos son una máxima dentro del ecofeminismo que defendemos. Pero, cuando hablamos de «poner la vida en el centro», podemos encontrarnos con que pueden venir hordas de los provida contra el aborto y decir: «Ah, pues yo también estoy aquí». Alicia Puleo siempre dice que hay que tener cuidado con esto y que hay que tener cuidado con el cuidado. Hay que cuidar cómo utilizamos el lenguaje y pensar qué versión retorcida se puede dar a determinadas palabras o conceptos. Por eso respecto a los conflictos capital-vida y capital-trabajo no me gusta hablar de vida sin matizar.

    P. Ahora el ecofeminismo que está ocupando el centro del discurso es muy «político». Plantea contradicciones entre una vida buena ―una sociedad en la que se ponga por delante el bienestar de la gente― y el capital, pero es verdad que hasta ahora, cuando se hablaba de ecofeminismo, la imagen era la de chicas yéndose a convivencias de mujeres a encontrarse con su cuerpo, donde pudiera parecer que las potencialidades políticas fuesen menores. Ese esencialismo vosotras lo dejáis de lado.

    R. El ecofeminismo esencialista tampoco es una cosa de ayer, dentro de él hay referentes como Vandana Shiva. Creo que el principal problema es que no recoge todas las reivindicaciones feministas radicales en su identidad. Sí que pone en el centro ―Shiva lo hace― el conflicto contra el capital y sobre todo pone en el centro que existen otros pueblos; nos permiten alejarnos de esa visión hegemónica eurocéntrica del feminismo que teníamos hasta el momento. Pero se olvida de otras cosas y creo que aquí es donde radica el problema. Volvamos al tema de los cuidados: ellas consideran que nosotras las mujeres nacemos con un don, que es el de cuidar. Tenemos los cuidados en nuestros genes: llegamos al mundo y sabemos cuidar. Es curioso, porque el feminismo ha luchado tantísimo por deconstruir los roles de género y por deshacerse de esa dualidad entre hombres y mujeres, y llega de repente un ecofeminismo que se lo apropia. Sí que le da un giro, y hay que reconocérselo, y es que pone en valor todas aquellas características que se han atribuido a las mujeres, el problema es que no se las atribuyen a los hombres; considera que nosotras estamos más capacitadas para cuidar, para empatizar, y se están olvidando de que todo esto es una construcción social e histórica y que es difícil que cambie de la noche a la mañana, pero que necesitamos que cambie, porque los cuidados tienen que ser una corresponsabilidad de todas las personas que habitamos el planeta. De esa parte esencialista nosotras nos alejamos de manera tajante. Nosotras recogemos muchas de las reivindicaciones de las feministas radicales y por eso nos declaramos abiertamente abolicionistas respecto a la prostitución, a los vientres de alquiler, etcétera. Defendemos los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Ahí sí que tenemos cosas que se diferencian del ecofeminismo esencialista, que no se posiciona con respecto a los derechos sexuales y reproductivos o, cuando lo hace, es en contra, pues considera por ejemplo que no se debe poder interrumpir un embarazo.

    P. Uno de los puntos más fuertes del ecofeminismo, que nos interesa mucho, es que señala un conflicto de manera clarísima, que es el conflicto capital/vida. Por un lado, es interesante que el «enemigo» al que se señala sea el capital ―no las emisiones, no el extractivismo, no el modo de vida occidental y consumista, quizá porque el capital ya asume todo esto―; por otro, parece un paso nuevo frente al conflicto clásico capital/trabajo. ¿Podrías explicar cómo concebís el conflicto capital/vida y qué lo diferenciaría del conflicto capital/trabajo? ¿Cuál es el papel del patriarcado dentro de este conflicto capital/vida?

    R. Creo que lo que tenemos en común desde el feminismo y desde el ecologismo ―y, por tanto, en el ecofeminismo― es nuestro enemigo, y nuestro enemigo es el patriarcado, al que le pongo el apellido capitalista. Lo pongo en este orden porque creo que el principal problema es el patriarcado y es verdad que luego tenemos un problema añadido con el capitalismo, pero da igual que venzamos al capitalismo si seguimos teniendo una sociedad patriarcal. ¿Que a la inversa también puede generar muchísimos problemas? También, pero creo que una sociedad no patriarcal es difícil que sea capitalista, aunque podría serlo si no es ecofeminista. Pero creo que el principal problema que tenemos ahora mismo precisamente es con estos dos enemigos comunes y unidos en el patriarcado capitalista. Existen un montón de factores que hacen que vivamos en una sociedad tremendamente desigual, en el que las víctimas siempre son las personas empobrecidas por el sistema, pero es que la ONU nos dice que el 70% de las personas pobres en el mundo son mujeres; el empobrecimiento o la pobreza tiene rostro de mujer. Pero sí que creo que, a pesar de que es verdad que el sistema nos empuja y nos victimiza, y por eso vivimos en una sociedad muy desigual y muy injusta, también somos nosotras las que nos hemos convertido en los últimos en agentes activas del cambio. Y eso es así porque esta cuarta ola feminista tiene un rasgo característico en todos los lugares del mundo que nos ha permitido que nos identifiquemos con las otras, que es este concepto maravilloso de sororidad. Y vemos que el ecofeminismo puede dar respuesta a lo que no han dado respuesta otros muchos movimientos.

    P. Vinculado con todo lo anterior: ¿creéis que los espacios ecologistas y feministas han hecho por encontrarse y coordinarse o todavía queda mucho camino por recorrer?, ¿qué obstáculos y potencialidades veis o habéis experimentado en vuestro día a día?

    R. Ha sido difícil. Ahora es mucho más «fácil», así, entre comillas, pero hace unos años era muy complicado porque se dan muchas circunstancias. Es muy difícil hablar de ecologismo y de ecofeminismo en movimientos feministas más radicales porque se tiene rechazo o el miedo a ver mermados los derechos sexuales y reproductivos que tanto han costado conseguir. Creo que por ahí surge un problema en ese espacio. Y en el ecologismo es difícil hablar de ecofeminismo, y ya no hablemos de feminismo, porque normalmente han sido estructuras muy patriarcales, tremendamente machistas. Si pensamos en el movimiento ecologista en el estado español, aunque en la base hubiera muchísimas mujeres ―como en casi todas las organizaciones, sean del tipo que sean―, la parte más alta y la representativa solo ha sido copada por hombres. Esto está cambiando, pero hasta hace unos años solo eran hombres quienes tomaban las decisiones y, además, las prioridades han sido diferentes a las que podíamos reclamar desde otro tipo de espacios. En los últimos años está cambiando, pero no porque el movimiento ecologista haya hecho un esfuerzo consciente por cambiar, sino porque han llegado personas nuevas a los movimientos, y muchas veces han sido mujeres jóvenes, bastante deconstruidas, que han dicho: «Oye, esto no puede seguir así»; no ha sido porque el movimiento ecologista se haya repensado y deconstruido.

    Ha habido excepciones; por ejemplo, se me ocurre que en Ecologistas en Acción, de la que formo parte, se lanzó el Patriarcalitest, un test para pasar en las organizaciones y autoevaluar si estaba habiendo actitudes machistas y patriarcales. Pero en general no se ha producido un cambio. Y luego se da otra situación, y es que, en nuestro caso, por ejemplo, somos feministas animalistas; en mi caso concreto antiespecista, pero hemos llegado al acuerdo de definirnos como animalistas, que es más fácil de entender. Imaginaos cómo es llegar a los movimientos animalistas, que también están tremendamente patriarcalizados. En España faltaba mucho recorrido en este ámbito y por eso yo separo mucho lo que es el antiespecismo del animalismo. Había un momento animalista potente, pero muy orientado a acabar con la tauromaquia, a cuidar de especies domésticas que conviven con las personas en sus hogares, y era curioso porque, a pesar de ser movimientos animalistas, no tenían que ser veganos, eran movimientos que tenían otras prioridades. Y mucho menos se planteaban introducir el feminismo, y menos aún el ecologismo. De hecho, hay una «guerra» entre el ecologismo y el animalismo desde hace décadas y a veces tengo la sensación de que actuamos como mediadoras entre todas las partes. Yo, por ejemplo, estoy en diferentes grupos ecologistas, feministas, antiespecistas y ecofeministas, y desde un espacio no se entiende lo que haces en otro espacio. Eso sí que está cambiando, sí que creo que ha ayudado globalizar cosas. Hay un problema de base teórica conceptual, y aquí no se entiende qué es el veganismo, que es un movimiento político. Cuando no se entiende esto te encuentras con el greenwashing, o con sustitutos veganos ―que en realidad son vegetarianos― y punto, pero sin ir más allá viendo las connotaciones sociales, o respecto a la soberanía alimentaria, o las implicaciones energéticas. Creo que eso sí está cambiando desde hace muy poco con la llegada de grupos diferentes, no sé si podríamos llamarlos la «primavera climática» o básicamente grupos climáticos de gente muy joven. Con otros movimientos también puede que esté cambiando. Por ejemplo, a raíz del 8 de marzo del 2017, en el 2018 se hace la huelga de consumo y la Comisión 8 de Marzo tiene el asesoramiento de Ecologistas en Acción, del área de ecofeminismo, y eso le da un respaldo. Hay cosas que empiezan a tener eco y comenzamos a relacionar el capitalismo con el patriarcado. Así, parece que lo que no se había hecho en España en décadas se ha hecho en tres años. Mi preocupación es que cuando los cambios se producen tan rápido a veces no nos dé tiempo a meditar qué hay detrás, tenemos una falta de memoria de la genealogía feminista histórica que a veces es preocupante.

    P. ¿En qué medida crees que el feminismo se está dejando notar en el movimiento ecologista? Han surgido nuevas organizaciones como Feministas por el Clima, ¿a qué crees que se debe esto?

    R. Aquí sí que diferenciaría lo que es el Estado español de otros lugares. Por ejemplo, aquí creo que se debe a que hay mucha gente joven con nuevas inquietudes y que entienden las relaciones personales de otra manera; igual que entienden los movimientos sociales y las asambleas de otra maner. Incluso creo que perciben todo el marco teórico de estos movimientos de otra manera. Creo que ha llegado este relevo generacional que siempre se ha reclamado tanto desde el feminismo como desde el ecologismo y que a lo mejor, aunque siempre ha estado cerca, no se había sabido incorporar a la gente con estas nuevas inquietudes o estas nuevas formas de hacer las cosas. Creo que aquí en general los movimientos se han visto desbordados y eso se puede ver si vas a una asamblea de una organización más clásica o si vas a una asamblea de una de estas nuevas organizaciones: se han incorporado los cuidados, la asertividad de los más jóvenes, la escucha activa, se respetan los tiempos, a las personas y sus necesidades; es muy diferente. Nosotras pensamos que eso ya es estar practicando el ecofeminismo sin que quizá sean perfectamente conscientes. Después de esto, la incorporación del ecofeminismo es mucho más fácil porque ya se estaba practicando de una manera activa aunque sin nombrarlo. Existe un grupo feminista en el pueblo en el que yo vivo. Me encantan esas mujeres porque un día hablando con ellas, de sus principios identitarios, de ecologismo, feminismo, abolicionismo y demás, de repente les dije: «¿Pero no os definís como ecofeministas?». Y me respondieron: «Ah, es verdad. Pues sí, claro que lo somos». Pero estaba tan interiorizado y tan metido en su práctica que ni siquiera habían pensado en nombrarse. En otros espacios por otro lado, nombrarse puede ser increíblemente necesario porque a lo mejor no lo son de una forma tan natural, pero de esta forma sirve como recordatorio y como meta a la que aspirar.

    Fuera, en otros territorios, todo esto funciona diferente. Por ejemplo, en América Latina muchas no se consideran a lo mejor directamente ecofeministas pero por otras razones, y tras un poco de indagación te das cuenta de que en muchas luchas que se están librando allí son ejemplos claros de lo que es una lucha ecofeminista. Ahora es relativamente fácil considerarse abiertamente feminista o ecologistaantiespecista ya es otro nivel―, pero hace unos años recuerdo que era muy, muy complicado. Enseguida te encontrabas en discusiones en las que te acusaban de hembrista, de exagerada y todo eso. También creo que los movimientos han madurado gracias a este apoyo mutuo y a la solidaridad para seguir acompañándonos en red.

    P. De entrada parece intuitivo pensar que en un grupo ecologista automáticamente todo el mundo va a ser majo, feminista, va a estar deconstruido, todo el mundo es estupendo, y este tipo de cosas no suelen ser así. Y además, volviendo a lo que comentabas antes de las asambleas que me parece interesante, hay una cosa un tanto alucinante y es que se extienden de manera interminable, porque parece que la gente no tiene casa. Si, en el peor de los casos, no tuvieran casa sería comprensible, pero el problema es que sí que la tienen y no quieren volver; por no insistir en lo que has dicho del trato en las asambleas, el respeto de los tiempos, y demás. ¿La división del trabajo también es algo que se da en todos los colectivos, con hombres que dan charlas, hacen presentaciones, se encargan del trabajo intelectual, y mujeres que pasan acta, colocan las sillas, organizan el trabajo? En todo caso, hay una cosa especialmente preocupante: las estructuras de poder informales, que las cosas se decidan en las cervezas de después de las asambleas. Quizás puedas hablar sobre las organizaciones en las que estás, sobre las diferencias que ves entre las organizaciones mixtas y no mixtas en las que colaboras.

    R. Clarísimamente, el patriarcado está prácticamente en todas las organizaciones. Normalmente, ¿quién se quedaba en las asambleas? Ellos. ¿Porque nosotras dónde estábamos? Haciendo las tareas de cuidados, y tú lo has dicho, la división sexual del trabajo: ellos en trabajos productivos, nosotras en los trabajos reproductivos, invisibles e invisibilizados. En cuanto a la duración de las asambleas, eso se complica. Yo tengo mi propia teoría, y es que, al igual que estoy en el bar con el fútbol, pues estoy aquí en la asamblea con mis colegas, con los que además comparto todo lo que digo, me escuchan y, además, tengo la sensación de que ―y esto lo ves mucho cuando vas a reuniones así― hay determinados hombres a los que les encanta escucharse. Creo que en esta parte de la división sexual del trabajo no hacen lo que les tocaría hacer en casa porque «es que están salvando el mundo». Siempre hemos estado en los movimientos de manera informal, porque para que los hombres estén, nosotras tenemos que estar sustentando ese activismo, pero cuando entramos de manera más formal en los movimientos, nunca llegamos arriba y, por tanto, las cosas no cambian, y además si hablas dicen que «ya está la pesada». Tienes que tener hecho un trabajo personal muy grande para que eso no te afecte, para que no digas: «Pues yo aquí no vuelvo».

    Yo, personalmente, soy muy feliz en los colectivos no mixtos. En Feministas por el Clima el primer día se preguntó si queríamos ser un grupo mixto o no mixto y fuimos tres la que dijimos que queríamos ser no mixto, y se respetó. Y con esto no digo que no tengan que existir los grupos mixtos, pero de hecho creo que es necesario que existan grupos de tíos que se reúnan y que se deconstruyan ellos, creo que es vital. Porque también pasa que, en una asamblea, no solo tengo que estar pendiente de lo mío sino que también tengo que estar pendiente de si lo que estás siendo machista o reproduciendo un comportamiento patriarcal… Haceoslo mirar.

    Y no debemos quedarnos en lo meramente anecdótico ―los tiempos, los turnos de palabra, que también es importante―, sino que debemos acudir a la base: cómo distribuimos la carga mental y la visibilidad que le damos a las mujeres y a los hombres en los actos públicos, cómo trabajamos su representatividad. Yo no quiero estar ahí por una cuota, lo que yo quiero es estar ahí por lo que yo valgo, pero para ello hace falta que no me pongan la zancadilla por ser una mujer y que entonces no pueda estar ahí. ¿Que ahora mismo necesitamos cuotas para avanzar en la desigualdad que sufrimos? Claro que sí, pero no quiero vivir en una sociedad de cuotas. Lo que quiero es que no se me discrimine por ser mujer, que es algo que en los movimientos se ve bastante. Cuando montas una cosa muy gorda, ¿quiénes estamos en comunicación? Normalmente las tías; lo mismo en tareas administrativas y ese tipo cosas. ¿Pero quiénes ocupan las portavocías? Se está haciendo un trabajo muy importante ―a raíz de la Cumbre Social, de la huelga por el clima― de buscar la paridad, pero no una paridad «porque sí», sino porque tenemos que ir un paso más allá y preguntarnos por qué es necesaria esa paridad, que no es solo algo de cara a la galería. Porque además hay mucha gente y muchos colectivos que no se lo creen y que lo hacen efectivamente de cara a la galería, porque si no se les va a crucificar ―y con razón―. Pero es que ni siquiera se han planteado esto de verdad ni han introducido maneras de abordar posibles situaciones que se puedan dar, como por ejemplo el acoso sexual. ¿Cuántas organizaciones tienen un punto violeta?, ¿cómo abordamos que una compañera pueda sufrir acoso, o una agresión sexual o de algún otro tipo? Lo que suele pasar al final es que eso se lleva en petit comité (normalmente lo hace una misma) y se decide que «bueno, no hablemos de esto así en público, porque esto es algo que se tapa siempre, ya lo sabemos», y al final la chica acaba yéndose del movimiento o de la lucha o de lo que sea, y eso no puede ser. No somos tantas como para encima ir perdiéndonos por el camino. A lo mejor los que tenéis que estar en un segundo plano sois vosotros. Creo que para que cambie todo eso, para que cambien las locuras de asambleas de dieciocho horas lo que tiene que pasar es que vosotros os quedéis en casa haciendo la cena.

    P. En la organización de la Cumbre Social por el Clima hubo alguna discusión organizativa respecto al consumo de carne. En Contra el diluvio tenemos la postura política de reducir al máximo el consumo de productos de origen animal, que luego a nivel personal cada uno es más o menos coherente con esto (la mitad son veganos, hay gente que viene del antiespecismo, hay gente vegetariana). Y nos pareció un poco surrealista lo que pasó con el asunto de los ganaderos que querían preparar una caldereta en la Contracumbre. Eso me hace pensar, por un lado, en los conflictos que pueden surgir al estar, por ejemplo, en Ecologistas en Acción, que es una organización que defiende la ganadería extensiva como algo positivo, ni siquiera como un mal menor; y, por otro lado, estaba pensando también en Ganaderas en Red. El feminismo dentro del mundo la ganadería no existía antes porque no había mujeres o estaban invisibilizadas, y ahora el feminismo está en muchísimos sitios y eso causa muchas contradicciones. A lo mejor estoy pidiéndote otra vez que medies entre diferentes facciones, pero, como persona que está en varios colectivos, ¿cómo ves este tipo de contradicciones que a veces, sobre todo en redes, hacen que los debates que surgen son francamente fratricidas o sororicidas, y en mi opinión relativamente menores porque el enemigo claramente es otro? ¿Cómo ves lo de gastar energía en estas cosas?

    R. Aquello me pilló muy de cerca. Primero te respondo como Red Ecofeminista: tenemos muy claro es que no todas tenemos que tener las mismas luchas, hay que buscar entre todas las organizaciones y colectivos los puntos de unión, tenemos que intentar encontrarnos y hacer activismo desde ahí. Nosotras, como Red Ecofeminista, no intentamos que solo exista el ecofeminismo, porque no tendría ningún sentido. Creo que debemos confluir en lugares de encuentro, que cada movimiento tiene que luchar por lo que cree que son sus reivindicaciones y además no va a estar más legitimada esa lucha que si está representada por quienes lo están impulsando; no debemos caer en la tentación de pensar que el ecofeminismo tiene que ocuparse de todo, porque es muy injusto y me parece además muy esencialista.

    Y ahora te contesto a nivel personal: me invitaron en septiembre a una mesa en las jornadas de Garaldea e iba temerosa por lo que me pudiera encontrar. Estábamos invitadas una compañera de PACMA, otra del área de agroecología de Ecologistas en Acción y otra de Ganaderas en Red. Mucha gente acabó llorando. Hubo gente que se acercó y nos dio las gracias por el debate abierto, sin insultos. Para mí es difícil, yo tengo muy claro que el enemigo es el patriarcado capitalista, pero también es verdad que para mí es muy difícil hablar de animales no humanos, que parece que no le importan a nadie, y hablar de ganadería extensiva sin tener en cuenta que hay un ser sintiente que va a acabar asesinado y que no quiere ser asesinado. Me resulta muy difícil a nivel emocional. Si hablamos de estrategia, creo que no tiene ningún sentido que nos estemos matando entre nosotras, que es lo que quieren precisamente el patriarcado y el capitalismo, pero sí que creo que todas estamos en el mismo proceso de deconstrucción. Yo no nací vegana, pero me costó muchos años, muchas lágrimas y mucho sufrimiento que me dejaran hacer lo que me diera la gana. No soy nadie para juzgar, pero es verdad que en ese proceso de deconstrucción hay muchas vidas que están siendo asesinadas, y esto tampoco lo podemos olvidar. El acto fue muy interesante y muy bonito, pero yo ―y lo dije en ese momento, así que no tengo ningún inconveniente en repetirlo― no estoy de acuerdo con que se definan como ganadería feminista. Me parece estupendo que sean mujeres ganaderas y feministas, pero no ganaderas feministas. Para mí eso a nivel conceptual, a nivel teórico, a nivel práctico y a nivel empático no tiene sentido, porque considero que una de las máximas dentro del feminismo es la sororidad, y hay animales no humanos con los que no se está siendo nada sorora. No sé qué beneficio hay, no entiendo el fin de hablar de ganadería feminista. Es como hablar de feminismo liberal.

    P. O de «ejército feminista».

    R. Claro, cuando dentro de los principios del ecofeminismo por ejemplo está el pacifismo, no puedo entender por ejemplo que hablemos de un ejército ecofeminista, no tiene sentido, es un absurdo en sí mismo. A mí el asunto de la caldereta me resultó muy duro, me mandaron muchos mensajes de que la iban a hacer. A mí ese día además me invitaron a participar en el debate que hubo sobre agroecología, antiespecismo y demás; yo estaba muy mala y «me libré». Creo que fue bastante mal, pero no todo el mundo dentro del movimiento antiespecista es antes ecofeminista, ni todo el mundo el mundo dentro del movimiento antiespecista está preparado para abordar este debate desde la escucha activa, porque consideran que está mal y punto; para ellos se están asesinando vidas inocentes y punto. No hay más, no hay debate. Igual que consideramos que el Holocausto fue algo malo, qué debate hay ahí. Yo entendí que no era necesaria una caldereta porque, y esto también me preocupa, hemos llegado a un absurdo reduccionista, y es que, en el mundo rural, en la «España vacía», en la «España vaciada», parece que solo te puedes dedicar a la agricultura y a la ganadería. No puedes hacer nada más. Me preocupa que esa sea la única forma de reactivar esos territorios. Además es que no estoy de acuerdo con el concepto de «España vaciada». ¿Vacía o vaciada de qué? ¿De animales humanos? ¿Y los que no son humanos y pueden recuperar ese territorio que le habíamos usurpado? Tenemos además una visión muy idealizada de lo que es el mundo rural, cuando la realidad es que en España «el mundo rural» lo controlan unos ricachones que tienen casi todo el territorio y que reciben ayudas millonarias de la PAC, y en su mayoría están vinculados a grandes compañías, como pueden ser Mercadona, Nestlé, o a una casa nobiliaria. Lo que nosotros defendemos es la renaturalización, que viene del concepto de rewildering.

    P. De cara al 8 de marzo, pero también mirando hacia el futuro en general, ¿dónde creeis que es importante poner el foco para que las movilizaciones y las batallas futuras sean cada vez más acordes al ecofeminismo? ¿Qué ejes creéis que van a impulsar las medidas ecofeministas?

    R. Es fundamental estar donde haya capacidad de estar y donde sepas que vas a tener un feedback. Existe un foco mediático y social muy evidente, que se encuentra en un lugar específico. Hace veinte o treinta años el foco estaba claro: el agujero de la capa de ozono. Posteriormente, se empezó a hablar de calentamiento global, luego cambio climático y ahora es la emergencia climática o la crisis climática. Tanto para mí como para la Red, uno de los focos que no debemos perder nunca de vista es el de la defensa de la biodiversidad. Me gusta repetir esto a quien me quiera escuchar: Podemos tener un planeta en el que haya emisiones cero y en el que de todas maneras no haya vida. No perdamos esto de vista. No toda la lucha tiene que ser contra las emisiones, aunque no estoy diciendo que se deje de lado, pero no tiene sentido si esto no va a unido en esfuerzos por respetar los ríos, las aguas tanto subterráneas como superficiales, los océanos, los bosques, no importa que sea la Pampa Argentina o un desierto, un bosque de ribera o unos matorrales mediterráneos. Tenemos que preservar la naturaleza, sanar la naturaleza. Yo hablo de naturaleza y no de medioambiente porque estudié Ciencias Ambientales y no me gusta nada. Es una forma de antropizar de nuevo la naturaleza. Ahí es donde tenemos que poner el foco claramente.

    Creo que estamos viviendo un momento de sinergias muy bonito. Como decía antes esto se debe a esta cuarta ola del feminismo que se está viviendo globalmente y desde la que es más fácil conversar, dialogar y llegar a puntos de encuentro con otros movimientos, otros colectivos y otras mujeres. Desde este lado creo que se ven muchos avances desde hace unos años y tenemos que darnos cuenta de que venimos de ellos. Creo que se ha pasado de tener una visión que parecía que obligaba a estar sacrificando la lucha principal, como podía ser la de la defensa de los intereses de la clase obrera, a de repente ver claro que se está llegando a puntos de encuentro y a sinergias fundamentales tanto para la lucha obrera como para la de las mujeres, que al final es una misma lucha.

    También encontramos un montón de sinergias en el movimiento climático, con todos los jóvenes, con Fridays, Extinction, con vosotras; en movimientos estudiantiles y desde los institutos o universidades. Intentamos no olvidarnos tampoco de los movimientos de base «no formales», como pueden ser las vecinas que se juntan en la puerta de su casa los jueves para hablar de cómo va el barrio y que también se organizan para acompañar a la compra, a acompañar a quien necesite acompañamiento. Esta gente que parece organizada de forma «residual» ha sido la que en parte ha permitido que el azote de la crisis económica en España, aunque horrible, no llegase a lo peor. Precisamente este apoyo mutuo entre un montón de personas, fundamentalmente mujeres, ha sido lo que ha sustentado a muchas comunidades.

    La ilustración de cabecera es «Bilbao» (1998), de Helen Frankenthaler.

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  • El control de la población no es la respuesta a la crisis climática

    El control de la población no es la respuesta a la crisis climática

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    Por Yifat Susskind.

    Este texto fue publicado originalmente en Ms. en 2017 con el título «Population Control Isn’t the Answer to Our Climate Crisis».

    «Si podemos deshacernos de suficiente genteescribió aquel terrorista de El Paso en su grotesco manifiesto—, entonces nuestro estilo de vida puede ser más sostenible». Su masacre racista dejó pocas dudas acerca de a quién se refería con «nosotros» y «nuestro estilo de vida». El ecofascismo de la extrema derecha disfraza su intención racista de preocupación por el medio ambiente, demoniza a las mujeres de color debido a la «superpoblación» y aviva los temores de que se vaya a acabar con la «pureza» y el poder de la raza blanca. Utiliza el fantasma de un inminente colapso ecológico para reavivar un impulso genocida tan antiguo como los Estados Unidos con el que eliminar a los que se considere no aptos para sobrevivir.

    Solo unas pocas personas defienden la expresión más horrible de estas creencias. Pero, hoy en día, la defensa del control de la población está resurgiendo en los debates mainstream —e incluso en entornos progresistas— acerca de la limitación de la fecundidad de las mujeres en pos de la sostenibilidad medioambiental.

    No es esta la primera vez que el cuerpo de las mujeres es tratado como un medio para un fin demográfico. Recordemos iniciativas tan horrendas (todas ellas de sentido común en su época) como la esterilización forzosa de mujeres negras, latinas e indígenas, el trato a las mujeres puertorriqueñas propio de ratas de laboratorio en los ensayos de anticonceptivos para mantener una baja población en la isla y la financiación de los campamentos de esterilización en la India.

    De manera invariable incluso los proyectos de control de la población más nefastos pretenden servir a algún bien social incuestionable, como la reducción de la pobreza o la paz. Después del huracán Katrina, un diputado de Luisiana propuso pagar mil dólares a las personas que reciben asistencia estatal a cambio de ser esterilizadas. Explicó los beneficios de reducir el número de personas pobres e hizo referencia a la posibilidad de que los huracanes sean cada vez más frecuentes y a la necesidad de conservar los recursos.

    El movimiento por la justicia reproductiva se manifestó entonces para denunciar estas políticas como un abuso contra los derechos humanos. Pero hoy el monstruo del control de la población ha sido resucitado y estos logros se ven  amenazados de nuevo.

    Ahora mismo la mayoría de la gente tiene claro que no debe usar el desacreditado concepto de «control poblacional». Tampoco vais a escuchar a los voceros del sentido común hablar de «superpoblación de negros». Estad atentos, eso sí, al lenguaje que parte de los derechos y de la justicia sociales que sitúa la anticoncepción y la planificación familiar como estrategias centrales para reducir las emisiones de carbono.

    Por ejemplo, una entrada en el blog de la USAID [Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional] en el Día Mundial de la Población vincula la planificación familiar con la protección de «la gente, el planeta, la prosperidad, la paz y las relaciones sociales» y pasa a decir que «al frenar el rápido crecimiento demográfico, la planificación familiar puede ayudar a reducir la cantidad de personas pobres».

    Los principales defensores del control de la población de hoy en día ofrecen un apoyo total a los derechos reproductivos y subrayan la feliz coincidencia de que la libertad de las mujeres de poner límites a la maternidad sea también una solución clave para el cambio climático. Estas propuestas en las que todo el mundo sale ganando son intrínsecamente atractivas, pero debemos mostrarnos escépticas ante las soluciones que exigen poca cosa a los causantes del problema.

    Las mujeres de todo el mundo coincidirán en que el acceso a la atención médica, la planificación familiar, los métodos anticonceptivos y el aborto siguen siendo necesidades críticas insatisfechas. La verdadera justicia reproductiva, tal y como la conciben las mujeres que durante tanto tiempo han sido el objetivo del control de la población, incluye la opción de elegir cuántos hijos tener y criarlos en un entorno seguro y saludable, pero los que tratan de instrumentalizar estos derechos básicos como soluciones frente al cambio climático pasan demasiado rápidamente a hacer hincapié en los beneficios para la reducción de emisiones que hay en que las mujeres tengan menos hijos: no cualquier mujer, sino las mujeres pobres negras y latinas a las que siempre se ha culpado de «tener demasiados hijos».

    Cualesquiera que sean sus fundamentos políticos, los enfoques frente al cambio climático basados en lo poblacional están impregnados de tres falsedades.

    Una es que la población mundial se ha disparado. En realidad, el ritmo de crecimiento ha ido disminuyendo desde los años sesenta; de 1990 a 2019, la tasa de fecundidad mundial se redujo de 3,2 nacimientos por mujer a 2,5.

    Otra es que la principal amenaza a la que nos enfrentamos es la escasez de recursos, cuando en realidad el problema no son los números en sí mismos, sino la distribución desigual de las necesidades básicas. El planeta no puede albergar a 7.500 millones de personas que se dediquen a explotar los recursos al ritmo de los más ricos, pero podría albergar a muchas más si los más ricos se quedaran con una parte  más justa y las políticas públicas permitieran a las comunidades más pobres poner fin a su excesiva dependencia respecto de los ecosistemas frágiles.

    Por último, existe el mito de que las poblaciones más grandes aceleran el cambio climático, cuando no pueden extrapolarse las emisiones de carbono de un país solo a partir del tamaño de su población. Estados Unidos tiene menos del 5% de la población mundial, pero es responsables del 15% de las emisiones. Mientras tanto, los países de África subsahariana, a los que a menudo se señala como los principales candidatos para las políticas de control demográfico, se encuentran entre los que menos emiten carbono.

    Eso resulta obvio cuando se recuerda que el caos climático es una consecuencia directa de la política industrial, pero reconocer esa verdad conduce a un conjunto de estrategias muy diferente que al de animar a las mujeres pobres a tener menos hijos. El uso de mujeres como chivos expiatorios desvía la atención respecto a los verdaderos culpables de nuestra catástrofe climática: las empresas de combustibles fósiles y de energía y el escandaloso éxito que tienen al evitar la regulación gubernamental con subsidios y vericuetos fiscales. Ello desvía la atención respecto a la necesidad de cambiar un sistema económico que exige la explotación ilimitada de los recursos y la búsqueda de beneficios.

    Los políticos deben aprovechar el cambio para rechazar la idea de que el control poblacional es una solución al colapso climático. Además, podrían aprender de las mujeres que están en la primera línea del cambio climático a lo largo de todo el mundo, cuyas innovadoras soluciones y sus llamamientos en pos de la justicia económica mundial son la verdadera respuesta al colapso del clima.

    YIFAT SUSSKIND dirige MADRE, una organización internacional de derechos humanos de la mujer que colabora con comunidades de mujeres de todo el mundo que están haciendo frente a guerras y desastres de diverso tipo. Ha escrito para The New York Times, The Washington Post, Foreign Policy in Focus, The Guardian y The Huffington Post

    La ilustración que encabeza el texto es «Cavalos vermelhos», de María Helena Vieira da Silva.

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  • Cinco razones por las que el cambio climático es una cuestión feminista

    Cinco razones por las que el cambio climático es una cuestión feminista

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    Con este artículo empezamos un mes dedicado explícita y totalmente al ecofeminismo y a la intersección de la lucha contra el cambio climático con las luchas feministas. Abrimos con este texto introductorio, y cada semana añadiremos entrevistas, textos invitados y reediciones de textos clásicos.

    Por Clare Hymer y Maddy Hodgson.

    Este texto fue publicado originalmente en Novara Media en 2017 con el título «5 Reasons Climate Change is a Feminist Issue».

    El cambio climático no es simplemente un problema de exceso de dióxido de carbono en un sistema por lo demás progresista. No es un problema del que todos somos igualmente responsables, ni sus impactos son indiscriminados. Más bien, el cambio climático está ligado a la dinámica de poder, y afecta a algunos mucho más que a otros. He aquí cinco razones por las que el cambio climático es una cuestión feminista.

     

    1. El cambio climático afecta de manera desproporcionada a las personas pobres del mundo, de las cuales el 70% son mujeres.

    El cambio climático afecta de manera desproporcionada a quienes ya están en la pobreza. Es mucho más probable que las naciones del sur global se vean afectadas por sequías, inundaciones, reducción del rendimiento de las cosechas y aumento del nivel del mar, ya que sus historias de colonización y expropiación de la riqueza implican que carecen de recursos para reconstruir la infraestructura después de estos desastres. También son las personas de menores ingresos las que se ven más afectadas por los desastres naturales en el Norte Global. Sin embargo, dado que el 70% de los pobres del mundo son mujeres, el cambio climático también es un problema que está fundamentalmente relacionado con el género.

    Las secuelas de los desastres climáticos presentan una serie de problemas específicos para las mujeres que se encuentran en situación de pobreza. A menudo no se permite a las mujeres el acceso directo a la ayuda humanitaria porque no son «cabezas de familia» y, como cuidadoras primarias en el hogar, son las mujeres las que deben seguir alimentando y cuidando a sus familias ante los desplazamientos y el saneamiento deficiente. Las mujeres también están sobrerrepresentadas en las ocupaciones vulnerables, las cuales a menudo no son tenidas en consideración por los programas de recuperación.

     

    2. Cuando se produce un desastre climático, aumenta la violencia de género.

    En los lugares en los que los desastres provocan la pérdida de hogares y de sistemas de protección y apoyo, las mujeres, los niños, el colectivo queer y las personas con discapacidad corren un riesgo mayor de sufrir violencia.

    Fiji tiene una de las tasas más altas del mundo de violencia de género y los desastres climáticos están sobrecargando las estadísticas. El año pasado, los cambios en las temperaturas alimentaron el ciclón más fuerte que jamás haya azotado el hemisferio sur, dejando a la isla devastada y a más de 150.000 personas desplazadas. La incidencia de la violencia de género empeoró en la zona del desastre y en los centros de evacuación. Shamina Ali, del Centro de Crisis para Mujeres de Fiji, informó: «Hubo mucho acoso sexual a las mujeres. Hubo algunas violaciones, algunas denunciadas, muchas no denunciadas. […] También hubo casos de mujeres que pidieron refugio y de hombres que exigieron sexo a cambio».

    Fiji está en vías de ser azotada por múltiples catástrofes climáticas, especialmente por el aumento del nivel del mar y por tormentas cada vez más intensas. Cuando esto ocurra, inevitablemente se va a producir un aumento de la violencia de género.

     

    3. Las mujeres indígenas que luchan contra la extracción de recursos están siendo asesinadas y están desapareciendo.

    Las mujeres indígenas suelen hallarse en la primera línea del cambio climático y son las líderes en la lucha por la protección de sus tierras frente a los intereses de las empresas internacionales y la extracción de recursos. También corren un riesgo elevado de ser asesinadas y de desaparecer.

    El año pasado, Berta Cáceres, líder del Consejo de Pueblos Indígenas de Honduras y una destacada activista contra las presas, las plantaciones y la tala ilegal en Centroamérica, fue asesinada a tiros en su casa y posteriormente se afirmó que su nombre figuraba en una lista negra del ejército hondureño. Entre 2010 y 2014 murieron en Honduras 101 activistas, un número desproporcionadamente elevado de los cuales procedían de comunidades indígenas que se oponían a los proyectos de desarrollo o a la apropiación de tierras.

    En Canadá, las muertes de mujeres activistas indígenas constituyen una epidemia: las mujeres indígenas tienen una probabilidad cinco veces mayor de morir de forma violenta que sus homólogas no indígenas, y en las últimas décadas han desaparecido o han sido asesinadas hasta 4.000 mujeres indígenas. Como señaló Melina Laboucan-Massimo, activista indígena y medioambiental de los lubicon, de la nación cree de nativos norteamericanos, cuya hermana Bella murió sin explicación en 2013:

    No es una coincidencia que nuestra tierra esté muriendo y que nuestras mujeres estén muriendo. El colonialismo hace de la tierra explotada una mercancía […], del mismo modo en que nuestras mujeres no tienen el mismo valor que las mujeres no indígenas. […] La lucha por proteger nuestra tierra es la lucha por proteger a nuestras mujeres.

     

    4. La responsabilidad de la reducción de las emisiones recae en los individuos en tanto que actores domésticos y, por lo tanto, especialmente en las mujeres.

    Los discursos liberales sobre el clima están dominados por un énfasis en la acción individual. Las iniciativas para reducir la huella de carbono se centran en gran medida en la esfera doméstica, donde el trabajo no remunerado e invisible de reproducir el hogar y la unidad familiar sigue siendo realizado de manera abrumadora por las mujeres, especialmente por las mujeres de color. Por consiguiente, son los comportamientos de consumo privado de las mujeres los que se examinan más a fondo en los discursos dominantes acerca del clima y, según cierta lógica, se llega incluso a la conclusión de que la manera más eficaz de combatir el cambio climático es abstenerse de tener hijos.

    Pero la ironía es que no solo los esfuerzos individuales por frenar las emisiones no son comparables a los de los bancos internacionales, los gobiernos y las empresas de combustibles fósiles, que siguen extrayendo y contaminando con impunidad, sino que en el hogar las mujeres a menudo tienen una libertad financiera limitada con la que poder tomar estas decisiones. En general, las mujeres no tienen la capacidad de poder tomar decisiones con las que hacer más sostenibles sus hogares mediante la inversión en aparatos ecológicos, la compra de alimentos orgánicos y de proximidad más caros, o la instalación de aislamiento o de paneles solares.

     

    5. La migración inducida por el cambio climático es un proceso con género.

    Cuando los repetidos fenómenos meteorológicos extremos o de lenta evolución abocan a las familias rurales a la pobreza extrema, prevalece la migración de las mujeres más jóvenes, incluso menores de edad. Las mujeres de Nepal y Bangladesh que migran a la India (así como las migrantes internas de las zonas rurales que se trasladan a las ciudades) a menudo se ven obligadas a trabajar en empleos con largas jornadas y baja remuneración, como en talleres esclavos y como empleadas domésticas, debido a su falta de formación y preparación. Las mujeres jóvenes y los menores de edad también son cada vez más vulnerables a los abusos y a la trata.

    Las vulnerabilidades de género no solo determinan quiénes emigran, sino también quiénes pueden regresar a sus comunidades después de un desastre. Después del Katrina, Nueva Orleans vio una disminución del 60% en el número de hogares encabezados por mujeres  (sobre todo de aquellos que eran afroamericanos y tenían hijos menores de dieciocho años) debido al precio de la vivienda y de la atención médica y a la falta de oportunidades laborales.

    Si bien la migración climática es un proceso con género, existen pocas respuestas dentro de la formulación de políticas y de la esfera pública que establezcan los vínculos necesarios entre la migración, el medio ambiente y el género. De hecho, a medida que el cambio climático lleva cada vez más migrantes a Europa, las acciones y el discurso en torno a la migración climática inevitablemente se van a centrar cada vez más en la «seguridad» del norte global frente a lo que es percibido como una «amenaza», incluidos el aumento de la autoridad estatal, la represión de la disidencia y los controles fronterizos más estrictos. Lo que podemos esperar de todo ello es un trato más duro a los migrantes climáticos, también a las mujeres migrantes.

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    Entonces, ¿qué podemos hacer? Para enfrentarnos a las desigualdades de género provocadas por los impactos climáticos, no solo debemos luchar por la educación, la salud, el conocimiento agrícola y los derechos de las mujeres. Las feministas también deben enfrentarse a la industria de los combustibles fósiles y construir movimientos de base para trabajar con las mujeres que luchan en primera línea contra la extracción y responder ante ellas. Solo podemos ganar conectando las luchas por la liberación de las mujeres y la justicia ambiental.

    La ilustración que encabeza el texto es The Risen Lord (1864), de Georgiana Houghton.

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